SPIRITS DREAM INSIDE II:
S E C R E T W I T H M E.
by The Fox
DISCLAIMER: Severus Snape, Lucius Malfoy, Hogwarths y Voldemort es todo de la talentosa y ahora muy rubia Jk Rowling. Yo también estaré rubia pronto, ojalá no se me oxigenen las ideas.
WARNING: Mucho, MUCHO, MUUUCCHOOO Slash-yaoi como quieran decirle, VARONES AMANDO VARONES. VARONES DESESPERADOS POR AMAR VARONES. Se entendió? Ok. Es una historia de amor, traición y de horror. Sucede que los protas son todos varones. Oops. Y para ser franca, si condenamos el amor y aplaudimos el odio, este mundo está mucho más enfermo que yo. insertar aplauso * reverencia *

Una vez hubo una historia de amor que se volvió pesadilla.
Una historia de amor que fue más fuerte que el horror, la muerte, y la locura.
Y a pesar de los años transcurridos, alguien aún vela, y piensa.
Esta es la historia de cuatro adolescentes a punto de volverse hombres, y de pagar deudas que se escriben con sangre, lágrimas, y magia.
Y de cómo puedes perdonar, pero nunca olvidar.

CAPÍTULO DIECISÉIS.
THE SLAVE
I'm a slave for you.
I cannot hold it; I cannot control it.
I'm a slave for you.
I won't deny it; I'm not trying to hide it.

- Has visto a Oliver?-
- Ustedes dos se la pasan persiguiéndose? Porqué mejor no se ponen una cadenita?- la respuesta no era en absoluto típicamente Bill, pero en cuanto cerró su libro en la biblioteca esa
noche se volvió al agitado Belial y su voz cambió.- No sabes dónde está? Chequeaste la enfermería, la Torre de Astronomía y el Invernadero Cinco?-
- Sí... cómo corno sabes que Oliver tiene un crisantemo hindú en ese invernadero, Weasley?-
- Le preguntaste a Snape?-
- No.-
- Porqué corno no?- Bill era definitivamente muy poco él cuando se quitó los lentes y le echó una mirada irritada a Belial.
- Porque Snape no abre la puerta.- respondió Stephen. Tiró sus lentes en la mesa, y se frotó los ojos. Tenía casi todo el pelo fuera de su coleta, y parecía tan desordenado que los otros
dos cruzaron una mirada.
Eran casi las once de la noche, y la biblioteca debería haber estado cerrada, pero una de las cosas buenas de ser Head Boy era la
cantidad de reglas que no se aplicaban a tí. Stephen se echó en la silla, y sin pedir permiso se bebió el té de Bill, azucarado hasta que
era miel.
- El viejo de mierda se viró? Justo lo que me hacía falta.- Belial se sentó al otro lado de la mesita de tres patas donde Bill intentaba leer
sin éxito.
- Quizá sólo se fue a dormir temprano.- suspiró Belial.
- Snape? Ese murciélago? Permíteme que lo dude. Me lo he tropezado dando vueltas por el castillo a las tres de la mañana sin
arrugarse. -
- Qué hacías a esa hora, Weasley?-
- mangoneaba comida de las cocinas, obviamente.- Bill esbozó una diminuta sonrisa. Pero miraba fijamente a Belial, y aunque éste al
comienzo lo ignoraba, luego le respondió la mirada con el Reflector Malfoy.
- Me gustaría saber qué tanto me miras, Weasley. Es cierto que soy admirable, pero no soy nada que puedas pagar, pobretón.-
Bill se cruzó de brazos y siguió mirándolo con descaro.
- Qué *miras? *- gruñó al final Belial, delicioso tigre plateado arqueado sobre la mesa. Stephen, como siempre, miraba con el interés
de científico en la cara.
- No sé cómo puedes jugar así con Oliver, Belial. Oliver es muy gentil y amable, y lo haces quererte, mientras le destrozas el corazón a
Hugh. Para qué lo buscas? Deja a Oliver en paz!-
Las cejas de Belial se elevaron, y sonrió con desprecio.- He allí la madre del cordero. Quieres a Oliver para ti, entonces. Ya me
parecía.-
- No he dicho eso. He dicho que no quiero verlo sufrir.-
- No es tu asunto, Weasley.-
- Y si te digo que sí lo quiero para mí, qué?- Súbita llama en los amables ojos celestes de Bill. Los dos se enfrentaron, rojo y plata.
Belial era todo orgullo, su torso inclinado hacia Bill, apoyado en las manos en la mesa, sus ojos fríos como metal bajo su flequillo
brillante, y Bill era todo calmo desafío, ojos llameantes, sentado allí con aparente razón.
- Me permiten que les recuerde que si se cayó al lago, en este minuto es del calamar?- dijo Stephen por encima del Arithmancer's
Weekly que estaba leyendo.
Los dos lo miraron con la misma cara de odio. Stephen se guardó la revista, y se fue.

