Sin salida
Era como si todas sus energías hubiesen sido succionadas de su alma y el cuerpo pidiera silencio; Regina pisó la antigua casa de la familia Swan donde estaba hospedada, cerró la puerta, se dirigió a la sala, se echó en el sofá y miró hacia el techo, pero el cansancio pudo más que ella y al momento se quedó dormida. No supo decir cuánto tiempo durmió, y solo se despertó porque soñó con Ingrid caminando por las calles de la ciudad con la barriga enorme, embarazada de Emma. La sala estaba intacta e incómodamente silenciosa. No había oscurecido. Emma no había vuelto. Menos mal, pensó la escritora. Regina se mantuvo echada, con un cojín por almohada, pensando en aquella historia bien creada por Belle, que algún día, con algunos reparos, podría perfectamente convertirse en libro. Pero esa historia podría convertirse en una cruel realidad para dos personas.
Regina solo podía pensar en Emma, en cómo se quedaría, en cómo reaccionaría si de verdad su padre fuera Daniel. Pensaba en la suerte de la muchacha por tener una madre como Ingrid, una mujer tan ruin y egoísta que se había olvidado de la propia hija; y Daniel, una de las personas más cínicas que había conocido. Emma, de verdad, no tenía suerte, había sufrido desde joven con la ausencia de la madre y el juicio de los habitantes de Mary Way Village. ¿Por qué diablos tenía que ser de aquella manera? ¿Por qué tenía ella que sufrir de esa manera? Si Daniel fuera su padre, ¿cómo habría sido eso posible? ¿Cómo llegó a casarse con el hombre que ha hecho a ese ser maravilloso de quien se ha enamorado perdidamente y que ahora significaba todo en su vida? Más que coincidencia, el destino ha cumplido en unir a dos personas ajenas a la desconocida verdad.
Si Emma no hubiera nacido, si fuera otra persona, una joven completamente diferente a la que Regina conocía, jamás estarían juntas. Regina jamás la habría descrito si fuera otra. Su cabeza no podía aceptar aquella historia. Ingrid, amante de Daniel, madre de Emma; Daniel, el traidor, padre de Emma; Emma, la niña mujer, el amor de su vida. ¿Y si le hubiera pasado a ella? ¿Si hubiera quedado embarazada de Daniel? La traición no le dolía tanto como el hecho de que Emma fuera su hija. Y entonces pensó que quizás tenía que vivir amargada, traicionada y que Daniel precisaba también ser el padre de la muchacha, aunque parecía insoportable soportar la ironía en la que la vida las había colocado. Estaba sufriendo, llorando en silencio, sola en el sofá de la sala cuando Emma aparcó el escarabajo en el garaje de la casa, apenas tuvo tiempo en limpiarse los ojos cuando escuchó el ruido.
La muchacha entró por la puerta del pasillo y encontró a la amada acostada con las manos en la cara como si estuviera restregándose el rostro después de un sueño profundo.
‒ Hola‒ dijo ella, dejando el llavero en un gancho de la pared. Tras eso se quitó el abrigo que llevaba encima de una blusa de manga larga.
‒ Hola‒ dijo Regina inmediatamente y Emma pudo percibir el maquillaje corrido en sus ojos, gran evidencia de que había llorado.
‒ ¿Qué ocurre? ¿Qué ha pasado?‒ Emma se dirigió al sofá y se arrodilló a la altura del rostro de Regina.
‒ Nada importante. Me eché un sueñecito cuando llegué‒ Regina habló con voz ronca
‒ ¿Estás segura?
‒ Sí, mi amor
‒ Entonces, ¿por qué estabas llorando?
Mills sonrió dulcemente, aunque al mismo tiempo de forma temblorosa.
‒ Porque soy una tonta y estaba feliz pensando en ti.
‒ ¿Cómo fue todo en la mansión?‒ Emma no creyó mucho en las palabras de la escritora, cogió su mano posada sobre el estómago y la unió a la de ella.
‒ Daniel me llamó para firmar el divorcio. Finalmente estoy libre de él‒ a pesar de hablar lo imprescindible, Regina transmitía extrema tranquilidad en su voz en ese momento.
‒ ¿De verdad? ¿Jú…Júralo?
‒ Hum‒ gimió Mills ‒ Firmó el papel frente a mí
‒ ¿De qué hablaron?
