DISCLAIMER: Severus Snape, Lucius Malfoy, los apellidos Lestrangue, Wilkes y el colegio Hogwarths, así como Voldie & The Death eaters todo copyright the JK Rowling. Aurores mencionados y otros sucesos, homenaje a otros autores. Y el resto, deliciosamente mío.
WARNING: Yaoi, Slash, chico+chico enamorados y apasionados. Mucha oscuridad, sangre y lágrimas aquí. Y sobre todo, mucha angustia, aunque también muchos chistes malos.

SPIRITS DREAM INSIDE II

S E C R E T W I T H M E
by The Fox

Una vez hubo una historia de amor que se volvió pesadilla.
Una historia de amor que fue más fuerte que el horror, la muerte, y la locura.
Y a pesar de los años transcurridos, alguien aún vela, y piensa.
Esta es la historia de cuatro adolescentes a punto de volverse hombres, y de pagar deudas que se escriben con sangre, lágrimas, y magia.
Y de cómo puedes perdonar, pero nunca olvidar.

CAPÍTULO UNO.
THE WANDER
Suddenly the world seems like a perfect place
Suddenly my life doesn't seems like a waste.
It all revolves around you.

Estaba lloviendo mientras el Expreso de Hogwarths se aceleraba hacia su destino, y apoyando su frente en el frío vidrio, Oliver Lestrangue miraba con sus ojos
almendrados, negros como tinta, el paisaje pasar en un borroso verde y azul. Estaba solo en el compartimento, envuelto en una manta, sintiendo el frío morder su piel pálida.
- Está ocupado?- dijo una voz risueña. Oliver alzó la vista, sorprendido, para ver a un chico alto, más o menos de su edad, con luminoso pelo rojizo y una sonrisa asomarse
por la puerta con cristales. Debía pesar el doble, si no más que el delgado y pálido chico sentado allí. Tenía la cara pecosa, y un poquitín de miopía en los ojos, y traía a
remolque a otro chico más bajo y sonriente, con una maraña de rizos dorados revueltos.
- No sé. Tú que opinas?- respondió con la voz suave y sedosa que era su mayor atractivo. El chico pelirrojo pareció desconcertado por la hostilidad, pero el rubio frunció las
cejas.
- Yo diría que está completamente vacío, excepto por esa cosa fea al lado de la ventana, Will.-
Oliver se volvió hacia la ventana. A pesar de haberse metido un café caliente dentro, estaba helado. No importaba que hubiera heredado el cutis pálido y el pelo negro de su
madre: su padre había sido mitad hindú, y buena parte de la sangre que le corría por las venas suplicaba por un poco de sol.
- Hugh…- el chico pelirrojo le dio una palmada en la cabeza al chico más bajo, y se acercó a Oliver con gentileza. Era alto, y aunque esbelto tenía un cuerpo fuerte y suave
para sus once años: iba a crecer estupendamente. Le tendió una mano a Oliver, sonrió, sus suaves ojos celestes muy amables.
- William Weasley. Tienes mucho frío? Quieres un café?-
- Estoy bien.- Oliver no apartó la vista de la ventana, pero allí veía reflejado el rostro amable del chico pelirrojo y los ojos brillantes y duros del otro, verde vivo.
- Te importa si nos sentamos acá? Los otros vagones están llenos.-
- No me podría importar menos.- Oliver se repantingó en el sillón, sacó su libro de Defensa Contra Las Artes Oscuras, y hundió la nariz en él. Tenía rasgos muy finos, ojos
almendrados y muy negros, una melena negra que le caía hasta los hombros frágiles suave como seda, pómulos hindúes muy altos aunque su piel tenía esa palidez, esa
trasparencia galesa. Era pequeño y proporcionado, con piernas largas de niña y muñecas y tobillos delicados.
- Qué simpático.- dijo el chico rubio con voz sin ninguna inflexión, aunque sus ojos relucían pícaramente.- Seguro que eres el alma de las fiestas.-
Oliver los ignoró, mientras se sentaban en el otro extremo del compartimento. Oía al llamado Hugh hablar y reír, y la voz tranquila de William Weasley. Se puso a toser, y se
envolvió más en la manta con un suspiro. Mientras más avanzaban hacia el norte, más frío tenía.
- Quieres un caramelo?- William se asomó al rato sobre su asiento, para ofrecerle unas pastillas blancas de menta. Pero Oliver apartó la cara, y fingió no haber oído nada.
- Contesta, grosero de mierda.- gruñó el otro, cuando se hizo obvio que Oliver ignoraba a William. Pero Oliver se quedó mirando por la ventana, y william dejó el dulce en el
brazo del asiento, con una sonrisa algo triste.
- No gastes dulces en ése.- protestó Hugh.
Oliver lo miró, y vio pena en los ojos celestes mirándolo. Y lástima.
Oliver botó el dulce de un manotazo, sintiendo una especie de placer al ver a William con ojos sorprendidos y dolidos. Pero Oliver no alcanzó a mirarlo bien, porque Hugh se
inclinó, lo agarró del pelo y lo tiró al piso.
- Eres una rata!- gruñó.- Pídele perdón!- agregó antes de darle una patada en las costillas. Oliver tosió y lo miró furioso desde el piso, pero Hugh, que era bajo y bastante
fuerte, se preparaba para patearlo otra vez aunque William hacía lo que podía para sujetarlo.
- No importa…-
- Sí importa, quién se cree que es! Suéltame, Bill!-
- Qué está pasando? Se están peleando? No saben que eso está prohibido?- la voz en la puerta del compartimento era mandona y arrogante, y los tres alzaron la vista con
algo de temor: pero la voz venía de un chico de su edad, por muy mandón que sonara, con fríos ojos azules, pelo negro azulado cortado con flequillo y lentes redondos.
Cargaba unos libros, y los miraba como si no pudiera creer semejante niñería.
Tendría once, como ellos.
- Ah, lárgate, cuatro ojos.- espetó Hugh, listo para hacerle un salto del ángel al frágil Oliver. Bill lo agarró, y tiró de él, con rabia.
- Hugh! Ya córtala!- se lo lanzó al chico de lentes y sweater azul.- Estás bien?- preguntó angustiado, inclinándose para tratar de alzar al chico de rodillas.- Lo siento tanto,
Hugh es un bruto…-
Oliver tironeó para soltarse un brazo, y se echó atrás como una cobra, los ojos brillantes.
- Qué hiciste ahora, Weasley?- la voz era lenta e insultante, y Bill Weasley se sentó en sus talones, apenas alcanzando a hacerse a un lado para que un chico delgado, sin
uniforme, sino que vestido con una carísima toga de terciopelo negro no lo pisara.
- Lárgate, Malfoy!- gruñó Hugh, pero el chico de la toga lo ignoró olímpicamente.
– Te puedes parar?- dijo con voz fría a Oliver, extendiéndole una mano.- Qué te hicieron estos desgraciados? Quién eres?-
- Eso te pregunto yo.- Oliver volvió a su asiento, sin tomar su mano, irritado y avergonzado y anhelando estar solo.- No me pueden dejar en paz?-
- No eres de aquí, no? – dijo el chico recién llegado con sobradez. Su toga onduló deliciosamente cuando se apoyó en el otro asiento.- Soy Belial Malfoy. Todo el mundo me
conoce. Y tú? Vienes del continente?-
- Sí.- Oliver miró los profundos ojos plateados del chico, pequeño y delgado como él, con rasgos afiladísimos, su sonrisa arrogante.- De Francia. Me llamo Oliver. Oliver
Lestrangue.-
- Ah. Me suena: eres de una familia antigua. como yo.- Belial sonrió.- Muy bien, perraje, largarse.-
Hugh parecía a punto de morder, pero Bill Weasley tiró de su manga y se lo llevó. El chico de lentes y sweater azul les miró un rato, y luego se fue, sus ojos arrogantes
divertidos.
- No les hagas caso. Esos Weasley no tienen dónde caerse muertos, y son como conejos, igual que los Mitchell. Hugh es de esos, tiene como quince hermanas. Yo soy hijo
único. Y tú?-
- También. Me crió una tía.- Oliver muy despacio recogió el caramelo de Bill, el papelito rojo arrugado. Lo guardó, y le sonrió a Belial.

