Comprendiendo en vano
Era increíble cómo, de pronto, después de una tormenta sublime, gigantesca, todo había cambiado, todo. La tensión guardada por tantos años, el dolor, la constante angustia y desesperante alerta desaparecían cada vez más rápido en un abrir y cerrar de ojos, pero aún así, huellas quedaban marcadas en la arena. Firmes, gruesas… profundas; difíciles de describir. Con cuatro meses acumulados, flashes de constantes noticias, arrestos y liberaciones manaban de todo diario que ahora hubiese, todo profeta, vespertino, matutino, diario, todo iba dejando entre duda, asombros, suspiros, pero una calma y silencio del que nadie acostumbraba. Y también, con el paso de los días hechos indeseados comenzaban a ser aceptados.
*
Marla arremangó las mangas de su blusa de ceda. Estiró sus brazos y con un fuerte apretón tiró las cortinas a un lado, dejando que el sol penetrase enérgicamente, dando directamente con los ojos de una joven que mantenía apretados sus ojos pidiendo a gritos desde su interior que toda luz desapareciese del lugar.
-Mamá... un ratito más, por favor...
-No, no, no, ya es hora de que te levantes, no seas floja. – Puso sus manos en sus caderas y observó atentamente cómo su hija lentamente se incorporaba apoyada en sus brazos. De pronto, la cara de la joven se tornó medio verde; Marla sabía lo que se venía. Se abalanzó para agarrarle la cabeza justo en el momento en que las fauces de Arabella se abrían para dar espectáculo no muy agradable, pero ya tan común.
Le costaba respirar. Aún así, como de costumbre se levantó con las pocas fuerzas que le quedaban y fue directo al baño, en busca de un poco de agua. Aprovechó de remojarse su rostro y observó cómo el agua se escurría a lo largo de su hinchada y cansada cara... ahora que lo notaba, no era sólo su cara lo hinchado. Extrañamente, antes no se había percatado de lo perfectamente redondeado que estaba su estómago; no recordaba, tampoco, haber comido tanto. Bueno, de todos modos no podía halagarse de tener una, que fuera, buena memoria. Pero esto...
-¿Mamá?
Al instante, Marla apareció tras la puerta. Si Arabella le hubiera preguntado, no hubiera podido negar que la observaba por el rabillo de la puerta.
-¿Sí? – se acercó por atrás mirando a su hija que posaba frente al espejo – ¿Qué pasa querida?
-¿No encuentras que mi estómago está algo raro, ya sabes, muy gordo?, pues no recuerdo que hayamos comido en exceso últimamente, además, con mis vómitos...
Levantó una ceja. Por primera y última vez, Marla lamentó el hecho de que su hija fuera tan observadora. El labio inferior le tembló un milisegundo antes de interrumpir; sería ahora tal como podría ser mañana o como tendría que ser algún día.
-No encuentro que tengas algo extraño, linda – levantó sus cejas – de hecho, creo que es absolutamente natural.
Arabella frunció su ceño – ¿A qué te refieres con... Natural?
Marla suspiró, bajó la mirada y se acercó más. Puso su mano sobre el susodicho estómago y miró nuevamente el reflejo de ambas.
-Linda, es absolutamente natural que estando embarazada estés así...
*
De quién. De quién. De quién. De quién.
Esta simple pregunta se repetía sin cesar en su cabeza. Lo único que tenía claro de todo lo que transcurría en esos seis meses era que ella había tenido un accidente, al parecer muy grave, y recordaba algunas cosas, o muy de su niñez o momentos que no lograba hilar. Visiones, que cada vez eran más. Y ahora esto. Esperaba un hijo y no sabía ni como ni cuando y ni de quien era.
