Este fanfic está elaborado para el evento "Dulce o travesura" de la página de Facebook ShikaTema: Hojas de Arena. Las opciones que elegí fueron: 2, 11 y 12 (Las imágenes de la portada, son las que me tocaron)
Nota: está historia está escrita en primera persona, narrada principalmente desde la perspectiva de Shikamaru. Algo importante que deben saber, este fic presenta un tema delicado: la locura, por lo les pido que lean con precaución, si te sientes incómodo/a, sugiero que dejes de leerlo.
Me disculpo por los posibles errores ortográficos.
Sin más, disfruta de la lectura
La bifurcación del tiempo
El ruido insistente de pisadas inquietas corriendo por el piso de madera de la planta baja y también por el pasillo de mi habitación me despertaron, perezoso me quito las sabanas y miro al reloj de oro plegado en la alta pared, marca las siete de la mañana, me extrañó de que mi madre no exclamé a voz alta de que me despierte. Afino mis oído al escuchar la voz de mi madre quien ordena a una de las sirvientes traer los mejores manteles para adornar la mesa grande. Desconcertado abro los ojos, usaría el mantel para las visitas importantes, como por ejemplo la reina, que siempre viene a visitar en casos excepcional, era razonable después de todo mi padre trabajaba como consejero. Aunque mayormente la visita se daba en la sala real, en la comodidad de la reina y el príncipe que era un problemático que siempre se estaba escapando de las clases reales. El golpeteo detrás de la puerta interrumpieron mis pensamientos, la voz de mi madre me apremia.
– Sí, sí. – Digo desganado.
– Te quiero en la sala en cinco minutos, bañado y cambiado con tu mejor ropa.
Antes de reclamar dos mujeres entraron descubriendo mis mantas y me levantaron para desvestirme, mi madre sabía que no estaría en la sala en cinco minutos. Con el mejor traje que consistía en un yukata de color verde y mas oscuro se volvía al acercarse al final del borde, plasmado en la tela el significado de mi apellido y del bosque Nara, ciervos. Mi cabello negro y liso que llega hasta los hombros aproximadamente, fue amarrado en una cola la mitad dejando el resto suelto.
Baje encontrando a mi madre dando órdenes siniestra y una de las empleadas me dejó sobre la mesa de la cocina mi desayuno.
– Shikamaru deja de comer, iremos al castillo. – Mi madre vestida con un kimono verde claro con pétalos rosas, con el mismo peinado que el mío.
– Entonces porque tanto grito desde muy temprano. – Dije molesto y no comprendiendo el porqué había preparado la gran sala.
– No cuestione y date prisa que tu padre nos espera en la carroza.
El viaje fue en silencio, miraba por la ventanilla las nubes blancas y esponjosas, esperaba algún día ser una para no tener el fastidio de vivir, escuchar las quejas de mi madre ni los problemáticos de mis amigos, ni estudiar para ser el reemplazo de mi padre. Solo el pensarlo me da pereza.
Mi bostezo quedó a medias al sentir un golpe que hizo brincar a la carroza, debió ser una piedra o un hoyo en el camino. Nuevamente la carroza se agitó despertando de mis ensoñación, miro a mis padres que están sentados frente a mí con el rostro preocupado.
– Shikaku. – Llamó mi madre uniendo sus uñas al asiento acogedor dejando caer su abanico que hace segundo estaba reposado en su regazo..
– ¿Qué está ocurriendo?
Yo también esperaba una respuesta sosteniendo del asiento y la mirada en mi padre que también se sostenía de algún lado de la carroza que aumentaba la velocidad y por el ruido de afuera podía apostar que había un alboroto, curioso saque la cabeza por la ventana corriendo la cortina notando que el camino que estaba tomando era equivocado, estábamos en el mercado que al trote de los caballos destruía todo a su paso y las personas corrían a salvo de tal tamaño de los caballos negros.
– Shikamaru. – Mi padre me metió adentro tirando de mi ropa. – No vuelva hacerlo. – Me amenazó. – Veré que sucede. – Giró su cabeza atrás de dónde estaba sentado, quitó la cortina de la ventanilla pequeña que conectaba con el jinete. – ¿Qué es lo que sucede? – Preguntó pero por su sorpresa supuse lo peor, escuche un peso muerto golpear contra el suelo. – Debemos huir. – Dijo en un susurro, recorrió por completo la cortina de la ventana, analizó la situación y en unos segundos abrió la puerta del lado de mi madre que asustada miró a mi padre como yo. – Cuando yo les diga saltan. – Mi padre envolvió el cuerpo de mi madre con sus brazos y la pegó a ella. – ¡Ahora!
