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Appetite for destruction
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Pese a que Bulma estaba intentando entretenerse viendo televisión, su estado de ansiedad no desaparecía, así que decidió darse una ducha y meterse en la cama para ver si conseguía sentirse mejor.
Una hora más tarde y después de haber dado mil vueltas entre las sábanas, comprendió que había llegado el momento de aceptar lo que le pasaba, aunque la situación le hiciese sentirse un poco avergonzada de sí misma.
Se levantó y buscó en su armario hasta que encontró lo que quería. En menos de cinco minutos estaba vestida. En otros cinco, se había maquillado y arreglado su corto cabello azul.
Se alejó para ver el resultado en el espejo y consideró, con orgullo, que estaba muy atractiva. Más de lo usual, reflexionó sin un ápice de humildad. Llevaba mucho tiempo sin ponerse esa falda negra ajustada, pero estaba segura de que esa noche más de un caballero no podría dejar de mirarle el trasero. Sus zapatos de tacón y top negro de encaje mostraban una generosa parte de la fina piel de su escote.
Tras coger una chaqueta y darle unas instrucciones a su madre por si alguien llamaba preguntando por ella, quien no dudo en lanzarle algunos comentarios jocosos, salió a la calle dispuesta a pasarla bien.
Al llegar a una calle iluminada por la luz de unos faros, no supo exactamente qué hacer y al final decidió entrar a uno de los bares que parecía más animado. Había gente en la barra y jugando billar. Bulma se sentó en un taburete y pidió una bebida, sintiendo con gran deleite, como los ojos de varios hombres se posaban en ella.
Le había costado admitirlo, pero al final llegó a la conclusión de que, puesto que nadie tenía idea de lo que estaba pasando por su mente y por su cuerpo, no tenía de qué avergonzarse.
No llevaba ni diez minutos en el bar cuando un muchacho al que conocía hace poco, pues había tenido la oportunidad de reparar su auto y le había coqueteado unas cuantas veces, entró por la puerta. Al verlo no supo si alegrarse o echar a correr. El chico no le dio tiempo ni a planteárselo. Antes de que hubiese pensado si quiera en un plan para abordarlo, ya se había acercado y plantado dos besos en la cara y se había sentado en un taburete a escasos centímetros de ella.
−Estás impresionante −dijo mirándola de arriba abajo sin ningún reparo.
−¿Quieres que nos dé a todos un ataque al corazón?
−Pues un poco sí.
−¿Qué haces sola?
−A veces me gusta venir a tomar un par de copas en compañía de mí misma.
−Me hubieses llamado, yo también tenía ganas de salir y no sabía con quién. Al final he decidido venir a tomarme unas copas conmigo mismo, como tú dices. ¿Eso es vodka?
−Eso parece.
−¡Camarero! Una ronda de vodka para mí y para esta belleza.
Vegeta entró también mientras ambos jóvenes conversaban y el resto de los presentes hacían lo propio. Él no tenía ánimos de permanecer mucho tiempo en aquel lugar, pero luego de la noticia de un nuevo robo en la ciudad que no pudo impedir a pesar de llevar algunos días en el caso; su cuerpo y mente necesitaban alivianar el trago amargo con un poco de alcohol.
Caminó hasta el final de la barra y se sentó en el último taburete. Aquella no era una barra inmensa como la de otros bares a los que había ido en el pasado, pero era barra y solo quería beber a gusto, a pesar de que la distancia entre él y otros clientes no era tan grande como le hubiese gustado.
El recién llegado apoyó su espalda en la pared de manera que quedaba de frente a Bulma y su acompañante. La mujer no tardó en levantar la mirada y observar con detenimiento aquel rostro. Inmediatamente recordó la imagen de la televisión, donde anunciaban una entrevista a dos detectives y sus respectivos rostros.
"¡Maldita sea!", pensó. Quería dejar por unas horas su vida de lado, pero el destino se había encargado de recordarle que no podía escapar de ella.
Sabía que le habían fastidiado la noche, sin quererlo. Ya no había manera de que conociese a alguien, se tomase una copa con algún muchacho guapo sin que pensara en la presencia de ese detective y a por qué estaba en esa ciudad.
