6-. Amor entre Bambalinas
Kazuto Kirigaya ahoga sus penas.
—¿Sabes lo que me estás pidiendo?
—Dame mi coctel.
—Kazuto…
—¡Dámelo! —grité.
Agil me arroja una mirada pesada. Penetrante. Seguro piensa que me volví loco del todo, y con gusto lo confirmo. Y quiero volverme loco del todo. Ya no hay motivos para mantenerse sano.
Enfermarme parece el único remedio para no asistir a lo que bien puede llamarse una Escuela de Víboras. Ya puedo ver sementales de los antiguos Caballeros de la Hermandad de Sangre, arrojándose como una jauría de lobos sin líder por un trocito del busto de mi exnovia, como si estuviera en celo. Otras vendrán a abalanzarse sobre mí, ansiosas por tentarme con caricias ocultas entre blasfemias contra Asuna, con tal de trastornar su recuerdo. Que no me merecía. Que era una rastrera. Que "a reina muerta, reina puesta". Dejan ver su ansiedad por examinarme en busca de un tatuaje oculto a la vista, o algún rasgo sensual. Cuando la verdad, lo único que quiero es convertirme en ratón y esconderme dentro de una madriguera del bosque Aokigahara, hasta que finalmente decida colgarme de la planta más cercana. Un final menos miserable para el idiota que hizo mérito en perderla que verla en los brazos de algún otro ex jugador de SAO.
¡Al diablo con todos y todas! ¡Al diablo su inmundicia!
El sonido estridente del vidrio contra la madera me despierta de mi trance. Quedo estupefacto al entender que Agil prepara lo que pedí. Si no estuviese viéndolo, diría que solo es un vaso con agua. Me parece el disfraz perfecto de los venenos. Un crimen perfecto. Desconozco por completo el contenido de las cinco botellas que mi amigo vierte, a excepción de la sexta por ser el más oscuro de todos. Cada mote como el roble o una barrica se desliza como un pincel a través del lienzo transparente, hasta que el agua adquiere un color marrón claro. Agil mezclo todo aquello hasta que finalmente agrega refresco de cola. El líquido se hizo ocre brillante. Admiro al responsable de mi pronto deceso como un milagro de Dios. Lo beberé de una sentada. Como el sediento que cruza el desierto. Histérico, porque el agua llene su garganta reseca. Solo unos pocos centímetros más y acabaría. Vaciar el primero sería fácil. El segundo todavía más. Ya estoy a punto de cogerlo. Un poquito más y sería mío.
¡A tu salud, Asuna Yuuki! Con mi pronta partida, habré pagado mi error.
En un rápido movimiento Agil lo cogió antes que yo. Lo miro receloso, a punto de exigirle que me lo entregue cuando derramo su contenido poco a poco. Escuché las gotas arremeter contra el suelo de cerámica blanca. El hielo se hizo añicos, al punto que vi trozos esparcirse incluso por fuera de la barra, al que no tardó en unírsele los cristales rotos. Miré el rostro iracundo de mi amigo. El detalle en su expresión adulta me hizo estremecerme en la silla. Olvidé que a pesar de nuestras aventuras comunes, y mi experiencia en combate, tiene conocimientos que ya quisiera tener. Palmeó la barra con tal fuerza que me sobresalté.
—¿Lo tienes claro ahora? —Hizo una pausa, en la que fui incapaz de moverme, para después señalarme—. Agradece que no fue tu cabeza. No puedes arreglar una estupidez con otra. Cuando te quieras dar cuenta, terminarás así —gritó, señalando el desastre del que fue actor—. ¡Hecho pedazos, sin familia, sin amigos y sin el control de tu vida! ¡No vuelvas a pedirme ser partícipe de tus intentos por hundirte en la miseria, Kazuto Kirigaya!
—¡¿Y qué se supone que haga entonces?! —grite de regreso.
