Título: (Bien Alto)
Autora: Marian
Sinopsis: Bonito SB/OC – Un joven, bromista y seguro de sí mismo Sirius se descubre unido a una chica de su curso y residencia, con quien comparte clases de Pociones que juntos dan a los de tercer curso. Son amigos y pronto se convierten en algo más, pero se les hace difícil continuar mientras lo mantienen en secreto
Censor: PG (?)
Note: ¡¡Gracias a Lladruc por la traducción!!
Página personal: Wouldn't eat candy from us: http://wouldnteat.candyfrom.us
Correo electrónico: moran_marianne@hotmail.com
Nota legal: No son míos, ni así los exijo. Los OCs sí, y el argumento también. Para más información, por favor acude a mi página personal.
Capítulo 1 – Porque una profesora guapísima lo distraeHabían instaurado la rutina como un juego pausado y seguro del cual vivían. En la escuela no había mucho más que hacer que estudiar y relacionarse con los compañeros, y ellos habían hecho de su comunicación la diversión tranquila de las tardes de lluvia, poco más que el sustituto, aunque cada vez de más peso, del resto de su vida. Él iba a llenar los momentos en que sus amigos estaban ocupados, las tardes vacías junto al fuego, las interminables sesiones en la biblioteca. Él, en cambio, era para ella el contrapunto del resto, la nota discordante dentro de la vida ocupada y bien organizada que se forzaba a llevar, y suponía gran parte de sus risas y bromas, susurradas suavemente con los labios rozando su mejilla, que iluminaban su día.
Los había unido, en primera instancia, el azar. Se conocían desde siempre, habían hecho un par de trabajos juntos y habían hablado diversas veces sobre temas diferentes, normalmente relacionados con la escuela. La suerte hizo, sin embargo, que sus posiciones se acercaran gradualmente, jugando con ellos y conduciéndolos a caminos que ninguno de los dos hubiese imaginando nunca. Para empezar, fue la casualidad quien la llevó a ella a la clase de los de tercero, a quien McGonagall pidió que diese clases de Pociones, y fue también la casualidad quien le llevó a él, mientras explicaba a un renacuajo los nuevos horarios de entreno. Hasta aquí, nada del otro mundo; se encontraron con los ojos y se sonrieron al reconocerse, él ligeramente sorprendido de verla a cargo de una clase tan numerosa y ella demasiado consciente del papel que, durante unas horas, le tocaba interpretar como para poder dedicarle ninguna atención más allá de aquel saludo. Unos minutos después, mientras ella recibía afectuosamente a sus nuevos alumnos, él cerraba la puerta de las mazmorras tras él, dejándola a cargo de la situación.
Aquello fue su nexo de unión, en un cierto sentido: nada más inocente que una clase semanal de Pociones a veinte jóvenes leones, en la cual él pronto se mostró interesado y que no tardó en ayudarla a preparar, admirado por el trabajo que suponía y por cómo de bien lo compaginaba con sus propias asignaturas. Nada más inocente que una chica de sexto enseñando la física de los fluidos y mezclas mágicas a todo aquél que quisiera asistir a unas clases de repaso que McGonagall había creído imprescindibles, y nada más inocente que un compañero de clase compadeciéndose y decidiendo ayudarla a manejar a los alumnos cuando éstos se volvieron demasiado numerosos y sintiéndose súbitamente seducido por el complejo mundo de la alquimia.
De allí en adelante, todo había sido a causa de la curiosidad.
De las interminables horas haciéndose compañía mutua en las mazmorras mientras ordenaban los sitios de trabajo y preparaban los ingredientes y llenaban de fórmulas las pizarras, había surgido una amistad cómoda. Después de todo, se pasaban casi todo el tiempo que él tenía libre juntos, sugiriendo ideas para mejorar el método didáctico, y acababan por compartir mucho más que impresiones sobre las clases. Él era, innegablemente, un Marauder, como ella, riéndose, le recordaba a menudo, y su conversación, invariablemente, se desviaba a los temas favoritos del grupo de traviesos de sexto, que venían a ser, a grandes rasgos, bromas, bromas a Snape, bromas a Slytherins, Quidditch y Lily.
