Alma Gemela


El sol brilla en todo su esplendor, los pájaros cantan y surcan los cielos en busca de un lugar mejor, las flores se abren para deslumbrar con sus hermosos colores, y las campanas de la iglesia resuenan con emoción al anunciar el motivo de tan bello día:

Habrá boda

Docenas de personas, los invitados de ambos novios, se reúnen en el umbral de la iglesia buscando su lugar. Un lugar especial.

Las Damas de Honor se pelean con su maquillaje, y algunas con sus vestidos, deseando llegar a tiempo al lugar donde es necesaria su presencia: Detrás de la afortunada mujer que en esos momentos es vista como una diosa, una obra de arte en un pedestal. Al igual que los Ushers, acompañantes del novio, quienes bromean sobre la ahora rota libertad del novio, según sus palabras; sin embargo en el fondo estaban felices por él, estaba contrayendo nupcias con una envidiable mujer. ¿Quién no quisiera algo así?

Todo ya estaba preparado y listo para el gran momento, incluso el padre ya había llegado, ahora sólo era cuestión de esperar a los novios.

Dentro de una pequeña, pero hermosa, y humilde habitación, la mejor amiga de la novia se estaba rompiendo la cabeza por encontrar el último de los seguros para que el vestido quede perfecto, hermoso, sublime. Magnífico, según ella. La Novia dibujó media sonrisa bajo su velo ante la cara de desesperación de su amiga.

—Bisca... —dijo para llamar su atención. Su mejor amiga se detuvo y la volteó a ver con cara de incógnita—, está en tu mano derecha.

Bisca bajó la mirada a su mano derecha, y efectivamente ahí estaba el seguro; se palmeó con fuerza la frente y rodó los ojos.

—Soy un asco como Dama de Honor —musitó, luego se acercó a la Novia.

—No. No lo eres —dijo para tratar de calmarla. No le gustaba verla de esa forma—. Gracias a ti me encuentro bien. Estoy tranquila; tú te preocupas por las dos.

Ambas rieron un poco para aliviar la tensión. Bisca se arrodilló frente a la zona donde hacía falta el seguro, lo colocó, y retrocedió para admirar su trabajo ya terminado; entonces juntó ambas manos frente a sus labios y sus ojos se cristalizaron. Rompió a llorar.

—Ahora sí estás haciendo un mal trabajo —señaló la novia. Bisca rió por lo bajo y sacó un pañuelo de su bolso para limpiarse una lágrima traicionera que se deslizaba por su mejilla derecha.

—Lo siento... —musitó—, es que aún no puedo cree que vas a casarte.

—Lo sé. Ni yo puedo creerlo —la novia bajó del banquillo donde se encontraba parada y se acercó paso a paso al espejo frente a ella. Se miraba fijamente, aún con el velo puesto—. No puedo creerlo.

—Bueno, me voy antes de hacerte llorar y que se te corra el maquillaje —dijo mientras recogía sus cosas y aplizaba su vestido con ambas manos en partes que estaban arrugadas—. Te veo afuera. Y recuerda, Erza: Es el día más feliz de tu vida.

Bisca le dedicó una cálida sonrisa a su mejor amiga y cerró la puerta tras de sí, dejándola por primera vez sola desde hace más de seis horas.

Erza se levantó el velo y, con su reflejo ahora mejor visto, se siguió mirando fijamente, analizando su aspecto, cada minúsculo detalle: Su hermoso velo que tardó, en forma figurativa, años en encontrar y hacer que Bisca le diera el visto bueno; su maquillaje de tres horas que asentuaba sus detallados y afilados rasgos, especialmente sus ojos; el collar de oro blanco con un Zafiro que le entregó su madre antes de que empezara su preparación; y su increíble vestido que vio en un catálogo hace años. Desde que se topó con aquél vestido...ella ya no fue la misma; ansiaba...no, DESEABA tener ese vestido a cualquier costo. Y gracias a su padre logró obtenerlo. Ahora ya tenía todo lo que necesitaba para su gran día: Una iglesia, invitados que estaban felices por ella, amigas que la apoyaban así como su familia, un apuesto e inteligente Novio como siempre imaginó. Entonces una pregunta apareció en su mente:

Si ya tengo todo lo que necesito, ¿Entonces porqué no soy feliz?

Erza agachó la mirada y contuvo las ganas de llorar, no de felicidad...sino de tristeza. ¿Qué está mal conmigo?, era lo que se preguntaba. Una Novia debía estar feliz, sentirse como una estrella fugaz en el firmamento, como un atardecer con toda combinación posible de sus colores, como una supernova haciendo implosión; pero no, ella se sentía miserable.

¿Porqué?

