7-. Un cumpleaños en Underworld
—Sé que no tienes remedio, pero gracias por escucharme.
Kenji estaba recostado sobre el regazo de Asuna. Levantó la mirada y detalló la inusual atención que prestaba su gato. Lo normal de su especie es aburrirse e irse a otra parte pasados cinco minutos. La puerta de su habitación estaba abierta de par en par. La melancolía dio paso al desconcierto. Su mascota permaneció allí todo el tiempo, aunque era libre de marcharse en cualquier instante.
Las orejas apuntan detrás de su cabeza. Acabó por estirarse un poco, mostrando sus garras para luego echarse a su lado. Una vez leyó en internet que cuando un gato hace esto, significa que te has ganado su confianza. Se sintió agraciada y siguió mimando aquel suave y mullido pelaje. Los ronroneos del gato vibraron en su alma, y fue cuando estuvo de acuerdo en que todos necesitaban una mascota. Pudo confirmar la eficacia de la terapia gatuna. La ayudó a pensar con claridad. ¿Debió arruinar la obra y reconciliarse con Kazuto, como en las historias de amor perfectas, repletas de finales felices?
¡Qué va!
La idea de perdonarle su descaro y falta de tacto por un numerito de príncipe azul élfico, a pesar de romántica, es irresponsable. No se puede pedir al amor que perdone falta con su sola gracia, por más que no se extinga; por más que sea paciente. Porque siempre ante todo, hay que tener orgullo. ¡Sí!
La puerta cortó su concentración de tajo. Más específico el timbre de su casa. Liz, Silica, Sinon y Sugu traían lo que llamaron "el kit del despecho". Helado; leche con chocolate; artilugios de manicura; un masajeador de cuello y un secador de pelo. Según ellas, la mejor forma de no pensar en novios, era ser consentida por un grupo de amigas.
—Kazuto no tiene remedio —aseguró Liz con veneno en su voz, en lo que traza con cuidado líneas de pintura vinotino en sus uñas—. Mira que colarse en MÍ obra.
—Lo hizo por intentarlo todo —señaló Sinon, sirviéndose helado.
—¿Acaso una buena interpretación de luchar por amor no es lo mismo? ¡Hay que leer entre líneas! —agregó Silica, ahora ella también sirviéndose del helado—. ¡Vamos! Estaba igual de mono que siempre. ¿No vas a defender a tu hermano? —Miró a Suguha—. Tus amigas lo están quemando. Todo el mundo en la escuela está hablando de eso.
—¡Yo soy la que está más indignada! —resopló Suguha, sin apartar la vista de su revista—. Tonto hermano mayor.
Asuna escucha la discusión distante. La habían estafado. Solo ayudaban a pensar en Kazuto.
—Todo se reduce a lo que quiera Asuna. —dijo Liz.
Todas la miraron al mismo tiempo, inquiriéndole una respuesta.
—Pero esto qué es… ¿No se supone que hablaríamos de cualquier otra cosa menos de chicos? —repuso Asuna con brusquedad.
Se escuchó el timbre de regreso, y el aliento cayó directo en la parte baja de la espalda. ¿Acaso era Kazuto?
Esta vez, Suguha fue a abrir la puerta. Regresó segundos después acompañada de Kazemi. No tuvo que saludar para comprender que su visita, aparte de inesperada, era de persona no grata.
—Insistió que es importante.
—Les aseguro que no interrumpiré su conversación de chicas por mucho tiempo.
—¿Conversación de chicas? ¿No podemos tener conversaciones normales o qué? —acusó Liz con la mirada—. Serás machista. ¿Sobre qué crees que hablan las mujeres?
—Y yo qué sé —aventuró Kazemi con expresión perdida—. Quizás sobre el culo de los hombres y la mejor manera de azotarlos —Alrededor del círculo hubo un sonrojo—. El mejor tampone. O quién de ustedes tiene el mejor cuello uterino. O sobre…
—Hablemos sobre nuestro período. —musitó Liz, con la esperanza de que la incomodidad lo obligaría a irse.
—Veo que haces honor a tu apodo, Capitana Sangrienta.
—¡Suficiente! —ordenó Asuna, previendo el resultado—. ¿Qué es lo que quieres, Kazemi?
—Preferiría más bien que fuera en privado.
—Lo que tengas que decir, tiene que ser frente a todas. —protestó Suguha.
—Está bien —respondió Asuna. Se extendió una nube de reclamos alrededor de la habitación—. No se ofendan, pero ya han sido muchas emociones por una semana. Quiero tener una conversación tranquila para variar.
Finalmente se rindieron, y los dejaron a solas. Asuna cerró la puerta tras de sí, y enfrentó a Kazemi. El chico le sacaba varios centímetros de altura, y conoce su fama por decir incoherencias emocionales, chistes forzados y fuera de lugar, pero que también posee la nobleza de un niño. Y si tenía que usar la inteligencia, es uno de sus mejores atributos, no solo como una estadística ingame. Lo más probable es que supiera que lo terminaría contando a sus amigas. Aún así, el gesto de la privacidad sugiere que no quiere una perversión del mensaje.
—Seré breve. Kazuto está hecho polvo.
—Ya. ¿Algo más?
—Escucha Asuna, no vengo aquí como emisario, sino como alguien que esta avergonzado con todo lo que ha venido pasando. Me siento responsable de todo esto —Metió una mano en su bolsillo—. Esto él no lo sabe, así que será la última ocasión propicia.
El chico extendió la mano. Era una tarjeta digital, con un código único personalizado. Lo depositó en su mano, junto con otros tres códigos más.
—¿Qué es esto?
—Invitaciones a la fiesta de cumpleaños de Kazuto. Con esto, será posible entrar en Underworld. Aunque solo sea por unas horas. No te preocupes, correrá a la vez que en Alfheim. Míralo como una especie de mod de uso temporal. —dijo el chico.
—Y por qué iría yo a…
—Te voy a dar la única razón —respondió muy serio, sin desviar la mirada de su rostro—. Porque a pesar de todo. Estoy seguro que aún lo amas. No creo esa basura de que el amor se hace odio fácilmente, no si hay alguien terco que quiera salvarlo. Y yo sé que en el fondo es lo que quieren, si no, no hubiera aparecido en esa obra. Puedes usarla para entrar y arreglarlo con él, o para acabarlo en buenos términos. No sabe que hemos planeado una fiesta, así que será una sorpresa, incluso si decides venir. Depende de ti.