Y de la amistad cómoda, con un poco de interés por parte de los dos, habían pasado, como por sorpresa, al romance ilícito: en las mazmorras, después de una clase especialmente productiva, él no había sabido contenerse y, tímido, la había interrumpido a media frase con un beso suave en los labios.
En resumen, había sido el día en que ninguna marmita había explotado ni ningún líquido se había derramado accidentalmente por el suelo. No había sido un día perfecto, por supuesto, y muchas pociones habían salido al revés, pero los dos maestros habían acabado con la sensación de que los niños habían salido de la clase habiendo aprendido algo, y eso les puso contentos, a pesar de los errores cometidos por muchos.
Ella recogía los pocos ingredientes que los chicos habían dejado esparcidos sobre las mesas mientras él revisaba, sentado en la mesa de la profesora, el informe que habían ido haciendo mientras observaban a los otros trabajar.
-Están mejorando, ¿no crees? – preguntó a la chica, con una sonrisa escéptica.
-No son tan malos – suspiró ella, divertida. – La verdad es que hoy ha sido una clase tranquilita, ¿no?
Él asintió con un ruido afirmativo.
-¡Es bonito cuando no se incendia todo! – observó él, bromeando.
Ella le miró frunciendo las cejas y con una sonrisa en los labios.
-Si te ve sentado en su mesa nos quitarán puntos, Sirius – le recordó, acercándosele con las manos en las caderas.
-La profesora no tiene que venir para nada, Mar – se quejó él, mirándola fijamente. – ¡Además, no la estoy estropeando!
Ella alzó las cejas con una mueca de duda.
-Tú mismo – convino, y se inclinó más cerca de él, para ver el papel que él examinaba. - ¿Nos quedan muchas pociones por hacer?
-Algunas – asintió el chico. – Hay unos cuantos que ya lo podrían dejar, ya sabes. Podríamos decírselo a McGonagall y que les levante el castigo. Como por ejemplo Fowle y Henkins, ¿a que sí?
-Son buenos – coincidió la chica. – Pero no sé, la profesora McGonagall dijo que las tenían que hacer todas, y con buenos resultados. No sé si está bien perdonarlos por ser buenos en Pociones.
-No lo sé – confesó él. – Después de todo, tampoco les quedan tantas. Pero hay algunos que no acabarán nunca, bonita.
-Lo sé – le dijo ella, con un gesto desesperado. – Frank, por ejemplo.
-¡Uy! – se rió él. – ¡Que sepas que siempre se le ha dado muy bien Pociones!
Ella le miró, sorprendida.
-Pero si aquí es un desastre – observó, con voz incrédula.
-Aquí – repitió él. - ¡Porque una profesora guapísima le distrae!
Ella no pudo evitar sonreír, con un deje de incredulidad.
-¿Me estás diciendo que le distraigo?
-Te estoy diciendo que finge ser malo para quedarse más tiempo – explicó él. – Pero si sólo hace falta ver como te mira: ¡ni parpadea!
Ella miró al suelo, seria.
-¿Quieres decir? ¿Uno de tercer año, ya? ¿Y de mí...?
El chico asintió con aire serio.
-Yo diría que sí. Y no es el único. Les estás descubriendo un mundo nuevo, Mar.
-¿El mundo de las chicas mayores? – bromeó ella.
-El mundo de las chicas preciosas – dijo él, guiñándole un ojo.
-Marauder pelota – cantó ella, volviéndose a alejar de él para ir a arreglar el armario del fondo del aula. - ¿Qué quieres conseguir?
Él sacudió la cabeza, con una mueca ofendida, a pesar de que ella, de espaldas, no le veía.
-No me lo puedo creer – se quejó. – Te digo lo que siento, directamente del corazón, ¡con lo mucho que me ha costado!, y me llamas pelota. Yo soy sensible, ¿sabes?, y si te digo que eres preciosa no es por otro motivo que porque lo eres, y a mí me cuesta decírtelo, porque me da vergüenza, ¿qué pensarás?, ¡¡y tú te ríes!!
Ella sacudió la cabeza con resignación y se agachó delante del armario, sin girarse siquiera.
-Soy una insensible, Sirius – admitió. – Tanto que te ha costado decírmelo; ¡tan rojo e inseguro que estabas!
Él se levantó de un salto de la mesa y caminó tranquilamente, con las manos en los bolsillos, hasta donde estaba ella.
