Galadriel

Ese hombre le había salvado la vida.

Galadriel reposaba sobre la balsa echa de restos del naufragio, sin terminar de creerse que la persona que le había impedido subirse a la embarcación, fuera la que, justo en ese momento, acabara de acogerla. El hombre que la había aupado tenía la respiración entrecortada, le había dado agua y le había dejado espacio mientras se recuperaba.

Ella había escapado del barco que partía hacia las Tierras Imperecederas. Sus superiores habían determinado que su misión en la Tierra Media se había acabado. Como si abandonar su promesa fuera un regalo, en vez de una tortura.

Galadriel se había lanzado al mar y había huido de ese destino. Sus fuerzas habían estado al límite, sentía el cansancio en cada centímetro de su cuerpo, y la deshidratación haciendo fuerza en su garganta cuando encontró la embarcación sobre la que ahora descansaba.

Estaba viva de milagro.

Había tenido que usar todos sus poderes para sobrevivir en el mar, aunque hacía ya muchas décadas que había dejado de utilizarlos.

Galadriel había sido sierva de Melian, la maia, durante la mayor parte de su vida. Había consagrado su existencia al conocimiento, a la ciencia y a la magia, pero todo eso murió en su corazón el mismo día que murió su hermano. Además, Melian había regresado a Valinor, ya no podía aprender nada más de ella. De hecho, Galadriel recordó, con dolor, que no intercedió en la batalla porque sus poderes no podían rivalizar ni con los de Morgoth, ni con los de Sauron.

Y no fue la magia, sino el acero, lo que determinó la guerra. Desde entonces, Galadriel había renegado de la hechicería, y se había enfocado en entrenarse en la batalla, quería honrar a la parte guerrera de su familia: a sus hermanos. Y juró vengarlos con las armas en las manos.

Celeborn, el marido de Galadriel, no lo entendió. Él quería gobernar, un hogar y formar una familia, no quería su venganza; «no me quería a mí», pensaba Galadriel siempre que sus pensamientos caían en esa espiral. Y Celeborn fue a otros lugares, y libró otras batallas que no eran las de ella, y desapareció de su vida. Galadriel llevaba mucho tiempo sin verle. Si se estableció en un bosque viviendo la vida que siempre deseó con una elfa que pudo llenarle el corazón o si murió en una contienda, era algo en lo que Galadriel prefería no pensar. Solo sabía que no sabía nada de él y, a veces, no saber nada era mejor que saber algo malo. Era capaz de afrontar su abandono, pero no su muerte, no otra muerte más.

Galadriel descansaba sobre las incómodas tablas de madera en medio del mar y tenía muchísimo frío. Se abrazó recordando el dragón, su imponente figura bajo el agua. ¿Temblaba por su pasado o por lo que acababa de vivir? Era difícil saberlo.

Ante el ataque su instinto había actuado, Galadriel había huido, lo que significaba que había abandonado a aquellos hombres a la peor de los suertes, a la muerte. ¿En que la convertía aquello?

—¿Cómo te llamas? —había preguntado el hombre que la había subido a su barca.

—Galadriel.

—Yo soy Halbrand.

Halbrand parecía sacado directamente de la celda del barco que había naufragado, aunque, seguramente, él podría pensar exactamente lo mismo de ella. Era muy alto y tenía la barba y los cabellos descuidados, aun así sus rasgos eran proporcionados, y puede que fuera atractivo para los gustos de los humanos.

—¿Qué rumbo fijamos? —preguntó él.

Encima, bromeaba, eso, o no tenía un lugar al que volver.

—No voy a hacerte nada —dijo Halbrand después.

¿Qué daño podría hacerle un hombre a ella, entrenada en la magia y en la batalla? La vida de aquel hombre era un pestañeo en comparación con su larga existencia, Galadriel incluso recordaba los días anteriores a los días en Valinor.

Aun así, ella entendió lo que él quería decirla: veía la agilidad de Halbrand cuidando la embarcación, sus manos que sabían lo que hacían; contempló sus brazos y piernas, fibrosas y firmes. Había sobrevivido al dragón y no era casualidad. Lo único que ese hombre intentaba decirla, ya que eran solo dos seres sobre esa destartalada barca, era que no intentaría violarla. No es como si tuviera que estar agradecida por ello. Galadriel suspiró, no sabía si Halbrand era un delincuente o no, lo que sí sabía era que no muchos hombres corrientes sobrevivían a un dragón.

—Solo estoy preguntándome qué clase de hombre dejaría tan pronto a sus compañeros a merced de la muerte —aclaró Galadriel.

—Uno que sabe sobrevivir —su mirada era penetrante—. ¿Para qué formar parte del blanco?

