La lucha por el tendedero

Resumen: Sasuke es una persona tranquila y solitaria que se conforma con pequeños placeres como tener su ropa lavada y fresca después de colgarla en la terraza común de su edificio. Sin embargo, esta paz será interrumpida por un nuevo vecino que ocupa todas las sogas del tendedero con la ropa más ridícula que haya visto justo el mismo día que él consagra a esta actividad. ¿Cómo combatirá esta afrenta el más joven y testarudo de los Uchiha? ¿Qué nuevos desafíos le traerá esta competencia a muerte con su malvado vecino ocupa tendederos?

Disclaimer: Los personajes pertenecen a Masashi Kishimoto. El texto es una creación original de Lila Negra.

Advertencias: Universo alternativo moderno, NaruSasuNaru, posible OoC. Los insultos y otras expresiones despectivas que encontrarán en la historia no tienen que ver con mi visión personal… en particular, no tengo nada contra los hippies y yo misma lavo mi ropa tan mal como Naruto así que no podría juzgar xD

Dedicatoria: Para Kioky, ¡ojalá disfrutes de esta historia!

Este fic participa de la temática del día 25 del SNSMonth 2022: "Idiots in love".


Como todos los domingos soleados, Sasuke subió a la terraza común a colgar su ropa recién lavada. Dado que era un edificio pequeño y la mayoría de los departamentos tenía balcón, él era de los pocos, sino el único, que hacía uso de aquel espacio. Prácticamente se sentía dueño y señor del enorme tendedero que había construido el consorcio con algunas columnas y unas sogas.

Sin embargo, eso no significaba que no tuviera sus pruritos. La ropa interior, por ejemplo, la colgaba en su baño —aunque eso implicara que tardara el triple de tiempo en secarse—. Allí al aire libre solo podían disfrutar del sol sus mejores prendas, es decir, todo lo que le permitía mantener la imagen pública que se le exigía a todo Uchiha. O que, al menos, se exigía a él mismo, porque era improbable que ninguno de sus vecinos hubiera prestado atención a su pertenencia a un antiguo clan. Sobre todo, porque la sociabilidad no era una de sus mejores habilidades. Para resumir, ni siquiera intercambiaba saludos de cortesía con la señora de planta baja con la que solía cruzarse cada vez que se iba al trabajo.

En esta ocasión, llevaba para tender su uniforme de karate, algunos elegantes pantalones negros, sus camisetas nuevas y un mantel oscuro con bordados blancos que usaba cada vez que lo visitaba su madre.

Estaba muy tranquilo camino a realizar esta actividad rutinaria cuando abrió la puerta de la terraza y se paró en seco. Tres de las cuatro sogas estaban ocupadas. ¿¡Cómo era posible!? ¡Nunca antes había visto allí tanta ropa que no fuera suya! Y… ¡qué ropa! Dejó el balde con sus cosas en un costado y se acercó a inspeccionar.

Aquí está la lista mental que Sasuke fue haciendo mientras caminaba con turbación por entre las prendas:

* dos calzoncillos con dibujos inapropiados para semejante prenda (uno tenía potes de ramen instantáneo; el otro tenía corazones, ugh);

* tres camisetas, una de ellas agujereada y otra con una notable salpicadura de aceite que jamás saldría;

* un mantel en el que podría haber transcurrido la segunda guerra mundial entera que no habría dejado más manchas y roturas que las que ya tenía;

* algunos pares de media, de los cuales ninguno carecía de remiendos;

* varios pantalones de jogging (de un color naranja asqueroso);

* un pijama con impresiones de ranitas que debería haber sido para niños pero que por su tamaño era evidentemente de un adulto con alguna dificultad en su desarrollo mental;

* y una camisa arrugada (las camisas no se deberían colgar así nomás sin percha, por dios).

Sasuke estaba seguro de no haber visto a nadie vestido con cosas como esas en el tiempo que llevaba viviendo allí. Debía de tratarse de algún vecino nuevo (recordaba que en el tercer piso había un departamento vacío). Se imaginaba a algún hippie roñoso, alguien que a duras penas se bañaba, cuyas prendas eran usadas, que no las sabía cuidar y que además no las lavaba tan seguido como precisaban. Arrugó la nariz con espanto al considerar que tendría que convivir con alguien así en el edificio y que encima tendría que compartirle la que a estas alturas ya consideraba su terraza. Eso sí que era mala suerte.