—¡Demuestra que eres el mismo de siempre! ¡No un loco que busca resolverlo todo comportándose como un crio! ¡Ahora mismo solo eres un adolescente pueril y con las hormonas fritas, que trató a la chica de sus sueños como una cualquiera solo por un aparecido! ¡Deberían llamarte Kiriniño, o Kagaduto!
Me puse de pie consumido por la ira. Quien quiso evitarme la muerte estaba frente a mí, alerta y altivo observando mis hombros. Calculé el tiempo que demoraría en saltar la barra y encararlo en lo que me arremango la camisa. Mi cerebro vibra de ira, deseoso por darle un puñetazo directo a la nariz.
—¿Qué? ¿Vas a golpearme? ¡Venga, a ver!
Salto por encima de la barra y me hallo dispuesto a resolverlo como en las broncas de bares en las pelis de la edad media. Calculo mis movimientos. Conozco el Café Dicey a la perfección. Hay seis cámaras de vigilancia, y conozco su punto ciego. Sé cuántas mesas tiene. Sé qué de las maderas chirria cuando la pisas. El número de repisas. Su menú y la cantidad de cubiertos. Hecho un vistazo a la puerta y fue cuando lo sentí. Un aire pulcro. Limpio y ordenado. Estoy a punto de pelearme no solo con mi compañero de lucha, sino con quien fácilmente puede pasar por mi padre.
Relaje la postura y deje reposar mi cabeza en el pecho de Agil. Y lloré. Lloré como un niño pequeño. Un adolescente pueril en sus palabras, sin consuelo alguno. Por primera vez en seis días, sentí paz. Desahogue mi espíritu con uno de los pocos a quien puedo mostrarle mi dolor sin remordimiento.
—Bien. Bien —murmuró, palmeando—. Es el primer paso.
—L-l-lo si-siento. Perdón. —hipé.
—Lo sé. Venga, toma esto.
Me entrega un vaso con un líquido muy dulce y me senté. Las lágrimas seguían cayendo. No pude hacer nada por detenerlas. Bebí despacio, pensando que Asuna estaría mejor que yo. Reconozco que, para ser hombre, soy un llorón sin remedio cuando se trata de ella. Lo estará tomando mejor, eso seguro. Ella tiene mucho más aguante. Rara vez he visto una lágrima en su bello rostro, ni siquiera cuando Yuuki murió en sus brazos.
—Lo siento. —repito, a medida que recupero el control de mi garganta.
—Nada. Estamos bien.
—Soy lo peor —aseguro—. Dije cosas horribles. Dudé de ella, cuando sé que no es capaz de algo así. Merezco la bofetada que me dio, y muchas más.
—Si. Tienes razón. —dijo Agil.
—Cavaré un hoyo y no saldré de allí nunca más.
—Por supuesto que no vas a hacer eso. —señala Agil con firmeza, mientras escucho los trozos de cristal chocar con el recipiente de basura.
—Ella me odia.
—Lo dudo.
—Quiero que lo haga.
Agil apareció detrás de la barra, con una sonrisa tenue.
—Se nota que no entiendes, Kazuto.
—¿Qué cosa?
—Una relación como esta no termina sino cuando ambos estén de acuerdo en que es lo mejor para sus vidas —explica Agil—. Estoy seguro de dos cosas. Ella no te ha engañado. Si una mujer tiene claras intenciones de hacerlo, no buscaría hablar de sus problemas de pareja, y es lo que ella intentó hacer desde el principio. Y segundo, nunca podría odiarte. Porque por encima de lo que digas, está lo que has hecho desde el minuto uno que la conociste. Esto es amor de verdad. Y mientras exista, no hay nada que no se pueda perdonar.
—No lo sé…
—Claro que sí —dijo, zarandeándome amigablemente—. Escucha. Lo único que tienes que hacer, es volver a enamorarla. Sé que puedes lograrlo.
—Pero para eso necesito un juego de la muerte —digo, contando con los dedos—, un boss, un castillo flotante, un bosque, un asesino loco en un acantilado y…
—¡Estúpido, no necesitas nada de eso! —gritó.