—Sigues siendo un blanco —dijo Galadriel—. No estaremos a salvo hasta que lleguemos a tierra.

—No va a ser fácil estar a salvo, al menos para ti —dijo Halbrand con descaro—. ¿Te has alejado del barco? ¿Seguro? Has desertado.

Lo que a Galadriel le molestó fue que la leyera de esa manera, como si fuera un mapa abierto.

—¿Tengo pinta de desertora?

—De lo que no tienes pinta es de que esto te haya pasado por casualidad. O sea, que estás huyendo. Si huyes hacia algo o de algo, aún no lo he decidido.

—El deber me exigía volver a la Tierra Media. Es cuanto necesitas saber.

—Asuntos importantes de elfos —masculló Halbrand.

—¿Qué te hemos hecho los elfos? ¿Nos culpas de estar aquí aislado?

—No fueron los elfos los que me echaron de mi tierra, si no los orcos.

A Galadriel su corazón le golpeó. Ahí estaba, la prueba que necesitaba.

Halbrand

«La suerte puede encontrarte hasta en el medio del mar» pensó Halbrand cuando vio a una elfa a nado rondando la embarcación.

Aunque no supo a cuál de los dos le sonreía.

Nada más contemplarla comprendió que su belleza no era humana. De hecho, no recordaba a una mujer tan fascinante desde la última vez que se encontró con Lúthien. Tampoco es que hubiera visto a muchas elfas de cerca desde entonces.

La elfa estaba agotada y todo su aspecto lo reflejaba, probablemente, por eso mismo, los humanos de la barca habían pensado que era humana. Halbrand siempre decía que los hombres sabían mirar, pero no sabían ver. Y ellos no la veían como la veía él.

Halbrand se acercó a ella y escrutó sus ojos. En ese momento, comprobó que los poderes de la elfa estaban muy debilitados. A pesar de ello, percibió el gran poder que contenía. Teniendo en cuenta lo cerca que estaban de las Tierras Imperecederas, fuera quien fuera aquella elfa, podía servir a su propósito.

Pero tampoco podía tirar todo lo que había ido construyendo hasta ese momento con los humanos. Se comportó, por lo tanto, como cualquier humano inteligente se habría comportado: fue neutral.

—La marea del destino es impredecible. Si nadie más quiere. La tuya puede subir, o bajar.

Los problemas comenzaron cuando los hombres descubrieron que era una elfa.

A partir de ahí todo fue un caos.

Halbrand utilizó su don para leer en los corazones de esos hombres.

Había un odio negro dentro de ellos. El dolor cincelado por las guerras que ambas razas habían librado en Númenor. La mayor parte de le embarcación se decidía por matar a la elfa. No solo la querían lanzar al agua. Un hombre pensaba en degollarla. Otro se deleitó con la imagen del cuerpo de ella bajo el suyo, asfixiándola y violándola. Otro valoraba la posibilidad de alimentarse con su carne cuando las raciones se hubieran acabado.

Los hombres de Númenor odiaban a los elfos, pero aquellas ideas eran demasiado macabras incluso para ellos.

Si hubiera dispuesto de tiempo, Halbrand habría convencido a los humanos para que la elfa se quedara… Estaba seguro de ello, pero no tenía tiempo y las voluntades de aquellos hombres eran fuertes por la necesidad y la escasez de las raciones y el agua. Los pensamientos aumentaban en crueldad, y Halbrand tenía los poderes limitados por su cuerpo humano, además no podía hacer gran ostentación de su magia, la elfa, por debilitada que estuviera, podría llegar a percibir su poder, y estaba en el mar de Ossë, cualquier paso en falso le llevaría directamente frente a Manwë y le enfrentaría al peor de los castigos.

Tuvo que elegir entre los hombres y la elfa.

Entre lo que ya había ganado y todo aquello que podía ganar.

Y recordó al dragón.

Halbrand.

Halbrand supo quién era en cuanto dijo su nombre: Galadriel de los Noldor. Recordó que un elfo oscuro le había dicho en una ocasión que era la más poderosa de los elfos que habían quedado en la Tierra Media y la más hermosa de la casa Finwë.

Halbrand no estaba seguro de si su decisión había sido acertada. Ya se había ganado la confianza de los hombres de la barca. En Númenor le habrían recibido con los brazos abiertos al ir de la mano de gente de su pueblo, eran sus aliados, su carta de presentación y los había perdido.

Tuvo que elegir. Halbrand se puso el colgante que había tenido celosamente guardado, buscando el momento perfecto.