Miró la pequeña tarjeta por una fracción de segundo, sintiendo su peso. Era complicado sostener aquella llave, y sus consecuencias en la palma de la mano.
—¡Espera! ¿Por qué lo hacen? —preguntó Asuna. Kazemi se detuvo en el picaporte, antes de contestar.
—Las parejas jóvenes están destinadas a morir —dijo—. Cuando se acaba el morbo es normal. Incluso, porque los ojos encuentran otra persona agradable. Pero ustedes son mucho más que eso. Han pasado por mucho. Son de las pocas excepciones que ocurren por generación, y no puede terminar así. Si hay algo que podamos hacer por ayudar, no hay nada más que decir. Para eso están los amigos. Y aunque no creo en los milagros, sí en que no todo está perdido.
Ya era por la tarde cuando Kazuto terminó de contar lo ocurrido en el instituto. Asuna lo trató igual que cualquier porquería que está a punto de pisar. Solo permaneció de pie cuando Reki dudó unos segundos antes de colocar un anillo de utileria en el suave y delicado dedo de su ex novia, que él mismo alguna vez también llenó con un anillo. Sus pensamientos se congelaron cuando los escucho decir sus votos. Cuando se besaron en sus narices, no pudo soportarlo. Cada segundo equivalía un paseo gratuito por los infiernos, que se cocía en su garganta y en sus entrañas. No alcanzó a caer el telón cuando desapareció. Pudo liberarse cuando un miembro del equipo de seguridad trato se detenerlo. Lo empujó y aterrizó con brusquedad sobre los armarios de recambio, para luego cerrar de un portazo la puerta trasera del teatro, dejando su espada rota en dos partes.
Agil lo escuchó entre servicios, copas y tazas de café. Aunque fue difícil. Kazuto permaneció con la cabeza gacha, escondida entre sus brazos. La barra estaba abarrotada por su pequeño séquito, en señal de ánimo. El rostro mordaz del espadachín negro sugeriría que quería tenerlos lo más lejos posible. Entre un Kazemi que creía que una chica enojada lo confunde con hambre, y un Klein salvaje con sus habladurías sobre mujeres, hizo nacer un instinto homicida utilizando el cuchillo para untar la mantequilla, o la cuchara del azúcar para arrancarles los ojos. El efecto del segundo rechazo de Asuna pareció evitarle la lucidez suficiente, como para que su deseo de aniquilarlos perdiera importancia. En el fondo es su culpa por hacerles caso. Es su culpa por haber hecho el idiota, y creer que un simple acto de héroe lo arreglaría todo.
—Vamos hombre, arriba ese ánimo. No es digno de un miembro de nuestro club de solteros —dijo Klein despreocupado—. ¡Por cada hombre en el mundo, hay cinco mujeres!
—Justo cuando ya empezaba a cogerte cariño… —masculló Kazuto entre dientes.
—Eres un capullo, Klein —protestó Kazemi, a punto de arrojarle su soda—. ¿Cómo puedes decirle eso a un amigo que acaba de romper con su novia?
—¿Qué dijo Asuna exactamente? —preguntó Agil.
—Nada… —contestó a sus adentros, dejando su arma de lado—. No dijo que sí. Tampoco lo negó. Solo dijo que se casaría con el príncipe luego de detener nuestra pelea.
—Ponme un té verde, por favor. Me han hablado mucho de este lugar.
Reki Yamikaze apareció en el Café Dicey, aún con el traje del instituto. Kazemi y Klein se pusieron de pie y formaron un muro entre ambos. Por un momento el centro de atención era el grupo de la barra, en lugar de la música, las citas, o las bebidas.
—Déjenlo. —susurró Kazuto.
—¡Pero!...
—Klein y Kazemi —dijo, cogiendo su bebida—. No me imaginaba menos del grupo de amigos del Espadachín Negro.
—¿Es un acosador? —preguntó Klein, no sin cierto recelo.
—¡Olvídate de eso! ¿A qué viniste? ¿A restregar tu victoria sobre Kazuto?
—¿Victoria? —repuso el chico. Pestañeó antes de tomar su taza de té—. Esto no se trata de ganadores o perdedores. Para empezar, nunca fui con Asuna con esas intenciones. Al menos, no esta vez. Más bien, para rememorar viejas andanzas. Tengo una feliz relación con mi chica desde SAO. Al contrario que ustedes, yo traté de ayudar.
—¿De qué manicomio saliste? ¡Nosotros hicimos eso!
—Pues vaya resultado —Reki dejó el bolso junto una silla de la barra y se sentó—. Sí que ayudaron. Pero a empeorarlo.
—Pues a mí ya me caes bien, jovencito —dijo Agil, reponiendo su taza—. Esta va por la casa.
—¡¿Estás premiando que nos llame idiotas?!
—Sí. —contestó, entregado la cuenta de otra mesa.
Reki continuó con la vista clavada en su té. Observa la hilera de humo a unos centímetros de su nariz antes de desaparecer. sin hacer caso a la obvia exigencia de respuestas.
—Conozco a Asuna desde que ingrese en los Caballeros de la Hermandad de Sangre. Era mi comandante, y cogimos mayor confianza a medida que pasaba el tiempo. Después de todo, éramos de los primeros en ser invitados por el difunto Kayaba. Estuvimos juntos un tiempo muy breve y acabamos en buenos términos. Entre las cosas que me contó después, era cuanto le costaba conciliar el sueño, hasta que se reencontró con Kazuto —explicó Reki, cuando Agil regreso—. Por eso, no hay que ser un genio para saber, que la única cosa en este mundo capaz de ponerla cabizbaja, incluso por encima de su familia, es su relación con Kazuto. Cuando Argo supo que la situación iba escalando tras una "reunión femenina ultrasecreta", me contactó. Sabía que era protagonista masculino de la obra gracias a sus fuentes. Cuando Kazuto llegó a la escuela, ella nos presentó y trazamos un plan para intentar reconciliarlos. Intenté convencer a Asuna que era una terrible idea salir a escena bajo aquellas circunstancias, pero no quiso dejar a Liz botada.
