La Flor del Demonio

Una Nueva Prisión

El clima nocturno era tan frío, que por más que me arrebujara en las cobijas y daba vueltas en el colchón, no lograba conciliar el sueño.

Pensé en pedirle a Alessandra algún libro de historias y un cobertor extra cuando un sonido muy particular llamó mi atención.

Esperé en silencio, en medio de aquella oscuridad sin querer creer lo que había escuchado. No tuve que esperar demasiado. El gemido de una mujer y luego de otra cortaban el frío viento nocturno, haciendo que mi ceño se frunciera de incomodidad y fastidio.

—Si van a ver porno cerca de donde hay niños, podrían bajar el volumen. ¡Qué falta de modales tienen estos…!

El sonido de un tercer gemido, seguido por la risa estruendosa y lejana de un hombre que soltaba frases de lo más denigrantes llegó junto con el razonamiento de algo importante para mi. En este lugar no existen los televisores ni las radios.

Lo que estaba escuchando no era un programa. No era ficción. ¡Había al menos tres mujeres teniendo relaciones cerca de mi ubicación!

Sonrojada por este descubrimiento, intenté cubrirme aún más, tapando incluso mi rostro con la almohada. Solo tenía que esperar a que los hombres terminaran, ¿cierto? Si no era una película ni un programa, esos sujetos tendrían que estar satisfechos en unos diez o quince minutos, luego de eso, la calma me dejaría para lidiar solo con el frío.

O eso pensé.

Los gemidos de las tres mujeres siguieron encontrando su propio altavoz en el jardín central. Voces de diferentes hombres las acompañaban a veces. Gritos, gemidos, difamaciones, risas malsanas y exigencias salían de las gargantas de diferentes hombres por el resto de la noche, dejándome con los nervios de punta y la garganta seca.

¿No contentos con venderme, me enviaron a un burdel? ¿Qué clase de padre hace eso? ¿Qué clase de monstruo escoge a la niña más pequeña de una sala de niñas para enviarla a vivir a un burdel por los próximos diez años?

Estaba preocupada ahora, muy preocupada. Si tengo libros puedo tolerar volverme la amante de un hombre, ¿pero esto?

Las palabras del erudito volvieron a mi mente con un nuevo significado. '—Espero comprenda que esto es por su propia seguridad'.

Tenerme en un palacio diferente al de los otros debía significar que estaría a salvo de esos hombres… pero ¿por cuánto tiempo? ¿terminaría como las tres mujeres que no paraban de gemir si intentaba escapar?

Por suerte, Alessandra parecía conocerme mucho mejor que yo misma. La puerta de mi habitación se abrió cuando la tercera ronda de hombres seguía de fiesta al otro lado del jardín. Las cortinas de mi cama fueron abiertas un poco. Una cobija cálida y gruesa fue depositada sobre mi y después, las gentiles manos de Alessandra comenzaron a frotar mi espalda.

—¿Está dormida, princesa?

No pude contestar, estaba segura que comenzaría a llorar y a exigir que se me devolviera a casa si abría la boca, así que solo salí de entre las cobijas, mordiendo mi labio y aguantando las lágrimas, negando con lentitud.

—¿Le gustaría que le lea alguna historia, princesa?

De nuevo, usé mi cabeza para asentir despacio. Alessandra me sonrió, dejando escapar una mirada de reproche a la ventana antes de tomar un libro de la mesita de noche, sentarse a mi lado y comenzar a leer con voz clara y fuerte.

—En los días de blancas arenas, cuando las tribus de Lanzenave aún vagaban casi desnudas y descalzas por el vasto desierto, a través de la puerta del mar llegó el primer rey.

Berniece entró en mi cuarto en ese momento. Su rostro había tomado el noble color de Gedulhd conforme se acercaba a mi cama, lanzando miradas de pánico a la ventana más cercana, cerrada con sus compuertas de madera, como si eso evitara que los profanos sonidos interrumpieran la hora de Schlatraum.

