5-. El día que se acabó el amor
Asuna Yuuki debate con el Alto Consejo Femenino.
—Pues parece que le funcionó.
Admito que comía la Nutella que Kazuto llevó a bocados, con total descontrol, como si fuera un oso, pero debes entenderme. Soy humana. Aunque me hayan conocido como Stacia, la Diosa de la Creación durante doscientos años.
Aún con otros doscientos, sé que nunca seré tal cosa.
Porque mi corazón perteneció a mis súbditos del Reino Humano y al rey de reyes: Kazuto Kirigaya. Incluso en este momento, es la causa de mis malestares y bondades.
Aprendí que los dioses también pueden sangrar, aunque el mito los engrandezca.
Parece una broma de mal gusto. ¿Cómo puedo compararme con Dios y hablar de ello sin temor al pecado? ¿Al castigo? Tan solo con reconocer mi humanidad. Aunque si hablásemos de un Dios gatuno, ese probablemente serías tú, mi amado Kenji. Escuchar las confesiones de una chica es una demostración más de nobleza de tu parte —y por ende, de los animales— sobre nuestra especie.
Claro, y como humana tengo debilidades. Unas comprensibles. Otras, meras tonterías; y unas pocas, estupideces. Por mencionarte algunas: le temo a los fantasmas; amé acurrucarme en el pecho de Kazuto; incluso tus pequeñas orejitas negras.
Y el chocolate. En especial la Nutella.
Así que como comprenderás, mi obligación era disfrutarla. Después de días tan difíciles, el azúcar del chocolate es un remedio efectivo. ¿Qué esperaban mis amigas? ¿Qué la botara? Acabaría en el infierno si me deshago de semejante delicia. Las recriminaciones de Liz por dejarme comprar hicieron que quisiese comer más.
—No va a comprar mi amor con un par de tontos obsequios. —aclaré.
—Entonces. ¿Por qué te la comes?
—¡Botar Nutella es un pecado mortal! —la acusó Silica como una hereje en plena inquisición, señalando con el dedo.
—Chicas, eso no es lo que importa.
—¡Claro que sí! ¡Yo también quiero!
—Ya te regalaré cuando estes en tus días, capitana —expuso Argo—. ¿Qué harás ahora Aa-chan? ¿Vas a oficializar su ruptura?
Me tomé un tiempo para contestar. Todavía era optimista porque para mí, Kirito fue el caballero de las mil oportunidades. El único que estuve dispuesta a perdonar, incluso por encima de mi propia familia. Mucho se afirma que las chicas debitan mayor sufrimiento al amor. Pero Kazuto también sufrió nuestras ausencias. Enfrentamos la muerte al límite en sacrificio mutuo, y hemos demostrado merecernos. Con tan solo mirarlo, sabía que él también lo sentía.
Lo que sí es cierto, es que nuestra manera de amar es diferente; nos entregamos de maneras que no sospechan. Sí. Muchas veces, no comprenden nuestro lenguaje corporal, ni el significado detrás de las palabras. Solo quería escucharlo decir que no le importa mi pasado y que me amaba.
¿Era descabellado de mi parte esperarlo?
La vocecita en mi cabeza estuvo de acuerdo en que mi relación cuatro días atrás, era simplemente perfecta, y que era comprensible la actitud de Kazuto. Estaba segura de que en algún momento me amó; que llegó a extrañarme; que signifiqué algo para él. Pero temo que una relación no sobrevive de aspiraciones etéreas. Es un juego constante entre la verdad visible, el orgullo y los hechos a su alrededor. Puedes mirar al espejo, y encontrar a tu yo ingenuo y soñador, frente a la razón pura. Somos conscientes que ambos buscan destruir y vencer, aunque se traten del mismo ser.
La otra Asuna dicta que lo perdone sin más —y en un momento casi me convence—. Sé que ninguna de las dos es dueña de la verdad, por lo que decidí jugar en la neutralidad. En nombre de lo que vivimos, merecía la pena intentarlo.
—No —dije con suavidad. Se dibujo en mi rostro una breve sonrisa mientras acaricio al cómplice de mi novio—. Voy a darle un chance más. Lo citaré y nos veremos mañana.
—Ese Kirito… eres muy dulce, Asuna.
—Hmm. Quizás el chocolate tenía demasiado azúcar.
Mi móvil vibró con su mensaje, pidiendo la dirección y la hora donde nos veríamos al día siguiente. Le conteste distante. No quería darle demasiados bríos. Eso lo quise reservar para nuestra próxima noche.
