Ondolindë. Primer capítulo.
Año nuevo, fic nuevo. Sean compasivas conmigo!!
Disclaimer (o como se escriba): Los lugares y algunos personajes fueron sacados de la obra póstuma "El Silmarillion" de JRR Tolkien. La historia y los personajes principales son míos, pero escriban reviews como si de una obra del maestro se tratara ; )
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El prisionero
Guardando el paso, Annael se dirigió hacia un escondite seguro. Voces fuertes, que exclamaban y reían entre la floresta, se acercaban. Vasa, el consumidor, se hundía en el horizonte, las nubes manchadas de rojo pálido, eran el marco de un hermoso ocaso de tonos escarlata, y le brindaban a la escena un toque singular. El sonido, cada vez más claro, se acercaba velozmente hacia donde Annael estaba, lo que le impulsó en un último minuto a saltar del sendero a unos matorrales cercanos. Sin tener que agudizar su oído, pudo descubrir que tal barullo, opuesto al silencio al que se había acostumbrado, era producido por otros de su mismo pueblo. Esto le serenó un poco, pero la siempre presente discordia entre linajes le obligaron a mantener su escondite entre las zarzas, para averiguar a que casa pertenecían los recién llegados. Les pudo observar con facilidad, ya que la espalda le dieron estos en unos pocos segundos. Eran tres jóvenes, de porte noble y altivo, portaban las armas que acostumbran cargar los elfos pertenecientes a la guardia. Cualquiera diría que aquellos ruidosos vigilantes eran recién reclutados. La imagen grabada en su indumentaria le pareció conocida, pero sin embargo no pudo identificar de que se trataba. Por sus características pictóricas y símbolos, supuso que se trataba de alguna variante del escudo de la casa de Fingolfin, o la de sus descendientes. El sol casi extinguía su luz, la última del cielo, y las estrellas tardaban en aparecer. El trío de la guardia dio media vuelta al ver que la senda estaba vacía, sin notar, al parecer, la presencia de Annael. Ocultaron rápidamente sus huellas, siendo imposible a cualquiera seguir su rastro, subieron por un pique algo escarpado en la brusca falda de la montaña y desaparecieron del campo visual del oculto, quien seguía inmóvil.
Hace aproximadamente un mes, el tiempo que llevaba viviendo en el descampado, que el joven no escuchaba voz élfica alguna, sin incluir la propia. Por un momento predominó su temple pacífico, el lado de su ser que le exigía pensar antes de actuar, y su primer impulso fue alejarse del lugar, considerando la situación y su estado. No deseaba más problemas, los que ya tenía le eran suficientes, y no necesitaba buscarlos para adjudicarse más. La última temporada, toda esa fase de vagabundeo, le había enseñado a evadir a los otros fácilmente. Sin embargo, una curiosidad enorme nacía poco a poco en su interior, una fuerte intriga que debía liberar o frenar para siempre, y ese era el momento. ¿Qué hacían aquellos guardias del séquito de algún príncipe Noldo en un lugar tan apartado? El enigma contaba ahora con toda la atención de Annael, ya no le importaba ni el peligro nocturno, ni el hambre que le aquejaba, tampoco si esos tipos iban armados, en caso de un encuentro desventajoso de todas formas para él. El dilema ya no era tal, las dudas desaparecieron, la incontrolable inquietud venció al poco sentido común del joven. Unos segundos más tarde, salía de su escondite, cargando al cinto todo lo que llevaba, un puñal y un arpa pequeña.
