Decimocuarta bala:
Un ser despreciable
Era una mañana deslumbrante, con el cielo limpio y una sensación de calor creciente. Sin embargo, el grupo de las Aihara y los mercenarios no podían saberlo. La bodega apenas dejaba pasar la luz del sol al encontrarse por completo cerrada y el clima artificial que Sky instaló en su escondite propiciaba una agradable sensación ambiental. Eran detalles como ese o la presencia de numerosos utensilios de cocina los que provocaban el asombro de Yuzu, mismo que no dejaba de expresar pero que a la vez suscitaba pequeños reclamos.
—¡No puedo creerlo! ¡Tuvieron esto todo el tiempo y no dijeron nada! —resonó la voz de Yuzu en un enérgico reproche.
—Yo le dije que al menos debíamos llevar la arrocera —contestó Joey con una taza de café en su mano—, pero ya sabes cómo es el señor simpatía. No quería comprar arroz a diario.
—Eso nos hubiese ayudado mucho —respondió Yuzu con los brazos cruzados—. ¡No tienen idea de cuanto sufrió Mei por eso! Ella no se lleva bien con la comida condimentada.
—Mira el lado positivo —intentó calmarla de alguna manera—, no enfermó y después de esto tal vez desarrolle resistencia a comer tantas especias… o conservadores.
—Pero ese no es mi punto —continuó Yuzu con el ceño fruncido. Tomó un par de palillos y con estos comenzó a batir unos huevos—. Aquí tienen de todo para subsistir y estamos en una zona más escondida que Akihabara. Mei tenía razón, debieron traernos a este refugio desde un principio.
—Lo sé, lo sé… pero Julian tenía sus razones. Muy personales, lo admito, y créeme que intenté convencerlo de venir aquí al inicio y no logre nada. ¿Es azúcar?
—Sí. El tamagoyaki lleva azúcar. ¿Nunca lo había probado?
—No. Ya sabes que solemos vivir a base de comida instantánea y cuando cocino, siempre es al estilo occidental. A veces no hay tiempo para aprender más variedad.
—Podríamos intercambiar recetas —mencionó Yuzu con alegría para después, volviendo a endurecer la voz, proseguir con sus quejas—. Insisto, de vez en cuando no está mal, pero comer así puede ser dañino.
Mientras que Yuzu y Joey se encargaban de cocinar y discutir sobre la cuestionable estrategia de seguridad, Mei y Sky esperaban en la sala, ella concentrada en su lectura mientras que el mercenario parecía aun molesto por los nulos resultados de su interrogatorio. Ni siquiera recuperar de las manos de Yuzu la antología oficial de Bloom into You parecía contentarle. La entrevista con aquel esbirro de Sato solo podía calificarse como una pérdida de tiempo. Mei, en cambio, lucía tranquila y relajada como no lo había estado desde que comenzó la persecución de Sato. Quizá era por la ubicación del nuevo refugio, más segura que la anterior, o podría ser gracias al libro que encontró en la colección del mercenario y cuya lectura le mantenía absorta. Julian Sky tornó la mirada hacia ella, verificó que Yuzu siguiera distraída con Joey y de nuevo dirigió toda su atención a la joven de cabellos negros.
—Entonces —habló con calma, alistando un dardo peligroso hecho de palabras malintencionadas—. Estuvieron solas mucho tiempo, ¿hubo acción anoche?
—Clausula sexta del contrato —se limitó a responder Mei sin voltearle a ver—. No tengo que responder eso.
—No eres divertida —gruñó el mercenario. Su plan para divertirse había fallado—. Apuesto que Yuzu se pondría nerviosa de preguntarle lo mismo.
—No por favor —los ojos violetas de Mei seguían fijos en las páginas de aquel libro, sin embargo, su lectura había parado—. No me gustaría que la incomodara de esa manera.
—Sería solo una broma.
—No me parece gracioso —sentenció Mei. En seguida cerró el libro—. Como su clienta, le pido que no lo haga.
—De acuerdo, no la fastidiaré con eso —exclamó el pelirrojo ya molesto—. Ya veré de qué serie puedo hacerle spoiler.
—Señor Sky… —intentó hablarle Mei, pero sus palabras quedaron flotando en el aire.
—Cierto, eso sería caer demasiado bajo y a pesar de todo tengo principios.
—Gracias por la manta de anoche —continuó hablando. De inmediato, Sky dejó de monologar—. Ya empezaba a sentirse frío.
—No quería lidiar con refriados, eso es todo —comentó el mercenario de manera tajante. Ese día, Mei descubrió que pese a todo el sarcasmo, la ironía y el constante mal humor, Julian Sky no era bueno lidiando con los cumplidos de la gente.