—¿Entonces qué? ¡¿Qué?!
Agil se dio una palmada en la frente. Se metió en el almacén, y me enseño un objeto rectangular muy pequeño.
—¿Un espejo?
—No —indico, señalando el pequeño objeto—. A ti. Al verdadero Kirito. Asuna no se enamoró el héroe de Sword Art Online, sino del hombre que eres. Muestra que debajo de la carne sigue existiendo.
—¿Cómo?
—No lo sé. Cada cazador tiene sus métodos. Y tú mejor que nadie sabe como llegar al corazón de Asuna Yuuki.
Al día siguiente Suguha me recibe en la sala con extraño buen humor. Incluso me dio ánimos. Supongo tuvo una charla con Agil y le habrá explicado que me hizo entrar en razón. Un problema menos encima.
Pronto las víboras me detuvieron en un esfuerzo por animarme a mi llegada. Me regalan chocolates en cuyos envoltorios se esconden papelitos garabateados con números telefónicos, haciendo el mejor uso de su "destreza" quirúrgica. Otras simplemente me animaron mediante una sonrisa. Muy pocas fueron más osadas e intentaron escudriñar mi itinerario para el fin de semana. No fui capaz de eludir aquella montaña de adulaciones. Un paraíso para los hombres más desafortunados, o quienes creen que semejante acoso es particularmente hermoso. En el fondo es bien sabido que es una simple broma. Lo sabemos y se siente. No eres más que un objeto. Un estrato social inalcanzable que despierta deseo y la envidia. Lo más cercano a una fotografía.
—¡Kazuto!
—Lo siento, pero debo ir a mi clase. Ya me han regalado de todo, sin excluir ropa interior disfrazada. —dije.
—No voy a darte mi ropa interior —La voz irritada me hizo descartar a la quincuagésima chica. Kazemi había llegado—. ¿Ya lo viste?
—Más que verlo, lo sentí —comento sin ocultar lo diáfano en mi enojo—. No puedo creer el descaro de…
—A parte del hecho de que las mujeres te coqueteen —interrumpe, enseñando la primera página del diario escolar—. Lee esto.
Puse especial atención y tuve que contener un grito de rabia. Mi exnovia tiene el papel estelar en una obra de teatro romántica. Y su príncipe es su nuevo interés amoroso según la redacción. Reki Yamikaze.
Asuna Yuuki prepara su papel para la obra.
El frío del otoño es mi favorito, aunque es evidente como la muerte se pasea entre las corrientes. Sus víctimas aterrizan en el marco de mi ventana; en el ocre de su aspecto, incluso ahora encuentro consuelo. Aunque marchitas, resecas y quebradizas, los vestigios de su nacimiento son visibles en su tamaño. Muchas se mantienen vivas en sus partes, aunque el viento las arranque, como si quisieran probar su valía. Me gusta observarlas e imaginar su esplendor.
Recuerdo cuando la abuela dijo una vez que el bosque era su lugar favorito. Solía afirmar que los árboles y las plantas pueden escuchar a sus dueños. Mamá lo encontró absurdo cuando lo pregunté, por supuesto. ¿Cómo puede ser posible? ¡Ni que tuvieran oídos! Por hacer la prueba, decidí cuidar una planta de gardenias, y nunca pudo igualar aquella belleza. Solo ahora entiendo sus palabras. La flor más pequeña es capaz de mostrar una belleza excepcional, si tiene un cuidado especial. Riego. Cambio de tierra. Moverla a un sitio con más, o menos sol. Todo ser vivo merece cariño, calor y cuidado. No basta lo mínimo. No basta asegurar su existencia. Solo si abres tu corazón y lo entregas a todo, recoges el fruto. Supongo que el cariño con que ella las cuidaba, y sus pequeños saludos y fugaces palabras, se lo retribuían mostrando su belleza extraordinaria.
