Los cuerpos danzaban al compás de la música en tono moderado, ni tan alto que impidiera seguir el hilo de una conversación ni tan bajo que no motivara al público femenino a aceptar una petición de baile. La navidad estaba implícita en los colores de la decoración, elogiada por los invitados especiales, cuyos trajes en dril, perfumes de marca internacional y palabras rebuscadas que se aderezaban al barullo de la multitud, le ocasionaban un latente dolor de cabeza. Incrementado al rango de lo severo cada que una figura de alcurnia se interponía en su visión de ella.

La mujer que lo traía comiendo de su mano sin saberlo. Lo cierto era que Seto se había hecho tan experto en ocultar sus sentimientos que había olvidado cómo expresarlos, razón por la cual debía conformarse con admirar desde lejos a la ladrona de sus suspiros. Su figura superaba la hermosura de la decoración, y el dibujo de su sonrisa con aquellos labios pintados hacían justa competencia con el resplandor de la luna en su cenit que podía mirarse desde el balcón. Cada tanto aquella sonrisa era dirigida a alguien más que no fuera él, el ponche en su copa disminuía, cada tanto ella miraba a alguien más que no fuera él, la llenaba de nuevo, hasta que la fiesta navideña para condecorar a su vez un aniversario más de la Corporación se convirtió en un salón vacío donde solo existían ellos dos.

Encauzó su caminar ya titubeante por la efectiva circulación del ponche en su organismo. Ella estaba justo en sus narices, a la espera de que le acariciara el pelo, colocara tras su oreja unos de los dos mechones y la tomara por la cintura para invitarle a bailar, y que en vez de perderse entre las notas musicales se perdieran en la euforia de un beso.

Pero la imagen se distorsionó, dando lugar a la cabellera tricolor de Yugi.

— ¿Kaiba? ¿Se te ofrece algo?

Seto sacudió la cabeza con disimulo. Un latigazo de dolor le recorrió la crisma.

—No, solo pretendía recordarte que aun debemos ultimar detalles que giran en torno al proyecto. —Menos mal que se había acordado a tiempo de que Yugi era su nuevo socio en la industria.

—Por supuesto, lo tengo muy al pendiente.

—Bien.

Sin esperar correspondencia por parte de Yugi, se alejó de la multitud. Necesitaba inhalar el aire fresco del balcón. Luego de una sarta de trompicones y caminos engañosos— y eso que estaba en su propia mansión—, consiguió irrumpir en el lugar. En el preciso instante de hacerlo, de poner un pie en el recinto, la suave brisa de invierno meció los hilos que con tanto cuidado deseaba mimar. Seto maldijo al ponche por jugarle otra mala pasada.

—Oh, eres tú, Seto. —La voz de ella, su musa en secreto, penetró en su oído como el cantar de los ángeles, porque eso era ella para él: un ángel que Kami había enviado a modo de bendición sobre los mortales—. ¿Te sientes bien? Te noto algo...

— ¿Tenso? Claro que lo estoy. No es para nada fácil reprimir las ganas de agarrarte de la cintura y comerte a besos.

«Mezclar alcohol con ansiedad... ¡Bien hecho, Seto! Pero, esto es una mera ilusión producto del ponche, ¿no? Entonces no pierdo nada con desahogarme».

— ¿S-Seto? ¿Acaso estas...?

— ¿Borracho? ¡Claro que sí! Pero borracho de amor por ti. Y aprovecharé que eres una mera ilusión del ponche para decirte todo lo que llevo aquí— señaló con el índice la sección de su pecho donde, tras capas y capas de piel, se ubicaba el corazón—. De ese modo, atribuirás mi declaración a los efectos del alcohol y yo podré seguir ocultando mis sentimientos como si nada hubiese pasado. —Avanzó hacia ella, concentrado solo en sus labios, por los cuales le alzó el rostro por el mentón después de haber dado un par de zancadas—. Llevo enamorado de ti desde la ocasión en que diste seguimiento a la alergia de Mokuba visitando la mansión. Pero nunca me he atrevido a confesarlo porque... Porque... —Inclinó los labios, dispuesto a unirlos con los ajenos, pero las palabras a continuación, dando un sabor amargo a la saliva, le hicieron sentir que el mundo entero le había sido arrojado en un balde de agua fría—. ¿Pero qué haría un ángel como tú al lado de un demonio como yo?

Se aisló de ella con la misma rapidez con que se había acercado, sin tener el valor de mirarle a los ojos. Para su entero asombro, ella le detuvo tomándole por el brazo para motivarlo a darse la vuelta.

El cálido tacto del dorso de sus dedos electrizó su interior.

—Tú no eres un demonio, Seto. —Aquellos ojos resplandecían tanto o más que los de la verdadera—. Eres un ángel al que le cortaron las alas. Unas alas que yo quiero curar.

Seto arrojó a la basura el último gramo que le quedaba de lucidez apoderándose de sus labios.

«Después de todo, esto es una mera ilusión producto del ponche, ¿no?».


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