No poseo los derechos de autor. Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. Esto se trata de una adaptación de una de mis series favoritas, gran parte de las escenas serán mías, pero también habrá muchas otras que serán de la serie. La narrativa y adaptación son mías. Yo solo juego un poco con la historia y con mis personajes favoritos.
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Aquel día en la mansión Swan se respiraba un aire de quietud, uno que podría ser roto fácilmente. Sin embargo, la cabeza de la familia, la joven Isabella Swan, era quien más disfrutaba de esos pequeños momentos de silencio y tranquilidad.
Sintiendo la cálida mano de su mayordomo contra su espalda baja, dejó que la guiara hasta la mesa donde podría disfrutar del desayuno acompañado de la falta de sonidos molestos.
No solía usar el comedor principal, que se usaba más que nada para banquetes y festividades, Bella prefería la modestia y calidez de una sala alterna en la mansión, que además era decorada con enormes ventanales, permitiéndole tener una vista completa del jardín trasero y el espeso bosque que le precedía.
Edward corrió el asiento que tendría su señora, dejando que ella se deslizara fluidamente. La movió algunas pulgadas cuando Isabella por fin se sentó.
Angela se acercó con el carrito, donde habían colocado las entradas de aquella mañana. El delicioso olor de los diferentes guisados provocó que la joven comenzara a salivar en expectativa.
Edward se encargó de servir prolijamente la comida, colocándola frente a su señora con elegancia. Isabella tomó los cubiertos con controlado entusiasmo.
Al otro lado del modesto comedor, Seth y Eric miraban algo nerviosos hacia la dama de compañía, Tanya. Madame Esme había sido muy clara acerca de su torpeza, y prácticamente le había rogado a Isabella para que le diera un espació en la mansión Swan.
— Bells… Tanya es totalmente inútil. — había dicho tía Esme con pesar luego de que la partida de billar terminara. — ¿Podría Edward darle algunas lecciones de cómo ser un buen mayordomo? — había pedido Esme antes de acercarse a ella con mirada conspiradora. — Prometo recompensarte a lo grande. — había finalizado con un guiño travieso.
La joven rubia se concentró en servir el té, tarea sencilla que le había confiado el mayordomo con algo de recelo. Sus manos temblaron un poco al sostener la taza llena hasta la mitad.
Sin embargo, sus pies parecieron enredarse con las agujetas flojas de sus zapatos cuando estaba a punto de llegar a la mesa. Solo alcanzó a moverse hacia un lado, haciendo que la bebida caliente cayera sobre un asiento vacío en lugar del regazo de la Condesa.
— ¡Oh, Dios mío! — chilló Tanya, haciendo que las comisuras de los labios del mayordomo descendieran notoriamente. — Mil disculpas, Condesa. Lo limpiaré enseguida. — Isabella no alzó la vista de su periódico, continuando con su comida como si no hubiera escuchado nada.
Con desesperación, Tanya reparó de la servilleta de tela que descansaba sobre la mesa, con una sonrisa triunfante la tomó con entusiasmo, esperando que fuera su salvación. Pero, su agarre fue tan apretado, que jaló a la vez el delicado mantel debajo de la servilleta.
La Condesa Swan cerró los ojos cuando toda la vajilla, así como los alimentos, se desparramaron por el suelo con un sonido estrepitoso. Dejó su tenedor en la ahora, madera desnuda de la mesa, volviendo su vista hacia la causante de todo.
Tanya se puso en pie totalmente destrozada, ese sería su fin.
Isabella suspiró.
— Señorita… — se acercó Eric con cautela hasta ella bajo la atenta mirada del mayordomo, quien esperaba órdenes. — ¿cómo aceptó que se quedara alguien tan inútil? — le murmuró el cocinero inclinándose hasta su altura. Isabella le miró de reojo.
— No te corresponde cuestionar mis decisiones. — siseó furiosa. Pero, por dentro se estaba haciendo la misma pregunta. — Hice mal los cálculos. — masculló para sí sosteniendo su cabeza con las manos. Recordó con algo de rencor las palabras de su tía. — El que tiene que encargarse de esto es Edward. No creí que el daño me alcanzara a mí. — miró al mencionado con seriedad.