Fue entonces que lo escuché galopar con fuerza. Mi garganta se contrajo a medida que siento como me roba el aliento, aferrado a mi memoria más hermosa. En una noche como esta. Larga y silenciosa en mi residencia, roto solo por mi unión con Kazuto, encima de mí. El temor pronto se convirtió en deseo, a medida que el calor se apoderaba de mi cuerpo. Se convirtió en una necesidad. No podía acabar allí. Hasta hoy me he encargado de mantenerla impecable, a pesar de muchas otras. Nos acompañaba la luz de la lámpara que iluminó sus ojos grises como una pequeña vela cuando me desperté luego de quedarme dormida totalmente exhausta entre sus brazos. Lo encontré vestido, observándome a unos cuantos centímetros.
—Discúlpame, me quedé dormida. —dije en voz baja, tallándome los ojos mientras sostuve la sábana sobre mi cuerpo desnudo.
No me respondió de inmediato. Segundos después su rostro tomo una seriedad anacrónica. Se mordió el labio inferior, ocultando una brevísima sonrisa.
—Tomémonos unas vacaciones. —susurró sin mirarme.
En una fracción de segundo el aire abandonó mis pulmones. Cuando volvió a hablar.
—Y… Casémonos.
…
«Quien sabe si tienes otros por ahí».
Mentira.
«Como ocurrió lo nuestro, seguro también lo…»
Mentira.
No puedes decirme lo mismo…
¡MENTIRA!
Los recuerdos comenzaron a marchitarse.
Al contrario de lo que se dice acerca de la memoria de los pueblos y de los hombres por su historia, la del corazón es más longeva. Encuentra con lujo de detalles a quienes consideramos especiales. Eliminar nombres de la cabeza es tan sencillo como olvidarlos, pues desaparecen por si mismos al intentar recordarlos. Pero el corazón es diferente. No entiende por qué debe olvidar sus mejores recuerdos. Por qué debe rayar con el cuchillo del olvido un nombre, y su cadena de recuerdos. Es terco, traicionero y un caprichoso desmedido.
No soy Stacia. No soy una oficial de gremio. Soy una chica cualquiera con su corazón caprichoso.
Odio mis sentimientos. Odio mi incapacidad de olvidar que existe. Odio mi corazón, que insiste en creer la perfecta mentira de aquel hombre. En cuidar la pequeña flor, aunque quiero arrancarla. Odio cada bella palabra. Odio su olor en mis sábanas; en mi almohada y propia piel. Odio su sonrisa. Odio su voz y sus elogios. Odio su recuerdo.
¡Estúpido bandido! ¡Desgraciado macho viril! ¡Serpiente rastrera!
¡Estoy harta!
Me levante de golpe y meto todo lo que me recordara su presencia en una bolsa.
Su fotografía en mi mesa de noche. El adorno con la forma entrecruzada de Elucidator y Luz Lambent. El odioso anillo producto de su descaro sin límites. Las sabanas con la que dormimos juntos. La ropa suya que tengo en mi poder, y el juego Sword Art Online. Note que Kenji me mira horrorizado a medida que limpio a Kazuto de la habitación. Ignoro lo que interpreto como su última apelación por mi exnovio mientras amarro la bolsa de basura. El otoño me recibe con los brazos abiertos empujándome por la espalda directa. Incluso me anima. La luz citadina de Tokio me acompañó todo el trayecto hasta abrir el contenedor y depositar en la porquería de sus recuerdos. Cerré con fuerza la tapa metálica. No pasa nada. Seguro serían los gatos callejeros haciendo de las suyas.
Me paralizo cuando ví a Kazuto asomado por mi ventana.
Alcance a mirar su expresión lastimera. Sus ojos ya no eran grises adornados por estrellas a la luz de la noche, sino un pozo. Huecos como el ébano. No hay vida, alma, ni emoción alguna. Se agarra el pecho y agita una mano, despidiéndose. Lágrimas de sangre recorrieron su cutis. Quise gritar horrorizada, pero solo di unos cuantos pasos atrás hasta volcar el cubo de basura.
