―¡¿Cómo que no sabes lo que ocurrió?! ―le bramó Félix a Duusu.
El kwami se encogió asustado. ¿Sería este nuevo dueño peor que el anterior? Al principio le había parecido que no, pero acababa de descubrir que Félix era mucho más temperamental que Hawk Moth. Gabriel nunca le había levantado la voz de esa forma.
―Lo siento, amo, pero mis recuerdos de esa época están muy borrosos ―se defendió Duusu―. Entiéndalo: mi miraculous estaba dañado. Así que no sé qué usos le dio Emilie Agreste a mis poderes.
Félix se dejó caer sobre la silla, derrotado. Su última y única esperanza se había desvanecido: había creído que Emilie había descubierto la forma de liberarlos a él y a Adrien, pero incluso si lo hubiera hecho, Félix no tenía forma de averiguarlo.
―Si me permite el atrevimiento, amo, ¿no cree que debería recuperar los anillos de los de Vanily de manos del señor Agreste?
En realidad, Félix se lo había estado planteando durante un tiempo. Con el poder de Duusu, estaba convencido de que podría diseñar un plan para robárselos; al fin y al cabo, ya lo había hecho una vez. Sin embargo, tanta insistencia levantaría sospechas en su tío, y si indagaba demasiado y descubría el verdadero significado de los anillos… las consecuencias serían terribles.
―Le entregué mi anillo a mi tío para que lo usara en vez del anillo de Adrien* ―explicó Félix―. De otra forma, mi primo se vería obligado a acatar sus órdenes, y no le desearía ese destino ni a mi peor enemigo.
Duusu se sorprendió. Su nuevo amo le había entregado el objeto del que dependía su vida al hombre más cruel que Duusu conocía… ¿por el bien de su primo? Tal vez Félix no fuese como Gabriel, al fin y al cabo.
―Pero… pero… si el señor Agreste rompe el anillo por error, ¡usted desaparecería para siempre! ―se preocupó Duusu.
Félix le restó importancia con un gesto y explicó:
―Gabriel jamás permitiría eso. Es una de las pocas cosas que le quedan de su esposa. Con lo tercos que son los Agreste, lo protegería hasta con su vida.
―¿Y si el señor Agreste descubre que con ellos puede doblegar su voluntad? ¡Sería terrible! ¡Estaría usted a su merced!
―¡Suerte que mi tío no conoce el poder de los anillos! ―exclamó Félix.
En realidad, a eso se reducía su dilema: si Gabriel descubría que el anillo podía controlar a Félix ―y a Adrien por extensión―, entonces los usaría para recuperar a Duusu, y las esperanzas que tenía Félix de ser libre se esfumarían para siempre.
―Dime, Duusu ―pidió―, ¿hay alguna forma de que Gabriel sea incapaz de darme órdenes aún si averigua el secreto de los de Vanily? ―En realidad Félix no esperaba una respuesta afirmativa.
―Pues... quizá ―soltó Duusu con la boca pequeña.
De golpe, Félix se incorporó en la silla con un optimismo renovado.
―Si me estás engañando para que te libere…
―¡No puedo mentirle a mi poseedor, amo! ¡Es una regla de los kwamis! ―se defendió Duusu―. Como no es usted un sentimonstruo por completo, tal vez pueda liberarlo del lazo de servidumbre que ata su voluntad, pero no puedo romper el lazo que ata su vida. Puedo conseguir que no tenga que obedecer las órdenes de nadie, pero si el anillo es destruido, usted morirá. Eso no puedo evitarlo.
Félix se rascó el mentón, pensativo.
―Hazlo. Rompe el lazo. Pero mi tío se quedará con los anillos. Ahora mismo, con Ladybug y Chat Noir buscándome, él los mantendrá a salvo mejor que yo.
Duusu asintió y alzó los brazos para empezar el hechizo.
―Esto va a dolerle, amo ―advirtió.
Félix tomó aire.
―Está bien. Lo resistiré.
Pese a sus palabras, cuando Duusu activó su poder, Félix profirió un grito de dolor que se escuchó por todo el hotel.