— En verdad lo siento. — susurró Tanya al borde de las lágrimas, sintiendo la mirada acusadora de todos en la habitación. — He causado tantas molestias. ¡Es mejor que muera en este instante! — exclamó tomando un tenedor que había caído al suelo junto con todo lo demás.
El resto de la servidumbre gritó con pánico ante el cambio de escenario.
El mayordomo se acercó y puso una mano en su hombro.
— No es necesario que mueras. — le dijo con voz plana. Tanya pausó y lo miró con sorpresa. — Si derramas sangre sobre la alfombra, será muy difícil limpiarla después. — sonrió.
— Es… — murmuró Tanya entre lágrimas. — E-Es mu-uy amable. — sorbió por la nariz.
— ¿Está siendo amable? — preguntó Eric mirando a sus compañeros, quienes le respondieron negando con la cabeza.
Edward caminó hasta el carrito de servicio, tomando la tetera.
— A demás… — prosiguió Edward. — ¿Ibas a servir este té a tu señora? No tiene ningún aroma. — negó con la cabeza. Caminó hasta la ventana, vaciando el contenido de la tetera, regresó para hacer de nuevo el té. — Escucha. Se ponen las cucharadas de té de acuerdo al número de personas, y una más para la tetera. — explicó con paciencia, haciendo lo que decía. — Lo adecuado es llenarlo con agua hervida hasta la mitad.
Todos miraban cómo sus gráciles manos servían el té de manera magistral. Isabella, simplemente esperaba con algo de aburrimiento, hasta que su mayordomo por fin le puso enfrente la taza de té y pudo darle un sorbo.
— Señorita, ya casi es hora. — comentó el cobrizo, dándole un vistazo a su reloj de bolsillo. — Hay un carruaje esperándola en la entrada.
— De acuerdo. — suspiró Isabella dejando su taza casi llena.
— Ustedes se encargarán de limpiar. — ordenó Edward mirando a los demás sirvientes. — Tanya… — se volteó a la chica. — para que no causes problemas, descansa tranquilamente. — escoltó a Isabella hasta la puerta y volteó de nuevo. — Si quisieras terminar con tu vida, por favor, hazlo fuera de la mansión.
Tanya solo atinó a asentir sorprendida.
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El centro de Londres no estaba tan abarrotado, afortunadamente, la joven Condesa había decidido salir justo después del desayuno, de esa forma las personas estarían ocupadas arreglándose para ir al trabajo o limpiando el desorden de sus casas.
El carruaje no tuvo ningún impedimento para avanzar en las amplias avenidas, deteniéndose frente a un conjunto de cafeterías, librerías y tiendas de juguetes muy famosas de la ciudad.
— ¡Extra, extra! — gritaba un niño desde la acera, sacudía en el aire los periódicos que estaba vendiendo. — ¡Lean todo sobre el caso del asesino de prostitutas!
Isabella arrugó el entrecejo, había leído precisamente esa noticia durante su desayuno, sin embargo, si no llegaba la orden correcta, prefería mantenerse al margen de todo.
Edward la ayudó a bajar y estabilizarse en su amplio vestido. Caminó unos pasos detrás de ella, dejándola guiar, mirando todo con atención ante cualquier amenaza.
Caminaron por el callejón angosto, mirando cómo los primeros trabajadores abrían los locales y se preparaban para el día laboral. Se detuvieron frente a una tienda que estaba abierta desde muy temprano, esto debía ser rápido, solo tomarían su pedido y se irían.
Isabella entró primero con paso firme, mirando a su alrededor, los acabados de madera de los muebles eran cálidos y reconfortantes, las estanterías llenas de cajones hablaban sobre lo que se vendía en aquel lugar.
Sus botas resonaron en el suelo.
— Bienvenida, muchacha. — dijo el dueño regordete del lugar sin mucho interés. — ¿Tu padre te envió recoger algún pedido? — añadió mirando a la Condesa con simpatía. Esta se tensó.
Se movió un paso para responderle al hombre, pero Edward se le adelantó.
— Disculpe, vine a recoger el pedido de mi ama. — dijo seriamente el mayordomo, entregándole una nota donde estaban escritas las características del pedido que habían hecho.
El hombre gordo se tomó su tiempo para leer la nota.