Habían transcurrido semanas de encierro y de llanto, buscando dentro de si la pieza que encajara con aquel pedacito de su inmenso vacío. No obtuvo respuesta de su subconsciente pero, de algún modo una lucecita preciosa le hizo enternecer y aunque hubiera tanta duda, era su hijo, SU hijo... Así había nacido también en ella el extraño impulso de protegerlo, de amarlo, de saber mas de él y fue así que, accediendo a hablarle a su madre y medio reconciliándose con ella, esperó una visita que le dijo mucho.
-Seis meses y es niña – sonrió la doctora Nillieford – y a pesar de que tú estés un poco desnutrida, está perfectamente sana. Felicitaciones.
Arabella sonrió triunfante a su madre y a la doctora. Ya comenzaba a imaginársela. Una miniatura de si misma, aunque si...
De repente se puso seria – Doctora... habría alguna posibilidad de saber... – miró de reojo a su madre y lo pensó un segundo más. No, mejor no. Tal vez era mejor no saberlo.
-¿Saber qué, Arabella? – Ahora la doctora miró a Marla.
-Oh, no nada, era algo sin importancia. – cambió de idea bajando su mirada.
-Oh, está bien. En fin, Arabella será mejor que te tomes un poco de esta poción restablecedor dos veces a la semana, no te preocupes, no le hará nada a la niña y así vas a tomar un poco de color – sonrió carismáticamente y se levantó de su asiento.
-Bien, muchas gracias Susan, muchas gracias – se despidió Marla.
-No hay de qué, cuídense ambas, nos vemos el próximo mes.
El próximo mes. No hubiera habido manera de cancelar esa cita. No con lo que las tomó sin aviso.
-Ara, baja rápido que tenemos que irnos ya – exclamó escaleras arriba Marla, para que su hija le escuchara.
-Ya voy. . . –respondió una voz cercana.
Marla se dirigió a la chimenea para tomar el viejo pote plateado donde guardaban los polvos flú, cuando recordó que no podían viajar con ellos; la doctora no tenía chimenea en su consulta. Corrió su mano y tomó en cambio las llaves del auto que guardaban en caso de emergencia. Dio media vuelta y se sentó en el sillón, recogiendo las páginas desordenadas de El Profeta, dispersas sobre la mesita de centro. Miró un momento el encabezado y lo leyó sin mayor asombro.
"CINCO MORTÍFAGOS ATRAPADOS POR EL CÉLEBRE AUROR, ALASTOR MOODY"
Dejó nuevamente el diario sobre la mesa y revisó su reloj de muñeca. Frunció el seño y se dirigió a la base de la escalera.
-¡Arabella, estamos t...! —
Un desesperado chillido la dejó fuera de si. Sin pensarlo dos veces subió la escalera de tres en tres y corrió al fondo del pasillo, hasta el baño. Al entrar, se agarró del umbral y con un leve tropiezo se acercó a su hija. Arabella permanecía sentada en las frías baldosas, apoyando su espalda contra el borde de la tina y con ambas manos agarrando el pequeño bulto de su estómago, y el rictus de dolor en su cara indicaba que algo no andaba bien, para nada.
Ya en el auto, acelerado a toda velocidad, Marla intentaba responderse cómo demonios su hija iba a tener a su bebé en ese momento si sólo tenía siete meses... ¡sólo siete! Nadie sabía qué le podía pasar en aquel estado, tanto al bebé como a la propia Arabella, nadie.
-Marla por favor, quédate aquí, va a ser difícil.
-Pero...
-Sólo te lo pido por favor – Susan miró unos instantes los profundos ojos de la señora frente si y cerró la puerta
Había pasado una hora y alrededor suyo no había acaecido ruido ni movimiento alguno. Si no fuera por la terrible angustia que la abatía, ya estaría en medio de una larga siesta y a pesar de la magnánima quietud no había logrado relajarse siquiera un poco.
El chirrido de una de las gruesas puertas de la sala le hizo dar un respingo y vio pasar corriendo un enfermero. Ahora estaba paralizada. Justo antes de que la puerta se terminara de cerrar escuchó claramente dos aterradoras palabras.
-... está inconsciente...
