Capítulo 2
ELLA ES EL DELIRIO
Entró a esa habitación sin una alta expectativa de encontrarla ahí adentro, pues la maldita aplicación de "Zeus" no permitía un segundo encuentro. Salvo las únicas veces en que se podía coger a una misma mujer era cuando el palacio organizaba sus famosos eventos privados para los de mayor puntaje.
Claro, era quién encabezaba siempre la lista.
Decidido a no darle más vueltas al asunto, giró la manilla de la puerta y cerró al entrar.
Una despampanante morena ya lo esperaba sentada sobre un sofá. Recorrió lentamente sus esbeltas y desnudas piernas que descansaban en la mesita de noche. Lo único que llevaba puesto era una diminuta braga que se notaba por la curva de su trasero.
Ella alzó una delgada ceja y observó su reloj inteligente.
― Llegas diez minutos tarde.
Pero por muy guapa que ella fuese no le levantaba el apetito.
¡Maldita fuera, dulzura!
Retrocedió, sabía que eso le costaría una baja de puntos en "Zeus" pero francamente le valía una.
― Disculpa, debo irme.
Apenas tomó el picaporte cuando la dura voz de la mujer se dejó escuchar en toda la ala de la habitación.
― ¿Me vas a dejar?
Giró levemente el cuerpo. Se permitió ver por última vez su cuerpo. Tenía unos pechos exuberantes. Redondos y firmes y eso no podía negarlo. Pero no era esos los que quería amoldar.
― Creo que sí.
― ¡Te costará puntos!
― Me tiene sin cuidado.
Parecía como si ella estaba más ansiosa de que aquella noche se diera porque utilizó su ultimo as bajo la manga.
― No se va a quedar así. Me quejaré con la administración.
― Puedes hacer lo que te plazca – se encogió de hombros – Francamente no podría hacerte nada porque no se quiere parar.
Ella parpadeó y esbozó una picara sonrisa, acercándose a él.
― Podríamos solucionarlo. Soy muy buena con las manos y la boca. Tú elije cual.
En otro tiempo y momento seguramente no habría rechazado esa deliciosa oferta.
Inuyasha asintió.
― Podríamos, pero no quiero.
Dicho esto, salió de esa habitación no sin antes de llevarse unos cuantos insultos tras su ida.
Así estuvo, programando cita tras cita. En algunas ocasiones llegaba cinco minutos de retraso a propósito. Solo porque ya imaginaba que la mujer que estaba del otro lado de la habitación no era ella. Y así era, en cuanto entraba salía de inmediato no sin antes llevarse un insulto por parte de la cita. Podía quedarse y satisfacer su instinto sexual, pero su fuego lo quería apagar con "dulzura" no con otro cuerpo.
Si tan solo es anoche no la perdida de vista, seguramente todas las reglas de la agencia se hubieran ido al.
Aquella mañana no estaba de humor para tolerar estupideces tanto de empleados como de sus clientes. Por eso le ordenó estrictamente a su secretaria que nadie lo molestara y que cancelara sus citas. La que parecía más afectada era ella que él mismo.
Tan solo tres semanas se cumplían las dos semanas de aquel breve encuentro y las imágenes estaba gabadas en su mente a fuego vivo. No podía dejar de pensar en esos labios, en su boca. Todo en ella lo había calcinado por dentro y no se conformaba con solo haberla tenido un día.
Flashback.
Debía apurarse, dulzura lo esperaba desde el otro lado de la habitación. Pero un breve mensaje del doctor que se encargaba de la única mujer de su vida lo cambió todo. Le mandaba una receta médica, así como las siguientes recomendaciones que debía realizar. Ya que el doctor Morrison saldría de vacaciones durante dos semanas.
¡Maldito inoportuno!
Nunca molestaba a esa hora del día y hoy, que estaba más que apresurado por volver a esa cama venía él a estropearlo todo. Ese hombre se cotizaba mucho, era un neurólogo pediatra demasiado caro, pero así era de bueno el muy. Sabía qué no encontraría alguien mejor como él.
