IV. Muerte
Tengo la muerte a mis espaldas, percibo el frío aliento de su llamado recorrer mi espina dorsal a modo de escalofrío. Pero lejos de sentirme aterrado o arrepentido, no puedo estar más orgulloso.
Lo has hecho al fin, Seto. Me has arrebatado la Corporación Kaiba. Me has destronado como solo un rey puede y debe destronar a otro.
Has aprendido a ser egoísta como te enseñé, a ser déspota como te enseñé, a ser cruel como te enseñé.
Has aprendido a sobrevivir como te enseñé.
Ahora tú eres el rey.
Pero nunca vayas a olvidar que el apellido Kaiba es una maldición que te persigue tan cerca como se escribe de tu nombre. Y aunque seguro lo llevaras contigo como un recordatorio permanente de tu gloria, asimismo te acordará que todo cuanto serás a partir de este momento, me lo debes a mí.
Me lanzo de espaldas hacia el vacío e infierno que espera regocijado por mi llegada.
Mientras mi cuerpo se precipita, no ceso de preguntar…
¿Quién será el rey que te destrone a ti, hijo?
