Parte 3:
Ring, Ring, Ring... Sonó el teléfono insistentemente hasta que una mano vendada salió de debajo de las sabanas para acallarlo.

-Sumeragi Subaru.- contestó intentando sonar lo más despierto posible.- ¡Abuela!
La voz áspera de la décimo segunda cabeza de familia de los Sumeragi lo hizo despejarse de golpe.
El joven, se sentó, apoyando su espalda desnuda contra la templada cabecera de la cama y miró hacia el reloj de su mesilla.
-Si, estaba durmiendo. Anoche trabajé hasta tarde... ¿Qué?... Lo entiendo. Estaré allí en cuanto pueda.

Sumeragi, colgó con suavidad y pasó sus dedos entre sus revueltos cabellos. Poco después ya se encontraba en pie preparándose para marchar.
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Estaba apunto de salir por la puerta cuando se detuvo, echando una última mirada alrededor.
-¿Dónde dejé las llaves anoche?... – Se preguntó en voz alta mientras metía sus manos en los bolsillos de su largo abrigo blanco. - Ya lo recuerdo.
Caminó seguro hacia el escritorio, situado bajo la gran ventana de su habitación donde un par de llaves plateadas aguardaban junto a un paquete de tabaco, justo sobre una pila de documentos. Las recogió y miró aquellos papeles. Eran los documentos que recogió en la universidad. En realidad, ni siquiera sabía por qué lo había hecho. Hubo un tiempo en el que su mayor ilusión hubiera sido poder ir allí y estudiar veterinaria. Deseaba poder cuidar de los animales: de los gatos abandonados de los perros, de las aves,… de todas las criaturas que pudieran necesitarlo. Al fin de al cabo ellos eran los únicos que no tenían dos caras (como los humanos). Ellos son los únicos que quieren sin condiciones, dando todo su cariño por una caricia o una sonrisa. Le hubiera gustado ser veterinario por eso y por él, por aquel hombre que le enseño que el mundo era gris y frío como su helado corazón. La misma persona que jugo con él como si se tratara de un simple objeto, se lo arrebató todo y lo convirtió en lo que hoy era; Un pequeño muñeco clavado en la pared de la vida por dos chinchetas. Sumeragi, apretó con fuerza las llaves en su mano diestra sintiendo como todas sus heridas volvían a abrirse.
-Seishiro.

Continuara...