Hierven

El ensayo de Transfiguración Avanzada acabó por estar hecho, después de veinte minutos trabajando en él, ante la mirada atenta, aunque no al ensayo si no más bien a quién lo escribía, de Sirius, y con la ayuda de los consejos, graciosos aunque nada prácticos, de éste. Realmente, ella probablemente hubiese tardado mucho menos sola, sin distracciones y con mucha más concentración, pero el chico añadía una parte divertida y agradable a los deberes que, en el fondo, era más valiosa para la chica, acostumbrada a hacerlos de manera monótona y aburrida, que el tiempo que estuviese perdiendo.

Con los deberes terminados, sin embargo, ella no tuvo ninguna excusa para negarse a la segunda parte del horario informal que él había establecido en las mazmorras: mimarla en su cama, tapadita y calentita, según había dicho. Además, él estaba muy lejos de olvidarse, así que se lo recordó y hasta insistió un par de veces antes de estirarla arriba para meterla en la cama.

La idea, dijo enseguida a la chica, con una expresión traviesa, era que todo fuese casto. Él la metería en la camita porque ella le había dicho que estaba cansada y que no quería ver más renacuajos, y le cantaría canciones, si ella quería, y le explicaría cosas para distraerla, pero nada más que eso: era demasiado joven y no estaba preparado para llegar tan adelante. Ella, por el tono con el que se lo había dicho, no pudo evitar reírse y se quejó de lo muy exagerado que era, imitando situaciones, pero también acabó por decirle que no le hacía falta preocuparse, que ella nunca abusaría de él, que lo respetaría y que esperaría hasta que él estuviese preparado.

El dormitorio de ella estaba completamente vacío, pues todas estaban o en el entreno o en las optativas, y esa fue, quizá, la única razón que hizo que ella le dejase entrar. De hecho, ya no estaba nada cansada, le había explicado, y él había conseguido que desconectase lo suficiente como para no necesitar ir arriba. Como que, a pesar de todo, el chico insistía, ella accedió a ir pero con la condición de no meterse en la cama, pues ya no tenía sueño.

- Pero nos tapamos con la manta – concluyó él, mientras la estiraba literalmente por las escaleras.

- ¿Qué fantasía se te ha metido en la cabeza con la manta? – le inquirió ella, desconfiada, mientras subían.

-Ninguna – aseguró él, girando la cabeza para mirarla de reojo. – No pienso hacer nada sucio, Mar, ¡sabes perfectamente que puedes confiar en mí!

Ella asintió con una mueca.

- Es que encuentro que tienes mucho interés en subir a mi habitación – se explicó.

- No es eso. Antes has dicho que estabas cansada, y quiero que descanses. Sólo es eso, te lo juro. Y, como no tengo nada más que hacer, vengo a hacerte compañía mientras descansas, y así te lo hago más divertido. ¿Qué me dices?

Ella hizo un ruidito afirmativo y siguió al chico, que ya había llegado a su piso y abría la puerta de la habitación de las chicas.

- ¿Has estado aquí alguna vez? – le preguntó ella cuando le vio parado en la entrada, mirando las camas a su alrededor.

- Un par de veces – le dijo el chico. – Siempre me sorprende ver tantas camas, por eso. La nuestra es simétrica a esta y, como sólo somos cuatro, nos sobra espacio por todas partes. En cambio, aquí parece que estéis muy estrechas.

Ella sacudió la cabeza.

- Se está bien – aseguró. – Supongo que es acostumbrarte. ¿Qué quieres que hagamos?

- ¿Ésta es tu cama? – preguntó él, señalando la segunda cama más alejada de la puerta.

Ella asintió y se acercó hasta sentarse en ella.

- Y ésta es la de Lily – explicó, mirando la adyacente.

- Ya – rió él. - ¡Qué me vas a decir!

Ella sonrió y picó encima de la cama con la mano para indicarle que se sentase a su lado.

- ¿Te apetece jugar a algo? – le preguntó cuando él se hubo sentado.

- No lo sé – dijo el chico. - ¿Qué me sugieres?