"Así que me dije, ¿a quién no le gustan los clichés cuando aparecen en el momento propicio? —exclamó el joven, elevando la voz unas octavas—. Conseguimos un disfraz a su medida y lo ayudamos a colarse en los vestidores. Incluso todo el material de utilería necesario para su aparición en el mejor momento. Creímos que su descaro, además de desafiar incluso la planeación de la obra solo para luchar por su amor, era una analogía perfecta. Pero por lo visto, algo no terminó de convencerla".
—Vamos, que fue un fracaso. —concluyó Kazuto en un susurro.
—¿La viste después? —preguntó Agil.
—¡¿Con qué cara querías que la viera?! —masculló irritado—. ¡Acordamos que no la besarías!
—No contábamos con ese desenlace. El espectáculo debía seguir en ese caso, y lo sabes.
—Tienes suerte que mi personaje no le rompiera los dientes al tuyo. —gruñó Kazuto.
—De todas formas, qué rápido te rindes. ¡SÍ, te rendiste! —Agil cortó la protesta de Kazuto, mientras fregaba algunos platos—. ¡Debiste quedarte allí y enfrentarla! —insistió muy serio, antes de recibir el cobro de uno de sus clientes y agradecerle—. Sé que debió ser impactante, aunque haya sido una actuación, pero debiste sobreponerte e ir a verla de todas formas. Al menos haber ido al camerino y acabarlo de una vez, pero no hiciste el último escuerzo.
—Ya no importa Agil. Esta claro que lo nuestro acabó. Así que si no les importa, me voy. —gruñó Kazuto.
No terminó de ponerse el bolso, cuando Agil lo cogió por el brazo. Le clavó una mirada con reproche. Intentó forcejear, pero su amigo le hizo una última advertencia.
—Te vas a arrepentir toda tu vida si no hablas con Asuna, así sea por última vez —agregó, muy serio—. Ya no tienes catorce años, Kazuto Kirigaya. Si quieres demostrar que eres un hombre, no evadas tu responsabilidad.
Dicho eso, Kazuto se zafó de su agarre, y salió del Café Dicey.
—Tengo que irme. —dijo Kazemi, dejando el dinero de su consumo.
—No vayan tras él —aconsejó Reki—. Déjenlo tranquilo. Tiene que pensar con claridad.
—¡Ya sé! Tengo que ir a otro sitio. Klein, no me esperes en ALO.
Amanece el día martes, a finales de otoño. Era una mañana fresca, y ya comenzaban a notarse los primeros arboles desnudos. El hombre que perdía las vestiduras barriendo hojas, que probablemente volaban desde la casa del vecino, parecía tener la misma resolución que Kirito. Maldecir entre dientes. Pasadas las once de la mañana, Kirito aún no se dignó a salir de su cama, poco importaba asistir a clases. Permaneció toda la mañana con la mirada clavada en el techo, como si fuera a caérsele encima. Y llegado a ese punto, podría ser incluso una alegría que hubiera caído sobre él. O si un autobús perdía los frenos y lo atropellaba, como en esas telenovelas donde el malo siempre arruina el coche del héroe. Busca el teléfono con la vista, sobre su mesilla de noche. Ya a esas horas, habría navegado hasta el contacto de su novia para darle los buenos días, y hubiera escrito una veintena de mensajes cursis e ingeniosos sobre su pijama, y cómo extrañaba despertar con ella a su lado.
En un impulso lo cogió, y entro a la conversación con Asuna, solo para darse cuenta que lo había bloqueado. No podía escribir ningún mensaje, pero no le impidió revisar la conversación. Se dio cuenta que la ultima vez que hablaron, había sido el miércoles treinta de Septiembre.
Asuna: ¿Vas a evadirme por siempre? ¡Ya supéralo! 😠😤😤. 9:30 pm
Asuna: Mira Kazuto, no entiendo cuál es el drama 😒. 9:30 pm
Asuna: Llevamos dos años juntos sin problemas. Te amo a ti, y solo a ti. Lo he demostrado de muchas maneras. Necesitamos hablar, pero tampoco te voy a rogar. Así que cuando quieras, ya sabes dónde buscarme. 9:32 pm
Kirito: ¿Cómo quieres que me sienta si está en tu aula? 9:33 pm
Asuna: Seguro de ti mismo, como siempre. 9:35 pm
Kirito: Me pusiste la meta muy alta. El primero nunca será igual que el segundo plato. 9:36 pm
Asuna: ¡Ugh! 😤😤😡 ¡Háblame cuando dejes de ser un idiota! 9:40 pm
Siente un nudo en el estómago cada vez que lo lee. Ella tiene razón, es un idiota.
Revisó las conversaciones anteriores, y solo empeoró el nudo en su garganta:
Domingo, 27 de Septiembre
Asuna: Viste la última emisión en vivo de Alex Demint😱? Es tan divina cuando canta!
Kirito: Sí!
Kirito: .!
Kirito: Cada vez q la escucho, es como si estuviera oyéndote a ti😊
Asuna: .
Asuna: Kirito… ya te dije que no estoy celosa… no importa si tienes un amor platónico.
Asuna: Es lindo que quieras compararme con una cantante como ella, pero no es necesario 😊.
Kirito: Lo digo en serio😠. Para mí no hay diferencia entre su voz y la tuya. No importa qué pase, siempre me alegran el día.
Kirito: No sé… quizás es pq estoy enamorado de ti! .
Asuna: Aww 😢😍.
Asuna: yo también te amo, igual que el primer día.
Kirito: Ya quiero que sea miércoles!
Asuna: Por qué?
Kirito: No te hagas. Tu cumpleaños, por supuesto. Te tengo una sorpresa preparada.
Asuna: En serio?
Kirito: Oh si… te prometo que después de que la veas te será imposible no desearme
Asuna: -.- Creo que hay alguien que esta jugando mal sus cartas
Kirito: Nah, me considero un hombre con suerte.
Asuna: Ah sí?