Una que nunca llegaríamos a disfrutar.
A la mañana siguiente, hice mi mejor esfuerzo por verme bien.
No sé explicarte la razón que tuve para convencerme de que todo se arreglaría. Supongo, tuve expectativas sobrevaloradas acerca de Kazuto Kirigaya. Ahora solo puedo contar los pedazos de mi alma en lágrimas. Podía recordar y sentir su olor; la densidad de su piel; el calor de sus manos; el sabor de sus besos. ¿Cómo olvidar la sensación de unión perfecta entre nuestros cuerpos? Cada que me acurruqué en su pecho, era como si fuera hecho para mí. O eso sentí cada vez que escuchaba su respiración tranquila aquellas tardes otoñales.
Acaso, ¿me enamoré del Héroe de Sword Art Online, y no del hombre tras los datos? ¿Acaso Kirito solo es una de las máscaras del hombre que amé? O acaso, ¿fue la palabra nuestro mayor enemigo? Es entonces cuando lo entendí: La perfecta mentira, supera la verdad visible. Es como una lluvia que arrasa con la suciedad, y muestra la nueva verdad. Cuando eres incapaz de mirar al espejo, y hacer del amor tu arma, no hay quien no se ahogue en la tormenta. Por eso, ahora solo tú eres mi confidente. Mi compañero. Sé cuando quieres mi atención. Eres honesto en tus emociones.
Cuando salí de casa, fui directo a la consulta. Es curioso que haya sido el mismo hospital donde pude verlo por primera vez. Kazuto ya estaba allí, como lo supuse. Te mentiría si niego que mi corazón fue recorrido por la calidez de los diamantes de sus ojos grises. El arrebato por acurrucarme en su pecho por poco nubla mi mente. Me saluda con una sonrisa de estrella, empleando su tono dulce.
—¿Vamos? —preguntó, extendiéndome su mano.
De inmediato noté su mirada, en busca de una señal del anillo. Es como si la tierra de las hadas fuera su propio reino. Me limité a caminar juntos. Esa seguramente fue la razón de que todo el personal no quitara el ojo de encima a nuestro andar. Ser sobrevivientes de SAO hizo que nuestras visitas fueran constantes, y, por consiguiente, casi todas las enfermeras y médicos nos conocen. Más, si dejaba flores mientras estuve inconsciente, o eso me dijeron. Pero la energía en sus ojos era distinta. Acusadora. Como si supieran que estaba a punto de romper con Kazuto Kirigaya. El mismo hombre que me salvó la vida. El mismo que abrió mi jaula de oro. El mismo que me obsequió la rama del árbol del mundo, y quien ha luchado mil batallas en mi nombre.
O acaso… ¡¿Pensaban que estaba embarazada?!
Me mire en el espejo que había en la sala de esperas. Y te puedo asegurar que no vi nada extraño. Ni que la Nutella engordase de la noche a la mañana.
—¿Está todo bien?
—Sí… digo, ¡claro que no! —mascullé, tomando una de las hojas del mostrador antes de sentarme.
Pestañeé y cogí mi móvil.
—De verdad lo siento, Asuna.
Pestañeé otra vez. Fue demasiado fácil.
—Yo también siento haberte gritado.
—Quiero que sepas que me siento fatal. No debí haberte dado aquel anillo ni el chocolate.
—Momento —susurré—. ¿Te estás disculpando por intentar comprarme?
—¿Por qué otra cosa debería hacerlo? —dijo, mirándome con desconcierto.
Clavé el bolígrafo sobre el papel, y respiré hondo.
—¿En serio no hiciste alguna otra cosa mala?
—Asuna, ya te lo dije. Entre Alice y yo no hubo nada en los seis meses que estuvo cuidándome —replicó—. No hay, ni habrá nada entre nosotros.
—¡Ella gusta de ti!
—Y Sugu también.
—¡¿Qué?!
—¡Baja la voz! —masculló—. Eso no pasó a mayores. Ella siempre supo que no se podía, y que yo te quiero es a ti. Ambas lo saben.
—Escúchate por Dios. Me recriminas y tú también tenías secretos.
—Yo no tengo ninguna ex —aclaró con firmeza—. Eres mi primera y única novia. Te quiero solo a ti.
—¿Te das cuenta? Me pides que te crea, cuando tú no puedes.