Ella suspiró, mirando a su alrededor.

- No tenemos muchos juegos, aquí – observó la chica. – Ajedrez, si quieres, o cartas.

Él sacudió la cabeza.

- Hablemos y ya está – sugirió. - ¿Quieres que vayamos a sentarnos en el suelo?

Ella alzó los hombros con indiferencia pero fue a sentarse a los pies de la cama, seguida de cerca por él.

- ¿Sobre qué quieres hablar?

Él sacudió la cabeza.

- Mar, si quieres vamos abajo –dijo, serio. – He insistido a subir porque dentro de nada aparecerán los renacuajos, y últimamente no te dejan tranquila, pero no quiero que pienses que tengo algún interés escondido, ni nada de eso. De verdad, bonita, sólo quería que te dejaran en paz.

- Gracias – respondió ella, tranquilizándole. – Son un poco pesados, ¡y como son tantos! Te lo agradezco mucho, guapo. Va, ¿qué me cuentas?

Él sacudió la cabeza.

- Nada que no sepas ya – le aseguró. – He dado clase de Pociones a unos renacuajos, he mirado como hacías los deberes, te he dado un beso...

- Dos – le cortó ella, con los ojos entrecerrados.

- Unos cuantos – añadió él, mirándola con expresión traviesa.

- Te gusta – rió ella, picándole juguetona en la rodilla.

- Ni te lo imaginas – asintió el chico, con una mueca seductora.- ¿Te sorprende?

- Para nada – admitió ella. – A mí también me ha gustado mucho.

- ¿Eso quiere decir que te puedo dar más? – le preguntó, exageradamente ilusionado.

- Cuando quieras – aseguró ella, riéndose. – Pero que sepas que me ha sorprendido mucho que lo hicieras.

Él asintió, pensativo, y guardó silencio unos instantes.

- ¿No te lo esperabas, de mí? – dijo, serio.

- No. Pero me ha gustado; no es que me haya molestado. Es sólo que era lo último que me hubiese esperado que hicieses.

Él asintió otra vez y suspiró.

- Supongo que no dejaré nunca de sorprender a la gente – dijo, en un susurro, pensando en voz alta.

- Eso no es malo – aseguró ella. – Si me lo hubiese esperado, el estómago no me hubiese dado un vuelco, y ha sido muy bonito, cuando lo ha hecho.

Él la miró a los ojos unos instantes, buscando una implicación indirecta en sus palabras, pero se rindió rápidamente y se limitó a sonreírle cariñosamente.

- ¿A ti también te lo ha dado, entonces?

- A ti también – acabó ella. – Es una sensación muy bonita, ¿sabes?

Él asintió con expresión convencida.

- Y cuando los labios hierven, con sólo imaginártelo, ¿sabes?

- ¿Qué quieres decir? – le preguntó ella.

- Cuando te mueres de ganas de hacerlo – explicó el chico – y no dejas de pensar en eso, y estás muy cerca de hacerlo, y con sólo imaginarte el contacto los labios te hacen cosquillas, y aún puedes dejar menos de pensarlo...

- Como ahora – le cortó ella, mirando el suelo con una sonrisa tímida.

- Como ahora – repitió él. - ¿Te había pasado nunca?

Ella asintió levemente.

- Pero no me había fijado mucho. Era una sensación rara. Pero bonita.

Él asintió levemente y la miró, girándose del todo hacia ella.

- ¿Puedo hacerlo? – le preguntó, muy bajito, observando muy atentamente su reacción.

Como respuesta, la chica se giró también y le acarició el pelo, peinándoselo hacia atrás, a la vez que los dos se inclinaban hacia el otro.

- Mar – dijo él, cuando los labios estuvieron rozándose, - mándame a hacer puñetas cuando quieras, ¿eh? Quiero decir que no tienes que sufrir, si alguna vez quieres que no haga algo, o estás cansada o si no te apetece, dímelo sin ningún problema, ¿me oyes?

Ella asintió, estirándolo más cerca de ella.