Escalando con cuidado, como lo habían hecho antes los otros, el elfo quiso satisfacer tan efímera necesidad, a pesar del cansancio. La escasa luminosidad le impidió encontrar de inmediato el secreto de los guardias, pero no obstante, lo logró. Detrás de una especie de murallón natural de piedra, cuyo espacio de separación con el risco mismo no era demasiado amplio, se encontraba una grieta en la roca, por donde un hilo de agua caía silencioso. Sosteniéndose firme con las manos, el joven subió al pequeño parapeto de un salto. Entrando holgadamente por el agujero detrás de la pared, se encontró en una amplia garganta, un túnel de roca sobre el cual yacía un riachuelo casi seco. Estuvo a punto de desistir a esta empresa descabellada, y abandonar el agujero en la montaña. ¿Qué tenía de interesante lo que hicieran tres guardias en ese lugar? Meditó un momento, y la respuesta fue suficiente apoyo para seguir avanzando. Pronto quedó sumergido, como un barco a la deriva, en la más profunda oscuridad. Intentó escuchar los pasos o voces de aquellos a los que seguía, pero no lo consiguió. Caminando hacia la izquierda encontró la razón, una vereda seca, sin la incomodidad de la corriente mojando sus pies, ni tampoco el reconocible sonido del chapoteo. Esbozó una sonrisa, esto empezaba a atraerle cada vez más.
Caminó así, con los brazos extendidos para evitar choques con el muro frío. El aire, a pesar de estar encerrado, no poseía ese olor viciado característico de este tipo de túneles, lo que le hizo suponer que había una salida despejada y próxima. Se preguntó que habría al otro lado, pero nunca hubiera pensado encontrar lo que después descubrió. Las paredes eran totalmente lisas, e improbablemente horadadas por la acción del agua, no así pulido por obra del cincel. La posibilidad de que esa garganta hubiera sido modelada y quizás muy frecuentada, se iluminaba cada vez más en su mente. Esto evolucionó de posibilidad a completa certidumbre, cuando Annael tropezó con una escalera, que de inmediato comenzó a subir.
Iba en lo que él estimó la mitad de aquella escalinata, cuando una brusca corriente de aire, le agitó un poco el cabello. Un súbito presentimiento le llegó como una nefasta evocación al peligro, y con la mano izquierda tomó su puñal por precaución.
- No te muevas.- Una voz que reconoció como una de las antes oídas, expresó la orden, con un tono más que imperativo. Sintió nuevamente el movimiento del guardia más arriba en la escalera.-
Annael se mordió la lengua. ¿Por qué le sucedían siempre esta clase de cosas? ¿Qué excusa les daría, para encubrir su estúpido e impropio fisgoneo? Lamentablemente, los guardias no le darían la oportunidad de excusarse, porque lo que Annael no sabía, era la orden del rey, en la cual manifestaba que todo el que violara los límites del reino escondido, debía ser muerto. Un fuerte golpe en la espalda le hizo trastabillar. Aprovechando el impulso, apretó el estilete en su mano, empuñándolo hacia el hechor del tropiezo, rasguñándolo y al parecer también haciéndolo caer por los escalones.
- ¡Glorfindel!.-
El grito de uno de ellos fue la distracción suficiente. Annael bajó corriendo lo más rápido que pudo, pero fue detenido por un tercer guardia. El frío filo de una espada en su cuello le hizo retroceder un poco, el otro vigilante le sujetó las manos en la espalda, quitándole así el puñal. Acorralado.
Maniatado y con una espada en la espalda, Annael fue conducido hacia la salida más cercana. Al menos sabré que hay al otro lado, se dijo mientras era empujado implacablemente, frase que de inmediato mudo con un reproche ¡Qué absurda forma de buscar el peligro! Durante su pequeña jornada, el joven pudo notar que sus acompañantes hablaban en la lengua antigua, pero se dirigían a él en la lengua gris. Muy bien, Annael comprendía ambas ya que al igual que sus apresadores, pertenecía a la casa de los Noldor.