Severus despertó con la lluvia cayendo contra su ventana.
Estaba solo en sus cámaras, oscuras, a pesar de que atardecía. Hacía frío, y cerró los ojos contra la almohada con fuerza, anhelando volver a soñar.
En ese borroso reino de los sueños, había alcanzado un lugar dulce como una nube y triste como la lluvia. Un sueño viejo y desvanecido, y extrañamente real. Había sentido
un abrazo de piel de la India contra su piel helada: había sentido una seda plateada eléctrica y sensual contra sus labios: había sentido una mirada azul y pensativa. Había
sentido el amor rodeándolo.
Y se había ido al despertar, como salir de un baño tibio al viento helada.
Había una lágrima solitaria en su almohada.
Se sentó en la cama, echándose el pelo atrás con una mano descolorida, quemada, áspera de tantos años en contacto con pociones peligrosas. Suspiró.
Era el primer día de Septiembre, y era el día que los estudiantes llegarían para iniciar el año escolar. El castillo completo, y todo el staff, estaba ansioso y emocionado por la
llegada del expreso de Hogwarths.
Todos, excepto él.
Estaba muy molesto ante la idea: significaba interrumpir sus investigaciones en Pociones y artes Oscuras para volver a darle clases aun montón de mocosos torpes y ruidosos
que jamás entenderían la poesía de mezclar una poción, de la magia que involucraba.
Como fuera.
De todos los lugares donde podía haber terminado, Hogwarths no era el peor. Significaba recuerdos.
Suspiró otra vez y se bañó en una bañera de cobre que los elfos domésticos llenaron con agua caliente para él. Después de jabonarse en silencio, usó un hechizo para darse
una ducha, y finalmente se vistió rápido, con un sencillo conjunto de camisa y pantalones. Para qué arreglarse?. Sólo lo verían esos pendejos, y además, tenía que llevar su
túnica negra encima.
Cuando se miró al espejo para afeitarse, no pudo reprimir una sonrisa amarga. Stefan, tenías razón. Sin Djeri para cuidarnos, ni Lucius ni yo somos la gran cosa. No era un
reflejo lindo. Las sombras bajo sus ojos lo hacían ver muy agresivo, y la flacura de su cara era enfermiza. Como si le importase. Nadie excepto esos estúpidos mocosos lo vería,
y asustarlos para que mezclaran las pociones con más cuidado era una definitiva mejora en su agenda. Era aún más alto, y algo más ancho de hombros con los años, pero aún
era demasiado flaco, y su espalda estaba algo encorvada tras todos esos años inclinado mezclando pociones. No muy guapo. Pero claro, jamás lo fui. Con un suspiro, se quitó
los restos de crema de afeitar y se miró al espejo, cepillo de pelo en mano. Era inútil: incluso recién lavado, su pelo se veía sucio, graso. Tenías razón tú también, Lucius: mira
lo que años sobre un caldero hirviente te pueden hacer. Claro que no iba a usar un estúpido gorrito, pensó sin humor. Snape el Seboso. Ack. Había tratado en secreto un
millón de pociones para impermeabilizar o al menos parar el daño a su pelo negro, siendo que más encima, seguía con la misma cantidad de pelo, si no más, que de colegial:
no iba a quedar pelado, claramente, pero todo era inútil. Bueno, de todas formas, no le importaba a nadie…
Se quedó preparando su agenda de lecciones y echándole una última mirada a su despensa de ingredientes. Cuando la campana anunciando el banquete de bienvenida sonó,
estaba aún ocupado en los subterráneos de Slytherin, y llegó tarde a la Mesa Alta, donde se sentaba entre los profesores. Como Jefe de la casa de Slytherin, y maestro de
Pociones, se sentaba a la izquierda del director, el tapiz de la casa Slytherin, la brillante serpiente de plata sobre verde botella anunciando las virtudes de su casa: Orgullo.
Conocimiento. Destreza. Supervivencia.
Y esos éramos los cuatro, una vez. Mi orgulloso Lucius. Mi sabio Stefan. Mi diestro Octavius. Y yo, el sobreviviente.
Se sentó, mirando alrededor discretamente y con un poco de desmayo a los niños de primer año amontonándose en el Hall y tengo que enseñarle a esos bebés a manejar
venenos? en qué cabeza cabe? cuando su mirada se tropezó en dos chicos juntos en un lado, tranquilos y orgullosos en medio de sus energéticos compañeros.
Y sintió como si alguien le hubiera echado un Crucio.
Oyó una risa arrogante que tiró de un hilo perdido e increíblemente doloroso en su memoria. Sólo un momento. Alzó los ojos, y miró.
Una risa, en ojos plateados y prepotentes, pelo de seda de oro, barbilla afilada de duende orgulloso.
Un susurro y una fragancia y ojos negros de la India sobre hombros frágiles.
Djeri, Lucius, amor, amor.
Su sueño de la noche anterior. El sueño de todas sus noches perdidas.
El sueño que vivió una vez.
Risa, ojos dulces y una caricia.
No podía ser.
Ojos negros e inocentes mirándolo, suaves y tiernos. Plateados, mirándolo con curiosidad.
No se dio cuenta de nada más, hasta que Dumbledore empezó a trasmitir.
La Selección. El maldito Sombrero.
Y Snape, que no había nunca deseado nada, que nunca en su vida había rezado, suplicó desesperadamente, como nunca lo había hecho, a los cielos. El chico de ojos negros
sonreía al afilado elfo de ojos plateados a su lado, y los dos reían juntos, pequeños y frágiles. Sus ojos los recorrieron, despacio, viendo pequeñas diferencias que acentuaban
los parecidos. Djeri había tenido la piel de miel cálida, mientras que este chico era pálido, casi cerúleo, y la melena del chico, aunque le caía de la misma forma apenas le
rozaba los hombros en vez de resbalar lujuriosamente hasta las corvas. Y era negra, no caramelo. Pero esas diferencias superficiales sólo hacían más claras y dolorosas la
postura, incluso el frotarse los brazos de frío: sus rasgos suaves y delicados, sus espesas pestañas sobre deliciosos ojos negros, grandes y almendrados. A su lado, el chico
rubio era más delgado de lo que Lucius había sido, más estrecho de espaldas y talle, pero también más afilado de carita, algo élfico donde Lucius había sido carne suave. Tenía
la tez, los ojos plateados que podían expresarlo todo, los dedos afilados que se mordía inquieto contra labios sedosos, húmedos. Severus cerró los ojos, llamando con gritos
silenciosos a su autocontrol. No podía dar un espectáculo. Pero esas dos miradas clavaron sus dardos en él, aunque no se había movido, y los dos, misteriosamente, le
sonrieron.
Y fue como si quince años se desvanecieran en el aire y él fuera otra vez el joven Severus de sangre ardiente, poesía corriéndole en las venas. Como si ese invierno asesino
nunca hubiese sido, como si hubiera llegado al fin una primavera alucinada.
Severus sonrió, los ojos húmedos. Tenían que ser ellos.
OLIVER LESTRANGUE
El nombre hizo que el corazón de Snape latiera como un pájaro atrapado en un puño, golpeando su pecho como nada lo había acelerado en tanto tiempo. Cuando Oliver
Lestrangue caminó hasta el Sombrero Seleccionador, y éste cubrió su melena negra de seda, Snape cruzó los dedos bajo la mesa.
Por favor.
SLYTHERIN!
Severus respiró hondo, mirando al siguiente, el muchacho rubio. No tenía ni un ápice de la timidez que Oliver había mostrado, y eso lo convenció, más que nada, de quién era
su padre.
BELIAL MALFOY
SLYTHERIN!
Los dos chicos caminaron a la mesa de Slytherin y se sentaron, todos hablándoles, sonriéndoles, Belial Malfoy sonriendo de vuelta con sus ojos de gran señor, Oliver con ojos
negros reservados, cautos. Los dos se hicieron un espacio con gestos que Snape recordaba bien, haciéndolo cerrar los ojos un momento, pensando ciegamente amor, amor.
Lentamente, como si hubieran oído su voz, Belial alzó los ojos a él, Oliver mirándolo de soslayo entre su melena negra. Y a Severus Snape, por primera vez en su vida le
importó qué podrían estar los chicos de Slytherin diciendo sobre él a los primeros años.
Belial le dirigió una sonrisa luminosa, ojos brillantes, fucking encanto Malfoy. Y Oliver asintió, su mirada pasando de cauta a tímida.
Snape sintió un viejo peso, una culpa hacerse más ligera.
Acaban de aprobar Pociones.
Y apara el desmayo de medio mundo, les sonrió.

CAPÍTULO DOS.
THE BELONG
We belong together
And we thought we were crazy
We were so strong together
In this world you gave me.

Habían pasado cinco años, y mientras Bill Weasley leía sus apuntes tranquilamente y Hugh Mitchell hacía avioncitos de papel con los pergaminos preparados para la reunión,
Stephen White refunfuñaba limpiando sus lentes, ya que se suponía que debían iniciar la reunión de los Head Boys hacía media hora. Pero les había sido imposible, ya que los
Head Boys de Slytherin no habían aparecido, y sabían que si se quejaban, el profesor Snape, Jefe de la Casa Slytherin los castigaría a ellos. Después de todo, era vox populi
que al frío, exigente, arrogante Maestro de Pociones se le caía la baba por esos dos. De hecho, que los malcriaba y favorecía descaradamente.
La puerta se abrió. Ni un disculpen, ni un permiso. Belial Malfoy entró y se echó en la silla como si fuera el dueño del colegio, y Oliver Lestrangue, gatunamente sonriente y
remilgado se puso un mechón negro tras la oreja y se cruzó de piernas para apoyar una libreta de notas, todo aplicado.
Eran insultantes.
- Quién se han creído que son…?- tras más de cinco años de humillaciones, Hugh ahora en vez de gritarlo había hecho una pregunta retórica. Pero eso no disminuía el odio
en sus ojos verdes, bajo sus rizos de oro salvaje.
- No que está prohibido pelearse aquí? Respira, Mitchell. Respira hondo, a ver si te llega oxígeno al maní que te dieron por cerebro.- Belial sonreía, su túnica de ayudante de
Pociones abierta, sus ropas impecables, mientras observaba con desprecio provocador al ángel rubio que era el alma de la casa de Hufflepuf. Veloz, inquieto, magnético y
ruidoso, Hugh Mitchell simplemente saltaba a la vista. Era pequeño como Oliver y Belial, pero en absoluto delicado: a los dieciséis años tenía un cuerpo de gimnasta rápido y
elástico con músculos bien claros, una melena de rizos grandes y dorados siempre descuidada y salvaje cayéndole hasta el mentón. Era alegre y honesto y cariñoso: y como
Head Boy de Hufflepuf, era el favorito de los estudiantes por su sentido del humor y su sencillez. Era más que popular: lo adoraban. Era rápido, nervioso, agitado, tanto en sus
acciones como en sus juicios: era incapaz de mentir. Los estudiantes lo adoraban porque siempre decía exactamente lo que le pasaba por la cabeza, y aunque tuviera una boca
más grande de lo usual, y su odio por Belial Malfoy, y viceversa, fuera leyenda.
En cambio, William, Bill Weasley, el Head Boy de Gryffindor, su dilecto amigo, era amado. Bill era hermoso, alto y delgado, con ojos celestes claros e inteligentes, donde
brillaba una gentileza, una dulzura que habría sido femenina si no hubiera brillado allí también una resolución muy viril. Bill era reservado, y nadie sabía que hubieran logrado
hacerlo enfurecerse. Nunca nadie le había oído una palabra áspera, un comentario cruel: era gentil incluso con los animales, con los insectos, con las cosas. Los estudiantes se
reían con Hugh y le confesaban sus travesuras, pero era a Bill al que le contaban sus problemas, al cual corrían a buscar si estaban asustados. Bill, con su melena pelirroja y su
sonrisa, intercediendo entre los profesores, suplicando por exámenes de repetición, enseñando Defensa Contra Las Artes Oscuras hasta el amanecer. Era por ello que llevaba
la túnica de seda plateada, y la llevaba con sencillez y belleza, a diferencia de Hugh, cuya túnica de Cuidado de Creaturas Mágicas, de cuero brillante y dorado solía estar
amarrada a su cuello con descuido.
- Empecemos.- dijo Bill con un suspiro. Las peleas entre Belial y Hugh solían acabar con él recibiendo los insultos, ya que Belial lo odiaba aún más.- Ya que estamos todos, la
primera orden del día es el que estemos sin ayudante de Herbología, ya que Marius está con gripe. Oliver, podrías suplirlo, por favor?-
- Tú crees que no tenemos nada más interesante que hacer?- Belial se comía los caramelos de cortesía, unas Bertie Botts, a lametones, para asegurarse de que no fuera rábano
picante o algo así, mientras Hugh se echaba un puñado a la boca.
- Está bien, Belial. Lo haré, Bill.- Oliver hablaba con voz suave, aunque sus ojos negros no eran nada suaves. Eran tranquilos, y lejanos, e indeciblemente orgullosos.
- Pero no te acostumbres.- Belial le echó una mirada seca a Bill.
- También tenemos que planear la visita al Museo de Stonehenge de los cuartos. Y Halloween, el baile de Yule, y las vigilancias para el Club de Duelo, las detenciones, y los
entrenamientos de Quidditch. Creo que lo mejor sería hacerlo al azar.- El cuarto miembro de la elite de Head Boys era el más callado, y también el más organizado y exigente.
Los alumnos lo temían, pero era a él a quien le suplicaban que le enseñase, ya que Stephen White era no sólo inteligente, sino un excelente maestro, frío y tenaz. Llevaba la
reserva al límite: nadie le conocía amigos o familiares, ni siquiera un interés. Tenía una ira helada, explosiva, que convertían sus ojos azules en cuchillas tras los lentes, cuando
alguien lo irritaba. Exigente. Contenido. Stephen a veces parecía mucho mayor, y a Bill era al único al que esporádicamente le hablaba con deferencia. Pero como solía decir
Hugh, a él no le gustaban los icebergs como detalle panorámico, mucho menos para alternar con ellos.
Bill se puso a doblar papelitos con sus dedos diestros.- Muy bien. Parejas al azar, para estos eventos. Lo haremos con eliminación para que sea justo.-
- No será justo. Hay dos de ellos, uno de nosotros. La posibilidad de quedar emparejado con una apestoso es alta!- Hugh miró al lado Slytherin de la mesa, con la barbilla en
las manos, sólo sus ojos emergiendo del mar de rizos rubios.
- Como si algo estuviera ansioso de hacer pareja contigo- la voz de Belial era lenta e insultante.- Cuidar a los pendejos y encima vigilarte a ti, animal.-
- Malfoy…-
Bill extendió una mano.- Suficiente.-
Era rumor que Oliver y Belial habían calculado a propósito sus notas para que el promedio de los seis primeros años les diera exactamente lo mismo: 88.9, por puro joder.
Eso armó un mar de especulación sobre quién sería el Head Boy de Slytherin, ya que ambos tenían legajos igualmente limpios, y si bien Belial era claramente más líder, Oliver
era mucho más gentil. Todos se volvieron al profesor Snape, que los malcriaba y favorecía a los dos por igual. Y todo el mundo dio un bufido cuando los dos aparecieron con
plateadas insignias idénticas.
Tramposos.
Copantes.
Bastardos.
Por supuesto, tenían derecho a sólo un voto en todo, pero como siempre estaban de acuerdo, era irrelevante.
Bill empezó a leer los papelitos, mientras Stephen, el auto-denominado secretario, anotaba.
- Museo de Stonehenge –
- White - Lestrangue.-
- Halloween-
- Malfoy- White.-
- Baile de Yule.-
- Weasley - Lestrangue.-
- Club de Duelo.-
- Malfoy - Mitchell.-
- Entrenamientos de Quidditch-
- Mitchell - Weasley.-
- Si nos turnamos para las detenciones, quedaremos parejos.- sonrió Bill.- eso es todo. que todos tengan un buen día.-
Belial alzó las cejas y salió con su orgullo habitual. Oliver lo siguió, pero se detuvo un momento, para mirar a Bill, que le dirigió su mejor sonrisa.

