Participación mayoritaria de personajes: Kagome, InuYasha, Naraku, Kikyō, Kōga, Ayame.

Participación minoritaria de personajes: Seitō, Kaede, Miroku, Sango, Naomi y Suikotsu.

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Capítulo 32.

˝Eres tan lindo, Dios. Cómo te voy a decir que no. Aunque admito que me siento un poco ansiosa, ya sabes… porque sería la primera cena oficial con tu familia˝

Con ese mensaje, había sentido que el alma volvía al cuerpo y después de esa confirmación, todo fluyó como un río. Por eso estaban ahí, sentados alrededor de la gran mesa de comedor, uno cerca del otro, con sus piernas rozándose. Kagome, aunque un poco tímida y ligeramente sonrojada, lucía alucinante…: se había dejado suelto el cabello corto y había optado por un vestido rojo tinto sin mangas, bastante soberbio, pero combinado con un conjunto de cadena y aretes plateados que le daban un aire más elegante a su look. Todos estaban vestidos muy finamente, incluso los varones llevaban corbata y saco. Kōga todavía se preguntaba por qué tanta elegancia para una cena imprevista, pero dejó de lado la interrogante porque su amigo parecía un bobo con su novia al lado, así que él también miró para la suya y se encontró con un panorama todavía más increíble: Ayame.

—Bueno, abran paso, que traigo mi especialidad —el señor Tanami traía entre sus manos una bandeja de cristal con pavo relleno al horno que se veía y olía delicioso, detrás de él venía su esposa con un postre de chocolate, Kagome se puso de pie y ofreció ayudar a colocarlo en la mesa, mientras Ayame se levantaba a traer las copas y Kōga ordenaba las botellas de champagne.

El ambiente se sentía muy ameno y mientras InuYasha contestaba un mensaje importante sobre la universalidad, todos se sentaban y acomodaban, listos para empezar con el banquete.

—Bien, pues… que aproveche —se dirigió a todos Kaede, mientras los miraba, sonriendo. Los jóvenes se notaban ligeramente nerviosos, pero a la vez felices, era una rara mezcla.

Mientras la cena continuaba y los mayores hacían cualquier pregunta suelta, Kagome intentó tranquilizarse lo más que pudo. Estar en ese lugar se sentía muy fuerte si lo pensaba a profundidad. De vez en cuando echaba miradas a su novio, pero este parecía bastante relajado disfrutando de su comida, incluso pidió otra ración de pavo; lo envidió por estar tan despreocupado. Sonrió cuando Seitō le preguntó algo sobre sus padres y respondió sin enredarse mucho, por lo que sintió que por fin estaba entrando en confianza. Kōga también hizo un comentario que provocó risas a todos y ella sintió que las manos se calentaban poco a poco.

—La corbata me estorba, InuYasha y yo aún no sé por qué hiciste que nos vistiéramos de pingüinos —comentó Wolf, con su tono bromista y todos se volvieron a reír.

—Sí, para mí todavía es un misterio —reparó Kagome y miró a Ayame, que observaba a su novio al punto de las lágrimas, pero sonriendo ampliamente.

Kaede y Seitō carraspearon, notando que la reunión se hacía seria.

—No seas impaciente —dijo InuYasha y se arregló también la corbata. Aquello era importante para él y sabía que lo sería también para su amigo—. Hay que servir el champagne para hacer el brindis.

—Yo me encargo —Ayame se levantó de inmediato, comenzando a servir la bebida con ayuda de su padre.

Kōga observó a su novia y no pudo evitar sonreír como de costumbre, admirando cada ángulo. Tenía la sensación de que ella sabía qué pasaba. Estaba a punto de decir algo cuando sonó el timbre de la casa.

—Yo voy, Kaede-sama —ofreció inmediatamente, levantándose para dirigirse a la entrada. Detrás de él, la familia murmuraba si a la final habrían llegado los otros invitados y él esperó que así fuera. Estaba un poco nervioso, tenía la sensación de que aquella cena traería noticias para él. Se arregló el traje molesto ese que traía y exhaló, intentando relajarse—. Buenas no- ¡Miroku, Sango!