A las tres de la mañana, Oliver aún no aparecía, y Belial se paseaba como tigre enjaulado en su pieza. Se había topado con un irritado
Mattew Montgomery que les informó que el profesor Snape había pedido vacaciones, por lo que él estaba a cargo ahora de la Casa de
Slytherin, y no, punto, NO, lo iba a dejar andar dando vueltas por ahí a medianoche, Head Boy o no. Así que Belial, con la luz
encendida y aún vestido, se paseaba en la habitación helada, un sweater color verde oliva de Oliver que le quedaba pequeño encima.
La puerta se abrió y una mano le apagó la luz. La luna, brillante, se reflejaba afuera en los campos cubiertos de nieve al nivel de la
ventana, iluminando la pieza con el reflejo del hielo. Belial enderezó la cabeza, y se relajó y se enfureció a la vez al ver la silueta
esbelta y flexible de Oliver, su pelo desordenado, en el umbral.
- Dónde estabas? Estaba preocupado!- exclamó, avanzando hacia él en dos zancadas. Oliver sólo entró, al parecer inmune al frío, se
quitó su túnica larga de cuero suave por la cabeza, luego los botines forrados que traía con los cordones desabrochados, y volvió al
Belial irritado que lo increpaba con las manos en las caderas.
Belial abrió los ojos de par en par cuando Oliver le echó los brazos al cuello, se empinó, y lo besó con tantas ganas y tanta hambre
que tuvo que patalear para evitar que se cayeran al piso y cayeran en la cama en cambio. Oliver le quedó encima, sin soltarlo,
ondulando hasta que se acomodaron en la colcha, sin dejarlo respirar. El primer pensamiento de Belial fue un no creas que con unos
besitos te voy a perdonar el mal rato, mmm, si, asi, mmm, no, me vas a escuchar, oh, si, asi mi angel, sigue, no me dejes... te voy a
putear, me vas a oir, dónde aprendiste a besar así, más, oh sigue, amo tu lengüta, tan dulce mi amor, comiste mentitas... no, es
toronjil, mmm, creo que te puedo putear mañana... tramposo de mierda, ahora estamos cariñosos, no, hmmm...
Oliver no le dejaba la boca hasta que Belial hizo un esfuerzo y los hizo rodar para quedarle encima en la penumbra blanca, besándolo
con todo su corazón. Oliver estaba suave y blando, y no le soltaba el cuello.
- Oliver.,..- susurró.- Oliver, quieres...-
Oliver se enderezó, y le tironeó la camisa con intenciones claras de rajársela si no se le quitaba, y se la quitaba ya. Belial dejó que una
sonrisa brillante le iluminase la cara mientras se la quitaba con sweater y todo con todo el apuro debido, para ver a Oliver abrir la cama
con lentitud. Y mirarlo, con ojos brillantes y dulces. Belial se le fue encima, y se quitaron la ropa mutuamente, con ternura y hambre,
los dos temblando con violencia, mitad de emoción, mitad por el poderoso frío que les volvía la piel en miles de sensitivos puntos
erguidos. Tanto frío, tanta desesperación por juntarse. Oliver era dulce y Belial era dulce, y los dos se mezclaron como leche y agua
fresca, envolviéndose el uno al otro bajo la montaña de mantas, sin dejar de besarse, sin dejar que sus lenguas cálidas se separaran, la
humedad tibia su secreto. Sus ropas arrugadas alrededor de la cama, los dos ocultos en las tibias profundidades del lecho, se besaban,
y se abrazaban con la prisa de los inocentes y la lentitud de los hedonistas. Luego, Belial le rodeó las caderas, y con un ansioso
movimiento de Oliver, su carne erguida, enrojecida, sensible e inflamada entró en contacto, entre sus blandas, adolescentes pancitas,
sus muslos fuertes y jóvenes. Oliver, la cabeza en la almohada, la echó atrás, un gemido en su garganta: Belial, casi tendido sobre él,
lo aferró con fuerza con un jadeo, sus huesos pélvicos tocándose mientras los dos se agitaban y se empujaban con entusiasmo de
novicios. El placer recorriéndolos era tan nuevo y puro como un trago de whisky helado en una garganta roja y virgen. Es cien veces
mejor que nada que pudiera hacerme a mí mismo, pensó Belial. Es un sueño. Oliver tenía los ojos cerrados, increíblemente bello,
pálido y soñador, su rostro desnudo y abierto para mostrar sus emociones a Belial, a su refugio. A Belial se le humedecieron los ojos
mientras se abrazaban, una felicidad cálida e imposible expandiéndosele desde el corazón hasta llenarlo por completo. Como una luz
violenta, y tanto frío afuera. Y tanta belleza. Belial gimió, echó la cabeza atrás, ansiando liberarse, y a la vez ansiando que nunca
terminase.
Oliver lo presionó, primero, y luego lo empujó hasta que se halló de espaldas de nuevo en las blancas sábanas. Se quedó allí, la mirada
de Oliver en su cuerpo una caricia, la sonrisa de Belial bajo su escrutinio satisfecha y emocionada. Oliver se inclinó sobre él y el sólo
roce de su melena sedosa y negra sobre su pecho lo hizo aspirar el aire bruscamente, para luego medio gemir, medio gritar cuando
Oliver atacó su oído con besos húmedos, hasta succionarle la nuca. Belial arañó la colcha, incapaz de hablar: pero sabía que Oliver
sabía. Y sin embargo, abrió los ojos sobresaltado cuando sintió las manos afiladas de Oliver, tan dulces, tan seguras y firmes
acariciándole la espalda, los muslos, hasta dejarlo boca abajo en la almohada, y luego separarle las piernas con firmeza.
Quién eres tú, y que has hecho con mi tímido Oliver? pensó Belial, sorprendido y encantado. No se esperaba los besos ardientes que le
llovieron en la espalda, la caricia de ese pelo siguiendo despacio el camino de sus nervios, la calma con la que jugaron con su última
vértebra hasta que sintió que se iba a poner a chillar como un ternero degollado. Debería haber lanzado un * insonorus * Oh bueno.
Besos en su nuca otra vez, lentos, mientras dedos que conocía y amaba buscaban dentro suyo. Belial se estremeció buscando cordura
para poder detener ese momento en su mente, el momento en el que Oliver lo reclamaba, pero su cabeza estaba llena con el sonido de
su sangre haciendo olas, encrespándose como el mar en una tormenta.
- O-oliver...- jadeó, sus manos crispadas en la almohada. Sollozó, súbito y tembloroso, mientras la mano de Oliver encontraba un
ritmo suave y acariciante entre sus nalgas temblorosas, una y otra vez, llegando tan adentro como podía sin dolor, sin más que la
sensación de distensión aflojándose en su interior a cada entrada. Belial abrió las piernas más, se apoyó en las rodillas, y jadeó, su boca
abierta llena con la almohada blanca mientras le temblaban las piernas. Y luego estaba de espaldas, y Oliver lo besaba otra vez, sus
dedos quietos dentro suyo, sin dejarlo. Belial le echó los brazos al cuello y casi devoró su boca, ansiando gritarle entre besos que lo
dejase, que quería amarlo él, que no lo dejase, que era suyo, que lo dejase, que se iba a morir de placer, que no lo dejase porque se
moriría de pena. Oliver le echó los brazos alrededor de la cintura, y le besó y acarició los flancos, las costillas, toda la sedosa piel que
cubría su estómago, y Belial no pudo menos que sollozar a la completa perfección de todo, su calor y su belleza bajo esas mantas
blancas en esa noche de luna llena en la nieve. Le acarició la nube de esa negra tinta que trazaba pinceladas en su pecho, siguiendo
sus movimientos. Y se retorció, se tensó, y luego de disolvió en una masa de gelatina al calor cuando Oliver lo cubrió con la boca,
calor y humedad sedosa envolviéndolo, atrapándolo. Agitó la cabeza de lado a lado, tratando de negarse a perder la cordura, lágrimas
corriéndole por la cara mientras sus caderas se rendían y empezaban a sacudirse rítmicamente. Trató de tirarle el pelo a Oliver para
que parase, de avisarle, pero sólo logró que le abrazara los muslos y los usara para dejarlo completamente vulnerable, succionando
con fuerza. Belial estalló, dulce y sedoso, arañando la colcha, gimiendo que lo amaba, y Oliver no lo dejó, lo rodeó con sus brazos y
lo acarició mientras temblaba como si agonizara. Besos. El dulce peso de su cuerpo, calmando su corazón.
Lo amaba. Amaba a Oliver, que era tan su vida como su reflejo en un espejo. Y Oliver lo amaba como se ama el aire, aire que no
notas hasta que te falta. Belial cerró los ojos, congelado de felicidad, electrizado, hambriento de amor. Y se le aferró con piernas y
brazos, dispuesto a morir en ese instante, la memoria de Hugh borrada por completo como un dibujo de arena en una playa en un
amanecer tras una tormenta.
Oliver lo besó, y Belial revirtió sus posiciones, entregado y ansioso otra vez, inclinándosele hasta que todo su cuerpo estuvo en
contacto. Descansó la cabeza en su pecho, oyendo latir su corazón. Y mientras le acariciaba los pezones, pequeños, sensibles
manchitas de delicioso marrón en piel como nieve, tan semejante a la suya propia. Luego dejó que sus manos descendieran, y comenzó
a acariciar a Oliver como siempre había deseado hacerlo, con su suave carne endurecida entre sus dedos, como lo había hecho una
vez. Pero esta vez era diferente, porque entre cada jadeo, cada gemido de Oliver, sus ojos lo miraban, con amor, y gratitud, y deseo.
Y Belial se mordió los labios para no ponerse a llorar como un bebé, y eligió en cambio masajearle los muslos mientras se comía esa
carne temblorosa a besos.
Oliver se arqueó, y gritó. Y Belial, hambriento y ansioso, sus ojos brillantes entre su pelo de plata, su sonrisa feral y anticipada, se
irguió torpemente en los talones, gateó hasta colocarse sobre Oliver, y con la inconsciencia de un ingenuo, con la atolondrada prisa de
un virgen, su deseo tan violento que apenas podía ver, se empujó sobre Oliver, sintiendo como cada centímetro de Oliver lo penetraba
segundo a segundo. Sintió a Oliver entrar en él, abrirle la carne con la suya en un roce delicioso y lento, dilatándolo y estirando sus
músculos con su invasión ardiente. Oliver dio un grito agudo, y siguió gimiendo, sus brazos arqueados atrás aferrándose a la almohada
hasta que los nudillos se le pusieron blancos, los ojos fuertemente cerrados, su boca abierta con los labios rojos y húmedos mientras
gemía y gritaba. Belial echó la cabeza atrás y cerró los ojos, sus muslos temblando, y luego se tendió sobre Oliver, temblando con
tanta violencia que casi le castañeteaban los dientes.
Oliver abrió los ojos, y se miraron, unidos en todas las formas posibles, ansiosos, y sorprendidos hasta no tener palabras, y remecidos
hasta el mismo centro de sus seres. No se besaron como amantes, sino que se abrazaron como niños asustados tratando de
confortarse, de cerrar los ojos para no ver al cuco. Y no fue hasta que Belial no empezó a moverse sobre Oliver que no recordaron
que eran adolescentes hambrientos y que se amaban. Jugaron con el pelo del otro. Gimieron a caricias apasionadas y rieron a caricias
juguetonas. Oliver se echó el pelo atrás con fastidio y Belial se puso a morderle las orejas. Y cuando otra vez sus alientos fueron
jadeos, Belial se enderezó, moviéndose libre, ansioso, y Oliver le aferró la cintura tras erguirse también, hasta que su ritmo fue tan
violento que su pelo le azotaba la espalda a cada empuje. Belial sintió que Oliver había atado sus nervios en un apretado nudo que
amenazaba con romperse y llevarse su cordura, y mientras Oliver se volvía más fuerte, más violento, más poderoso y ardiente a cada
empuje, Belial, el orgulloso, activo, rígido Belial, se volvió carne temblorosa y floja que gemía y gritaba, casi colgando de su abrazo.
Echó la cabeza atrás, y abrió los ojos, toda su visión gris en los bordes mientras sentía que Oliver lo penetraba con acero al rojo,
relámpagos en sus nervios, su cuerpo rindiéndose...
De pie en la puerta de su dormitorio abierta de par en par, Nathan, mirando. A su espalda, una cortina verde oscuro negra en la
noche reflejaba la luna al agitarse como hubiera viento.
Belial dio un grito, pero cuando quiso moverse cayó de espaldas en la colcha, Oliver aún dentro suyo, que se le echó encima como una
cobra. Lo penetró con violencia súbita, un empuje, dos empujes, tres empujes, de su pelvis delicada con fuerza, empalándolo hasta la
raíz, arrancándole gritos roncos, casi sacándolo de la cama con su fuerza. Y se le disolvió el mundo mientras estallaba una y otra vez
aullando, su blanco semen chorreándole por el estómago y el pecho, manchándole la cara a Oliver que lo miraba con fijeza, Belial
retorciéndose en salvajes convulsiones que no podía controlar mientras su semilla lechosa le corría en hilos por la piel, su pene rojo se
agitaba solo por la fuerza con la que estallaba. El pelo negro de Oliver le cayó en la cara, volviendo todo negro, y sintió a Oliver
emitir un ronco gemido y disolverse en acero derretido quemándolo adentro. La cabeza le colgaba de la cama, cuando Oliver se alzó,
pudo ver a Nathan, parado allí, un cuchillo en su mano, el cuchillo que Oliver solía usar pata pelar fruta en sus tardes flojas, brillando
en la luna.
- No te asustes, mi Lucius. Ya no puedo tocarte.- le susurró, tan cerca que si Nathan hubiera tenido aliento le habría movido el pelo
empapado de transpiración, tan cerca que los ojos dilatados y mareados de Belial podían ver el detalle del verdugón que le rodeaba el
cuello a Nathan como un collar. Quería gritar, quería decirle a Oliver que lo podía lastimar, que aunque Nathan no lo podía tocar por
el talismán que a él sí, que corriera, que avisara, que se protegiera, que lo amaba...
-...pero él sí.-
Belial levantó la cabeza mareada y vio a Oliver sonriéndole. Pero no era Oliver, porque tenía colmillos, y dos alas de murciélago
sombrías y traslúcidas le salían de los hombros.
Y sus ojos... eran ojos ancianos, malvados, enfermos. Eran hambrientos, y vengativos.
Belial se quedó congelado cuando ese pequeños cuchillo de fruta cruzó el aire para que Oliver lo atrapase con soltura de bailarina. Lo
giró, y el filo trazó una línea de plata en sus ojos, que ya no eran negros. Eran traslúcidos.
Belial, aún con Oliver hundido en la carne, sólo podía mirar en shock cómo Oliver apoyaba la punta de ese cuchillo con mango de
plata en su garganta y se preparaba para hundírselo aún más profundo de lo que su carne aún palpitaba dentro suyo.
- Oliver...- jadeó con los ojos enormes.- No...-

CAPÍTULO DIECISIETE.
THE HOLE
Digging in a hole
Digging up my soul now
Going down, excavation