—Pues deberías. Tú no puedes decirme lo mismo —aclaró cruzado de brazos, para luego fruncir el ceño—. Has estado con este tipo por dos años en la misma aula. Tiene contacto contigo. Te escribe, y nunca me dijiste nada. Ni en la escuela, ni en Aincrad. Yo sí he sido transparente contigo.
Yo no podía creer lo que me estaba diciendo. Su voz era cada vez más distante al oído de mi corazón. Sentí el veneno del amor maldecido. El hombre con el que me casé, al que le di todo, me puso en tela de juicio.
Tuve que empujar las sílabas a través de la garganta.
—Escucha bien esto, niño —dije, controlando las ganas de gritarle—. Yo puedo tener amigos. Él ya tiene pareja, a parte.
—¿Entonces felices los cuatro? ¿Intercambio de parejas o qué?
—No seas estúpido —replique—. ¡Y sí, mentí! Nunca te hable de eso, ni tampoco de él. ¿Sabes por qué?
—Sorpréndeme.
—Porque no tiene la más mínima importancia —apunté, girándome para verlo de frente—. Yo jamás he tenido ojos para otro que no seas tú. Yo me casé contigo, y lo volvería a hacer. En este mundo, o en el otro. Me da igual donde sea. Te lo he dado todo.
—¡Mujer, te di mi virginidad, no sé qué más quieres de mí! —agregó.
—¡Lo estas arruinando con tus acusaciones estúpidas!
—Quien sabe si tienes otros por allí.
—¡¿Qué estás insinuando?!
—Como ocurrió lo nuestro, seguro que lo hicie…
¡Paf!
Ocurrió en un instante. Mi brazo se movió en un acto de ira y ofensa. El ruido sordo hizo que todos los presentes voltearan, chismorreando el espectáculo. Era de esperarse, por supuesto. En una sociedad donde las discusiones se manejan a puerta cerrada, no podían darse el lujo de perderse de semejante espectáculo. Lo había abofeteado con todas mis fuerzas. Quedo totalmente desconcertado. Aquellos ojos eran de real desconcierto, al tiempo que tocaba el punto del golpe. Si no fuera por nuestro público, hubiera dado otro golpe de gracia, cuando a penas se estaba recuperando.
Cogí mis cosas. No quería permanecer un segundo más allí.
—¡Asuna!
—¡No me toques! —dije en voz alta, tratando de controlar los espasmos de mi garganta—. No vuelvas a hablarme. A llamarme. A verme o si quiera a pensarme. Esto se acabó, Kazuto Kirigaya.
—Ya lo sabes, Kenji —digo en mi cama con lágrimas en los ojos. El gato me mira con sus pupilas como pelotas de golf, entre ronroneos—. Dime… ¿qué hice mal? Porque yo no lo sé. ¿En qué fallé? ¿Caí en las garras del demonio, disfrazado del hombre de mis sueños? Por favor… dímelo.
Lo que hizo el gato calentó mi alma. Se irguió sobre sus cuatro patas para frotar su cabeza contra mí rostro, secando mis lágrimas con su mullido pelaje. Dio pequeñas lamidas, y luego se acostó cerca de mi pecho, buscando que lo acariciara. Da pequeños mordisquitos a mis dedos, y me regala su calor y ronroneos. Cuando un gato hace algo como eso, no solo confía en ti, sino que te considera su persona de confianza, y como tal, reconoce que no me encontraba bien,
Porque hoy, he perdido a mi compañero para siempre.
Kazuto Kirigaya enfrenta al infame dúo
Por un momento pensé que todo terminaría de ese tamaño, y podríamos seguir con lo nuestro como siempre. Así como creí que nuestro amor era mucho más grande. Creía que siempre fue mi Asuna. Mi bella diosa Stacia. Y para ella, yo por siempre sería suyo. El rey de las estrellas, quien solo era súbdito de su mujer.
—¿Se puede saber qué hacen?
Me encontré con ellos cerca de la tienda de electrónica. Kazemi leía un material bochornoso en plena calle. No entiendo cómo no fuimos capaces de quitárselo. Quizás la estima hacia mis compañeros de juego era exagerada, pensándolos como mis hermanos, primos, o colegas de suburbio, que me ayudarían a reconquistar a mi belleza de turno. Por supuesto, se me olvidó un pequeño detalle.
Por norma general, suele salir mal.
—Me estoy documentando. —me contestó Kazemi.
—¡Estás leyendo Cosmopolitan!
—¿Acaso me estás diciendo mariquito? ¡Eso es muy grave en este siglo! —dijo, con la posición de la muñeca partida en su brazo derecho.