- Tú igual – le pidió, justo antes de tentarlo con besos pequeños, con los labios cerrados, sobre los suyos.

- No te preocupes – acertó a responder antes de cerrar los ojos, concentrado sólo en la boca de ella, que le besaba con una paciencia que le volvía loco.

Pronto se encontró respondiéndole los besitos, llenándole la piel de besos suaves que acercaba cada vez más a los labios de ella, hasta que por fin coincidieron y se lanzó ávidamente a gozar del momento, poniéndole más pasión de la que se había atrevido en los dos tímidos besos anteriores.

Cuando la dejó, finalmente, respiraba agitadamente y sentía que la cabeza le daba vueltas, de la emoción que le inundaba, y se escondió en la chica, la abrazó fuerte y hundió la cara en su pelo.

- Estás bien, ¿verdad? – la oyó murmurar, a la vez que sentía que ella también le estrechaba en un abrazo.

- Y tanto – suspiró e inspiró lentamente, aprendiéndose el olor del champú de la chica, un olor que había captado muchas veces antes, aunque no tan de cerca, y que sólo ahora podía apreciar tanto como siempre había querido. - ¿Y tú?

- Perfectamente – aseguró ella, en tono alegre.

Sirius la soltó lentamente y se inclinó hacia atrás pare verle los ojos.

- Será mejor que hagamos algo – propuso, con una sonrisa resignada. – Si entrasen tus compañeras y nos encontraran haciendo esto, pensarían que me aprovecho de ti.

- O yo de ti – puntualizó ella.

- ¡Pero tu eres una chica responsable! – objetó. – De ti nadie nunca piensa cosas malas, ¡en cambio yo siempre soy el culpable de todo!

Ella asintió con pose orgullosa.

- Créate una fama – recitó. – Entonces, ¿qué quieres que hagamos? ¿Qué hacéis los Marauders cuando os aburrís?

Él no pudo evitar reírse ante la pregunta, y ella rápidamente se sumó.

- Los Marauders nunca se aburren – se respondió a ella misma.

- Nadie se puede aburrir en una habitación donde esté James Potter – explicó. – Pero es que no tenemos tiempo para aburrirnos. ¡Siempre tenemos tanto trabajo!

- ¿Qué estáis haciendo últimamente? – preguntó ella, curiosa.

- Estar locos por Lily – dijo él, a media voz. – De hecho, no, pero él lo está y todos le ayudamos a preparar estrategias para hacerla feliz.

- Qué bonito – murmuró la chica, con una sonrisa dulce.

- Lo es – admitió él. – A parte de Lily, estamos preparando un par de bromas, pero nada del otro mundo. Cuando estamos en la habitación, normalmente nos pasamos el día hablando mientras alguien hace los deberes, o ordena sus cosas. ¡Eso último no pasa suficientemente, por desgracia!

- Nunca la he visto – comentó ella. - ¿Está muy mal?

- Un poco. Ya sabes que Remus es un poco desastre con las cosas, y no es que sea él solito, pero tenemos bastante lío, con la ropa de los cuatro, y todo. ¡No es que no puedas encontrar las camas!, pero ¡hay un buen desorden!

- Aquí somos bastante ordenadas, todas – dijo ella, mirando a su alrededor. – Ya lo ves, tenemos muchas cosas, pero nos respetamos el espacio. Claro que nosotras no nos tenemos todas tanta confianza como vosotros. Hemos hecho más bien grupos, ¿sabes?

- Sois más, es normal. Nosotros sólo somos cuatro, y bien avenidos, especialmente en el tema espacio: ¡las cosas de Remus siempre están en mi cama!

- ¿Y nunca te da rabia?

Él sacudió la cabeza, sonriente.

- Mis cosas también acaban en la suya – apuntó. – Y me puede poner negro, a veces, pero tampoco es demasiado grave.

Un ruido de las escaleras les interrumpió e hizo que los dos se giraran para mirar la puerta, que no tardó en abrirse para dejar paso a Florence, una de las compañeras de habitación de la chica.

- ¡Oh! – dijo, sorprendida, al verles. – Buenas tardes. ¡No sabía que hubiese alguien!