Llevaba cinco minutos intentando evitar la penetrante mirada del detective aquel, que al parecer se había empecinado en observarla también, al igual que los otros caballeros presentes.
John, su compañero de esa noche, estaba hablando de sus problemas profesionales y de lo que ella intuyó su inminente ruina, cuando una de sus manos se posó en el muslo de la mujer.
Bulma comprendió que John creía que ella estaba interesada en él. Pero lo cierto es no quería darle explicaciones. Como tampoco le apetecía acostarse con un tipo que había sido su amante alguna noche y del que conocía todas virtudes y defectos en la cama. Sobre todo, defectos.
La mujer intentó desviar la conversación para hacerle entender que no estaba interesada, pero a John pareció no hacerle ninguna gracia la idea. Cuando ella comprendió que el hombre se sentía rechazado y ofendido, decidió que había llegado el momento de macharse si quería evitar problemas.
−Oye, vine para beber algo y distraerme, John. Sé que lo hemos pasado bien juntos pero todo eso ha terminó −dijo levantándose del taburete.
Iba a iniciar la retirada sin decirle adiós, cuando el hombre la sujetó de la muñeca.
−Una vez más, Bulma. ¿Qué te cuesta?
−Lo siento −respondió librándose del agarre del hombre de un tirón. Nadie iba a obligarla a nada por las buenas… o por las malas.
−¡Solo una vez!
El hombre volvió a tomar su mano y tiró de ella y la mujer miró a su alrededor en busca de ayuda. No es que la cosa se estuviese poniendo verdaderamente violenta pero no quería tentar a la suerte. No estaba dispuesta a usar el arma que siempre llevaba consigo en casos de emergencia. Entonces sus ojos se cruzaron con los de Vegeta, que observaba atentamente la situación, y Bulma decidió que su presencia allí le iba a resultar útil después de todo.
−¡Vete a la mierda!
El grito se oyó hasta el último rincón, provocando la ira de John, quien se puso en pie, dispuesto a usar la violencia.
−¿No oíste a la señorita, idiota?
La mujer sabía que armar un escándalo en aquel lugar no sería ignorado por ningún policía que se precie de serlo.
Pero no esta noche.
El hombre que apareció en su defensa fue un guardia de seguridad del lugar, que no dudó en intervenir antes de que todo se saliese de control y tuvieran problemas con las autoridades.
Lo último que Bulma oyó detrás de sí, mientras salía por la puerta principal fueron mesas, sillas y vidrios romperse en el suelo al caer; y algunos gritos, producto de golpes.
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−El tiempo que tardaron las patrullas en llegar fue de 5 minutos. Estaban alertas todas las estaciones de policía ese día, según la orden que dimos −dijo Nappa, observando los apuntes de su libreta−. Y aun así ellos…
−Ellos hicieron el robo en menos tiempo −atajó Vegeta, sin quitar su mirada aguda de las ventanas del auto en el que se trasladaban, que le permitía observar las calles.
−Increíble, ¿no?
−Tan increíble como el tiempo que llevo aquí y ya estoy al borde del despido −comentó para disimular su propia sorpresa ante lo dicho por su asistente.
Lo cierto es que su experiencia en crímenes complejos no era tanta como hubiese deseado. Durante sus años en la policía, se dedicó a atrapar a todo ladrón de poca monta que se cruzara en su camino. Sujetos experimentados, pero poco hábiles para despistar a la policía o dejar evidencias que los incriminaran de algún modo.
Pero los robos a los bancos no dejaban rastro que seguir y eso le estaba fastidiando al punto de estar molesto desde el primer día en que puso un pie en esa ciudad.
−¿Tienes los resultados de los exámenes de laboratorio a los cabellos y la sangre encontrada?
−Los tengo, pero no son buenos, Vegeta −respondió extendiéndole dos sobres carta abiertos, mientras el chofer del auto disminuía la velocidad al acercarse a un semáforo en rojo.
