*se asoma tímidamente*

Hola, ¿hay alguien por aquí?

Después de un prolongado bloqueo creativo, he vuelto con la penúltima de las historias de mi saga erótica sobre los dioses olímpicos y los santos de oro.

Esta vez le toca a Dohko de Libra. ¿Quién será su pareja?

Lo descubriremos.

Disfruten de la lectura

Prólogo

El dios del Amor se posó suavemente sobre la extensa explanada olímpica. Plegó las blancas y espumosas alas con un suspiro de cansada satisfacción. No había nada mejor que recorrer la Tierra repartiendo amor…siendo el mensajero de su madre.

Una silueta se dibujó entre la niebla conforme se iba acercando y tomó la forma del dios de la guerra. Ares suavizó un poco su habitual expresión adusta al divisar a su hijo en la cima del montículo y siguió su camino sin mostrar algún otro signo de emoción.

Eros sonrió, sabiendo muy bien qué era lo que tenía a su padre de mal humor.

Había escuchado que Athena subiría al Olimpo por algún asunto y la perspectiva de cruzársela ponía muy de mal humor al Androfontes, para el cual entre más tiempo pasara alejado de su hermana, mejor.

Apuntó distraídamente con el arco, practicando diversas poses, intentando imitar el porte imponente del arquero delio cuando éste manejaba su arco." ¿Porqué él si puede verse imponente al disparar y yo no? ", pensó con un punto de resentimiento hacia el hijo de Zeus.

Entre tantos pensamientos recordó la conversación que había tenido con Hermes hace ya algunos meses acerca de sus padres. Apuntó juguetonamente la espalda de Ares, como si quisiera flecharlo. No había duda de que sería divertido enamorar a su padre de algún efebo, pero…aquello significaba separarlo de Afrodita. Cuando pensó aquello, sintió una punzada de dolor en el corazón. Gimió, mortificado. Odiaba que las cosas se complicaran.

Levantó la vista de nuevo hacia su padre, el cual se había agachado al lado del lago que humedecía la pradera con su frescura, sin duda para aliviarse un poco de los nervios.

La tensión en los músculos de su espalda, y el que pareciera clavado en el sitio, solo podía significar una cosa: La diosa de la sabiduría probablemente estuviera al caer.

No se equivocaba. Pronto, la silueta de Palas se recortó contra la neblina dorada, acompañada de una silueta masculina, seguramente alguno de sus santos.

El crujido de las mandíbulas de Ares fue tan audible que Eros bajó el arco sobresaltado, intentando no provocar un accidente. Se sonrojó cuando la primogénita del gran Zeus llegó a su misma altura.

De todas las diosas del Olimpo, no había ninguna que le provocara tanto respeto y temor como Athena. Era divertido mortificar a Ártemis, porque ésta despreciaba el amor y lo menospreciaba, creyéndose muy digna como para ser afectada por él.

Pero Athena era distinta.

Al inicio había tenido una actitud similar a la de la virgen cazadora, solo que un poco más severa. Incluso había llegado a amenazarlo con echarlo al Tártaro ella misma si llegaba a flecharla de alguna forma. Sin embargo, el tiempo que había pasado en la Tierra al parecer la había hecho comprender las dimensiones de aquel sentimiento y ahora le tenía un respeto bastante cauto.

Para distraer sus pensamientos, se fijó en el santo que acompañaba a la diosa.

Había oído de los santos de oro. Pero nunca había visto a uno.

Era una protección un tanto ostentosa, pensó. Se preguntó si no le molestarían al santo en cuestión los sólidos escudos que cargaba, uno sobre el hombro izquierdo y el otro por sobre el brazo derecho.

El santo de Libra levantó la cabeza alerta en dirección al dios, al notar su curiosidad. Los ojos colorados de Dohko brillaron alerta al distinguir al tenso dios de la guerra algunos pasos más allá. Athena le puso una mano en el hombro.

—No lo mires, Dohko,—le recomendó. —Así no le darás excusas para venir a molestar, —suspiró.

—Lo siento, señorita, —se disculpó, y bajó la mirada inmediatamente.

El dios del amor levantó el arco y procedió a desmontar la flecha para devolverla al carcaj antes de que sucediera alguna desgracia. No quería provocar una calamidad.

De repente, una mariposa traviesa se le posó en la nariz. Estornudó y disparó la flecha todavía montada en el arco debido al reflejo. Levantó la cabeza, asustado. Si le había dado a Athena…

Pero la diosa estaba en la dirección opuesta y no parecía haberse inmutado en modo alguno.