Berniece se detuvo al otro lado de mi cama y descolgó su espada de su cintura antes de comenzar a golpear de manera rítmica el suelo.

—Con su mana y su sabiduría, el primer rey cantó palabras secretas a los dioses. De sus bolsas, sacó polvo dorado que lanzó al centro del círculo extraño. Una plegaria en pergamino salió de entre sus ropas, prendiéndose en fuego, envolviéndose en arena blanca y fuego azul. Entonces fue erigida la gran ciudad portuaria de Lanzenave, con un castillo junto al mar, desde donde Zent pudiera mirar a su antiguo hogar y casas de un blanco puro como la nieve de Schneeast fueron erigidas a su alrededor…

Ese era un libro que no había leído antes. Estaba segura.

La cadencia de la voz de Alessandra y el ritmo de la espada de Berniece terminaron por alejar las voces que me habían causado tanto estrés. Pronto me encontré soñando con arenas blancas, polvo de oro y flamas mágicas que hacen aparecer ciudades enteras. Y ahí, en medio de blancas calles que poco a poco se llenaban de vida y de gente, me sentí libre por primera vez.

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Las semanas y meses fueron pasando con extrema lentitud. Cada día era una rutina. Durante las mañanas, después de prepararme me daban clases de modales, indicando que los míos no eran los esperados de una princesa. Después del almuerzo comenzaban las clases de geografía e historia de Yurgensmith, me obligaron a conocer cada ducado, con cada apellido noble y descendencia de familias ducales y archinobles. Después de la cena podía leer por un tiempo a modo recompensa, al parecer mi padre había mandado libros con nosotros.

Alessandra decía que era era una muestra de su amor por mi, pero ambas sabíamos que solo era una forma de controlarme. Ni él me amaba a mí, ni yo lo amaba a él.

Las noches eran lo peor. Los gemidos de las mujeres, las risas de los hombres y ese olor dulce que impregnaba cada habitación del edificio se repetían noche tras noches, durante campanadas.

Yo daba vueltas en la cama intentando conciliar el sueño, temblando de terror al pensar que en un futuro sería yo la que estaría en la misma situación que esas mujeres. Porque si, había llegado a la conclusión de que ese sería mi destino.

Alessandra y Berniece todas las noches venía a hacerme compañía, la primera leyendo más historias de nuestra tierra natal mientras que la segunda golpeaba rítmicamente el piso hasta que Schlaftraum decidía reclamarme a su mundo.

Habían noches en las que soñaba con mi antiguo mundo. En el leía y veía a Shuu-chan. En otras ocasiones veía a mi madre, me acurrucaba junto a ella o apoyaba mi cabeza en sus piernas mientras ella acariciaba mi cabello repitiendo que todo estaría bien, que fuera fuerte y paciente y me preparara. Con el tiempo comencé a preguntarle qué debía esperar, pero cada vez que lo hacía ella sonreía y yo despertaba llorando con Alessandra abrazándome en tanto Berniece llenaba piedra tras piedra de mi maná desenfrenado. Con el tiempo ya no preguntaba nada, simplemente me dejaba estar, al menos por esos pocos instantes podía sentirme amada y protegida.

Con el tiempo comencé a reconocer otros sonidos como risas y llantos de niños, aunque mucho más tenues debido a que durante el día las mujeres dormían y no habían hombres entrando y saliendo. El ambiente se mantenía en relativa calma. Cuando pregunté si habían otros niños, recibí una vaga respuesta por parte de mis cuidadores, indicando que eran hijos de las señoras del palacio.

Un día, mientras miraba por el balcón de mi cuarto hacia los jardines, en el edificio frente a mí, vi a una niña, debía estar cercana a mi edad. Era hermosa. Su cabello era blanco como la nieve y tenía unos ojos color azul cielo hipnotizantes. La saludé moviendo mi mano de un lado a otro como lo haría en el mundo de los sueños. Ella me miró confusa al inicio y luego respondió el gesto. Cada día que pasaba me paraba en el balcón a la misma hora con la esperanza de verla. Ella aparecía y nos saludabamos. Esto se repitió innumerables veces, fue lo más cercano que tuve a un amiga en este mundo a pesar de que jamás intercambiamos una palabra. Verla, aunque fuera de lejos, daba paz a mi alma y un extraño sentimiento de consuelo. Hasta que un día desapareció. Nunca más la volví a ver.

