A pesar de hallarme en un lugar desconocido, sin recordar nada más que la razón que me había transportado, o herido, para despertarme acá, cerca de un amable anfitrión cuyas intenciones ignoraba, quería dormirme, realmente quería cerrar los ojos y despertar en un paraíso que solo mi subconsciente recordaría. Suponía yo que sería un mundo en el que no había conflictos, ni villanos, y todo era felicidad, y había familia viva (¿mi familia había muerto?), amistades sin ocultos y egoístas beneficios (¿había sido yo una persona con planes que nadie entendía y peones de los cuales me deshacía o…? «Me gusta más esta teoría»).

«¡Ahora no, idiota!»

De no ser por mis instintos de supervivencia recordándome que no me podía volver a dormir y confiarme de quien fuera que me hubiera encontrado, de seguro hubiera caído sin ceremonias en los brazos del dios de los sueños.

Seguía con mis fuerzas casi en el mundo de la inexistencia, pero mi oído era uno de los sentidos que todavía creía tener. Y un crujido a varios metros hacia la derecha lo confirmó.

—Kaa-san, ¿pued…?

—No. Quedate con tu hermano mientras lo reviso.

—¿Q-qui-quién… a-a-anda…? —Mi garganta no dio para más.

«Bravo, qué buena primera impresión das… quien seas.»

—No. No, no, no, no. No intente moverse.

Oí pasos, innumerables en el rango de unos escasos segundos. Una suave y pequeña mano se posó en mi frente, apenas dejándome ver su rostro enmarcado por un largo y oscuro cabello. Su voz fina y melodiosa la había delatado antes, no obstante.

—Escuche, Uchiha-san… —dijo ella, apartando su mano pero manteniendo su rostro, familiar extrañamente, a la vista.

¿Uchiha?

—Apareció en el umbral de mi hogar hace un par de días. Con todo esto del ataque me ocupé de usted en vez de mandarlo al hospital.

¿Ataque? La palabra me golpeó como una aguja pincharía mi cuerpo, queriendo insistirme en algo como si de un viejo amigo se tratara.

—No se preocupe —añadió con rapidez al percatarse de la rara expresión que debí haber puesto. No sé si sabría el porqué—: sé lo básico de cuidados y usted solo tenía fiebre. Ya pronto se debería recuperar.

—Gra-a-a… —Ella me interrumpió antes de terminar mi patético intento de agradecerle.

—No. No se moleste… —Sonrió, dulcemente. Quise sonreírle a cambio a la vez que alejarme corriendo.

Ella se aclaró la garganta.

—Debe estar hambriento: le traeré un poco de sopa.

Y se retiró.