Con horror, además, comprobó que su ropa no entraba en la soga que había quedado libre. Colgó entonces las cosas de mayor tamaño y se guardó las otras para ubicarlas en alguna parte de su casa, refunfuñando y maldiciendo a los dioses por haberle destruido ese pequeño placer cotidiano que era tener su ropa bien lavada y asoleada cada fin de semana. En fin.

Ahora bien, cuando al siguiente domingo le pasó lo mismo, ya estaba tan cabreado como para pasar a la acción. Después de todo, él era un Uchiha y los Uchiha nunca se rendían sin pelear. Dio un puñetazo a una sábana con un diseño de zorritos y se retiró a su hogar con la dignidad que le quedaba para planear su venganza.

Si el vecino en cuestión era un hippie roñoso como él sospechaba, seguramente también era un vago que se levantaría a cualquier hora. Así que lo único que tenía que hacer era salir a colgar su ropa apenas se despertaba: es decir, cerca de las siete de la mañana. ¿Que por qué Sasuke empezaba su día tan temprano un domingo? ¿Acaso tenía que trabajar o cumplir con alguna responsabilidad ineludible? Claro que no, simplemente era un Uchiha y los Uchiha se levantaban temprano, así lo habían criado y él no iba a andar cuestionando la sabiduría familiar.

La cosa entonces fue que en cuanto abrió los ojos al otro domingo, saltó de la cama, se puso lo primero que encontró encima y llenó su balde con ropa que había tenido que dejar lavando durante la noche (ese punto del plan no le había gustado demasiado, realmente esperaba que no hubiera tomado olor a humedad estando tanto tiempo encerrada en el tambor del lavarropas).

Subió cada peldaño de las escaleras con una sonrisa triunfante en la cara: al fin le ganaría a ese perdedor, vago roñoso, que no sabía siquiera lavar bien su ropa.

Cuál no fue la angustia absoluta que se apoderó de él cuando abrió la puerta de la terraza y descubrió que las sogas ya habían sido tomadas por ese zoquete. ¿Cómo era posible? ¿A qué maldita hora colgaba sus chucherías inútiles ese vecino malvado y cruel que sin dudas solo quería arruinar su vida? ¿Acaso se levantaba antes que él? Eso era imposible… como fuera, ya estaba decidido a levantarse aún más temprano el próximo domingo, a él nadie le ganaba en cuanto a disciplina y autoexigencia.

Pero cuando la situación se repitió, no le quedó otra que especular con una posibilidad que le había resultado ridícula al principio: ¿y si este tipo desalmado, que evidentemente no sabía nada sobre el cuidado de la ropa, colgaba sus porquerías el sábado en la noche? ¡Como si el rocío y la oscuridad le fueran a hacer algún bien a sus estúpidas prendas! Bah, de todos modos, esas cosas ya estaban llenas de manchas, ¡qué más daba si las colgaba adecuadamente o no!

Todas estas expresiones de odio que Sasuke formulaba en su cabeza no le alcanzaban para sentirse mejor. Llevaba casi un mes dejando su ropa secarse en el interior de su pequeño departamento, con la consecuencia terrible de que la mitad de las veces quedaban con un espantoso hedor a encierro, y por lo tanto pocas cosas o ninguna podrían sacarlo de su mal humor.

Sin embargo, su deseo de que llegara el apocalipsis y su vecino muriera de una forma especialmente desagradable no impidió que durante todo ese tiempo observara algunos detalles interesantes. Por ejemplo, al parecer esta persona también practicaba artes marciales, ya que en dos ocasiones le encontró unos trajes blancos similares a los suyos. También había notado que no tenía malos gustos en música (aunque sí en colores), ya que usaba camisetas con los logos de algunas de las bandas que Sasuke más escuchaba (y no vamos a decir aquí cuáles eran, para que no anden juzgando los gustos íntimos de nuestro protagonista). Varias de sus prendas, a pesar de su detestable color naranja brillante, eran sin dudas utilizadas para correr o hacer algún tipo de deporte… y los Uchiha siempre reservaban un pedestal en sus corazones para la actividad física, pues era tradición que destacaran en disciplinas como el karate, la arquería y el lanzamiento de jabalina.

