Renacer
Y ahora todo, todo tendría que volver a comenzar. Estaba vieja y aún así tendría que de alguna forma sacar fuerzas para, prácticamente, criar a una niña nuevamente. Una niña enferma y que a duras penas le reconocía… Ya hacía una semana que la habían traído a casa, a su pequeña… y verla demacrada fue igual o aún más duro que escuchar aquellas escasas palabras que la derrumbaron un par de semanas atrás. Aún así, en medio del odio, de la aflicción, del temor y una escasa alegría, se había levantado y mirando una pequeña luz de esperanza muy lejana, continuó en pie.
Parte de su consuelo de la casi pérdida de su adorada hija era que no podría recordar, por ahora, el terrible dolor provocado por ese infernal idiota asesino, al que ella, segada por la dulzura de la vida, había aceptado como el amor de vida de su hija. Otro, era que ahora a quien más había odiado por toda su vida, el causante de todo, a quien había temido y quien había destruido su familia, ya no estaba y no podría seguir causando tanto dolor… al menos, por ahora. Y la escasa alegría en medio de ese abominable sentimiento nunca digno de una mujer, era por el simple hecho de que, si Arabella la reconoció como su madre, posiblemente podría volver a vivir como era antes.
Amanecía, luego de una noche sofocante. Arabella había vomitado hasta tal punto que ya no pudo más. Estaba mal y lo sabían muy bien; no era la primera vez, y después de cada uno de estos ataques proseguía un desmayo profundo. Todo era muy extraño y los doctores ya no se podían preguntar más. Desde qué parte del hechizo que le hubieren lanzado le habría causado tal efecto, qué hechizo había sido y mucho más, y sin esa información primordial, sería muy difícil averiguar su estado. Después de todo, habían accedido a llevar a cabo algunos exámenes y justamente después de esa tormentosa noche supieron los resultados. Marla se mantuvo en pie y con la salida de ese sol invernal tapó nuevamente a su hija en su cama y estuvo sentada, por horas, ahí, luchando entre el sueño y el miedo a no estar lista para cualquier emergencia.
Definitivamente se había dormido sentada, pues al sonar un par de campanazos saltó rápidamente, perdida y le costó reconocer donde andaba. Envuelta en una bata, bajó a la entrada, miró por la ventana y se apresuró a atender la puerta.
- Susan, por favor, cuánto te esperaba, pasa.
- Buenos Días Marla… Por Dios que le pasa a tu rostro, querida.
- Oh, nada de qué preocuparse, ya sabes, cansancio nada más.
- Oh, ya veo, bueno supongo que sabrás a lo que vengo, entonces.
- Espero – sonrió tímidamente – toma asiento, por favor.
- No, toma tú asiento, va a ser mejor... – contradijo suavemente la doctora, con una ligera mueca de preocupación.
Un nerviosismo repentino invadió a Marla. ¿Qué sería? Algo muy grave, acaso… ¿acaso moriría? No, no, no, no podía ser, no ahora… Muchas otras ideas le invadieron, terroríficas hasta que la voz suave de esa experta señora le interrumpió.
- Toma, léelos tú misma. - inmediatamente metió una mano entre su túnica blanca y sacó un sobre verdoso. Marla estiró su brazo, tembloroso hasta tocar el papel sedoso que le ofrecían. Aún temblando más, comenzó a abrirlo, rasgó los bordes y sacó un fino pliegue de pergamino de adentro.
- No, espera un momento, deja explicarte un poco antes.
Marla dejó todo sobre la mesita central de la sala, la cual estaba igual desde hace tantos años atrás y se dispuso a escuchar.
-En los exámenes no logramos descubrir qué hechizo fue, pues posiblemente fue muy débil o demasiado fuerte para captar los síntomas comunes. Ahora, lo que sí podemos afirmar es que esto a provocado una leve alteración en…- se detuvo un segundo y sonrió riendo levemente - mejor, en palabras simples, a quedado muy propensa a los desmayos cosa que esperamos que con el tiempo disminuya un poco; según me has dicho, tiene muchos a diario.
- ¿Eso es? ¿Nada más? – Marla se sentía cada vez mas aliviada, no sería tan grave después de todo.
- Eh… Dios, no Marla, eso es lo más simple, desgraciadamente… - Marla comenzó a tiritar de nuevo y un escalofrío y varios más la recorrieron entera. – Marla, entiende que lo siguiente es muy serio y habrá que tratarlo con suma delicadeza - Marla comenzó a ponerse pálida – Y sea como sea, habrá que aceptarlo…
- Qu-q-ques', qué… es…
- Calma Marla… intenta al menos tomarlo con calma y mucha. Pues Arabella está embarazada.
En un principio podría hasta haber sonado bonito, pero en tales circunstancias una furia comenzó a invadirla, un dolor, un odio… Odio… tan asqueroso sentimiento. No lo hubiera sentido, si aquel ser indefenso que ahora su niña, su niñita cargaba, tuviera parte de aquel hombre maldito, odiado, enfermo, morboso, lunático, aparte de ese asesino que también ahora había destrozado su vida y la de su hija y peor aún que había sido desgraciadamente el hijo de uno de sus mejores amigos que había dado la vida por ellos.
Se mantuvo tensa un par de minutos, sin hablar roja de ira, aferrada a los cojines del sillón. La doctora volvía con un vaso de agua en la mano y se lo entregó diciendo:
- Marla, por favor, sé que es duro, pero ten en cuenta que ni ella ni aquel niño que ahora está ahí tienen la culpa…
- Lo sé, lo sé, pero no entiendes, va a sufrir demasiado, no quiero que sufra más, esto ya es demasiado. Qué va a pasar, ahora es de nuevo una niña, no va a entender nada, qué le diré cuando me pregunte qué le pasa, no quiero ni hablarle de ese idiota…
- Marla, cálmate… ya habrá momento para pensar en eso. Ahora, aún no termino, hay algo que todavía debes saber. Hay más consecuencias.
- ¡BASTA DE CONCECUENCIAS, NO QUIERO SABER MÁS DEL ASUNTO! - vociferó descontrolada.
- ¡Marla, por Dios, ten paciencia!
- Mira Sue, ponte en mi lugar primero, no sabes de lo que hablas.
- Perdón, ¿qué acabas de decir, que no sé de lo que hablo? Piensa un poco Marla, estoy aquí primero por que tú me lo pediste, segundo porque te quiero ayudar y tercero porque se mucho más sobre esto que tú. Y ya que te niegas a escucharme te digo que lo más seguro que siga olvidando cosas por mucho tiempo a si que no se que va a suceder con esa niña, adiós, ¡y por nada! – indignada, Susan Nillieford abrió la puerta y salió dando un brusco portazo.