— Ah, ese bastón. — exclamó con entendimiento. Usó un bastón largo para abrir una de las largas gavetas detrás de él, mostrando el interior mullido y delicado, donde descansaba el pedido. — Me preguntaba quién utilizaría uno tan corto. — dijo con todo de diversión. — No pensé que una niña…
Edward le interrumpió golpeando con fuerza el suelo, ocasionando que el sonido sordo rebotara por la habitación. Se sostuvo por un extremo, antes de golpear la superficie de la barra de madera que los separaba con el mango del bastón.
El hombre gordo lo miró con sorpresa, retrocediendo algunos pasos. Isabella no se movió para nada.
— Sin imperfecciones, excelente. — dijo Edward como si nada, sonriendo un poco ante el miedo del hombre.
Bella tuvo tiempo de apreciar la pieza de madera entonces, el cuerpo del bastón estaba hecha de madera resistente, tintada de azabache. El mango constaba de una sola pieza de plata grabada con algunas decoraciones sencillas. Práctico y elegante.
El mayordomo buscó en el bolsillo interior de su gabardina y dejó una bolsita de monedas sobre el mostrador. Era una cantidad considerable.
Isabella se dio la vuelta, ya deseando volver a casa.
— Puede quedarse con el cambio. — se despidió el mayordomo antes de cerrar la puerta detrás de ellos.
Una vez de regreso a la calle, Edward tendió el bastón a la Condesa, dejando que ella sintiera su peso y comenzara a manejarlo. Poco tiempo pasó cuando Bella se acostumbró a caminar con el objeto nuevo.
En la ciudad, era extraño que las mujeres fueran vistas usando bastones. Sin embargo, Isabella había convivido muchas veces con hombres nobles y de familias poderosas, todos ellos usaban bastones como accesorio. Y ella usaría cualquier ventaja que tuviera para estar a la par que esos viejos tiburones de negocios.
Se negaba a que se le viera llevando artículos como paraguas, abanicos o bolsos. En una ciudad tan grande como Londres, donde todo lo que importaban eran las apariencias, era importante para la Condesa que no se le asociara con elementos que representaban debilidad. Porque para aquellos hombres desalmados, las mujeres no eran más que objetos de posesión, y ella no estaría a merced de nadie nunca más.
El estómago de Bella rugió.
Debido al incidente de aquella mañana con la inútil de Tanya, Bella no había sido capaz de terminar su desayuno, ni su té. Por lo que le indicó a su mayordomo que buscara alguna cafetería pequeña para que pudiera tomar un ligero refrigerio.
Cuando por fin estuvieron sentados en los lugares que el – extremadamente – amable mesero les había indicado – unos fantásticos lugares, cerca del jardín exterior –, la Condesa pidió un té que le resultaba familiar y una rebanada de pastel de fresas.
Edward se sentó a su lado, arrebatando el periódico de las manos del joven mesero, quien se lo había estado ofreciendo a Isabella con mucha insistencia.
— La fuerza de Seth comienza a ser un problema. — comentó la Condesa mirando a su alrededor, nadie los estaba mirando, así que se relajó un poco más. Se acomodó el flequillo, asegurándose de que estaba en su lugar. — Pareciera que cada día es más fuerte. ¿Cómo pudo quebrar mi bastón por error? Por su culpa debimos venir hasta aquí a conseguir uno nuevo.
Desde el día que Seth había llegado a la mansión Swan, había quedado en evidencia que poseía una fuerza sobrenatural, siendo capaz de levantar pesadas esculturas y muebles solo con sus manos. El chiquillo había confesado que le habían echado de su hogar a causa de su habilidad.
Isabella estuvo más que dispuesta a arroparlo en su mansión.
La Condesa no dijo más cuando el mesero se acercó a dejar su pedido, seguido de una sonrisa que duró más de lo aceptable. Frunció el ceño.
— Así es. — dijo Edward llamando su atención. — A pesar de que no ha crecido ni un par de centímetros, tuvo que tomarse la molestia. — comentó burlonamente sin dejar de mirar el periódico. Isabella lo fulminó con la mirada.
— A demás… — continuó el cobrizo como si no sintiera la mirada penetrante de su señora. — hoy se sumó una sirvienta complicada. — dijo pasando la página del periódico. Isabella tomó un sorbo de su té, hizo una mueca. — Deberíamos regresar pronto.
— ¡Mira, mamá! — gritó un niño entusiasmado, pegándose al escaparate de una de las tiendas. — ¡Es 'Bitter Rabbit' de la empresa Swan! — se trataba de un peluche en forma de conejo con un sombrero de copa alta elegantemente confeccionado. — ¡Es el nuevo!