- EXPURGIUS!-
El hechizo, brillantemente azul, le pegó a Oliver tan fuerte que golpeó contra la cabecera de la cama y cayó al otro lado. Stephen
entró con su túnica azul abierta flameando, los ojos fríos tras los lentes, y el cuchillo giró en el aire al escaparse la mano de Oliver y se
le clavó en el muslo a Belial que lo ignoró al moverse torpemente para ver si Oliver estaba bien. Bill, que venía atrás gritó un
ABJURATIO contra Nathan, que siseó de rabia y huyó. Y Oliver se quitó a Belial de un empujón, y huyó tras Nathan, ese mismo siseo
furioso en sus labios.
- Oliver!- chilló Belial, las sábanas bajo él absorbiendo su sangre con hambre. Trató de correr tras él, pero su pierna no lo soportó, y
cayó en los brazos de Bill, mientras Stephen se lanzaba como un halcón de caza tras Oliver y el fantasma de Nathan por los pasillos
sombríos. Los pasos resonaban en la noche.
- Belial, quédate quieto, estás sangrando!-
- OLIVER!-
Bill murmuró un hechizo y le arrancó el cuchillo, lo que lo hizo gemir de dolor. Le aplicó una toalla que se enrojeció de inmediato, y
le calmó el dolor con otro hechizo. Le tocó el pelo, mientras Belial lo miraba con ojos grandes, shockeados, llenos de lágrimas. Bill era
Bill, y lo abrazó, lo meció, le vendó la herida suavemente, mientras Belial sangraba como un cerdo.
- Belial...-susurró.- No te asustes... sólo fue superficial...-
Unos pasos y un golpe. Stephen en la puerta, su capa desarreglada, los ojos llenos de irritación.
- Se metieron por la pared.- Stephen parecía furioso.- Debería haber sabido...-
- Por la pared?- Bill lo miraba sin entender, mientras cubría a Belial que sollozaba con la colcha oscura.- Qué quieres decir?-
- Me estás diciendo que nunca leíste " Hogwarths: una Historia?"-
La cara de Bill... Stephen se echó el pelo atrás, lo miró con irritación, y se limpió los lentes con rabia. Su melena negra estaba suelta, y
llevaba su túnica azul con botones delante suelta, sobre jeans y un beatle negro que se veía gris contra la perfecta negrura de su pelo.
Llevaba zapatos acordonados para correr, y su espada de esgrima, que Bill notó por primera vez tenía la empuñadura en forma de
águila. Muy Ravenclaw. Todo alerta, y sabio.
Stephen, sus lentes en la mano, lo miraba, joven y a la vez maduro e inquieto.
- Hogwarths cambia de forma. Aquellos con poder suficiente pueden abrirse pasajes y moverse como una serpiente lista en un lego. El
castillo entero se mantiene con su forma actual por la fuerza de voluntad de los fundadores, y ahora del director, que tiene un anillo
que le permite mantener Hogwarths quieto o moverlo a su gusto. Al parecer quienquiera que haya poseído a Oliver tiene fuerza
suficiente para abrir y cerrar pasajes a voluntad, y agarrarlo va a ser como agarrar una lombriz en tierra húmeda. Sólo ruego que no
se hayan ido a meter a la Cámara de los Secretos o vamos a tener más para preocuparnos que de una lombriz.-
Bill parpadeaba desconcertado.- Poseído? Pero... porqué él?-
Stephen lo miró como una mamá gato mira a su gatito menos prometedor agarrar su primer ratón.
- No me digas que no sabías que es médium émpata. Bill, nunca has notado cómo se pone más alegre cerca de ti, más serio junto a mí
y más violento con Hugh cerca?-
- Todos nos ponemos más violentos con Hugh.- suspiró Bill.- Stephen, tenemos que dar aviso! Quizá el director nos va a ayudar...-
- Está con fiebre, delirando, y apostaría que esto está relacionado.-
- Y el anillo?-
- Un estornudo y Hogwarths se desploma como casa de palitos. No tengo tanta fe en mi fuerza de voluntad como tú pareces tenerla,
pero si te atreves...-
- Tenemos que ayudar a Oliver!-
- Esa es mi intención. Pero hay otra forma. Y para eso, necesitamos a Hugh.- Stephen se giró, y le apuntó a Belial, que estaba muy
quieto.- ENERVATE!-
Bill se quedó mirándolo con la boca abierta: el ENERVATE era un hechizo para despertar a la fuerza agente inconsciente, y no el más
amable, no para calmar a nadie. Pero el brillante Ravenclaw ayudante de medimagia no parecía muy amable esta noche, no desde que
lo sacó de la cama a las doce para obligarlo a seguir a Nathan por los pasillos.
Belial parpadeó, y se enderezó del lecho como si le hubiera caído un rayo.
- Vístete. Tenemos que ir por Oliver.- ordenó Stephen con voz clara y firme. Belial lo miraba, intensa rabia, intenso shock en sus ojos.
Pero luego, dándoles la espalda, cogió sus jeans negros y el ajustado sweater verde, junto con unos boxers de seda muy coquetos y
blancos y se vistió rápidamente. Bill se quedó mirando un momento las marcas de pasión en su cuerpo antes de apartar la mirada
poniéndose rojo. Se volvió a ajustar la venda en la pierna, rojo sensual contra su piel pálida, la venda apretándole la carne. Se la ató
como con rabia. Y se enrojecía.
- Tenemos?- la voz de Belial era clara y súbitamente fría, mientras se apretaba el cinturón de cuero alrededor de su cintura, antes de
subirse los cierres de las ajustadas botas de montar que usaba en el invierno.- De cuando acá te preocupa Oliver?-
- No podrás rescatarlo sin mí, Belial. Ni sin Bill ni Hugh.-
- Qué quieres decir?-
- No oíste lo que dije sobre el anillo de Hogwarths?-
- Dijiste que no podíamos usarlo.-
- Definitivamente nunca leyeron Historia de Hogwarths.-
- Al PUNTO, White.-
- Los cuatro fundadores no usaban el anillo. Podían obligar al castillo a moverse, a su gusto, si se ponían de acuerdo. Comprenderás
que por ley de probabilidades, para que un Gryffindor, y Hufflepuf, un Slytherin y un Ravenclaw se pongan de acuerdo en algo, tiene
que haber un muy buen motivo.- la voz tranquila de Stephen era casi docta, con un sentido sarcástico que no le conocían. Bill frunció
el ceño, con la larga costumbre de discutir con Stephen en clase por siete años.
- Pero nosotros no somos los fundadores, Stephen. Estamos bastante lejos de Rowena, Godric, Helga y Salazar...-
Stephen indicó la badge en el pecho de Bill, la medalla que lo convertía en Head Boy.
- Ese símbolo de plata lo llevaron ellos hace años. Si lo llevas, te conviertes en su heredero. El más puro espíritu de la Casa llevará en
su último año el símbolo de potestad que lo hará nuestro hijo y heredero, el ejemplo y príncipe de su Casa... Página 678.-
- Me estás... eso es...?- A Bill casi se le resbalan los lentes por la nariz.- Me tienes que prestar ese libro.-
- Podemos volver al tema?- Belial se abrochó la capa negra de colegio en un hombro.- No dice en la página setenta que los
subterráneos de Hogwarths, incluyendo la Cámara de los Secretos, nunca han sido completamente mapeados y explorados?-
- Tú lo leíste?- Stephen parecía encantado.
- Stephen, Belial, no deberíamos hablar con un profesor?-
- Inténtalo, y te hecho un maleficio.- Belial lo miró como si hubiera perdido la cabeza.- Te das cuenta que cuando decidan que hacer,
Oliver puede estar debajo del lago?-
- Te asusté con esa, no?-
- WHITE!-
- No me grites, Malfoy!-
- Pero si Stephen tiene razón, necesitamos a Hugh...- dijo Bill, los ojos grandes. Stephen suspiró.
- Justo lo que iba diciendo. Lindo que alguien me escuche.-
- No sé si te ayudará, Belial. Pero puedo pedírselo...- añadió Bill, mordiéndose el labio. Pero Belial se puso de pie, su espada de
entrenamiento en la mano, su varita en la otra, y salió al pasillo.
- No, Weasley. Él es mi hermano. Y me debe una.-
A Bill se le cayó la cara. Stephen sólo movió la cabeza en un me lo imaginaba.

