¿Me hace proposiciones indecentes?

Delante de los otros eran, exactamente igual que antes, compañeros de clase que compartían bromas esporádicas, risas y comentarios entre clase y clase. Aquel primer día, por ejemplo, sentados en los sofás de la sala común rodeados de tres Marauders, una Lily, dos compañeras de la habitación de ella y un par de renacuajos, que habían acudido en busca de ayuda, se comportaron, aunque no fue fácil, como si nada hubiese pasado entre ellos. De vez en cuando, se permitían cruzar una mirada sedienta que los dos intentaban hacer pasar por casual, pero a parte de aquello nada delataba que los labios de él hervían, como él mismo había dicho, cada vez que pensaba en ella, ni que ella apenas se concentraba en nada más que en los ojos de él. Acababan de descubrir un nuevo mundo, un mundo con el que el chico había estado soñando durante semanas, imaginando toda una vida de detalles minúsculos y cuestionándose la posibilidad que alguna vez se hiciera realidad, y ahora, que había probado cómo era tenerla de verdad, besar sus labios y acariciarle la mejilla, su curiosidad y sus ganas de estar con ella, en su habitación, ellos solos y hablando, abrazados en el suelo, parecían ocupar un lugar preferente en su mente. Se hacía difícil estar sentado entre James y Remus y escucharlos mientras ellos susurraban detalles de la práctica de Quidditch o de la clase de Adivinación, y a cada momento se encontraba con el nombre de ella en los labios, ansioso por pronunciarlo y acercarla otra vez hacia él, Mar, preciosa, Mar, te echo de menos, Mar, me muero por besarte. ¡Y cómo bullían!

Pero disimular se hacía necesario, aunque él no entendía las causas. La había besado por sorpresa, sin hablar antes de su relación – y aquello pronto se convertiría en una de sus principales obsesiones – y no podía, bajo ningún concepto, forzarla a mostrar públicamente una cosa que no le había pedido. No la podía llamar, no le podía sonreír de aquella manera dulce y cariñosa, tan llena de confianza, que acababa de aprender, y casi no la podía mirar, obsesionado con no llamar la atención sobre ellos. Se tranquilizaba recordando las clases de Pociones que tenían por delante, las prácticas de Quidditch, los pasillos desiertos al volver a la residencia de la biblioteca o de alguna clase, y se regañaba mentalmente cuando se sorprendía pensando en la próxima vez que la encontrase a solas, pues se notaba tan desesperado por su contacto que, seguro, la ofendería.

Y, aunque aquel primer día Sirius tuvo que dejar asentadas ciertas cosas, como la determinación de esconderse del mundo o el comportamiento estándar cuando ella no estaba pero él quería que estuviera, comenzando a entrenarse en el uso de ciertos recursos extremos, y que tuvo también que hacerse cargo de la primera gran necesidad de ella sin podérsela demostrar, justo después de haberla descubierto y, por tanto, más nervioso y desesperado que de costumbre, no fue ese día, ni mucho menos, el peor. Fue el más duro de los primeros, por falta de costumbre, pero habría muchos más difíciles más adelante, y ni siquiera llegaban a vislumbrarlos.

La primera prueba acabó pasando, cuando la tarde acabó, y dejó al chico en la sala común, mientras los otros subían a prepararse para la cena, estirado hacia atrás con la cabeza inclinada hacia el techo y los ojos cerrados, reviviendo nítidamente, ahora que por fin tenía ocasión, la sensación de los labios de ella cerrándose sobre los suyos y el calor de su cuerpo apoyándose contra el de él. La chica bajaría, empezó a planear mientras todavía soñaba, con un poco de suerte antes que los otros, e irían todos a cenar. No le costaría demasiado despistarlos un instante, quizá antes de llegar al comedor o quizá habiendo cenado, apartarla del resto y esconderla de las miradas de todos, acercarla a él, estirándola con la mano, y abrazarla muy fuerte, tan fuerte que la volviese a notar contra él, calentándole el alma, esconder la cara en su pelo y murmurarle que la había echado de menos.