Kirito: Claro, después de todo, te tengo a ti :3
"Después de todo te tengo a ti!", repitió en su cabeza
Esa última línea viajó en su cabeza con la misma fuerza que el nudo en su garganta. Fue consciente de como la luz del sol avanzó lentamente por su habitación. Poco a poco se iba reduciendo, aunque dentro de esas cuatro paredes ya no se sentía de la misma manera. Alguna vez ella también estuvo allí. Alguna vez, permanecieron en compañía del otro. La almohada que uso estaba apilada debajo de la suya, y con solo tocarla sintió hormigas en su mano. Todavía conserva el olor de su cabello; su dulce fragancia entro por sus fosas nasales y fue como si ella estuviera allí. ¿Por qué hacía algo tan absurdo? Cualquiera que lo viera en ese momento pensaría que se había vuelto loco, pero ellos no lo entendían. Nunca han estado enfermos, y para Kazuto se hizo más que evidente. El amor es una enfermedad; no se sabe de dónde viene, ni cómo se produce. Mucho menos su duración. Solo se sabe que no existe vacuna contra ella. Y es que un corazón enfermo, no quiere ser curado. Quiere que sea inmortal. Eterno. Quiere creer en él, sin importar cuanto sufra por la coyuntura.
El nudo en su garganta comenzó a arder con intensidad. Comenzaba a faltarle el aire. Hasta que no pudo contenerse, y lloró. Lloró como un niño pequeño. Dolía. Era insoportable. Pero no estaba enojado por sentirlo, más bien, por ser un idiota. Fue como si se levantara un telón que hasta ahora lo mantuvo ciego. Recordó todo lo que había dicho a Asuna. La sanda de insultos y cosas horribles, después de tratarla como una cualquiera.
—¡Idiota, idiota, idiota! ¡IDIOTA! —vociferó, cogiendo su espada de Kendo, y arremetiendo con ella sobre la mesilla—. ¡Eres una mala persona Kazuto Kirigaya! ¡Eso… no-se-le-dice-a-alguien-que-amas! ¡Ella no lo hubiera hecho! ¡NO LO HABRÍA HECHO! ¡¿Qué clase de hombre eres?!
Con el último grito rompió su espada. La arrojó a la pared, que dejo un agujero del tamaño de un nido para pájaros. Cogió lo siguiente que encontró por la habitación, y lo arrojó contra la pared. Adornos, retratos, libros, el reloj despertador, su vaso de agua. Quería una cura. Quería un escape. No quería sentirlo más. No paró hasta dejarlo todo patas arriba. Se dejó caer sobre su cama cuando se hubo cansado, todavía a lágrima viva. Agil tuvo razón, debió quedarse. Debió enfrentarla, y zanjar el asunto de una vez. Ya no habría forma de volver a verla, más que como una mujer indiferente a su presencia durante el resto del curso. No podría soportar un trato tan gélido de su parte. El intercambio pareció una buena idea, hasta que considero que seguir viéndola en ese estado, es su justo castigo.
Pasaron las horas, durmiendo y despertándose en lapsos de una hora. Lo despertó el sonido de su celular. Lo encontró al otro lado de la habitación. No se dio cuenta que también lo había arrojado, con la suerte de que aterrizó en el alfeizar donde guardaba las fundas de su cama. En la pantalla se vio el nombre de "Kazemi". Colgó directamente, pero volvió a sonar otras cuatro veces.
A la quinta contesta, pero solo para mandarlo al demonio.
—¿Qué quieres? —espetó Kazuto con tosquedad.
—Se te pegaron las sábanas hoy o qué.
—Lee entre líneas. No quiero ver a nadie. Ni hablar con nadie. Así que búscate algo que hacer y déjame en paz…
—¡No me vayas a colgar! —dijo Kazemi. Hubo unos segundos de silencio, para confirmar que seguía en la línea—. Te entiendo. Esto es una basura. Pero déjame compensártelo.
—No hay nada que puedas hacer. Nadie puede. —gruñó.
—¿Ni siquiera en tu cumpleaños? Créeme, no te lo quieres perder.
—Tengo cero ganas de celebrar nada, Kazemi.
—Pero…
—Cancela lo que sea que hayas hecho. Y no te preocupes. No tuviste la culpa. Yo solito hice el trabajo.
—Hermano, no me dejes así. Si no quieres hacerlo por ti, entonces hazlo por mí. Necesito quitarme esta culpa que llevo encima.
—Te libero de ella. —dijo, colgando.
A las siete de la tarde, sintió la puerta de su habitación abrirse. Suguha estaba al otro lado, cruzada de brazos. Echó un vistazo alrededor del desastre de la habitación de su primo. Suspiró cuando vio la espada de Kendo hecha añicos, con uno de sus extremos clavado en la pared.
—Sabes que se pondrá furiosa cuando lo vea.
—Yo me encargo de pagar la reparación. —dijo sin inmutarse. Extendió su mano, en ademan que se largara.
—A mi no me trates con esos ademanes —aseveró Suguha con frialdad. Kazuto no se movió de su lugar, incluso cuando ella arrojo la tarjeta sobre su cabeza—. Me encontré con Kazemi y Klein en el camino. Insistieron en que te la diera. Está cifrada. Métela en el lector de tu ordenador y cárgala en tu perfil de Alfheim. Es una sorpresa por tu cumpleaños. ¡Y no me vayas a decir que no! —Abrió su bolso, y le mostró una idéntica—. Todos tenemos una igual. Yui también la tiene incluida en su código, así que mejor te apareces. Si no quieres que sospeche que algo va mal.
La mención de Yui hizo que diera un fuerte resoplido. No podía ignorar a la pequeña, incluso en esas circunstancias. Cargo los datos, y se colocó su Nervegear.
—Link Start. —dijo de forma escueta.