—No tiene nada que ver con tu orientación sexual. —dije de mala gana.
—Sugeriste que aprendiera más de mujeres. ¿Qué mejor forma que leer algo hecho por, y para ellas?
—¿Qué chingados te puede decir que sea útil?
—Bueno, mira esto, por ejemplo. "¿Por qué nos excitamos después de discutir con nuestra pareja?". ¡Así que seguro fue tu mejor momento, colega!
—¡Campeón! —dijo Klein—. ¿Cómo te fue con tu Reina de la Creación, Stacia?
¿Por qué no los golpee en ese momento?
O más bien; ¿Por qué decidí escuchar el consejo de personas con claros signos de lunatismo, direccionados por su creciente y más evidente creencia esotérica de tener útero para entender a las mujeres?
Les conté lo ocurrido. Ahora que juzgo la cara de Agil, seguro se formuló la misma pregunta que yo. Klein y Kazemi se mostraron decepcionados de no encontrar respuesta sobre mi apasionada —e inexistente noche de "violencia sensual" —, más que por mí situación con la Reina de reinas. Mientras me desahogaba, me dio tiempo a recordar todas las ocasiones que Asuna uso su vestido de Stacia, y cómo me quedaba admirando su belleza esbelta por segundos, en un mar de horas. Verla desfilar por el vestíbulo era un espectáculo que difícilmente puedo olvidar. Los ambientes del castillo de inmediato se inundaban con la energía de su sonrisa; su andar simétrico y el baile de su cabello castaño rojizo al compás de las hojas de otoño. Siento vergüenza de solo recordarlo. Debió verme como un jovencito que espía chicas desde las esquinas. Muchas veces, deseaba que el tiempo pasara en un pestañear para encontrarla cepillando su cabello en la alcoba.
Esto es lo que sentí, y siento incluso ahora. Amor. Tan simple, y fuerte como eso. Cualquiera que nos viera no lo entendería, pues se acusa al amor como un proceso largo y tedioso. Creen que es un trámite absurdo, y que únicamente debemos disfrutar del momento de felicidad que te brinda la noche. Pero Asuna y yo vivimos momentos difíciles, más de los que se puedan tener conciencia en una sola vida de pareja. Incluida la posibilidad de perder mi propia vida. Por eso, no imaginé que una ruptura fuera posible. Mi reina, mi diosa, el gran amor de mi vida, ya no era pura, ni para mí.
Enterarme que Asuna Yuuki no me tuvo en el pedestal que yo la tenía, fue lo más duro.
—Es evidente que no lo pensaste bien. —dijo Klein.
—Totalmente. De otra manera, la Nutella no fallaría. —aseguró Kazemi.
—¡Estúpidos! Fue precisamente lo que no estuvo bien. ¡Nada de eso tuvo sentido alguno! —apuntó Agil—. ¿Qué otra cosa iba a suceder? Es obvio que Asuna se ofendería. No debiste hacer como si nada pasara.
—Sirvió para conocerla.
—Yo no diría eso tan a la ligera —puntualizó Agil—. No le faltan pretendientes guapos.
—Pues muchas gracias. —dije.
—Lo que te quiero decir, es que Asuna no es así —explicó Agil—. Hombre, prefiero creer en los extraterrestres, a que te engañó.
—¿Qué sugieres?
—Primero, no escuches a los lectores de Cosmopolitan. Ella es una gran mujer, y eso no se consigue en el supermercado, ni en cualquier esquina. Ustedes han sufrido mucho, y han superado barreras como para dejar desaparecer el amor tan fácil.
Klein y Kazemi discutían con Agil sobre sus gustos literarios. Me despedí y salí sin decir más.
La verdad es que no podía sentir otra cosa que desengaño, cuando descubres que la verdad se sostiene sobre los pilares de la honesta debilidad humana. No podía negarlo. ¿Hasta dónde llegaba la apariencia? ¿Qué es realidad en su historia? Mi amor por Asuna en aquel momento lo asumí como un veneno que me deja sin aliento. El mismo que me consumió cuando tuve el tiempo suficiente para entender algo. Nunca volvería a encontrarme con Eugeo. Y ahora, me aleja de mi hermosa reina de otoño. Pude percibir como el exquisito sonido de la danza naranja y ocre entre la maleza se aleja mientras la pienso. Solo queda el silbido del silencio.
Dichoso el ciego. Dichoso el sordo; que nada tienen que sufrir a causa de lo que toca ver y oír.
