Capitulo 2: Un extraño sendero.

A las ocho y media de la mañana en punto, Erika escuchó unos golpes que llamaban a la puerta. Al abrir contempló a seis niños que la miraban sonrientes.

Erika les devolvió la sonrisa y haciéndolos pasar los acomodó en la larga mesa del comedor. Por suerte eran pocos, lo que le permitía manejar mejor a esos 'pequeños problemas en potencia'. Los niños se presentaron enseguida, David, el mayor del grupo con 12 años, y su hermano Chris con 8, Melanie con 10 años, los gemelos Tommy y Charlie de 8 años y la más pequeña Susie con 6 años.

Ellos eran los únicos niños de Dunstan, por lo visto la tasa de natalidad en aquel lugar descendía vertiginosamente.

- Ya sabia yo que usted debía ser muy guapa- le dijo Melanie a Erika nada más entrar.

- Bueno...gracias.

- No puedo creer que le hicieras caso a Dolina- dijo David- solo dice tonterías.

- ¡No es verdad!- dijo la niña con enfado.

Erika intentó calmar la situación y de paso averiguar a que venía aquella discusión.

- Dolina dijo que usted era un hada- le explicó Melanie- así que supuse que debía ser muy guapa, igual que las hadas.

- Las hadas no existen- dijo David- solo son cuentos y estúpidos mitos.

- No deberías decir eso- le interrumpió Erika, cansada de la actitud arrogante del niño- pues como dijo Aristóteles "El amigo de la sabiduría es también amigo de los mitos"

David permaneció en silencio un segundo.

- ¿Quién es Aristóteles?

Erika suspiró, que difícil iba a resultar aquel trabajo...


Hacia mediodía los niños se marcharon y Erika se desplomó sobre un viejo sofá.

- Empiezo a pensar que los niños de los pueblos son más complicados que los de ciudad- se dijo.

Laika se acercó a su ama y se sentó frente a ella. Mirándola, Erika sonrió.

- Sí, ahora mismo vamos- dijo al tiempo que se levantaba y cogía su chaqueta para sacar a pasear a la perrita.

Al llegar junto al lago, Erika se detuvo a contemplarlo. Era realmente enorme, al menos desde su punto de vista, y era como un gran espejo que reflejaba el cielo cubierto de nubes blancas. Las colinas verdes lo rodeaban y limitaban a su vez.

De pronto Laika ladró y Erika creyó ver algo que se movía, justo al otro lado del lago, pero estaba demasiado lejos y solo alcanzó a ver una sombra.

- Será una oveja perdida- se dijo quitándole importancia y echando a caminar, con Laika pegada a sus pies.

Decidió pasar por el "centro" y comprar algo de comida en la tienda. Pero justo cuando iba a entrar, escuchó que alguien la llamaba.

-¡Eri!¡Eri!

Erika se volteó para descubrir con sorpresa a la anciana Dolina.

- Los has visto ¿verdad Eri?- dijo la mujer.

Erika se quedó muda, no solo por el hecho de que no tenía ni idea de lo que le hablaba, sino que además la anciana había averiguado su nombre y ya la llamaba por su nombre de pila.

- ¿Qué crees que vi?- preguntó tras unos segundos.

- ¡A los elfos Eri!- dijo la anciana al tiempo que hacía extraños gestos con las manos.

- Me temo que no he visto ningún elfo- respondió Erika.

Dolina pareció enfadarse.

- No he visto elfos, no he visto elfos- repitió la anciana con tono burlón- el hada no ve a los elfos, los elfos no ven al hada. Tras el lago se esconden, oh sí, allí se esconden los elfos ¡ve a verlos! ¿no tendrás miedo al agua verdad Eri?

Erika negó con la cabeza, confusa con todas aquellas frases de desvarío de la mujer.

- Bien, bien- dijo Dolina- sigue a los duendecillos, ellos te llevarán. Así el hada podrá ver la luz que a los demás nos está oculta y vendrá a contárselo a todos ¿verdad Eri?¿Les dirás a todos que la vieja Dolina aún conserva su juicio?

Erika asintió por miedo a lo que una negativa podría causar en el estado anímico de la anciana.

- Bien, bien- dijo Dolina y dando la vuelta se metió en su casa.

Erika suspiró con alivio, la anciana mujer empezaba darle miedo. Volvió entonces a la tienda, que en la parte trasera tenía un pequeño bar. La joven decidió tomar allí el almuerzo pues no se sentía con ganas de cocinar.

En el bar se encontró con MacAulay y con otro hombre al que no conocía y que se presentó como Henry Basker.

- ¿Qué tal su primer día?- preguntó MacAuley.

- Podría haber ido mejor- respondió ella con sinceridad.

Él sonrió.- No se apure, los muchachos son más buenos de lo que parece.

- Lo sé, no me haga mucho caso- dijo Erika tras un profundo suspiro.- Es que me acabo de tropezar con Dolina y aún intento asimilarlo.

Basker rió con ganas. - ¿Qué le ha contado esta vez? Quizás que se cuide de los duendecillos de las chimeneas?

- Algo así- dijo ella con una mueca.

En ese momento entró en el bar un niño de cabello rizado y pelirrojo, vestido con un curioso atuendo. El muchacho se subió a un taburete y se puso a hablar con la mujer que atendía en la barra.

Erika lo observó con curiosidad.

- ¿Quién es?- dijo ella señalando- Pensaba que solo había seis niños en el pueblo.