‒ Intercambiamos algunas palabras, me confesó lo que hizo, me contó lo de las cartas y yo sencillamente me desahogué. Daniel se ha mostrado como una persona cínica. Sentí pena de él cuando lo vi en la silla de ruedas, empujado a todos lados por el enfermero. No puede moverse solo, está flaco y mal cuidado. Cuando yo lo cuidaba, aunque deseara que llegara a ese estado y que un día muriera, nunca estuvo así. Y ahora su hora se está acercando.
‒ Entonces, ¿fue por eso que tomó la decisión?
Regina se quedó en silencio hasta tener la certeza de que valdría la pena hablar de Ingrid.
‒ También. Me dijo que quiere casarse otra vez.
‒ Ah, ¿y eso?‒ preguntó Emma ligeramente asombrada.
‒ Dijo que ha conocido a una mujer y quiere casarse con ella.
Intercambiaron miradas. Emma subía y bajaba las cejas a una velocidad que mostraba dudas. Regina había dicho la verdad, omitiendo la parte extra que tenía que ver con Emma, pero por suerte, la muchacha continuó con otro tema.
‒ ¿Pero así de repente? Simplemente ha conocido a una mujer y ahora se quiere casar…
‒ Más o menos así
‒ Bueno, que sea muy feliz con esa mujer y no vuelva a molestarte‒ dijo Emma con desinterés, aún estaba preocupada con el maquillaje corrido en el rostro de la mujer, señal de lágrimas derramadas ‒ Pero…¿Por qué estabas llorando? ¿No es por nada que él haya dicho, no?
‒ No, Emma, es algo que estaba pensando‒ Regina intentó darle la vuelta a la situación ‒ Tiene que ver con Daniel, contigo. Creo que han pasado cosas que me hicieron muy infeliz, pero al mismo tiempo si no hubieran pasado, jamás habría venido para acá y te habría conocido ‒ Emma esperó a escuchar, se pegó más a ella en el sofá ‒ No sé lo que va a pasar de aquí en adelante, cómo vas a reaccionar a las cosas que tu madre tiene que contarte, pero la única certeza que tengo es de mi amor por ti‒ la mujer apretó la mano de Emma sobre la de ella y contuvo las lágrimas ‒ Por favor, prométeme que no vas a desistir de nosotras dos cuando esta pesadilla acabe.
‒ ¿Cómo que desistir de ti? Nunca voy a desistir de lo nuestro, nunca‒ Emma sacudía la cabeza como si pudiera decirle a Regina que todo estaba bien, que aquella era una desesperación inútil.
‒ Mis diferencias con Daniel están resueltas, yo lo superé deprisa incluso antes de estar contigo en cuerpo y alma. Falta que tú te enteres de lo que Ingrid quiere decirte, pero por favor, Emma, es todo lo que te pido, suceda lo que suceda…
‒ Regina, ¿puedes parar de decir eso?‒ Emma empezó a alterar la voz irritada con lo que la escritora pedía ‒ No me voy a ir a ninguna parte sin ti cuando esto acabe. ¿No te das cuenta de que estamos unidas incluso cuando no pensamos en ello? Sea lo que sea que Daniel te haya dicho hoy, creo que fue importante como para dejarte de esta manera y me preocupa. Respeto que no quieras hablar de ello, pero debes entender que no te amo en vano. Mi amor no es de esos que duran una estación y a la siguiente ya se ha debilitado solo porque se es joven. No soy como los demás, no soy como la gente cree que soy. No soy como mi madre, que no sabe amar a nadie. No soy nada de eso porque tú me enseñaste todo lo que sé de sentimientos. De una forma u otra, quiero estar contigo, ser la primera, la única mujer en tu vida como siempre quise.
No había manera de resistirse a aquel par de ojos esmeralda, a la decisión osada de Emma de querer quedarse con ella y a aquellas palabras tan cargadas de seriedad. Regina atrajó a su novia hacia ella. Emma se recostó sobre su cuerpo y sintió que debían quedarse el tiempo que fuera necesario en el sofá. No tenía idea de lo que Regina sabía, ni sospechaba lo turbadora que había sido la tarde para la mujer, solo sabía que debía quedarse ahí con ella, callada dándole cariño en forma de besos y caricias. Continuaría amando a Regina con todo el corazón, aunque sus peores pesadillas se volvieran realidad, pensaba de vez en cuando. Y para ella, no había pesadilla peor que la muerte separándolas a las dos. Emma pensó que tal vez era ese el recelo de Regina, que una de las dos muriera a causa de algún infortunio. ¡Ojalá nunca les pasara eso! Regina estaba equivocada, no era hora de pensar en tragedias, tenía que ser fuerte, Emma estaba allí para ella y para nadie más. Deja de pensar en una tontería tan grande, mi amor, le dijo Emma con la mirada. La besó con tanto ímpetu que los labios hormigueaban. Emma haría de todo para tener a su razón de ser, a Regina de vuelta siendo la mujer que había conocido. Su amor no sería alcanzado por nada, absolutamente nada, y eso fue lo último que la muchacha juró sin tener que decir nada en voz alta.