Sintió su mente abandonar el cuerpo a través de la luz aperlada que acompaño su vuelo hasta la tierra de las hadas. Apareció en la capital de los Silph. Poco o nada había cambiado desde su última visita. Llovían mensajes en el canal general del servidor japones, y varios de sus contactos estaban en línea justo en ese momento. Los descubrió realizando alguna mazmorra, o incluso en minijuegos. Ninguno le escribió directamente, como era normal. Llevaba algunos días sin entrar, y por lo general, los martes estaba con su grupo privado. Por supuesto, Kazemi y Klein ya estaban conectados, igual que Sugu. Para su sorpresa Lizbeth, Silica, Sinon, Alice y también Argo lo estaban. Una vocecita en su cabeza pareció alegrarse. Hacía mucho tiempo que no coincidían todos. Eso no evitó que otras hadas lo saludaran, con la mala suerte de que algunos que también asistían a su instituto, lo reconocieron. Algunos se reían al verlo pasar. Otros cuchicheaban. Incluso uno tuvo la osadía de pedirle su bendición para ir a por Asuna. Si bien las reglas del PvP establecían que en la ciudad no se podía luchar, ni tampoco matar a nadie, sacó su Excalibur y, solo con el uso de su fuerza, hizo ademan de cortarlo en dos, pero solo fue rechazado por la protección, y lo envió a volar hasta el otro extremo de la vía. Por su puesto, se levantó y cogió su arma, al tiempo que abría la interfaz del juego, dispuesto a desafiarlo.
Kirito hacía lo propio hasta que recibió la invitación por parte de Kazemi para formar una banda. Casi de inmediato, Yui apareció volando a lo lejos con una sonrisa en su boca.
—Te salvó la casualidad, maldito infeliz. Como te acerques a Asuna sin que ella quiera, no tendré misericordia. —amenazó, antes de encontrarse con Yui que lo sorprendió.
—¡Feliz cumpleaños, papá!
—Gracias, Yui. —dijo, sonriéndole de vuelta lo mejor que pudo.
—¿Estás bien? ¿Qué ocurrió?
—Nada, un duelo amistoso.
—¡Entonces vamos! Los demás te están esperando. Tenemos que ir al portal de la ciudad.
Kirito se fue, no sin antes lanzar una última mirada amenazadora a sus oponentes.
Llegaron volando al centro de la ciudad. Ya todos los esperaban, y para su sorpresa, todos portaban las mismas tarjetas.
—Hola Ki-bou —saludó Argo—. Pensé que no ibas a venir.
—Hola, Kirito… —saludó Alice, en voz baja—. ¿Estás bien?
—No quiero sonar grosero, pero vayamos directos al grano, ¿sí? ¿Para qué sirve esto? —dijo, extendiendo la suya.
—No seas impaciente, papá. Es un pase —respondió su hija—. Sirve para que podamos irnos directos a Underworld.
Kirito pestañeó.
—No es el auténtico —explicó—. Es solo una copia de como lo recuerdas, desde la última vez que lo viste conscientemente antes de que te borraran los recuerdos de los doscientos años. Seijirou nos hizo el favor de conseguirlo. Pensamos que sería un detalle poder celebrarlo en Centoria.
—Muchas gracias… es un lindo detalle. Ojalá hubiera sido en otra circunstancia.
—¿De qué hablas, papá?
—Te lo explico en un momento, Yui. Antes dinos, ¿cómo usamos esto?
—Solo tienes que llevarla contigo en el inventario, y atravesar el portal hacia el árbol del mundo. Te llevará al centro de Centoria.
Vio como todos seguían las instrucciones de Yui. Hizo lo propio, y se preparó para atravesar el portal.
Era tal y como podía recordarlo. Centoria le transmitió la misma sensación. Solo que esta vez era de paz. Camino en dirección a la iglesia, pero ni Kirito ni Alice quisieron entrar. Solo siguieron su camino hasta llegar a Rulid con ayuda de uno de los portales que era capaz de crear el administrador. El pueblo mantenía su espíritu tranquilo y la hospitalidad de sus inquilinos. Llegaron a la que había sido la residencia de Kirito y Eugeo, y se dispusieron a ponerse cómodos. Kirito se dejó caer sobre uno de los sillones, frente a la pequeña mesa de la sala de estar. Dejó que Alice enseñara los alrededores, y como estaba dispuesto todo para prepararlo. Para su fortuna, Yui se fue con el resto. Tuvo el tiempo suficiente para perderse en sus pensamientos. La ausencia de Lizbeth y Silica significaba que Asuna no estaría. ¿Por qué una parte de su cabeza se imagino por un instante que estaría allí? Ahora solo quedaba actuar con cabeza, ahora que ya no podía escuchar la voz de su pecho. Recordó que Asuna había comenzado una petición formal para deshacer lo único que quedaba. El matrimonio.
Kirito hizo aparecer el acta desde la interfaz del juego. Todavía podía recordar con lujo de detalles como fue la escena, y el secreto con que lo hicieron. La leyó con cuidado varias veces. Honró cada palabra. Resaltó varias veces la frase "amarse y respetarse". Hasta hace una semana, no entendió el significado intrínseco de aquella declaración tan cliché. El sagrado compromiso que conlleva, y la delgada línea que las separa. Sí, la fastidio totalmente. De repente todo se freno por un instante, y notó como algo abandonaba su cuerpo. Lo que oprimía su garganta pareció desvanecerse, y entendió que ya no sentía rabia. Más bien, era vergüenza. Se encontró cara a cara con ella. No pudo mantener sus ojos en aquel trozo de papel, haciéndolo desaparecer nuevamente, y en su lugar, convocó una vitela en blanco.
El juego le facilitó el trabajo. Solo tuvo que tocar en el centro y escoger el contenido de la misiva y escribir los datos que el sistema le pidió. Una pluma invisible paseó por la hoja, escribiendo todo en tinta dorada. Todo marchaba tan deprisa. Sin complicaciones. Sus sentencias escuetas y simples, lo dejaron anonadado. Poseer un cadáver en sus manos no podía ser una ironía más cruenta en su cabeza. Aprendió algo que serviría por el resto de su vida, y es que los documentos estaban muertos. Y como tal, no son buenos, ni malos, pero sí, poderosos. Incluso peligrosos. Ya no le extraña que a través de la historia se hayan quedamos miles de ellos, pues la manipulación es su producto. El que sostenía justo en frente de él, solo le produjo repugnancia, y de poder, lo habría desgarrado y quemado como muchos otros. Pero había algo más poderoso que la muerte y se lo impedía, por mucha que fuera su aberración. Debía honrar aquel último acto solemne. Era su deber sagrado.