Annael había nacido mismo año en que los Noldor pisaron por primera vez las tierras de Beleriand. Arfindo y Fairel, sus padres, tomaron la ruta hacia el este, como muchos, y por lo tanto también estaban incluidos en aquella maldición que tanto dolor le provocó al tiempo. El camino les fue difícil, a pesar de que tuvieron mejor suerte que los viajeros del Helcaraxë. Sí, su padre había participado en la Matanza de los Hermanos, en Alqualondë, y venía bajo el estandarte de Fëanor, el gran artífice. No obstante, el mal que pudo haber provocado en esa horrenda contienda, lo pagó con su vida años más tarde, lo que acarreó asimismo que la de su madre menguara poco a poco. Ahora ella también estaba muerta. A pesar de que su padre había sido capitán al servicio de Maglor, Annael no dedicó su vida a las armas, no obstante, era muy hábil manejándolas, quizás por temor a correr la misma suerte. De todos modos, aún era muy joven cuando decidió habitar en Thargelion, y ponerse bajo las órdenes de Caranthir. El hastío, y sobretodo la gran aversión que llegó a sentir por Caranthir y su humor, le habían hecho partir a buscar fuera de aquellas tierras, ¡Y aquí se encontraba ahora!, Arrinconado como un ratón en guarida de serpientes, prisionero de captores invisibles, sin la posibilidad de defenderse, ni escapar. Sin duda, Annael no se sentía conforme con su posición, pero no intentó zafarse de sus ataduras, para no anticipar su negro destino, el cual le fue anunciado todo el tiempo, ya que el silencio fúnebre de los tres guardias delataba sus intenciones venideras.
Se detuvieron. Uno de ellos, que cojeaba de la pierna izquierda, al parecer, abrió la cerradura de una puerta, que estaba más adelante. La luz entró a raudales, inundando el sitio, y cegando a Annael por varios segundos. No necesitó que lo empujaran para salir de aquella madriguera, que ya no le parecía atrayente en lo más mínimo.
Una pradera se abría a sus pies, y se extendía a lo largo de varios trancos de viento, salpicada en algunos lugares por las oscuras copas de los árboles, el valle de Tumladen. Pero lo que más le sorprendió al joven fue la ciudad de piedra blanca, construida en el centro del valle, sobre una colina solitaria. Faltan palabras para describirla, muchos bardos intentaron retratar el esplendor y gloria de aquella ciudad, logrando un resultado que sólo se acerca un poco a la realidad. La impresión que la alucinante visión de la ciudad le dio a Annael casi le hizo olvidar sus recientes, y aún latentes, complicaciones. Escondida entre un anillo de montañas, Ondolindë, como su señor le había llamado, brillaba con todo su esplendor, invocando recuerdos antiguos de Elven Tirion. Eso era Gondolin, una viva imagen de la ciudad de los Noldor en Valinor, con sus blancas torres altas y orgullosas. Después de apreciar el grandioso panorama, el joven se volteó para conocer el rostro de quienes lo habían atrapado. Como él ya sabía, los soldados eran bastante jóvenes, pero alcanzó a ver sólo a dos, el otro cerraba la entrada. Mientras bajaban la colina verde, ninguno de ellos le miró a los ojos, pero el joven no bajo la frente en ningún momento. El tercer centinela los alcanzó, y caminaron todos hasta la sombra de un bosquecillo cercano. Inmediatamente el cautivo fue atado de pies, y los guardias se alejaron un poco, entablando una conversación a media voz, no muy alentadora para Annael.
- ¿Y ahora, qué?.-
- Ya conoces las órdenes del rey.- Dijo uno de ellos, mientras echando una ojeada furtiva a Annael, volteando la cabeza cuando este le devolvió la mirada.-
- Echtelion nos increpará otra vez, hemos traído al prisionero demasiado cerca de la ciudad.- Replicó otro, jugando nerviosamente con las manos, era evidente que se trataba de su primera misión sólida.-
- No lo notará.-
- Echtelion siempre nota cuando algo sale fuera de lo favorable, especialmente si se trata de nosotros.- El primero respondió a favor del recién reclutado.-
- Por eso, no debemos demorarnos más.- Replicó inquieto, sacando el arco y una flecha larga de su espalda, se la entregó al otro.- Terminemos con esto de una vez, Minwë.-
- ¿Yo? Aguarda un minuto, yo sólo vine a acompañarlos, mi deber es estar en la torre del rey.- El arma volvió a las manos de su dueño.-
- Tienes razón. Toma Erendur.-
- No, no, no.- Negó en voz alta, la mirada de los otros dos le hizo retomar el estado de susurro anterior.- Espera, Glorfindel. Es tu turno.