‒ ¿Entonces quieres decir que estás a punto de casarte con el pintor millonario?‒ Gold brindó con Ingrid. Los dos se sentaron juntos en el largo sofá de la casa del vendedor de coches y concejal de la ciudad como viejos amigos que se volvían a ver después de mucho tiempo.
‒ Aún no le he dicho que sí, le pedí que justificase el deseo de casarse conmigo y sé exactamente lo que hará‒ Ingrid bebió el contenido de su vaso de whisky en tres segundos. Hizo un gesto con los cabellos cuando el calor del alcohol le subió por la garganta.
‒ ¿Y qué hará para convencerte?
‒ Le va a firmar el divorcio a su mujer que lleva pidiéndolo hace meses.
‒ Es justo. Si quiere casarse con otra persona debe estar divorciado para hacerlo‒ Gold echó una ojeada hacia el escote de Ingrid, un diseño que el vestido hacía entre capa de tela y lentejuelas ‒ Por cierto, ¿sabes que tu hija y la mujer del pintor…Bueno, ahora ex, están juntas?
Ingrid deslizaba su lengua por el labio superior cuando fue pillada por la pregunta de Gold. El semblante que le dirigió no fue de los mejores, Ingrid, de repente, perdió su chispa
‒ No es que lo sepa, sino que las vi a las dos comiéndose a besos en mi casa. ¿Cómo crees que me siento?
‒ Con rabia‒ Gold no tenía una opinión formada sobre el asunto, pero conseguía pensar en su amigo, el alcalde, si le revelara lo que de verdad le gustaba a Regina Mills.
‒ Fue lo más asqueroso que he visto‒ miró a Gold y este esperó a que ella continuara ‒ ¿Qué? ¿Piensas que soy homófoba? Oh no, no tengo problemas con parejas de mujeres, solo creo que esas cosas deben ser hechas por gente que entienda del tema.
‒ ¿Cómo?‒ Gold estaba más confuso que alguien, novato en el tema, intentara entender griego.
‒ Emma es muy joven, seguramente esa mujer debe haber seducido a mi niña. Regina Mills no es de confianza.
‒ Hm…Ingrid, lamento decirte que se encuentran desde hace meses, incluso antes de tu regreso.
‒ Puede que sí, pero mi chica puede haber sido seducida por las mentiras de esa mujer. Como una chica carente, pobre y desequilibrada, Emma aceptó ser la Lolita de Regina. Ten presente lo que te digo, seguro que saca un libro contando cómo se relacionan en la cama.
Gold soltó una carcajada.
‒ Hablas como si Emma fuera una niña y la estuvieran violando. Por lo que yo vi, está metida en esa relación con esa mujer hasta el último pelo de su cabeza.
‒ Hablas así porque sientes…Vamos a decir…Simpatía, fetiche por mujeres besándose. Todos los hombres tienen esa fantasía‒ Ingrid era pura irritación.
‒ Ciertamente es un motivo de excitación.
‒ Entonces no lo defiendas‒ Ingrid ordenó. Dejó el vaso de whisky y se levantó para ir a fumar a la ventana. Cogió un cigarrillo y el mechero del bolso dejado en una pequeña silla con aspecto de ser del siglo pasado, se dirigió a la ventana y encendió el cigarro.
Gold permaneció donde estaba, pero se colocó de forma más cómoda en el sofá.
‒ Quien no estará nada feliz al enterarse será Leopold.
Ella dio una gran succión al cigarro, se giró hacia Gold y dijo
‒ No tengo ni idea de lo que vio en esa sosa.
‒ Venga, Ingrid, no es sosa. Es hermosa, llama la atención, es famosa‒ hizo una lista de los atractivos de la sra. Mills.
‒ No veo la belleza en las mujeres, querido‒ entrecerró los ojos hacia él
‒ Sé cómo te sientes, estuvo casada con el hombre del que siempre has estado enamorada y él la prefirió a ella antes que a ti, le tienes envidia‒ Gold fue irónico
‒ Ella es quien tiene envidia de mí‒ Ingrid dijo entre dientes. Succionó lo suficiente para dejar caer sobre la alfombra las cenizas. Soltó la colilla encendida y cogió el bolso, echó a andar hacia la puerta. Salió pisando fuerte, nada satisfecha.