Había estado aquí poco más de un año cuando me dejaron salir a los jardines por primera vez. Estaba tan emocionada de poder ver algo más que las blancas paredes del edificio que comí a gran velocidad mi almuerzo. Con prontitud dejé que me arreglaran y cuando llegamos a las puertas principales y estás se abrieron casi lloré.

Junto a mi asistente y mi guardia comencé a caminar. El jardín no era muy grande y estaba rodeado por los cuatro edificios.

No sin sorpresa noté que estaban unidos por un corto pasillo con puertas en ambos extremos. Cada puerta visible estaba custodiada por un guardia. Mi pensamiento inicial fue que mantenían la seguridad para que nadie entrara… luego comprendí que su misión era la de cuidar que nadie saliera.

En medio del jardín había una especie de glorieta rodeada de esas flores de dulce aroma. Había escuchado por casualidad a unas criadas llamarlas Toruk. A diferencia de lo que se esperaba de una glorieta normal en un jardín, esta en vez de tener una mesa y asientos, tenía una gran cama justo en el centro. Eso explica por qué escucho los gemidos tan cerca.

Seguimos caminando un tiempo más, hasta que Alessandra dijo que era hora de volver. No sabía cuándo volvería a salir de nuevo así que me detuve un instante, elevando mi rostro al cielo para poder sentir los cálidos rayos del sol aunque fuera un momento más.

—Ya es hora de volver Milady —dijo Berniece.

—Vaya, vaya, vaya… ¿es esta adorable niña mi futuro reemplazo?

Me di vuelta, abriendo mucho los ojos cuando una mujer mayor se me acercó. Tendría unos veinte, su cabello de un gris plateado se mecía suelto detrás de su espalda. Sería hermosa si no fuera por las grandes bolsas oscuras bajo sus ojos color dorado pálido, estaban opacos y sin vida. Vestía delgadas sedas que no dejaban nada a la imaginación. Se acercó y tomó un mechón de mi cabello entre sus dedos.

—Que hermoso cabello tienes —dijo frotando mi pelo—. Serás la primera flor con este color, conozco a varios nobles que amaran coger tu cabello.

La mujer sonrió y me estremecí.

Con miedo me escondí detrás de Alessandra, quien me cogió con rapidez en brazos antes de despedirse y refugiarse en el edificio.

—Ale.. Alessandra —sollocé sin poder contenerme—, no quiero estar aquí, no quiero ser una flor y… y… tener que ver a esos hombres —miré a Berniece sin parar de temblar, arrodillándome frente a ella con desesperación—. ¡Prefiero que me mates! Por favor, ¡no dejes que me toquen mientras siga con vida!.

Lloré el resto de la noche y fue solo al amanecer cuando el Dios de los sueños me abrió las puertas de su reino.

Solo tiempo después fui consciente de que mi súplica infantil, nacida del terror más absoluto había cambiado algo en mis criadas. Ellas eran las únicas que me amaban.

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—Princesa.

Faltaban dos semanas para mi cumpleaños número siete, o eso supuse. Alguna vez fue la única fecha en que mi padre y mi madre me visitaban para tomar el té en uno de los balcones en la sala de niñas. El año anterior me había llegado un cofre desde Lanzenave con un libro nuevo, algunas telas para confeccionar un vestido y dos grandes frascos de azúcar.

Miré al enviado en la puerta. Era el mismo que había entregado el cofre con regalos el año anterior. Lo observé haciendo un par de señas a mi profesora de música y esta solo sonrió antes de dejar su instrumento sobre su silla para luego salir de la habitación.