El tiempo había llegado; el piano comenzó aquella melodía que anunciaba la llegada de la novia y todos los invitados se levantaron de sus asientos, voltearon hacia la gran puerta y esperaron a que se abriera de par en par, luego de un par de segundos se hizo y una pequeña de siete años cruzó el umbral repartiendo flores amarillas por toda la alfombra blanca. Entonces apareció. La Novia, Erza, cruzó el umbral con ramo entre sus manos y siendo acompañada de su padre; él trataba de mantener la calma, pero por la sensación que percibía Erza en su brazo no lo estaba. Temblaba, y mucho. La pelirroja colocó su mano sobre la de su padre para calmarlo, lo cual funcionó; él la miró con una dulce mirada y le guiñó un ojo, una clara señal de agradecimiento. Llegaron al altar y el padre le entregó la mano derecha de su hija al novio, su futuro yerno. Le estaba entregando a su hija. Ya había llegado el momento.

—Todos sentados —indicó el padre. Los invitados obedecieron—. Estamos aquí reunidos para reunir a Erza Belserion Scarlet, y a Jellal Fernández, en sagrado matrimonio.

Después de aquellas palabras por parte del padre, Erza dejó de escucharlo; no porque le pareciera banal o aburrido, más bien porque sentía que su alma abandonaba su cuerpo. No se sentía nada bien.

Levantó la mirada hacia su novio para buscar la razón que en un principio la convenció de casarse, en cambio encontró a un galante chico de cabellera azul claro frente a ella que, no le extrañaba, le parecía un completo desconocido; sin embargo, nadie mencionó eso a él. Jellal miraba a Erza, literalmente, con ojos de amor. Para él, ella era el amor de su vida, la chica que pasó toda su vida buscando y que finalmente después de muchas adversidades encontró. Ella era su alma gemela; lástima que Erza no se sentía de la misma manera.

¿Qué estoy haciendo aquí?

La garganta de Erza le dolía, sentía un horrible e insoportable nudo en ella que le impedía respirar y pensar claramente; se sentía sofocada, presionada. DESESPERADA. Sabía que estaba mal sentirse de esa manera, no era justo para Jellal ni para los demás invitados que decidieron usar dos horas de su tiempo en verla desposar a un hombre que no amaba; pero así se sentía, y no podía evitarlo.

—...y con toda la fuerza de mi corazón, prometo que te amaré sin importar las circunstancias, ni los planes que tenga preparados el destino para nosotros —escuchó decir a Jellal de repente.

¿Cuándo fue que llegaron tan lejos? Había perdido la noción del tiempo y ya estaban casi en el final; sólo faltaban por entregarse los anillos y sería todo. A tan sólo un paso de renunciar a su libertad y encadenarse a un hombre que veía como un desconocido.

Jellal le pidió los anillos a la pequeña que repartió las flores; Erza veía cómo los tomaba, separó uno, levantó el dedo anular de ella, y se lo puso. Una forma tan sencilla y rápida que...la aterraba. Ahora él se había puesto el suyo, ya sólo faltaba algo más y todo terminaría.

—Ahora, por el poder que me fue conferido por el señor: Los declaro marido y mujer. ¿Hay alguien aquí que se oponga a la unión de estas...?

La puerta de la iglesia se abrió de golpe, interrumpiendo al padre y dejando la pregunta flotando en el aire. Una fuerte vetizca recorría cada centímetro del salón principal, golpeando los rostros de los invitados y de los novios; una sombra entró como una exhalación y planeó por todo el lugar hasta llegar al centro, donde abrió sus alas completamente y aterrizó con un golpe sordo al momento que sus pies tocaron el suelo. Todos miraron aquella sombra, la cual resultó ser un chico, o eso parecía; la mitad de su cuerpo era diferente, extraña, era como si hubieran unido a una persona con una especie de monstruo.

Aquél chico alzó la mirada y observó fijamente a los novios. El corazón de Erza dio un vuelco, así mismo latía sin parar.

—Yo me opongo —dijo el chico.

Erza se irguió de golpe cubierta en una capa de sudor en su frente, respiraba agitadamente con la mirada fija al frente; su mente era una vorágine de sentimientos e ideas, mismas que le golpeaban con fuerza la cabeza. Dolía. Cerró los ojos al mismo tiempo que respiraba hondo para tratar de recobrar la compostura y analizar bien lo que había pasado.

Desperté de un sueño

Le echó un rápido vistazo a su alrededor una vez que se recuperó: Se encontraba en una habitación pequeña, había pocos muebles como una mesita de noche, un tocador, un ropero, y un par de sillas; además de una ventana abierta cuyas cortinas bailaban con el soplar de los vientos. Era tranquilizador ese viento, y se sentía muy fresco.

Erza sujetó su cabeza con ambas manos, entonces sintió que algo tenía entre los dedos de su mano derecha, la acercó al nivel de sus ojos para verla mejor: Ese algo era un objeto pequeño y redondo, un anillo.

—Entonces fue real... —susurró incrédula.