Un silenció inundo tal loca acción y a la vez la única forma de salvarnos de aquel rapto, como sí tuviera el poder de detener el ritmo del tiempo, la escena que ocurría frente a mis ojos pasó lentamente, Vi a mi padre saltar junto a mi madre que pegó un grito por el susto, como un espectador solo observe sin la sensación de yo haber hecho lo mismo. Era extraño porque había tomado impulso para arrojarme literalmente al vacío pero algo me detuvo. Era una soga que enredó mi cuello y me empujo con fuerza lejos de la salida, golpeando mi espalda contra el otro extremo de la carroza, pataleo e intente quitarme la soga que me corta la respiración, abro los ojos con sorpresa tardía al notar que no hay soga física que me enreda al cuello pero siento que algo me aprieta. Mi vista se nubla y mis fuerzas de resistir fallecen, el sonido de afuera: de las gentes alborotada por el escándalo, el duro y seco golpe de los cascos de los caballos, el ruido de la carroza agitándose; todo se vuelve en un silbido chirriante y la voz desgarradora de mi madre llamando por mi hace eco en mi cabeza.
...
La dura superficie además de un incómodo frío que inunda todo mi cuerpo y más mi frente me hizo despertar, me encontré en una absoluta oscuridad, al restregar la humedad en mi frente con el dorso de mi mano, reconocí el frió de un líquido que caía de una abertura del techo.
Me levante sosteniendo de mis brazos, me sentía adolorido y cansado más de lo normal, sentí la dureza del piso y frió por el tacto de mi mano, la única luz que entraba en esa prisión fría es por donde entraba aquella gota que caía de forma constante y creando eco. Al recordar los hechos me di cuenta de la situación, me levanté de forma rápida provocando un mareo por la brusquedad pero no me detuvo para rodear la cueva en busca de una salida de forma desesperada.
– ¡Auxilio! – Grité al darme cuenta que no había salida más que aquel agujero pequeño del techo, no sabía que había ocurrido con mis padres ni sabía donde me encontraba o quienes eran mis raptores y la pregunta que más me ocupa la mente era qué es lo que quería conmigo, yo no soy el heredero del trono del reino Konoha, solo soy el hijo del consejero, sucesor de mi clan pero nada más que eso, un sucesor que podría ser reemplazado, como una pieza, como un peón cualquiera.
...
Cuento los días desde que me desperté a través de la luces que entra en el agujero que solo entra el aire necesario, la gota de agua que con paciencia al juntar en mi mano puedo beberla, mi único alimento, mi calendario también. Había pasado tres días desde que me desperté y me dí cuenta que nadie vendría a visitarme, ni mis captores ni un salvador, al segundo día deje de pedir a grito el auxilio al vacío, mi garganta la sentí seca y rasgada, el hambre es mi tortura como también la cueva vacía con el eco del agua. No es que tenga miedo de la oscuridad, en realidad la siento tan familiar. El problema es el silencio, la hambruna junto el único sonido que crea eco todo el día y la noche, aturde mi cabeza que cada vez pierde la cordura aunque intento concentrarme recordando los juegos mentales que mi padre me enseñó desde muy pequeño. También me mantengo cuerdo recordando mi feliz niñez, mis amigos y mis problemáticos padres. Como aquella vez que mi padre me llevó al palacio, debido a que mi madre quería que pasara tiempo conmigo, me dejó indagar y buscar lo que más me hacía sentir acogedor. Mi madre al enterarse, jalo literalmente la oreja de mi padre.
Recorrí todo el palacio hasta encontrar un buen sitió para descansar, el pasto verde debajo de la sombras de un gran árbol me tentaba, y por qué no. A los minutos que cerré los ojos para conseguir el anhelado sueño, después de ver mis preciadas nueves recorrer lentamente el cielo. Sentí la presencia de alguien muy cerca de mí, al abrir descubrí un niño rubio con ojos claros mirarme de forma pícara, cerré un ojo y con el otro lo mire preguntando qué quería, él solo rió aumentando más mi curiosidad que antes de agregar algo me reto. Una pequeña travesura que me dejó días castigado por ayudar a arruinar la presentación de su alteza, la ironía es que el diablillo se trataba del nieto de la emperatriz que descubrí que fue peor castigado, todo los días debía terminar de leer un libro, para mí eso me tomaría sólo unos minutos pero para el niño travieso le tomaba tres días y más, depende del grosor. No era un objeto, ni mucho menos una persona que te lleve a buen camino como mi amigo de infancia, pero debía admitir que me acogió en ese palacio que vibraba una gran tensión.
