Los Hechos Hablan
¿Inconsciente? Si no hubiera sido por el hecho de que había vivido los últimos seis meses con su hija, hubiera pasado por alto la gigantesca posibilidad de que aquello volviera a suceder; cuánto le temía, pero prefería eso a quedarse sola, sola con la huella viva de aquel creciente dolor.
El pasillo relucía de blancura; la luz atacaba amenazadora. Apretó con fuerza sus párpados y no pudo evitar que un par de gruesas lágrimas cayeran en su regazo. Trataba de contenerse pero un fuerte aullido, un grito de desesperación y furia quería salir de ella, quería intentar abatir al mundo para que todo volviese a ser como antes. Se acurrucó sobre si misma, arrebujada en la cómoda butaca y mordió con fuerza su rodilla izquierda.
- Marla…
Despegó sus párpados y sacó su cabeza de entre sus rodillas. Susan estaba hincada frente a ella, acariciando cariñosamente su hombro.
- Dónde está mi hija, qué le pasó, dime cómo está… - susurró en un tono disparejo.
Susan intentó sonreír, pero el estado de su amiga era lastimero. Sus ojos estaban hinchados, como tantas veces en tantos años los había visto. – Pobre mujer – pensó antes de contestar – ha sufrido demasiado ya en esta vida.
- Está aquí, esta dentro Marla, ven, entra.
- Cómo está – volvió a preguntar, sin moverse.
- Ven… - Susan le ayudó a incorporarse y como a una niña la llevó de la mano.
Cruzaron las puertas y caminaron a lo largo de otro pasillo, más ancho y donde de cuando en cuando una puerta decoraba con su respectivo letrero. Pasaron también bordeando una ventana, con un enorme letrero de "Maternidad" y dentro se veía claramente un bebé levitando y una enfermera tratando de atraparlo. Susan se detuvo un momento y se asomó por la puerta siguiente.
- Hilda, dale un poco de Andrumadas para que se quede quieto. Es de los Creevey, ¿no? – ordenó riendo y cerró la puerta.
Siguieron caminando. Ya parecía que nunca llegarían…
- Marla, querida, Arabella está inconsciente.
Silencio.
- Y bueno, como era de esperar…
- ¡Susan! ¡Urgencia en la cuatro! – una voz interrumpió, apareciendo por atrás. Susan iba a dar media vuelta pero rehusó.
- Lo siento Erm, no puedo ahora.
Ya habían llegado. Todo tranquilo, ni un ruido. Sin mas, Marla abrió la puerta.
Arabella estaba tendida en la cama, parecía dormir, se le veía calma. Su madre dio un par de pasos inseguros. Le tomó la mano y le acarició la frente. Luego giró en dirección a la enfermera, a su lado, y estiró delicadamente sus brazos: era pequeñísima y una escasa pero negra mata de pelo se arremolinaba en su cabecita y sus ojitos juntos indicaban que dormía tranquilamente, todo bien.
De nuevo, los llantos.
El bebé pasó a manos de Susan y Marla tomó asiento, secándose la cara. Todo comenzó a moverse y con ello Arabella fue trasladada a una habitación de reposo. Explícitas órdenes fueron dadas y en ellas se mencionaban la de que Arabella Figg y su hija fueran atendidas hasta que ésta recobrara la conciencia.
Suceso que aconteció no antes de una semana más tarde.
Albus Dumbledore sostenía en sus ya viejos brazos una nueva vida. Sentía en si la fuerza de la familia, aunque no fuera suya y estuviera lejos de tenerla. Sabía que esta sería una vez única de experimentar algo como aquello, aun en las circunstancias que le volcaban el recuerdo en tiempos no muy lejanos. Sintió una mano en su hombro y miró de reojo a la mujer que se asomaba a su lado.
- mira, está abriendo los ojitos – la escuchó susurrar.
Era cierto. Unos pequeños pero hermosos ojos negros acababan de abrirse al mundo por vez primera y por si, se sentía extraño.
- Se parece tanto… - suspiro - qué pasa si…
- No lo sabremos hasta que le vea, Marla, tal vez— calló. ¿Tal vez qué sucedería? Por ahora ni por mucho tiempo se podría saber.