Colocó el móvil en el lavabo y se miró al espejo, de pronto observó la regadera y una idea atravesó por su mente. Abrió el grifo y regularizó al agua a temperatura media. Enrolló una toalla en su cintura y salió de ahí, dispuesto a invitarla a seguir aquella noche en el lujoso baño.
― Dulzura, el agua esta...
Pero se quedó completamente callado, ahí no había rastro de dulzura. No estaba su ropa, su bolso.
La cama estaba vacía y las sábanas dispersas.
― ¿Dulzura?
Tocó las sábanas y estás estaban aún tibias. Tibias por el cálido cuerpo de "dulzura ".
Ella se había ido, dejándolo con unas tremendas ansias de seguir cogiéndosela.
Incluso con el impulso de arrebatarle su nombre en cada embestida. Pero no, se había ido, dejándolo a medias.
Flashback de aletas.
― ¿Señor?
Imaginaba que deslizaba su mano por aquellos delicados tobillos.
― ¡Señor Taisho!
Ascender por sus exorbitantes curvas y moldear sus pechos entre sus manos.
― ¡jefe!
Sus labios rojos tentando los suyos. Sus ojos color chocolate nublados por la excitación.
Todos eso lo estaba dejando con una punzante erección.
― ¡Inuyasha!
De pronto esos pensamientos se quebraron como un espejo y se encontró con su madura secretaria, que le había arrojado una pluma.
― ¿Me arrojó una pluma, señora Kaede?
― ¡No me escuchabas hijo! ― Exclamó la mujer, tomando asiento frente su escritorio – Además ni que por una pluma te podría mandar al hospital. Últimamente has estado muy distraído. ¿Te pasa algo?
Alzó una ceja.
¿Qué si le pasaba algo?
¡Claro que sí! Se estaba consumiendo a fuego lento por una mujer la cual no sabía nombre, pero si recordaba su cuerpo.
Decirle todo eso a su secretaria de sesenta años probablemente se escandalizaría y por consiguiente le tendría que revelar el modo en cómo conoció a una mujer. Tal vez hasta renunciaba a su empleo por tener un jefe pervertido.
Por eso, a una mujer como Kaede Palmer no le podía decir a que iba la membresía de Zeus.
―No sucede nada. – optó por mentirle, aunque con cierta frustración.
― Bueno― ella asintió – Creo que ya es hora de que retomes citas y juntas con clientes.
Ni que lo dijera, todo giraba en torno a dulzura. Tal vez lo mejor sería olvidarse un poco de ella y dejarla como ese breve y fujas encuentro de una sola noche. Total, seguramente no era el último ni el primero que le pasaba. Pero la sola idea de imaginar que era socia y que otro bastardo estaría deleitándose en ese cuerpo lo hicieron arder de furia.
Pero en mayor parte era mejor así, después de todo no tenía nada que ofrecer. Bueno, solo sexo y ya. En su vida no había posibilidades para que alguien más entrara en ella. Así que, poniendo una expresión más seria, fue que despejó su mente y se sumergió en el trabajo.
Su rostro cambió al hombre que a menudo solía ser. El abogado Inuyasha Taisho. Entre los demás colegas era conocido como el "despiadado" porqué era muy frio y cruel en los juicios. Gracias a eso, no perdía uno hasta el momento.
― ¿Qué pendientes tenemos?
La señora Kaede sacó su libreta de apuntes, ojeando las páginas hasta llegar a la última. Se colocó los lentes para ver y comenzó con el primer punto.
― Habló el doctor Morrison – comentó – Desea ver a Kanna el viernes.
¡Otra vez ese maldito!
Por él una de sus mejores noches se arruinó.
Él asintió e iba haciendo anotaciones en su agenda. Tan solo el nombre su hija le hizo sonreír. Pero no duró mucho al recordar como su ex lo había abandonado justo cuando Kanna era apenas un bebé recién nacido. En ese momento él no tenía nada en el bolsillo más que ofrecer, solamente amor. Pero al parecer a ella eso no le bastaba y terminó por largarse. Una vez que comenzó a ganar casos y se hizo famoso, decidió luchar por obtener la custodia completa sin que la mujer tuviese algún tipo de derecho para verla y así fue.