Y así debe ser. Todo hombre o mujer, tiene que cumplir con su deber, por terrible que sea.
Enrollo el documento con cuidado entre suspiros. Aceptarlo hizo que su alma callera hasta sus pies. Y los asistentes se dieron cuenta. De repente todos parecieron detenerse en su expresión, temiendo lo que nunca creyeron vivir para ver. Nadie pudo detener las preguntas de Yui que de repente había regresado de la cocina, y detuvo el vuelo frente a su padre.
—No es nada Yui. —susurró Kirito en un tono casi inaudible, en respuesta cuando preguntó qué le pasaba, recostado en el espaldar de su silla.
—Papá, recuerda que fui diseñada para entender las emociones humanas. Así no es como se celebra un cumpleaños —respondió la niña con seguridad—. La última vez que vi esa expresión, fue en SAO, antes de que se suicidaran muchos jugadores.
—Eso no pasará. Puedes estar tranquila. —respondió, forzando una sonrisa.
—Estoy segura de que no. Porque esta vez, cumpliré mi objetivo y te salvaré —agregó con inusitada certeza. Aquello asustó a Kirito. Hace mucho tiempo que la pequeña y risueña Yui no empleaba una facción tan seria—. Además, mamá sufrirá mucho si te ve así.
Hubo un silencio sepulcral. Kirito no supo que responder, con expresión petrificada en la tristeza. ¿Cómo explicarle que Asuna dejó de importarle su estado de ánimo?
—Cuando ella llegue, te ayudaremos a…
—Asuna no va a venir. —concluyó Kirito con frialdad, sin a penas cambiar su expresión perdida.
Por primera vez en mucho tiempo, Yui quedo perpleja. Los ojos se le pusieron como platos. Pudo sentir como por dentro comenzaba a acelerarse, y el frío recorría sus manos. La impresión hizo que se olvidara de aletear y aterrizó sobre la mesa
—Pero… ¿Por qué? —inquirió perturbada—. ¿Le pasó algo a mamá? ¿Por eso estás así?
—Sí. —contestó Kirito, volviéndose hacia ella.
—¡Me estás asustando!
—Kirito… —comenzó Agil.
—Yui… tu madre y yo vamos a…
No pudo terminar la frase. De repente el juego envió la notificación de que Asuna, Lizbeth, Silica y Sinon se habían conectado. Se extendió a todo el salón, cuando escucharon un ruido proveniente de fuera, acompañado de tres golpes sordos. Yui voló a la puerta, y dio la bienvenida a la Undine y su séquito, cuando Kazemi abrió. Fue como si un golpe de corriente hubiera tensado los músculos de Kirito, que cerró los puños en los reposabrazos de su silla. Parpadeó varias veces para asegurarse de que no era una de VR de su NerveGear.
—Feliz cumpleaños, Kirito. —dijo Asuna.
—¡Mamá! Regaña a papá. Dijo que no ibas a venir, y que te había pasado algo. ¡Es un mentiroso!
Asuna saludó a la niña con ternura, tranquilizándola con unas palabras. Sus amigas parecían un escolta militar justo detrás de ella. Lanzaron un rápido vistazo a los asistentes antes de saludar y entrar y servirse. Solo Sinon se sentó en una de las sillas, y cogió entremeses. Asuna pidió hablar en privado con él en frente de todos. Típica maniobra parar tirar de la oreja del hombre en cuestión. La condujo escaleras arriba, hasta una de las habitaciones vacías. Ella cerró la puerta tras de sí y se ubicó al lado de Kirito, que encontró imposible mantenerle la mirada. Un extraño silencio se interpuso entre ellos. Él ya lo esperaba, sin embargo. Rasgo en su interior en busca de valor, un atributo por lo visto inexistente en el actual Kirito.
—¿Cuánto tiempo más vamos a permanecer callados? —dijo Asuna, rompiendo el silencio.
—Es difícil decir algo más. He dicho muchas tonterías esta semana. —dijo por fin Kirito.
—Hay algo que aún no has podido decir —recordó Asuna, mirándole con seriedad—. Y aquí estoy, esperando.
Kirito se encogió de hombros, y suspiró. Abrió la interfaz del juego e hizo aparecer el mismo papel. Tocó el punto exacto donde debía poner su firma, y luego se lo ofreció a Asuna. Ella vaciló, y le dedicó una expresión sutilmente sagaz. Lo leyó en su mente:
Nosotros, KAZUTO KIRIGAYA y ASUNA YUUKI, residentes en la cabaña del bosque en el nivel veintidós del Castillo Flotante, cónyuges entre sí e identificados de conformidad en la base de datos de Aincrad respectivamente, ante la autoridad ocurrimos para exponer: Contrajimos Matrimonio de forma voluntaria el día veinticuatro de octubre de dos mil veinticuatro, sin coacción, de forma libre y voluntaria, como así consta en Acta de Matrimonio que anexamos marcada como evidencia "A". Consta como único bien adquirido en comunidad ganancial, la actual residencia conyugal, anteriormente identificada, cuya titularidad constará en la evidencia "B", donde hemos habitado ininterrumpidamente hasta el fin de nuestra cohabitación el día treinta de septiembre de dos mil veintiséis, y hasta la fecha no la hemos reanudado, por lo que decidimos no continuar con una relación donde no podíamos mantener una vida en común, es por ello que hemos resuelto disolver nuestro vínculo conyugal de acuerdo a lo establecido en el código de conducta que recoge el manejo del comportamiento civil, como parte del acuerdo adhesivo producto de la creación de nuestro avatar en el metaverso. -—
Solicitamos que nuestro divorcio sea declarado conforme, según lo establece las causales así establecidas, y el cese definitivo de posesiones comunes. -
Es Justicia que esperamos a la luz del sistema. -—
Kirito se paseó en su mirada, que se deslizaba por el documento. Lo recorrió un par de veces, y comprendió que aquello la había sorprendido. Se habrá formulado las mismas preguntas. ¿Cómo es posible que existiera algo así en sus vidas?
—¿Qué se supone que es esto? —preguntó, agitando el trozo de papel.