—Tus manos son demasiado delicadas como para que lo hagas tú —fue su excusa—. Hoy es tu día, ¿recuerdas? Así que tu relájate mientras yo hago los deberes de casa.
Volví a ver la ventana. Ya no estaba. La puerta de la casa permanece cerrada. Fue entonces cuando me di cuenta. No soy capaz de dejar marchar el recuerdo de Kazuto Kirigaya. Aún no estaba lista para despedirme. Recogí mi basura y fui de regreso a mi habitación.
Solo pude seguir llorando, en compañía de Kenji.
Lo que ocurre en el instituto hace que ame mucho más a mi gato, y que pierda en gran medida la fe en la humanidad.
La noticia de que Asuna Yuuki y Kazuto Kirigaya dejaron su relación se esparció como un virus en la boca de sus huéspedes. Los ejemplares del periódico escolar se vendieron como el agua con la noticia. Solo deseo estar de regreso en Underworld, o en mi posición de subcomandante para hacerlos desistir con fiereza. La mayoría se presenta ante mí con pretensiones insanas. Me susurraron cosas al oído; me ofrecieron consuelo disfrazado de regocijo. Miro mi reloj. Las ocho menos cuarto. Me deslice por los pasillos directa a la biblioteca sin prestar atención a los llamados y cumplidos. Sé cual será su primera jugada. En seguida la abordo. Claro, esta vez sin hacer escándalo ni con esposas; digna obra de la ya extinta orden premenstrual.
—¡Aa-chan, por favor perdóname! —dijo en una reverencia tan exagerada que estuvo a punto de tocar el suelo con la nariz—. ¡No pude hacer nada por impedirlo! El chico de redacción utilizó un argumento que no pude refutar: "No puede vulnerar la libertad de prensa, jefa Argo. Mucho menos si está confirmado y son personajes de la vida pública". Entiendo si ya no quieres ser mi amiga.
Pude sentir pena por Argo. Sí, estoy enfadada con ella, aunque sé que ella no lo hubiera hecho.
—Después hablamos sobre eso —insistí—. Ahora solo quiero hablarte de Kirigaya. Si te pregunta por mí, no le digas que me has visto. Y mucho menos que sabes dónde estoy.
—¡Asuna!
Di media vuelta. Alice Zuberg volaba por el corredor directa a mi encuentro.
—Ahórratelo —siseé—. No quiero escucharte.
—Asuna por favor —dijo inclinando la cabeza, como si estuviera hablando con Stacia—. Todo esto es mi culpa, por favor no creas que Kirito…
—¡No quiero saber nada de ese individuo! —manifesté elevando la voz un par de octavas—. Como dije te lo regalo, así que ve a buscarlo, seguro lo encuentras receptivo.
—¡No pienso hacer nada de eso! —dijo con firmeza—. ¡Sí, él me gusta, pero jamás quise que nadie lo supiera, ni siquiera él! Te lo juro por el alma de Eugeo, por lo que vivimos en Underworld, por mi efímera existencia humana y los habitantes de Rulid. Yo nunca hice nada con él además de cuidarlo y protegerlo. Él es inocente. Es mi culpa por haberme enamorado de un hombre ajeno.
—Si él no cree en mí, yo tampoco tengo por qué creerle, y mucho menos a ti. Si tanto cree que soy una cualquiera, entonces no hay nada más que decir.
—¿De verdad piensas eso de Kirito?
—¿Acaso lo dudas?
—Sí —afirmó con vehemencia—. Kirito te ama. Y estoy totalmente segura de que tú también, incluso ahora.
—¿Y tú como sabes eso?
—Porque soy humana.
—Una de hojalata.
—Que escucha a su corazón —respondió con total tranquilidad—. Y no necesito que mi vida dependa de uno para sentirlo. La única hojalata aquí eres tú.