—Zent ha enviado a sus costureras para que le tomen medidas. Así mismo, deberá seleccionar telas adecuadas para un vestido que lucirá dentro de dos semanas para una fiesta de té.

Asentí antes de entregar mi harspiel a Alessandra y ponerme en pie. Berniece se apresuró entonces a escoltarme de cerca.

Ninguna de mis dos leales asistentes había vuelto a alejarse de mi lado desde el encuentro con la mujer del jardín. De hecho, diría que habían dado todo de ellas para evitar que volviera a encontrarme con alguna de las flores de este palacio maldito, y yo les estaba agradecida por ello. Incluso habían conseguido que se nos entregará tela gruesa del mismo azul oscuro de mi cabello para cubrir todas las ventanas de mi habitación, colgando dos rondas por dentro y por fuera de la que daba al jardín. Todavía escuchaba gemidos cada noche, por suerte, las voluminosas y gruesas telas los habían convertido en meros susurros, fáciles de ignorar.

Pronto fui dejada en mi ropa interior, luego me tomaron todo tipo de medidas, me envolvieron en una toalla esponjosa y me mostraron un largo pergamino con diferentes modelos de vestido. Escogí el primero sin prestar mucha atención.

A continuación desfilaron frente a mí con todo tipo de telas. Mis hermanas y primas se habrían emocionado ante los brillantes colores y las diversas texturas y bordados brillantes. Yo solo miré a Alessandra, quién observó todo con atención antes de seleccionar al menos tres telas diferentes en colores claros.

Antes de dejarme vestir y marchar, me sirvieron té y algunas frutas frescas de verano, para luego medirme un vestido falso al cual realizaron algunos ajustes con alfileres.

Cuando las modistas se fueron con todos sus materiales, el enviado entró una vez más, dándome una mirada rápida y luego entregando un par de tablas de madera a Alessandra.

—Ya que la princesa cumple los siete años en dos semanas, atenderá a una fiesta con el hijo mayor del Zent. Debe memorizar estos saludos y esta etiqueta. Además se han adjuntado algunos temas de conversación que se espera pueda manejar con fluidez para entretener al príncipe.

Alessandra observó todo con rapidez, abrazando las tablas contra el pecho para luego mirar al enviado, quién parecía esperar por si teníamos algo que decir.

—¿Puede mi Lady saber la razón de esta fiesta de té repentina?

Una mirada de desdén. Un suspiro ahogado de fastidio y el enviado me miró con severidad.

—El primer príncipe cumplió los siete años durante la primavera. Usted es su obsequio para festejar su nombramiento como príncipe heredero. Será entregada a él de manera formal durante el invierno, cuando será presentada al Zent. Para asegurarnos de que comprende cuál es su lugar, comenzará a recibir la visita del Príncipe una vez por semana. Asegúrese de que estas visitas valgan la pena.

Y sin decir más, el enviado se fue.

Mi diminuto séquito exhaló con fuerza junto conmigo luego de escuchar la puerta cerrarse. Mis ojos se llenaron de lágrimas de alivio.

Miré a Alessandra, cuyos ojos se veían a punto de derramar lágrimas a pesar de la sonrisa noble en él. Berniece asintió con una cara de alivio imposible de esconder.

—No voy a ser una de las flores del jardín, ¿Verdad?

—No, mi Lady —me respondió Alessadra antes de limpiar las lágrimas que habían comenzado a escapar de mis ojos, ignorando las que manchaban los suyos.

—Estaré con un chico de mi edad. Estaré a salvo. ¡Berniece no tendrá que tomar mi vida!

Estaba tan aliviada que las lágrimas no dejaban de salir de mis ojos.

Esa tarde no tuve más clases. Alessandra se aseguró de que nos permitieran permanecer juntas en mi habitación, hablando sobre las cosas graciosas que habían pasado en la habitación de las niñas mucho tiempo atrás.