-Finjo muy bien – explicó a la chica al llegar a su lado. – ¡Son años y años de práctica!
-¿Para que no os pille McGonagall haciendo cosas malas? – lo picó ella, medio riéndose, a la vez que se giraba para mirarlo.
-Para disimular cuando Jamie mete la pata delante de Lily – corrigió el chico. - ¿Necesitas ayuda?
-No – aseguró ella. – Esto ya casi está, sólo comprobaba que no hiciese falta nada para la próxima clase.
-¿Y qué? ¿Tenemos que pasar por el invernadero?
-No necesariamente – dijo ella, incorporándose. – Todavía nos queda suficiente de todo para un par de semanas. Si acaso, ya avisaremos Madame Sprout el jueves, ¿eh?
-Me parece perfecto – dijo él, con una sonrisa seductora, mientras le cogía la mano teatralmente. – Y ahora, señorita Moran, ¿hacia la biblioteca?
Ella asintió, con un suspiro.
-Tengo que acabar los deberes de Transfiguración Avanzada – comentó. - ¿Tú ya los has hecho?
Él asintió ligeramente.
-James los estaba haciendo antes del entreno, y me he puesto yo también. Son fáciles, no tardarás mucho en hacerlos. No te preocupes.
-Mejor – suspiró ella. – ¡Tengo ganas de encerrarme en la habitación, taparme con la manta y no volver a ver a ningún renacuajo de tercero hasta mañana!
Él se rió suavemente, se acercó a ella con un movimiento suave y le pasó un brazo alrededor de los hombros.
-¿Cansan, verdad? – le dijo, en un susurro suave. – Es bonito enseñarles, pero se hacen pesados.
Ella asintió y apoyó la cabeza en el hombro de él.
-Estoy un poco cansada – admitió. – Tengo ganas de un poco de paz, la verdad.
-Vamos a la residencia, anda – sugirió él. – Hacemos rápidamente los deberes de Transfiguración, y a la camita, bien tapadita y calentita, y yo me encargo de que nadie te moleste.
Ella sacudió la cabeza.
-Estoy bien – le aseguró. – No es nada, se me pasará. Además, creía que tú ya habías terminado los deberes.
-Pero te ayudo a hacerlos – asintió él. - ¿Vamos?
Ella cerró los ojos un momento y asintió.
-¿No nos dejamos nada?
El chico miró a su alrededor, asegurándose.
-Diría que no – dijo, finalmente.
-Tenemos que recoger la mesa de la profesora – apuntó ella.
-Yo lo hago – se ofreció. – Tú, siéntate y goza de la paz que hay ahora.
Ella alzó los hombros y le obedeció.
-No te olvides la capa – le recordó, mientras él hacía una pila con los papeles que habían dejado encima de la mesa.
-No – respondió, cogiéndola y dándosela a la chica. - ¿Tú no la has traído?
-No, la tengo en la residencia.
-Te quitarán puntos – la picó, con una mueca repelente.
-Tengo permiso – le respondió ella, copiándole la entonación.
-¡Ah, ah! ¡¿Y si no se acuerdan?! ¡Te quitarán puntos, te quitarán puntos!
Ella sacudió la cabeza con un gesto resignado.
-¿De los otros Marauders también se te pegan cosas?
Él le dirigió una mirada cariñosa.
-Algunas – asintió. – De Remus se me pegan las groserías, por ejemplo. Pero, sin lugar a dudas, de Jamie es de quien más se me pega, a lo mejor porque pasamos mucho tiempo juntos o porque, sencillamente, es único.
-A mí también me ha pegado cosas – coincidió ella. –Supongo que es inevitable.
-Ya estoy – anunció él. - ¿Vamos, preciosa?
-Ponte la capa – le dijo Mar, levantándose y pasándole la prenda de ropa.
-No hace falta – le respondió, cogiéndola y poniéndosela sobre el brazo. – Yo también tengo permiso, ¿no?
Ella asintió con una sonrisa dulce que hizo que el chico, de repente, sintiese calor.
-Muchas gracias por ayudarme – le dijo, mirándole fijamente a los ojos. – Sé que es bastante aburrido y ni siquiera es tu trabajo, y te lo agradezco mucho, guapo.