‒ ¡Ingrid, mi alfombra persa!‒ gritó el hombre tras haberse levantado deprisa para intentar sofocar el estrago que casi hace en su alfombra.
Una hora más tarde, cuando ya había anochecido, Ingrid le pidió a un taxista que la dejara en la calle de la mansión Colter. Estaba bastante enfadada con las acusaciones del sr. Gold y ahora quería preguntarle algo en particular a Daniel. La rubia pagó el taxi, bajó del coche, subió los escalones elegantes de la entrada y tocó el timbre de la puerta. Quien atendió fue Belle, que desorbitó los ojos, más de miedo que de sorpresa.
‒ Buenas noches, querida. ¿Puedo hablar con su patrón?‒ Ingrid se estaba comportando muy educadamente para alguien que iba a atormentar a otra persona. Belle dejó que entrara, le cedió el paso y se quedó al lado de la puerta. Swan entró mirando hacia arriba ‒ ¿Dónde está?‒ preguntó a la empleada.
‒ Acostado arriba. El enfermero lo está cuidando. Por favor, no lo altere‒ pidió Belle
Ingrid posó sus ojos azules en ella, soltó una risita cínica, como si lo que la chica hubiera dicho fuera la mayor tontería que había escuchado en su vida. ¿Alterar a alguien? ¿Dónde se había visto pedirle eso a una mujer como Ingrid, la profesional de la creación de problemas?
La rubia subió las escaleras, con pose determinada, sin mirar atrás, no había duda de lo que estaba haciendo allí.
Vio a Daniel sentado en la cama, siendo medicado por Graham y este, a su vez, se asustó cuando vio a la mujer parada a los pies de la cama.
‒ Buenas noches‒ dijo ella suave, sibilando como una serpiente.
‒ Colibrí‒ Daniel se iluminó
Graham entendió que no debía quedarse escuchando la conversación, como hizo esa misma tarde cuando el sr. Colter se encerró en el despacho con Regina. Cogió la pequeña bandeja de los medicamentos y salió cerrando la puerta por fuera como le había enseñado el patrón.
A Ingrid no le molestó que la llamara de aquella manera, a fin de cuentas, ¿en aquel estado quién iba a reflexionar correctamente? Seguro que ni se acordaba de su verdadero nombre. Con calma, sin embargo, le advirtió.
‒ Mi nombre es Ingrid, querido. ¿Te has olvidado?
‒ No‒ replicó con firmeza ‒ Es la forma como me gusta llamarte. Perdoname si te molesta tanto.
‒ No ya como antes. ¿Y tú, cómo te sientes?
‒ Bien, en la medida de lo posible. Qué bien que hayas venido, tengo una gran noticia‒ Daniel tenía un hermoso cobertor colocado hasta la cintura, Ingrid se sentó cerca de sus pies para escuchar lo que tenía que decir.
‒ Oh, ¿de verdad?
Él confirmó con la cabeza.
‒ Sí‒ tardó unos segundos en hablar, a Ingrid no le gustó tener que esperar ‒ He firmado el divorcio. Regina y yo ya no estamos casados.
Ella no quería cantar victoria antes de tiempo, así que la sonrisa de oreja a oreja que pensaba dar la transformó en una sonrisa comprensiva, humilde.
‒ Oh, querido, ¿de verdad has hecho eso?
‒ Sí. Dentro de un tiempo podremos casarnos, si aceptas mi pedido‒ dijo Daniel, sin emoción ‒ Todo lo que dije en el hospital es verdad, tienes mi palabra.
Ingrid sacudió la cabellera, se la retiró hacia atrás y se limpió el resto de labial que se le había borrado en las comisuras de los labios. Miró a Daniel, y eso hizo que algo se animara entre sus muslos. Ella estaba hermosa, era muy bella.
‒ Te pedí que probaras tu interés en mi, ya veo que has dado el primer paso‒ Swan se deslizó en la cama hasta él, alzó el mentón del pintor, para que la mirara a los ojos ‒ Y has hecho lo que exactamente pensé que harías.
‒ Era lo más adecuado en primer lugar‒ dijo Daniel
‒ Imagino que Regina se sentirá muy feliz cuando reciba los papeles.