- Mar está huyendo de los renacuajos – explicó Sirius, con expresión de sabiduría.

- Estoy cansada – explicó ésta, picándole juguetonamente en el hombro como regaño. - Y Sirius se aburre y ha venido a hacerme compañía.

La segunda chica asintió y fue a coger los libros que había encima de la mesita.

- ¿Ya habéis hecho los deberes? – les preguntó mientras estaba de espaldas a ellos, rebuscando unos pergaminos.

Los dos chicos que estaban sentados en el suelo hicieron un ruido afirmativo y observaron a la chica moverse por la habitación.

- ¿Has ido a ver el entreno? – preguntó finalmente Mar.

- No, un rato, pero después he ido a preparar los deberes de Cuidado. ¿Y a vosotros? ¿Cómo os ha ido la clase?

- Muy bien – aseguró la chica. – Mejor que de costumbre, pero cansa mucho.

- No me extraña – respondió la otra. – Entonces, si alguno de tercero me pregunta dónde estás, le digo que no te he visto, ¿no?

- Y a mí tampoco – rogó Sirius, con una expresión exageradamente suplicante.

- No te preocupes – murmuró la chica, mirándole con una sonrisa tímida. – Me voy a... hacer los deberes, ¿eh? Que descanséis, profesores.

Los dos asintieron y permanecieron silenciosos hasta que la chica se fue y sus pasos se perdieron por las escaleras.

- ¿Les debe quedar mucho, a los chicos? – preguntó Mar, mirándose el reloj.

- Una media hora, entre que se duchan y todo – aventuró él. – Y si después Lily y él quieren ir a pasear, o lo que sea, despídete.

- Ya – suspiró ella. – No piensan mucho en nosotros, ¿eh?

El chico alzó las cejas con resignación.

- Ellos son felices – apuntó. – A mí ya me va bien.

- Igualmente – continuó ella – no lo decía sólo por James. Dentro de media hora llegarán los de Quidditch, hasta antes, los que hayan ido a ver el entreno, y a en punto salen los de Adivinación Avanzada.

- La paz no dura mucho, ¿eh? – concluyó él.

- Pues no, no mucho.

- ¿Todavía estás cansada?

- Ya te he dicho antes que he desconectado y que ya no estaba tan harta de renacuajos. Pero se agradece el silencio, de vez en cuando.

Él asintió y le revolvió el pelo cariñosamente.

- Esta noche tenemos Astronomía – le recordó. – Quizá será mejor que te metas en la cama ni que sea hasta la hora de cenar, y yo te despierto cuando haga falta.

- No tengo sueño – le respondió – y, además, mañana no tenemos clase hasta las once; podemos dormir más. Estaré bien.

- Entonces – dijo él, cerrando los ojos con cara de evidencia – ¡te toca aguantarme todavía más! ¡Yo te he dado una oportunidad, te he dado excusas perfectas para echarme, lo he hecho! Si tu no quieres utilizarlas, ¿qué tengo que hacer yo? No me voy a ir, ¡¿no?!

- Depende – rió ella. - ¿Lo harás?

- Va en contra del código de los Marauders – aseguró él con convencimiento.

- ¿En el apartado habitación de Lily o en el de lucha contra el aburrimiento?

Él la miró, pensativo pero con los ojos brillantes de risa.

- ¿Sabes que había olvidado por completo el apartado habitación de Lily? – preguntó finalmente. - ¡Qué me está pasando!

- Mira que si es que a ti no te gusta Lily... – sugirió ella, con un tono asustado.

- Imposible – dijo él, mirándola sorprendido. – Eso no puede ser, ¿no? Como Marauder, me tiene que gustar, ¡¿no?!

- Pienso que tenéis que redefinir vuestras identidades respecto al grupo, Siriecito – aconsejó ella.

- Siriecito – repitió él, con una sonrisa de oreja a oreja.

- James te llama así – dudó la chica.

- Sí, pero nadie más me había llamado nunca así.

Ella le miró un instante antes de mirar al suelo, pensativa.