Y fue solo en ese momento que Vegeta dejo su atención en los edificios y calles del lugar para mirar la mano extendida de su compañero y tomar los sobres.
−Ni los cabellos ni la sangre corresponden a ninguno de los sospechosos que teníamos en la lista.
No tenía nada a pocos días de tener el caso entre sus manos.
−¡Maldita sea! −rugió, volviendo su mirada a la ventana.
Muchos autos esperando el cambio de la luz en el semáforo. Y una motocicleta color azul formaban parte del paisaje que tenía en frente.
−¡Wow! ¡Mira qué criatura más hermosa tenemos aquí! −soltó Nappa, observando a la mujer que comandaba aquella motocicleta estacionada al lado del auto que llevaba a los hombres.
Vegeta no pudo evitar mirar a donde señalaba la cara de su compañero, pues casi lo tenía cerca al suyo, que observaba embobado a la mujer de curvas pronunciadas.
La mujer estaba vestida una chaqueta y pantalones de cuero blancos, con franjas negras en el pecho y los laterales de las piernas, y un casco del mismo color.
La mujer volteo al oír los quejidos del hombre más grande, que tenía su rostro pegado al vidrio de la ventana. El casco solo permitió ver los ojos azules y mechones de cabello del mismo color de la mujer.
−¡Ah, qué…! −sintió la mano del hombre más pequeño taparle la cara y empujarlo de vuelta a su asiento, al lado de su superior.
−¡Eres más idiota de lo que creí! ¡Pediré el cambio de puesto! ¡Si tantas ganas tienes de… te hubieses ido a un puto!
−¡Oye, espera, no hablarás en serio! No pidas un cambio, por favor −le rogó juntando las palmas de sus manos−. ¡Solo me falta esta misión para subir a oficial mayor!
−¡Entonces, concéntrate en el caso! −le gritó mientras frotaba su frente, tratando de hallar calma entre tantas malas noticias y el comportamiento de su asistente.
Los hombres se recostaron en sus asientos al sentir el automóvil moverse luego del cambio a luz verde del semáforo.
Vegeta cruzó sus brazos sobre su pecho en silencio. El mismo silencio que acompañó su viaje de regreso a su oficina para seguir trabajando en el caso que los atañe.
Pero el recuerdo de la mujer que vio la noche anterior en el bar le vino a la mente, como un chispazo de luz, pues era la misma joven que vio salir repentinamente de aquel bar y que lo obligó a salir antes de tiempo del lugar debido a la gresca que se armó.
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−Me hubieses llamado, yo también tenía ganas de salir −respondió Krillin mientras observaba la pelea de entrenamiento de Yamcha.
−¿Y la chica con la que ibas a tener una cita?
−Prefiero no hablar de eso ahora −dijo con el rostro sombrío.
−Lo lamento... Y agradezco que no fueras −replicó Bulma cambiando de tema para no entristecer más el ánimo de su amigo, quien permanecía al lado de su amigo, sentados ambos en las tribunas de un amplio campo de entrenamiento deportivo.
Al muchacho se le ensombreció aún más la cara de tal manera que ella en seguida se arrepintió de haber pronunciado esas últimas palabras.
−No es que me molestes −dijo intentando arreglar la situación−. Es que tengo un problema y prefiero estar sola.
−¿Qué te pasa?
−Es mejor que no hable de ello.
−Siempre me has contado tus problemas. ¿Por qué ahora es distinto?
−No quiero que te rías de mí.
−Nunca me he reído de ti. Habla. Te sentirás mejor.
Bulma pensó por un momento en la repercusión que podría tener su confesión y después miró hacia los lados para asegurarse de que nadie los estaba escuchando, aunque no había más que algunos asistentes más. A continuación, volvió a mirar a Krillin e inclinándose hacia adelante para acercarse a él lo máximo posible, le susurró en el oído:
−Estaba caliente.
−¿Qué? ¿Tenías fiebre?
−¡No!
−¿Entonces?
−¡Que necesitaba sexo! ¡Diablos, sí que eres lento! −aclaró en voz baja, para que nadie oyera una conversación tan privada.