Abrí la boca para protestar. Pero decidí largarme e ignorar sus palabras de robot.
Me fui directa al salón de teatro con el resto de mi curso. Los preparativos marchaban viento en popa. Como directora de aquel largometraje, Liz en seguida me abordó. Viste con elegancia. Una blusa rosa claro y pequeñas líneas rojas que se deja ver bajo su gabardina gris plomo a medio cerrar. Botas de cuero al ras de los tobillos y un sombrero gatsby rojo, al mejor estilo director de cine. Trato de persuadirme para no presentarme como actriz principal. Tiene razón cuando asegura que es una carga mi papel en una obra romántica justo en este momento, pero soy incapaz de dejarla tirada. Insistí en actuar, y de inmediato me hizo llevar hasta mi camerino. Los vestidos ya estaban preparados, así como el equipo de estilistas encargadas de hacer relucir la belleza de la princesa Stacia.
Tocaron a mi puerta. Reki Yamikaze, la causa de los celos de Kazuto estaba del otro lado. En la obra toma el papel de príncipe de los elfos del Territorio Oscuro, de nombre Vynarian. Se apresuro a entrar y cerrar la puerta tras de sí. Si no lo conociera, me hubiese horrorizado por su atrevimiento. Hizo señas a mis acompañantes para que nos dejaran un momento solos.
—Asuna, lo siento mucho —dijo apenado—. Tenías que haberlo visto esta mañana. Los vítores de los hombres en el grupo senior del gremio no eran normales. Los miembros más antiguos no tardaron en correr el rumor de que teníamos una aventura y por eso rompieron. Tuve suerte que mi novia supiera tu existencia antes que esto estallara, sino estuviera igual de jodido que… Lo siento. —añade, convencido que no querría saber nada sobre su feliz relación.
—Me alegro mucho por ti. No te cayó el agua sucia.
—No salgamos Asuna, solo lo empeoraría todo —dijo—. Ella ya sabe lo del beso en la obra, y aunque lo hemos discutido mucho y no tiene problema, no quiero que tú…
—No te preocupes —aseguro—. Me comprometí con este proyecto, y pienso sacarlo adelante.
—Pero…
La puerta volvió a abrirse.
—¡De esto se va a enterar Argo y también el director! —bramó Liz.
—Amenaza todo lo que quieras, Shinozaki, pero estamos en nuestro derecho de estar aquí. Así que déjanos trabajar y…
Al pequeño séquito se le iluminaron los ojos como niños pequeños cuando nos vieron tan cerca. ¿Por qué de las pocas veces que me sonrojo, tuvo que ser justo delante de los chicos del diario escolar?
Al instante tomaron varias instantáneas con sus móviles no sin dejar de gritar: «esto es una primicia».
Detenlos.
Mis piernas no reaccionaron hasta que Yamikaze echó a correr tras ellos a toda velocidad. Ignoré los gritos de Liz sobre la función y fui tras él. Me arranqué los tacones y aumenté la carrera, esquivando a los encargados de la escenografía, los extras y personal de apoyo hasta llegar a la parte trasera del escenario. Contaba con una salida directa al exterior a través de unas cortinas que terminan cerca de los laboratorios de química, robótica y de tecnología que Kazuto solía frecuentar en su trabajo de inclusión virtual. Me escabullí de forma que no pudieran verme por las ventanas ni escuchar mis pasos. Es como si alguien me susurrara al oído que lo último que necesitaba es que me descubriera siguiendo la pista a otro hombre. Me parece ridículo ocultarlo ahora que no tenemos nada, pero mi cuerpo solo obedecía al delirio de mi corazón.
Encontré a Yamikaze unos pasos más adelante en la cafetería.
—¡Joder! —gruñó—. Argo no debería enseñar a todo el mundo como ocultarse.
—¿Qué pasó?
—Se escabulleron como las ratas. Y como estamos prácticamente en el centro del lugar, pudieron ir a cualquier sitio.