- Pero no te molesta – dijo, finalmente.

- En absoluto – aseguró él. – Es bonito, y me gusta que me llames así.

- Pues Siriecito – repitió ella. – Pero no siempre, ¿eh? Sólo cuando me salga.

- Como Jamie – observó él. – ¿Qué, tienes ganas de hacer Astronomía, hoy?

Ella le miró con incomprensión.

- Como siempre... – dijo, alzando los hombros con indiferencia.

- Hoy empezamos el proyecto de final de curso – explicó él. - ¿Te acuerdas?

- ¡Ay! – exclamó ella, asintiendo. – Es cierto, ya no pensaba en el proyecto. ¡Era hoy! Pues sí, sí, tiene buena pinta, ¿no crees?

- Sí, y está bien que no sea nada guiado. ¿Con quién lo haces?

La chica sacudió la cabeza con un suspiro.

- Pues todavía no lo sé – le dijo. – Lily va con James, o sea que tendré que buscarme pareja. Tú vas con Remus, ¿verdad?

Él asintió, con una mueca de pena.

- Me sabe mal – murmuró. – Yo era la pareja de Jamie, tendríamos que ir juntos tú y yo. Y Peter está libre, pero claro, igual no quieres ir con él.

Ella alzó los hombros con una sonrisa tranquilizadora.

- Con quien vaya ya me estará bien – le aseguró. – Si Peter está libre, pues Peter. ¿Cómo es que Remus no va con él?

- Se compadecieron de mí – dijo él, con los ojos en blanco. – Como Jamie me dejaba por Lily, les supo mal. ¡Que es bonito, que se preocupen tanto por mí, pero ahora me sabe mal por Peter, que se ha quedado solito...!

- Ya te entiendo. A Lily, ¡ves!, le falta esta preocupación por mí.

- La tienes tú por ella – observó el chico.

- ¡Y yo me quedo siempre solita! No me quejo, sólo lo digo. Está muy bien que haya ido con Jamie, y me alegro de que él se atreviese a pedírselo. ¡Se nos está haciendo mayor!

- ¡Ni te lo imaginas! – bromeó Sirius. - ¡Las cosas que se atreve a hacer últimamente a Lily! ¡Cualquier día nos lo encontramos diciéndole lo que piensa y todo!

La chica rió suavemente y estiró la cabeza hacia atrás, negando lentamente mientras la apoyaba en el colchón.

- ¿Qué hacen, ahora, Remus y Peter? ¿Todavía están con las cartas?

El chico la miró sorprendido un segundo antes de entender a qué se refería.

- Sí, todavía – respondió. – Pero me parece que la semana que viene ya vuelven a la bola de cristal, porque el otro día la vi que Remus la había estado buscando.

- Me gusta más el tarot – comentó la chica.

- A mí también - coincidió él. – Se inventan cosas más divertidas cuando echan las cartas, y se montan unas películas con las figuras del tarot que da gusto verlos.

- En cambio, cuando miran la bola sólo hacen bromas de niebla y de no tenerlo nada claro, y no es tan divertido.  

- Mira que coger Adivinación Avanzada – se quejó el chico. - ¿No tuvieron suficiente con tres años?

- Se les da bien – les disculpó Mar. – Ya conocen a Trelawney, y saben qué decirle para que les ponga buena nota.

- ¡Pero no aprovechan como dios manda el tiempo sagrado que tenemos en esta escuela! – exclamó él, exageradamente discursivo, lo que la hizo reír.

- Lo aprovechan en otras materias – puntualizó ella.- Y, si a ellos les gusta...

Él la interrumpió con una mirada cínica.

- De eso me quejo, precisamente – susurró, a la vez que cogía, como distraído, la mano de la chica y le acariciaba suavemente las puntas de los dedos. – Ellos no respetan mucho a Trelawney, Mar, no nos engañemos, y no puedo decir que les guste mucho más la Adivinación en sí. En conjunto, me parece falto de sentido.

- A ti tampoco te gustaban mucho las pociones, y haces Pociones Avanzadas.