Isabella sonrió, siempre era un placer ver que las personas seguían prefiriendo los productos de alta calidad de las empresas Swan, a comparación de los nuevos diseños producidos en masa que se estaban volviendo tan populares.
Tal vez el té fuera desabrido, pero ese definitivamente era un buen pastel.
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— Swan… la empresa de confitería y creadora de juguetes, que consiguió su crecimiento en tan solo tres años. — murmuraba Tanya, sorprendida ante la larga historia de la familia Swan.
Todos los sirvientes se habían reunido en el jardín trasero, trabajando juntos para podar y limpiar algunos de los arbustos y árboles que había. La rubia estaba trabajando en un grupo de árboles, cortándolos con una tijera enorme especial para plantas.
— Una espléndida mansión que refleja la grandeza de la compañía. — continuó diciendo Tanya. — Un acabado que te deja estupefacto.
— A penas fue construida hace dos años. — comentó Eric, quien estaba tomando un descanso, recostado sobre el fresco césped recién cortado.
— ¿Eh? Parece antigua, tiene mucha personalidad. — Tanya frunció el ceño.
No era que la casa luciera avejentada o desgastada, simplemente que lucía como si tuviera al menos medio siglo. La arquitectura clásica daba la ilusión de que era antigua.
— Eso también es cierto. — comentó Harry detrás de ella. Él en realidad no estaba ayudando con el jardín (debido a su avanzada edad), pero disfrutaba pasar el rato con los chicos. Podían ser muy graciosos. — Esta mansión es una copia exacta de la mansión original... — continuó Harry cuando vio la duda en el rostro de la chica rubia. Era natural que quisiera saber más. — incluso la más mínima grieta fue replicada.
— ¿La mansión… fue reconstruida? — inquirió Tanya, pausando su trabajo para prestar mejor atención.
— Hace tres años, la mansión Swan ardió en llamas y fue completamente quemada. — explicó Harry con gravedad.
— Entonces… disculpe si soy entrometida… — balbuceó la chica con inseguridad. — pero, ¿los padres de la Condesa Isabella…?
— Así es… — murmuró con pena. — Ambos murieron aquella vez.
— Entonces, es cierto. — susurró Tanya para sí. Ella, al igual que toda Inglaterra, había escuchado los rumores de la desaparición de la cabeza de la empresa Swan.
Angela llegó a la altura de todos, curiosa de lo que estaban hablando. Jadeó con horror cuando vio los árboles y los arbustos que habían sido tocados por Tanya.
Todos estaba completamente… bueno, vacíos… estaban desprovistos de hojas, quedando solo ramas secas, marrones y tristes.
— Tanya, ¿qué has hecho? — gimió Angela con preocupación.
La señorita Isabella estará muy enfadada cuando llegue a casa.
Todos se tensaron cuando la campanilla de la entrada sonó.
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Isabella miraba por la ventana, estaba impaciente por llegar a casa. No lograba acostumbrarse al bullicio de la ciudad.
Edward bajó primero, subiendo los escalones hasta la gran entrada principal, listo para abrir la puerta para su señora. Se volteó, sonriéndole burlonamente.
— Hizo un buen trabajo hoy. — dijo con sorna. Isabella le maldijo mentalmente. Felicitarme, como si fuera un perro en entrenamiento, pensó con enfado. — Prepararé enseguida el té. — añadió dejando pasar a la Condesa. Casi se tropieza con su pequeño cuerpo, pues Isabella se había quedado estática en el umbral de la gran mansión, mirando hacia la estancia. El mayordomo siguió su mirada y abrió los ojos con sorpresa.
El recibidor estaba… ¿decorado? Hacía mucho tiempo que no se celebraba ninguna festividad en la mansión Swan, por lo que los elegantes adornos les tomaron desprevenidos.
Había serpentinas colgando de los techos, listones enredados en los barandales de la gran escalera principal, candelabros encendidos y arreglos florales en cada esquina vacía.
— Mi mansión… — parece un maldito circo, finalizó la Condesa mentalmente.
— ¿Qué sucedió aquí? — ¿acaso los sirvientes habían hecho esto? No sería la primera vez que desataban la ira de Isabella, y de Edward mismo, intentando hacer algo 'lindo' para ellos.