Besarla estaría, razonó, fuera de sitio. No quería hacer nada sin su permiso, implícito, al menos, y empezar un encuentro furtivo con un beso confundiría los motivos del mismo. Quería tenerla cerca, la había echado de menos, y quería que ella entendiese eso, y no que iba desesperado y que besaba la única chica con quien tenía oportunidad. No la besaría, no al principio, no tan a hurtadillas. Hasta que no establecieran otra monotonía, los besos serían poco frecuentes, y cuando él estuviera completamente seguro de que ella lo deseaba. Bueno, entonces y cuando a él se le escaparan, claro. Era demasiado humano, y a menudo los sentimientos le desbordaban.

Abrió los ojos cuando oyó que alguien se sentaba en su sofá, sólo a un metro de él, y al hacerlo encontró la sonrisa de ella que le saludaba. Antes de ser consciente de nada más que de la chica que tenía delante ya estaba devolviéndole la sonrisa, con los ojos brillantes de emoción por tenerla allí.

- ¿Todo bien? – preguntó ella, en un murmullo.

- Perfectamente – le respondió. La mano de ella, acariciándole su mano con las puntitas de los dedos, sobre el sofá, le hizo reafirmar aquella impresión, y se inclinó unos centímetros hacia delante, acercándose a la chica. – Pensaba en ti – le confesó. – Te echo de menos.

Ella le miró, evidentemente complacida por el comentario, y el chico vio como las mejillas le subían a un rosa clarito.

- Yo también te echo de menos – reconoció ella, mirándole a los ojos. – Lily tardará en bajar, James y ella todavía estaban hablando del entreno...

Él asintió, comprendiendo perfectamente lo que ella le decía, y alzó las cejas interrogativamente.

- Señorita Moran, ¿me hace proposiciones indecentes? – la picó, aunque el tono que empleó dejó bien claro que no perseguía un intercambio inocuo de comentarios insinuantes.

Ella le debió de entender a la perfección, porque se levantó del sofá y le miró con una ceja levantada.

- Señor Black, tengo que pasar un segundo por la biblioteca para coger un libro de Astronomía. ¿Me quiere acompañar?

 Él asintió y se levantó también.

- Ahora que veo que no son indecentes – terminó, seguro de sí mismo – la acompañaré con mucho gusto.

La chica le picó suavemente el brazo para regañarlo y como despedida mientras iba a decir a los amigos respectivos donde iban. Volvió sólo un instante después, con una sonrisa y su cartera, sólo con los libros de Astronomía, y le condujo, casi sin más palabras, fuera de la residencia.

- James me ha dicho – murmuró cuando ya caminaban por un pasillo que iba hacia la biblioteca – que te verá en el comedor, y que mires a ver si encuentras algún libro interesante, tú también, para no ir de vacío a la clase de hoy.

- ¿Todavía estaba con Lily? – preguntó él, con una voz de duda que ella respondió con una mirada sorprendida.

- ¿Qué esperabas? ¡Que no han podido hablar en toda la tarde!

El chico sacudió la cabeza suavemente, poco concentrado en la conversación. La chica caminaba a su izquierda, unos pasos por delante de él, y se entretenía en observarla con atención, fijándose en cada pequeño detalle de sus movimientos.

- ¿Qué libro tienes pensado coger? – preguntó, aparcando el tema de James y Lily.

Ella alzó los hombros y le hizo una mueca.

- Depende de los que haya – suspiró. – Todos tenemos el proyecto, y hay pocos libros.

- A ver – coincidió él, alzando los hombros a la vez que se metía las manos en los bolsillos. – Además, ¡como aún no tenemos decidido qué haremos...!

Ella moderó sus pasos expresamente para ponerse un poco por detrás de él, y le cogió suavemente del brazo.

- Igualmente – objetó – pensaba que sólo querías que saliéramos de la sala común.

Él le dedicó una sonrisa agradecida antes de fingir una actitud orgullosa.

- La sala común es demasiado poco para mí – comentó, como si fuese indudable. – ¡Tengo que dejar que el mundo vea mi perfección!

Ella le apretó el brazo juguetonamente.

- ¡Y yo que creía que me echabas de menos y querías estar a solas conmigo!

El chico rió suavemente, a la vez que se giraba hacia ella y la miraba significativamente a los ojos para que no tuviese ninguna duda de sus intenciones reales.

- Te echaba de menos – confirmó él en un susurro, sacando la mano del bolsillo para pasarla alrededor de su cintura. – Y quería estar lejos de ésos para abrazarte y para poder hablar contigo, y para hacerte caricias y darte besitos.

Ella suspiró, alegre, y le estiró hacia una puerta lateral que daba a otro pasillo.