- ¿Señora Phonix? – sonó una joven voz tras ellos.
- ¿Si? – Marla dio media vuelta para encontrarse cara a cara con una enfermera bajita y regordeta.
- Su hija despertó, señora, puede pasar a verla.
Marla clavó sus ojos en los de Albus y sin decir una palabra se alejó hacia la habitación de Arabella.
Albus dejó a la pequeña en su cuna y la observó en un largo minuto.
- Que el buen Dios decida lo que venga…
"Papá, ¿dónde estoy? Me siento rara ¿Dónde estoy? ¿Qué son esas botellitas humeantes? ¿Por qué todo es tan blanco? ¿Por qué estoy sola? Papá, por qué no me hablas, papá… ¿Para adónde vas? ¡Por favor no te vayas! ¡No!..."- bajó sus ojos y murmuró –"Adiós papá."
Giró su cabeza y sonrió tras escuchar cómo se cerraba la puerta.
- Mamá – dijo casi sin voz. La vio caminar sin apuro hacia ella y respondió al cálido abrazo que recibió.
Marla se apartó un poco y extrajo de su túnica su gastada varita y pronunció dos simples palabras.
- Nan Sonorum
Un leve crujido irrumpió el aire y Marla fue a abrir la puerta para ver si todo andaba bien. En el pasillo había tres niños que parecían gritar, pero ningún sonido atravesaba sus oídos. Suspiró y cerró la puerta sonriendo.
- ¿Qué hiciste?
- Es mejor tener cuidado en todo momento, querida, aquí hay todo tipo de gente.
Un escalofrío recorrió la espalda de ambas, en conjunto de lejanos recuerdos. Volviendo al presente, Arabella preguntó:
- Mamá, ¿donde estamos? ¿Y qué hago aquí?
Marla tragó en seco y se quedó quieta.
- ¿Mamá?
- En el hospital, querida. – dijo con un leve temblor en la voz.
- ¿Hospital? ¡Y porqué! –saltó contrariada.
- Anoche te desmayaste y quedaste inconsciente linda, preferí traerte… -titubeó - perdóname – Mintió.
- ¡Oh! ¡Qué lástima! ¡El cumpleaños de Remus!
- ¿Cumpleaños de Remus…?
- Sí, de Remus Lupin, claro.
- Bueno, te dejo que descanses.
- Gracias, mamá – sonrió – ¿Cuándo iremos a casa?
- Lo antes posible, querida, lo antes posible – terminó murmurando.
No podía ser. Habían pasado cuatro meses desde el cumpleaños de ese tal Lupin. Cuatro meses que para su hija ya no existían.
*
- Hay problemas, me tengo que ir Marla, lo siento.
- Despreocúpate Albus, termino esto y ya me largo a casa.
La miró un momento. El reflejo dorado en el marco de sus lentes le hizo parpadear.
- Va a ser lo mejor, lo sabes.
- Eso espero… - susurró casi para si misma - algún día irá a Hogwarts, ¿cierto?
- Por supuesto – sonrió – si aún estoy ahí, te diré cómo está. ¿Familia…?
- No lo dirán, es mejor…
Albus bajó su mirada, se arregló sus lentes medialuna y levantó la cabeza.
- Va a estar segura, te lo prometo – sonrió levemente.
- Gracias, Albus, cómo te lo puedo agradecer…
- No hay de qué… Después de todo, es como si fuera una nieta.
Ambos sonrieron.
- No te quito más tiempo, te necesitan.
- Adiós, y gracias.
- A ti, adiós.
*
Ni vómitos, ni inconsciencias retornaron por mucho tiempo, cosa que no significaba que desapareciesen por completo. Tal vez para la madre, más que para la hija, los malestares hubieren aumentado; el remordimiento y la angustia y esos terribles dolores al pecho no se le despegaban, sin contar los accidentes por la poca concentración en la específica preparación de pociones caseras. Ya después de dos semanas de incidentes desagradables en sus propias manos, la lejana idea de Volver-Al-Trabajo, comenzó a rondarle.