- ¿Mi turno? ¡Puedo apostar que nunca has hecho esto! ¿Por qué yo?.-
- Porque eres el más nuevo en esto, y como ya sabes... -
- Lo siento, son las reglas de la guardia.-
El joven aceptó de mala gana. Era comprensible, ninguno deseaba mancharse con la sangre de otro elfo, después de lo ocurrido en Alqualonde. Annael lo vio acercarse, ladeándose hacia la izquierda. Contempló la imagen de quien sería su verdugo, cabellos largos y rubios podían adivinarse bajo el casco brillante, no contaba con armadura metálica, sino con una liviana de cuero, ferozmente cortada a la altura del pecho. Annael tragó saliva, ese corte se lo había propinado él. Temblándole las manos, Glorfindel tensó el arco y ubicó la flecha, a tan poca distancia, no podía errar el tiro. Annael estaba consciente de ello. No traía coraza alguna, así que un solo tiro directo al corazón, le quitaría la vida en segundos. Un sudor helado mojó su espalda, y el vital órgano implicado aceleró su latir, golpeando pujantemente en su pecho. Glorfindel bajó los brazos.
- ¿Un último deseo, intruso?.-
Un plan germinaba en la rápida mente de Annael, que necesitaba ser completado. Miró a su alrededor cautelosamente, a una lado la pradera despejada, al otro un bosque no muy espeso. Siguió el juego.
- Annael, hijo de Arfindo, es mi nombre. "Intruso", no creo merecerme tal apelativo.- Dijo altivamente, aunque pensaba todo lo contrario. Los ojos de Glorfindel se abrieron en forma desmesurada, ¿Hijo de Arfindo? Se preguntó, pero no dijo nada.- Mi deseo es que quitéis estas ataduras de mis piernas, ya que tengo el derecho de exigir una muerte limpia y noble. Deseo morir de pie, sin vendas en mis ojos.-
Glorfindel miró a sus compañeros, y encogió involuntariamente los hombros. Se acercó a Annael y cortó las cuerdas con su espada, provocando una superficial herida en el tobillo del prisionero. El joven vigilante fue víctima de una maquinación sucia, pero eficaz de parte del hijo de Arfindo. Apenas la cuerda que le ataba dejó de apresar sus pies, Annael, con toda la fuerza que le proporcionaban sus piernas, empujó a Glorfindel, quien estaba agachado a su lado, lanzándolo al suelo, en una distancia suficiente para poder escapar. Corrió tan rápido como pudo, admirado de la ingenuidad de aquel guardia. De todos modos, lo compadeció más tarde, probando que no sólo buscaba problemas para él, sino para todo el que lo rodeaba. Los centinelas reaccionaron después de ayudar a su amigo, demasiado tarde. La lluvia de flechas golpeó los árboles del pequeño bosque, sin alcanzar al hábil fugitivo, quien las evadió gracias a la distancia que los separaba.
Glorfindel quedo pasmado mirando la carrera del recién fugado, a pesar de haberle perdido el rastro hace un buen rato. Sus compañeros comenzaron a sacar las flechas de los árboles vecinos. Suspiró desanimado. A pesar de todo lo sucedido no estaba tan indignado como Minwë y Erendur. Desde el principio, no deseaba matar a ese muchacho. Bueno, quizás deseaba golpearlo con todas sus fuerzas y desformarle el rostro a puñetazos, pero no ejecutarlo. Ahora, el peso de esta misión fallida recaería en él, y Echtelion de la Fuente, el capitán de los guardias de la ciudad, no estaría para nada ufano con este acontecimiento. Y el rey, al ver que la seguridad de Gondolin, el secreto de su ubicación, estaba en peligro, tampoco.