- Ya iremos a la biblioteca después de cenar, o mañana – sugirió la chica.

Él asintió.

-¿Dónde me llevas?

- A la terraza – indicó ella, señalando una puerta unos metros más allá. – Es pronto, y allí hay bancos para sentarse. ¿Qué me dices?

Él hizo un ruido de aprobación y caminó hacia donde ella le había señalado.

- ¿Cómo estás? – preguntó al cabo de unos instantes, mirándola con preocupación. - ¿Aún te sientes cansada?

- Estoy bien – le tranquilizó. – Se me ha pasado del todo, de verdad. ¿Y tú? ¿Todo bien?

Él la miró con expresión seductora.

- Si te tengo al lado, siempre, gatita – le susurró, tan exageradamente que hizo reír a la chica, pero no tanto que dejase lugar a dudas sobre si era sincero o no, y pudo ver como ella enrojecía muy suavemente.

- Miau – cantó la chica, mirándolo con las cejas fruncidas en una expresión interrogante.

- Miau – asintió él, convencido.

Habían llegado a la terraza, poco más que un pasillo exterior amplio que rodeaba y daba paso a un pequeño jardín interior rectangular, muy del estilo de un claustro, con bancos de piedra cada pocos metros, y se sentaron en uno de ellos, cerca de la puerta.

- No tenemos mucho tiempo – recordó ella, mirándose el reloj.

- No te preocupes, no llegaremos tarde – aseguró él. – Además, desde aquí llegaremos antes.

- Estamos más cerca – coincidió ella. – Si cortamos por ahí – dijo, señalando una de las tres puertas que daban a la terraza – y bajamos por las escaleras de la armadura que estornuda...

Sirius se rió suavemente ante la mención: la armadura no estornudaba antes de que los Marauders llegaran a Hogwarts.

Claro que no era la primera cosa que habían hechizado en la escuela, y, sin lugar a dudas, quedaba muy lejos de ser la más grave.

-¿Y qué, qué me cuentas? – preguntó finalmente. - ¿Todo bien, entre las chicas?

- Perfectamente – aseguró la chica. – Lily me ha estado contando que James es muy mono y que ha sido un entreno muy provechoso, y que qué bien que haya ido, y todo. Y tu buscador, ¿qué se cuenta?

- No mucho – se quejó él. – Entre que hablaba bajísimo para que no le pudiese oír Lily, y que enseguida ha venido Remus y ha empezado a hablar de Trelawney, ¡no hemos tenido tiempo! Seguro que esta noche tendrá un montón de cosas para contarme, por eso.

- Hacen el proyecto juntos – apuntó ella. – ¡Tendrá anécdotas para contarte, seguro!

- Pues no será lo mismo – constató él, con voz de superioridad. – Podría hacerlo con el Marauder más sexy del mundo, y se conforma con una pelirroja.

- Pero Remus – dijo ella, fingiendo incomprensión – ya tenía pareja, ¡¿no?!

Él la miró a los ojos con una mueca de molestia.

- Me picas – la regañó. – Tú no piensas que el Marauder más sexy sea Remus.

- ¿No te gusta que te pique? – preguntó inocentemente ella.

- Respecto a Marauders que puedan ser mejores que yo, no – explicó Sirius. – Quizás no soy el Marauder más sexy (y sí, es falsa modestia, ¡por supuesto que lo soy!) pero si tú no lo pensaras no estarías en este banco conmigo, ahora. ¿Me equivoco?

- No lo sé – dijo ella, riéndose. – No sólo me relaciono con gente extremadamente sexy, ¿sabes?

-¿Qué quieres decir? – se horrorizó él. - ¡¿Quieres decir que no escoges tus amistades según el físico?! ¿¿Y cómo lo haces, entonces??

- Por la personalidad – aclaró ella, siguiéndole el juego. – Por cómo me lo paso con ellos, por cómo son por dentro...

- Parámetros secundarios – dijo él, a media voz, con cara de asco, justo antes de mirarla con una radiante sonrisa traviesa. – Cada vez me parezco más a Malfoy, ¿a que sí?

- Yo – se rió ella – ya te he dicho qué pasaría si fueras como él.

- Ya. ¡Aunque no entiendo por qué, Mar! ¡¡Tan majo que es!!