Hugh se sentó en la cama con un sobresalto. Había estado echado allí casi cuarenta y ocho horas completas: aún no podía digerir lo
que su madre le contase entre sollozos.
*...fue una emboscada... mataron a Omar, dejaron a Alastor fuera de combate, y luego asesinaron a Paul Ciel y a Jamie Bellany...
sólo quedamos Gustav McKinnon, Caitlin, Dana y yo. Nos cayeron encima... eran como quince mortífagos. Llevaban sus horribles
más caras, así que no les vimos la cara. Nos desnudaron... nos torturaron con el Crucio. Recuerdo que Dana lloraba. Y luego,
abusaron de nosotros. Dana logró morderle la cara a uno y la patearon hasta que la mataron con botas con punta de acero. Sonaba
como patear leña... Pobre Gustav lloraba mientras lo violaban entre cuatro, y luego le metían varitas en llamas : el pobrecito tenía
dieciocho años y era su primera salida. A Caitlin la llevaron para torturarla más y sobrevivió de milagro. A mí me dejaron por muerta.
Y nueve meses después, naciste tú.
* Te adoro, mi amor. Tú no tienes ninguna culpa, nada de qué avergonzarte: eres mi hijo. Pero compréndeme... mi único consuelo
en esos años era pensar que en algún ataque, en alguna batalla había acabado con el bastardo que me forzó, o que al menos estaba
pudriéndose en Azkaban. pero ahora enterarme que no sólo está libre, sino que es millonario y respetado, y que el hijo del maldito
bastardo te forzó, me...
* Él no me forzó! Belial y yo... Belial no es así, mamá...
* Cállate! No sabes de lo que hablas! Hugh, te ha lavado el cerebro! No solo llevas la sangre de su padre, abusó de ti... anti
naturalmente...puedo entender perfectamente que hayas querido matarlo! Yo deseo hacerlo!
* Mamá, no es así... yo ... no quería lastimarlo... sólo lo lastimé porque no me ama! Porque no me ama, y yo sí!
* Hugh, no te atrevas a...
* YO LO AMO!
* HUGH!*
Aún le dolía la cara. Su madre tenía la mano como puro acero.
Hugh se sentó en la cama, súbitamente despierto. Y casi gritó cuando vio a tres figuras altas y oscuras rodeando su cama baja, con
capas, sus siluetas indistintas en la penumbra de esa hora callada de las tres de la mañana.
* Es así como se sintió mi mamá, rodeada por esas figuras oscuras? Vulnerable, y sin voz para gritar?
Hugh iba a gritar. Estaba casi desnudo bajo las sábanas: no importaba cuántas veces esa noche hubiera luchado para aliviarse con
manos rudas y desesperadas, para exorcizarse a Belial, pero no podía. Sin importar cuántas veces llegase al clímax, seguía ansiándolo.
Y había mojado de lágrimas de rabia y remordimientos su almohada. Belial... su demonio de plata risueño y frío a la vez...
- Hugh.- la voz de Bill, de pronto, justo antes de que le estallase el corazón.
-Bill?-
- Vístete, por favor.-
Una mano prendió las luces, y Hugh, aún perdido y soñoliento, se halló mirando a tres de sus cuatro colegas Head Boys,
completamente vestidos, con ojos muy alertas y tensos, los tres con sus varitas y espadas de esgrima en la mano, los tres mortalmente
serios, de pie en su dormitorio, en la mitad de la Casa de Hufflepuf que llamaban familiarmente La Madriguera, donde se suponía que
ellos no debían pisar. No que Bill no cruzara esa línea con frecuencia. Pero el resto...
Stephen...
Belial...
Belial allí, pálido y perfecto, con la capa en un hombro como un modelo, su pelo echado atrás en prisa que lo hacía sedoso y libre. Sus
ojos de plata, intensos y fijos en él.
Hugh echó la ropa de cama a un lado y se puso de pie con sólo sus pequeños calzoncillos de algodón negro con tejones dorados
comiendo bellotas cubriéndolo.
- Qué haces tú aquí?- susurró sin voz.
- Necesito tu ayuda.- dijo Belial, su voz seca, calmada. - Después me pides lo que se te antoje. Vístete.-
- Qué...- Hugh estaba sin palabras. Bill asentía a su lado, y había abierto su cómoda para encontrarle en el despelote dos calcetines
iguales o al menos parecidos. Hugh avanzó hacia Belial, mientras lo veía observarlo con ojos fríos.- Te puedes ahogar en una de tus
malditas pociones si crees que me importa! Porqué crees que te voy a ayudar a nada...?-
- Porque casi me asesinaste. Porque me debes una. Porque tenemos la misma sangre. Y de paso, porque estoy dispuesto a echarte un
Imperius si es lo que hace falta.-
Bill lo miró horrorizado. Pero Belial parecía hablar en serio.
- No puedes sabértelo. Es magia negra muy avanzada...-
- Quieres probar?- Belial sonreía como un tiburón.
- Es para ayudar a Oliver, verdad? Nada más que él te importa lo suficiente para venir a humillarte, no?- explotó Hugh.
- Felicitaciones, Mitchell: oficialmente eres vidente. Ahora te puedes vestir solo o tengo que hacerlo yo?-
- Yo te explico, Hugh...- susurró Bill, pero Hugh se limitó a quitarle un pantalón de buzo negro y echarse encima el sweater de
Quidditch al revés, negro también con una banda amarilla, sin dejar de mirar a Belial con los ojos brillantes de rabia. Luego agarró su
espada de esgrima del rack, su varita, y con sus rizos en un desorden increíble cayéndole en la cara, metió los pies en sus zapatillas
negras y salió.
Belial y Stephen se miraron. Risa. Risa perversa. Y la mirada exasperada y enternecida de tener una mascota realmente muy mal genio.

-... Y Ewan Rosier está vivo, y ha estado liberando la poción en pequeñas cantidades, no me pregunten cómo o porqué, no en colegio,
sino desde abajo del colegio. Muy fácil, por las cañerías, probablemente. Seguramente Mordaunt le enseñó cómo, era muy poderoso,
y apuesto que es eso, él, lo que ha poseído a Oliver.-
- De dónde sacas todo eso, White? O sólo te lo imaginas?- exclamó Belial con desprecio mientras se apresuraban por los pasillos
oscuros, sus pasos resonando.
- Para serte franco, pensando. Deberías probarlo alguna vez.- le soltó Stephen a Belial, al ver su cara de irritación. Belial le iba a
contestar algo: iban los dos solos delante, con Bill detrás respondiendo a las airadas protestas de Hugh como banda sonora, pero
Stephen le dio la espalda y se metió por un pasillo del segundo piso, su ligero manto revoloteando, al final del cual había un viejo baño
de niñas en desuso.
- Tenemos que...?- Bill intervino, y Stephen se detuvo en la puerta, se giró y los miró con tanta severidad como si fuera un profesor
diciendo pendejos de mierda.
-Miren.- dijo con voz tensa.- Si me van a ayudar, cierran la boca y me obedecen. No hay forma de podamos salvar a Oliver con
ustedes discutiendo cada cosa que haga. Así que si van a seguir alegando, se van. No voy a seguir alegando hasta ponerme azul sólo
para explicarles todo lo que vean, que esto no es el Grand Tour... -
- Seremos creyentes como mahometanos.- gruñó Belial.- Ahora, apúrate!-
Stephen caminó hasta el fondo del baño. Estaba oscuro, húmedo, y sucio: la luna trazaba largas sombras tristes en el piso de baldosas
manchadas. Avanzó hasta la pared del fondo, donde un espejo ennegrecido les mostraba sus rostros pálidos, los ojos intensos de
Belial, la determinación en los de Bill, la llama de Hugh, la fría calma de Stephen.
Stephen aplicó las manos en el espejo, ambas, y les indicó con un gesto que hicieran lo mismo.
- Stephen Wilkes.- dijo con voz clara.- Príncipe de la Casa Ravenclaw.- El resto lo miró con las cejas alzadas, y Stephen les contestó
con una mirada que decía que si no lo imitaban y seguían siendo tan idiotas, iba a considerar conseguirse un formón para meterles
ideas en la cabeza.
Hasta que un brillante resplandor azul rodeó sus manos.
- Belial Malfoy, Príncipe de la Casa de Slytherin!- Verde luminoso. La sonrisa de Belial a esa luz era siniestra.
- William Weasley.- dijo con voz simple y calmada, y un poco de no puedo creer que estoy diciendo esto.- Príncipe de la Casa de
Gryffindor.- Rojo, enceguecedor, destellando en los lentes.
- Hugh Mitchell.- La voz de Hugh era desconfiada.- Príncipe...-
Nada.
- Di la verdad. Di "Malfoy", Hugh.- gruñó sin ningún miramiento Belial. Hugh lo miró con los ojos llameando: Belial no lo miraba, su
pálido perfil bello contra las sombras de la luz verde.
- No lo haré.-
- Hugh...- empezó Bill.
- NO LO HARÉ!-
- HUGH!- gritó Bill de súbito.- hazlo, o te obligaré! Oliver puede estar en peligro, y no permitiré que se muera por tu idiotez!-
Hugh se quedó mirándolo, echando chispas. Stephen hubiera jurado que iba a entrar en violencia, pero se dio vuelta, apoyó las manos
en el espejo con su pelo cubriéndole los ojos, y musitó casi sin voz:
-Hugh Malfoy Mitchell, Príncipe de la Casa de Hufflepuff.-
Un resplandor amarillo en sus manos. Los cuatro colores se mezclaron y se confundieron, y de pronto destellaron: el espejo brillaba
blanco, tan fuerte que no pudieron mirarlo, y luego...
Ya no estaba. En el lugar del espejo, lo que veían era una larga escalinata de piedra mohosa descendiendo en espiral a la oscuridad.
Olía a óxido y a moho. Y a muerte.
- Tenemos que bajar.- No era una pregunta, era una sórdida depresiva afirmación de Bill. Stephen asintió. Belial se echó la espada a la
espalda, y le echó una mirada a Bill.
- Nunca oíste que nada bueno viene solo, sino que hay que perseguirlo y noquearlo?-
- Debe ser un dicho Slytherin.- suspiró Bill.
- No que tienes mil años de " Coraje" que honrar con tu casa, Weasley?-
- Mejor una hora como león que eones como gusano. Si, ya sé, Belial.-
- La versión Slytherin es " Quién ha oído de una alfombra de piel de gusano?"-
La sonrisa de Belial, aguda, afilada. Y se envolvió en la capa, listo.
- Lumus.- Stephen prendió la punta de su varita con pálida luz azul. Y el resto lo imitó, amarillo, verde, rojo, sus espadas en la mano,
los ojos severos, lo siguieron en silencio escaleras abajo: Belial, Bill y Hugh. Y entraron en la subterránea oscuridad, las silenciosas
catacumbas, en búsqueda de Oliver Lestrangue y de Eustace Mordaunt.
Y del secreto de la Mortis Nigra.

CAPÍTULO DIECIOCHO.
THE HEAVEN
I know that if I have heaven there is nothing to desire.
Rain and river, a world of wonder may be paradise to me.
I see the sun, I see the stars.

Deja Vu.
El deja vu más dulce que hubiera experimentado.
Amanecía, y Severus estaba despierto, la frente apoyada en el vidrio empañado que le mostraba un amanecer rosa y amarillo
sobre las suaves colinas verdes de Gales que ocultaban la casa de campo de los Malfoy. El cielo, violeta y morado, se
arremolinaba huyendo de la luz en inmensas nubes surrealistas, algunas estrellas perdidas entre las nubes, como luces
apagándose.
Todo estaba lleno de escarcha suave que refulgía: telarañas de hielo en el vidrio creando diminutos arcoiris. Debía hacer
mucho frío afuera: pero el cuarto en penumbras en que estaban estaba cálido por la chimenea en el dormitorio que emitía su
resplandor suave, anaranjado. Las brasas esparcían un calor y un olor suave a madera de pino, su calidez invadiendo las
sombras de un negro suave. La alfombra ahogaba los pasos de Severus, mientras volvía a la enorme cama de cuatro postes
con pesados doseles bordados donde dormían Djeri y Lucius, estrechamente abrazados. Una poción crecepelo le había
devuelto su larga melena de miel y caramelo, y las horas al aire libre y comidas con poción reconstituyente habían suavizado
los crueles ángulos de sus huesos, difuminado su palidez cadavérica, y al verlo así, sus rasgos aún afilados ocultos en el
hombro de Lucius, su cuerpo aún desnutrido oculto en una gran camisa de franela blanca Severus era casi capaz de soñar que
nunca habían pasado por sus pesadillas. Era fácil pensar que Djeri era aún su Djeri, y Lucius era su gato exasperante y
juguetón...
No se hacía ilusiones sobre el estado mental de Djeri, sin embargo. Aunque tuviera a veces chispazos de su personalidad, y
gracias a Dios, los reconocía, sus habilidades mentales habían sido reducidas a poco más que las de una mascota: podía
controlar sus funciones corporales, comer, caminar y moverse, pero no era que no pudiera hablar, sino que a duras penas
podía juntar sus ideas para pedir algo. Era como un niño de tres años, más o menos, que los miraba con ojos muy abiertos, y
llenos de amor y confianza. Los dejaba cuidarlo en todo sentido, entregándose a sus brazos con una confianza rayana en el
abandono, tierno y amoroso. Parecía feliz, echado a sus pies como un gato, enrollado en su regazo, dormido al pálido sol
junto al fuego mientras Severus lo miraba por horas y Lucius lo acariciaba hasta que lloraba.
Habían cabalgado con el sol en la cara, Djeri cruzado en sus brazos de ida y en los de Lucius de vuelta - Stefan, mi amor, una
punzada, el vacío- y habían comido junto al río, una fogata dándoles calor. Habían bailado abrazados a Enya y la canción
favorita de Djeri, con él contra sus corazones, dulce y abandonado. Habían dormido con él como un lazo viviente, tibio, sus
brazos alrededor del cuello de Lucius, su cuerpecito descansando contra el corazón de Severus.