Fue un día largo, y Belial estaba rendido cuando llegó tras una larga ayudantía con el profesor Snape. Cansado, pero satisfecho. Belial era brillante en pociones, mente ágil,
manos diestras, y por muy distante, agresivo y frío que Severus Snape fuera con los alumnos, con él era diferente. Lo hizo ayudante en cuarto año, y Belial superó toda
expectativa. No sólo preparaban las clases, sino que trabajaban juntos, maestro y discípulo. Con Severus, Belial era lo que no era ante nadie más: un muchacho, un muchacho
muy joven, lleno de sueños y esperanzas. Y Severus siempre estaba allí, contenido y cálido, y verdaderamente maestro. Y en él Belial encontró a alguien más fuerte que sí
mismo, más sereno, y lo admiró. Admiró a Severus con algo rayano en el amor, mientras bebía su té especial y le contaba incluso sus más íntimos temores y deseos.
Pero no era amor, porque amor era lo que sentía mirando a Oliver dormido vestido sobre su cama, hecho un nudo gatuno y friolento, el pelo negro envolviéndole los hombros
mientras su túnica azul noche de Astronomía hacía su figura casi dolorosamente delicada. Era amor, libre y poderoso, mientras se inclinaba para quitarle los suaves botines de
gamuza que le comprase para Navidad con una capa forrada, mientras Oliver abría apenas un resquicio de pupila entre pestañas negras y tupidas en las que apenas se
apreciaba un brillo.
-… se te hizo tarde…- susurró, mientras Belial se quitaba las botas.
- No importa, mañana es sábado.- Belial le sonrió, los dos solos en el gran dormitorio que compartían. Cabían cuatro camas, pero los dos habían sido puesto solos y aparte,
aunque hubieran otros chicos de su edad, por órdenes expresas de Snape.- vamos a dormir. Me estoy cayendo.-
Oliver asintió, sonriendo, dulce y mashmeloso cómo sólo era al despertar, sin nada de su estudiada impecabilidad alerta diurna. Era dulce y se abandonaba, relajado como una
flor junto a Belial, que lo metía en la cama con la soltura de una larga práctica. Y como todas las noches, tras meterse en sus pijamas, Belial aguardó a que Oliver le tendiese
los brazos para pasarse de su cama a la suya.
Oliver jamás dejaba de hacerlo, de llamarlo con sus brazos largos.
Oliver reía suavemente. Belial estaba casi seguro que nadie más que él lo había oído reír.
- Hueles a rosas.-
- Estuvimos haciendo un vial de poción para dormir. Deja de reírte, mañana me baño. No puedo andar apestando a rositas.-
Oliver sonrió.- a mí me gusta. Te queda bien.-
Belial, que se destilaba él mismo su esencia de pino, le echó una mirada, teatralmente exasperada.- Es un aroma de niña, sabes.-
- Te duele la cabeza? Estuviste con Snape casi cuatro horas.-
- Un poco.-
Oliver lo abrazó por detrás, y le cubrió las sienes con sus manos frescas, para susurrarle una canción con su voz mágica, suave y dulce y envolvente.
We belong together
And they think we are crazy
We are so strong together
In this world you gave me
I know we will go on forever.
Belial sonrió, y le besó una mano, aspirando el olor de magnolia y leve caramelo que era Oliver, su Oliver.
Y se durmieron abrazados, sus párpados cerrándose casi al mismo tiempo, en cuanto sus corazones se acompasaron al uno al otro. Ya ni se planteaban dormir separados:
Belial era la fuerza, el hogar de Oliver, y Oliver era su corazón, su amor. Los dos se abrazaban tras su puerta cerrada, y todo desaparecía excepto sus alientos, sus brazos
enredados, el pijama de lanilla blanca de Oliver arrugado, el pijama de seda gris de Belial reflejando la luna. Eran noches largas y tiernas, y pacíficas, las cortinas cerradas para
que la oscuridad fuera casi total. El cuarto era un nido oscuro de tapices pesados y alfombras gruesas y cálidas, protegiéndolos de la aspereza de la piedra. Un tocador
delicado de madera oscura, con un espejo cuadrado en el que Belial nunca se cansaba de verse reflejado junto a Oliver, el contraste de sus cabelleras, lo semejantes que eran
sus cuerpos pálidos, delgados, un par de ojos negros y almendrados y un par de plata y gatunos. El vestidor, con suaves túnicas de cachemira y terciopelo y cuero sin brillo. El
pequeño baño privado que nadie más tenía, que Snape les había asignado, con su porcelana blanca y verde. Sus escritorios lado a lado, los cuadernos forrados en cuero,
negros los de Belial, grises los de Oliver, con la letra aguda y decidida de Belial en tinta pizarra sobre pergamino blanco y la de Oliver diminuta y cuidadosa en tinta verde
sobre pergamino tostado. Sus túnicas de colegio, los jeans caros de Belial, los pantalones de lanilla gris de Oliver. Un paisaje de la India que Oliver había comprado una vez, y
un tapiz con guerreros de armadura que Belial adoraba, colgado junto a la espada de su familia. El cuarto era su refugio, su mundo cálido. Y jamás nunca nadie entraba, ni
siquiera Severus Snape que a veces se quedaba de pie junto a su puerta, mirándolos dormir con los ojos entrecerrados por horas enteras, una rendija de la puerta apenas
abierta mostrando su figura de espectro negro y mudo, hierático, con ojos que quemaban.

Aunque el colegio decía que eran uña y carne, Belial sabía que la expresión era errada. Después de todo, por agudo que sea el dolor de la carne cuando le quitan la uña, la
uña no siente dolor.
Y la idea de perder a su Oliver lo hacía despertarse gritando por las noches.

La primera vez que se metió a su lecho había sido tan obvia, tan sencilla. No era que desde ese primer segundo que lo vio de rodillas, soportando a Mitchell patearlo, no se
hubiera llenado de una ira incontrolable. Algo en esos ojos negros. Algo que lo enloqueció de rabia, le enrojeció los bordes de su visión. Ira roja y odio negro.
Y lo ocultó como sólo un Malfoy podía hacerlo, con ojos fríos y palabras crueles y cortantes como cuchillos. Pero cuando Oliver se alzó, y se miraron a los ojos, Belial sintió
los comienzos de un grito en sus entrañas mientras su mente se vaciaba en blanco. Sintió ese pánico húmedo que se siente en el breve segundo entre perder el equilibrio y
caer: entre llegar al borde del éxtasis y retorcerte en el orgasmo: entre cerrar los ojos y caer en el mundo de los sueños: entre tener una arcada y vomitar. Poderoso, violento,
maldito.
Belial supo que cada vez que lo miraba a los ojos, que lo tocaba, perdía el control, por completo, y eso no podía aterrorizar a nadie tanto como a un Malfoy.
Se obligó a estudiarse. Se vio a sí mismo ayudándolo con sus apuntes y su inglés aún vacilante, se vio consiguiéndole una lechuza de contrabando para que pudiera escribir a
Francia, se vio cambiando las camas para que el colchón más blando fuera suyo, se vio cada mañana levantándose temprano para echarle hechizos calentadores al agua de los
lavatorios, para que se lavase con agua tibia.
Pero la noche que Oliver tuvo su primera pesadilla, estuvo seguro.
Solía tener el sueño pesado, pero al primer gemido abrió los ojos como si le hubieran pegado un latigazo. Y cuando se sentó en la cama y vio a Oliver allí al lado peleando con
las sábanas que lo envolvían, saltó de la cama tan rápido que se enredó en las suyas y se fue de nariz a las frías baldosas.
Entre paréntesis, al día siguiente, compró una alfombra por catálogo.
- Oliver!- llamó, viéndolo retorcerse, gemir, sus manos hundidas en su pelo negro como si le estuvieran apretando las sienes con una prensa de piedra. Gritó, gritaba como
una víctima de mutilación, de violencia, gimió no pidiendo que parase, sino suplicando que dejase de doler. Belial se asustó, y lo sacudió, oyéndolo gemir.
- Oliver, despierta!- suplicó, asustado, su estómago tan apretado que dolía, como si ese dolor se le trasmitiese al tocarlo. Oliver se azotaba contra la almohada, tenso como un
elástico a punto de romperse, y sollozaba. Y Belial se le subió encima y lo sacudió con todas sus fuerzas al ver sangre en sus labios, al ver que se clavaba los dientes en el labio
inferior, sedoso y rojo.
- OLIVER!-
-… Belial…?- jadeante, ojos negros empapados en lágrimas, pestañas llenas de luces, labios rojos y húmedos y sangrientos, temblando. Oliver temblaba entero, sus manos
atrapadas en las sábanas.
- Tenías pesadillas…- los ojos de Belial eran suaves, dolidos, no plata fría, sino tibias nubes de invierno. Le acarició la cara, y susurró.- Me asustaste tanto…-
Oliver le tendió los brazos, y Belial se le arrojó encima, abrazándolo con todas sus fuerzas, oscuro temor de perderlo, amor llenándolo, amor por ese niño frágil y dulce y
doloroso, que tenía ojos tan sabios e inocentes a la vez. Se durmieron juntos, piel con piel, sus cabellos de plata y oro y tinta mezclados, y Belial supo que nunca más podría
dormir solo sin sentirse solitario. Sin él.
Cálido. Como volver a casa.
Oliver.
Belial.
Crema suave y cálida y pálido oro.

A través de los años, las pesadillas continuaron, y Belial aprendió a aceptarlas y a acunar a Oliver en sus brazos. Se dio cuenta que ciertas fechas eran terribles para Oliver: el 3
de marzo, el 15 de septiembre, el 17 de noviembre, el 20 de abril. Y que en esas fechas tenía pesadillas borrosas y tristes que lo dejaban llorando, pero que el 18 de enero y
el 24 de enero se despertaba aullando enloquecido, en dolor vívido, real.
Belial decidió en tercero que suficiente era suficiente y esa noche se la pasaban conversando, despiertos, comiendo chocolates y oyendo música, las dulces canciones de Enya
que Oliver amaba y el tecno rígido y metálico que Belial favorecía. Los dos, siempre solos, nunca solos. Y si Oliver empezaba a adormilarse, Belial, que era el Seeker del
Slytherin Team, sacaba su escoba y lo llevaba a volar en la noche fría, bien abrigado.
Belial hacía mucho por él, pero sabía que Oliver hacía aún más por él.
Belial era fuerte y fino como una espada. Pero cuando la depresión hacia presa de él, cuando temblores que no podía controlar lo sacudían, traicionando su naturaleza
sensitiva, frágil, cuando las frías cartas de su padre y las aún más frías de su madre en las que venía mucho dinero y pocas palabras lo dejaban callado por días, Belial apoyaba
su cabeza afiebrada en los muslos de Oliver que le masajeaba las sienes con amor imposible y silencioso. Esperándolo, pelo al viento, sonriendo durante los partidos de
Quidditch, esperándolo tras los entrenamientos, siguiéndolo con sus ojos negros mientras volaba blanco y negro y verde.
Cuando Belial caminaba, no estaba solo. Cuando iba a comer, Oliver le juntaba ricos bocados que estimulasen su apetito fugaz y caprichoso. No le importaba que tan bastardo
o brutal fuese con los demás: Oliver siempre estaba allí, con su olor a magnolia y sus manos suaves para abrazarlo y aceptarlo. Y Belial lo amaba con todo su corazón, su
frágil, fría belleza, su rostro altivo ante todos, excepto para él.
Oliver era su vida, y sus pesadillas le daban pesadillas a él.
Qué había susurrado Oliver en su pesadilla? Belial sabía que lo había oído antes.
Sería una palabra francesa?
…mordaunt…?

Esa noche, Oliver se despertó llorando a gritos.