En casa apenas entré por el portal, Suguha me regañó. Me limité a dejar que se desahogara acerca de mi estúpido método para arreglarme con Asuna.
—¿Qué pasa por tu cabeza? —inquirió Suguha—. ¿Cómo eres capaz de poner en tela de juicio las palabras de Asuna? —dijo. Intente escabullirme directo a mi habitación, pero ella me cogió por la muñeca—. ¡Habla!
—Para ti es muy fácil. Asuna mantuvo un hombre en secreto por años, un hombre formó, o forma parte de su vida ¡Un exnovio! ¡Y en Sword Art Online, antes de unirse a los Caballeros de la Hermandad de Sangre! ¡Estudia en su salón, y es su "amigo"!
—¡Es un ex! Todos tienen.
—¡PERO YO NO TENGO NINGUNA! —grité, sacudiéndome su agarre—. Me demostró que tiene reservas incluso conmigo. ¡Y quién sabe si hay más basura oculta!
—Todos tenemos secretos —gruñó Suguha—. Si quieres mi consejo, échale tierra a este asunto. Y dile que no importa eso de su ex.
—No, si no es honesta con lo que siente.
—¡Sí que lo es!
—Vaya manera de demostrarlo.
Subí a mi habitación y me lancé a la cama. Cuando le pido el sitio a Asuna, me sorprendió su respuesta. Era el mismo hospital donde pude abrazarla por primera vez.
Aquella noche soñé con ella. La voz con que me llama por mi nombre, y su esbelta figura. La extrañaba más de lo que quería admitir.
Ensaye una disculpa todo el camino desde casa. Esa vez no quise llevar algo, pero tampoco dejaría nada sin decir. Necesitaba encarar a mi novia. Quizás lo que terminó de hundirnos fueran las afirmaciones de una perfecta mentira. Una diosa sin trono y sin súbditos, solo es humana. Una imagen en decadencia, como la de Kirito, el héroe de SAO. Y un mito desmontado, solo nos deja inmersos en un sendero de espinos, tan oscuro como el agujero al que nos expone una vida fallida. Es en esa soledad donde reluce lo peor de nosotros. Me llené de rabia, y me parecía correcto. Una intolerancia cuyo motor era mi amor propio. No estuve dispuesto a bajar las armas del guerrero, y sería mi propia espada, empuñando la palabra, lo que nos destruyó.
El amor, se hizo mi peor enemigo.
Asuna atravesó la entrada, y en seguida me puse de pie. La imagen de la diosa fue suficiente para despertar la poca cordura que me quedaba. La miré a los ojos, y encontré alegría debajo de aquel rostro inflexible. Fui llevado al pasado a través de ellos, y recordé aquella época. Por un instante, pude verla vestida de rojo y blanco, bajo la tutela del cargo de subcomandante, y me fue inevitable sentir un arrebato de cariño poderoso. Otra vez, sentí como si nos hubiéramos unido por primera vez. La pasión que despertó nuestro primer beso. La que me condujo a pasar una noche con ella. El jugador solitario, y la perfecta y pura líder. Sentí como si volviéramos a ser nubes unidas por el magnetismo. No pude evitar sonreír, y extenderle una mano.
—¿Vamos? —pregunté casi en titubeo, inocente.
Me fijé en sus manos pequeñas, pero con cuidados minuciosos. Era obvio que no tendría el anillo, pero guardé la torpe esperanza de verlo. Lo que no esperaba, era que impusiera distancia entre nosotros sin recibirme, sino que solo caminó a mi lado. Eso activó mis alarmas. El veneno recorrió mis poros, pronto a exigirle una disculpa por mentirme. Yo solo iba a disculparme de lo que yo me consideraba culpable. Me consideré la imagen campante de la moral, y la justicia.
Para mi infortunio, al ser el mismo hospital donde la visite innumerables veces, las enfermeras nos conocen. Aquí serví de apoyo a su recuperación. La acompañé en sus ejercicios, sin importar cuantas veces me pidió no ir. Dejarla sola era impensable para mí. Su agradecimiento vino después, pero no lo necesité. Asuna es una mujer valiente. Me enamoré no solo por su rol, sino también de su humanidad.
Y fue el amor sin criterio, el que me alejó de ella.
—¿Está todo bien? —pregunté. La vi examinarse en el espejo, y también de perfil.
—Sí… digo, ¡claro que no! —negó con firmeza.
Comenzamos con el pie izquierdo.
—De verdad lo siento, Asuna. —me apresuro a añadir.