- Tendría que grabar eso – le amenazó ella – y pasarlo cuando estés plantándole cara, o cuando te estés quejando de todas las cosas feas que después dices que es.

- Momentos de alienación – suspiró él. – Pero lo que pienso de verdad es que es una persona dulce y servicial, siempre atenta, con un gran valor humano.

Ella sacudió la cabeza lentamente, censurándolo con una sonrisa.

- Te podría estar escuchando – le recordó.

- Nah – respondió él, tranquilamente. – Ya se habría muerto de la sorpresa.

La chica volvió a sacudir la cabeza, pero esa vez se inclinó, a la vez, hacia delante, hasta que la tuvo sobre el hombro de Sirius, y se apoyó, abrazándose a su brazo.

- No te tendrías que pelearte tanto con él – le aconsejó tímidamente. – Esa rivalidad con Slytherin...

- Ya lo sé – la interrumpió. – Tendríamos que intentar evitarla, ya lo sé. Como mínimo, y te juro que no es para justificarme, puedes estar segura que no somos los únicos responsables.

- Lo sé. Pero vosotros sois mis amigos, y me importa más como os comportáis y lo que os pase que lo que hagan ellos.

-¡Cierto! – exclamó él, con voz de acabarse de dar cuenta de algo trascendental. –¡¡Que tú, sorprendentemente, nos juzgabas por el carácter y no por el físico, como todo el mundo!!

Por toda respuesta, la chica se acercó más a él, acurrucándose contra su pecho.

-Tú sólo pasas tiempo conmigo por el físico – suspiró ella.

-Y porque estás podrida de dinero – apuntó el chico. – Pero el Sirius que no hace tantas bromas – murmuró, mirándola a los ojos, serio – te diría que estoy contigo porque eres la chica más divertida y simpática de la escuela, y porque contigo me lo paso muy bien. ¿Tonterías, verdad? ¡Menos mal que a ese Sirius no le conozco!

Ella se separó de él, incorporándose a medias, le miró unos instantes y le besó suavemente en la mejilla.

- James – le regañó cuando se separó, con una expresión traviesa – te mataría si te oyese decir que yo soy la chica más divertida y simpática de la escuela. ¡Pero gracias, Siriecito! Eres muy mono, ¿sabes?

Él alzó los hombros, esponjándose, y levantó el brazo en el que ella se apoyaba para pasárselo alrededor de los hombros.

- Tú más – aseguró. – Y Jamie que piense lo que quiera, pero yo tengo otras opiniones. ¡A él tampoco le gustaría que yo pensara de Lily lo mismo que piensa él!

-No – coincidió ella. – Y a mí tampoco. ¡Soy una mala amiga!

-O una buena amiga de Jamie – propuso el chico.

-O una buena amiga de Jamie – aceptó. - ¿Quieres que vayamos a cenar, guapo?

Él miró el reloj antes de responder.

-Es la hora – dijo, con pena. – Tenemos que ir yendo o no llegaremos a tiempo. ¿Qué harás, después de cenar?

-No lo sé – respondió ella, alzando los hombros. – Supongo que nada, ir a la sala común hasta que sea la hora, a ver qué hace Lily. ¿Tenéis planes, los Marauders?

-No. Nada que no hagamos normalmente, al menos. ¡A ver qué le pasa por la cabeza al buscador!

Ella le miró un instante a los ojos antes de abrazarlo más fuerte.

-Qué bien que se está así – exclamó, muy bajito.

Él asintió y la escondió, rodeándola con los dos brazos.

-Muy bien – afirmó. - ¡Me malacostumbras, Mar! ¡Ahora iré abrazando Marauders cuando no toque!

Ella le sonrió y le besó suavemente en los labios.

-Vamos, anda – repitió, feliz, antes de dejarlo y de levantarse del banco. - ¡Y ten cuidado, a ver si le romperás el corazón a Lily!

El chico hizo una mueca pensativa antes de levantarse también.

-Creo que no tenemos futuro – suspiró, triste. - ¡¡James y yo no nos entenderíamos nunca!!

La chica le miró, fingiendo estar completamente de acuerdo, y le picó compasivamente en el hombro. No hacía falta más explicación para que ella notase la ironía, muy exagerada, pues James y él eran, sencillamente, inseparables, y se entendían a la perfección sin palabras, sólo con una mirada, gracias a la inmensa cantidad de tiempo que pasaban juntos.