Who can tell me if we have heaven,
who can say the way it should be;
Moonlight holly, the Sappho Comet,
Angel's tears below a tree.

Severus cerró los ojos, una lágrima oculta y asesinada antes de nacer. He vivido tanto tiempo en un infierno de sombras
heladas, solo. Casi me había acostumbrado. Y ahora que estoy de vuelta entre sus hechizos, tu magia, el descongelarme duele
tanto. Creí que nunca volvería a amar. Y ahora que vinieron, la idea de perderlos como perdimos a Stefan me enloquece.
Pero y los niños, Lucius? Por feliz que sea entre sus brazos, con este resto de Djeri que nos queda, con nuestro pobre y
destrozado amor, alguien está matando con mi poción. Puede ser Ewan. Pueden estar mis niños en peligro, ellos que me han
mantenido vivo y cuerdo. No puedo abandonarlos.
No permitiré que los lastimen. No si puedo evitarlo. No por nuestra culpa. Y otra vez sé que hacer y otra vez tiemblo...
- Sev?- La voz de Lucius, adormilada y algo molesta.- Te quieres resfriar? Ven acá de inmediato.-
Severus se tendió al otro lado, sorprendido al sentir a Lucius agarrarlo del pelo y besarlo sin más trámite, suave y confiado.
Qué hacer... nadie puede pelear contra la luz de la luna, suspiró. Y eso era Lucius, su rayo de luna, así como Djeri era su sol.
Stefan las brillantes, discretas estrellas.
Y él era la nube negra nocturna, tormenta que los ocultaba a todos en sus brazos.
- Está amaneciendo.- musitó contra los labios de Lucius.
- Mhm.- Y a mí que me importa, era la traducción. Lucius se volvió a dormir, su torso pálido reflejando la luz del amanecer,
pinceladas de colores cálidos en su cuerpo, en su pelo, en la melena suelta de Djeri. Belleza. Y Severus la conocía por
completo, y era suya.

You talk of the break of morning
A you view the new aurora,
Cloud in crimson, the key of heaven,
One love carved in acajou.

Severus ni siquiera había alcanzado a cerrar los ojos, acomodándose junto a Djeri entre las sábanas suaves, cuando lo oyó
quejarse. Se enderezó, y lo vio muy quieto, despierto. Djeri lo miró, como aliviado, y le sonrió. Y luego se le fue encima
como un pequeño tigre sedoso.
Se quedó muy quieto en los brazos de Djeri: verlo le producía el mismo vigilante amor que produce ver un tímido pajarito o
un gatito, cuyos pensamientos no puedes adivinar, treparse en tu mano y observarte con ojos que no son de este mundo. Dos
mentes apartes, tratando de comunicarse: quieto, temeroso de asustarlo. Djeri: frágil como una porcelana trizada, pero aún
bella, una flor de porcelana...

One told me of China Roses,
One a Thousand nights and one night,
Earth's last picture, the end of evening:
hue of indigo and blue.

Severus lo devoró con la mirada sin parpadear, sin moverse, grabando en su memoria las sombras rosas y azules en la piel de
Djeri, que había recuperado algo de su miel. Era el fin de la noche, y un amanecer: y sus ojos de oro estaban húmedos e
inundados de ternura aunque ni una lágrima, ni un movimiento lo traicionaban. Djeri lo miraba, su sonrisa de antes, tímida y
maravillosa, y Severus respiró muy lenta, muy hondamente.
Djeri se tendió sobre él, su cabeza sobre su corazón, y emitió un suave suspiro mientras Severus le acariciaba con dos dedos
impalpables la nuca bajo el pelo.

A new moon leads me to
woods of dreams and I follow.
A new world waits for me;
my dream, my way.

- Qué hacen...?- Lucius apenas abrió una rendija de ojo gatuno. Hecho un montoncito bajo las mantas blancas, cubierto hasta
la nariz, la cabeza hundida en la blanda almohada.- Fiesta y no invitan...?-
Djeri giró la cabeza para mirarlo con sus ojos grandes, húmedos y dorados como lunas nuevas de verano. Lucius, aún perdido
entre sus sueños, alargó una mano de su nido de tela suave y le acarició la mejilla, lo que hizo que Djeri cerrase los ojos y
frotase la otra mejilla contra Severus, para mostrar lo mucho que le gustaba. Severus los observaba con los ojos
entrecerrados, su mano trazando flojos, lentos círculos en el pelo largo de su ángel hindú.
Djeri tembló, y emitió un sonido entre quejido y maullido, aferrándose más fuerte a Severus. Lucius lo miró, ojos pesados de
pena. Pesadillas que aún plagaban el bosque de sueños de Djeri, de ese mundo al cual ya no podían seguirlo. No como antes,
en que cada pena, cada pesadilla se repartía entre cuatro para hacerse tan pequeña. Y así como había estado encerrado en
Azkaban, Djeri seguía encerrado en un mundo cuya entrada les estaba vedada.
Hubieran querido apretar los puños, pero extendieron las manos para acariciarlo, para tratar de entenderlo, para abrirle los
brazos para que volviera.
My baby has a secret...
No podían seguirlo, no podían protegerlo, sino sólo curar y cuidar su cuerpo. Frágil como un recién nacido, su cuerpecito
era un capullo de flor pisoteada y lastimada que intentaban convencer de que floreciese. Le ofrecían un mundo por una
sonrisa. Y cuando Djeri abrió los ojos y les sonrió débilmente, Severus lo estrechó con delicada fuerza, mientras Lucius
apoyaba la cabeza en la almohada con lágrimas cayéndole calientes de los ojos, sonriendo, su corazón doliendo como si se
desgarrase, puro y abierto.

I know that if I have heaven
there is nothing to desire.
Rain and river, a world of wonder
may be paradise to me.
I see the sun.
I see the stars...

Muy despacio, muy tiernamente, Severus tendió a Djeri de espaldas entre los dos, donde se quedó quieto como un cachorro
adormilado. Lucius le trazó delicadamente el fino rostro, la garganta arqueada. Djeri se movió suavemente, ondulando, y separó las
piernas para enlazar una en cada uno de ellos. Severus, con ojos intensamente negros, apoyó su mano de maestro en el abdomen de
Djeri, y lo acarició, con su pequeño ángel extendido entre ellos, los ojos abiertos, llenos de ternura.
- Severus...?- la voz de Lucius era densa y súbitamente indecisa, ronca- Crees que él quiera...?-
Lucius había amado a Djeri: pero Severus había sido amado por él, y con una sonrisa espesa como la miel Severus se inclinó sin una
duda, le quitó el camisón blanco a la piel dorada de su Octavius y lo acarició con manos seguras, sus dedos ahora tan ásperos
masajeando amablemente la carne suave y endurecida entre los muslos de Djeri.
Tantos años sin un toque de amor, mi Djeri. Lo quieres, no? Aún me quieres? Una vez en que estaba solo y desesperado por amor, me
amaste. Y me robaste el corazón para siempre.
- Sev...- Un susurro de Djeri. Severus le besó la cara, el pelo. Y Djeri se echó atrás, dulce y amado, mientras Lucius unía sus manos
para llover caricias sobre el que habían amado y habían perdido. Besó sus labios, su pecho, la Marca Oscura de su brazo, sus muslos
temblorosos...
- Lucius...- Djeri, su suspiro, su rostro iluminado de felicidad. Se movió para rodearlos con sus brazos, piel nueva y sedosa en las
suyas, frágiles lágrimas cayéndole en la piel.
Afuera, las últimas estrellas se desvanecían.
Nuestro romance de luz y sombras. Y a pesar del horror, amor aún, amor a pesar de todo...