Si ella era Galadriel, y tenía toda la apariencia de serlo, aquel podía ser su pasaporte directo al reino de los elfos. Sin duda, no le sería de ayuda para entrar en Númenor, pero adaptarse era su especialidad y las tierras de los elfos una maravillosa alternativa. Tenía mucho que ganar, si conseguía ganársela primero. Pero no iba a ser fácil. Él mismo se había acercado a los hombres porque eran más sencillos de manipular. Los elfos tenían la sabiduría de los siglos a sus espaldas, y la de ella, empezó antes de que se creara la Tierra Media. Por eso cuando Galadriel le preguntó:

—¿Tu tierra? ¿Dónde estaba?

Halbrand respondió:

—¿Acaso importa? Ahora es ceniza.

—Conozco parte de ese dolor que sientes —dijo Galadriel—, comparto tu pena por los que perdiste. Eso del cuello, ¿es la marca del rey de tu pueblo?

—No tenemos rey.

Quizá no fuera una partida tan mala, solo tenía que jugar bien su carta.

Y no perderla.

Galadriel.

Galadriel contempló el rostro alicaído de aquel hombre y vio en él sus propias heridas Halbrand tenía los ojos claros, y claro parecía su dolor dentro de ellos, de una triste belleza.

Nada más ver la marca del rey tuvo esperanzas.

¿Y si aquel hombre…?

Desde luego, no parecía cualquier hombre.

Aunque antes habría apostado por un preso, que por alguien de la corte.

—¿Y si te dijera que podríamos recuperar tu reino? —le preguntó Galadriel.

Halbrand se rió, una risa cínica, que le quitó dolor a su expresión

—Te haría falta un ejército.

—¿Por qué no me respondes? —preguntó ella.

—¿Qué haces en el mar? —incidió él.

—En vez de reposar en la gloria, he preferido buscar al enemigo responsable de tu sufrimiento.

Halbrand se levantó de la barca, irguiéndose por completo. Hasta entonces Galadriel no se había dado cuenta de lo pequeña que parecía a su lado.

—Ni eres la causa de mi sufrimiento, ni lo puedes arreglar. Por mucho que lo desees y por orgullosa que seas…

Halbrand se estaba aproximado. A Galadriel le llegó su olor a mar y madera, a hierro y fuego, a naufragio y a pérdida, y también a algo más que no supo identificar.

—… Así que déjalo.

Tenía la voz cruda, sin esperanza. Galadriel sintió como si un puñal atravesara su orgullo, estaba enfadada cuando le respondió:

—Llevo persiguiendo a este enemigo desde antes del primer amanecer. Ni en tu vida entera te daría tiempo a nombrar a quienes me ha arrebatado. Así que, no, no voy a dejarlo.

Se alejó de él todo lo que le permitió la embarcación, y se entretuvo asegurando la estabilidad de la barca. No estaba dispuesta a que un hombre hiciera que su objetivo pareciera ridículo. Eso ya lo había intentado Elrond. Halbrand clavó la mirada en la forma de su espalda, dejando que ella guiara la barca y la situación.

—Por fin eres sincera —dijo Halbrand—, si quieres matar orcos para ajustar cuentas, es cosa tuya. Pero no lo disfraces de heroísmo.

—¿Vas a decirme dónde está el enemigo?

—En las Tierras del Sur.

—Necesito saber cuántos eran y bajo qué bandera marchaban y luego me vas a llevar a su última ubicación conocida.

—Tengo mis propios planes, elfa.

Fue entonces cuando la tormenta se cernió sobre los dos.

Halbrand

Halbrand se maldecía, estaban en territorio de Ossë, seguro que había detectado su poder, a pesar de que había usado una mínima parte de sus dones… Pero era imposible que supieran donde se encontraba, si no, ya estarían ante él, en vez de la lluvia y el oleaje. Por eso estaban alterando el mar hasta donde la vista acababa, querían que él mismo se delatara.

—Prepárate—le dijo Galadriel.

Y eso tendría que hacer, porque era lo que sin ninguna duda ellos buscaban, y no se podía permitir ese traspié. Tendría que escapar como lo haría un humano.

La lluvia se convirtió en tormenta y la tormenta en tempestad. Las olas arreciaban, amenazando con romper su pequeña balsa. La lluvia caía empapando sus cuerpos. Los truenos retumbaban, llenando de música y miedo el silencio. La elfa daba tumbos, Halbrand temía que se cayera al agua y la perdiera.

—¡Hay que amarrar la balsa! ¡Se está rompiendo! —gritó Halbrand.

—El viento arrecia.

—¡Coge los cabos! —exclamó él.

Galadriel se amarró a un poste mientras Halbrand aseguraba los extremos, si seguía entrando agua en la embarcación sería incapaz de aguantar.