-Es un placer – respondió él, sacudiendo la cabeza con cara feliz, mientras observaba atentamente cada detalle de la chica. – No es nada aburrido, y entre los dos se hace mucho más leve, ¿no crees?
Ella asintió nuevamente y se inclinó hacia adelante para darle un golpecito cariñoso en la barbilla con la frente.
-Muchas gracias – repitió, muy bajito.
-De nada – respondió él, con la misma voz. – ¡Que sepas que has hecho que me gusten mucho las pociones, y antes estaban muy abajo en mi lista de asignaturas favoritas!
-Me alegro – susurró ella y se inclinó hacia atrás para mirarlo. – Que sepas que tú has hecho que soporte mejor a los renacuajos.
Él sacudió la cabeza, todavía mirándola a los ojos, y se inclinó, controlándose a duras penas, hacia ella.
-Eres una maestra genial – aseguró él.
-Pero tú tienes más paciencia que yo. A veces, no veo que…
El chico la interrumpió con un dedo en el labio, que ella recibió con una mirada sorpresa.
-Eres tan bonita – repitió él, en un susurro. – No es ser pelota, te lo juro…
Ella le miró a los ojos un instante, completamente seria, y después miró un segundo los labios de él, a pocos centímetros de su nariz. Él captó la mirada y la observó, inseguro, hasta que vio que ella cerraba los ojos y avanzaba un poco la barbilla, inclinando la cabeza para recibirlo. No necesitó más ánimos para decidirse a besarla, y pronto se encontraron compartiendo un tímido e inseguro primer beso, abrazados en las mazmorras, con una mareante sensación de vacío en el estómago.
Cuando se separaron, la chica miró al suelo con una sonrisa vergonzosa, mientras él respiraba aceleradamente, todavía sin creerse lo que había hecho. Por un momento, viéndola encogida, le pasó una disculpa por la cabeza que borrase los últimos instantes y que los dejase en el punto donde estaban justo antes, deseando quizá aquello que había pasado, pero manteniendo incólume su amistad. No pudo, sin embargo, hacerse a la idea de pedirle perdón y perder todo aquello, así que decidió rápidamente una segunda opción: estiró un brazo para pasárselo alrededor de los hombros y le revolvió el pelo cariñosamente.
-¿Estás bien? – le preguntó.
Ella le miró un instante a los ojos y desvió rápidamente la vista, a la vez que asentía.
-¿Vamos a la residencia? – sugirió con un hilo de voz.
Él alzó un hombro y asintió, poco convencido.
-¡Como tú quieras! ¿No te hace falta pasar por la biblioteca?
-No lo sé – murmuró ella, todavía incómoda. - ¿Hace falta consultar algo?
-No – dudó él. – Para hacer los deberes, al menos, no. Pero si quieres ampliar…
Ella asintió y empezó a caminar lentamente hacia la puerta, seguida de cerca por él que se apresuraba a predecir sus movimientos para no tener que dejarla marcharse.
-Mar - dijo suavemente cuando ya estaban al lado de la puerta. – No te sientas mal. Ha sido lo más bonito que he hecho jamás.
-No lo había hecho nunca – le respondió ella, con un susurro casi inaudible.
-Yo tampoco, y eso lo hace todavía más increíble, ¿no crees?
-Increíble – repitió ella, pensando en voz baja.
-Ha sido increíble – confirmó él. - ¿No te lo ha parecido?
Ella dudó, frunciendo las cejas.
-Ha sido… bonito – admitió finalmente.
Él le sonrió de oreja a oreja.
-¡Es que hasta con eso eres genial! – bromeó, mientras bajaba las manos a las costillas de ella y le hacía cosquillas. Ella rió y se retorció, quejándose entre risas. – ¡No me digas que lo sientes! – le pidió él cuando ella se hubo calmado. – ¡Ha sido bonito, Mar, y quiero que continuemos siendo tan amigos, sin que nos sintamos mal!¡Va…!
Ella le miró, con una sonrisa divertida en los ojos, a pesar de que su expresión aún era de duda.
-Ha sido muy bonito – le aseguró, apoyándose hacia atrás para acercarse más a él. – Me siento un poco rara, pero ya se me pasa, no te preocupes.
Él asintió y la besó en la cabeza, con un ruidito alegre.
-¿Sabes qué? – dijo, con un deje de inseguridad. – Hacía bastante que pensaba en eso.