—Vayamos al aula de redacción. No podemos permitir que escriban cualquier basura sobre esto.
—No. Si esperamos allí la obra será un desastre.
—Entonces hagámosle la advertencia a tu novia. Si quieres yo misma hablo con ella y…
—¿Cómo puedes preocuparte por los demás cuando tu relación pende de un hilo?
—Ya no tengo relación.
—¡No digas eso! —enfatizo—. Ustedes están hechos el uno para el otro. Lo vi en tus ojos hace dos años. Nada que ver con lo que tuvimos nosotros. Así que no digas de forma tan frívola que se terminó.
—Eso es asunto mío.
—Y mío también desde que estoy involucrado. No conozco los detalles, pero te lo pido. Por Dios Asuna, pregúntate si de verdad no queda amor por Kazuto Kirigaya en tu corazón.
¿Tan terrible es acabar con mi relación y por eso todos tratan de decirme cómo actuar?
Tuve ganas de gritarlo a todo pulmón cuando salí a escena y vi los rostros atentos a mi actuación. Veo miradas perspicaces entre los hombres con mi andar; las chicas celebran mi desdicha. Esperan que me quiebre. Que me equivoque. Pero no voy a darles ese gusto.
La mejor decepción que puedes regalar al público es obvia. Todo debía marchar a la perfección para la princesa Stacia. Más en su afición por escapar del castillo y adentrarse en el Territorio Oscuro. Cualquier mortal incluso en un escenario controlado pensaría que estaba loca. Lo único que la impulsa era encontrarse con sus dos mejores amigos. Un par de elfos. No sería hasta mucho después que Stacia supiera que se había enamorado perdidamente de uno de ellos, y que era nada más que el príncipe Vynarian, futuro heredero de la corona elfica.
No la culpo. La primera vez que te los encuentras en los libros es difícil no admitirlo. Ser testigo de la artesanía que les fue concedida, no queda más que admitir el lujo que se te ha concedido. Dioses guardianes en los bosques desde tiempos inmemorables. Incluso el idioma de los elfos refleja sus costumbres antiguas, en un acto que aborda el aire mismo que fallece a su sabiduría. El cabello rubio al punto de parecer el oro mismo; algunos de castaño rojizo tan intenso como el cobre, o ceniciento como la plata misma, dando a entender que los dioses forjaron sus cabellos en la fragua mística. Solo pueden ser representados por un estudiante lo suficientemente guapo. En especial quienes estuvieran a punto de graduarse por razones obvias. Se suele dirigir el corazón por la experiencia que otorga la edad. Despierta un anhelo viril, incluso posesivo a la vista. Diría incluso que mejora tu estatus salir con alguien unos años mayor. Para los jóvenes, despedirse del amor platónico es un concepto esquivo. Pude sentir miradas, incluso pensamientos desesperados por abordar el escenario. Incluso entre las admiradoras de Yamikaze.
Quizás, eso era para Kazuto. Un estatus social. Una chica mayor con rasgos de elfa.
Cuando entré en escena con mi vestido de novia en la supuesta boda, no pude sentir mayor humillación. Hubo risillas y cuchicheos entre los asistentes. Deben estar mofarse de lo rápido que encontré sustituto para Kazuto, y lo rápido que "volví a casarme". Me hubiese encantado poder bajar de la tarima y ajusticiarlos con las habilidades de la princesa, o los conjuros que Vynarian le había enseñado por su insolencia y falta de tacto, pero en un instituto lleno de pubertos sin moral ni escrúpulos, la cordura es una condición extinta. Me resigne a mantener la frente en alto toda la ceremonia. Yamikaze puso el anillo en mi dedo y las lágrimas estuvieron a punto de salir. De nuevo, Kazuto apareció en mis pensamientos. Solo pensar lo mucho que puede doler verme allí. No pude ignorar mi propia desazón al imaginar la situación al revés. Estaría devastada.
—Si hay alguien entre los presentes que se oponga a esta unión. ¡Que hable ahora, o calle para siempre!