- Sev?-
Lucius se había bañado: tenía su sonrisa soñolienta de gato feliz mientras se frotaba una toalla en el pelo oscurecido por el agua, unos
flojos pantalones grises a finísimas rayitas y su camisa blanca, que era el único color que le daba vida a su cara, como la única ropa
encima. Se dejó la toalla blanca en el cuello para que absorbiera gotas de agua perdidas. Era media mañana, y Severus, que ya se
había bañado y vestido, estaba sentado en una silla, los codos en las rodillas separadas junto a la cama deshecha, muy quieto, su pelo
negro despeinado al secarse, su larga túnica arrugada sobre sus pantalones negros.
- Sev?-
- Shh.-
Lucius se puso de pie muy suavemente a su lado con sus pies de gato. Y se le mojaron los ojos en emoción, tanto que volvió todo su
campo de visión en manchas de color pastel.
Oro, rosa, damasco, miel, blanco, castaño...
El sol de la mañana, pálido y dorado, acariciando las líneas de Djeri, sus piernas recogidas, su pelo, cascada de miel enroscada como
hilos de seda alrededor suyo, miel derramada en las sábanas color mantequilla. La piel dorada desnuda, algo de la sábana enroscada
en su cintura, en su mano delgada contra su rostro mientras se acurrucaba en posición fetal en la suave colcha. La cama era blanda,
muy blanda, y lo tenía medio abrazado en su tibieza, sus mejillas, al fin ya no tan hundidas, dulces en donde tenía la cabeza hundida
en la gruesa almohada, sus desnudos piececitos con dedos recogidos casi sepultados en las sábanas arrugadas, sus delgadas piernas
recogidas... la mejilla que apoyaba en la almohada, su nariz, estaban casi ocultas, pero bajo la cascada de pelo podían ver un ojo
cerrado en paz, sus pestañas espesas y oscuras contra el rosa que el sueño traía, sus labios aún resecos pero ya llenos húmedos y
relajados mientras dormía como por un beso de un fantasma. Era el niño que habían amado, el fantasma que les llenase de culpabilidad
y desesperado amor por años, y estaba allí, tan imposiblemente frágil, tan increíblemente suave aún, triste y bello y destrozado por
dentro.
Sólo su mano apretada en la almohada. Sólo ese imperceptible temblor en sus pestañas mientras sueños lo visitaban. Sólo eso, y era
suficiente.
Lucius se arrodilló, y lo tocó. Dulce y real al tacto. Y le besó la manecita olvidada en la colcha: la manecita que había matado a tantos y
vuelto locos de dolor a tantos. Seguía siendo el Lord Cruciatus que había aterrorizado a Inglaterra por diez años. Pero esa su
Octavius: su Djeri. Y dormido allí, era otra vez suyo.
Ángel.
Verdugo.
Amado.
- Y Amanita?- la voz de Severus era un susurro al hablar de la madre de Oliver, la adolescente que había amado a su Djeri tan dulce e
idólatramente.
- Se comió las muñecas a mordiscos y se suicidó cuando supo que Djeri había muerto.-
- Ni siquiera intentaste sacarla.-
- No.-
Un silencio. Severus dejó su puesto como si la luz reflejándose en el cuerpecito de Djeri fuera demasiado para sus ojos envejecidos.
Lucius, aún acariciando un brazo tierno, se echó atrás en la cama para mirarlo cabeza abajo.
- No pensaste en Oliver.-
- Te pagan para que lo hagas tú. Pensaba en Djeri. Y en mí, permite que te lo recuerde.-
- Pensé que lo hacías siempre.- Severus esbozó una sonrisa que era el fantasma de su sonrisa irritada de joven.
- Claro. Si yo no lo hago, quién?-
- Siempre pienso en tí, Lucius. Año tras año, noche, tras noche...- la voz de Severus bajó, despacio, pero mientras miraba la mañana
de invierno volverse plata, su voz se hizo más clara, más seria y decidida.- ... he hecho tantas cosas, he cometido tantos crímenes.
Lamento tantas crueldades. Si tengo que pagar, lo haré. Pero no es el dolor, ni la soledad, ni la oscuridad la que me mantiene
insomne. Es el recuerdo de lo que les hice. Te hice. Te traicioné. Y nunca te pedí perdón después.-
Lucius bajó los pies de la cama, y confundido, miró el intrincado hojas negras en la alfombra.- Me pediste perdón una vez. Antes...
sólo que yo no te entendí.-
- No tengo excusas, Lucius. Hice lo que tenía que hacer, y me equivoqué. Con mi decisión, maté a Stefan, encerré a Djeri tras hacerlo
pasar por la pesadilla de Mordaunt, enredé a Ewan en todo, y asesiné a Nathan. Y ahora he puesto en peligro a sus hijos. Lucius...-
El pelo de Severus ocultaba sus ojos mientras con la cabeza inclinada hablaba, sus hombros hundidos, toda su figura de pie contra la
ventana bloqueando la luz como un delgado y agotado cuervo negro invadido de un cansancio mortal.
Una lágrima en su mandíbula temblorosa. Sus manos de curador y envenenador, extendidas y extrañamente blancas en el vidrio
congelado.
Un susurro y un suspiro: Lucius avanzó, y tal como Severus mismo lo hacía antes, lo envolvió en el edredón que arrastraba, con
exactamente el mismo gesto, como un murciélago doblando sus alas. El oscuro edredón gris resbaló como lluvia, pero Severus se dejó
envolver en su caricia fría, en el abrazo de Lucius, para sentirlo inhalando su pelo.
- ... Y a mí me marcaste tuyo para siempre. -
- No quería...-
- Te amo, Severus. Te amaba cuando me rechazabas, cuando fuiste cruel, cuando desapareciste. Nada ha sido igual desde que te
conocí hace tantos años. No sé cómo te las arreglaste, pero tocaste mi alma, y nunca te dejé ir.-
Severus se volvió en el abrazo gris, y echándole sus fuertes brazos alrededor lo besó con el fuego negro e intenso que era su pasión.
Cayeron en el edredón, para besarse y acariciarse con hambre en esa sedosa imitación de una tumba gris de piedra. Y mientras el
cascarón de su Djeri dormitaba, se amaron con pasión furiosa. Ya no eran dos adolescentes descubriéndose, sino dos hombres que
habían caminado por el fuego y el infierno, cuyo amor se había agriado y se había desgarrado una y otra vez en silencio, arañando sus
corazones cruelmente. Y porque conocían la fragilidad de sus vidas, y el miedo y el horror, su amor tenía esa dulzura que sólo tiene lo
que perdura. Era amargo, y dulce a la vez, intenso y exiguo, y secreto. Y era todo lo que tenían.
-... Lucius...-
- Sev...?-
- Nunca te lo he dicho... pero te amo, sabes...-
Un sollozo.
- No llores...-
- No sé por qué lloro...- un suspiro, cansado.- Supongo que esperé tanto para oírtelo...-
Oscuro mago, fiero hechicero, envuelto el uno en el otro mientras la nieve afuera inmaculada, pero que no conocía el amor ni el horror, los observaba con blancos ojos virginales.
*Mi propósito, mi todo.*
... Lo que me queda.
-...Sev...-
-...Lucius... te lastimaré... siempre te lastimaré... no estoy hecho para... -
- Lastímame.-
- Lucius...-
- Hazme odiarte, si eso te hace feliz...-
- ... Lucius...- un jadeo. Un gemido.
-... Hazme gritar de angustia. Es todo lo que quiero. ERES TODO LO QUE QUIERO.-
- LUCIUS!- Un grito. Severus, convulsionándose en sus brazos. Libre. Y la oscuridad, su regalo, su condena, su privilegio.

Tu pelo para ahogar mis gritos
Tus manos para acunar mi agonía
Susúrrame tus oscuros ritos
Bebe la sangre de mis heridas

Crucifícame, amor mío, si lo deseas
Usa mi carne, oscuro necromante, como quieras.
Déjame lamer el cuchillo que me entierras
Viólame contra mi propia lápida de piedra...

Severus hundió la cabeza en el pelo de Lucius mientras lo tendía junto a Djeri. Lo besó.
Luego, muy despacio, fue hasta el rincón donde dejase su baúl al descuido, y sacó un vial pequeño y verde de cristal. Se lo llevó a los
labios, y se llenó la boca de su oscuro y helado brebaje.
Luego volvió junto a Lucius, y lo besó profundamente, deslizando el líquido en su garganta.
Un beso de necromante
Sabor a belladonna y veneno.
Y dulce sangre...
Lucius abrió los ojos, sorprendido, luchando, su cuerpo esforzándose en rechazar la invasión del malicioso, insidioso líquido que
violaba su garganta: pero Severus, su cara contra la suya, le mordió la lengua hasta que Lucius tragó.
En sus ojos plateados había una imagen clara, desnuda, mientras se le cerraban contra su voluntad.
* Otra vez me pediste perdón antes de traicionarme y otra vez no te oí.
Te odio.*
Severus suspiró. Y luego, muy lentamente tomó al dormido, drogado Octavius en sus brazos.

CAPÍTULO DIECINUEVE.
THE TIME
And now I know I'll never have that dream again
I don't have the strenght to stop the cruel sands of time
So don't forget my dear: I love you always,
I love you Fairy Dreaming