CAPÍTULO TRES.
THE WHISPER
Whisper of a dead man here,
That doesn't make it real
So let me rest on peace

Eran las tres de la mañana, y Bill Weasley estaba solo, su pelo rojo libre de su coleta cayéndole en la cara, sus lentes de lectura sucios de tanto frotarlos, los ojos irritados y
una sonrisa cansada. Le había revisado la ortografía a treinta y cinco cuadernos de clase de Encantamientos, ya que en ese ramos habían demasiadas fallas misteriosas en clase,
y Bill sospechaba que sus Gryffindors tenían una ortografía suficientemente mala para justificarlos. Con un suspiro, guardó su tintero rojo y se estiró, sus hombros protestando.
No había nadie: estaba solo junto al fuego, pero ni aún el calor había evitado que se le acalambraran los brazos.
Pero alguien tenía que ayudar a los chicos, y él no era Head Boy de bonito. Era alto, de extremidades largas y nariz recta, con una pocas pecas pícaras que evitaban que su
rostro delgado y suave fuera en exceso sentimental: sus ojos eran pensativos y amables, celestes y puros, aunque tuviera una boca sensual.
Bill nunca había besado a nadie.
Suspiró y miró por la ventanas a la luna iluminando la Torre de Los leones, la casa Gryffindor, el "Pride" como le llamaban, con sus magníficos tapices rojo y oro y los sillones
desgastados de terciopelo sobre la alfombra castaña. Las paredes mostraban dibujos del valiente Godric Gryffindor matando dragones y rescatando doncellas, que parecían
bastante felices junto al apuesto guerrero.
Bill suspiró, sonriendo, feliz de saber sus tareas hechas. al fin podía dedicarse un momento para ensoñar, porque se pasaba el día moviéndose. Y mientras se echaba el pelo
atrás y se quitaba los lentes de leer, suspiró satisfecho otra vez.
Amaba soñar. A veces se preguntaba qué se sentiría tener a alguien al lado. Hugh era su mejor amigo, y eran primos, pero no era lo que se podía llamar su hermano del alma.
Eran compañeros y colegas y se llevaban de maravilla. Pero esa comunión silenciosa tipo, para ser sinceros, Malfoy-Lestrangue, lo evadía.
A diferencia de otros chicos, a Bill nunca nadie lo había invitado a salir. Nunca supo lo que era que lo siguieran, o lo esperaran fuera de clase, o lo tomaran del brazo para ir al
Gran Comedor, o de recibir notitas de San Valentín. Al comienzo, lo sorprendía: luego lo amargó en silencio, y luego, finalmente, se acostumbró. Bill era guapo, amable, e
inteligente: su soledad era un misterio. Tenía muchos amigos y compañeros, pero aunque todos le confiaban sus cosas, se volvía a otros para dar amor.
Qué, tengo cara de que no lo necesito?
Y Bill, viendo como siempre se quedaba solo, se preguntaba si había algo mal en él. Todos lo encontraban simpatiquísimo, pero nadie lo amaba con ese amor con A
mayúscula. Era tal vez que era demasiado tranquilo, demasiado abúlico para despertar pasión? Era eso?
Cerró los ojos, y trató de imaginarse a alguien que viniera por él. Una princesa o un príncipe, la verdad a estas alturas no me voy a poner exigente en caballo blanco, que lo
mirase a los ojos, y le dijera " te amo, Bill. Por favor, ven conmigo."
Un sollozo.
Bill casi se cayó de la silla, aunque el sollozo había sido muy apagado.
Junto al fuego, un chico muy joven, a lo más de trece lloraba. Era regordete y pelirrojo como él, su pijama a rayitas absurdamente pequeño.
Y lloraba como si tuviera el corazón roto.
Bill se levantó y caminó a su lado, para arrodillarse a su lado, su inocente llantito partiéndole el corazón. Y yo me quejo, pensó con pena.
- Qué pasa? Quieres contarme? Cómo te llamas?- dijo con dulzura, buscándose en los bolsillos un dulce para darle. El chico lo miró con brillantes ojos celestes llenos de
lágrimas, y bajó la cabeza. Tenía las mejillas rojas, y en sus ojos había un dolor…
… un dolor animal: el de un perrito criado y amado y de pronto pateado hasta la muerte sin razón ninguna. Sus ojos no entendían. Pero dolía tanto…
- N-nathan…- susurró, su voz temblorosa.
- Quieres un dulce?-
- G-gracias…- Nathan lo abrió, las manos temblorosas, el papel de celofán ruidoso.
- Qué te pasa? Te puedo ayudar?-
Nathan se echó el dulce a la boca, se abrazó a sí mismo, y hundió la cabeza en el pecho, su flequillo cayéndole sobre los ojos. Negó, despacio.
Bill frunció las cejas. El chico no le era familiar.
- Nathan… de qué curso eres?-
Silencio. Nathan empezó a llorar otra vez.
- Por favor, no llores… qué pasa?- Bill se estaba alarmando. El niño parecía desesperado, y tan patético…
- …él ya no me quiere… no sé que hice…- sollozó el niño. Bill enarcó sus cejas expresivas, y sus ojos se llenaron de pena. Pobrecito.
Una de las ventanas se abrió, azotándose, en el ventoso otoño, y se azotó contra la pared como una campana. Al mismo tiempo, el reloj empezó a dar las cuatro.
Bill se volvió a Nathan, y dio un grito ahogado.
No había nadie allí. Sólo el envoltorio de su papel de dulce, amarillo en los cojines de terciopelo rojizos.
Que estaban fríos.
Bill se enderezó pálido, el viento agitando su melena roja.
Qué pasa aquí?

- Profesor Snape? Soy Belial. Puedo entrar?-
Eran las siete y media, sábado. Todo alumno de Hogwarths sabía que ir a ver al profesor Snape antes de las diez era igual a pegarle una patada en los testículos a un dragón
dormido. Pero Belial era valiente, y sólo un poquito suicida.
Además, no era la primera vez que veía a Severus Snape en bata y zapatillas.
Era otoño, y la pálida luz otoñal apenas se filtraba por entre las gruesas cortinas verdes. Belial entró, y se fue derecho a la cafetera para ponerla a calentar, mientras Snape, los
ojos negros muy pequeños y ojerosos, lo miraba desde la puerta que comunicaba con su cámara con una expresión que habría hecho que un lupino se diese media vuelta y
huyese.
- Profesor, necesito consejo.- dijo Belial con toda desfachatez, poniéndole delante una taza de café. Severus lo miró ásperamente: Belial había heredado esa patudez de
Lucius, en línea directa, eso de sentirse parte de un sistema Malfoy-céntrico. Pero estaba pálido, y la mirada de irritación de Snape de disipó.
- Qué le pasa, Malfoy?- dijo con su habitual frialdad, que en el caso de Belial se suavizaba más de lo que hubiera querido.
- Es sobre Oliver. Ya le he dicho que tiene pesadillas, pero anoche fue peor que nunca. Se despertó frenético. Creo que no me reconocía. Luchó como un tigre para soltarse
de mí. Y estaba sangrando, le sangraba la boca y se llenó de arañazos. No sabía que hacer.- Belial hablaba a borbotones, sus manos temblorosas en la cafetera.- Se durmió
cuando amaneció. Me vine corriendo, señor. No sé que le pasa… no sé que hacer…-
Severus se quedó mirándolo, allí sentado frente a su escritorio, en el despacho que con las pesadas cortinas aún corridas y la oscuridad atrasada de la noche anterior Belial
brillaba como una pálida efigie de alabastro. Belial era aún más pálido, más plateado que Lucius, y mucho más delicado: donde Lucius siempre había poseído una energía
brillante y cálida, Belial sólo destilaba arrogancia y malevolencia, frío desprecio. Era algo que lo envolvía en frialdad, que lo hacía más grande, más adulto, amenazante. Pero
sentado allí era simplemente un chico de diecisiete años, pálido y asustado.
Y enamorado. Ante Snape, Belial era simplemente un niño. Ninguna cantidad de Malfoy Charm & Arrogance lo podían disfrazar. De alguna forma inexplicable, Belial sentía
que Snape lo conocía, al revés y al derecho.
Y por eso lo respetaba. No importaba que tan frío o amenazante fuera, Snape siempre era más fuerte e intimidante que él.
Y eso lo consolaba.
- Traémelo después de almuerzo. Lo voy a examinar. Pero creo que es muy probable que sea la presión de los NEWTS.-
Belial lo miró a los ojos y supo que Snape le ocultaba algo. Y que Snape sabía que él sabía. Pero Belial confiaba en él. Si era necesario que lo supiera, lo sabría. Con que
ayudara a Oliver bastaba: si Snape quería su confianza, la tendría. Y si quería una libra de carne y sangre, también.
- Gracias, señor.-
Snape asintió, una sonrisa en sus ojos que apenas lograba reprimir. Cuando Snape lo miraba con esos ojos negros, tan diferentes a los de Oliver y a la vez tan semejantes,
Belial se sentía consolado.

En el almuerzo, Oliver se veía pálido, pero bien. Sólo estaba cansado, pero aunque ojeroso sonreía suavemente a Belial, que a su lado le daba el ejemplo bajándose una tortilla
con apetito. Los dos se sentaban algo aparte, sus badges de Head Boys plateadas al sol del día claro y nublado, y casi no necesitaban hablar para expresar sus pensamientos.
- Quizá te dé una poción para dormir.-
- No sé si la tomaría, Belial.- Oliver bebió su jugo, y se secó los labios carnosos con una servilleta de tela.- La última vez…-
Belial se mordió sus propios labios con inquietud. En cuarto, habían probado a que Oliver bebiese una Sleeping Potion, y lo único que lograron fue que fuese imposible
despertarlo de sus pesadillas. A la mañana siguiente, Oliver parecía haber ido al infierno y vuelto.
- Seguro que se le ocurre algo.- La fe de Belial en su maestro era siempre conmovedora.- Es que no soporto verte sufrir.- agregó suavemente. Oliver le sonrió, y dejó su mano
sobre la suya: Belial tenía unas muñecas preciosas. Y se sonreían, cuando Bill y Hugh, seguidos, por el silencioso Stephen, se acercaron.
- Hey, maraquitos.- la voz de Hugh era lenta e insultante.- Se pueden dejar de sobar un minuto para escuchar a Bill?-
Belial le echó una mirada en la que podías hervir un huevo, mientras Oliver se giraba despacio a ellos, la máscara de impasividad normal en su cara, serena y compuesta.
Asintió, y Bill se apoyó en la mesa, tan pálido como ellos. Tenía una expresión extraña, asustada, aunque aún así era Bill, y encontró un momento para desearles buenos días.
- Alguno de ustedes tiene a un niño llamado Nathan en alguno de sus cursos?- preguntó. Parecía muy tenso.
Belial se cruzó de brazos, echándole una mirada con las cejas levantadas.- Porqué, Weasley?-
- Respóndele a Bill, Malfoy!- gruñó Hugh-
- Nathaniel Masterson, primer año- dijo Oliver tranquilamente.
- Primer año?- Bill parecía dubitativo.- Me lo puedes describir, Oliver, por favor?-
- Alto, delgado, pelo negro, ojos cafés.- fue Stephen el que respondió con su voz clínica.
- Cómo sabes?-
- Lo tengo de pupilo, es terrible en Historia.- su voz fría tenía una nota de humor al ver las caras sorprendidas del resto.
- Te pregunté por qué, Weasley.- repitió Belial, apoyándose en los codos. a pesar de su tono, que tenía a Hugh encendido, Bill sólo movió la cabeza y habló despacio:
- Anoche me encontré con un chico muy joven en el Pride. Bajito, pelirrojo, con ojos celestes, muy triste. Estaba desesperado. Dijo llamarse Nathan, y cuando no estaba
mirando, se desvaneció.-
- Se desvaneció?- Oliver enarcó las cejas.
- No te habrás dormido, Weasley?- continuó Belial, que parecía hallarlo todo muy divertido.
- No hables estupideces, Malfoy.-
- Belial, de veras estaba desesperado. Me temo que pueda hacer alguna tontería.- interrumpió Bill, mientras Stephen se reía entre dientes: era imposible poner a Belial y Hugh
juntos en un radio de diez metros por un minuto completo si que empezaran a pelearse.- La verdad, estoy asustado por él…-
- Es Malfoy para tí, Weasley.-
- Oooh, perdone, su Malfoysidad!- Hugh se inclinó, los ojos despidiendo chispas.- No será que venga tu padre a quejarse porque tratan mal a su bebé, pollerudo?-
Oliver se puso de pie, ojos fríos, mientras que Belial se enderezaba con los puños apretados. Sólo Oliver sabía cuánto le dolía a Belial que trajeran a cuento a su padre, con el
que no se escribía.
- Estás celoso porque tengo padre. Bastardo ilegítimo… Mejor pregúntale a la zorra de tu madre que te dé un apellido. Seguro que se le ocurren tres o cuatro…- siseó Belial,
inclinándose hace Hugh a través de la mesa. Oliver tenía una firme presa en su brazo, porque favorecidos o no por Snape, una pelea entre los Head Boys era castigada
severamente, con más razón en la mitad del almuerzo frente a todo el colegio, pero Hugh ya estaba hablando, al parecer feliz de haber provocado a Belial a perder su
compostura.
- BELIAL!- Bill parecía furioso, ahora, al ver a Hugh ponerse blanco.
- Dile a tu primito que me deje en paz, Weasley.- ordenó Belial, pero Hugh había recuperado el habla.
- O qué? El mortífago de tu padre va a venir a echarnos maldiciones?-
- Hugh! Ya basta!- Bill le tiró de la manga, pero Hugh tenía una cara triunfante.
- Cierra el hocico, Mitchell.- la voz de Oliver era serena como siempre, pero había allí algo amenazante.
- Y tú que me vas a hacer, afeminado?-
- No quieres que me enoje.-
Hugh rió, despreciativo, pero antes de que Belial le saltase encima, espetó:
- No, claro. Con tus papás en Azkaban, te puedes poner loquito.-
Hugh se volvió a mirarlo, y de pronto cerró la boca. Bill lo miró, irritado, pero cuando miró a Oliver, se horrorizó.
Oliver estaba pálido, los ojos dilatados.
- Q-qué?- dijo sin emitir sonido. Era tarde: Belial se volvió como un tornado plateado, y saltó, casi voló sobre la mesa para caerle encima a Hugh.
- HIJO DE PERRA! RETIRA ESO!-
Hugh estaba tan sorprendido que el primer golpe lo tomó por sorpresa. Luego, los dos rodaron luchando furiosamente, mientras los profesores corrían hasta ellos y Bill y
Stephen trataban de separarlos.
- TE VOY A MATAR!- chilló Belial, sujeto por la fría eficiencia de Stephen.
- Pensé que sabía! Pensé que le habían dicho!- Hugh balbucía sujeto por Bill, que lo miraba como si no lo reconociera. Oliver se había quedado de pie, pálido y quieto, y
cuando los profesores Flitwick y McGonagall le cayeron encima a Hugh y Belial y se los llevaron, Bill se apresuró a su lado.
- Oliver, lo siento tanto…- susurró, poniendo una mano en su hombro. Y de pronto se halló mirando a ojos negros empapados en lágrimas, relucientes como aceite, un
aliento caliente en su cara mientras Oliver lo agarraba de la túnica para rugir muy bajo en su boca, rostro desfigurado de ira:
- Quién te enseñó a mostrarte amable cuando eres como él? No finjas conmigo que te doy lástima, Weasley! NO QUIERO TU LÁSTIMA! Te aborrezco, hijo de perra!-
Bill quiso decir algo, impresionado por la oscuridad, la rabia amenazante que emanaba del siempre calmado Oliver. Pero Oliver lo dejó y corrió hacia el Nido con paso
inseguro, su melena moviéndose.
Lloraba.
Bill nunca se había sentido tan culpable.