Esa tarde supe que Berniece había huido de la casa de su padre cuando su tío intentó desflorarla. Tenía 12 años. Esa fue la razón que la llevó a buscar ser una caballera y permanecer en el centro de entrenamiento hasta que su edad para tomar un esposo pasó. Luego fue enviada a la habitación de niñas para fungir como escolta y vigilante nuestra, encontrando paz al custodiarnos.

También me enteré que Alessandra había enviudado muchos años atrás, y que su deseo de tener hijos la había llevado al Palacio de mi padre para cuidar de mi madre y luego de mí.

Habría querido contarles sobre mi mundo de sueños, sobre mi vida como Urano, pero no pude. El ambiente ante la perspectiva de tener una infancia casi normal era demasiado dulce para quebrarla.

¿Me dejarían vivir en el palacio del Zent? ¿podría hablar y jugar con otros niños, lejos del agujero infernal que suponía el jardín de este palacio durante la noche?

—Mi Lady —murmuró Alessandra con sus ojos chispeantes de manera repentina—, su padre dijo que si hacía bien las cosas, podría convertirse en la esposa de Zent. Solo que no del actual, sino de su sucesor.

Berniece nos miró a ambas con una sonrisa enorme que no había visto desde que dejamos Lanzenave— ¿No sería maravilloso que se hicieran amigos, mi Lady?

—¡Es verdad, Lady Berniece! —chilló Alessandra con emoción mal disimulada—, Si se vuelven amigos, ¡él cuidará bien de nuestra señorita! ¡Podría ser feliz aquí, mi Lady!

—Y es el hijo del Zent, tal vez tenga una sala entera llena de libros —bromeó mi caballero con una risita traviesa y burlona que me hizo reír también.

—¡Libros! ¡Y alguien aquí que tenga la autoridad para protegerla! ¿No le parece maravilloso, mi Lady?

Asentí. Luego de casi dos años viviendo con la preocupación de convertirme en la mujer del jardín podía ver una luz de esperanza.

—¡Y ustedes estarán conmigo! —exclamé fascinada ante las posibilidades al alcance de mi mano—. Haré que Alessandra tenga vestidos hermosos, ¡y podría conseguirle armas nuevas a Berniece!

—¡Podré protegerla para siempre, mi Lady! —ofreció Berniece emocionada, recibiendome en sus brazos cuando le salté encima.

—¡Y yo podré cuidarla y luego cuidar de sus hijos, mi Lady! —comentó ahora Alessandra, recibiendome cuando corrí a sus brazos, emocionada y extasiada ante la perspectiva.

—Será como si fuéramos una familia, ¿verdad?

Las dos asintieron. Fue un día feliz.

Esa noche soñé con mi madre de mi mundo de sueños. Soñé con ese último día a su lado.

En el sueño…o, recuerdo, yo me había levantado y había leído mientras me sentaba a desayunar con ella en la cocina, respondiendo a sus comentarios con monosílabos.

Shuu estaba ahí también. Sus padres estaban en viaje de negocios de nuevo y él no dejaba de bromear con mamá, diciendo que yo me tragaría los libros enteros si pudiera.

Cuando bajé mi libro, alertada por mi celular, mamá me entregó un talismán a mí y otro a Shuu.

—¡Mucha suerte, muchachos! Solo confíen y sean ustedes mismos, no dejen que los nervios se lleven lo mejor de ustedes —nos dijo mamá, dándonos un abrazo a cada uno.

—¡Mamá, estoy muy grande para besos! —me quejé cuando aprovechó para besar mi frente.

—Es de parte de tu padre, Urano. Sé que no lo recuerdas, pero él siempre te daba un beso en las mañanas antes de irse a trabajar.

Sonreí a medias. Siempre que mi padre era mencionado, el olor a tinta y hojas viejas con encuadernado de cuero y escéncia a jabón era lo único que podía evocar.

—Bien, bien, gracias mamá. ¡Nos vamos!

—¡Vuelvan pronto! —respondió mamá. Yo guardé el libro que acababa de terminar de leer, sacando otro de mi bolso.