En resumidas cuentas, aunque este sujeto mereciera su mayor desprecio, cada vez más le daba la impresión de que podría tratarse de alguien interesante con quien podía ser que tuviera alguna que otra cosa en común.

Cuando llegó al extremo de colgar su ropa el sábado en la tarde para ganarle de mano y, al sábado siguiente, notó que el otro había intencionalmente colgado sus cosas al mediodía… pues comprendió que compartían esta otra cuestión: la pasión por competir.

Esto podría haber seguido escalando de maneras terribles si no fuera porque cierto día en que Sasuke llegó algo más tarde de lo habitual de la oficina en la que trabajaba se cruzó en la puerta del edificio a un muchacho que no había visto en su vida y que, sin embargo, tenía las llaves. Eso no podía indicar sino una cosa: por fin, después de dos meses de peleas por las sogas de la terraza, estaba conociendo el rostro de su enemigo mortal.

Y… qué rostro.

Sasuke tragó saliva. El chico tendría más o menos su edad, era de buena complexión física (sin haber visto sus atuendos colgados igual podría haber deducido sin dificultad su amor por el ejercicio), tenía un cabello rubio excepcional para esa región del país, portaba una sonrisa con el brillo de mil soles y lo miraba con los ojos más expresivos y profundos que hubiera visto en su vida. Casi que tuvo que sacudir la cabeza para concentrarse en la situación y no quedarse simplemente viéndolo como un idiota.

—¡Ah! ¡Creo que eres el único vecino que me faltaba conocer! Un placer, yo soy Naruto, me mudé al tercero J hace poco.

Sasuke gruñó, un poco porque esa era su forma habitual de comunicarse con seres que él consideraba insignificantes en su vida como sus vecinos y otro poco porque fue la mejor estrategia que se le ocurrió para que no se notara lo atractivo que le parecía el hombre que debería aborrecer.

—Ehm… —continuó Naruto, al ver que Sasuke no emitía palabra—. ¿Tú cómo te llamas?

Esa pregunta tan directa no era igual de fácil de esquivar, por lo que Sasuke debió acceder a contestarla.

—Sasuke. Uchiha Sasuke.

—¡Oh, entonces tú eres el que cuelga esa camiseta tan bonita con el abanico en la espalda! ¿Verdad?

Sasuke se quedó de piedra. ¿Acaso este zoquete conocía algo de su tradición familiar? Nadie en esa tonta ciudad parecía conocerlos, aunque en su pueblo de origen estaban bañados en prestigio. Estaba cansado de tener que aclararlo, así que había optado por llevar su orgullo Uchiha solo para sí mismo. Pero Naruto claramente había reconocido los abanicos blancos y rojos que representaban a su clan y que estaban en buena parte de su ropa más preciada.

—¿Cómo sabes el significado del abanico?

—Ah, bueno, es que me gusta mucho el karate y siempre me veo los torneos que haya, aunque sean de pueblos pequeños. Y me acuerdo bien de que uno de los mejores y más elegantes karatekas que haya visto llevaba uno de esos emblemas. Uchiha era su apellido pero no estoy seguro de su nombre. ¿Puede ser… Itachi? ¿Te suena de algo?

—Es… es mi hermano.

—¿En serio? ¡Fantástico! Tienes un hermano increíble. Apuesto entonces a que tú también debes de ser muy bueno, vi que practicas artes marciales, siempre ondea tu traje allá arriba, je. Bueno, es un placer haberte conocido, Sasuke, ya debo irme, ¡hasta luego!

Y, como Sasuke no se movió, Naruto acabó por cerrarle la puerta en la cara. ¡Diablos! ¡Si él también iba a entrar! ¿Cuánto tiempo se había quedado quieto como para que Naruto asumiera que no pensaba hacerlo? ¡Argh! ¡Qué vergüenza! ¡Qué deshonra! ¡Había actuado como un idiota justo delante de alguien que conocía a su hermano, de entre toda la gente! ¡La persona que más admiraba y la más difícil de alcanzar! Se sentía absurdamente humillado y ahora no solo quería llegar a las sogas antes que Naruto sino que también deseaba poder demostrar su superioridad frente a Itachi de alguna manera. Desgraciadamente, ambos objetivos parecían imposibles de lograr por el momento.