La pareja sonrió ampliamente, mientras Miroku sostenía una botella de vino y la movía de un lado a otro.

—Lamentamos la tardanza, a la final, sí pudimos venir.

—¿Hay lugar para nosotros todavía? —Inquirió la castaña, ingresando a la casa mientras al fondo, veía a toda la familia de Ayame acudir hacia ellos.

—¡Claro que sí!


Se removió en la cama mientras sintonizaba otro canal. Escuchó la válvula del baño que le alertó que ella se acercaba después de que cerró la puerta; venía ajustándose la salida de cama y pronto la sintió volver a la misma. Se estiró para abrazar a su esposa cuando esta se acomodó cerca de su pecho, suspirando hondo. Hacía mucho tiempo que no se daban un momento para ellos, para sentir que descansaban un poco. El trabajo a veces era arrollador, pero esos días habían estado más libres. La casa se sentía un poco vacía sin las niñas.

—Estoy tan relajada ahora mismo, que siento pena de alegrarme ligeramente por que las niñas estén fuera —comentó Naomi, algo avergonzada y recostándose entre los brazos de Suikotsu. Su esposo sonrió ligeramente—. Espero que Kikyō pueda regresar esta misma noche.

—Kagome dijo que iba a dormir en casa de Ayame, ¿no es así? —La apretó un poco más, sin dejar de ver la pantalla.

—Sí —se estiró por encima de su pareja para tomar crema para el cuerpo y ponérsela en las piernas. Después de un par de segundos masajeando la piel, recordó algo—. Oh, por cierto, ¿podrías mandarle un texto a Kikyō? Solo para saber si todo va en orden —sonrió a su marido, ladeando apenas el rostro. Tenía un ligerísimo sentimiento de incomodidad con la salida tan repentina de su hija, pero confiaba en ella y no le parecía justo molestarla y molestarse a sí misma con sus presentimientos sin fundamento.

Rápidamente, Suikotsu asintió; él también tenía ganas de saber cómo andaba la cosa con su hija mayor.

—Sí, claro, ahora mismo —tomó el celular del velador y buscó el chat en WhatsApp—. Tú mándale uno a Kagome —sugirió a su mujer, mientras tecleaba.

Naomi hizo lo propio y ambos se entretuvieron unos segundos en la tarea. Hacía tal vez media hora que las chicas se habían conectado por última vez y por lo visto, no había ninguna novedad.

La noche anterior, los Tanami habían llamado para invitar a su hija menor a una cena especial para celebrar algo referente a Kōga y claro que ellos habían accedido, se conocían desde años y Kagome ya era una adulta. Cuando InuYasha y Ayame pasaron por la pequeña a la casa, esta dijo que planeaba quedarse a dormir allá. Con Kikyō había pasado distinto, ella solo había dicho que había una fiesta del trabajo y que quizás se extendería bastante, por lo que prefería quedarse a dormir en un hotel cercano a la recepción del evento. Kikyō casi nunca dormía fuera de casa y cuando Kagome lo hacía, de todos modos, se quedaba la mayor. Debía aceptar que se sentía un poco raro, sin embargo…

—Bueno —dijo luego de un rato, acomodándose para abrazar de nueva cuenta a Naomi de forma protectora y cálida, dejando que el ambiente se relaje un poco de todo el estrés—, eso significa que tenemos la casa para los dos —le dijo cerca del oído y la sintió sonreír y estremecerse ligeramente por las cosquillas.

—Suikotsu… —llevó una mano hasta la mejilla para que él gire un poco la cara y poder verlo—, no ha pasado ni media hora —alzó ambas cejas, refiriéndose a los mimos que se habían dado hacía poco y no pudo evitar sonreír con picardía cuando él la vio profundamente a los ojos— y las niñas todavía no responden —agregó, como si aquello fuera un gran impedimento.

Suikotsu retiró los cabellos rizados de la frente de su esposa con delicadeza, observando aquel rostro tan lleno de vida y precioso que lo había cautivado desde hacía tantos años, desde el primer día, si era sincero.

—Las atenderemos, te lo prometo —le susurró cerca de la boca y desvío su cara para atacarle el cuello a besos, acariciando la pierna femenina a palma abierta, sintiendo la calidez y suavidad de la piel.

