22/10/2022: Si alguien está interesado en continuar con esta idea, puede hacerlo siempre que ponga en qué trabajo fue inspirado.
Lo primero que sentí, fue el dolor recorriendo mi cuerpo, semejante a unas diminutas y crueles hormigas: lentas y eficaces en aparecer en el momento menos esperado. Aun sin haber hecho algún movimiento, me avisaban de su existencia, haciendo que se manifestara en mí un cierto sentimiento, o la falta de uno. Porque no quería moverme, no quería sentarme, y ni siquiera podía pensar en abrir mis ojos porque ya encontraba aquella acción dolorosa.
Solo articular mi único dedo pulgar fue lo suficientemente difícil, además de que cuando apenas lo intenté, un hormigueo punzante y rápido me recorrió más tiempo que los otros constantes. Cada centímetro de mi cuerpo se estremeció, de esa manera moviéndome de más y empeorando la sensación, multiplicando las hormigas, haciendo que me rindiera y por otro rato no quisiera intentar nada, abrumado por el desconcierto.
Porque mi cuerpo parecía estar entumecido, mis movimientos eran costosos y no recordaba ninguna situación peligrosa de mi vida que pudiera haber ocasionado aquel estado.
No obstante, si tan solo el dolor no disminuyera mi percepción, sabría en donde estaba acostado, y si pudiera ver a través de la tenue pero molesta luz, sabría en dónde me encontraba.
Volví a cerrar mis ojos.
Y vi una hoja amarilla tan chiquita y rápida pero tan simple y ordinaria que, a pesar de su color, era opaca. Se iba acercando cada vez más, aumentando su tamaño y acelerando su paso hasta chocar con algún punto de mi cara. Quizá se pegó a mi mejilla o logró meterse en mi boca, por lo que tendría que escupir para evitar tragarla o atragantarme… Simplemente supe que la aparté con un manotazo y me enderecé.
Miré a los desnudos árboles, que me recordaban a manos flacas y gigantes por la manera en que sus ramas se movían temblorosas y a la vez con elegancia, meciéndose al compás del viento. Si realmente fueran manos esqueléticas, no me sorprendería que de repente empezaran a atrapar a cualquier ser que pasara volando y procedieran a arañarlo y a destrozarlo por diversión hasta dejarlo caer al suelo como si fuera una hoja más.
Seguí caminando; miré y escuché los sonidos típicos del bosque. Oí el viento golpeando los árboles, moviendo las naranjas, amarillas y marrones hojas. Oí pequeñas pisadas y lejanos aleteos, quizás eran ardillas o pichones solitarios.
Cerré los ojos y me concentré en buscar aquello que tiempo atrás había sentido.
Continué caminando entre los árboles más separados; me guié por mis oídos; conté mis pasos hasta que nuevamente abrí los ojos y solté el kunai hacia la presencia.
Ella gritó y se abalanzó sobre mí, sin molestarse en seguir ocultándose. Se aferró a mi hombro izquierdo como si fuera un mono. Agarraba con su mano su propia arma, al revés curiosamente, con el fin de apuñalarme. Pero yo la detuve antes de que terminara aquel movimiento que de todas maneras era inútil a menos que involucrara un suicidio accidental.
Resistiendo el impulso de burlarme, manipulé mi brazo derecho hacia ella y la despegué fácilmente de mi cuerpo.
Chocó contra el suelo; pero antes siquiera de que se le ocurriera arremeter contra mis piernas para hacerme perder el equilibrio, hice los signos necesarios y dejé que una pequeña llama naranja naciera en algún lugar de su ropa holgada.
A medida que la llama crecía y se extendía por todo su cuerpo, yo iba retrocediendo un par de pasos. La presencia, que ahora mirándola mejor podría decir que era una niña, entró en pánico. Aunque no lo suficientemente a tiempo.
Una parte de mi ser empujó contra mis mejillas.
«Sonreíle.» Mi cuerpo se tensó. «Matala cantándole una canción.»
Dejé de mirarla para contemplar el bosque: me vendría bien tomar algo antes de continuar. Haciendo memoria, supe de nuevo que se me había acabado lo que tenía en mi cantimplora.
Pero mi cuerpo, como si a merced de hilos invisibles estuviera, miró de nuevo a la niña, con saliva asomándose por la comisura de los labios.
Sí, quizá podría exhalar llamas de mayor tamaño y darle un toque diferente a este paisaje tan normal.
Ella intentó apagar el fuego rodando por el suelo cubierto de hojas, que solo servirían para alimentarlo escasamente. Aunque las llamas las había lanzado de manera controlada y moderada para que un incendio fuera poco probable.
Solo negué con la cabeza en un intento por aclararme.
«Ya no más.» Me dije, no por primera vez.
Sabiendo que la niña desmayada no despertaría todavía, me agaché y empecé a revisar entre sus ropas chamuscadas si tenía algo importante. Después de todo, se había abalanzado hacia mí quizá delirante de hambre. Y aunque podría llegar a entenderla si esa hubiera sido su razón, tenía que revisarla antes siquiera de considerar dejarle un poco de mis raciones para cuando despertara.
Solo encontré un kunai desgastado y un pergamino extraño que, cuando apenas lo empecé a abrir, una luz salió despedida de un trozo de su interior, de ese diminuto que hizo contacto con el aire, con el exterior. La luz era tan cegadora y brillante... Cuando me animé a abrir mis ojos, supe que no habían pasado solo unos segundos.
Debió ser un sueño. Porque vi las cosas de manera tan extraña e inexplicable que de algunas no estaba cien por ciento seguro.
Se sentía como presenciar acontecimientos marchando uno tras otro, como si yo pasara las páginas de un álbum de fotos en orden inverso. Entonces de repente sabía todo, cada uno de los detalles de mi vida, de repente perdía el panorama completo y me asombraba por los pequeños dedos de mi hija Sarada tirando de mi largo pelo como si fuera la primera vez…
Mis acciones recientes se deshacían cual piedra demoliéndose; la nena que casi se caía sobre mí era atraída por el aire para volver a una zona frondosa y oscura; y la guerra, el asesinato de un hombre con líneas verticales bajo sus ojos; mi huida de una aldea, la rojísima masacre de personas similares en apariencia, y días ruidosos y fragmentados que mi mente no podía armar.
Cuando mi cerebro dejó de rebobinar todo lo que recordaba de mi vida, sentí mi garganta aún caliente. Y abrí mis ojos y vi el blanco techo; y alcé mi vista y vi mi último conjunto de ropa liso e impecable, doblado sobre una silla, para de una buena vez aceptar que no era ningún sueño o alucinación provocados por el extraño pergamino: lo había vivido.
¿De qué forma eran los árboles? ¿Estaban tupidos o desnudos como en un típico invierno? ¿La nieve era la que cubría el sendero o eran las hojas otoñales? ¿La niña era una niña o un niño? ¿La luz me cegó cuando toqué el pergamino o cuando apenas lo empecé a abrir?
Los detalles de mi más joven recuerdo se estaban yendo sin que lo quisiera, dejándome incógnitas e hilos sueltos, pero suspiré aliviado cuando en mi memoria se quedó algo, algo que de inmediato se convirtió en lo único certero que sabía.
Todo sucedió por tocar un pergamino.
En fin: Mi idea en general era la típica: Sasuke regresa en el tiempo. Pero pierde la memoria.