Erza realmente había vivido aquél sueño que la despertó como si alguien la hubiera golpeado sin piedad. Ella se había casado. Por unos momentos se sintió aliviada, pero luego ese sentimiento cambió a tristeza y arrepentimiento. Ahora lo sabía: ella no quería casarse, de ninguna manera. ¿Porqué al final cedió ante las circunstancias?

Pegó sus rodillas a su pecho y ocultó su cabeza entre las rodillas, comenzó a llorar; sollozaba, gimoteaba, lloraba incontrolablemente. Ahora...se sentía devastada.

La puerta de su habitación se abrió lentamente; Erza imaginó que se trataba de su marido, el chico de cabellera azul. No quería ni verlo, no se sentía con la fuerza para hacerlo; pero debía hacerlo. A final de cuentas...ya estaban casados. Erza levantó la mirada, y su cuerpo se estremeció.

—Al fin despertaste —dijo su marido, cargando una bandeja de plata con un desayuno preparado para ella. Lo levantó para que ella lo viera—. Te traje el desayuno.

El chico se acercó a ella, dejó la bandeja en la mesita de noche y tomó asiento junto a ella en la cama. Erza seguía sin reaccionar, sólo lo miraba fijamente como si se trataba de una ilusión, o pero aún: De otro sueño. Levantó la mano derecha y tocó la mejilla derecha de él, para asegurarse que era real; sintió su calidez, su suave piel. Erza dio un brinco y por primera vez ese día, sonrió.

—¿Estás...? —preguntó, pero fue interrumpido por un abrupto abrazo por parte de Erza.

—Estás aquí —musitó Erza, que al final se escuchó como un sollozo—. En serio estás aquí.

—Claro que estoy aquí —afirmó Natsu en voz dulce—. ¿Porqué no lo estaría?

—Es que...yo... —decía entre sollozos.

Natsu se preocupó y apartó gentilmente a Erza para verla de frente; tenía los ojos cristalizados, y las lágrimas no dejaban de salir, acercó su mano en la mejilla de ella y limpió una de sus lágrimas con su pulgar.

—¿Soñaste que te habías casado con alguien que no amabas? —interrogó. Erza amplió los ojos, sorprendida.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque casi te casas con alguien que no amabas —respondió como si nada. Erza se limpió las lágrimas con el dorso de su mano—Déjame explicarte... —

Yo regresé a Magnolia para buscarte, busqué y busqué por todos lados, incluso los menos esperados, y luego e encontré con Lucy; creí que me detendría o que trataría de convencerme para quedarme con ella, pero me sorprendió al decirme dónde te encontrabas. Me fui, pero antes me dijo que no importa lo que haga...no dejara que te casaras por obligación. Y que te amara más que a mi propia vida.

Ya era tarde, así que me convertí en dragón para usar las alas y cruzar media Magnolia para llegar a la iglesia. Lo único en lo que pensaba era en ti, y en qué debía llegar a tiempo. Al final vi la iglesia y entré destrozando la puerta en el trayecto, ¡Jajaja! Creo que el padre me la va a cobrar como nueva.

—N-No entiendo —tartamudeo Erza—. Si tú fuiste a evitar que me casara, ¿Entonces qué significa eso?

Erza levantó la mano y la volteó para enseñarle el anillo a Natsu; él, al momento de verlo, sonrió y rió por lo bajo. Erza estaba confundida.

—Bueno... —

—No me digas que no pudiste llegar a tiempo —lo interrumpió—, porque no podría soportarlo si sé que me casé con alguien que... —

Natsu colocó su dedo índice en los labios de Erza para que guardara silencio. Ahora él prosiguió.

—Lamento decirte que sí te casaste... —Erza sintió todo su mundo yendo en picada. No, ella no quería eso. No quería que las cosas terminaran así. Reprimió las ganas de romper a llorar—, te casaste...pero conmigo.

La luz en los ojos de Erza volvió a encenderse y llenó todo su rostro. Natsu rió una vez más.

—¿Y qué hay de Jellal? —quiso saber Erza—. Supongo que no lo tomó muy bien.

—¿Qué crees que es la cicatriz en mi mejilla? —Natsu se puso de perfil derecho para mostrarle a Erza la cicatriz que le cruzaba casi toda la mejilla—. ¿Una moda?

Erza rió por lo bajo y volvió a abrazar a Natsu.

Desde el inicio Erza se sentía vacía por dentro, a pesar de tener todo lo que una chica promedio deseaba: Estabilidad, dinero, familia, alguien a quién amar. Pero, en cierta manera, ella cambiaría todo eso por algo real, algo que valiera la pena.

Una alma gemela.

Ahora se sentía completa, y no podía pedir nada más. Bueno...tal vez algo pequeño, pero eso llegaría con el paso del tiempo. Mientras tanto, aprovecharía cada momento con Natsu, hasta el fin de los tiempos.

FINALE.