La situación cambió mucho de ahí en más. Sasuke ya no estaba solo compitiendo —incluso, casi había cedido a alternar con Naruto en el uso de las sogas, una semana uno y la otra semana el otro, aunque en su mente lo disfrazara de que algunas veces ganaba y otras veces no—, sino que encontrarse con aquellas ropas ajenas en la terraza era su modo de conocer más sobre Naruto, con quien de otro modo no tenía ningún tipo de contacto. Tener un rostro al que asociar todos los datos que venía acumulando, y que encima fuera semejante rostro, les daba a sus acciones un cariz distinto y en realidad bastante problemático.

¿Por qué problemático? Pues bien, resulta que pronto sus finos análisis empezaron a arrojar informaciones que habría preferido no saber. Por ejemplo, la camisa arrugada que había encontrado la primera vez que descubrió la ropa de Naruto en la terraza era sin dudas su prenda más elegante y la empleaba los viernes para salir, quizás a beber o a bailar o… de conquista. En una o dos ocasiones había llegado a distinguir a Naruto saliendo del edificio con eso puesto y… no le cabían dudas de que nadie prestaría atención a las arrugas, habiendo un cuerpo tanto más interesante bajo ellas al cual contemplar. Diablos, debía reconocerse a sí mismo que cada vez que se encontraba con esa camisa colgada sentía un retorcijón al imaginarse a algún tipo acercándose a Naruto en un bar, acorralándolo contra una pared y abriéndole algunos botones demás. ¿Esa era la clase de pensamiento que correspondía tener en esa situación? ¡Claro que no! ¿Era propio de un Uchiha caer en esas fantasías ridículas? ¡Claro que no!

Pero por mucho que se golpeara la cabeza o se inventara castigos para disciplinarse y olvidar aquellas tonterías, el remolino en su cabeza no hacía más que empeorar.

El punto más bajo seguramente lo alcanzó cuando descifró el asunto de las sábanas. ¿Cuál asunto? Pues, resultó ser que Naruto no lavaba sus sábanas muy seguido. Lo hacía solo en ocasiones que pronto Sasuke concluyó que eran "especiales". Es decir… obviamente, las lavaba antes de compartir la cama con alguien más.

Antes de lo que hubiera querido, identificó de quién se trataba. Había una muchacha de pelo rosado que aparecía por allí de vez en cuando. Lo más probable era que fuera la novia de Naruto. Claro, ¿qué otra explicación había? Naruto estaba en pareja. Después de todo, era razonable. Ni sus calzoncillos ridículos, ni sus medias remendadas ni su poca capacidad para quitar manchas difíciles podían ocultar su innegable atractivo. ¿Qué lo sorprendía? ¿Acaso porque él mismo había estado soltero los últimos tres años —o quizás más, prefería no contar— eso significaba que todo el mundo tenía que estar soltero también? Era evidente que no. Además, Naruto no parecía tener las mismas taras sociales que él, no era del tipo que pasa los fines de semana encerrado en su casa estudiando, entrenando y limpiando como si no hubiera otra cosa que hacer en el mundo. No, Naruto debía de ser divertido y social y pasársela muy bien con sus amigos y su novia y…

¡Argh! ¿Por qué eso lo enojaba tanto? Cada vez que veía las dichosas sábanas colgadas le daban ganas de pisotearlas. ¿Sería que también quería competir con Naruto por su sociabilidad? ¡Pfff! Si había algo que Sasuke no estaba dispuesto a cambiar de sí mismo era su absoluto desinterés por interactuar con la mayoría de los seres humanos. Y, entonces, ¿qué competencia era la que se desataba en su interior cuando se enteraba de que la chica esa había estado visitando el edificio…?

Sasuke no quería ni pensarlo.

Pero sin importar lo mucho que se lo negara en su mente, aquellos sentimientos incómodos continuaban floreciendo. Necesitaba arrancarlos de alguna manera. Revisó sus opciones: podría mudarse de edificio (muy complicado), podría amenazar a Naruto para que se mudara él (legalidad dudosa), podría deshacerse de la novia de Naruto (sin dudas ilegal)… o podría simplemente encarar al rubio y decirle que no colgara más en la terraza sus sábanas y su estúpida camisa sexy. Sí, eso haría, eso era lo que mejor sonaba.