—Es un acta de divorcio. —Las palabras se arrastraron a través de su garganta.
—Quiero decir. ¿Por qué existe?
—Porque dadas las circunstancias, es lo mejor que podemos hacer —sentenció Kirito—. Ya me quedo claro que esto se acabó. Y yo lo arruine. Te dije cosas horribles. Te traté como a una cualquiera. He faltado a mi promesa y mi deber como novio, y marido. No quiero forzar su existencia, ni tampoco restringirte. Esto da por concluida una etapa de nuestras vidas. Lo siento mucho, Asuna. Lamento todo lo que hice. Pero supongo que ahora, no son otra cosa que palabras sin valor. Yo ya lo firmé. Solo faltas tú. Ya se lo explicaremos a Yui.
Asuna lo miró sin el usual brillo en sus ojos. Apretó el acta con fuerza, y se volvió sobre ella. Extendió un dedo en dirección a su nombre. Ya estaría a punto de firmar. Faltaban escasos milímetros.
—Basta —dijo. La cogió por un extremo y tiró con fuerza— Esto es —La rompió en dos pedazos—. Una completa. —La rompió en cuatro—. Basura. —En ocho. Arrojó los trozos al aire y en el idioma de las hadas, conjuró un hechizo que las hizo mojarse y deshacerse. Kirito permaneció petrificado—. ¿Quién dijo que yo quería divorciarme?
—Pero enviaste una solicitud para…
—¡Ya lo sé! —espetó ella—. Me equivoqué. Yo no quiero esto. Vine aquí precisamente a lo contrario. ¡Pero no lo tendrás fácil!
Kirito parpadeó. ¿Acaso se volvió tonto?
—Pero… yo no…
—Sí. Te lo mereces, ¿y sabes por qué? —dijo ella ocupando de nuevo su silla—. Porque en estos dos años he sido muy feliz. Nunca me has decepcionado. Y te conozco. En tu sano juicio, nunca lo habrías hecho. Y mereces que te dé la oportunidad de explicarte. Porque por encima de todo. Por encima incluso de mí, está el amor que te tengo Kazuto. En esa obra me di cuenta de que tú también me amas. Por eso apareciste. Aun contra todo pronóstico. Y sí, no te dije lo que querías escuchar en ese momento, porque estaba enfadada. Aun así, quería escuchar tus disculpas sinceras. Pero nunca volviste a aparecer. No hiciste el último esfuerzo.
Kirito tardo un rato en responder. Un tumulto de emociones se apoderó de todo su espacio. Por primera vez, el juego no supo descifrar la verdad de sus sentimientos. Quiso reír, llorar y saltar a la vez. También había remordimiento, culpa y el sentimiento de no merecer aquella demostración.
—Asuna… esto no… ¡No está bien! —dijo entre susurros.
—Siempre merece la pena salvar el amor. Es de las pocas cosas que valen la pena en el mundo.
—¡Pero no cuando ofende! —insistió Kirito—. Porque eso hice. Mis celos me cegaron.
—Explícate, Kazuto —invitó Asuna con paciencia.
—¡Tú para mí eres la primera! —comentó Kirito, entregándose al desahogo—. La primera vez que te vi, me intimidó la idea de pensar lo guapa que eras. Fue la primera vez que me di cuenta de la complicidad del corazón en la felicidad. Tú lo despertaste. Y durante mucho tiempo me alejó de ti. Siempre consideré que la cadena de eventos que nos unió solo fue cosa de la casualidad, que en alguna parte estuvo escrito, y ocurrió así. Yo sé lo que siento, y también me lo demostraste. Pero los hombres somos débiles, y en ocasiones la virilidad nos supera, por mucho que nos demos de modernos. Por eso, cuando me enteré de que hubo otro antes, no pude controlar mis pensamientos. ¡Ya no era el único en tu vida! Tenía un rival. No sé que tanto haya sido lo que los unió, pero fue difícil asimilarlo. Es una tontería, pero las relaciones anteriores están muertas hasta que recuerdas lo que fue, no soy tan tonto para no reconocerlo. Me invadió la duda. ¿Acaso soy mejor yo? ¿Qué lo hizo acabar? ¿Estaré repitiendo sus errores? De repente mi seguridad se esfumó. Y para colmo, estaba en tu salón de clases. Dejé de representar lo que significas para mí. Y me dio miedo perderlo. Solo se convirtió en rabia, y conociste mi peor versión. Por un segundo, se me olvidó que no solo eres mi pasado, sino que también eres mi presente, y el futuro que deseo pasar contigo hasta mi ultimo aliento. Con eso, basto para llevármelo todo por delante.
De nuevo, silencio. Kirito respiro hondo, tapándose el rostro. Finalmente dejó dicho toda su basura psicológica. Todo sonó incluso banal. ¿Cómo podía justificar sus acciones por prejuicios absurdos? De repente sintió la mano de Asuna sobre las suyas. Cogió su rostro, y habló pausadamente.
—Ahora escúchame bien, Kazuto Kirigaya. Nunca. Nunca busques las razones que llevaron a alguien a querer. No tiene sentido. Son poquitas las veces que tenemos la intención de hacerlo. Sí que tienes razón en algo, y es que las relaciones anteriores forjan el carácter. Pero son eso, pasado. Y si no lo mencione nunca, era precisamente para protegernos. Hay secretos que una mujer nunca dice, por respeto a sus protagonistas, o para proteger a quienes queremos. Y puedes estar seguro que tú, sí que eres el primero de mi vida. No importa lo que haya sido antes, solo me importa lo que tengo contigo, porque es sincero. No deseo que lo nuestro muera por esto. No quiero que un papel lo termine. Ya son muchas las parejas en el mundo que no toleran nada, y viven de fantasías de hombres y mujeres perfectos. Yo amo a Kazuto, con todo y sus imperfecciones, y por eso, te perdono —Kirito sintió el corazón en un puño, como hace mucho no lo hacía. Podía fijarse en los rasgos tranquilos y angelicales de su novia—. Porque el amor de verdad todo lo perdona. Y si hablas con la verdad, solo puedo sentir regocijo por tenerte en mi vida, y más convence de querer salvarnos, porque esa es la naturaleza de lo nuestro.