—¿Cree que esto acabará pronto? —preguntó ella sin esperar una respuesta concreta ni inmediata.
Sky endureció su expresión. No tenía manera de contestar a tal cuestión. La escasa información obtenida durante el interrogatorio revelaba que podría hacer lo mismo con cuanto matón atrapara y no obtendría nada valioso a cambio. En palabras del esbirro capturado, Sato no tenía un lugar de operaciones establecido; cambiaba el lugar de las reuniones a su conveniencia y con justa razón. Mientras él buscaba a las Aihara, era perseguido por varios mafiosos a los que debía dinero. Con esto en cuenta y muy a su pesar la mejor solución era esperar hasta que Sato se quedara sin recursos y no pudiera encontrar donde esconderse o sus mismos hombres le traicionaran. Sin embargo, desconocían cuando podría ocurrir esto. sin tenerlo cerca, era difícil calcular con cuantos recursos contaba.
—Es algo que no puedo responder por ahora —se limitó a decir. Era evidente la frustración en sus palabras. Mei dejó a un lado el libro y bajó la mirada. No solo extrañaba su vida cotidiana, sentía una auténtica preocupación por su familia y por Yuzu.
—¡Hey, ustedes dos! —les llamó Joey desde la cocina.
—¡El desayuno está listo! —agregó Yuzu tan radiante como un sol. Mei y Sky pensaron cosas distintas. Ella se sintió aliviada de ver a Yuzu contenta, sonriendo mientras cocinaba. Para él, tanta alegría resultaba insoportable.
El desayuno fue una curiosa pero a la vez efectiva combinación de tradiciones culinarias, el estilo japones y el norteamericano se complementaron aquella mañana para brindar una agradable experiencia al grupo, a pesar de las quejas de Sky por gastar tanto dinero (aunque de sus bolsillo no salió ni un solo yen). Las más beneficiadas por el cambio de escondite sin duda fueron las Aihara; Mei al fin pudo comer tranquila sin temer por encontrarse con algún condimento o especia picante ni por sabores artificiales exagerados que sobreestimularan su paladar. Si bien, ya antes había probado algunos alimentos procesados en compañía de su amada rubia, esto ocurría de manera paulatina en algunas citas o cuando en compañía de todas sus amigas realizaban alguna visita al cine o al centro comercial. En cambio, el régimen de alimentación que sostuvo en Akihabara era algo abrumador. En cuanto a Yuzu, uno de los mayores placeres que la vida podía ofrecerle era ver a Mei disfrutar de la comida que ella le preparaba.
La alegría emanada por Yuzu no pasaba desapercibida por nadie; Mei la conocía muy bien, sabía que solo tomar un bocado de arroz era suficiente para hacerla sonreír. Joey, con una mezcla de diversión y ternura, las miraba de reojo mientras se debatía entre tomar un trozo de pescado o unas tiras de tocino las cuales, sobra decir, no fueron para nada baratas. Sky, más descarado, no se molestaba en esconder su mirada pero ahora centrada su atención en Yuzu, pues Mei comía a un ritmo normal.
—Señor Sky —Yuzu tomó la palabra—. Me preguntaba… ¿qué hizo con el tipo que atraparon?
—No quieres saber —respondió este tras dejar su taza de café sobre la mesa.
—No me refería a que le hizo durante el interrogatorio —aclaró Yuzu con una voz temblorosa. De escuchar tal respuesta, ya podía imaginar que aquella fue una de las peores noches en la vida de aquel hombre—. ¿Sigue encerrado aquí o…?
—Oh, te referías a eso —el mercenario guardó silencio un momento. Tomó uno rollo de tamagoyaki con sus palillos y antes de llevárselo a la boca, agregó—: No tengo idea. Kioto, Yokohama, Takaoka, lo subí al primer tren que vi a punto de partir.
—Pensamos que… lo había eliminado —comentó Yuzu con cierto temor.
—No hizo falta —contestó Joey al ver que su colega estaba muy ocupado comiendo—; aunque nos dio poca información útil, al final habló y por eso lo dejamos con vida aunque fue necesario mandarlo lejos para que no pudiera revelar nuestra ubicación.
—¿Y qué les dijo? —la curiosidad de Yuzu era de admirar a pesar de tener un interés claro. Mientras más supieran sobre Sato, volverían a su vida normal en menor tiempo—. ¿Al menos fue importante?
—Yo diría decepcionante —interrumpió Sky de nuevo con una molestia evidente en el rostro—. A grandes rasgos, solo sabemos que Sato no tiene un refugio fijo y sus matones cada vez son menos. Eso me hace pensar que sus acreedores están encima de él.