Su rostro se ilumina. Y con ella, mi corazón da un vuelco. Por segundos, estuve a punto de no indagarla.
—Yo también siento haberte gritado.
—Quiero que sepas que me siento fatal. No debí haberte dado aquel anillo ni el chocolate…
—Un segundo —susurró—. ¿Te estás disculpando por intentar comprarme?
Me comenzó a molestar que dijera lo obvio.
—¿Por qué otra cosa debería hacerlo? —digo, arqueando una ceja.
Cuando clavó el bolígrafo en la hoja, supe que estaba lista para ir a la guerra. Y yo también estuve dispuesto a encararla.
—¿En serio no hiciste alguna otra cosa mala?
—Asuna, ya te lo dije. Entre Alice y yo no hubo nada en los seis meses que estuvo cuidándome —afirmo—. No hay, ni habrá nada entre nosotros.
—¡Ella gusta de ti!
—Y lo mismo ocurrió con Sugu.
—¡¿Qué?!
—¡Baja la voz! —dije, a pesar de lo suntuoso de mi revelación—. Eso no pasó a mayores. Ella siempre supo que no se podía, y que yo te quiero es a ti. Ambas lo saben.
Me parecía que la mejor forma de dejar clara mi transparencia, era decirle las cosas que no sabía.
—Escúchate por Dios. Me recriminas y tú también tenías secretos.
—Yo no tengo ninguna ex —aclaró con firmeza—. Eres mi primera y única novia. Te quiero solo a ti.
—¿Te das cuenta? Me pides que te crea, cuando no puedes hacerlo conmigo.
—Pues deberías. Tú no puedes decirme lo mismo —insistí cruzado de brazos—. Has estado con este tipo por dos años en la misma aula. Tiene contacto contigo. Te escribe, y nunca me dijiste nada. Ni en la escuela, ni en Aincrad. Yo sí he sido transparente contigo.
—Escucha bien esto, niño —dijo, controlando sus decibeles. El calificativo solo hizo que el enojo subiera—. Yo puedo tener amigos. Él ya tiene su novia.
—¿Entonces felices los cuatro? ¿Intercambio de parejas o qué?
—No seas tonto. ¡Y sí, mentí! Nunca te hable de eso, ni tampoco de él. ¿Sabes por qué?
—Sorpréndeme.
—Porque no tiene la más mínima importancia. Yo jamás he tenido ojos para otro que no seas tú. Yo me casé contigo, y lo volvería a hacer. En este mundo, o en el otro. Te lo he dado todo.
—¡Mujer, te di mi virginidad! —aclaré con firmeza—. ¡No sé qué más quieres de mí!
—¡Lo estas arruinando con tus acusaciones estúpidas!
—Quien sabe si tienes otros por allí. —siseé, ya entregado a mi odio.
—¿Eh? ¿¡Qué insinúas?!
—Como ocurrió lo nuestro, seguro que lo hicie…
Fui demasiado lejos. Y la ira no me dejo verlo.
No lo supe hasta que sentí un planchazo en mi cara que me volteó los ojos. Solo sentí una protuberancia en mi mejilla izquierda. No pude sentirla, aunque la toqué con mi mano desnuda. Lo siguiente que pude entender era que Asuna estaba cogiendo sus cosas en las sillas de la sala de espera. La bofetada fue suficiente para hacerme volver a la realidad, y encausarme la cólera.
—¡Asuna! —exclamó, tratando de detenerla.
—¡No me toques! —gritó—. No vuelvas a hablarme. A llamarme. A verme o si quiera a pensarme. Esto se acabó, Kazuto Kirigaya.
Sus palabras fueron lapidarias. Su amor también contamino con mi veneno. Ahora, me odiaba.
—Ahora la cosa es así. Soy un jugador solitario, justo como comencé. Me atrevería a decir que ahora estaría totalmente solo sin ti, Agil. Suguha me llamó para decirme que Asuna me bloqueó de toda red social. Mejor dicho, hasta de Myspace. Intenté buscarla en ALO, y descubrí que sus cosas ya no estaban en el banco común, y que tramitó el divorcio esa misma noche, Keiko y Rika también me bloquearon, no sin antes llamarme mezquino, e idiota viril. Y mis correos ahora van directo a una carpeta de spam, para ser eliminados.
—¿Qué esperabas si la trataste como a una cualquiera?
No supe que responder. Solo me recosté sobre la barra, estrujándome los ojos.
—¿Qué harás ahora? —pregunta Agil.
—Dame un té helado de Long Island.
Continuará…