-¿En general o…?
-Contigo – la cortó. - ¡Y me moría de ganas!
-Yo también pensaba en eso – aceptó ella, sonriéndole con una mueca. – Me haces sentir muy bien, ¿sabes?
-Tú a mí también – le aseguró él. – Va, ¿vamos a hacer los deberes y me dejas que te mime un poco, para que se te pase el cansancio?
Ella accedió, abriendo la puerta de las mazmorras y estirándole, cogido de la mano, hasta la residencia.
-¿No tienes nada que hacer? – le preguntó ella a medio camino.
-Hasta que los chicos no salgan de Futurología, no – suspiró él. – Y después tienen que hacer los deberes, y todo, ¡o sea que hoy no habrá mucho barullo en la sala común!
Ella asintió, picándole suavemente en el hombro con fingida compasión.
-La escuela es injusta – añadió. - ¡Mira que ponernos tanto trabajo! ¡No os dejan hacer el vago!
Él la miró con una mueca ofendida.
-No hacemos el vago – se quejó. – ¡Pero si todo lo hacemos para que los otros Gryffindors tengan unas vidas más divertidas!
-Mi vida sí la haces más divertida – le confesó ella, con las mejillas enrojecidas.
Él se hinchó exageradamente, sacando pecho orgullosamente para hacerla reír.
-Me gusta escucharlo – dijo, en un susurro, mientras atravesaban el agujero del cuadro.
La sala común les recibió en silencio, prácticamente desierta, pues hacía muy buen tiempo y la mayoría de alumnos estaba en el campo de Quidditch, mirando el entrenamiento, y ellos caminaron sin pensar hacia la zona acostumbrada de los de sexto y ocuparon una mesa cerca de la ventana.
-Tengo que ir arriba a buscar las cosas – explicó ella tan pronto como dejaron las bolsas en el suelo.
-Subo contigo y lo dejo todo – sugirió él, con una sonrisa furtiva que ella no vio y que escapó a sus labios y que respondía a un plan minúsculo que se había formado en su cabeza tan pronto como había pensado en subir.
Subieron las escaleras, ella delante y él siguiéndola de cerca, hasta llegar al tercer piso de la torre, que estaba ocupado por sus respectivas habitaciones.
-¿Qué tienes que coger? – preguntó él tan pronto como llegaron al rellano.
-Los libros de Transfiguración y un pergamino – explicó ella, girándose para hablarle.
Él, que precisamente estaba esperando a que ella se parase, la miró con una sonrisa radiante antes de acercarse a ella y acariciarle la mejilla.
-Ahora no dejo de pensar en esto – le confesó en un susurro, mirándole los labios como explicación y acercándola a él con la mano abierta sobre su mentón.
Ella le miró, con las cejas alzadas, y se mojó los labios inconscientemente, gesto que él observó con detalle, justo antes de inclinarse, esta vez sin esperar permiso, para volverla a besar.
Cuando se separaron, ella le sonrió, sacudiendo la cabeza lentamente.
-Eres un caso – le dijo, medio riéndose.
Él alzó los hombros y la dejó con una mueca de pena.
-Porque te beso – dijo, con voz de queja infantil, se medio giró y se metió las manos en los bolsillos.
Ella asintió, con cara de no entenderse a sí misma, y se acercó a él.
-Mira que eres mono – le dijo, mirándole a los ojos con una sonrisa cariñosa.
La chica se puso de puntillas y besó, con los labios cerrados, los labios de él.
-Voy a buscar los libros – le dijo antes de separarse definitivamente de él e ir a su habitación.
-Hasta ahora, bonita – susurró él mientras ella desaparecía, a la vez que una sonrisa feliz iluminaba su cara.
Unos instantes después, ella salía de su habitación con un par de gruesos libros debajo de los brazos y se encontraba con él, que la esperaba sentado en las escaleras que subían al dormitorio de los de séptimo.
-¿Ya estás?
-Sí – respondió la chica, alzando y bajando las cejas expresivamente. - ¿Vamos?
Él asintió y se levantó del escalón. Con un gesto teatralmente caballeroso, le ofreció ayuda para llevar los libros, a la que no le permitió negarse, y bajaron las escaleras hablando de los deberes que tenían.