Después de atravesar el bosque, Annael se encontró de nuevo en la llanura. Descansó un momento, antes de salir del refugio arbolado que el bosque le significaba. El cielo nocturno estaba ahora iluminado por el brillo estelar, especialmente luminoso esa noche. El joven ya sabía que hacer, a donde ir. Limpió su tobillo, por el que corría una línea de sangre y volvió a ponerse de pie. La ciudad escondida lo estaba llamando nuevamente.
***
Echtelion de la Fuente, capitán de la guardia de la ciudad y de la escolta de rey, estaba ansioso. Las últimas noticias, no eran nada alentadoras, y era su responsabilidad comunicárselas de inmediato al rey. Se paseaba inquieto por la habitación, sobre sus pasos una y otra vez. Turgon se demoraba, y mientras más rápido se aplicaran medidas al importante asunto, mejor. El heraldo anunciaba su llegada en este momento, seguramente. Las puertas se abrieron, y Echtelion entró en el salón, antes de que el heraldo le diera la admisión. Turgon, con su habitual semblante sereno, estaba sentado en el trono. La noticia le fue comunicada y el rostro del rey cambió bruscamente. Había ocurrido lo que más temía, el asunto difícil que había dejado en las manos de la guardia especializada. Una de las principales dificultades era que el intruso no había sido formalmente identificado, o al menos, eso dijeron los individuos implicados. La orden del rey fue inexorable, la guardia debía encontrar al extraño de inmediato y llevarlo ante la corte, en donde sería juzgado por él mismo. Al cabo de cinco minutos, Echtelion corría escaleras abajo en la calle, hacia el recinto de la guardia. Se preguntaba como podía haber sucedido tal contrariedad, impropia de una cuadrilla de centinelas. Un problema engorroso, complejo y apurado, que todos debían solucionar por la incompetencia de los jóvenes vigilantes. Lo que él no sabía era que el intruso ya estaba en la ciudad, camuflado entre el resto de los elfos de Gondolin.
Annael por poco y es atropellado por un elfo de aspecto severo. Había llegado esa mañana a la Ciudad Escondida, como la llamaba ahora, y ya la había explorado casi en su totalidad. Gracias al capuchón que cubría su cabeza, paso desapercibido por los habitantes, moviéndose así con mayor libertad. Al medio día las nubes oscuras terminaron de cubrir el cielo, y la lluvia no tardó en mojar la ciudad de piedra. Annael se encontraba en el barrio gris, el lugar de la ciudad que habitaban los Sindar, casas más sencillas y pequeñas que las que ocupaban los Noldor, en la parte más alta de la ciudad, cuando comenzó a llover. Los elfos entraron a sus hogares, y en la calle sólo quedó la guardia y él. Caminó con cuidado por pequeños pasajes, evitando a toda costa las arterias principales. Los últimos designios de Ulmo, el señor de las aguas, no le favorecían para nada, así que intentó buscar refugio. Casualmente, encontró en una estrecha callejuela, una pequeña posada, una de las pocas que había en Gondolin, ya que, una ciudad escondida e inexpugnable, no recibía demasiados viajeros, por no decir ninguno.