Un goteo en alguna parte, la humedad penetrándoles los pulmones, era todo lo que los acompañó en el descenso por la mohosa, resbaladiza escalera. La oscuridad era opresiva, no finas sombras, sino una pesada negrura helada como alquitrán, medio viva, ansiosa de asfixiar los diminutos puntitos de luz que eran sus varitas. Era sólida, y amenazante, y tal vez más viva y maliciosa que ellos.
La escalera daba vueltas y vueltas en caracol, cada vez más amplias, sus tímidas luces reflejándose en las paredes húmedas de un modo fantasmagórico. Se deslizaban escaleras abajo, las piedras mohosas y viscosas incapaces de ser ningún apoyo, con pasos cuidados y nerviosos.
Stephen bajaba delante, sus pasos calmados y lentos en cada vuelta. Llevaba la varita lista en alto y la espada en la mano apuntando hacia abajo: la espada de Ravenclaw era un florete de un filo, larga y regia, su empuñadura esbelta con una guarda para la mano en forma de un águila con las alas desplegadas, diminutas gemas azules muy sobrias decorándola. Era acero azul puro, delicado, con toques de bronce cuidado en la guarda formando las rayas azul y bronce de las Águilas.
Bill iba atrás, aparentemente tranquilo, aunque sus ojos celestes buscaban inquietos algún peligro. Tropezaba en cada escalón: Bill era cualquier cosa menos atlético, y era incapaz de alcanzar un ritmo que le hiciera fácil el complicado descenso. Tenía el pelo largo pegado a la cara y le estorbaba, húmedo, en cada paso, y resoplaba tratando de limpiar sus lentes del vaho. En resumen, estaba miserable, mojado, con calambres y nervioso, con las manos llenas de mugre y los nudillos rasmillados por cada vez que había tenido que frenar su caída agarrándose de las paredes. La espada de Gryffindor la había colgado a su hombro, ya que en la primera vuelta a cada tropezón había estado a punto de decapitar a Stephen, Belial, o él mismo. Era de acero mezclado con brillante oro rojo, con el león rampante en pleno salto. Era un pesado mandoble, y Bill apenas lo podía alzar, ya no digamos pelear, menos sin aliento como estaba, y acalorado por su pesado sweater. De todos, siempre había sido el inútil en esgrima, aunque iba a las clases, supuestamente a acompañar a Hugh, y la verdad a admirar la gracia del mágico espadachín que era Oliver surtirse y jugar con Belial. Ellos dos, y Hugh, y Stephen con su fría eficiencia eran espadachines: él, lejos de ello. Pero apretaba su espada con toda la voluntad que era capaz. Si había una forma de que pudiera rescatar a Oliver, por las buenas o malas, lo haría. Y por una vez, se alegró de que Belial también amase tanto a Oliver. Por una vez, se sentía acompañado, comprendido. Y sabía que Belial podría hacer lo que él era incapaz para salvarlo.
*Se Busca: Hijo de perra sin escrúpulos que se sepa todos los trucos sucios del libro para rescatar a la persona que amo. Gracias.* Miró de soslayo atrás, a ese duende pálido y bajito tan orgulloso, y le dirigió una diminuta sonrisa.
Belial, que iba atrás, felina gracia, lo miraba con una sonrisita despectiva. Varias veces lo había agarrado sin ceremonia de ese enorme sweater para evitar que se descrestara y reventara a Stephen con la caída. Belial ni siquiera había transpirado, su paso grácil veloz y exacto, gracioso como un bailarín mientras su capa revoleaba a cada escalón. Por la humedad, su pelo había formado algunos rizos muy sexys, un brillo de agua en sus pómulos altos y pálidos, sus labios rojos y húmedos en la oscuridad. Sus ojos de plata reluciendo verde a la luz de la varita. Y la espada, llevada con seguridad en la mano izquierda, el fino filo del sable de Slytherin destellando con sus adornos de platino en la serpiente de gemas verdes que se enroscaba en su muñeca, tan real que al reflejo inquieto de la luces uno podría creer que una serpiente viva aseguraba el sable a la muñeca fina de Belial. La punta del filo rozaba la pared opuesta, creando un eco en cada bajada...
Hugh iba el último, sus pasos de atleta seguros y diestros, sus pies de duende en zapatillas sin hacer ningún ruido. Tenía los rizos locos por el agua, los ojos entre ellos brillantes como los de un tigre hambriento e irritado, el sweater de Quidditch mojado y pegado al cuerpo, su rostro viril e infantil a la vez en la rabieta escrita en sus rasgos. Llevaba los ojos entornados, tratando de desgarrar la oscuridad con su mirada agresiva, pero la oscuridad no estaba nada intimidada, haciendo que la lucecita dorada de su varita parpadeara. Más bajo que el resto, sus pasos eran los más firmes del grupo.
La bajada se les hizo eterna. Bill contó que habían dado dieciocho vueltas completas, y si al ojo le calculaba cinco metros de altura descendidos por cada vuelta, eso era...
- más de cuarenta metros. Hay casi seis metros por vuelta.- Stephen parecía haber adivinado sus cálculos, y se subió los lentes que se resbalaban por el puente de la nariz transpirado. Frenó para decírselo, y en el mismo momento Bill, sacado de sus cálculos, tropezó y cayó exactamente igual que un Muppett.
Ellos lo miraron, se miraron, y casi cayeron ellos de tanto reírse. Bill, su traserito muy adolorido por aterrizar en la punta de un escalón, y con casi un brazo menos porque la espada al aterrizar de punta le había tirado el cordón que llevaba cruzado al hombro, sonrió y extendió sus manos cansadas para ponerse de pie. Como era lejos el más alto, terminó por ser bastante ridículo como los otros tres lo tironearon y afirmaron del sweater.
- Estás bien?- preguntó Hugh desde atrás.
- Tengo los calzoncillos llenos de barro y me debo haber quebrado mi última vértebra. Aparte de eso.- Bill trató de limpiar sus lentes sucios, pero quedaron peor con el sweater mojado.- Estoy bien...-
Belial los cogió, los limpió con su blusa blanca impecable y se los devolvió. Bill le esbozó una pequeña sonrisa, encendió su varita otra vez, y siguieron bajando.
Bill había contado treinta y dos vueltas cuando por pisaron terreno liso. Estaban en un túnel cuyo techo no alcanzaban a ver, aparentemente hecho por la mano del hombre por su lisura, enorme y cavernoso, el techo más allá del reflejo de luz de sus varitas. Por los reflejos, no sólo era viscoso e húmedo, sino que habían pequeños puntos reflectantes en las paredes, al parecer dispuestos al azar, como incrustaciones de cristal.
Stephen tocó la pared, al parecer de piedra volcánica increíblemente apretada. Belial dio unos pasos, y se detuvo, sorprendido del eco que sus botas producían, inmenso, sonoro. Sin embargo, tenían más luz, ya que esos cristales en las paredes les devolvían y ampliaban sus tímidas luces, en blanco, al difractarse.
- Adónde?- Hugh tenía una voz seria, baja, que rebotó en cada rincón, sonando pálida y fantasmal. Stephen alzó la vista y escudriñó la oscuridad, sus ojos de águila esforzándose por ganarle a las sombras.
- Izquierda.- dijo Belial súbitamente. El resto lo miró, y con sorpresa lo vieron enseñándoles una pulsera de plata con una gemita verde, que latía dulcemente.
- Belial! Los vivicus charm están fuera de la ley!- se escandalizó Bill.
- Te estás quejando? Nos guiará derecho a él.-
- Y yo que pensé que sólo era amor, cómo lo encontrabas siempre.- se burló Stephen con un suspiro divertido.- Eres tan ilegal, Belial.-
- Es ilegal ser tan rico, no? Cómo voy a evitarlo?- Belial cerró un ojo y empezó a caminar hacia la izquierda, sus zarpitas de gato haciéndolo ondular con cada paso. El resto lo siguió, con mohines y bufidos, Stephen moviendo la cabeza divertido.

- Es preciosa, Belial! Muchas gracias!-
Su dulce voz, una mañana de Navidad hacía un año. Oliver, risueño, poníndose la pulsera de plata con su gemita blanca y la luz dentro en la muñeca.
- Pero es altamente ilegal. Así que no la luzcas mucho. Es sólo un viejo hechizo que permite saber si el recipiente se encuentra vivo, y brilla más en la dirección en la que se encuentra. Por si alguna vez me pierdo... por si alguna vez quieres hallarme... Por si yo quiero hallarte...-
- Tú también te compraste una?-
- Mm. Pero necesito una gota de tu sangre. Todas las gemas son incoloras hasta que les dejas caer una gota de sangre adentro.-
La sonrisa de Oliver. Su gesto al pincharse el dedo con un alfiler.
La gota, y el brillo verde y luminoso en la pulsera que latía...

Belial se dio cuenta de pronto que lo que fuera que latiera, no era en sus recuerdos.
Venía de adelante...
... un bufido ronco, y el movimiento de algo muy grande.
Los cuatro se quedaron perfectamente quietos y helados al sentir grandes garras arañar la piedra.
Genial. Nunca nada es fácil.
Grande como una casa. Grande, y huele a peste, y a almizcle, y a...
Un brillo de ojos grandes, reptilianos.
Una vaharada de tibia, de sulfuro...
Hugh, que era un maestro en Cuidado de Creaturas, lo supo un segundo antes, y gritó, antes de saltar por el aire a derribar a Belial para cubrirlo con su cuerpo.
- AL SUELO!-
Fuego verde. Salvaje y hambriento y caliente devorando el aire sobre ellos. Y ante la luz temblorosa de sus varitas, apareció una cabeza cubierta de cuero correoso de serpiente, ojos amarillos, y una cola llena de pinchos.
- Ay, madre...- protestó Hugh débilmente, aún sobre Belial, observando al dragón acercarse, sus patas produciendo un chirrido al arrastrar sus garras.
- Porqué un dragón? No podía ser un puffskein bonito? Porqué?- gimió Belial, un brazo sobre su cabeza.
- Y ya que es un dragón, porque no un lindo opaleye? Porqué el bicho más malo y feo de todos, un colacuerno húngaro?- jadeó Stephen, pegándose a la pared como si estuviera harto.
- Pero no tiene sentido. Cómo podría sobrevivir sin nada de luz...? Qué va a comer acá abajo? - empezó Bill, pero Stephen echó a correr de regreso a la escalera a todo lo que daba siseándole:
- Si no te apuras, a ti! Corre, Bill!-
Hugh y Belial corrieron detrás de Stephen todo lo rápido que podían, pero Belial se paró al llegar a la escalera.
- Pero si Oliver está vivo... cómo pasó...?-
- Quizá se lo tragó entero.- sugirió Hugh, y Belial le echó una mirada asesina. Y entonces se dieron cuenta que Bill no se había movido, y seguía allí, pestañeando como un búho, su varita levantada para iluminar mejor al dragón que se le venía encima, la espada aún en su funda.
- BILL! Sal de ahí!- chilló Hugh, el leal, listo para correr de vuelta, pero Belial, el superviviente, lo agarró del sweater con ojos muy abiertos.
- No seas imbécil! Si se quiere hacer el valiente, que se suicide solo el fucking Gryffindor!-
- No... está...- Stephen también parpadeaba, su rostro pálido pero tenso. Hugh y Belial cerraron los ojos cuando el dragón escupió llamas sobre Bill, listos para oír sus gritos de agonía.
Nada.
- Maldito nerd.- dijo Stephen suavemente, una sonrisa en su cara mientras dejaba de contener la respiración con un profundo suspiro.
Los otros dos miraron, y vieron a Bill caminando entre las llamas, directo al dragón, para apoyar su varita en el morro. Hubo un chispazo, y Bill gritó:
- FINITE INCANTATEM: DRACONIS!-
Golpes.
Bill estaba de pie entre un montón de huesos de dragón.
- era una ilusión necromántica clase B.- anunció muy doctamente.
- Hijo de perra sabelotodo maricón....-
- Hugh, la boca.-