—Entonces la mejor opción es solo esperar —concluyó Yuzu resignada a pasar un tiempo indefinido en aquel refugio.
—No es mi opción favorita pero es la más segura.
—¿Qué tal si pide ayuda a esos acreedores? —sugirió Mei. Desde su perspectiva, una alianza resultaría beneficiosa para todos.
—Porque son yakuza —se apresuró a responder Sky—. Eso significaría estar en deuda con ellos, no solo Joey y yo, también ustedes.
—Cielos… es más complicado de lo que pensé —suspiró Yuzu. Si bien estaba dispuesta a todo por Mei, contraer una deuda con un grupo criminal que las involucrara a ambas requería pensarse muy bien.
Se hizo de nuevo el silencio, ahora largo e incómodo como si del funeral de una persona odiada se tratase y los cuatro estuvieran ahí solo por compromiso. En la radio comenzó a escucharse MONSTER ROCK.
Esperar. No era lo que más les gustaba, no porque la convivencia entre ellos fuera mala o imposible, sino por la intriga de no saber cuánto tiempo faltaba para que Sato fuera capturado por sus acreedores. Podrían pasar solo unos días o hasta meses, algo que a nadie beneficiaba.
De manera inesperada, el teléfono de Yuzu recibió una llamada que dio fin a tan incómodo momento. Dada la hora, resultaba extraño que alguien marcase su número, aún más en un fin de semana. Tomó el celular en su mano y su expresión se tornó nerviosa. En pantalla estaba la fotografía de Harumi, la misma que se tomaron en un salón de arcade y decoraron con pegatinas virtuales de esas curiosas frutas con ojos que le gustaban a Yuzu.
Tras lo sucedido el día anterior, era obvio que Harumi intentara contactarla en algún momento. Quizá no sería de inmediato, pero si lo haría en cuanto tuviera la oportunidad y, más importante aún, la ausencia de Matsuri le permitiera pensar mejor las cosas. Yuzu mostró la pantalla a los mercenarios quienes le dijeron que respondiera, solo debía negar su presencia en Akihabara el día anterior. Tomó aire, lista para continuar con todas las mentiras que se crearon por su seguridad.
—¡Hola Harumi! —contestó Yuzu con su habitual entusiasmo.
—Buenos días, señorita Aihara —respondió con cortesía una voz masculina al otro lado de la línea. Había un aire de superioridad en su tono de voz. Yuzu perdió en un instante la sonrisa—. ¿O prefieres Yuzuchi?
—¿Sato? —balbuceó ella.
—Así es.
La sala se tornó lúgubre a pesar de ser de mañana y tanto Yuzu como Mei palidecieron con ese nombre. Sky fue el primero en reaccionar; le arrebató el teléfono a su clienta y activó el altavoz, dejando el aparato sobre la mesa.
—¿Por qué… tienes este número? —preguntó Yuzu aun aturdida.
—Es obvio, porque tu querida amiga está conmigo.
Yuzu estuvo a punto de gritar, pero Sky alcanzó a detenerla y pedirle silencio. Mei, sorprendida por la furiosa reacción de la rubia (algo que no recodaba haber visto antes, ni siquiera por culpa de Matsuri) solo atinó a sostenerle la mano en búsqueda de aplacar los ánimos ya encendidos.
—Nada nos garantiza que digas la verdad —respondió Sky con la calma de un claro de bosque y, a la vez, tan amenazante como un lobo hambriento—. Pudiste robar ese teléfono, no creo que seas tan idiota como para secuestrar a una chica ajena a esto.
—Usted debe ser el guardaespaldas que contrató el viejo Aihara —la voz de Sato intentó sonar igual de amenazante, pero no lo logró. Solo quedaba como un engreído que jugaba ser malvado—. Debo darle las gracias por cuidar tan bien a mi futura esposa, pero no me gusta ni un poco como me hablas.
—Y tú no tienes una voz muy agradable —replicó Sky—. Ya que decidiste ignorarme, pienso que no tienes a nadie contigo.
—¿Qué no? —se burló Sato—. Harumi, ¿por qué no saludas a tu amiga?
—¡Yuzu! ¡¿Qué rayos está pasando?! —gritó Harumi con desesperación.
Aunque su voz sonaba alejada, fue suficientemente clara para despejar toda duda. Sato no mintió, tenía a Harumi secuestrada y no solo a ella. Tras su grito, se sumaron las voces de Matsuri y Nene; la primera quejándose por el trato tan rudo de los matones de Sato y la segunda clamando por ayuda.