El Maestro Su-Han recorría los tejados de París en dirección a la casa de Marinette. Quería pedirle explicaciones. ¿Qué había ocurrido? ¿Cómo se había hecho Hawk Moth con los miraculous? Su-Han había depositado toda su confianza en esa chica, pero cuando había visto la sombra ominosa de Hawk Moth alzarse delante de la torre Eiffel, había comenzado a cuestionarse que hubiera tomado la decisión correcta.
La ira lo consumía, se sentía culpable por haber dejado a Tikki en manos de una adolescente, pero sobre todo estaba preocupado. La última vez que tantos miraculous habían caído en malas manos…
Alejó ese pensamiento de sí. No quería invocar males mayores.
Estaba a punto de llegar a la panadería de los Dupain-Cheng cuando una sombra lo interceptó.
―¿Su-Han? ―lo llamó una voz grave.
El guardián celestial reconoció la voz de inmediato, pero se giró creyendo que su imaginación le estaba jugando una mala pasada. Sin embargo, en cuanto lo hizo descubrió a un hombre cuya poderosa figura se perfilaba contra la luna. Tenía una melena larga pero encanecida por el paso de los siglos, y unas cejas pobladas que le enmarcaban los ojos. Pero sus rasgos más reconocibles eran su nariz chata y su piel morena. Cuando aún eran meros aprendices en el Tíbet, ese aspecto tan poco común solía meterlo en muchos problemas.
―¡Yumay! ―exclamó Su-Han, incrédulo. Hubiera pensado que Hawk Moth intentaba engañarlo con el miraculous del zorro de no haber sabido que era imposible que Hawk Moth conociera el aspecto de Yumay―. Pero… pero… moriste cuando el templo fue destruido.
Yumay lanzó una carcajada que hizo temblar la noche.
―Siento que hayas tenido que pasar tanto tiempo en la panza de esa bestia**, viejo amigo ―dijo―. Fue un accidente. La Anciana quería que escaparas con nosotros, pero el destino te tenía guardado otro final.
Su-Han comenzó a entender, y la luz de una revelación increíble se encendió en sus ojos. Si la Anciana seguía viva, y con ella el resto de guardianes celestiales, entonces puede que hubiera esperanza para París.
―Vamos ―lo apuró Yumay―, la Anciana quiere que la pongas al día con esos dos nuevos portadores de la creación y la destrucción. Además, tengo mucho que contarte. ¿Has visto la televisión últimamente? ¿Conoces a esos nuevos héroes neoyorkinos? Pues son cosa mía ―le reveló con mucho orgullo.
Su-Han, sin embargo, negó con la cabeza.
―Me temo que aún no he descifrado los mecanismos de esa caja mágica que ahora llaman "televisión".
Yumay suspiró hastiado, pero comenzó a contarle la historia igualmente:
―Pues mira, su líder se llama Eagle, que…
Gabriel Agreste se encontraba sentado en su despacho cavilando en un importante dilema. Delante de él, sobre el escritorio, se encontraba el miraculous del conejo: un reloj de bolsillo con la capacidad de viajar en el tiempo. Ahora que lo tenía en su poder, Gabriel podría viajar al pasado y evitar que Emilie usase el miracuous del pavo real. De esa forma, nunca hubiera enfermado y nunca hubiera caído en coma.
Sin embargo, Gabriel no era estúpido: conocía los riesgos de alterar la línea temporal y no tenía reparos en admitir que le asustaban las paradojas que pudiera causar. De ahí su dilema: con el resto de miraculous en sus manos, ¿valía la pena asumir el riesgo de usar el del conejo?
Por desgracia, cualquier escrúpulo o precaución que tuviera no era nada comparado con el intenso deseo de volver a ver a su esposa. Así que dejó que sus emociones tomaran la decisión: cogió el miraculous del conejo entre sus manos y se dispuso a abrirlo. Entonces escuchó una voz suave ante él:
―Yo que tu no haría eso, cariño.