Hasta ahora ella no se había atrevido a reaparecer en sus vidas y así estaba mejor.
Lejos de eso, no permitía que otras personas entraran a su vida para no incomodar a su hija, ya que después de haber cumplido los tres años se le fue diagnosticado Asperger. Desde ese momento de dedicaba a ella. Garantizando que nada le faltara. Sabía cómo era con las personas extrañas y por eso no tenía "Novias".
Por eso, únicamente serían ellos dos, de por vida. Aunque también estaba una enfermera que la cuidaba mientras él estaba trabajando.
― ¿El maldito ya regresó de sus vacaciones? – se quejó.
― Inuyasha – su secretaria dio un pequeño suspiró – Kanna confía mucho en él, aunque tú no lo notes. Ella se siente segura con el doctor Morrison.
¿Cómo sabía la señora Kaede que Kanna tenía plena confianza en él?
Tal vez porque ella acudía a las citas cuando a él se le acumulaba mucho trabajo.
También su secretaria era parte de aquel circulo de protección.
― Cómo usted diga.
― Claro que lo digo yo – asintió Kaede, segura de su respuesta – A quién deberías buscarle un reemplazo es a Yura. Esa enfermera no me da buena espina. Siento que no es paciente con Kanna y la verdad me preocupa que pueda hacerle algo.
Inuyasha se encogió de hombros, restándole absoluta importancia.
Yura nunca le había dado motivos para desconfiar de ella. Si hubiese sido mala enfermera con su hija fácilmente lo sabría. Pero ese no era el caso.
― Así como le tienes fe al doctor Morrison, yo se la tengo a Yura.
― En eso si estas equivocado. Ten mucho cuidado hijo – advirtió la señora Kaede – No vaya a ser que tengas al mismo diablo en casa y no te has dado cuenta.
― ¿Qué otro pendiente tenemos?
Decidió zanjar el tema de la enfermera de su hija y cambió bruscamente de tema.
Su secretaria revisó lo segundo pendiente en su agenda. Siendo muy cuidadosa de que no le faltara alguno por decir. Debía aprovechar que su jefe estaba dispuesto.
― No olvides que mañana es tu cita con la hija del señor McAdams.
Nada más en recordar esa cita ya le estaba produciendo una terrible migraña a tal grado de cambiar su estado de ánimo. Solamente conocía al abogado Myoga McAdams, más no se había dado el tiempo o más bien el interés de conocer a su extensa familia. Lamentablemente, ese hombre le había echado el ojo como yerno.
Ahora que se había jubilado le heredó el bufete de abogados a su única hija. La cuál, sólo conocía por nombre.
Sólo en una ocasión estuvo a punto de encontrarse en un juicio, pero a última instancia a él lo removieron a otro más importante.
― ¿Se puede cancelar?
― Recuerda que su hija es ahora la nueva directora del bufete de abogados más prestigiado. Lo tomaría como una ofensa si no deseas salir a cenar con ella. Deberías acudir, uno nunca sabe si podría resultar ser el amor de tu vida.
Inuyasha se llevó una mano a la cabeza y dio un largo suspiro, mientras se desataba en nudo de su corbata con la otra mano libre. ¿A caso el mundo no entendía que no deseaba citas? Que solamente le interesaba conocer una mujer, coger con ella y una despedida. Porque no estaba en sus planes tener una familia y mucho menos una relación a un largo plazo.
¿Era muy difícil comprender eso?
Era un abogado demasiado ocupado como para detenerse en sentimentalismos y cosas delicadas de mujeres.
Pero la principal razón más poderosa era porqué lo hacía por su hija.
Claro, dulzura era una excepción y tarde o temprano daría con ella.
― ¿Qué tipo de flores llevo? – finalmente preguntó resignado.
― Tengo entendido que es alérgica a las flores.
Bien, mucho mejor, así no se detenía en un puesto a elegir cualquier arreglo.