- Oliver?- Fue hora y media de regaños antes de que dejasen a Belial libre, y voló al Nido, para hallar a Oliver tendido en su lado de la cama, los ojos rojos, ropa arrugada, el
pelo húmedo de tanto llorar. Belial se sentó a su lado, y se asustó al tocarle las sienes. Ardían.
- Azkaban… no puede ser verdad, no? Mi tía me lo habría dicho…-
- Seguro que sólo lo dijo para hacernos rabiar. Ya sabes como es ese hijo de perra. Pero nos las va a pagar.-
Oliver se sentó en el lecho, y lo miró. Había dolor y miedo en sus ojos, y los dos se abrazaron en el lecho, meciéndose un largo rato.
- Belial… puedo preguntarte algo…?-
- Lo que quieras.- Muy dulcemente, Belial le acariciaba el pelo.
- Dijo que tu padre era mortífago. De veras…?-
Belial dudó, y luego suspiró.
- Sí, lo era. Seguro que se enteró a través de esa zorra madre viuda que tiene que trabaja en el ministerio, esa zorra. No sé de qué presume, Hugh es un bastardo ilegítimo sin
padre.-
Un largo silencio.
- Creía que habían muerto en un accidente. Mi tía… mi tía abuela siempre me dijo eso. Ella quería que fuera a Beauxbatons. No quería que viniera a Hogwarths. Creo que
ahora sé porqué.- dijo con amargura.
- No es seguro, Oliver.-
Otro silencio.
- Cómo podremos averiguar?-
- Quieres que le pregunte a mi padre?-
-…no.-
- Snape?-
- Crees que sepa?-
- Tal vez pueda averiguar.- Belial de pronto parpadeó.- Y ahora que recuerdo, teníamos una cita con él, hace… aw.-
- Qué?- Oliver se secó la cara.
- …hace como una hora.-
Los dos se miraron, idéntico temor en sus caras. Y luego, se echaron a reír hasta que les dieron calambres.

- Sólo les puedo dar diez minutos, Mr. Malfoy.- Snape parecía molesto, mirándolos de arriba bajo mientras preparaba la sala de pociones para la clase de los terceros años.
Para su sorpresa, sus dos estudiantes favoritos parecían asustados. En particular, Oliver se veía terrible, afiebrado y tembloroso.
Belial parecía tenso, pero de pronto, hubo un brillo Malfoy en sus ojos, y se volvió resuelto y decidido. Una rápida mirada a Oliver, y habló.
- Hugh Mitchell le dijo a Oliver que sus padres están es Azkaban. Sabe usted si es cierto?-
Si Belial y Oliver necesitaban una confirmación, bastaba con ver a Snape, el profesor de rostro impenetrable, el hombre con más férreo control en el mundo, cerrar los ojos
como recibiendo un golpe temido, y empalidecer hasta que venas azules latieron en su frente.
Luego miró a Oliver, con ojo negros suaves, suaves y doloridos, y asintió.
Oliver se abrazó a sí mismo.
- Lo siento, mi niño.- susurró Snape. Y Oliver, al mirarlo a los ojos dio un gemido ahogado y se echó en sus brazos, llorando agudo y ronco, sus gemidos ásperos.
Belial temblaba, sus ojos húmedos también, y de pronto dio media vuelta, sacó su varita y echó a caminar, violencia en sus gestos.
- Belial!- ladró Snape.- Adónde vas?-
- Por Mitchell!- siseó Belial, su mirada ardorosa y enloquecida.
- No.- dijo Snape, secamente. Belial abrió la boca para gritarle, pero Snape continuó, ojos negros en los suyos, volviéndose expresivos, y malvados, malvados, mientras
acunaba a Oliver contra su corazón.- la venganza es mejor fría…-

CAPÍTULO CUATRO
THE BREAK
Now and then when I see his face
He takes me away to that special place
And if I stared too long I'd probably break down and cry
Sweet child o' mine, sweet love of mine

- Tu padre era mi amigo.- dijo Snape, simplemente. Había pasado una hora, y las lágrimas de Oliver estaba secas, aunque aún temblaba espasmódicamente, acurrucado en el
sillón de cuero de Snape, con Belial instalado en el brazo del sillón, acariciándole el pelo. Una taza de porcelana con algo de Poción Calmante tibia estaba frente a él: y Snape,
muy quieto, estaba frente a la ventana donde el sol se ponía pálido y rosa en el otoño.
- Lo sabía…?- los ojos de Oliver eran enormes y doloridos: pero en los de Belial Snape vio un destello rápido. Casi rió. Casi podía leer en sus ojos un tres a una que es
mortífago también. Y sonrió. Pobre Narcissa: Belial era casi tan puro Lucius.
- Lo siento, Oliver. Pensaba decírtelo después de que te graduaras. No pensé que pudieras enterarte así. Lo lamento mucho.-
La voz de Oliver era suave y extrañamente tranquila.- Lo conocía bien, Profesor?-
Snape se quedó mirándolos, con ojos casi anormalmente tranquilos y quietos. Estaban como vueltos hacia adentro, como si no los viese a ellos.
- Bastante.- dijo con suavidad.
- Qué fue lo que hizo?- Oliver estaba temblando otra vez. – Él y mi madre?-
– Oliver, por favor no lo juzgues.- Snape habló despacio, y caminó hasta Oliver, para inclinarse sobre el escritorio y cubrir sus manos de astrónomo con las suyas grandes y
ásperas por las pociones.
- Profesor.- Oliver suplicaba, ojos negros grandes y húmedos. Un silencio, y luego Snape habló
- Sabes lo que es el Cruciatus?-
Oliver asintió, pero Belial cerró los ojos como si supiera lo que venía.
- Sí.-
- Él era el maestro del Cruciatus, para Voldemort.- Oliver fue al blanco y volvió. Se dejó sentar, mientras Snape lo miraba con intensa compasión. Luego empezó a llorar, y no
paró más, hasta vomitar.
Snape le dio una poción para dormir sin sueños y lo mandó a la cama. Belial lo llevó, pero pocos minutos después estaba de vuelta.
- Profesor?-
- Está dormido?-
- Sí. Quieres algo más, Belial?-
- Sólo una pregunta más, profesor.- dijo Belial. Había tanta inteligencia, tanto brillo en sus ojos de plata.
- Si mi padre era el experto en Avada Kedavra y el de Oliver en el Cruciatus, cuál era el suyo? El Imperius, me imagino.-
Snape lo miró a los ojos, y asintió.
Belial se quedó allí un momento, una sombra de sonrisa en su cara. Por supuesto, a diferencia de Oliver, había sido criado entre Artes Oscuras.
- Me lo enseñaría?-
Snape se quedó de una pieza. Luego sonrió lleno de un humor oscuro y divertido.
- No han sido muchas emociones hoy, Mr. Malfoy?-
- Soy un Malfoy. Nos privan las emociones fuertes.- dijo Belial echándose el pelo atrás, e hizo una reverencia, tan idéntico a Lucius que Snape no pudo evitar reír mientras el
chico se iba, mucha primavera en su paso gatuno.
Oh, Lucius…
Acababa de cerrar la puerta, cuando la golpearon otra vez.
Belial…
Snape la abrió al vestíbulo oscuro, y se echó atrás como si alguien le hubiera tirado una cobra, sin voz. Tropezó, y se afirmó del escritorio.
Un muchacho pelirrojo, bajo, regordete, con ojos celestes opacos y muertos, pero llenos de odio. Alzó una mano amoratada, y le apuntó.
Snape sintió que su corazón se volvía una sola vibración. El pasillo estaba negro, y la piel amoratada parecía brillar opalescente. Y había pura malevolencia en los ojos celestes
del niño, que habló con una voz como una puerta chirriante.
- Snape.- dijo despacio, sus dientes ensangrentados. - Vengo por ti.-
Y tras de él, una presencia. Metal y negrura, noche y sangre.
Y colmillos.
Y hambre.