‒ No parecía feliz ni contenta con la situación, ni siquiera me lo agradeció correctamente‒ dijo Daniel
‒ Ahm…Hum…No te lo agradeció‒ Ingrid comenzó a reflexionar
‒ Regina es una mujer muy orgullosa, se ofende con extrema facilidad. No debí haber abierto el juego con ella.
Ingrid lo miró con los ojos entrecerrados y su actitud cambió, de repente, al saber que le había contado que habían tenido un romance en el pasado.
‒ ¿Por qué tocaste el tema con ella? Siempre supiste lo peligrosa que era.
‒ No, Ingrid, Regina nunca fue peligrosa, solo fue muy sincera dando su versión de los hechos. Y estoy de acuerdo con todo lo que ha dicho. A pesar de sentirme arrepentido, no había mejor oportunidad para hablar de ese tema‒ se llevó la mano a la boca y tosió
‒ Entonces sabe sobre mí…
‒ Sabe incluso tu nombre de pila.
Swan apretó los labios, molesta. Daniel usó sus fuerzas para acariciar los cabellos sueltos en sus hombros.
‒ Por algún motivo quería saber tu nombre, ¿ya os conocéis?
‒ No‒ ella sacudió la cabeza.
‒ Cuando le dije cómo te llamabas, algo la enloqueció
‒ Debe haber otra Ingrid en esta ciudad.
Daniel pasó sus pulgares por sus mejillas.
‒ Sí, debe ser eso.
‒ ¿Pero crees que ella es capaz de buscarme, de hacerme algo ahora que sabe sobre nuestra relación?‒ dijo Ingrid, con la voz, de repente, suave otra vez.
Él respiró hondo, tragó en seco y dio su respuesta.
‒ Jamás. Regina es incapaz de hacer nada por más herida que esté.
Ingrid no quiso seguir profundizando en las cuestiones relativas a Regina. Su odio burbujeaba en su interior, era notoria la admiración que Daniel sentía por su ex mujer. Eso sería un problema más en su vida mientras estuviera cerca. De repente, algo se le pasó por la cabeza, y a punto estuvo de maldecir a Mills contándole a Daniel lo que ella andaba haciendo con una muchacha mucho más joven que ella en su casa del final de la calle, hasta que recordó que la joven era Emma. Otra cosa escondida entre tantas absurdas coincidencias, y además él la atosigaría a preguntas sobre Emma, sobre el hecho de que fuera la hija de ella y por qué nunca le había hablado de la existencia de la muchacha. Desistió y cedió a los pequeños gestos tiernos de Daniel, llevó su boca hacia la suya ya que estaban tan cerca, parecía que él estaba inquieto entre las piernas.
El beso fue sinuoso, reencendiendo las energías de Daniel de donde él pensaba que ya no tenía. Ingrid le echó una ayuda allí abajo, metió la mano bajo la manta y lo tocó en medio del pijama. Detuvo el beso cuando sintió el sabor amargo del aliento debido a los medicamentos, prefirió sentir otro sabor.
‒ Acepto‒ dijo ella pegada a sus labios ‒ Acepto ser tu esposa‒ y bajó sus labios por su cuerpo, abrió el pijama, botón a botón.
Daniel sonrió, nada dijo. Observó los cabellos rubios bajando por su cuerpo, el olor de su perfume, que aún no podía descifrar si era de rosas o de alguna esencia comprada en la farmacia. Cuando ella llegó allí abajo, cerró los ojos, y viajó a un mundo particular.
Regina permaneció aterradoramente callada la semana que siguió. Pasaba la mayor parte de los días sentada en la mesa con el ordenador abierto en una página en blanco que insistía en llenar con media docena de palabras que después borraba. El dueño del hotel, Archie, había llamado a Emma y le había pedido que volviera a trabajar lo más pronto posible y la joven no pudo negarse. Todos los días, se despertaban, desayunaban y Emma se marchaba, dejando a Regina sola con quien más temía, sus propias dudas. No había remedio en el mundo que curase el dolor de cabeza cuando toda la historia que Belle le había contado venía a su mente. Solo Emma con un cuidado sobrehumano la aliviaba, sin embargo Regina tenía que parar, inmediatamente, de pensar en esa teoría cuando la muchacha llegaba, aunque su comportamiento sospechoso estuviera preocupando a Emma.