Tan solo recordar toda las travesuras que hicimos junto con Chouji, a pesar de los constantes castigos y gritos de mi problemática madre, me llenaba de una sensación cálida que nunca creí que fuese necesaria, hasta ahora.
Mis labios se curva en una sonrisa mientras que mis ojos vagan en el techo sumergido de oscuridad, acostado en alguna parte de la cueva, lejos de la gota que aun lo puedo escuchar como si estuviera cerca de mi oído. Mi respiración es lenta, mi pecho sube y baja constantemente por el poco aire que habita, a veces sentía que acabaría sofocado, ese sería mi muerte, estaba seguro y estaba preparado, o tal vez moriría por la temperatura baja de mi cuerpo, después de todo mi ropa está mojada por mi sudor y la humedad de la cueva, la tela delicada y cara ya no cumple con su función de abrigar.
Cierro los ojos aun manteniendo la vaga sonrisa al recordar mi niñez junto a mis cercanos.
...
Han pasado dos días más, o tal vez más días… mis recuerdos son un caos, mezclar uno con otro y el eco de la gotera me es familiar más que mi propia voz que me extraño mi tono al hablar con mi nula sombra.
El olor de mi residuo ya no es ni una molestia, la humedad es ahora mi abrigo, es más constante la charla que tengo con mi sombra, la cual se ha resignado a hablarme, es muy positiva, me dice que debo mantener toda fe que algún día seré rescatado. Yo solo espero que sea antes que las ratas me coman a mi. Sí, ratas, mi sombra inocente no lo cree, pero antes de poder despertar por mi mismo sentí como algo andaba por mis piernas buscando la forma de entrar entre mis ropas y hacer la suya. Di un salto ante la sorpresa de verme inundado por la rata gordas y sucias. No vi ni un animal asqueroso en toda mi vida, aunque sí en libros pero es muy diferente. Me escondí en un rincón intentando que ella no me note, me fue difícil y al aceptar vivir con ellas, mi instinto de supervivencia me habló: ser comido o comerlos a ellos.
Al principio el terror y la asquerosidad podían conmigo pero el hambre me permitió sostener a una, inquieta se movía chillando acompañando a sus amigas que recorrían la cueva buscando lo que al principio yo buscaba, que tontas. Me arme de valor para dar un mordisco entre su cuello y espalda de la rata que rasguño mi mano que la sostenía, su fuerza se debilitando cuando tuve que apretar mis dientes a su cuerpo peludo que me dio mas de una arqueada. La sangre corrió por mi mano, boca y al suelo. El olor alertó a las otras que como si fuese su amo sentí que me rodearon, pensé que me iban a reclamar al matar una de su camaradas pero mi sorpresa aumentó más al ver como un pedazo, la cabeza, de mi cena o almuerzo, la noción del tiempo ya no es mi compañera, fue atacada por sus compatriotas que se peleaban entre ellas. Yo le acompañé en el festín, a pesar de las náuseas, mi estómago lo aceptó. Es por eso que el olor de mis residuos, la sangre, mi sudor, la humedad, el chirrido de las ratas que aumenta cada día en vez de disminuir, el eco de la gotera, el hambre que a veces cedía, la cueva. Todo me era ya familiar. Sentado con la espalda recostada en uno de los fríos muros miro a las rata que pelean por un pedazo de carne de una de sus amigas que lo he lanzado al saciar un poco mi hambre, ese era mi único espectáculo para distraerme de la monotonía obligado a vivir desde que me privaron de mi libertad.
Solo el de verla me llenó de nostalgia al pensar que ya no podré ver las nubes, el sol nacer y esconderse, mis problemáticos amigos; sobre todo la voz de mi madre era una de las cosas que más extrañaba.
...