Snape despertó en la alfombra, con un chichón descomunal, justo antes de amanecer.
Finalmente. Estoy enloqueciendo. Que curioso que me alcance a dar cuenta de ello. No es raro, de todas formas. Claramente, era cuestión de tiempo.
Aunque querría un poco más de tiempo para proteger a Oliver y a Belial, si es posible. Mis niños.
Sus niños, más amados para mí que si fuesen míos propios.
Se levantó, adolorido y acalambrado, sus rodillas y su espalda protestando a gritos. No era la primera vez que pasaba una noche de nariz en la alfombra, pero sólo una vez
había estado su Stefan allí para recogerlo. Y lo añoraba.
Se sentó pesadamente, en esa hora tenue y gris minutos antes de amanecer, y se quedó observando la puerta cerrada con una mezcla de irritación y temor.
No puedo creerlo. Justo cuando más me necesitan mis niños, yo empiezo con los numeritos.
Sonreía, una media sonrisa que quería ser amarga pero era también dulce, como caramelo quemado. Una dulzura que se había agriado hacía mucho tiempo, pero aún estaba
allí, viva y cálida. A través de estos últimos seis años, Severus había revivido, bajo esas miradas inocentes de plata y de tinta.
Djeri, mi Djeri, y Lucius.
De regreso a mí.
Y ya no me odian. Me aman otra vez, y confían en mí, como no sueño o deseo me hubiera atrevido a imaginar.
Gracias, Dios, si existes. No lo merezco.
No merezco este consuelo.
Apoyó la barbilla en las manos, mirando el amanecer, solo, y no puso evitar entornar los ojos en amarga ternura. Sus niños. Había visto a Belial convertirse en algo semejante a
una espada, de un niño arrogante y prepotente a un joven lleno de espíritu y vida, inteligencia aguda como un arma, poderes definidos y brillantes, una dosis de
impredecibilidad suficiente para hacer la vida interesante, un hambre, una sed de vivir y poseer y dominar como Lucius jamás tuvo. Había visto a Oliver florecer desde sus
temores y su timidez en un joven seguro de sí mismo, intuitivo y diestro, con ojos agudos para juzgar personalidades, con una dulce calma que atemperaba el temperamento
explosivo de Belial.
Los había visto moldearse uno al otro, las asperezas de sus personalidades limándose, sus puntos fuertes acomodando al otro o esforzándose en suplir faltas, uniéndose,
brillantes separados, completos, perfectos juntos. Y el orgullo le había inundado el corazón, al verlos caminar lado a lado, todo lo que un Slytherin debía ser. No que fueran
unos ángeles: a veces lo habían hecho enfurecerse, a veces los habría matado. Lo habían hecho llorar, o reírse tanto que casi lloraba.
Cuántas veces había avanzado con pasos mudos en la noche para verlos dormir y estar seguro de que estaban bien?
Cuántas veces había, en silencio, rociado el té que les servía con la carísima poción antigripe?
Cuántas veces había corrido, dignidad olvidada por los pasillos, para sacar a Belial de Hugh por insultos reales o imaginarios?
Cuántas veces había vigilado la comida de Oliver, que exactamente igual que su padre se volvía anoréxico en época de exámenes?
Suspiró.
Y cuántas veces no he tomado la pluma para escribirle a Lucius cartas que jamás me ha contestado?
Belial es un niño sorprendente, había escrito. Y deberías cuidar de él.
Lucius jamás había contestado a sus cartas, ni siquiera a esa en tercer año que le avisaba que Belial se había roto la pierna en tres sitios en un partido de Quidditch. Snape, que
era forofo del Quidditch, había vitoreado su espectacular movida, pero se había pasado la noche paseándose mientras un hechizo compone-huesos hacía retorcerse a Belial.
Todos los trimestres Severus escribía una carta para su padre describiendo los progresos de Belial, una carta que si bien era obligatoria ya que era el jefe de casa de Belial, casi
su padre sustituto, en el caso de Belial hacía más larga, más descriptiva, más dulce.
Belial tiene un don para Pociones que tú nunca tuviste, aunque haya heredado tu habilidad en Artes Oscuras. También es un excepcional Seeker, pequeño pero fuerte, y estoy
seguro que podría dedicarse al Quidditch profesional, tal vez con las Montrose Magpies o los Ballycastle Bats, aunque yo preferiría que fuera a Inverness a doctorarse en
Pociones o Artes Oscuras, o incluso en Metamagia o Teoría de la Magia, si lo desea. También es un duelista brillante: supongo que le enseñaste tus trucos de esgrima, porque
los ha perfeccionado todos. No he combatido nunca con él: no quiero que el hecho que soy un duelista se extienda, pero lo he observado en el Club de Duelo y es
sorprendente. Su estilo es más impecable de lo que nunca fue el tuyo o el mío.
Snape sonreía, la luz rosa del amanecer en sus ojos cansados. También solía agregar párrafos sobre Oliver, aunque se había guardado el más importante. Pero sabía que
Lucius querría estar al tanto del hijo de Djeri tanto como él.
Oliver tiene el don con las plantas de Octavius, pero no he querido dejarlo hacer Adivinación. No tengo ningún interés en que lo usen de médium, ésa fue una lección que los
dos aprendimos bien con Djeri. Pero a veces creería que tiene sangre de Stefan: es sorprendente en Aritmancia, soluciona cuestiones de Trigonometría como juguetes que a tí
y a mí nos costaron meses de Stefan gritándonos para dominar. Tiene una soltura increíble en Astronomía: Mariah Sinistra lo hizo su ayudante, aunque Dumbledore lo quería
para él en Metamagia. Oliver va a ir a Inverness, aunque lo tenga que becar yo. Djeri estaría feliz: él siempre fue un desastre en estas cosas…
Lucius jamás respondía, y nunca se había aparecido por Hogwarths. Desde el juicio de Djeri, nunca más se habían visto las caras, hacía casi diez años. Pero Severus pensaba
en él cada noche.
Y estaba seguro que Lucius pensaba en él. En ellos.
Debería escribirle y contarle esto.
Aunque es un poco ridículo.
Y qué pierdo? Seguro que arroja mis cartas al canasto de papeles sin leerlas.
Mi Lucius. Quisiera que fueras feliz. Yo cuidaré de nuestro Belial y el dulce Oliver. Te lo prometo. Si esto es penitencia, es que de veras el cielo debe ser increíble.

Belial dormía, profunda y cansadamente esa noche, abrazando a Oliver contra su pecho, cuando sintió algo extraño.
Estaba empezando a amanecer, y todo era dulce y borroso. Aún no salía el sol, pero la noche era pálida, y Oliver estaba inquieto.
Muy inquieto.
Era muy extraño. Oliver normalmente dormía muy tranquilo, e incluso en pesadillas se retorcía en el mismo rincón, transpirando y temblando. Solía dormir de
lado, estirado, su cuerpo largo y delgado muy quieto extendido junto al de Belial, su nariz tocándole el oído. Belial dormía de espaldas como un vampiro, a veces un brazo
bloqueando a la luna sobre sus ojos, a veces el rostro hundido en la cabellera nocturna de Oliver. Normalmente, Belial, que era un holgazán de primera, no abría un ojo hasta
que Oliver abandonaba el calor de su lecho.
A no ser que Oliver estuviera inquieto.
Y esta noche, Oliver se agitaba como nunca.
Belial se alzó al verlo agitarse, retorcerse, y gemir, y por un momento maldijo a Snape, ya que sin importar qué pesadilla tuviera, no podría despertarlo.
Pero cuando se sentó en el lecho y lo miró, las rodillas flexionadas, su cuerpecito temblando, los brazos tensos, arañando las sábanas, le floreció una sonrisa
enternecida.
Más de una vez, Belial de había despertado con la pierna de Oliver abandonada entre las suyas, su suave sexo presionándolo, y convirtiendo la carne adolescente que lo hacía
niño y no niña entre sus piernas en una barra de puro acero. En esas ocasiones, Belial se escabullía discretamente al baño, para allí en el frío conjurar alguna imagen que lo
ayudase a aliviarse. No necesitaba que nadie le dijera que deseaba a Oliver: lo sabía. Sabía también que Oliver no tenía la menor idea, y lo amaba lo suficiente para no dar un
solo paso sin ser invitado. Pero Belial era un esgrimista, educado en el más rígido autocontrol, y por ello, el más calmado de los adolescentes, aunque el contacto de la suave
piel de Oliver lo transformaba en una pequeña fiera. Y se reía. Seis años compartiendo habitación, y había logrado aguantarse. Eso tenía que ser un récord, en algún lado.
Oliver, hecho un zigzag en las sábanas, temblando, parecía un niño dolorido, con las pestañas húmedas, las mejillas enrojecidas, y una palpitante, clara necesidad latiendo
entre sus muslos, apenas cubierta con el flojo pijama de lanilla.
Belial probó a despertarlo, sin resultado. La poción de Snape debía ser bastante poderosa. Pero no era barrera para que Oliver se retorciese y sacudiese sus caderas sin
ninguna vergüenza, palpitando y suplicando en gemidos, sus sienes transpiradas.
Quiero ayudarte. Pero la sola idea me hace tan feliz, voy a disfrutarlo tanto, que me parece injusto.
Finalmente, Belial tuvo suficiente, y apoyó su mano suavemente en la carne endurecida, a través del pijama. El efecto fue eléctrico: Oliver se arqueó, se retorció, se empujó
contra esa mano con desesperación, lágrimas corriéndole por la cara. Temblaba, pero sus párpados estaban contraídos en concentración, tratando de conseguir más roce. Y
Belial, con la sonrisa de quien sabe, con los ojos de quien te ama, se lo dio, bajando la lanilla para envolver con su mano cálida esa tierna necesidad, y acariciarlo firme, pero
dulcemente. Oliver se echó de lado, la cara contra su hombro, gimiendo, sofocando sus gritos con su propio pelo, empujando y moviendo sus caderas con total falta de
inhibiciones, y Belial sintió esa carne volverse puro acero, quemando. Pero Oliver no parecía tener suficiente, y se le aferró, arañando y sollozando. A pesar de la mano suave
y experta de Belial, Oliver parecía necesitar algo más, y Belial frunció el ceño, molesto por no poder preguntarle, por no poder ayudarlo. Lo vio, frotando sus muslos, sus
caderas nerviosas y agitadas, y despacio, deslizó su otra mano mientras se sentaba en los talones, por toda la expansión de piel suave, desde sus sienes húmedas, sus labios
rojos y agitados, su pecho palpitante, los muslos tibios y temblorosos, y subió.
Oliver separó los muslos, temblando, suplicando.
Belial, buen lector del marqués de Sade, entendió, y suavemente deslizó una mano, y acarició con un dedo la entrada al cuerpo de Oliver, un punto cálido y sedoso, e
indeciblemente pequeño. Con mucha suavidad se estiró, se puso un poco de la poción que usaba para calmar sus moretones tras jugar Quidditch, oleosa y suave con olor a
plantas silvestres, y que en secreto también usaba para complacerse, y humedeció su dedo índice. Muy despacio, forzó su entrada en Oliver con movimientos delicados.
Ignoró su propia necesidad, que ya era salvaje, y dura, ignoró que algo de humedad escapaba de su propio pene cada vez que lograba entrar un milímetro más en esa carne
tensa y caliente que cedía a su empuje. Adentro y afuera. Un milímetro por vez. Cuando al fin la carne de Oliver lo envolvió hasta los nudillos, Belial cerró los ojos un minuto
para calmarse.
Calor.
Amor.
Suavidad.
Necesidad.
Dulce y nuevo, y a la vez, estaba seguro de haberlo soñado antes. Un deja vu que lo guiaba.
Oliver se echó de espaldas sobre sus manos, brazos y piernas abiertas, y empezó a empalarse, arriba y abajo, libre e inconsciente, desesperadamente queriendo más. Con la
misma delicadeza, algo entorpecida por los movimientos frenéticos de Oliver, Belial ingresó un segundo dedo y un tercero, jadeando a su vez, incapaz de evitarlo, el centro de
su pijama de seda gris mojándose cada vez más. Oliver se sacudía y se apretaba contra el lecho, esos tres dedos increíblemente apretados, y aún así no parecía satisfecho.
Belial apretó los dientes, una llamita en sus ojos, y lo echó de espaldas, le bajó el pijama hasta los tobillos, y aunque su pene adolescente gritaba por ser sepultado en esa
carne, lo que hizo fue, mientras tenía una mano firmemente frotando el pene enrojecido y mojado de Oliver, le metió dentro cuatro dedos y los agitó dentro suyo todo lo
fuerte que pudo.
Oliver no gritó: pero fue como si su cuerpo se hubiera tragado un enorme grito. Emitió un sonido agudo, bajo, y se desmadejó en los brazos de Belial, profundamente
inconsciente.
Belial reía, feliz y lleno de orgullo, y con el pene a punto de estallarle. Se tocó, y el orgasmo lo dominó, mordiendo la almohada, en unos segundos en blanco ardiente echado
sobre el cuerpo jadeante y cálido de Oliver, su respiración en su oído. Tan familiar. Cerró los ojos, y se dejó llevar.
Luego se enderezó, y con las piernas aún temblorosas fue al baño, trajo una esponja húmeda y los limpió a ambos lo mejor que pudo. Luego, despacio, lanzó un raído hechizo
y secó la cama y los pijamas húmedos.
Oliver dormía como un bendito.
Belial se acurrucó a su lado, y estaba por dormirse cuando oyó un sonido que casi no era sonido.
Un roce.
Algo frío.
Belial había sido entrenado por su padre, el más grande maestro de DADA vivo. Giró la cabeza hacia la puerta, y se alzó en el lecho rápido como una cobra.
La puerta vibrando, recién cerrada. Alguien los miraba. Alguien que acababa de irse.
Belial se rió por lo bajo, ocultándose en el pelo sedoso de Oliver, abrazándolo, abrazándolo con todas sus fuerzas.
Es mi imaginación? Me estoy sintiendo culpable?
No, seguro que no, pensó con otra risita. Se incorporó en un codo, y besó a Oliver, sus labios entreabiertos y húmedos, sintiendo su corazón expandirse en su pecho. Fijó sus
ojos plateados en las tupidas pestañas negras, apoyó su frente en la otra, envuelto en la calidez de las mantas, el amanecer filtrándose entre los cortinajes oscuros.
Oliver dormía, sonrojado, tanta paz en sus ojos, tan bello.
Belial no sabía que esa sonrisa lo hacía a él mismo otra visión de belleza, mientras sus cuerpos cálidos y tiernos se acunaban al uno al otro en inocencia.
Siete años, y nunca he podido decírtelo.
Trato de demostrártelo, todos los días.
je t'aime, mon ami.
Mon bel ami.
Nunca permitiré que nadie te arranque de mi lado.
Eres mi vida.
CAPÍTULO CINCO
THE BOND
My arms will keep you safe and whole
This bond between us can't be broken
I'will be here, don't you cry.
Cause you'll be in my heart,
No matter what they say