- Tres astillas de uña de mula y quince segundos… -murmuraba para si, observando fijamente el segundero del reloj levitando sobre el caldero. Diez segundos. Agarró la cucharita de plata para embutirla en un pote etiquetado como "Musgo Vivo" y extrajo una sustancia verdosa gorgoreante.
- …Melanie…
La cuchara tembló un milisegundo antes de entrar de lleno en la poción. Catorce segundos.
- ¡AGÁCHATE! – vociferó Marla justo a tiempo para esquivar la inmensa masa verde con pedazos de hierro que acababa de explotar.
Hacía no más de cuatro semanas que su hija, decidiendo el nombre del bebé que ya no recordaba, había elegido ése justamente. Su pánico propiamente había hervido con aquel deletreo.
- Bien, al menos es el subterráneo y no la cocina de nuevo, ¿no? – rió Arabella
- No te llegó nada, ¿cierto? –preguntó tras un notorio gruñido de término-de-paciencia.
- Mm, no, eso creo. –respondió revisando sus pies.
- Suerte, tienes buenos reflejos. – sonrió Marla
- Quién lo dice… - levantó sus cejas.
- Aunque podría evitarme usarlos tanto si evitaras entrar con ese místico "Melanie" sin antes tocar la puerta.
- Ja, ja, perdona, es un lindo nombre que leí en una de esas novelas que guardas.
Suspiró aliviada. Sólo había estado leyendo. Leyendo ese libro.
- Leías "Melanie y los tres Aurores"?
- Exactamente, muy bueno por lo demás. – Comentó, mirando a su madre ponerse un par de gruesos guantes de piel de dragón.
- Sí… me lo regaló tu padre. – Terminó murmurando.
Un silencio se sostuvo mientras ambas limpiaban todo al compás de sus varitas.
- El timbre – rompió Arabella.
- ¿timbre…? – frunció el entrecejo Marla - ¿cómo lo escuchaste?
- Eh, mamá parece que te estas quedando sorda, ¿eh? – rió bromeando – Los años, los años…
- Ja… no, lo digo enserio, aquí nunca se ha escuchado. En fin, después sigamos, vamos. – Sacudió sus manos y desapareció para aparecer justamente frente a la blanca puerta de la casa.
Antes de que su mano tocara la manija, ésta giró sola y tras de si una larga cabellera plateada brillaba al sol de la tarde.
- Marla, es una urgencia, debo hablar contigo. – Miró a la joven que aparecía por la puerta del subterráneo – a solas, por favor.
- ¡Ho!...La tío… - quiso saludar, pero su madre y compañía ya desaparecían tras las puertas de la sala. Un pensamiento pasó por su cabeza. Se estremeció ligeramente y bajó devuelta al sótano.
*
- ¿Linda? – tocaron la puerta.
- ¿Si? Pasa mamá. - contestó Arabella levantando la vista. Estaba sentada con las piernas cruzadas sobre su cama, leyendo la susodicha novela. Dejó el libro aun lado, dejando que la gruesa cubierta de cuero se hundiera en el cubrecama, expectante a que la puerta se abriera. En un instante observó cómo su madre entraba, seguida de una fila de unos siete u ocho libros flotando tras de sí. – ¿qué traes?
- Algunas cosa que encontré en los estantes del fondo de mi armario. Hacía mucho que no lo revisaba – respondió, tomando un libro y sacudiéndole el polvo, a la vez que los otros se amontonaban ordenadamente en una pila.
- Y… qué son –preguntó divertida, recogiendo uno.
- Pues… unos tantos álbumes de fotos y…cosas por el estilo.
De la cara de Arabella desapareció cualquier sonrisa de curiosidad que pudo haber existido - ¿…Y de qué demonios me van a servir las fotografías, si no recuerdo a nadie…? – pregunto esta vez, amargamente.
- Nunca se sabe, Bella, es mejor que los veas.
Silencio.
- ¿Quién me decía así? Estoy segura de que alguien alguna vez me dijo Bella, una única persona…
Marla abrazó a su hija con todas sus fuerzas. Nunca se lo diría y si no fuera porque no tenía fotos de, bueno, ese tipo, nunca le hubiera mostrado esos libros. Era mejor que no lo recordara. Aunque de todos modos algún día iba a suceder.