Un sábado, decidió esperar a su rival en la terraza en el horario en que le tocaba colgar la ropa. Apenas este abrió la puerta y lo divisó, ensanchó su de por sí enorme sonrisa.

—¡Sasuke! ¡Qué alegría verte de nuevo! Es difícil cruzarse contigo, ¿eh? Tsunade me contó que en cinco años que llevas viviendo aquí no la saludaste más de tres veces.

—¿Quién es Tsunade?

Sasuke ya se estaba poniendo nervioso. ¿Cómo era que Naruto tenía tanto para decir cuando él había tenido que pergeñar una estrategia durante semanas y aun así no tenía idea de cómo contestar a las palabras del rubio?

—¿Cómo que quién es? ¡La vieja Tsunade del departamento A en planta baja!

—Ah… la vieja rubia.

—Esa misma. ¿No te sabes el nombre? ¡Por dios, Sasuke, parece que nunca sales de tu cueva! Me considero afortunado de haberte visto ya dos veces, entonces.

Y ahí la cara de Sasuke se puso de todos los colores. ¿Por qué este tipo era tan amable con él sin siquiera conocerlo? Frunció el entrecejo para reunir fuerzas y volver a su plan original.

—Lo que sea… quiero decirte que deberás dejar de colgar tus sábanas aquí. Y tu camisa.

—Oh. ¿Y eso por qué?

—Las sábanas ocupan mucho espacio. Y hay pocas sogas.

—Pero tú también cuelgas tus sábanas y cuando lo haces no entra nada de mi ropa.

—Por eso mismo. Lo mejor será que ninguno de los dos cuelgue sus sábanas. Sería lo más justo.

—Mm… Ok… ¿pero la camisa qué tiene que ver?

—Ah. Las camisas se cuelgan en perchas. No van así en sogas. Los broches les dejan marcas. Así que no seas inútil y cuélgalas como corresponde en una percha en tu casa para no arruinar tu única camisa decente.

—Ehm… ¿cómo sabes que es mi única camisa?

Diablos. ¿Cómo lo sabía?

—Desde la ventana de mi casa se ve la vereda del edificio. He visto que te pones eso cuando sales de conquista a la noche.

—¿…de conquista? Espera, ¡¿dices que me vigilas desde tu ventana?!

—Solo te vi de casualidad.

—Ajá… ¿y por qué crees que voy de conquista?

Sasuke se lo pensó. Si había sonado mal lo que dijo de la ventana, iba a sonar peor que dijera que la razón era que esa camisa le quedaba condenadamente sexy. Apretó los labios.

—¿Y para qué sales el viernes a la noche sino?

—Mira, no sé si el señor Uchiha-Perfecto-Atractivo cada vez que sale en la noche es de conquista, pero a mí eso no se me da muy bien. Los viernes son el día que ceno en casa de mis padres. Y esa camisa me la regaló mamá, así que suelo llevarla para que vea que uso sus regalos. Aunque, ahora que me dices que la estuve colgando mal todo este tiempo, veo que quizás estuve haciendo el ridículo.

No tanto como el que estaba haciendo Sasuke ahora. Pero… en fin.

—Así es, estuviste haciendo el ridículo.

—Ya veo… bien, colgaré la camisa en mi casa.

—Y las sábanas.

—Sí… Mmm… en realidad, ¿cómo cuelgo las sábanas en mi departamento? Eso me parece algo complicado. ¿Y si nos turnamos o algo así para usar las sogas y que no haya conflictos? En verdad no se van a secar nunca si las cuelgo en casa.

—No quiero ver tus estúpidas sábanas. Cuélgalas en tu intimidad.

—¿Eh? ¡Mis sábanas no son estúpidas! ¿Por qué te molestaría verlas, eh? Tienen unos zorritos hermosos… ¡Y luego tengo otras que son naranjas! ¡Un naranja bellísimo!

—El naranja es lo peor.

—¿Me estás pidiendo que no cuelgue mis sábanas porque te disgusta su color?

—No, lo que me disgusta es enterarme de cuándo andas acostándote con tu noviecita.

—¿Acostándome con mi…? ¿Qué? ¿Qué noviecita?