Krillin se echó hacia atrás con los ojos abiertos de par en par y a ella le entraron ganas de reír por lo absurdo de la situación.
−¿Sabes el efecto que puede tener en un hombre lo que acabas de decir?
−Ese es el efecto que quería producir. Salí a buscar guerra, por si no te diste cuenta.
Ahora era Krillin el que miraba en todas direcciones para asegurarse de que nadie estaba escuchando la conversación. En vista de que estaba completamente pálido y se había quedado sin palabras, Bulma decidió seguir hablando.
−¿En qué estás pensando? −preguntó ella mirando su cara de ensimismado.
−En que te entiendo. Llevamos tanto tiempo llevando una doble vida gracias a la maldita…
−Sí, eso −interrumpió ella a propósito, no quería oír aquel nombre.
−Oye, prométeme que no cometerás la equivocación de acostarte con un imbécil que te trate mal.
−Tranquilo, no soy una idiota.
−¿Por qué no llamas a Yamcha? −dijo el muchacho de repente.
−Porque tengo una lista de hombres con los que no me pienso acostar alguna vez y en la cabecera de esa lista están mis amigos y alguno que otro tarado.
−Pero él es la opción más segura.
−¿Puedo reírme de lo que acabas de decir?
−Nadie te iba a tratar mejor que él.
−No sé…
−Si se trata sólo de sexo, estoy seguro de que pueden llegar a un acuerdo.
−Krillin, no quiero que haya ningún tipo de implicación emocional y con Yamcha la habría. Además, nuestra amistad terminaría. Y si no mañana, dentro de una semana o de un mes. No sé cuándo, pero esto lo estropearía todo y si algo tengo claro en esta vida, es que no quiero perderlo como amigo. Lo único que quiero es meterme en una habitación con un tipo que me resulte atractivo, que me haga todo lo que me tenga que hacer y que después me mande a la mierda.
−Ya veo. Con Yamcha, desde luego, no vas a tener eso. Probablemente la que lo mandase a la mierda, fueses tú a él.
Bulma se echó a reír mostrándole su perfecta sonrisa. El chico pensó que, en ese momento, era un fastidio ser su amigo.
−Bueno ¿y por qué esta fiebre de repente? No sabía que fueses tan viciosa.
−No soy viciosa, pero me gusta el sexo y llevo mucho tiempo sin hacer nada de nada.
−¿Desde que empezamos a "trabajar" para la patrulla roja?
Ahora era el rostro de la mujer lo que se ensombreció a penas su amigo terminó de pronunciar aquellas últimas dos palabras.
−Durante todo este tiempo, prácticamente no he pensado en el tema. He estado demasiado ocupada odiando a estos bastardos, resistiendo sus entrenamientos, intentando rehacer mi vida, superando la pérdida de mi padre, etc. Por no mencionar a los nuevos habitantes de esta ciudad.
−Y vaya que lo sé.
−Tengo claro que llevo mucho tiempo sin estar con un hombre.
−¡Yamcha, Yamcha, Yamcha!
−Pareces una animadora.
−Está muy deprimido últimamente. Estoy seguro de que hacer realidad uno de sus sueños levantaría su ánimo.
−Lárgate Krillin. No es el ánimo de Yamcha lo que quería levantar esa noche.
El hombrecillo la miró fingiendo estar escandalizado y se levantó lentamente, dirigiéndose hacia el centro del campo pues era su turno de practicar artes marciales con Yamcha, sin darle la espalda a Bulma, como si sus últimas palabras hubiesen sido una amenaza de muerte. En cuanto se alejó, la mujer se echó a reír. Se lo pasaba demasiado bien con sus amigos y llevarse a la cama al lobo solitario esa noche habría sido un auténtico placer, pero, dado que no quería complicaciones ni lazos con nadie, sabía que rechazarlo era la única opción inteligente.
Luego sería su turno de practicar su manejo de las armas en otro espacio del campo, junto a otras personas. El espacio del cuartel de la patrulla roja era tan amplio, que se podía practicar una amplia ganar deportes.
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Notas de autor: Gracias por leer.