No se cuanto días han pasado pero lo único que sé es que las ratas, mi comida, está disminuyendo, quedan muy poca, debo admitir que ya no recuerdo el sabor de la caballa ni los dulce, el único sabor que me abre el apetito son la ratas que cada vez son consciente que soy su predador. Mi cabeza es un lío de pensamientos, uno dice que mate a todas las ratas antes que ella me coma vivo, antes que se levante contra mi. Otra voz dice que no debería preocuparme después de todo soy el primero en llegar a esta cueva. Otra me pide que beba su sangre como la última vez, beberla como agua, la gota ya no cae más. Otra me pide que me concentre, que piense quien o como entraron las ratas. Todas ellas me hablan a la misma vez, todas gritan para que le preste atención, todas se hacen escuchar pero no comprendo lo que dicen y las ratas con su chirrido me piden piedad. Todas a la vez.
– ¡Callar! ¡Silencio! – Gritó harto de escucharlo. Las ratas se callan y me miran con sus ojos rojos, juzgando mi comportamiento, cuando ellas hicieron el peor acto, se comieron a sus hermanos. Solo esperan a que yo cometa el acto, y cuando arrojó el resto ellas las comieron como si me dijeran que no hay que desperdiciar nada. Ellas son peores que yo.
– ¡Sucias ratas!
Me levanto furioso arrojando mi furia a las ratas que huyen despavoridas de mi camino. Mi cabeza choca contra uno de los muros, una sensación de aturdimiento me deja extasiado, me permite escapar de la realidad. Descubro lo que me gusta, jalo de mi cabello suelto y despeinado, explotó en varias carcajadas ante mi nueva droga. Al notar una rata pequeña cerca de mí, lo atrapó de forma fácil, mi agilidad se benefició de la cárcel que estoy viviendo. No tengo antojo de comer, pero mis deseos son otros. Lo arrojó. El sonido de su cuerpo pequeño chocando contra la pared resuena apagando el chirrido que advertía su doloroso final, mis ojos que ya están acostumbrados a ver entre la oscuridad, notan la mancha de sangre que salpicó a mi rostro extasiado que no oculta mi felicidad ante mi obra.
– ¡Soy un pintor! – Grito en busca de aplauso. – Es que no ven mi obra. – Molesto me giró a ver a las otras ratas que me miran con sus ojos brillantes, tengo la sensación que me están juzgando, miro mi obra y veo el problema. – Es pequeño. No hay problema. – Me giro en busca de más pintura para mi obra, para que sea de gran aceptación ante mi público exigente.
...
Las paredes ya no son de color de la roca, ya no son azul o negro, ahora es de un tono rojo, el olor a putrefacción no se debe a mi sombra, aún no la mate a pesar que su insistente pensamiento positivo me tiene harto al igual que mis otros camaradas que tienen ahora la educación de hablar por turno. Los chirridos de las ratas en algún punto se dejaron de escuchar al igual que la gotera, no se cuando. Estoy furioso, las ratas huyeron sin ver mi obra de arte terminada, solo están de espectadores el cuerpo destrozado, corrijo, la fuente de mis pinturas rojas; las tripas que felicitan por mi arduo trabajo, aunque yo creo que solo se están halagando a ella misma. Miro mis manos, estas están con sangre, miro mi traje, por su puesto. Debí haberlo sabido. Yo también soy parte de la obra. Rió con todo mi esplendor alzando los brazos. Los aplausos llenan el escenario y como master me inclino ante mi amado público.
– Para la próxima les tendré una gran sorpresa. – Les prometo, para que no se molesten por la espera.
Ya tenía en mente en qué consistía pero necesitaba un cuchillo, algo filoso. Necesitaba pintar el techo del mismo tono, la luz haría el resto del trabajo. Los huesos de las ratas eran pequeño y delgado, no me servirán de mucho pero me dio una idea, con el piso la fui raspando, una que otras se rompieron por la mitad pero no me rendí, mi falta de concentración se debía a las voces y a mi sombra que daban sugerencias y no me dejaban hacerlo por mi mismo.
No me importó no haber dormido, complacido de tener mi pincel ahora solo faltaba la pintura. Enrolle la manga de mi vestidura manchada de sangre y otras porquerías. Alce mis manos a la luz para encontrar mi notable venas, feliz de hallarla en un pestañear, alce mi pincel concentrado en el objetivo, ignorando mi sombra y las otras voces. La bajé lentamente, quería darle un gran espectáculo.
– Bienvenidos espectadores, han venido antes de que termine pero ni una sinfonía comienza sin público. Hoy les mostraré una gran escena.
Los aplausos fueron los que callaron a los que negaban que continuara con mi espectáculo, las ratas son grandes aficionados a este evento, he de admitir que al saberlo lo ocuparía como espectadores.
El filo del hueso se hundió en mi piel, el momento se acerca.
Continuará