—Esa de pelo teñido.

—¿Teñido…? Te refieres a… ¿Hablas de Sakura?

—Qué sé yo cómo se llame. Esa chica frentona. Tu novia. Tampoco tendrás tantas como para confundírtelas, ¿o sí?

—¡Pero si no tengo ni una!

—¿Ah, no…? Y entonces… ¿por qué lavas las sábanas cada vez que ella viene? ¿No es porque duerme en tu cama?

—Pues sí pero esos días yo duermo en el sillón, sino me mata. Es una amiga de la infancia y como vive muy lejos cuando me visita se queda a dormir, ya que por la noche no sale el tren que debe tomarse. Y es muy quisquillosa, siempre se anda quejado del estado de mis cosas, así que lavo todo antes de que venga para que no me esté molestando…

—Ah… ya veo.

—¿Ya ves qué?

—Está bien… puedes colgar en la terraza tus tontas sábanas y tu tonta camisa. Hasta luego.

Dicho todo lo cual, Sasuke empezó a caminar hacia la puerta con la clara intención de volverse a su departamento. Se sentía bastante satisfecho con la nueva información que tenía y no veía la necesidad de continuar la conversación.

Naruto, sin embargo, no estuvo de acuerdo. Cuando pasó junto a él, lo tomó del brazo para detenerlo.

—¿Cómo que "hasta luego"? ¡No puedes dejarme así!

—¿Así cómo?

—Bueno… ¡No sé! Pero todo esto fue muy inesperado…

—Si tus únicas dos neuronas todavía no hicieron sinapsis no es mi problema.

—¡Oye! No es mi culpa no entender, no es lo más común que un vecino, y encima un Uchiha para más datos, se ponga a hacer suposiciones sobre mi vida a partir de la ropa que cuelgo.

—Entonces fue una excepción lamentable que ambos podemos olvidar.

—¡No! No quiero… no quiero olvidarme de esto.

—Una pena. Ahora, suéltame.

—No voy a soltarte.

—¿Quieres que me suelte por mí mismo? No por nada soy cinturón negro.

—Ey, bastardo, yo también lo soy y lo sabes. ¿De verdad quieres pelear?

—No veo por qué no.

Ya estaban colocándose en posición cuando Naruto negó con la cabeza.

—No, no, espera, estás desviándome del punto otra vez.

—¿Qué punto?

—Que… espera… déjame terminar de entender… todo lo que dijiste antes significa que… ¿significa que estabas celoso?

Sasuke lo observó con el rostro endurecido.

—No sé de qué hablas.

—¡Por dios! ¡Estabas celoso! ¡Creías que yo tenía novia cuando tú no tienes y por eso estabas tan molesto!

—¿Y para qué querría una novia yo? Ni siquiera me interesan las mujeres.

—Oh. Entonces… ¿te interesan los hombres?

Sasuke desvió la vista, levemente sonrojado. Naruto continuó hablando.

—Ey, tranquilo, no es algo de lo que avergonzarse. De hecho, yo también soy gay.

Sasuke se lo pensó un momento.

—Entonces… estás soltero. Y eres gay.

—Síp.

—¿Tienes limpia esa camisa tuya?

—Eh… creo que sí… ¿por?

—Póntela. Vamos a salir.

—¿Salir? ¿Adónde?

—¿A qué va a ser, idiota? ¡A una cita!

—¿A una-?

De pronto, Naruto se puso rojo hasta las orejas. Aprovechando su distracción, Sasuke retomó su camino hacia la puerta. Se volteó una última vez antes de entrar en el pasillo.

—Pásame a buscar a las siete. —Como Naruto solo lo miraba con sus ojos enormes, Sasuke carraspeó—. Si no quieres, solo debes decir que no. Podría obligarte, pero no lo haré. Tengo mis límites.

Ante eso, Naruto reaccionó por fin. Se cuadró como en un desfile militar y asintió con vigor.

—¡Estaré a las siete en tu departamento sin falta!

—Perfecto.

Sasuke sonrió. No estaba muy seguro de cómo había sucedido, pero aquello había resultado mucho mejor de lo que esperaba. Solo esperaba que Naruto no decidiera ponerse sus calzoncillos con dibujitos de potes de ramen.

* * * FIN * * *