La posada era adecuada para los pocos elfos que habitaban fuera de las paredes de la ciudad, en el valle, y asistían a ella para comercializar sus productos, ya fueran caballos o cosechas. Las puertas del local estaban cerradas, pero por las ventanas Annael logró advertir la calidez del lugar. Entró sin más, aunque era consciente de que no podría pagar habitación ni alimento alguno. El ambiente dentro era algo caluroso, pero al joven le pareció sofocante. No había más de ocho personas en el lugar, los clientes estaban cerca de la chimenea que ardía en forma abrasadora. Todos voltearon para ver al recién llegado, pero pronto le quitaron atención, y Annael pudo sentarse en un rincón. Había perdido su puñal, el que podía cambiar por alojamiento y comida sobradamente, y no estaba dispuesto a entregar su pequeña arpa. Apoyando los codos en la mesa, tomó su cabeza entre las manos. Si no hubiera seguido tontamente a los tres guardias, haciendo caso omiso a su lado cauto, estaría ahora en el campo, fuera de esta muralla de roca impenetrable. Permaneció así por un largo rato, lamentándose por su mala suerte, hasta que sintió una mirada poco disimulada sobre él. Levantó la cabeza y se encontró con la mirada de la mesera, una elfa sinda bastante bonita. Traía el pelo tomado en una peinado desordenado, y era poseedora de unos hermosos ojos pardos y una amable sonrisa.
- ¿Desea algo de beber, o alguna habitación?.-
- Lo siento, no puedo pagarle.- La respuesta hizo que la mesera frunciera un poco los labios.-
- No era esa mi pregunta. No se preocupe por el dinero, yo me encargo de eso.-
El argumento de la chica, dejó a Annael sin palabras. Lo único que logró articular fue un desabrido ¿Cómo?.
- Venga conmigo al mesón y le traeré algo.- El joven supuso que su aspecto era lamentable y que ponía en manifiesto abiertamente su situación. De todas formas, el cambiar de aires, a uno más distinguido, no haría más que empeorar las cosas. La chica desapareció de sus ojos, por una puerta tras la barra.
Los clientes comenzaron a salir de la sala, dirigiéndose a sus respectivos cuartos, cuando la Luna ya había atravesado gran parte del cielo nocturno. El joven se acercó a la chimenea, en donde unas pocas brasas y cenizas templaban lo suficiente la habitación. Annael suspiró, la noche no dejaba de medrar las sorpresas que le traía ese insólito día, aún no se terminaba. A pesar de todo, sentía que le faltaba mucho por descubrir, esta vez deseaba hacerlo, pero con cautela. La ciudad emitía una especie de magnetismo, y ahora estaba en ella. Quizás él pertenecía a ese lugar oculto para todos. Quién sabe, se dijo, dando rápidos sorbos al licor que la mesera le había traído. Aurien, como después supo que se llamaba, se deslizó calladamente por los rincones, apagando las lámparas, dejando a Annael en oscuridad.
- ¿Va a quedarse en ese lugar?.- Dijo ella desde la puerta hacia el interior, con graciosa sonrisa, grácil gesto de manos y un guiño en su fatua mirada parda, después se marchó. El joven la siguió en silencio.
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Aiya, de nuevo!
Explicaciones: Estoy aburrida y estoy en vacaciones (No se sorprendan, vivo en el Hemisferio sur y estamos en verano ;) Cuando estoy aburrida, los cambios no tardan en llegar, y como habrán notado cambié mi pen name, espero no provocar confusiones. También voy a dejar mi otro fic "Un Ocaso de Invierno", no me gustó para nada como iba en narrativa, y se me fue la inspiración en el tema. He vuelto a los fics de elfos! Supongo que no puedo alejarlos ¬¬, son mi raza favorita (Tengo preferencias por los Noldor, así que no se extrañen si los meto en todas mis historias XD) Y como estoy de vuelta, después de desaparecer por bastante tiempo, sospecho que voy muy atrasada en la lectura de sus fics, así que me pondré al día de inmediato!
Sean buenas y dejen reviews, please!! Acepto todo tipo de críticas y perdonen los errores de transcripción, este fic lo redacté en una hoja a parte, cosa que nunca antes me había resultado, ya que estoy acostumbrada a escribir en la PC.
Namárië
Metarel