Sabiendo que sus flechas eran invisibles para el flechado a no ser que esté fuera un dios, miró a Dohko. El santo de Libra tampoco parecía haberse dado cuenta de nada. Casi con miedo, volvió a ver a su padre, deseando con todas sus fuerzas que la flecha se hubiera perdido en algún otro lugar.

El estómago le dio un bandazo al ver la larga saeta clavada limpiamente en medio de los omoplatos de Ares. Desesperado, volvió a ver a todos lados, intentando ver a alguien más aparte de a la diosa. El dios de la guerra se enamoraría sin remedio de lo primero que vieran sus ojos después del flechazo. No tenía tiempo de llamar a su madre…y si se fijaba en Athena se desataría un infierno.

Tenía unos segundos preciosos antes de que sintiera el ardor del pinchazo o viera su reflejo en el agua…y lo desplumara como a una gallina por haberlo flechado.

Sin pensar se lanzó impulsivamente hacia la diosa. Si aquello no funcionaba, estaba frito. Como había supuesto, el santo de Libra había reaccionado rápidamente y le había cerrado el paso, cubriendo a Athena y apartándola del campo de visión de Ares, cuyas pupilas negras se fijaron en él por un segundo. Eros cambió de dirección abruptamente y se elevó grácilmente hacia el cielo.

—¿Qué carajos?,—susurró Dohko, desconcertado por la actitud del dios.

Athena miró de reojo a Eros con los ojos azules llenos de preguntas. ¿Qué estaría tramando aquel pequeño diablillo ahora?

Ares sacudió la cabeza, aturdido de repente. Un repentino pinchazo lo hizo llevarse una mano al pecho. Elevó la mirada hacia su hermana, justo en el momento en que Dohko la cubría. De repente toda su visión se nubló menos el santo de oro, que le pareció extrañamente apuesto. Aquello lo extrañó. ¿Desde cuándo se fijaba él en los hombres?

De repente sintió mucho calor y giró el cuerpo buscando la frescura del agua. Entonces vio la sombra de la flecha clavada en su pecho. Se volvió furioso, buscando a Eros con la mirada, comprendiendo de repente su repentino interés en Dohko.

Vadeó la llanura a grandes pasos. Levantó la mano y lo jaló de un ala con furia.

Eros se volvió a mirarlo haciendo una mueca por lo repentino del agarrón.

—Padre, ¿Qué haces aquí? Creí que te habías ido hace rato, —mintió.—Estoy buscando una flecha. Se me ha ido…

—A mí se me va a ir mi lanza, —siseó, furioso. —…pero entre tus alas!

El dios del amor palideció, dándose cuenta de que era demasiado tarde para remediar su metedura de pata.

Hola, hola!

Después de mucho tiempo, estoy de vuelta ^^U

Como en el caso de Shion con el dios Hermes, para Dohko necesitaba a alguien con el mismo carácter de Shion, o por lo menos con un temperamento ariano como el suyo. La respuesta obvia es Ares.

Ahora, este dios presenta un desafío interesante, porque no se le conocen amantes de su propio sexo. Lo cual es curioso, teniendo en cuenta que esto era muy común que pasara entre soldados. Ya veremos más adelante el porqué.

El título se puede traducir como "Batalla de Amor" (μάχη se puede traducir como lucha, batalla, juego ( en sentido de competencia ) , competencia, justa ) Más adelante explicaré porqué; aunque talvez ustedes lo adivinen conforme pasen los capítulos.

Este es el antepenúltimo fic de la saga, el penúltimo será el de Camus, y el último el de Afrodita.

Como es costumbre, abro un pequeño espacio para explicar algunos de los términos utilizados.

* Androfontes (gr. Ανδρειφοντης ) "asesino / destructor de hombres" ) El epíteto más famoso del dios Ares.

* El arquero delio es, por supuesto, el dios Apolo, el cual nació en Delos. Tuvo una pequeña disputa con Eros acerca del uso del arco, misma que desembocó en este último tomando venganza por las burlas del hijo de Zeus, perforando el corazón de la ninfa Daphne con una flecha plomiza, que la hizo odiar a Febo y huir de él. Como la mala suerte de este dios en el amor es proverbial, pareciera que el dios del Amor nunca le perdonó tal afrenta.