Ella soltó una risa de goce ante la respuesta y el gesto, alzando la pierna y cubriéndolo con esta por la cadera.

—Ya no somos unos adolescentes —le dijo, cuando lo tuvo de nuevo frente a frente.

—Pues tampoco estamos tan viejos.

Acto seguido, la besó en los labios, con movimientos casi religiosos, adorándola en cada roce de sus bocas.


Era palpable la alegría en esa casa y el sentimiento se había intensificado con la llegada de la pareja. Sango se veía más radiante que nunca y su esposo, aunque algo cansado por el trabajo, también reflejaba júbilo. Ya había pasado un tiempo desde su casamiento y aunque eran un matrimonio reciente, sus años de noviazgo les habían brindado las bases adecuadas para tener una convivencia sana, además de que Tanaca trabajaba también —desde casa, con su apenas iniciada marca de maquillaje—, por lo que ninguno de los dos se «asfixiaba» con la presencia del otro, sino todo lo contrario. Habían dicho que probablemente no iban a poder asistir a esa cena porque Takeda tenía una reunión con sus jefes hasta tarde y Sango no podía ir sola, aunque lo había considerado, pero al final del día y avisándole con anticipación a su superior, el ojiazul había podido conseguir un tiempo antes para salir y así poder asistir a casa de los Tanami. Aquello los alegraba, no solo por la mera idea de reunirse, sino porque sabían de lo que iba aquella cena y era importante para Kōga, entonces también era importante para ellos.

Con eso de que ahora eran una pareja casada y con responsabilidades, ambos admitían que estaban bastante alejados de sus amigos y familiares, por lo que cada nuevo acontecimiento que incluyera una reunión de ese tipo, era la excusa perfecta para acercarse y ponerse al día con todo. Aunque lo de InuYasha y Kagome no era para nada un secreto, sabían que siempre había algo para contar. Y ellos también que tenían algo para decir.

—Es maravilloso que hayan podido venir —comentó Seitō, sonriendo sinceramente. Extrañaba a esos dos.

—No habría sido lo mismo sin ustedes, chicos —secundó Kagome y todos reafirmaron el sentimiento.

—Bueno, InuYasha dijo que era algo importante y teníamos que hacer todo lo posible por venir —Miroku abrió de nuevo los nervios de Kōga con ese comentario, pero los invitados se irguieron para poder proseguir con el motivo de esa comida.

InuYasha carraspeó un poco, sintiéndose nervioso también; no era bueno con los discursos, pero llamó al profesor que tenía dentro y pidió una nueva ronda de copas llenas para el brindis, porque el anterior se había pospuesto hasta que el matrimonio Takeda comiera y demás.

—Bien, antes que nada… Siento mucho la poca antelación a esta reunión —comenzó a decir Taishō, entrando en confianza, sintiendo más tranquilidad al notar el silencio atento que se había formado, únicamente con la música suave de fondo como acompañante—, es por eso que temía que Miroku y Sango no pudieran venir, así como pasó con el señor Wolf, Kōga —se dirigió a su amigo, casi primo político y este asintió leve, demostrando que así era y que le habría gustado que su padre también lo pudiera acompañar— y también como temí que pasara contigo, Kagome —miró para su novia y esta pestañeó despacio, negando con la cabeza para darle a entender que no importaba y que ella estaba ahí, después de todo. Las tres parejas miraron enternecidas el corto momento, observando la expresión de Taishō y Higurashi, simplemente notando los sentimientos y admirándolos—. El tema principal de esta cena se me notificó apenas ayer al mediodía, por lo que no pude evitar esperar para reunirnos.

El momento se acercaba… Kōga tragó duro y sintió la mano de su novia posarse en su pierna para darle ánimos.

—Creo que es hora de alzar nuestras copas —dijo Kaede, también contagiada del entusiasmo e increíblemente ansiosa por escuchar aquella noticia tan importante.

Los presentes hicieron lo propio, esperando a que InuYasha prosiguiera.

