SABER QUE SONREÍA
Bueno, hace dos días me dediqué a responder todos los comentarios y reviews que tenía atrasados (porque sí, me gusta responderlos todos) y me encontré con que muchos pidieron una segunda parte de "Saber que es amor", la cual nunca estuvo destinada a tener segunda parte. Cuando conseguí dejar de llorar por la emoción y, por lo tanto, mi mente comenzó a funcionar con normalidad, me di cuenta que mi participación en el #Escrito_Activo_Semanal esta vez podía ser esa segunda parte. Así que aquí está. Espero que la disfruten.
Nota: Los personajes son de la grandiosa mangaka Rumiko Takahashi. La historia es un pedacito de mi inspiración que quise compartir con ustedes.
42 flores. Todo lo que tomó fue destrozar 42 flores para tomar la decisión. El juego de "lo hago o no lo hago" no fue lo suficientemente efectivo la primera vez, ni las siguientes 40, pero a la 42 era la vencida, ¿o no?
El problema era que ahora no solo se sentía mal por los nervios debido a lo que había decidido hacer (con ayuda de las flores), sino que también lo hacía por haber destrozado a las pobres flores.
Pero la decisión estaba tomada: había resuelto confesar lo que sentía y era una decisión que llevaría hasta el final. Ahora solo le faltaba terminar de preparar los chocolates que le regalaría a Inuyasha. Otra decisión difícil había sido si le regalaba un bombón gigante o varios pequeños en una bolsa adornada y que contuviera una nota en la que Kagome le confesaba que prácticamente era su acosadora cada amanecer. Sí, tal vez eso no era una buena idea escribirlo.
Al final había ido por varios chocolates en una bolsita de tamaño mediano, la cual cerró con una cinta roja (el color favorito de Inuyasha) y dorada (el color de sus ojos) y había sujeto la pequeña nota a esa cinta (Nota general: estaba loca y absolutamente enamorada de Inuyasha, solo por si no había quedado claro). Solo esperaba tener el valor de entregárselos mañana.
…
Esperaba recibir algunos chocolates. Era San Valentín después de todo y él no era tonto. Sabía que era popular. Pero lo que Inuyasha no se esperaba era quedar inundado por chocolates al abrir su casillero (¿cómo habían averiguado la combinación?), su mochila (¿cómo se las ingeniaron para hacerlo sin que él se diera cuenta?) y su bolsa de gimnasia (eso ya estaba siendo raro).
Prácticamente ahogado en chocolate, cierto, pero ninguno era de ella: de Kagome. Ni siquiera había podido ir a su encuentro como cada tarde (aunque "encuentro" es algo exagerado, dado que ella nunca sabía que él estaba ahí) y la extrañaba, mucho.
A pesar de ser San Valentín, le correspondía a él recoger todo en el gimnasio, por eso cuando regresó al aula por su mochila, era el único que quedaba. La sorpresa resultó ser que encima de su puesto de estudio había una bolsita mediana, cerrada con una cinta roja y dorada y que traía consigo una nota. A simple vista no tenía mucha diferencia con otros chocolates que había recibido ese día, pero algo, una fuerza extraña, lo atraía fuertemente a esa bolsa.
Con muchísima curiosidad se acercó y desdobló el papel de la nota.
…
No se lo podía creer. Era tonta de remate. Con todo lo que se había esforzado, todo lo que había planeado, cómo pudo haber olvidado firmar la nota. Por esa razón Inuyasha pensaría que eran de alguna admiradora secreta o algo así (lo cual encajaba bastante con su descripción), pero ella deseaba dejar de ser "secreta". Había regresado corriendo para poder firmarla antes que él la leyera, pero no llegó a tiempo.
Y ahí estaba él, Inuyasha, el chico por el que se suspiraba, leyendo su nota, tan abstraído que no notaba su presencia y… sonreía, no por compromiso, no por agradar. Se notaba que su sonrisa era completamente sincera.
Bueno, tal vez no había conseguido decírselo, o hacerle saber quién le había escrito, más bien. Pero saber que sonreía era todo lo que necesitaba para hacer de ese el mejor San Valentín de su vida. Y quién sabía, tal vez el futuro preparara nuevas sorpresas.
…
No voy a escribir frases románticas conocidas o que ya hayas escuchado o leído antes. No busco un reconocimiento que no quieras darme. Solo quiero que sepas lo que le das a mi vida, sin siquiera saberlo, sin siquiera proponértelo, sin siquiera buscarlo…
No me ves mucho, de hecho no lo haces nunca, pero eres la causa de mis mayores alegrías, y de mis mayores orgullos.
Casi no hemos hablado, y siento como si te conociera toda la vida (sé que había dicho que no diría frases manidas, pero en este caso es completamente cierto). Ojalá y algún día entiendas lo que tu simple sonrisa provoca en mí.
Porque cuando te veo siento otra vez esa sensación cálida y suave en mi pecho. Como si mi universo interno se expandiera y mi cuerpo no pudiese contenerlo. Ni siquiera recuerdo cuándo comenzó, pero durante esos escasos instantes en los que te veo cada mañana, me permito disfrutarlo.