- No es que no me gustasen – corrigió él. – Respeto mucho Pociones, y lo encuentro muy útil, y ya ves, ahora me encantan. Antes me gustaban, ¡lo que pasa que dar una asignatura con los de Slytherin, y en concreto con Snape en la mesa de al lado, no da muchas ganas de deleitarse!

- Además, siempre se te ha dado mejor Transfiguración.

- Sí – suspiró él, recorriendo ahora las palmas de ella con caricias tenues, haciendo caminitos invisibles. – ¡Como no nos dejan usar la varita fuera de la escuela, aquí me regocijo!

La chica sonrió y miró hacia abajo, a su regazo, sobre el que reposaban las manos de los dos.

- A mí también me gusta mucho Transfiguración – comentó. – Pociones, más, pero tampoco se me da mal. Pociones es más – dudó, buscando una palabra conveniente – como Aritmacia, donde todo sale, y donde hay unas reglas que tienes que seguir, no importa cuanta magia tengas. ¿Me entiendes?

Él asintió y arrugó la nariz.

- En Pociones no tienes ventajas por ser más fuerte – se quejó.

- Exactamente. Lo tienes que trabajar.

- Aunque hay gente con un talento innato.

Ella hizo una mueca de disconformidad, curvando los labios en un gesto de duda.

- ¿Lo dices por Severus? No es talento: es mucha práctica. Muchísima.

- ¿Y tú? ¿También hacías pocioncitas con tres años?

Ella inclinó la cabeza a un lado.

- Miraba como mi madre las hacía, sí. Y he leído muchos libros, y hacía pociones, cuando todavía no podíamos usar la magia.

- Yo tuve una infancia medio muggle – murmuró el chico. – Mi madre quiso que fuera a una escuela para magos con familia muggle, y nos ajustábamos bastante al temario muggle, acelerándolo un poco para poder hacer todo lo básico antes de los once años.

- ¿Estaba bien?

- Mucho – aseguró él. – Estaba muy bien, porque me enseñaba lo que más me hacía falta: a saber conjugar los dos mundos sin que interfirieran entre ellos.

- Debe de ser difícil – dijo ella. – Pero tus tíos sabían de tu madre, y de ti y de tu padre, ¿verdad?

Él asintió.

- En la familia no teníamos problemas, mis tíos están muy orgullosos de que mi madre sea bruja, y nunca han hecho ningún comentario negativo, ni nada. El problema es cuando paso unos días con mis primos, por ejemplo, y me presentan a sus amigos, o cuando las vecinas de mi abuela vienen a verla y nosotros estamos en su casa. Saber disimular es muy importante, y hace falta que alguien te diga, donde no llegan los padres, qué puedes hacer y qué no.

- Tu familia es muy diferente de la mía.

- Somos muchos más – aceptó él.

- ¡Y no sólo eso! Nosotras no conocemos absolutamente a nadie muggle. Y no tengo tíos, ni primos, ni nada de nada. Estamos mi madre y yo, solitas.

- ¿Te gustaría que fuerais más? ¿Te gustaría tener una familia muggle?

- Muggle quizá no – respondió ella, pensativa. – No me importaría, pero ahora me costaría acostumbrarme a esconder cosas y a disimular. Pero sí que estaría bien tener primos o tíos. ¡O un hermano! Mi madre es muy maja y estoy muy bien con ella, pero en casa falta gente, sobretodo cuando yo estoy aquí. ¡Debe ser tan triste volver a una casa vacía!

El chico asintió lentamente, mirando los dedos de ella e imaginando, por un momento, su casa, cuando tuviese una, y a él mismo llegando. Como la idea de encontrársela vacía no le gustó, la descartó enseguida, y se imaginó llegando a un hogar de verdad.

- ¿Cómo es que no se ha vuelto a casar? – dijo, finalmente.

- No lo sé – confesó la chica. – Nunca me habla de eso, y yo tampoco quiero preguntar. Nunca ha salido con nadie, después de mi padre, al menos, que yo sepa.

- ¿Tan mal le fue?