Mei estaba sorprendida por el nivel de maldad en aquel hombre, aunque si miraba las cosas desde su perspectiva comprendía su proceder. Era una manera de ejercer presión sobre ella y Yuzu, una manera para conservar su vida. Entonces lo comprendió; aquello no era maldad, era un intento exasperado por salvarse a costa de involucrar a personas inocentes. Sky y Joey permanecieron en silencio, analizando el giro inesperado que dio la situación. En su momento pensaron que las cosas se complicarían al grado de implicar rehenes, pero jamás creyeron que buscaría a alguien ajeno a la familia Aihara. Por eso solo escondieron al abuelo y a la madre de sus clientas. Que fuera tras alguien más era un movimiento inesperado, además era complicado buscar un escondite para tanta gente. Cometieron un error terrible al subestimar a Sato, o bien, Sky estaba en lo cierto y aquel era un idiota. Uno poseído por la desesperación. De la nada, Yuzu pegó un violento golpe a la mesa. En sus ojos brillaban un par de lágrimas furiosas, sus labios se torcieron y respiraba agitada.
—Eres… —tartamudeó—. ¡Eres un ser despreciable…! ¡¿cómo puedes hacer algo así?!
—Es un negocio, querida —repuso Sato—. Y estoy dispuesto a todo para conseguir lo que quiero.
—Pero llevarte a mis amigas…
—¡Descuida! No les pasará nada mientras accedan a mis peticiones.
—Me temo que por ahora solo nos queda escucharlo —comentó Joey.
—Muy bien, Sato —Sky retomó la palabra—. Dinos que quieres y sin hacerte el gracioso.
—Es muy simple, señor mercenario. Quiero a las Aihara. Conozco un buen lugar a las afueras de la ciudad, en la carretera rumbo a Yokohama donde nadie podrá molestarnos.
—Y tendernos una trampa, claro. No me gusta.
Sato se quedó callado por unos segundos.
—¿Qué propone entonces, señor mercenario?
—Casino Benio, en la azotea. A las diez de la noche.
—¡Ja! De acuerdo. ¡Pero sin trucos, mercenario! —Sato alzó la voz en un intento por sonar amenazante, aunque solo dio la impresión de hacer un berrinche.
—Lo mismo digo para ti —replicó Sky con su imperturbable y serena habla—. O te arrepentirás.
Terminó la llamada antes de darle a Sato oportunidad de responder. Con cuidado deslizó el teléfono hasta las manos de su dueña, pero esta no lo tomó. Yuzu mantuvo la mirada baja sin encontrar las palabras adecuadas para expresar la ira provocada por Sato. El secuestro de sus amigas fue un movimiento demasiado bajo que en la vida le perdonaría. Además del tal agravio, le preocupaba lo que pudiera pasarle a cualquiera de las chicas. Con ese movimiento por parte del avaricioso Sato, le pareció que este era capaz de cualquier cosa con tal de doblegar su voluntad. En cuanto a Mei, en ningún momento soltó la mano de su amada, ya no para pedirle tranquilidad, sino para funcionar cómo un ancla que la mantenía unida al mundo real. Aunque ella también estaba preocupada, debía mantenerse fuerte por ambas.
—Bien, tomaste el control de la llamada —dijo Joey al fin—. ¿Ahora qué? ¿Cuál es tu plan?
Las miradas expectantes de Mei y Joey se dirigieron a Sky con una velocidad abrumadora. A pesar de ser el centro de atención, aquello no le alteraba. Estaba concentrado en Yuzu y su silenciosa reacción a la llamada de Sato. Ella no había dicho una sola palabra ni se movió desde que gritó lo que todos pensaban de aquel hombre. Incluso Mei, quien mejor conocía a la rubia en ese lugar, estaba sorprendida de verla actuar de esa manera. Ya conocía como expresaba su alegría, lo mismo que sus tristezas y los enojos usuales que experimenta una persona en su vida cotidiana; pero aquello era un momento de profunda ira. Hasta Yuzu era capaz de odiar. Y pensar que hacia unos minutos, no paraba de sonreír.
—Señor Sky… tenemos que rescatarlas —murmuró apenas alzó la mirada—, y darle una lección a ese tipo.
—Me gusta como suena eso. Tengo una idea, es arriesgada pero si funciona, acabaremos con esto de una vez.
—En ese caso —intervino Mei. Se levantó de su asiento para estar a la par de Yuzu, cuya mano se negaba a soltar—, estamos dispuestas a hacerlo.
—Chicas, ¿no deberían primero escuchar el plan? —Joey intentó calmar las emociones de sus clientas, pero estas al igual que su socio le ignoraron.