- Hazte un favor, Mitchell, y no me hables.- Bill estaba enojado. Hugh estaba seguro que si hubiera apostado por ello, ahora estaría lleno de plata. Bill no se había enojado ni
siquiera cuando en un baile de Yule Hugh se emborrachó por primera vez y le vomitó su único set de túnica y manto de gala, incapacitándolo para dar su discurso. Bill no se enojaba
aunque Hugh le calcara las tareas. Pero ahora no le hablaba: lo miraba como si no le diese crédito a sus ojos. Y Hugh, por supuesto, estaba miserable.
- Cómo cuánto…- Hugh hizo un círculo con el dedo en la alfombra donde estaba sentado con las piernas cruzadas, cabecita baja, sus rizos ocultándole la cara, juntito a la
silla de Bill, donde éste corregía unos exámenes de DADA desastrosos que los alumnos de primero habían tenido la desfachatez de presentarle. Bill, sus lentes puestos ( no los usaba
nunca), el pelo tomado en una colita apretada, y los labios tensos, corregía con su pluma roja y nerviosa los garabatos en tinta negra, la luz del día frío destellando en sus pómulos
marcados y pecosos. Tenía los ojos celestes, usualmente amables, muy fríos.-… cuánto más vas
a seguir enojado conmigo?-
- Fuiste muy cruel y malintencionado, Hugh. No sé cómo estará el pobre Oliver.-
Hugh distraídamente jugó con el ruedo de la túnica de plata del ayudante de DADA.
- Te importa?-

Belial cerró los ojos con un quejidito y un maullido. Desapareció bajo el cobertor, aferrado a Oliver, recogiendo hasta los dedos de los pies y cerrando los ojos para aferrarse al calor.
Su reloj tenía un palito en las siete y el otro en las seis, y empezó a tocar La novia de Appenzell.
Hacía un frío que quemaba. Supo, sin haber abierto las cortinas, que debía haber nevado, y que les iba a llegar poca luz por que sus ventanas, a ras de piso, debían estar cubiertas con
nieve.
Sacó una mano, agarró su varita y disparó, en rápida sucesión, seis Warming Spells al aire antes de juntar valor, apretar los dientes y saltar de la cama para irse en puntas de pie a abrir la
puerta del baño y disparar tres más al interior, uno a la jofaina de agua con puntería perfeccionada en seis años. Se metió al baño, y con los ojos cerrados se lavó la cara, se duchó
rápidamente con agua que recién empezaba a entibiarse y se puso encima la camisa, los breves boxers blancos que favorecía y los pantalones negros. Se puso sus calcetines negros más
gruesos, y la brillante corbata verde y plata la dejó colgando de su cuello. Se peinó atrás, y se cepilló los dientes.
Cuando volvió al cuarto, Oliver, que usualmente se estaba peinando, seguía envuelto en las mantas. Belial se sentó a su lado y alargó una mano para despertarlo, pero Oliver estaba
llorando. Parecía un niño allí, su cabellera negra envolviéndole los pálidos hombros, sus ojos cerrados, las espesas pestañas punteadas de lágrimas. Belial cerró los ojos, los labios
temblándole de rabia y pena, viendo sus mejillas rojas, su llantito ahogado, su Oliver hecho un nudito lloroso y despeinado entre las sábanas con florecitas verdes.
- Oliver…- susurró, sus manos aún frías por el agua secándole las mejillas. Oliver se le abrazó, y enderezándose, deshecho, lo besó en la boca. Fue un beso casto y breve: una presión
sedosa y tibia de carne suave en carne suave. Belial se quedó allí, sus ojos sorprendidos, su boca súbitamente, devoradoramente hambrienta por más.
Oliver se aferró a la almohada, y cerró los ojos.
- Vete a clase, por favor. Toma apuntes por mí…- susurró, sus mejillas rojas por lo que había hecho, pena y una desesperación clara y aguada en sus manecitas crispadas en la tela blanca.
- Oliver….- Belial le acarició el pelo, y le besó la sien.- Volveré en cuanto pueda. descansa, por favor, y no te preocupes…- Oliver lo miró, con ojos tan doloridos, que a Belial se le
quebró la voz antes de que pudiese evitarlo.- No… sufras…-
Oliver le besó una mano, y Belial se fue, echándose encima su túnica negra de clase, llevándose la de Oliver en un error deliberado, que era más gruesa. Porque sin él a su lado, tenía frío.

Desde la partida de Rod Langrisser, el exorcista, el ramo de Magical Right & Law lo hacía un exitosos abogado para los sextos y séptimos: Mattew Montgomery, en cuya ficha decía con
letras grandes Ryddlista en el apartado de inclinación política. Era un hombre alto y apuesto, ligeramente canoso, con el pelo partido al medio que le caía como una melena de león hasta
el cuello, algo de barba y bigote, y brillantes ojos tras sus lentes aguzados. Había sido uno de los más brillantes abogados de toda la historia de la magia, legendario y hábil, hasta que un
muggle violó, torturó y mató a su joven esposa embarazada. Mattew puso en juego todo su odio, toda su habilidad, toda su elocuencia para lograr que el tribunal mágico lo condenara:
pero, los disturbios de la época de Voldemort recién disipados, ningún tribunal se atrevió a tocar un muggle y lo dejaron ir.
Esa misma noche, Mattew rajó en dos su túnica de abogado y usando la túnica de los mortífagos a la que se había negado por mucho tiempo persiguió, violó, torturó y asesinó al muggle
con toda la refinada crueldad que fue capaz. Fue juzgado por ello, aunque su afiliación a los mortífagos nunca fue descubierta. Y se le condenó sólo a perder su derecho a estar en Corte,
por un jurado avergonzado ante su dignidad y su valor. Ahora enseñaba Ley y Derecho, explicando cómo las leyes salvaguardaban los derechos, y los derechos no podían ser cortados por
las leyes. Los alumnos lo admiraban y respetaban, y temían. Y de todos ellos, el más alegón, amoral y plutócrata de todos, Belial Malfoy, era su favorito, junto con el más racionalista,
realista y legalista de todos, Stephen White. Los debates entre ambos eran un placer de escuchar, sobre todo cuando se les unía el humano, idealista Bill Weasley. Y Mattew se sentaba y
los veía debatir con una sonrisa, esperando a que se diesen cuenta de que no bastaba una respuesta, sino diferentes puntos de vista, cubriendo todo el abanico de la justicia.
Belial disfrutaba esa clase normalmente, ya que podía lucirse: pero hoy estaba distraído al no tener a Oliver a su lado, tomando notas con su letra diminuta, sus ojos tranquilos e
inteligentes asintiendo a cada paso. Se revolvía inquieto, hasta que sus ojos se clavaron en Hugh, que estaba sentado bastante miserable en un pupitre, mirando ávidamente a Bill, que
exponía sus notas en la Lex Canuleya con simplicidad. Pero no sonreía como siempre: parecía tenso, y cuando miró a Belial a los ojos, Belial vio pasar por sus ojos celestes algo como
inquietud.
Belial apoyó el mentón en los dedos, deseando con todas sus fuerzas que a Hugh se le reventase una arteria.
Mejor que no. Moriría demasiado rápido.
- … y de esta forma, los romanos por primera vez permitieron el matrimonio entre castas libremente, lo que ayudó al florecimiento de la pujante clase media, y convirtió a los
comerciantes en los nuevos ricos.-
- Muy bien, Weasley. Alguien puede expresarnos un paralelismo en las leyes mágicas? Sí, Mr. Malfoy?-
- El Acta de Mortimer Carlton, en 1603.- dijo Belial sin ponerse de pie, cómodamente echado atrás en su pupitre, la cabeza ladeada mientras miraba a Bill.- Dio total seguridad a cada
mago a casarse con un muggle si lo deseaba, lo que dio origen a los Mudbloods, y en último término a la Inquisición.-
Varios alumnos Mudbloods ( sangre-sucia, el término despectivo para aquellos con familia muggle) casi saltaron de su asiento, y miraron a Montgomery como esperando que castigase a
Belial por su insolencia. Pero éste simplemente se limitó a mirarlo intensamente y preguntar:
- Fuente?-
Belial agitó un libro en el aire. Varios alumnos se echaron atrás, pero Mattew Montgomery sonrió. No era el Grimorio de la Total Oscuridad, pero casi: la vida de Grindelwald, famoso
mago oscuro de la época.
- Otra apreciación?-
- La inquisición fue una respuesta semejante al reinado del terror francés. Fue un rápido oleaje de sangre ante el cual nos sentimos debidamente horrorizados, sí, pero en realidad no fue
sino una respuesta a un estímulo. En el caso de la Revolución Francesa, siete siglos de opresión cruel y homicida: en nuestro caso, catorce siglos de excesos cometidos por magos
todopoderosos contra un vulgo asustado. Fueron violentos, sí, pero no más que una gota de sangre en el mar exprimido a los muggles a través de siglos.- dijo Bill, con calma. Varios
alumnos le echaron ojeadas sorprendidas, pero Stephen White alzó la mano para contestar mientras Belial siseaba:
- De qué lado se supone que estás, Weasley?-
- La comparación más acertada la tenemos en esta misma época.- limpió sus lentes, y sus ojos azul vivo destellaron, cobalto inexorable, tan Ravenclaw, tan frío y calculador. – Tras la caída
de Voldemort ( varios alumnos se sobresaltaron al oír el nombre) las familias que lo sirvieron y las que lo combatieron se han apartado unas de otras de forma tácita y violenta, soslayando
su ruptura por temor a provocar una división final de la sociedad mágica. Pero aunque todos saben perfectamente quiénes hicieron qué y de qué lado, es forzosamente una situación
pasada. Y si nuestra sociedad quiere sobrevivir, tendrá que respetar y hallar una Lex Canuleya que permita al depredador, al carroñero, a la presa y al campeón a sobrevivir juntos.
Después de todo, no somos sino otro ecosistema.-
El silencio que siguió a sus palabras, aplastantes y agudas, era como para preguntarse si alguno de ellos no le temía un poco a la frialdad clínica de Stephen White. Incluso sus compañeros
de casa se apartaban de él, temerosos.
En ese silencio, Oliver entró a la sala con treinta minutos de retraso. Belial se giró, y también Bill: y si Belial temía que un resto de la vulnerabilidad, de la ternura de esa mañana lo hiciera
blanco otra vez de dardos, ese temor se disipó de inmediato. Oliver era más él de lo que nunca había sido, como una bella acuarela que sólo una vez seca se puede apreciar el dibujo.
Aunque si semejaba algún tipo de arte, era al dibujo a tinta. Piel blanca, ojos y pelo negros, cejas y pestañas delicadamente arqueadas, la túnica negrísima perfecta, sedosa envolviendo su
figura erguida, el cuello y los puños de la camisa blancos como nieve, sus manos pálidas en libros de cuero verde oscuro. Oliver siempre había sido sereno, pero cualquier rastro de
fragilidad se había ido. Súbitamente, parecía un predador.
Incluso Mattew Montogomery lo miró pasar a su asiento con un caminar elástico, afilado, que era nuevo. De pronto, los velos habían caído, y Oliver emergía, poderoso,
indescriptiblemente atractivo, llamas blancas y negras en su cara pálida, y perfecto. Se sentó junto a Belial, echó su melena atrás, los labios húmedos separados, se apoyó en el escritorio y
preparó sus apuntes. Sólo entonces Mattew vio la nota de Snape que Oliver le entregase al pasar, una nota que seguramente decía que lo admitiese aún tarde.
Los ojos de Oliver eran relucientes y negros, hipnotizantes. Belial se echó atrás en su pupitre, sintiendo claramente que Oliver, a su lado, que había sido toda la vida una lámpara cubierta
con una tela, había desnudado su fuerza. La espada fuera de la vaina al fin. La luz siempre allí en off, había sido tocada y hallada.
Y ahora que el switch estaba en on, emitía una luz que sentía aún a través de la ropa.
Ahora, en vez de ser luz y sombra, eran luces sombrías y gemelas. Y Belial amó cada segundo.