MacAuley rió suavemente.- No es un niño aunque lo parezca. Es Reginald y aunque es bajito tiene ya treinta años, o eso dice él; es del pueblo del norte, y viene una vez por semana para hacer algunas compras, o mejor dicho, hace trueque. Es un personaje muy simpático cuando lo conoces.

Erika se sonrojó avergonzada por la confusión.

- Aunque la vieja Dolina lo llame duendecillo, él siempre mantiene la sonrisa.- comentó Basker.

- No sabía que hubiera un pueblo por aquí cerca- dijo ella intentando desviar ligeramente el tema.

- Miyizain no es un lugar muy popular- dijo Basker- la gente de por allí es bastante reservada y no les gustan los turistas.

- ¿Miyizain dices? Que nombre tan raro.- comentó Erika.

- Sí, nunca he sabido porqué se llama así- dijo MacAuley- pero la verdad es que me importa poco, ya tengo bastantes cosas en las que ocupar mi mente.

-¿Ha estado allí alguna vez?- preguntó ella.

- No, una vez lo intentamos hace muchos años ¿lo recuerdas Henry? Nos perdimos en el pinar y estuvimos casi dos días perdidos- rió MacAuley.- Creo que desde entonces no se me ha ocurrido volver.

Erika asintió y pronto comenzaron a charlar sobre trivialidades propias de los pequeños pueblos pastoriles.

*

Aquel fin de semana en Dunstan, Erika lo dedicó a conocer en profundidad los alrededores de su casita. Recorrió varios kilómetros a la redonda, intentando memorizar los caminos de piedra y los árboles más singulares, y cuando llegó al lago hacia las cuatro de la tarde, estaba ya agotada.

Allí se encontró a alguien inesperado, era la pequeña Susie, que en la orilla jugaba a hacer coronas con flores blancas.

- Hola Susie- la saludó sentándose a su lado.

La niña de cabello rubio y ojos castaños la miró, dedicándole una sonrisa.

- Buenas tardes señorita Erika.

- ¿Estás sola?

- No- dijo la niña señalando con la mano hacia la ladera de la colina- mi papá está allí.

A lo lejos, Erika distinguió una figura oscura, y a su alrededor un gran rebaño de ovejas. Se volvió hacia la pequeña.

- ¿Qué haces?- le preguntó, viendo como se afanaba en unir una flores con otras.

Susie le enseñó la corona de flores que acababa de terminar.

- Es una corona para los elfos.

Erika la miró confusa. - ¿Elfos?

La niña sonrió. - Mi mamá me contó que a los elfos les gustan mucho estas flores y que se visten con ellas. Por eso las hago, así los elfos se pueden poner los collares y coronas que les hago.

Erika sonrió ante las fantasías de Susie, y volvió su mirada entonces al otro lado del lago donde distinguió pequeños puntos blancos sobre la hierba y más lejos, un pinar. Recordó entonces el pueblo del norte del que le había hablado MacAuley ¿estaría muy lejos?

- ¿Se encuentra bien?- dijo la niña de pronto.

Ella pareció despertar. - Sí, estoy bien. Dime Susie, ¿sabes donde se encuentra el pueblo de Miyizain?

La niña arrugó la nariz, en un esfuerzo por recordar.

- Mi papá dice que está por allí- dijo finalmente, señalando el otro lado del lago- está cerca, creo que detrás de ese pinar.

Erika asintió y volvió de nuevo la mirada hacia el otro lado del lago. Le gustaría visitar ese curioso pueblo, generalmente los pueblos pequeños contaban con gran cantidad de interesantes reliquias arquitectónicas. Aunque Dunstan era la excepción debido a su peculiar situación.

Susie se puso en pie de pronto, cuando escuchó un silbido y se despidió para salir corriendo hacia donde se encontraba su padre.

Erika, sin pensárselo demasiado echó a andar, con su mochila a la espalda y con Laika tras ella, hacia el otro lado del lago.

- Es encantador- se dijo al contemplar las aguas tranquilas y azules.

Subió por una de las colinas para bordear el lago, la ladera estaba llena de hayas y pequeñas flores silvestres crecían por todas partes. Laika corría dando vueltas, ladrando y persiguiendo mariposas. Erika sonrió feliz, hacía mucho tiempo que no disfrutaba de una excursión.

Antes de que se diera cuenta, estaba ya al otro lado. En realidad aquel lado no difería mucho del otro, prado verde, flores, árboles y más colinas. Al menos, era un lugar bonito.

Pronto se fijó en lo que había llamado su atención cuando estaba con Susie, aquellas pequeñas florecillas blancas con las que la niña había hecho una corona.

Al observar detenidamente la zona en que se encontraba, descubrió con sorpresa que las flores blancas crecían formando lo que parecía un camino algo irregular.

Por un momento, Erika pensó en encontrar elfos o duendes al otro lado, no tardó en reprenderse por sus estúpidas ideas.

Laika ladró y empezó a correr de un lado a otro por el camino hecho de flores. Erika sonrió divertida.

- De acuerdo Toto, Dorothy seguirá el camino de adoquines amarillos.

Y dando pequeños saltos, Erika siguió el sendero que formaban aquellas flores blancas, con la perrita corriendo tras ella.

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(Creo que he visto demasiado El mago de Oz ¬¬)

¿Que encontrará Erika al otro lado? jejeje tendrán que esperar para averiguarlo ^^ ¡gracias por sus reviews!