—Los trámites dieron frutos y… —otra vez, la mirada ámbar dio con la celeste, lleno de orgullo—, sin necesidad de pagar o revalidar una sola materia, puedes volver a la universidad para terminar tu carrera, Kōga Wolf —terminó por anunciar—. Salud.

—¿Q-qué…?

Cuando elevaron un trago de la copa, los comensales se levantaron de inmediato como señal de respeto para aplaudir a un incrédulo pelinegro que se había quedado en la silla, con su copa en la mano, paralizado, su rostro ligeramente enrojecido por las emociones, el corazón acelerado y los ojos picándole. Él realmente podía… Por todo lo que era más sagrado, después de tantos trámites, después de tanta espera, después de la desolación de creer que pasaría demasiado tiempo antes de obtener su título profesional, poder conseguir un mejor trabajo como ingeniero mecánico en una empresa más grande, que su padre pudiera volver al taller y así tener una mejor vida para poderle pedir matrimonio a Ayame después…

—¡Felicidades, Kōga! —Escuchaba lejos, sentía que lo zarandeaban por las felicitaciones, pero él seguía sin poderlo creer.

—¿Kōga? —La voz de su novia lo hizo reaccionar. Alzó su mirada, que brillaba por las lágrimas de felicidad que se querían asomar y se encontró con ese par de esmeraldas inundadas en llanto de orgullo puro, de un afecto profundo que se alegraba con sus logros.

—A-Ayame… —titubeó, pero por fin se puso de pie, sin dejar de mirarla y todavía procesando—. No lo puedo creer, yo… —vio al ambarino, intentando sonreír—. Gracias, InuYasha… Gracias a todos —expresó desde el fondo de su corazón, expuesto y sensible como hacía mucho que no. Y abrazó a su pareja apenas terminó de hablar, como si no existiera nadie más alrededor.

Únicamente los dos.


Abrió los ojos, como era de costumbre, durmiendo alerta, con un sueño ligero, cuando el teléfono de Kikyō sonó sobre la mesita de noche. Apenas habían vuelto de la reunión «formal» entre algunos empresarios «sanos» asociados a su empresa «limpia» con la cual Naraku Tatewaki se presentaba a la sociedad como un empresario decente —y gracias a la cual se permitía extender las propiedades y justificar así su patrimonio, para esconder su liderazgo en otras organizaciones que lavaban dinero para él—. El devorar a Kikyō como si fuera un dulce de chocolate había sido el siguiente paso tácito entre ellos, sin preguntar, sin insinuar, sin avisar… solo había pasado, como siempre, y ahora ella reposaba profundamente dormida sobre su pecho, como si nada le preocupara. La observó unos segundos, notando su expresión seria, pero imperturbable y se preguntó cuándo diablos acabaría ese círculo vicioso.

Sabía que Kikyō le traería la ruina, dentro de él había una parte que estaba consciente de eso y las palabras de su padre resonaban siempre en su mente: principalmente las mujeres debían tener claro que él estaba al mando. Cuando era pequeño no lo entendía, pero la primera vez que probó las mieles del sexo, descubrió que, entre las piernas, cualquier mujer podía tener un arma para hacer con los hombres lo que quisieran y era muy difícil salir de allí cuando ya te habías hecho adicto a ese canal. Y las palabras de Onigumo tuvieron todo el sentido del planeta. Se estiró para tomar el teléfono y aunque se movió, la pelinegra solo se aferró a su piel y gimoteó, siguiendo el sueño.

Desbloqueó el móvil y abrió los mensajes, notando que el texto era de su padre.

"Mamá y yo solo queremos saber si todo va bien en la reunión y asegurarnos de que, si no llegas a casa esta noche, estés segura en el hotel. Avísanos apenas puedas, hija. Te amamos"

Un retorcijón agrio se instaló en sus tripas cuando leyó ese cursi mensaje. Siempre había sabido que los Higurashi eran padres amorosos y atentos con sus hijas y también siempre sintió ciertos celos de ella, por lo diferente que la vida los había tratado respecto a sus progenitores. La vio otra vez… Cómo demonios alguien como Kikyō había terminado ahí…

La movió con poca delicadeza para despertarla, sintiendo un mal humor terrible envenenarlo por dentro, sin siquiera saber muy bien por qué. Ella se despertó poco después de sentir que algo movía su cuerpo y alarmada, pensando que había sido descubierta, abrió los ojos como más pudo, sin poder fijar siquiera la mirada.