Cuando la clase acabó, Belial recogió sus libros, sonriendo para sí. Oliver se veía recuperado, ni una sombra de dolor o vulnerabilidad en sus ojos, aunque su sonrisa era súbitamente
dura, sensual, donde antes había sido tenue y gentil.
- Estás bien?- le susurró, mientras juntos cerraban sus pupitres . Oliver asintió, y le dirigió una sonrisa, pero luego se irguió, tenso. Belial se hubiera alarmado, de no oír una voz tras de él.
- Oliver? Quería decirte lo mucho que siento lo de ayer… si hay algo que pueda hacer, dímelo. Tienes todo mi apoyo, en serio.- Bill Weasley. Belial se volvió a él, seco y agresivo, pero
una mano de Oliver en su hombro lo detuvo.
Y qué? Lo vas a defender? pensó Belial, pero al cabo de un minuto, Oliver dijo con voz muy clara y tranquila:
- Vete a la mierda, Weasley.- Belial, que nunca lo había oído putear, alzó las cejas con una sonrisa de gato Cheshire imparable. Bill, en cambio, parecía sorprendido, incluso helado.
- Oliver, yo… te aprecio mucho. Yo…-
Y cuando Oliver echó el hombro atrás y le descargó al chico más alto toda la fuerza que tenía en el puño derecho, Belial se hubiera puesto a bailar.
Si creía que lo amaba antes, estaba equivocado. Ahora sí.

Snape se estaba riendo todavía después de que Mattew le mandara una nota muy gráfica sobre la pelea que siguió cuando lo llamaron a la enfermería. Era muy extraño: normalmente la
enfermera, Madam Pomfrey, y el medimago, Peter Prewett, eran capaces de arreglárselas con lo que surgiera, muy rara vez requiriendo la ayuda farmacológica del Maestro de Pociones.
Pero la nota decía urgente, y como Prewett era todo menos exagerado, Snape se apresuró, como un fantasma negro con su toga moviéndose tras él como alas líquidas por los corredores.
Grises y opacos mientras atardecía en la luz vacilante del invierno, Snape parecía un vampiro, una sombra ominosa avanzando con pisadas sin ruido, una oscuridad silenciosa y fluyente.
Los alumnos se apartaban de su paso y de sus ojos agudos mientras daba vueltas en las esquinas, la cola de su toga como la de una serpiente barriendo los escalones.
Una vez, por el rabillo del ojo, estuvo seguro de ver a alguien deslizándose tras él.
Pero mientras subía la escalera de caracol que llevaba a una puerta secundaria de la enfermería, se detuvo sorprendido.
Lo que venía de la enfermería sonaba como un animal agonizante.
No sabía qué se esperaba. Lo que de seguro no se esperaba era ver a dos estudiantes de quinto arqueándose y gritando en los lechos, atados a los suaves colchones, empapados en orina
y sangre y sudor y vómito. Apenas los pudo reconocer, de tan distorsionados por el dolor tenían los rostros. Su vómito y heces, que empapaban sus ropas, eran negruzcas por la sangre
coagulada: y cada uno de sus poros era un puntito rojo del que corría, rosada, sangre mezclada con sudor.
Tenían los ojos tan amarillos que aunque uno de ellos había tenido ojos azules, ahora se veían verdes, de un verde ponzoñoso.
- Gracias a Dios que llegaste!- Prewett, muy pálido, cubría con una manta mojada a uno de los chicos, su rostro de veterano de guerra pálido y asustado, mientras el chico que se
esforzaba por sujetar se retorcía y gritaba con voz que más bien sonaba como un ladrido. – Sabes qué es esto? Nunca vi algo semejante! Es un veneno?-
Snape se sujetó en la puerta, su tez lívida. Y cerró los ojos como para escapar, aunque el olor era apabullantemente real.
La muerte Negra.
Mortis Nigra.
Como si alguna vez pudiese olvidar la receta. Agua cristal de roca, polvo de bicornio, piel de serpiente arbórea africana, cerebro de
duende, sangre de licántropo, semen de un íncubo, espíritu atrapado, sangre inmortal, esencias de la víctima, lágrimas de un wraith.
Y nuestras almas.
Supongo que no será arrogancia suponer que es mucho pedir que alguien más la haya hecho?
Prewett vio a Snape resbalar hasta apoyarse en la pared. Se quedó quieto, quieto, mientras dos estudiantes se retorcían hasta morir. Fue monstruoso, brutal: los chicos finalmente se
hundieron en un piadoso delirio, desangrándose por los poros en cuestión de horas. La enfermera lloraba mientras los limpiaba para que los viesen sus padres: Prewett, impotente y
shockeado, porque sólo una vez antes había perdido un alumno, un suicida, estaba sentado escribiendo el acta de defunción, pálido y abatido.
Y Snape, hierático, pétreo cerró los ojos desorbitados y ennegrecidos de los chicos, y echó a caminar con pasos mudos hacia el Ravenclaw Nest y al Hupplepufff Hole, para entrar sin decir
una palabra. Los alumnos en las salas comunes, inquietos, asustados, hubieran preguntado, hubieran suplicado respuestas ante cualquier otro profesor, pero ante él, al que temían como al
fuego, se callaron bruscamente. Se apartaron de él como de un fantasma, como un rebaño ante el predador, mientras Snape, con manos heladas como las de un muerto, abría los libros
de Casa, y leía.
Martens, Jan, padre Muggle(fallecido), madre Sonja Martens of Bath.
Howard, Anthony, padre y madre Muggles ( fallecidos)
Un nacido Muggle. Un medio Muggle.
La sangre de un muggle y un medio muggle: Nathan.
Snape volvió arriba, en silencioso estupor. Madam Pomfrey estaba limpiando al Ravenclaw, intentando prepararlo para cuando llegasen sus padres, que Dumbledore había notificado de
inmediato. El colegio era un hervidero de rumores, y su bordoneo llegaba hasta la enfermería, donde Prewett, amargado, ayudaba a Madam Pomfrey a limpiar el cuerpo de lo que tres
horas antes había sido un saludable adolescente. El pelo rubio de chico, lleno de costras, casi se desprendía al tratar de limpiarlo. Prewett tomó muestras, tratando de analizarlas, mientras
lloraba sin poder evitarlo. Snape se acercó al niño Hufflepuff, mientras tanto, en silencio.
En silencio, a la espalda de Prewett, Snape aplicó sus labios a los labios exánimes del muchacho muerto, y probó su sabor.
Cerró los ojos, su lengua palpitando entre sus dientes, el sabor como un vino demasiado fuerte para ser tolerado.
Muerte, miedo, vómito putrefacto, sangre coagulada, saliva joven, caramelos, el sabor ácido del dolor. Polvo de bicornio. Una pizquita demasiada sangre de licántropo. El olor a acónito
de ese caldero que nunca pude limpiar bien.
Esta poción es la que hice yo.
Que Dios tenga piedad de mí.

Snape no sabía que tras la rendija de los polvorientos, pero níveos encajes de la puertecita de la enfermería, un niño pelirrojo de ojitos celestes, pelo rojo sucio y un verdugón en el cuello,
sonreía mirándolo con ojos inhumanos.

FIN DE LA PRIMERA PARTE.
OOH, SOMETHING'S COMING OVER ME
MY BABY HAS A SECRET.


NOTAS DE FOX.
*************
La respuesta a Spirits fue tan grande, tan avasalladora, que no pude evitar continuar con la historia. Nunca he estado tan emocionada con una historia, y entre ésta y "Trois" he vaciado la parte más oscura y desnuda de mi corazón, la apertura más íntima que nunca he hecho a mis sueños y fantasías, y a mis ideas del amor, el horror, la pasión y la violencia.
Primero que nada mil gracias por todas sus amables cartas! Son lo que inspiró una segunda parte, y no puedo menos que agradecerles que les haya gustado el paseíto. ojalá este también.

En el primer borrador notarán que usé a Draco, el único hijo canónico de Lucius Malfoy: pero el problema de meter a Harry Potter en la historia, bendita sea la bella carita de Daniel Radcliffe, era hacerlo robarse el protagonismo. Así que después de mucho dudar y mucha ponderación he sustituido al creído Draco ( mini Eminem) por el putón de Belial Malfoy, uno de sus tres hermanos mayores. cualquiera con tentaciones de conocer a los dos mayores, sólo dígalo, porqiue Deimos el carismático y Azrael el correcto son igualmente interesantes. Pero esta no deja de ser una historia de amor y horror, Severus incluído, así que no tengo opciones que dejar mucha de la comedia afuera. Espero no defraudarlos, y también espero que les guste el nuevo formato, más parecido al de SPIRITS. Y aquí están las traducciones y orígenes de las canciones y títulos, porque varias personas me han preguntado al respecto. si es interesante, puede que haga uno para Spirits, también.

CAPÍTULO UNO.
THE WANDER: EL ERRAR ( de "vagar", o " estar perdido, sin casa")
Suddenly the world seems like a perfect place
Suddenly my life doesn't seems like a waste.
It all revolves around you.
De pronto el mundo parece un sitio tan perfecto.
De pronto mi vida ya no parece una pérdida ( un gasto inútil)
Todo se trata de tí. ("todo es sobre, o se refiere a tí")
--------------------------------------- De Moulin Rouge, gran película, Come What May ( venga lo que venga). Es hora del amor: no sólo Belial y draco s ehan mirado a los ojos por primera vez, sino que Bill y Hugh y Stephen también.

CAPÍTULO DOS.
THE BELONG
We belong together
And we thought we were crazy
We were so strong together
In this world you gave me.
LA PERTENENCIA:( también se usa como " lo correcto" o "ideal")
Pertenecemos juntos( debemos estar juntos)
Y pensamos que estábamos locos
Eramos tan fuertes
En este mundo que me diste.
---------------------------Remy Zero, Belong.

CAPÍTULO TRES.
THE WHISPER
Whisper of a dead man here,
That doesn't make it real
So let me rest on peace
* Susurro de un hombre muerto aquí, pero eso no lo hace real: déjame descansar en paz- Buffy, el Musical, el tema de Spike. La serie es como las peras, a veces intragable. La verdad me simpatizaban Willow ( y su dulce asunto con Tara: su canción respectiva en ese estúpido musical es bellísima), Giles ( linda voz, lindo tipo mayorcito, muy interesante) y la hermanita de Buffy, linda y muy dulce. Pero la verdad Buffy, Xander, y el me-creo-mino-y las-dejo-locas (ack) Angel son gente que quisiera ver cuidadosamente metida a la Moulinex ( y no que SM Gellar actúe mal: me encantó en Cruel Intentions) Spike, en cambio, guarango y copante como és, al menos se ve sincero y no pretendiendo ser mino. Pero guarango igual.

CAPÍTULO CUATRO
THE BREAK
Now and then when I see his face
He takes me away to that special place
And if I stared too long I'd probably break down and cry
Sweet child o' mine, sweet love of mine
LA RUPTURA: Cada vez que veo su rostro me lleva a ese lugar especial
Y si lo miro mucho rato probablemente me quebraré y lloraré.
Oh, dulce niño mío, dulce amor mío.
----------------------------------- De los Gun's Roses, pero en la versión de Sheryl Crow " Dulce niño mío"

CAPÍTULO CINCO
THE BOND
My arms will keep you safe and whole
This bond between us can't be broken
I'will be here, don't you cry.
Cause you'll be in my heart,
No matter what they say
EL LAZO: Mis brazos te mantendrán completo y a salvo: este lazo entre nosotros no puede ser roto,
Estaré aquí, no llores
Porque estarás en mi corazón, no importa lo que digan.
---------------------------------------------- "Estarás en mi corazón" de Phil Collins, para "Tarzán".

*Una notita para el autor de Slytherin Rising: lamento haber tomado tu idea. Soy una gran fan tuya y se veía tan perfecta. De veras un millón de gracias por la inspiración. Por
favor, saca la cuarta parte!------- lo de que le soltaran a Oliver que tiene un pariente en azkaban ocurre tambien en ese fic, a una de sus heroínas.