Un día, la muchacha le dijo que iba a esperar el momento correcto para hablar con Archie sobre la madre. Regina no fue contra la muchacha, todo lo contrario, la apoyó y la animó con vehemencia, dispuesta a ir tras cualquier otra persona que pudiera ayudar a Emma a solucionar el caso. Pero, en cuanto el silencio reinaba de nuevo entre ellas, Regina se acordaba de cada palabra de la empleada pronunciada en la mansión el día que había firmado el divorcio. No sabía cuándo se lo iba a decir a Emma. Aún no se creía que Emma fuera la hija de Daniel, así que no sería justo soltarle un chisme a la joven, y colocarla en una situación de riesgo. Si se lo contaba, le provocaría un gran ataque, un gran shock; si no se lo contaba, la acusaría de omitir la posible verdad. Regina había prometido proteger a Emma, no era correcto situarla en una situación que la debilitaba, desconocedora del rumor que la envolvía a ella, al ex marido y a Ingrid.
Regina se estaba comiendo las uñas, hábito que había perdido hacía algunos meses, cuando Emma bajó las escaleras una mañana. Con la mochila a la espalda y las llaves del coche ― porque ahora iba todos los días en el escarabajo a trabajar al hotel ― la muchacha rodeó los muebles y abrazó a la morena con fuerza.
Emma sabía que algo le había pasado a Regina desde el día en que había ido a hablar con Daniel. Estaba penando por encontrar la respuesta, veía un drama inmenso en los ojos de la escritora y necesitaba ardientemente arrancarlo de su vida.
‒ Te has pasado una semana mordiéndote las uñas, no comes como Dios manda, apenas hablas conmigo, no sales de casa…Aunque no quieras contarme, voy a descubrir qué fue lo que Daniel te dijo para haberte dejado así.
‒ Emma, no es tan sencillo
‒ Entonces, ¿cómo es? ¿Qué tengo que hacer para que no me mires con esa cara que me estás poniendo ahora? ¡Dime!‒ Emma estaba a punto de echarse a llorar.
Regina se giró hacia ella, agarró sus muñecas, la miró fijamente.
‒ No puedo darte esa respuesta porque no la sé
Emma agarró a Regina, atrajo su cabeza hacia su hombro, recogiendo el cuerpo de la mujer.
‒ Confía en mí, reúne el valor que tienes y confía en mí, puedo ayudarte. Dime lo que sientes, qué te dijo, desahógate, Regina, mi amor‒ habló pegada a su oído.
‒ Un día, lo sabrás, Emma, te lo prometo‒ dijo Regina con la voz ahogada por el cuerpo de la muchacha, sin tener la certeza de si sería ella quien se lo contara u otra persona. Sin saber si era correcto contarle la teoría de una vez o esperar una semana más, un mes, un año, lo que fuera.
Las dos se despegaron, y Emma apartó los cabellos oscuros del rostro de la mujer. Al menos, Regina le había dicho que un día lo sabría, ya era un paso.
‒ ¿Estarás bien sin mí hoy? ¿Quieres algo de la calle?
Mills señaló que no, sonrió ligeramente.
‒ No, no voy a estar bien. Te echaré mucho de menos y tendré que esperar al final del día para verte de nuevo. Y no quiero nada de la calle, si me acuerdo de algo te llamo.
A Emma le gustó su respuesta.
‒ Ok, pero llámame a la hora del almuerzo, porque después Archie me manda apagar el móvil. Ahora, dame un beso y acompáñame hasta la puerta.
Regina hizo lo que pedía, la besó en los labios con dulzura, mordiéndole un poco el labio inferior y la acompañó a la puerta del garaje. Se despidieron y Emma se marchó. Regina la vio por la ventana bajar por la calle con el coche, su corazón se encogió, pero ese día no quería que esa teoría estropeara sus planes de escribir al menos un texto reflexivo.
Cerró la ventana, buscó una taza de café en la cocina y se sentó a la mesa, frente al ordenador.
Cuando iba a encender el ordenador portátil, sonó el timbre de la casa. Regina se levantó al segundo toque, esperó un poco. Caminó hasta la puerta sin atreverse a respirar, de puntillas miró por la mirilla. Una mujer sonreía para ella como si supiera de su presencia al otro lado de la puerta. Aquella sonrisa mezquina. Solo podía ser de una persona. Regina dio un paso hacia atrás, no quería que ella estuviera allí.
Antes de pensar en mirar por la mirilla otra vez, escuchó la voz de la mujer.
‒ Buenos días, querida, sé que está ahí dentro viviendo en mi casa. Una cosa que necesita saber es que tengo la llave, si no me abre la puerta, voy a entrar de igual forma. ¿Qué prefiere?‒ Ingrid seguía sonriendo mirando hacia la mirilla y Regina se vio sin salida.