—¿Mamá…? ¿Qué…?

—Tu padre te envió un mensaje —le informó y tiró el teléfono cerca de la almohada, acomodándose en la cama y tomando el control remoto para prender la enorme pantalla plana.

Kikyō, todavía aturdida y confundida por ese humor tan malo, tomó el aparato, se talló los ojos e intentó aclarar la vista para leer el mensaje. Sonrió y tecleó una respuesta, dejando la seguridad de que todo andaba bien. Después de un momento de reflexionar, notó que Naraku había leído su mensaje…

«Ni siquiera debería sorprenderme».

»—Tus padres se preocupan mucho por ti, ¿no? —Dijo después de un momento, aparentemente concentrado en la TV, pero con sus sentidos enfocados en su acompañante.

Kikyō frunció el ceño, sinceramente, sin entender la actitud de su pareja; no era normal que hablaran de sus padres, incluso lo poco que ella sabía de Naraku, era que su papá había sido un tirano por detalles que se le habían escapado a él, porque alguna vez lo conoció por la única foto que tenía en su departamento cuando eran novios y porque Kagura le dijo. Por su parte, ella evitaba hablar de sus padres justamente para no incomodarlo, porque lo conocía lo suficiente para saber que, en el fondo, le afectaba.

¿Cómo carajo no le afectaría a cualquier persona ser abusado psicológicamente por las personas que debieron darle amor y protegerlo de todo?

—Sí —asintió, un poco insegura y con las manos picándole por acariciarlo a modo de consuelo —, ellos son los mejores —curvó ligeramente los labios en una sonrisa, agachando la mirada y pensando en ellos.

Naraku la vio de inmediato cuando notó el gesto, con los ojos bien abiertos, empezando a sentir que la sangre le recorría intensa por las venas. Un fastidio injustificado se apoderó de él y apretó su mano libre contra las sábanas, respirando errático.

La pelinegra lo notó.

—¿Acaso lo estás presumiendo? —Ladeó apenas el rostro y alzó las cejas, con los labios fruncidos y la voz seria.

El rostro femenino se desfiguró en una mueca de incredulidad y absurdo, incluso sintiendo ganas de salir de la cama. Se sentó sin cubrir su pecho desnudo, solo se expuso ante Naraku para estar en una posición igual a la de él.

—¿Qué? ¿De qué hablas? —Negó con la cabeza, llevándose un mechón de cabello tras la oreja—. Tú empezaste a hablar de ellos y yo solo respondí con la verdad —su tono fue severo. Así como el sexo podía explotar como dinamita, su ira también.

Tatewaki cerró los ojos, inspirando con la violencia a raya. Ya era cansino repetirle a Kikyō que no le alzara la voz y ella parecía no entender.

—Creen que eres un ángel —la vio fijamente, resentido. Esa mujer sabía cómo hacerlo explotar de todas las formas posibles, especialmente con su sexo y con su odio—, pero no saben nada de ti. —Obviamente se refería a las mentiras que ella decía para irse con él, a que era una beneficiaria de todo lo que su dinero mal habido podía comprar…

Kikyō no era tan distinta de él y, sin embargo, la vida los había tratado muy diferente.

—¿Sí? —Inquirió, indignada y al borde de las lágrimas, percibiéndose herida en una fibra muy sensible: sus padres. Ya se sentía demasiado culpable como para que ahora dijera eso—. Pues es contigo con quien me acuesto.

—Al igual que tú —prosiguió, sin refutarle el golpe que le había dado de regreso. No era como si pensara que había algo rescatable dentro de su ser. Él no tenía nada que perder, a diferencia de ella—, son patéticos.

Apenas acababa de soltar aquello, la palma derecha de Kikyō se impactó certera sobre la mejilla masculina, haciendo un sonido considerable que rebasó al volumen de la pantalla.