Tal vez después de la oficina pasaría al gimnasio. No le vendría mal un par de horas haciendo pesas. Al fin y al cabo, Yura se encontraba cuidando de Kanna, por lo que un poco de distracción no le vendría para nada mal. Así también mantendría alejado sus pensamientos de esa mujer que lo tenía delirando.
Tal vez eso era lo que necesitaba, otra cita en Zeus para apartarla de su cabeza. Pero eso ya lo había estado haciendo y a cada una de las mujeres con las que se encontraba difícilmente levantaban su apetito.
Dulzura lo dejó cautivado, extasiado y sobre todo deseoso de más. Estaba seguro de que tarde o temprano daría con ella.
Y desde luego que daría con ella. Para hacerle pagar por haberlo dejado a medias cuando la noche apenas iniciaba.
XXX
A última hora Kikyo y Sango la habían mandado al super por unas cervezas. Esa tarde sería noches de chicas como se debía. No más tarjetas misteriosos para encuentros clandestinos en una habitación de hotel. Por más que su amiga le hubiese incitado que aceptara otro encuentro, no la iba a convencer.
Pero ahí no veía la marca que tomaban, solamente estaba entre los anaqueles una inmensa variedad de Sky, bueno, tendrían que conformar con eso. Probablemente si mezclaba la cerveza con un soju coreano tal vez lo modificaría un poco el sabor. Así que tomó dos. Luego pasó por el área de frituras y aderezos. Por lo que veía ya era suficiente con todo eso.
Como el auto cobro no estaba en funcionamiento tuvo que hacer fila en una de las cajas. Una revista del corazón rosa le llamó la atención y la retiró del anaquel para hojearla por mientras esperaba su turno.
― ¡Kanna!
A lo lejos escuchó una voz de una mujer, se escuchaba alterada y un poco desesperada. Volteó a ver de dónde provenía justo para ver a una mujer con bata rosa (de esas que usan las enfermeras) que pasaba por el lugar. Tenía el cabello corto y de color negro y sus ojos marrones que denotaban una expresión de preocupación.
Pero no fue eso lo que llamó su atención sino un pequeño bulto que estaba oculto debajo de la caja. Se agachó para verlo mejor y vio a una pequeña niña de cabello patinado y ojos dorados.
Le recordaban a unos que había visto anteriormente.
―No le digas dónde estoy.
Kagome frunció el cejo y trató de tocarla, pero la niña se apartó un poco antes del contacto. Tal vez porque estaba asustada al ver a un extraño.
―Tu mami te busca.
La niña levantó la vista, pero en lugar de mirarla fijamente, desviaba sus ojitos hacia otro lado.
― ¡Ella no es mi mamá!
― ¡Ahí estás!
Kagome se levantó al escuchar la voz de la misma mujer que busca a la niña. Pasó a un lado de ella, empujándola para que se hiciera a un lado, ya que el lugar era muy estrecho. Sin miramientos, tomó a la niña del brazo para jalarla y obligarla a salir.
―Suéltame. No me toques.
Se sintió indignada por el modo en que esa mujer trataba a la niña y eso no podía permitirlo.
―No deberías tratarla así. Es solo una niña.
― ¿Quieres dejarme hacer mi trabajo? Ustedes las personas normales no saben absolutamente nada.
¿Normales? Kagome frunció el cejo. Miró a la niña, que en ese momento se tapaba los oídos para cerrar los ojos y evitar escuchar el ruido.
No quería irse, pues no sabía si la niña estaría segura con un monstruo como ese.
Entonces el guardia de seguridad del supermercado se acercó a ambas mujeres, mirando una a la otro.
― ¿Todo bien?
― No – se apresuró a decir la enfermera– Esta mujer está interfiriendo en mis labores enfermera― paciente. Pido que la saque de aquí.
― Pero yo…
― Vamos señorita – pidió el hombre – La escoltaré hasta la salida.
Kagome ni siquiera aceptó que la guiara hacia la salida. Estaba enfadada, pero antes de hacer o decir algo, pensó en la niña que aún era sostenida por aquella mujer. La afectada podría ser ella, así que accedió a salir de ahí.