La chica alzó los hombros con cara de pena.

- Sé muy poquito, Sirius. No le fue bien, pero no se por qué y no sé como de grave fue. No le gusta hablar del tema, o sea que supongo que debía hacerle daño.

Él le acarició el cuello suavemente, intentando animarla, y ella le sonrió para tranquilizarlo.

- Siempre he pensado – dijo la chica, alegremente, cerrando el tema. – que mi padre no sabe lo que se pierde.

- Y tanto que no – aseguró él, asintiendo convencido. - ¡Yo no podría dejar así a mi mujer y a mi hija...!

- Pero no sabemos sus motivos – le interrumpió ella.- Además, da igual. Quizá es mejor así.

Él asintió, sonriendo alegremente para aventar los fantasmas que habían aparecido.

- ¿Qué me cuentas tú? – le preguntó, acercándose a ella para sugerir todavía más intimidad.

- No mucho más que tú – observó la chica. – Que me escondo de mis alumnos porque no les quiero.

- O porque ellos te quieren demasiado a ti – cantó él a media voz.

- Pero me siento bien por la clase de hoy. Las clases en las que no hay desastres animan, ¿no crees?

Él rió suavemente.

- Dios mío – dijo, con voz de miedo exagerada – ¡¡pobre McGonagall, cómo se debe sentir cuando nos da clase!!

La chica le picó juguetonamente en el hombro con una sonrisa divertida.

- Ya sabes qué te toca – concluyó.

- No te he oído – dijo él, cerrando los ojos expresivamente. – Si te oyese, sin embargo, te tendría que decir que sugerir tal cosa a mi grupo de amistades equivaldría a un suicidio social ¡y una revisión médica obligada muy, muy intensa!

- Pero McGonagall os quiere. Seguro que no es lo mismo.

- Ahora quienes no tienen que haberte oído son ellos – susurró él, señalando con una inclinación de cabeza las escaleras que conducían, tras la puerta cerrada, a la residencia - ¡Les romperías el corazón!

- Eres un exagerado – le regañó ella. - ¡Te lo inventas todo!

- ¡Oh! – se quejó el chico, muy ofendido. – ¡Me estás llamando fantasioso! ¡Antes me has llamado pelota, ahora mentiroso! – le dirigió una mirada dolida y le giró la cabeza, inspirando entrecortadamente. – Con lo que yo siento por ti, ¡no sabes como me hiere que tengas un concepto así de mí! Yo sólo intento ser tan bueno como puedo delante de ti, y me esfuerzo para que veas lo mejor de mí, ¡y mira qué consigo!

Ella sacudió la cabeza, con cara de circunstancias, y le obligó, con un dedo en la barbilla, a volver a mirarla. Él se giró, poniendo cara de inmensa pena, y la miró a los ojos unos instantes antes de que ella le sonriera seductoramente y se inclinara hacia él peligrosamente.

- ¿Y si a mí me gusta que seas malo? – le picó, antes de besarlo suavemente en los labios.

- Entonces genial – murmuró él, sin respiración debido al juego al que ella le sometía.

Ella asintió, prepotente, y le estiró hacia ella para besarlo con mucho más interés y pasión. Sirius se dejo hacer, nada inactivo, con los ojos cerrados y gozando de cada segundo.

- Pero que sepas – dijo ella tan pronto como separaron los labios – que no me he creído ni una palabra.

- Tú misma – le respondió él, con una ceja alzada y una sonrisa irresistible. – Pero te gusto como chico malo, ¿no? ¡¿Basta de fingir?!

Ella sacudió la cabeza, riendo suavemente.

- No me gustan los chicos que fingen – explicó – pero yo no he dicho que me gustases como chico malo. Sólo he dicho que "y si...?"

- Pero eso es que sí – aseguró él, manteniendo su actitud de completamente seguro de sí mismo.

- Quizá sí – suspiró ella – o quizá no. Pero vuelvo a no creerte: ni finges delante de mí, ni podrías ser un chico malo, ni que lo quisieras.