Las risas se desvanecieron mientras atravesaban el inmenso, amarillento esqueleto de colacuerno. Hugh, el práctico, estaba ocupado preguntándose qué lo había matado, y si había la posibilidad de un bicho mayor dispuesto a comérselos adelante: pero Belial, Stephen y Bill estaban más preocupados por el hecho que estaban tratando con un mago necromante capaz de alzar un dragón muerto. Y eso era mucho peor que vérselas con un dragón.
- Los pasadizos deben haber sido hechos por el fuego del dragón. El calor cristalizó la arena mezclada en las piedras...- dijo Bill tocando la pared amarillenta.- Ven? Sulfuro. No vayan a prender nada...-
- Oliver está más allá, adelante.- interrumpió Belial, cuyo paso era cada vez más ansioso. Dio un paso, que sonó húmedo. Y cuando todos bajaron la vista, se dieron cuenta que había llegado a una zona inundada.
- Debemos estar bajo el lago.- Hugh hablaba con voz pensativa.- Será...- se arrodilló, y tocó el agua. No parecía tener sino unos dos centímetros de profundidad, quieta como un espejo, pero se extendía hasta donde llegaba la vista. Sin mas, Hugh avanzó, con un plash plash plash, y súbitamente, perdió pie y se hundió por completo.
- HUGH!- gritó Bill. Pero Hugh ya había salido a la superficie, riéndose y chapoteando, arrancándose el sweater pesado.
- No problem! Hay un hoyo, pero el agua está rica. Alcanzo a ver el otro lado. El último en llegar es un huevo frito!-
- Oh, Hugh.- suspiró Stephen, mientras Hugh se daba vuelta y empezaba a nadar con rapidez, espada y todo. Bill se quitó su sweater y zapatos, y sus lentes, y los llevó con una mano en alto todo el trayecto, con el agua al cuello. Y Stephen, que apenas era capaz de flotar llegó al otro lado escupiendo y tosiendo como una rata ahogada. Cuando los otros tres se enderezaron en donde el agua apenas les cubría los pies, vieron a Belial aún al otro lado.
- Belial?-
- FREEZING CHARM!-
- No, idiota!- el frío les envolvió los pies, pero Belial llegó hasta ellos flotando en un trozo de hielo del porte de una alfombra de baño, seco y peinado. Sentado como un sheik en su alfombra voladora, les hizo un signo con la mano y siguió flotando hasta que el agua tuvo seis centímetros, para saltar con gracia a su lado.
Los otros tres lo miraban con ganas de estrangularlo.
Luego, lo empujaron al agua sucia.
- Pendejos.- gruñó Belial sentado en la poza.
Hugh le pateó agua en la cara y siguieron avanzando. El túnel se había estrechado y eran visibles las paredes de ambos costados tras cruzar la poza en donde aún en esos centímetros de agua se reflejaban perfectamente, creando suaves ondas concéntricas. Aún no veían tierra seca, pero no parecía volverse profunda otra vez.
En el espejo del agua, sus sombras se movieron, y cambiaron.
Bajo Bill, un ángel hindú de larga melena de bronce y ojos letales.
Bajo Stephen, un hombre alto de pelo negro y lentes, frío y distante como un glaciar.
Bajo Hugh, un demonio plateado y risueño con el pelo de oro y los ojos de plata fría envuelto en gasa blanca y terciopelo negro.
Bajo Belial, una sombra enorme con manto negro y pelo largo de cuervo, un gesto severo y puritano en su cuerpo.
Un silencio.
- Oliver...?- musitó Bill, ojos enormes mirando al agua gris.
Ojos dorados, perversos, en los suyos. Crucio.
Hugh gritó como una niña cuando una mano fantasmal le atrapó la pierna.

*Profesor-
Sólo tengo tiempo para avisarle que Mordaunt o como se llame se llevó a Oliver poseído a los subterráneos. S. White dice que puede llevarnos. Vamos por él con H Mitchell y W. Weasley para formar el anillo de Hogwarths. - Belial Malfoy*
Lo sabía.
Severus tenía un sexto sentido bien desarrollado, y en cuanto vio la notita de Belial bajo su puerta supo que no se había equivocado al sentir ese mal presentimiento al amanecer. Ni Djeri ni Lucius habían sentido llegar atada discretamente a la patita de una lechuza al amanecer un mensaje de Matthew informándole que Oliver estaba perdido: ninguno de ellos hubiera comprendido el nudo en la boca del estómago, el ardor en las sienes, el calambre en las manos al crispársele. Severus amaba a Oliver como a un hijo, como a Belial, como empezaba a amar a Stephen, y no podía dejarlos.
No a manos de Mordaunt y de Ewan Rosier.
No, aunque tuviera que sacrificar a su recién recuperado amor.
Lucius solía odiar cordialmente ese lado de su Severus. No el que viera con esa soltura clínica y fría un problema desde todos los aspectos y hallase la solución exacta e ideal en segundos: eso lo había tenido Stefan también. Lo que odiaba de Severus era esa impersonalidad, esa fría crueldad con la que ejecutaba sus planes, perfecto como un escalpelo, incapaz de detenerse incluso al cortar nervios amados. Sabía que hacer, y lo hacía, aunque hubieran caminos más fáciles y más amables. Como su frente pálida y su pelo de cuervo, veía sus elecciones en blanco y negro. Y llevaba al extremo eso de que el único maquinador seguro es el que maquina solo.
Djeri, al que había dejado tendido en la el sofá, lo miraba con sus grandes ojos confiados y amantes.
- Djeri.- dijo Severus inclinándose a su lado, un vial de poción rojo en sus dedos.- Bébete esto, mi amor.-
Djeri miró ese rostro torturado y angustiado, y aplicó sus labios tiernos y lastimados al vidrio, sus ojos de oro fijos en los Severus con amor, para dormirse con la cabeza echada atrás en el suave cuero, su pelo flotando alrededor como un cojín de terciopelo.
Te amo, y te amaré siempre, siempre, mi hada.
Tenía las mejillas rosadas, y sonreía. Sonreía como un ángel satisfecho, sus pestañas arqueadas y apretadas.
Severus dejó escapar un sonido.
Un segundo y Djeri no respiraba más.
Lo hago por Oliver, mi Djeri, tu Oliver...
Severus le salpicó una poción traslúcida en la cara que olía a sándalo en la cara, y gritó:
- OLIVER LARS LESTRANGUE MARRAIL, YO; SEVERUS SNAPE; JEFE DE LA CASA DE SLYTHERIN; TE INVOCO AL CUERPO DE TU PADRE!! FACTUS! -
Un silencio. Un sollozo.
Muy despacio, Djeri abrió ojos mitad negros y mitad dorados.
-... Profesor...? Está... llorando...?-

Foxnotes. Soy una zorra malvada! Lo soy! De veras lo soy! (Como si nadie se hubiera dado cuenta...) Maté a Djeri exactamente a las 3:30 de la tarde del jueves 24 de octubre. *snif * Y eso que amaba dibujarlo, todo seda y lana suave, dulce con su melena salvaje. Buuuuu...

*******************
Foxnotes: Me alegro mucho que hayan empezado a llegarme más reviews! Lina, no te preocupes, cariño, sólo avísame cuando todo esté listo. Porqué no me llegan más comentarios? Bua. Y aquí, mi sección de traducciones de letritas. Alguien tiene sugerencias? Me estoy quedando sin lyrics _

CAPÍTULO DIECISÉIS.
THE SLAVE
I'm a slave for you.
I cannot hold it; I cannot control it.
I'm a slave for you.
I won't deny it; I'm not trying to hide it.
El Esclavo: Soy un esclavo para ti: no puedo evitarlo, no puedo controlarlo. Soy un esclavo para ti: no lo negaré, no trato de esconderlo... la tibia de la Britney, "I'm a slave for you" " (Soy un esclavo para ti) De nuestro pobrecito Oliver, claro...

CAPÍTULO DIECISIETE.
THE HOLE
Digging in a hole
Digging up my soul now
Going down, excavation
El hoyo. ( dejen de reírse, pervertidas, me refiero a caer en un pozo oscuro, ya saben) Cavando un agujero, desenterrando mi alma ahora, bajando, excavación... Del " elevation" de U2, las fans de SPIRIT tienen que acordarse de un baile en una disco hace mucho tiempo...

CAPÍTULO DIECIOCHO.
THE HEAVEN
I know that if I have heaven there is nothing to desire.
Rain and river, a world of wonder may be paradise to me.
I see the sun, I see the stars.
El cielo.
Sé que si tenemos el cielo allí no hay nada que desear
Lluvia y río, un mundo de maravillas podría ser paraíso para mí.
Veo el cielo, veo las estrellas.
Completa:

Who can tell me if we have heaven,
who can say the way it should be;
Moonlight holly, the Sappho Comet,
Angel's tears below a tree.
Quién puede decirme si tenemos cielo,
quién puede decir cómo debería ser
luz de luna sagrada, cometa de Safo,
lágrimas de un angel bajo un árbol.

You talk of the break of morning
As you view the new aurora,
Cloud in crimson, the key of heaven,
One love carved in acajou.
Hablas del rayar del alba
mientras ves la nueva aurora
Nubes en carmesí, la llave del cielo
Un amor tallado en acajou.

One told me of China Roses,
One a Thousand nights and one night,
Earth's last picture, the end of evening:
hue of indigo and blue.
Alguien me habló de rosas de porcelana,
Mil noches y una noche
La última imagen de la Tierra, el fin de la velada,
mezclas de índigo y azul.

A new moon leads me to
woods of dreams and I follow.
A new world waits for me;
my dream, my way.
Una nueva luna me guía a
bosques de sueños y sigo.
Un mundo nuevo espera para mí
mi sueño, mi camino.

I know that if I have heaven
there is nothing to desire.
Rain and river, a world of wonder
may be paradise to me.
I see the sun.
I see the stars...
Sé que si tenemos el cielo allí no hay nada que desear
Lluvia y río, un mundo de maravillas podría ser paraíso para mí.
Veo el cielo, veo las estrellas.
" Rosas de porcelana" (China Roses) de Enya. No la adoran? Yo moqueo cada vez que escucho esta canción... es como un vals onírico...

CAPÍTULO DIECINUEVE.
THE TIME
And now I know I'll never have that dream again
I don't have the strenght to stop the cruel sands of time
So don't forget my dear: I love you always,
I love you Fairy Dreaming
El Tiempo ( de "el momento") Y ahora sé que nunca volveré a tener ese sueño otra vez: no tengo la fuerza para detener la scrueles arenas del tiempo. Así que no te olvides, amado, te amo siempre, te amo, mi hada soñada...--- de Genocyber, terriblemente triste, se entiende mu poco... La canción es citada de memoria, ejem, la oí una vez, leí la traducción una vez y la amé...

CAPÍTULO VEINTE.
THE KIND
So slide over here and give me a moment
Your moves are so raw I've got to let you know
I've got to let you know: you're one of my kind
No, no "el amable", sino KIND como en HUMANKIND: "LA RAZA", o "EL TIPO".
Así que ondula para acá y dame un momento
Tus gestos son tan bruscos, tengo que dejarte saber, tengo que dejarte saber,que eres uno de los míos ( que eres de mi raza).