― Está bien – asintió al final – Me iré, al cabo no encontré lo que quería.
Pero juraba que donde viera a esa enfermera sola, se las haría pagar. Agarró su bolso del carrito y salió por la línea de caja seguida del guardia. Volteó hacia atrás pero ya no había rastros de las dos. Se iba con la angustia de haber dejado a la pequeña con esa mujer.
― ¿Y las cervezas? – se quejó Kikyo cuando la vio entrar sin nada – A eso te enviamos. Por ellas.
― Lo siento, tuve un altercado con una cliente. Además, no había cerveza de la que querías.
Sango y Kikyo se miraron una a la otra. Al final todo lo pidieron por Uber.
― ¿Sigues pensando en una de mis fichas? – preguntó picara Kikyo, agitando una copa de vino.
― No sé porque al final preferiste vino – respondió con otro comentario.
Kikyo entornó los ojos, miró hacia ambos lados para ver si no estaba cerca Sango y pudiese oír la conversación. Después de todo, no le gustaba esas citas que organizaba. Pero ella lo veía como algo normal. Viendo el lado positivo, no tendría que ir a un bar, seducir a un hombre y llevárselo a la cama. No, aquí organizaba una cita, le daban su ficha y se cogía al tipo que le tocaba. Fácil, sin tener que preguntar primero el nombre y así.
― Y eso que no has ido a las convenciones que hacen. – comentó, ignorando por completo el de su amiga – Una vez al año, elijen a los que tienen mayor puntaje. El hotel se cierra para unas cuentas personas y ya te imaginaras lo que sucede entre aquellas paredes. De hecho, falta poco para…
― No gracias – la interrumpió – No me gustaría privarte de ese privilegio.
Como ella le había dicho, solo se podía tener una cita con él y no deseaba un encuentro más con un hombre diferente. Ese hombre no había parado de rondar sus pensamientos.
― Recuerda esto Kagome, cada vez que recuerdes al tipo que te cogiste, piensa que pude haber sido yo la que se lo habría cogido si no te hubiera dado esa ficha.
Tan solo la idea de pensar que ella hubiese sido la que ese chico de ojos dorados la cogiera si le hacía sentir un poco de celos. Aunque malamente los sentía, no debía, el comportamiento de Kikyo fue como el de cualquier amiga. Tal vez su acción fue sin alguna intención de incomodarla.
XXX
Tal y como lo planeó, al salir de la oficina fue directo al gimnasio. Hizo un poco de pesas en la compañía de su entrenador físico.
Llegó temprano a su edificio, debía recordar que mañana tendría la dichosa cena con la hija de Myoga y eso le ponía los nervios de punta, ya que no sabía que decir, aun así, debía actuar como caballero.
No se veía rastros de su hija por la sala así que fue a buscarla a su habitación, sonrió al verla ya dormida. A lado de ella estaba Yura, la enfermera que se hacía cargo de cuidarla cuando él se encontraba fuera. Hizo una ligera mueca al verla en su móvil. Bueno, no podía prohibirle que lo usara mientras Kanna descansaba.
Le dio un breve saludo y salió rápido de la habitación. No tenía deseos de cenar, así que solo se sirvió un poco de licor, tomó asiento en un amplió sofá y se dedicó a contemplar la ciudad. Pensando que, en algún lugar, "dulzura" estaría ahí en alguna parte.
Frunció el cejo cuando la luz se atenuó, viendo su propio reflejo la ventana de vidrio. A lado de él se encontraba Yura, la miró de arriba abajo y antes de que pudiera preguntarle que deseaba, la mujer se había abalanzado sobre él, sentándose arriba de sus piernas. Le besaba el cuello y buscaba a tiendas desabrocharle el cinturón.
Dejó el licor sobre una mesita y le detuvo las manos. La miraba con el cejo fruncido, pues nunca le había hecho insinuaciones a esa mujer. Ante todo, respetaba a la mujer que cuidaba a la niña.
― ¿Se puede saber qué hace, Yura? – incluso le hablaba apropiadamente.