Y, justamente, fueron ellos quienes estaban entrando en aquel momento al recibidor. Seth y Eric cargaban un pesado arreglo floral, mientras que Angela traía en sus manos una sesta llena de listones de los colores de la casa Swan.
Ambos repararon en sus vestimentas, eran las que solían usar cuando había un baile o alguna fiesta en la mansión, las ropas elegantes resultaron extrañas para Isabella. Frunció el ceño.
— ¡Edward! — exclamaron los tres en cuando le vieron, dejaron todo y se apresuraron a llenar hasta ellos.
— ¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué están vestidos de esa manera? — el mayordomo no entendía absolutamente nada. Y, como no era frecuente que pasara eso, se sintió molesto.
— ¡Entró aquí dando órdenes!
— ¡Se cree en Señor de la casa!
— ¡Intentamos pedirle que se marchara, pero no hubo manera!
Los tres comenzaron a hablar al mismo tiempo, haciendo imposible entenderles. Edward estuvo a punto de llamar su atención, pero una voz de le adelantó.
— ¡Bella! — se escuchó una voz masculina y joven desde el par de puertas de donde habían salido sus sirvientes.
Isabella lo reconoció al instante.
Jacob Black caminaba apresuradamente hasta ella, su característica sonrisa llenaba sus facciones con cierta inocencia que ella siempre había envidiado. Había crecido varias pulgadas el último verano y, con diecisiete años, podían apreciarse algunas características nuevas, propias de la adultez.
Al igual que los sirvientes, Jacob usaba vestimenta elegante y formal. El chico siempre había disfrutado de las concurridas fiestas y, cuando eran más pequeños, constantemente intentaba arrastrar a Bella a cada festividad.
— Bella, estaba deseando verte. — exclamó sonriéndole, la envolvió en sus largos brazos con cariño. Edward entrecerró los ojos.
— Jacob. — dijo la Condesa, aún sorprendida por el estado de su mansión y su visita inesperada.
— Ya te he dicho que me llames Jake, Bella. — rio el chico tomándola por los hombros. Se tomó un momento para verla. — ¡No has cambiado nada! Sigues siendo igual de linda. — volvió a abrazarla.
— Lord Jacob. — llamó Edward, deseando que el chico volviera a sus cabales, aquellas muestras de afecto no eran aceptables.
— ¿Qué tal, Edward? ¿Cómo has estado? — Jacob le hizo una reverencia, sonriente.
Lo que más fastidió al mayordomo era la amable cortesía con la que le trataba, aquel chico era la viva imagen de la nobleza. Ni siquiera se molestaba pensar en las personas a su alrededor como competidores, pues su vida estaba planeada y resuelta desde el día de su nacimiento.
El cobrizo apretó los dientes. La Condesa le miró con advertencia.
— ¡Bella! — siguió diciendo Jacob como si nada. — ¿Qué te parece mi decoración? Es digno de un baile, ¿no crees? — finalizó con entusiasmo, mirando de cerca la reacción de la Condesa.
De haber sido cualquier otra persona, Isabella hubiera sospechado de la actitud complaciente del chico. Pero, Jacob había sido de aquella forma desde que eran muy pequeños, buscaba constantemente agradar y satisfacer a la Condesa. Su actitud solo se magnificó después del accidente, decidiendo que él se haría cargo de ella.
— En esta mansión solo debe haber cosas hermosas… — Jacob tomó su mano con delicadeza. — igual que su señora. — finalizó con una sonrisa coqueta. — ¡Es verdad, casi lo olvido! — exclamó de repente. Corrió hasta una esquina de la habitación, sacando una bolsa de tela de la gran maleta que no habían notado antes. — Edward, no estaba muy seguro de cuál sería tu talla, espero que el traje te ajuste bien.
Jacob le extendió la bolsa de tela, rebuscó un poco en su interior y le mostró a Isabella una chaqueta formal finamente adornada con detalles en plateado y azul medianoche.
— Siempre estás vestido de negro, por lo que pesé que algo de color te vendría bien. — parecía que el chico no necesitaba de más personas para tener una conversación.
Edward miró furioso a Isabella cuando esta no pudo contener un sonido de burla, intentando sofocar su risa.
— Estoy sumamente agradecido de que se hubiera tomado la molestia en alguien como yo, Lord Jacob. — respondió el mayordomo, sin verse para nada agradecido.