—¡Vamos! ¡Dame la mano! —chilló ella —¡Átate a mí!

Lo iba a hacer.

Pero el rayo cayó antes.

Y Halbrand se quedó solo.

Sin los humanos, sin la elfa, con Ossë vigilando.

Y volvió a estar, como estuvo tras la caída de Melkor.

Solo.

Y tuvo miedo de nuevo, igual que aquella vez, tras la traición, cuando lo echaron de sus propias tierras.

No se lo pensó, porque no tuvo tiempo para pensárselo. Cogió el cabo y se lanzó al agua a por Galadriel, ella era su última esperanza para volver a poner sus pies sobre la Tierra Media.

Utilizó todo su impulso, maravillándose de lo que un cuerpo era capaz de conseguir por sí mismo, sin magia, ni hechizos, solo músculos y huesos. Descendió a través de la cuerda hasta que llegó junto a ella.

El rostro de Galadriel se veía en calma bajo el agua, sus cabellos dorados se esparcían creando un halo a su alrededor. La intentó desatar y, gracias a la daga que encontró en su cinturón, la pudo soltar con facilidad.

Galadriel tenía los ojos cerrados y estaba muy pálida. Se había desmayado. ¿Respiraba?

No podía utilizar sus poderes para comprobarlo.

Halbrand se aproximó a su rostro, sujetó su cintura con la mano derecha mientras dirigía la izquierda hacia su nuca. Y juntó sus labios contra los suyos. La forzó a abrir su boca y le insufló su propio aliento.

Galadriel abrió los ojos.

Los dos se miraron bajo el agua justo antes de separarse.

Halbrand tiró de ella hacia la superficie, Galadriel se soltó de su brazo y nadó hacia la embarcación. Ella se subió antes que él y le tendió la mano para ayudarle a subir. Halbrand se la cogió y nada más caer sobre las tablas cerró los ojos, agotado.

Sentía la humanidad de su aspecto, la rigidez de los músculos, la piel magullada, los pulmones limitados. Sentía lo que era cuando no podía ser quien realmente es. Y lo sintió tan suyo como cada pieza que fundía, como todo aquello que había creado. Y le gustó.

Mientras caía la lluvia, Halbrand pensó en la canción que dio forma al mundo, recordó que Ilúvatar había creado ese lugar para que lo habitaran sus hijos: los elfos y los humanos. Pero nunca se había planteado que aportaban ellos a la Tierra Media.

Cuando Melian se casó con Thingol, a Halbrand le pareció una bajeza, ¿una maia con un elfo? Parecía un sacrilegio a la propia naturaleza de las cosas. Y ahora, él mismo se había rebajado a salvar a una elfa, a tocar sus labios para que ella pudiera respirar a través de él.

Sonrió mientras ella caía agotada a su lado. Galadriel tenía su perfil contra la tormenta; sus cabellos, brevemente iluminado por los rayos, parecían haber atrapado el resplandor de Laurelin, sus rasgos yacían cansados y sus ojos azules le recordaron a la calma que precede a la tempestad. Halbrand, contemplándola, pudo entender por qué Ilúvatar decidió crear a los elfos.

Y por primera vez, viéndola con la ropa hecha jirones, totalmente empapada marcando cada parte de su piel, comprendió lo que pudo ver Melkor en Luthien, aunque ella era claramente muy inferior a él.

Bueno, pues este es el primer capítulo. Aquí voy a soltar muchos spoilers de la serie.

Hay varias cosas que me han llamado la atención al volver a verla.

Una es que Halbrand, de repente, tiene el colgante con el símbolo real cuando al principio no lo tenía.

Otra es la bella imagen que fusiona la barca y el dragón. ¿Les atacó un dragón de verdad? ¿Creó una ilusión? No sé cuál de las dos opciones será, pero he querido dejarlo en el aire. He querido darle una justificación a la aparición del dragón, porque quiero que Halbrand siga siendo un personaje gris.

Otra situación que me llamó la atención es cuando Halbranad saca a Galadriel del agua, porque al principio ella está inconsciente, pero en la escena siguiente está despierta y nadando con normalidad.

Encontrareis en esta versión muchas menciones al Silmarillón y al universo de Tolkien, aunque estén ancladas a bocajarro y sin mucho sentido (si la serie se lo permite, también yo XD) Espero que el fic os guste, seguiré escribiendo porque adoro esta pareja aunque tengo vida adulta y complicada. Acepto recomendaciones de fics de esta parejita 3 agradecería que me pusierais recomendaciones en los comentarios 3 gracias por llegar hasta aquí.