—Sí… ¡tenemos que librarnos de ese tipo! —exclamó Yuzu.
—Señoritas, ustedes mandan —contestó Sky. Estaba conforme con la actitud de ambas—. Joey, necesito que consigas un par de cosas.
La voz de Sato resonó entre los muros de una amplía habitación. La escasez de muebles propiciaba que el sonido rebotara y cada rincón del lugar se llenó con la frustración de un hombre de cabello negro sumamente descuidado. Los mechones caían sobre su cara enrojecida. La actitud de Sky terminó por hacerle enfurecer de sobremanera; apretaba el puño en repetidas ocasiones y sus piernas temblaban hasta que dio un pisotón en el suelo.
—Ese maldito extranjero, ¡¿cómo se atreve a hablarme así?! —exclamó en una rabieta de tintes infantiles—. ¡Y encima me da ordenes! ¡A mí, Naoki Sato!
—Ya le daremos su merecido, jefe —respondió uno de sus esbirros—. Ese par de mercenarios se arrepentirán.
—Cuento con que lo hagan. Esos dos son un estorbo —entonces dirigió la mirada hacia su tres rehenes. Dejó escapar un suspiro para serenarse y se acercó a ellas—. Gracias por su cooperación, chicas. Pronto volverán a ver a las Aihara.
—¿Qué buscas con todo esto? —preguntó Matsuri, la más centrada del grupo. Harumi procuraba no hablar, pues corría el riesgo de hacer enojar a sus captores; Nene, en cambio, se moría de miedo.
—No me juzguen, solo soy un hombre enamorado —respondió con sorna y una sonrisa retorcida que de inmediato desapareció—. Por cierto, no me gusta que me interroguen.
De inmediato llevó su mano sobre la cabeza de Matsuri y tiró de su cabello con fuerza. Al soltarla, había unos cuantos cabellos rosados entre sus dedos que retiró con desprecio. De no estar atada a una silla, Harumi ya estaría frente a él y al menos lo dejaría en el suelo a base de bofetadas sin importar el número de matones que les rodearan. Pero Matsuri soportó aquella agresión sin emitir un solo ruido. Aunque en el fondo tenía miedo y aquel tirón de cabello lo comprobó que Sato no dudaría en lastimarlas, tampoco podía mostrarse débil. No ante un hombre como él.
—No quiero que hagan ruido alguno, tengo mucho que hacer —ordenó Sato.
En el acto dio la vuelta y caminó hacia una puerta mientras uno de sus matones se acercaba. Juntos salieron de la habitación, dejando solas a las tres chicas. El silencio no duró mucho tiempo; apenas dejaron de oír la voz de Sato, Matsuri comenzó a murmurar maldiciones en su contra. Nene le observaba con unos ojos vidriosos; sentía una preocupación por su amiga de cabello rosado. Si aquellos hombres querían lastimar a alguien, sus agresiones irían en primer lugar sobre Matsuri y de solo imaginarlo su cuerpo temblaba. No soportaría ver algo así, ni siquiera sabía como sobrellevaba la situación hasta el momento.
—Matsuri… em… —susurró Nene con miedo a ser escuchada por sus captores—. ¿Estas bien?
—Sí. Solo odio a ese tipo —contestó Matsuri. Parecía calmada, pero aún le dolía el tirón de cabello.
—No entiendo… ¿Quién es ese hombre? ¿Qué quiere con Yuzuchi y la presidenta?
—Tal vez un pretendiente loco de Mei —contestó Matsuri.
—Ahora entiendo por qué desaparecieron de pronto… —suspiró Harumi. Intentó librarse de las sogas que mantenían atadas sus manos, con resultados inútiles—. Tú… sabías algo, ¿verdad?
—Solo pensé que algo raro ocurría con ellas —admitió Matsuri. Sus palabras cargaban con la culpa por llevar a sus amigas a esa situación—. Pero no creí que se tratara de algo tan peligroso…
El silencio se hizo de nueva cuenta en la habitación. Matsuri solo pensaba en una cosa: la advertencia hecha por Suzuran Shiraho. Ella le había dicho que no investigara tanto, que dejara a las Aihara atender sus asuntos sin intentar intervenir; sin embargo, cual gato curioso, se dejó llevar por sus impulsos y lo único que consiguió fue ser víctima de un secuestro improvisado junto a dos amigas completamente inocentes. ¿Y ahora? Era extraño cuando no sabía cómo actuar; siempre planeaba sus pasos antes de dar marcha a algo. Solo tenía claro que debía hacer lo posible para liberarse junto a Harumi y Nene a pesar de enfrentar una adversidad tan grande.
To be continued…