Un ángel. Eso era Asuna Yuuki. Kirito perdió el control de sus emociones, y aunque Centoria fuera su ambiente, Alfheim se encargó de que fuera sincero con sus sentimientos. Las lágrimas bajaron por su rostro. Eran amargas, a pesar del alivio que sintió. ¿Cómo es que ella quería seguir existiendo en su vida? ¿Por qué esa bondad? ¿Acaso no seguía enojada? Él si lo sentía. Era rabia. La rodeó en brazos, y oculto su rostro en su cuello. Ella hizo lo propio.
—Lo siento —repitió Kirito varias ocasiones, sin poder detener las lágrimas—. Perdóname. Lamento haber sido horrible.
—Nunca, pero nunca más vuelvas a dudar de lo que siento por ti —respondió ella, también con los ojos brillantes, apretando su abrazo—. Y cuando tengas un motivo, habla conmigo antes.
—Sí.
Se besaron con ternura. Hasta ese entonces, no se habían percatado lo mucho que se habían extrañado mutuamente. El cuerpo lo sintió como una eternidad, recortando cada vez más la distancia. Kirito casi olvidó la sensación de sus besos, y cómo eran capaces de abstraerlo de la realidad. En la realidad virtual, el esfuerzo por imitar y perfeccionar el contacto humano se dejó notar desde el primer momento del metaverso. Tal era el grado de detalle, que incluso pudo sentir el olor del cabello de Asuna. La suavidad de sus labios. Incluso, de su piel. Fue como ir en el túnel del tiempo, de vuelta en SAO. Ya no encontró diferencia entre Alfheim y el otro lado. Solo existía ella, y nadie más.
—Espera… —mustió Asuna con voz débil, casi sin fuerzas cuando ya se habían tumbado—. Aquí no. Nos están esperando. Yui está abajo. Debe estar preocupada por lo que le dijiste.
—Okey… vale… tienes razón —dijo un Kirito en voz gutural. Sintió que lo mejor, era no insistir—. Volvamos.
—Terminamos esto del otro lado. —dijo Asuna, poniéndose de pie en dirección a la puerta.
Kirito la alcanzó de un salto, y volvió a besarla. Ella se lo devolvió, antes de salir de la habitación.
Bajaron tomados de la mano, para regocijo de los asistentes. Agil lo rodeó por los hombros susurrándole al oído "así es como el héroe de reconquista el amor". Kazemi los miró desde la mesa de los embutidos, y le dedicó una sonrisa a Kirito y un gesto de su mano. Luego fue hasta él y lo rodeó de hombros, perdonándole los malos consejos. Porque pudo ser un desastre, pero insistió en que lo acompañara a celebrar. Más lo agradeció cuando supo de su presencia en casa de Asuna, como pieza clave para que acudiese. Kirito le explicó a Yui que ya todo estaba bien. Ocultaron todos los detalles de su discusión, disfrazada como un problema que aquejaba a la salud de su madre. El día culminó cuando sopló las velas con ayuda de Asuna. Finalmente celebraron sus cumpleaños el mismo día, a falta de la celebración a su novia. Compartieron un rápido beso en ese momento, que mantuvo con vida la pequeña llama que seguía en aquella habitación.
Ya una vez desconectados, recibió un instantáneo de Asuna, diciéndole que su casa estaba vacía, debido a que sus padres estaban de viaje de negocios, y su hermano estaba fuera de casa esa noche. Se puso lo primero que encontró en el desastre de su habitación y salió disparado hasta su patinete eléctrico, despidiéndose de Sugu. Tardó unos veinte minutos en llegar a la Residencia Yuuki. Ella ya lo esperaba, aunque Kenji fue el primero en verlo a través de las ventanas, cuando escuchó el ruido del extraño artefacto. Y allí, continuaron donde lo dejaron. Entre risas traviesas subieron a la habitación, y cerraron la puerta para amarse por el tiempo pendiente.
Cuando Asuna salió al baño, Kenji se escabulló en la habitación directo hasta la cama, donde estaba Kazuto, cubriéndose con el edredón. El gato se estiró, y se recostó a su lado no sin antes rascarse la cabeza entre sus dedos, exigiendo cariño. Rascó detrás de sus orejas, y el gato devolvió sus ronroneos.
—Sí, ya sé que eres bonito —dijo el chico sin dejar de rascarle—. Muchas gracias por cuidar de Asuna por mí. Te debo una.
Kenji ronroneó. Kirito lo interpreto como una respuesta afirmativa. Se encargaría de regalarle una buena botana para gatos, y algo pequeño y llamativo para que jugase con él.
—Veo que mis dos chicos favoritos han mejorado su relación. —dijo Asuna risueña, ya vestida con su pijama rosado.
—Nada. Solo llegamos a un acuerdo. —añadió el espadachín negro.
—¿Y cuál es?
—Fácil. El puede tenerte durante el día todo el tiempo que quiera. Pero por las noches, eres para mí.
—Ah ¿sí? Pues no suena tan mal —dijo una coqueta Asuna, entrando a la cama—. Pero, ¿y si yo no acepto?
—Seguro que sí. Después de todo, si eres para mí, yo también lo soy para ti. Ya te lo he dicho, soy un hombre con mucha suerte, solo con tenerte.
—Ahora y por siempre. —dijo ella.
—Por siempre.
Ya avanzada la noche, cuando Asuna dormía, el vigilo su sueño por unos minutos. Y no pudo evitar recordar la misma escena de hace dos años. Casualmente, el anillo que le había regalado días antes, lo conservaba. ¿Sería un buen momento entregárselo al día siguiente, y tener una segunda boda en Alfheim? Lo interrumpió un mensaje en su móvil. Lo cogió y se dio cuenta que era de Reki Yamikaze.
"Ya me enteré de todo. ¡Cuide de la comandante! :D!"
Kirito dio una sonrisa leve. Le respondió agradeciéndole, e invitándolo junto con su novia a su segundo matrimonio con Asuna. Él acepto con gusto. Ahora, podrían hablarlo y presentarse formalmente, y compartir los cuatro el futuro, y ser testigos de sus enlaces.
Fin