—¿En serio, Urano? —se quejó Shuu, riendo un poco antes de arrebatarme el libro y mantenerlo en alto, haciéndome caminar en puntas detrás de él.

—¡Shuu, devuelvelo!

—¡Cuando te deje en la biblioteca sana y salva, te devolveré tu libro! Voy a mi propia entrevista de trabajo, no quiero llegar pensando en todos los autos y camiones que estuvieron a punto de atropellarte por una vez.

Hice un mohín pero dejé de quejarme.

Podía recordar la conversación con Shuu. Canciones de anime. Dos mangas nuevos que habíamos leído en la Shounen Jump. Sus planes para llevar algunos dulces de la panadería italiana que yo prefería para festejar que los dos seríamos aceptados. Su comentario de querer poner algo en mis libreros para evitar que se cayeran durante alguno de los tantos temblores que asolaban Japón.

—Shuu, por favor —me quejé ante aquello. Shuu llevaba un par de meses tratando de convencerme de aligerar mis libreros o instalar esas horribles barras de metal para amarrarlos al techo—. ¡Dios, si algún día muero, que sea en una avalancha de libros! ¿Qué muerte podría ser mejor que esa? —dije de manera estúpida, burlándome de Shuu y soñando despierta con una ola de libros que iban hacia mí. ¡Que idiota había sido!

—Urano, en serio, tus bromas son las peores.

No pude recordar la biblioteca o la entrevista, solo a mi madre aplaudiendo y abrazándome orgullosa y feliz cuando volví más tarde y le avisé que había conseguido mi empleo soñado.

—¡Es maravilloso, Urano! Deberíamos ir el sábado o el domingo a visitar a tu padre para decirle las buenas noticias.

—¡Ay, mamá! ¿En serio? ¡Es tiempo que podría invertir en leer algunos libros nuevos! ¿Sabes cuántos libros tiene la biblioteca en su catálogo? ¡Libros que no he leído aún!

Fui arrogante. Debí aceptar. Debí decirle que me encantaría ir con ella a rezar en la tumba de mi padre y decirle que sería bibliotecaria aún si la idea no me emocionaba.

—Shuu llamo, por cierto. ¡Le dieron el empleo! ¿No es fabuloso? Dijo que llegaría para la cena, tenía que conseguir algunas cosas para su trabajo y para tus libreros…

—Es un exagerado. Debería dejar mis libros y estantes en paz.

Shuu fue un gran amigo. Fue un hermano para mí. Debí apreciarlo más. Debí tomarme sus preocupaciones más en serio.

Esa tarde comí con un libro en mi mano, sin saber que sería la última vez que probaría la comida de mamá.

Me senté con mi libro nuevo junto a mi librero, lanzándole una mirada de burla y riendo por lo bajo sin saber que los dioses se tomarían mis palabras en serio.

Shuu debía estar a dos cuadras de la casa cuando el suelo comenzó a moverse. Los estantes de la sala se despegaron de la pared. Mis amados libros volaron hacia mí sin que les prestará mayor atención. Luego todo fue oscuridad.

Lo peor es que no extraño tanto mis estantes, mis libros o las comodidades de un mundo moderno y tecnológico como a mi familia.

Mamá, Shuu, me esforzaré por apreciar a mi nueva familia de ahora en adelante. No volveré a tomar el afecto por sentado. Perdón por todo.

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Notas de una de las Autoras:

No saben como sufrimos escribiendo este capítulo, pero nos encantó el resultado. Por otro lado, debo avisar de una vez que este fanfic lo estamos empezando de un modo bastante oscuro al tocar algunos tabúes, rozando la delgada línea entre lo aceptable y lo aberrante, aún así, también lo escribimos bajo la premisa de que después de la noche más oscura, llega el amanecer más brillante, solo deben tener paciencia y ese precioso amanecer llegará.

Un saludo a todos, muchas gracias por apoyar esta historia, nos vemos por aquí el próximo sábado.

SARABA