Yura restregó sus caderas de arriba abajo, incitándolo, queriendo despertar su deseo. Zafó una mano y tomó la de él, colocándola en el nacimiento de uno de sus pechos.
― Lo que llevo hace tiempo queriendo hacer contigo, Inuyasha – trató de volver a besarlo, pero él hizo la cabeza hacia atrás – No te resistas. Sé muy bien la clase de hombre pervertido que eres. Podríamos divertirnos. Kanna está dormida.
Eso lo hizo enfurecer, pues se estaba aprovechando de su condición como enferma y, sobre todo, estaba tratando de seducir a su jefe. Y una regla que se impuso fue, que cuando ella entrara a esa casa, nunca iba a insinuársele. Podría ser un cabrón con otras mujeres, pero con la mujer que cuidaba de su hija, jamás.
― Recoge tus cosas – sin mirarla, tomó su copa – Estas despedida.
― Pero…
Inuyasha giró sobre sus talones.
― Pero yo nunca te di ninguna insinuación. No niego que eres bella. Pero te respete por ser la enfermera de mi hija. Deja tu llave en la recepción.
― ¡Te arrepentirás!
―Comunícate con la señora Kaede para el tema de tu liquidación. No tenemos ya nada que tratar a partir de ahora.
En un ataque de ira, la enfermera le lanzó las llaves y estas se estrellaron en su pecho, aterrizando en el lujoso piso de mármol. Lo siguió maldiciendo hasta que salió de ahí azotando la puerta.
Entró a la habitación de su hija, le acomodó las sábanas decidido a velar el sueño. Pero ella sintió su presencia y abrió sus pequeños ojos.
―Hola – saludó él – Duerme.
Ella asintió.
―No me gusta Yura. Es mala.
Él suspiró al reconocer por primera vez que su secretaria tenía razón. Kanna no se sentía segura a lado de esa mujer. Se sintió culpable al no haberlo visto antes, imaginando lo que su pequeña tuvo que pasar. Ahora tendría que buscar otra enfermera cuanto antes de lo contrario tendría que trabajar desde aquí. Podía pedirle a la señora Kaede que se hiciera cargo de ella, claro, eso implicaría darle el día libre por mientras conseguía a alguien.
Con una sonrisa, levantó la mano para acariciar su frente, pero solo rosó la punta de su dedo con suavidad antes de apartarla.
―Ella no volverá.
Se quedó unos momentos ahí junto de ella, velando su sueño. Sacó su móvil y le envió un mensaje y acordaron verse mañana temprano en su edificio. Desde luego nunca le dijo los motivos por los cuales había despedido a la actual enfermera.
XXX
Hizo una mueca mientras trataba de abrir una aspirina y verterla en un vaso de agua helada. No recordaba cuanto había bebido y la triste realidad de su cruda moral le taladraba la cabeza. Estaba muriendo y necesitaba de algo más fuerte para calmarlo.
Por desgracia, aquella jornada laboral no le estaba siendo nada buena. Odiaba ser directora y necesitaba unas vacaciones. Pero era la única que podía estar al frente del bufete familiar. Su padre la nombró directora unos meses antes y ahora se iba de vacaciones junto a su madre a quien sabe que parte.
Probablemente estaban en Dubái.
Faltaba unas pocas horas para su encuentro, tal vez lo único que bastaba era respirar. Miró el reloj, eran las 12:00 pm y tenía mucha hambre. Cuando de repente la puerta se abrió y su progenitor salió a relucir.
― Creí que estabas en Dubái.
― ¿No me vez aquí? – bromeó – Solo quiero ver como mi preciosa hija está al frente del bufete. Me han dicho los empleados que lo has estado haciendo bien. Eso me conforta.
Pero Kikyo no era tonta y conocía muy bien a su progenitor. Algo se traía entre manos ese hombre. Además, odiaba que la persona le dieran tanto rodeo a las cosas.
― Al grano ¿Qué quieres?
― Mucho cuidado cómo me hablas Kikyo – le apuntó con su bastón – Soy tu padre.
No estaba de humor para tolerar ni a su padre, así que guardó silencio y permitió que hablara.