Fue cuando me desesperé. Nadie diría nada. Quizás entre el publico alguno dijera que amaba a Stacia y se oponía, pero solo sería algún graciosillo.
¡Tap!
Hubo un ruido sobre nuestras cabezas. Las luces comenzaron a moverse de un lado al otro. Busqué a Liz, que tampoco entendía que rayos estaba ocurriendo con los de escenografía.
¡Tap! ¡Tap! ¡Tap!
—¡Ya basta! ¡Yo me opongo!
Estoy por desmayarme cuando reconozco la voz. Vestido como un elfo, apareció sobre nuestras cabezas. De un salto irrumpe la ceremonia. Hubo cuchicheos, ahora histéricos en el público. El profesorado trato de silenciarlo. Algunos hojearon la guía buscando la escena. Liz arrugo el libreto de tal forma que parecía un catalejo con el que golpearía al responsable aunque estuvieran todos allí.
—¡Val'shatir! ¡Qué clase de hereje sois que interrumpes…! ¡Kirito! —bramó mi supuesto príncipe con vigor. No sé como pudo improvisar de tal forma.
—De los que escucha a quienes ha decidido ignorar por orgullo —respondió, armado con una espada de utilería. Mentiría si no reconozco que su túnica ajustada sumado a sus orejas de elfo, no lo hacen ver sexy—. He decidido presentarme aquí ante vosotros para decirlo con claridad. Yo también admiro y pretendo a la princesa. Y lucharé por ella, y si he de morir será porque mis sentimientos no eran correspondidos con la misma vehemencia. ¡Así que os desafío aquí y ahora!
—¿En verdad estás dispuesto a desafiar a tu príncipe y al reino entero? ¿Pretendes interrumpir la celebración de amor? —repuso Yamikaze.
—¡¿Celebración de amor?! ¡Esto es una ceremonia fúnebre! ¡No dejaré que termine así! Lucharé hasta que no quede aliento en mis pulmones. ¡Desenvainad!
Kirito se enfrentó a los guardias y al príncipe a base de espadazos y pasos veloces, como si fuera mitad elfo. Pude notar la concentración en sus ojos grises, resplandecientes con la luz de los reflectores. Por un instante no se escuchó más que los vítores del público. Para muchos, era de la pocas veces que pueden observarlo en combate, que no desmerita gracias a sus prácticas de Kendo. Agitaba su espada con tal gracia y velocidad, que de no haber sido de utilería les hubiera hecho daño de verdad. No tardo en vencer a los inexpertos en cuestión de segundos, arrebatándole su arma a uno de ellos para luchar blandiendo doble.
Cuando solo Yamikaze quedó en pie, ambos espadachines lucharon con ferocidad. Escuchar el sonido de la madera con cada choque y el suelo resquebrajándose con sus pasos, como si ser testigo de aquel encuentro lo pusiese tan contento que estaba a punto de quebrarse. Mi corazón se acelera con cada crujido. Me hipnotizo el vigor con que latía por ver a Kirito luchando por el supuesto amor de la princesa. La voz de mi cabeza discute sobre si me resulta agradable observar como dos hombres se "matan" por mi cariño. Tomé una espada que había en el suelo y decidí hacer lo único que se me ocurrió. Empuñarla y lanzar un toque certero a las espadas.
El clamor del público murió.
—Suficiente Kirito. —dije sin titubear a pesar de que mi garganta vacilaba, y mi corazón galopa.
—¡As… Stacia! ¿Qué…?
—Después de veros, he tomado una decisión. —añado. Los reflectores me enfocaron, algunos estudiantes se levantaron de sus asientos mordiendo la guía de la obra, atentos a la declaración de la princesa.
—Entiendo —dijo Yamikaze, como príncipe derrotado—. Si así eres feliz, está bien. Igual el acuerdo…
—Me voy a casar con el príncipe, y no con el elfo Kirito.
Continuará…