—¡No tengo la culpa de que mis padres no sean una porquería como fueron los tuyos! —Coronó su acto, soltándolo desde lo más hondo, con una furia que le quemaba la cara y le hacía palpitar el cuerpo entero. Había soltado una muy baja, una que tocaba algo muy delicado que tenía claro que no le iba a agradar a su pareja y no se arrepentía de ello.

Aún.

Respiró entrecortado mientras los segundos pasaban y su cuerpo empezaba a temblar, producto del miedo que estaba experimentando después de haberse atrevido a alzarle la mano a alguien como él. No se había dado cuenta de en qué momento había asumido que Naraku era nocivo, pero como un ácido, solo… solo ya no era la misma mujer confiada que sentía que estaba a la misma altura de él, ahora se sentía pequeña e indefensa, y no había reparado en esa cruda realidad hasta que lo vio volver con el infierno ardiendo en sus orbes rojos y abalanzarse contra su cuerpo como una avalancha.

—¡Escúchame bien, perra! —Le gritó con la voz casi irreconocible debido a la ira, sacudiéndola por el cuello—. Jamás vuelvas a meterte en esta mierda —la hundió contra el colchón, mientras ella empezaba a manotear con sus brazos, en un intento desesperado por que la suelte—, ¡¿te queda claro?! —Volvió a gritar y también a zarandearla, viéndola directamente a los ojos, odiándola como jamás.

Vio a su padre en ese par de orbes, vio su infancia, sintió los golpes en su espalda, los insultos… Lo vio todo y lo repudió desde el fondo de lo que todavía le quedaba de alma.

—L-lo s-siento… —con la garganta cerrada, picando y sintiendo una presión horrible en la cabeza, intentó enterrar las uñas en las extremidades de su agresor.

—Nunca más… —casi susurró, sintiendo debajo de él cómo las piernas femeninas se movían desesperadas en un intento de quitarlo de encima.

—N-Nara-ku… —sus palabras ya eran arcadas. Ya no lo soportaba más, el aire no llegaba a sus pulmones, perdía la fuerza en el cuerpo, perdía la conciencia.

De un momento a otro, cuando parecía estar perdida, los dedos masculinos la soltaron, devolviéndola a la vida. Tomó aire como si acabara de salir del agua y su garganta hizo sonidos involuntarios, doloridos. Se aferró a las sábanas con fuerza y con la otra mano se tomó el cuello para masajearlo. Las lágrimas empezaron a rodar apenas su cabeza dejó de hincar por la presión y su respiración se normalizó ligeramente. El cuerpo le temblaba como una hoja y asimilar todo lo que había pasado no estaba siendo sencillo. No lo escuchó decir una palabra, pero sí levantarse rápido de la cama y asomarse por el enorme ventanal, como si quisiera evitarla. El pecho de ella subía y bajaba sin control y giró lentamente la cabeza para verle la espalda, para verlo completamente desnudo tomarse de la cabeza, tal vez recriminándose de forma muda su pérdida de control. Negó, tratando de aligerar la respiración, intentando alejar el pánico.

—Vístete —casi saltó al escuchar esa voz de nuevo, que ahora se oía incluso dulce… se estremeció, no supo cómo sentirse con eso—, Kagura te llevará a la ciudad —Kikyō se sentó lentamente en la cama y puso los pies en el piso de la misma forma, cubriéndose el pecho con el brazo—. Los buenos padres quieren que la niña esté en casa a salvo.


El abrazo de su casi suegro se había sentido como de su padre, que sabía que estaría orgulloso de él. Estaba loco por contarle la noticia, de seguro que querría celebrar con un vino, aunque su salud no se le permitiera todavía, pero él iba a reemplazarlo con jugo de mora como solía hacerlo siempre para brindar. La alegría todavía seguía latente entre todos, pero parecía que se venía una segunda oleada de emociones por cómo notó el rostro de su primo político.

—Bueno, InuYasha, ¿todavía hay más? —El tono de Sango sugería que hiciera algo de una vez, que no era una pregunta precisamente. Los presentes empezaron a animarlo a responder, dándole la razón a la castaña.