― Pero bueno, antes de irme de vacaciones con tu madre a Marruecos….
― ¿Ahora es Marruecos?
Este hombre se la pasaba viajando mientras a ella la tenía como esclava al frente de su despacho. Bueno, tal vez si se lo merecía después de todo. Se la pasó prácticamente toda su vida trabajando y nunca se daba el lujo de salir. Ya le tocara a ella algún día.
― He venido a recordarte tu cita de hoy. – prosiguió, ignorándola por completo.
Hizo una mueca, no tenía que recordarlo. Por supuesto que conocía a su cita y no estaba interesada en saber absolutamente nada de él. Decían que el abogado Taisho, además de ser despiadado en los juzgados, era un tipo demasiado arrogante, solitario y por ende muy aburrido. No era para ella.
― Papá yo…
― Nada de protestas. Conoce a ese hombre, podrías incluso terminar enamorada de él. Te convendría hacer una familia y que mejor con él.
Familia tal vez, pero acabar enamorada de alguien así mejor que la quemaran viva. Ella quería conocer al amor de su vida de una forma distinta. No una simple cita pactada por su padre y por él. Un encuentro casual en un bar, que al verlo resplandeciera una radiante sonrisa que le hiciera temblar las piernas y la hiciera gritar en la cama, desando que al día siguiente supiera más de él.
Además, si acudía a esa cita, perdería el encuentro en el hotel y eso no podía permitirlo. Su única salvación era que alguien se hiciera pasar por ella y ya estaba pensando en la candidata perfecta.
― Ten por seguro que acudiré – su rostro dibujó una falsa sonrisa.
― Eso me complace mucho hija. No todo lo que se dice del abogado Taisho es cierto.
― Papá ― lo interrumpió – Iré y ya.
La conversación duró un poco más de lo previsto y lo único que vio antes de ver a su padre salir por la puerta fue una sonrisa de satisfacción. Inmediatamente en que la puerta se cerró sacó su móvil y le marcó a la persona que podría salvarle.
Aguardó impaciente hasta que la voz muy familiar contestó del otro lado de la línea.
― Tú me debes un favor y quiero cobrarlo.
XXX
Acudió con media hora de anticipación. Era habitual en él, acudir temprano a las citas. Obviamente la suya no llegaba aun así que sacó su móvil y rápidamente le envió un mensaje a la señora Kaede. Deseaba saber cómo se había quedado Kanna luego de que él se despidiera de ella. No le agradaba estar tanto tiempo apartado de ella.
La respuesta de su secretaria fue muy rápida, un mensaje seguida de una foto de ella a lado de su pequeña.
"Sra. Kaede:
¡Todo bien, comiendo Pizza!"
El restaurante estaba un poco abarrotado. Miró a su alrededor y una gran parte de los comensales estaba compuesto por parejas sonrientes. Era el único que estaba ahí solo, aguardando por su odiosa cita.
¿No sería de caballeros si se levantaba y la dejaba plantada?
Tal vez sí, pero a quién le podía importar, podría enviarle unos chocolates ofreciéndole disculpas y alegando haber tenido un contratiempo. Total, no se conocían en persona.
Una rubia pasó a un lado de él. la recorrió sin descaro alguno. Su vestido rojo moldeaba a la perfección sus curvas de sirena. Sus piernas altas iban acompañadas por unos zapatos de tacón alto y sin mencionar el escote en forma de "v" resaltaban sus sugerentes senos. Ella agitó sus largas pestañas un pequeño coqueteo que a Inuyasha le fascinó. Él sonrió, inclinando la cabeza en un gesto de saludo. Ella pasó a su lado y el aroma de su perfume dulce lo embriagó. Volteó un poco para seguir el trayecto de la dama. Esperaba que su cita no acudiera al encuentro, porque de lo contrario perdería una oportunidad incalculable de conocer el interior de esa rubia.
― ¿Señor Taisho?
Una suave voz lo sacó de su coqueteo con la rubia.
― ¿Sí?
Pero al voltear vio a una mujer de vestido purpura que lo miraba fijamente.
Se quedó mudo al verla.