Gabriel levantó la vista y se quedó boquiabierto. Una figura vaporosa había aparecido en su despacho: una mujer rubia, esbelta y con una sonrisa que era tan luminosa como los rayos del sol. Era un rostro que conocía bien: el de Emilie.
¿Era un fantasma? ¿Una ilusión causada por el miraculous del zorro? Porque era imposible que ella estuviera de verdad allí. Completamente imposible.
Tal fue su desconcierto que se volvió una estatua. No fue capaz de contestar, así que la aparición habló antes:
―Si viajas al pasado y evitas que yo enferme, entonces será Adrien quien morirá ―dijo con dureza.
El fantasma se acercó a él, rodeó la mesa y le acarició la mejilla. Emilie no era completamente corpórea porque el futuro del que provenía no estaba consolidado aún, pero su contacto seguía siendo tan reconfortante como Gabriel recordaba.
―Emilie… ―susurró. No podía creérselo. ¿De verdad estaba delante de él?―. No entiendo. ¿Quién… Qué eres?
―Bunixx me ha traído. Bueno, la Bunixx de donde yo provengo ―explicó ella mientras continuaba acariciándole la mejilla. Su mano a veces le tocaba la piel y a veces la traspasaba como si fuese aire. Durante un instante fugaz, su mirada expresó una profunda pena, pero al momento siguiente, había adoptado un gesto grave y determinado―. Escúchame bien, cariño. Estoy aquí para evitar que cometas un error tremendo. Me temo que no puedes usar el miraculous del conejo. Aunque te duela, debes dejar que yo use el miraculous del pavo real y que enferme. ¿Lo entiendes, Gabriel?
Gabriel parpadeo confuso.
―¿Por qué? ―preguntó. No fue capaz de decir más por todas las emociones que estaba sintiendo: amor, alegría, confusión, miedo.
―No puedo revelarte demasiado. Lo único que puedo decirte es que, si usas el miraculous del conejo para alterar el pasado, me recuperarás a costa de la vida de nuestro hijo.
―¿Por qué? ―repitió él. Esas dos palabras se le habían quedado atascadas en la mente.
―Porque ahora mismo no tienes toda la información. Alterar el pasado a ciegas tendría consecuencias terribles.
―¡Entonces dime lo que no sé! ―suplicó. La voz se le quebró al hacerlo―. Por favor, cariño, ayúdame a recuperarte. Por favor. ―Gabriel rogó con todas sus fuerzas. No podía creerse que Emilie stuviera delante de él, pero podía creerse menos que estuviera aconsejándole que no la rescatara.
Por desgracia, Emilie se limitó a darle un beso en la frente y contestar:
―Eso tampoco puedo contártelo. Lo único que puedo decirte es que debes resistir la tentación de usar los poderes de Fluff. Por el bien de Adrien.
―¿Algún día volveremos a vernos? ¿Conseguiré recuperarte?
―No lo sé. Yo no pertenezco a ese futuro.
Gabriel iba a replicar, pero entonces Emilie se echó hacia delante y lo calló con un beso. Fue un beso profundo aunque insatisfactorio, porque ella no tenía un cuerpo completamente material. Aun así, Gabriel lo percibió como si de repente le hubieran insuflado oxígeno después de estar atrapado en la parte más oscura del océano durante más de un año.
Cuando Emilie por fin se separó de él, Gabriel supo que su despedida estaba cerca y notó cómo las lágrimas amenazaban con derramarse sobre sus mejillas.
―Tienes que dejar que la historia siga su curso, cariño. No te preocupes, todo saldrá bien. ―Y con esas palabras, Emilie desapareció.
* Para los que no lo recuerdan: cuando Félix robó en anillo de su tío, Gabriel comenzó a usar el de Emilie. Pero el anillo que de verdad le pertenece es el que le dio a Félix, y que este le devolvió en Contraataque/Strike Back.
** Se refiere a Festín, el sentimonstruo que creó Fu cuando era aprendiz y que "supuestamente" destruyó el templo de la Orden de los Guardianes. Cuando CN y LB derrotaron a Festín, el Lucky Charm restauró el templo y a los monjes.