- Te dejo tranquila. Velos, te hará bien.
- Gracias mamá – sonrió.
Esperó que su madre saliera de la habitación y pescó una empolvada cubierta verde musgo, dejándola encima de sus muslos. Le pasó una mano encima, luego limpiándosela en la colcha y vio cómo unas pequeñas letras doradas relucían al borde: Arabella Figg. ¿Había sido suyo? Más bien, ¿era suyo? Un ligero presentimiento de que había una razón por la cual su pieza estaba extrañamente vacía la invadió. Finalmente dejó de lado esos pensamientos y dio paso a abrir el maldito libro. Desde la primera hasta la última de sus gruesas páginas eran fotos, montones de fotos, tan alborotadas en sus movimientos como viejas y roñosas. Observó detenidamente la primera y un hormigueo lentamente comenzó a subirle por la columna, una extrañísima picazón que le hacía temblar las manos. La imagen mostraba claramente dos chicas vestidas muy elegantes y cualquiera hubiera dicho que muy bellas. Estaba ella y a su lado… a su lado una chica que estaba segura que conocía. Una melena crespa estaba apretadamente tomada en un moño, dejando los enormes rizos caer tras su cabeza; su rostro sonriente mostraba su eufórica risa (incluso excesiva), y siendo algo más baja que la misma Arabella, la abrazaba por los hombros. Arabella parecía sólo huesos y aunque su felicidad era radiante se le notaban los ojos cansados, aun azules, que contrastaban con la oscura joya que pendía de su cuello. Claro, cómo no recordarlo. Sus manos temblorosas corrieron el papel sedoso que tapaba las notas, descubriendo una pequeña frase: Fiesta de graduación. Sofía Simmian.
Cerró el libro de golpe y lo puso sobre la pila que su madre había dejado. De pronto quiso dormir, le dolía mucho la cabeza, le comenzaba a dar vueltas y vueltas. Se recostó hacia atrás, juntó sus ojos, pero le fue imposible. Era demasiado lo que comenzaba a pensar, a ver involuntariamente, era demasiado lo que comenzaba a recordar.
"- Hay una sola posible forma de saber qué fue lo que pasó en realidad. Hemos estado condenando y juzgando sin reales pruebas. Es mejor averiguarlo.
- ¿Pero no se supone que esto no tiene qué cabos atar con el asunto? Es lo que tengo entendido, ¿no? No hay forma de ligar dos sucesos tan diferentes.
- Ambos son un misterio, ambos. De ambos sabemos demasiado poco. Y aun así hay cosas que no logran concordar – suspiro – pero…
- Pero… - corea una voz femenina.
- Pero tengo la ligera sospecha de que puede tener mucho que ver… tal vez…
- ¿Y qué quieres que haga con eso…?
- Hay que hacerle recordar… Una corazonada me dice que tiene la respuesta a todos nuestros dilemas… Y al mayor de todos, el vasallo de Voldemort."
Arabella despertó con un gran sobresalto, media asustada, media confundida. Estiró la suave piel de su cara con ambas manos y abrió lo ojos a más no poder. Definitivamente y de algún singular modo había logrado "dormirse". Pero ahora rogaba lograr recordar lo que soñaba, pues, la última de la sarta de palabras que habían pasado por su cabeza le había devuelto al día presente alarmada. Tomó aire, miró a la ventana; lo soltó, ya era de noche. Cerró sus claros ojos un instante para escuchar el quieto silencio de la tarde. De pronto dejó de respirar, dejando paralizar todo su cuerpo; salto, vuelta, estiró el brazo y agarró el álbum. Pasó a llevar el torreón de libros, haciendo estrépito al caer, y se precipitó escaleras abajo, directo a la sala. Una vez en ella, tomó en su izquierda un pequeño recipiente plateado y con su otra mano sacó un puñado de divergentes brillos cristalizados; éstos fueron a parar directo al fuego, seguidos por un ronco – Remus Lupin.
Continuará, en un par de meses más… Felices vacaciones!! Atte, Arabella Figg Kalabaza