InuYasha sintió el corazón acelerado y más cuando notó que Kagome le apretaba la rodilla y se ponía roja como la sangría. Notó que las manos le hincaron y también pensó que era un completo tonto. Se odió un poco por eso. Había llegado la hora. Para otros, quizás eso podría ser una tontería, pero en realidad, significaba demasiado para él. Las sonrisas de sus familiares y amigos ahora parecían una espera insistente que pedía a gritos ser atendida.

Bien, lo haría, porque Kagome merecía que él estuviera a la altura de la situación, que dejara sus miedos estúpidos atrás y que, no lo afrontara, que lo pregonara.

—Creo que todos aquí saben que después de perder a mis padres —todos y cada uno de los sentidos de Kagome estuvieron sobre InuYasha cuando empezó a hablar. La voz masculina se oía firme, a pesar de ser un tema íntimo, notaba que él estaba seguro de lo que había empezado a decir. A su alrededor, notó que lo miraban atentamente, ella, en especial, que tenía el corazón palpitando en la cabeza y las manos frías se aferraban a la rodilla de su compañero como si eso fuera a mermar la emoción—, mis tíos Seitō y Kaede han sido quienes tomaron ese lugar en mi vida. —InuYasha corrió la mirada entre los aludidos, sentados cada uno en una punta de la mesa y les agradeció con la mirada—. Me han protegido todo este tiempo, me han respetado —y era eso, sobretodo; siempre habían respetado sus decisiones, las personas con las que se relacionaba, nunca los vio reprochar nada, solo aconsejar con cariño cuando era necesario—, apoyado y brindado afecto.

La azabache sintió la mano de su pareja temblar ligeramente, supuso que por la emoción.

—InuYasha… —susurró, también con el mismo sentimiento embargándola.

—Lo agradezco —asintió, tomando aire.

—No hijo, al contrario —intervino Kaede, con voz dulce y los ojos aguados. Aquello no pasaba todos los días y admitía que era casi un evento.

—Nosotros lo agradecemos —complementó Seitō. Sabía perfectamente quién era Kagome y qué significaba en la vida de su hija y su sobrino, sin embargo, que presentarla fuera la excusa para que él dijera esas cosas tan hermosas, le hizo sentir algo cálido en el pecho. Tuvo ganas de abrazarlo.

«Lo va a hacer». Sango tomó la mano de su marido y la apretó, desviando la vista a Ayame, que tenía los ojos inundados y también la miró para asentir juntas y corroborar sus pensamientos.

—Como son mi familia, esta noche es importante y también han venido los muchachos —aquel par de soles se dirigieron a las parejas que ahora sonreían tontamente, pero con franca emoción por él. Sinceramente, muy pocas veces se había sentido tan querido y acompañado después de sus padres—, creo que es hora de que sepan que —por debajo de la mesa, en donde aquellas heladas manos femeninas descansaban, tomó la extremidad, la apretó y con cuidado, la fue subiendo, revelando el enlace ante todos, sorprendiendo a su novia.

Por un segundo, no había nadie más en ese lugar.

—I-Inu… —se atragantó con su propia emoción. InuYasha la estaba tomando de la mano frente a su familia. ¡Lo estaba haciendo delante de todos! Eso tenía que ser un sueño.

—Kagome ahora está a mi lado.

Continuará…


AAAAH, ¿NO LES PARECE QUE TODO ES MUY DRAMÁTICO? Bueno, siento que para InuYasha, es muy importante presentar a Kagome ante su familia, quiero decir… con Kikyō nunca pasó como tal en una reunión; lo imagino sobrio, sin cenas ni nada. Esta escena sigue, pero como se hace muy largo el capítulo, decidí que seguiré en el capítulo 33.

Dato random: para hacer la escena de Kikyō, tuve que ahorcarme JAJAJAJAJ, quería narrar exactamente lo que sentí. No fue tan fuerte como en el fic, pero lo suficiente como para toser y así xddd, VALOREN LO QUE HAGO XDDDD.

Muchos saludos y besos a: Geanery Sandoval Castaneda, Sarai, Annie Perez, Rosa Taisho, Marlenis Samudio, Rodriguez Fuentes, GabyJA, MegoKa, angieejp, CrisUL e Iseul.