- ¿Malo, como Lucius? – preguntó él, con una mueca de duda.

- Malo como Lucius – repitió la chica. - ¿Verdad que no?

Él sacudió la cabeza con una mueca de asco extremo.

- Y, si lo fueras – añadió la chica – que sepas que no querría estar en la misma habitación que tú.

- Yo tampoco – dijo él, con un escalofrío.

- Pues ya está.

- ¡Así como estoy ya soy irresistible! – acabó él, con cara de estar siguiendo a rajatabla el razonamiento empezado por ella. – ¡¿Otro beso?!

La chica rió, sacudiendo la cabeza ligeramente, pero, para sorpresa de él, cumplió su demanda y le besó en los labios, entre risas.

- Eres más bonita... – suspiró él contra los labios de ella, sin saberse reprimir.

- Tú también lo eres – le respondió la chica. - ¡Me lo paso más bien contigo!

- Yo también – confesó él, en un murmullo complacido. – Me gusta mucho dar clases contigo.

- Y a mí. ¡Es mucho más divertido cuando te tengo al lado mientras preparamos las clases!

El ruido de pasos en la escalera, de un par de alumnos que subían a un piso superior, les interrumpió.

- Ya se ha terminado el entreno – observó él, serio.

- Es la hora – apuntó ella, después de consultar su reloj.

- Adiós paz – suspiró el chico. – Dentro de nada tendremos a Lily y a James aquí, a dejar el uniforme, al menos.

- ¿Quieres bajar? – sugirió ella, sin saber qué hacer a continuación.

- Estarán los de tercero, y tú no querías verles más hoy, pero no me puedo quedar aquí, que vendrán tus compañeras, ¿y qué dirán?

- A mi no me importa bajar, de verdad. A lo mejor no vienen, después de todo. Y mis compañeras tampoco dirán nada si nos encuentran aquí. ¡Ya has visto a Flo!

Él suspiró tristemente.

- Tenemos que bajar – sentenció. – Yo, por lo menos; dentro de nada Jamie estará buscándome desesperadamente para explicarme con todo lujo de detalles el entreno, y querrá venir aquí, y no podemos darle este mal ejemplo. Me sabe mal.

Ella sacudió la cabeza y le sonrió para darle ánimos.

- Vamos, entonces – dijo, picándole la rodilla.

Sirius asintió lentamente y luego se levantó, a la vez que ella hacía lo mismo. Cuando la tuvo de pie a su lado, en medio de la habitación, se le acercó tímidamente y le acarició disimuladamente la mano con los dedos.

- Me lo he pasado muy bien, hoy – susurró, mirándola intensamente a los ojos.

- Yo también – le respondió la chica con una sonrisa. – Muchas gracias por hacer los deberes conmigo.

- Me ha gustado – aseguró y, con una sonrisa cariñosa, se inclinó hacia delante para darle un beso en la mejilla. – Mucho.

- ¡Me alegro! – exclamó ella, cogiéndole de la manita. - ¿Vamos a enfrentarnos a los renacuajos?

El chico alzó los hombros.

- Quédate aquí – aconsejó, preocupado. – Conmigo no son tan pesados, y me los quito de encima más fácilmente. Tú, descansa y relájate mucho.

- Vengo contigo – objetó la chica. – No tengo nada que hacer aquí, ¡y a mí también me necesita Lily para explicarme todas las cosas increíblemente difíciles que hace James encima de una escoba!

- Ya – se quejó él. - ¡Ese chico es un exhibicionista! ¡Para quedar bien delante de Lily hace de todo!

-Cualquier día se nos hará daño – coincidió Mar, a la vez que los dos caminaban hacia la puerta. – ¡Y aún le gustará, porque Lily lo querrá mimar!

Nota: Los posibles errores en ítems o asignaturas mencionados directamente en los libros es debida a un problema de traducción. Para nosotros, todos esos nombres son diferentes, pues hemos leído los libros en catalán e inglés. Ante la duda, se ha tomado la versión inglesa, de los libros, o la castellana, basada en páginas de fans. Disculpad la posible confusión.