— Jake… ¿qué haces aquí? — dijo Isabella por fin, intentando reunir toda su paciencia. — ¿Qué le pasó a mi tía?
Debido a que se conocían desde hace muchos años, la Condesa había tomado por costumbre llamar a los padres de Jacob por el título de 'tíos'.
Por el rabillo del ojo, el mayordomo logró ver que Tanya iba entrando a la pequeña estancia, al igual que los demás, vestía un atuendo rosa de bastante mal gusto, lleno de holanes y listones.
Jacob se vio algo avergonzado por primera vez.
— Quería verte… así que vine en secreto. — masculló entre dientes. Jacob se acercó a Isabella y sujetó sus manos con una sonrisa.
— ¿En secreto? — exclamó la Condesa con preocupación. — Pero, ¿en qué estabas pensando?
— Mmmm… — Tanya intentó llamar la atención del mayordomo, quien solo se giró ligeramente en su dirección, sin mirarla. — ¿Esa persona es…?
Cierto, Tanya era nueva en la mansión, probablemente nunca había visto al chiquillo fastidioso de Jacob.
— El Marqués de Scottney, Lord Jacob William Black. — comentó Edward con excesiva seriedad. Rodó los ojos cuando Tanya le miró confundida. — Jacob es el prometido de la Condesa Swan. — terminó con un bufido.
Muchas veces, el mayordomo no lograba entender aquellas costumbres extrañas, el deseo de las personas por casarse y vivir juntos, es algo que nunca llegaría a comprender del todo.
— ¿Prometido? — exclamó Tanya con gran sorpresa. Miró hacia el chico que revoloteaba alrededor de la Condesa, a simple vista, no pareciera que tuvieran ese tipo de relación. Se veían más bien como hermanos.
— Lord Jacob es un Marqués. La nobleza necesita tener un esposo de origen noble, es natural. — explicó Harry, quien había llegado justo a tiempo para escuchar la explicación del mayordomo.
Tanya parecía no estar entendiendo del todo el tema. Edward lo dejó estar.
— ¡Bella! — exclamó Jacob, llamando la atención de todos. — Ya que la mansión está hermosamente adornaba, deberíamos organizar un baile. — la Condesa apretó los dientes, contenida. — Y, como estamos comprometidos, ¡debemos tener la primera canción! — continuó diciendo con entusiasmo. La atrajo a su abrazo, y al ser al menos media cabeza más alto que ella, Isabella no pudo hacer nada para alejarse.
— Pero, ¿quién te dio permis…? — comenzó a decir la Condesa.
— Le pedí a tu sirvienta que dejara un vestido especial para ti, lo encontré en una de mis visitas a Francia, ¡estoy seguro de que te quedará perfecto! — interrumpió Jacob sin darse cuenta que su prometida estaba intentando decirle algo.
— Te lo agradezco, Jake. — intentó hacerle entrar en razón Isabella. — Pero, necesito que escuches lo que estoy…
— ¡Yo también necesito ir a vestirme! — soltó a Isabella con algo de brusquedad, haciendo que la joven se tambaleara hacia atrás, siendo sostenido por su mayordomo, quien se había movido rápidamente para auxiliar a su señora. Jacob se dirigió a Tanya. — Necesitaré tu ayuda. — Tanya miró a Edward como pidiendo auxilio, antes de ser jalada por la puerta de salida.
— ¡Escúchame cuando te hablo! — gritó Isabella, totalmente fuera de sus casillas. Durante aquellos años, se había acostumbrado a que todos le prestaran atención y pusieran extremo cuidado en sus palabras.
Jacob la sacaba de quicio.
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¿Hola? ¿Alguien ahí? ¡Me disculpo enormemente! La ida de adulto me está pegando más fuerte de lo que esperaba, e incluso mi terapeuta hizo el comentario de por qué no continuaba con mis historias y con la poesía…
Así que… esta soy yo intentando retomar con mucho esfuerzo lo que tanto me gusta, pero ya no me da tiempo hacer.
Espero que todas estén bien y manteniéndose saludables, saben que las amo y que siempre están en mi corazón. Agradezco su paciencia y su cariño hacia mis historias, tal vez tardemos un poco más, pero todas se terminarán como se lo merecen.
¡Nos leemos pronto!
