El ataque terminó y todo fue silencio. Los habitantes del Corredor Rojo buscaron refugio de ese horrible ser que los atormentó y aterrorizó por unos cuantos minutos. Desconocían su procedencia u origen, sólo eran conscientes de que se trató de un ente oscuro y no natural, derrotado por un grupo de hechiceros que arribaron a la ciudad esa tarde.
— Gaia — habló con una ternura inexplicable a ese cuerpo inerte en brazos y transformado aún en el cazador — Gaia, amor… — le acarició la mejilla con la nariz, estaba helada — Abre los ojos — respiraba agitado y los ojos convertidos en los de una bestia — No respira, Lai — dijo a su amigo que se acercó hasta ellos intentando volver a la normalidad — No respira y está muy fría — repitió al borde de la locura y sin saber cómo regresarla a la vida.
— ¡Trae acá! — Aslan se la arrebató de golpe sin darle tiempo a procesar nada — ¡Gaia! — la zamarreó un poco intentando mantenerla en pie — ¡Gaia, escúchame! — sostuvo su cabeza con su mano libre para verla a la cara. Era cierto, estaba fría, helada, más no muerta — ¡Alpha se comió los pastelillos que dejaste sobre la encimera! —
La vió sonreír al escucharlo, su respiración era leve y sus latidos bajos, pero ella era fuerte, la más fuerte físicamente de todos sus hermanos. Esto no es nada para alguien como Gaia Curtis.
— No es cierto — respondió en un susurró y los ojos cerrados — Seguro que lo hicieron Dea y tú, echándole la culpa a él — inspiró profundo, como regresando a la conciencia después de un incomodó sueño y sonriendo al abrir sus pesados párpados — ¿Qué fue lo que pasó? —
Habló a todos y observó al joven dragón dorado del cual su hermana descendió de un salto.
—¿¡Estás bien!? —
Corrió hacía ella con su semblante convertido en el de una loca y sosteniéndola de los brazos cuando Aslan la dejó en pie.
— Sí, pero me duele la cabeza — llevó la mano a una de sus sienes al ser atravesada por un dolor punzante y constante — ¿Dónde está Keilot? — recordó que antes del ataque se encontraba con él.
— Allí — señaló y seguía de rodillas frente a Lai con un brazo extendido, le estaba aplicando un sello.
— No ha vuelto a la normalidad — se acercó con cuidado un tanto consternada — ¿Keilot? — se inclinó un poco a su altura — ¿Estás bien? —
Giró la cabeza tan rápido que dio un pasó atrás al asustarse. Era aterrador en su forma de cazador.
— Ya está, hermano — soltó su brazo después de hablar en sánscrito y sellarlo para que su instinto volviera a dormir — En un momento regresará a la normalidad, Gaia — respondió por él, ya que no podía hablar con claridad en ese estado — Dale un minuto — dirigió sus pies a su novia con un semblante tan serio y extraño que la confundió — ¿Qué te dije? — reclamó juntando sus frentes y dejándola inerte por su cruel mirada.
— Mmmm — pronunció sin saber cómo excusarse — Eeemm —
Miró en varias direcciones observando la destrucción delante y evitando sus acusadores ojos azules. No había obedecido sus órdenes y ahora tendría el peor castigo de todos.
— Dea — dijo Filia, al regresar a su forma humana y acercarse a ellos — No estoy muy segura del término, pero creo que se dice hoooomm — juntó las palmas de sus manos como en una profunda meditación.
— ¿Qué era esa cosa, chicos? — todo había vuelto a la normalidad y Keilot la llevaba aferrada a su cuerpo como un tesoro — Por favor, estoy bien y no puedo respirar, suéltame — intentó soltarse de ese enorme abrazo de cazador tan temible para todos.
— Era un horco — besó su mejilla antes de dejarla libre — Un ente oscuro y no natural que se alimenta de la energía vital de los seres humanos, ¿No, Lai? —
— Sí — aún seguía muy molesto con su novia — Tu energía vital está llamando a los seguidores de Zaluster y tu contaminado maná los está guiando a ella, Dea — dobló un poco las rodillas para verla a los ojos, su mirada se nublaba cada vez que tocaban el tema — La luz y la oscuridad dentro del mismo plano del mundo mortal — levantó su rostro para que lo viera a la cara — No estoy molesto, cálmate —
Le regaló un beso en la frente al comprobar que estaba bien, sin heridas y a salvo. Ella sonrió sin ganas al sentir su tacto, no quería hacerlo pero no sabía qué más hacer con esa cara y fingir la culpa que sentía el haber comenzado ese viaje tormentoso a su costa.
— Las elegidas de los dioses y los demonios — continúo su amigo acariciando los rizos de su amada que no quería saber nada de esa profecía — En batalla con su león guardián — dirigió los ojos al hermano de ellas, ese era el significado de su nombre — Que las…—
— Basta, Keilot — interrumpió de golpe y sin querer escuchar más — Necesitamos un baño y algo que comer, vámonos de aquí Lai —
Giró sobre su propio eje para alejarse del caos y toda la atroz desgracia que cargaría en su espalda de ahora en adelante. Los había arrastrado a todos al abismo de la oscuridad.
Mermada, así sentía su energía vital después de que el horco la atacara llevándoselo todo de ella. Darse una larga y relajante ducha para quitarse su repugnante olor del cuerpo, era la única solución que podía manejar en ese momento.
— ¿Qué te sucede? — habló al salir del baño y encontrarla sentada sobre la cama aún con la toalla alrededor de su cuerpo — ¿Gaia? — se hincó delante para verla a los ojos — ¿Estás bien? — le quitó un rizo mojado del rostro — Mírame — suplicó urgido.
— No — negó en un susurro con la vista en blanco — Me siento fatal — sus manos no dejaban de temblar — Primero el fenrir y ahora un horco — parpadeó para volver a la realidad — Parece que todo el mundo quiere matarme el día de hoy —
Sonrió apenas, de una forma completamente fingida y sin poder quitarse la tristeza con el simple hecho de hacerlo.
— Nadie quiere matarte, amor — acarició sus labios resecos de tanto morderlos — Mejor dicho, nadie te matará si estás conmigo — la besó, no podía soportarlo más — Te amo demasiado para permitir que algo así te pase — sus labios pasaron a sus frías manos que seguían heridas.
— Esa rara obsesión que tienes comigo te volverá loco —
Él también se había duchado y las cicatrices en su cuerpo producto de tantas batallas en su corto haber, la inquietaron demasiado. Una de ellas fue producto de esa noche.
— Me volveré loco si no te tengo a ti — la adoró desde su lugar con los pies descalzos y el torso desnudo — Como también lo hice aquella vez cuando te descubrí besandote con Sam —
— Ya te lo dije millones de veces que…— sus celos eran como los de un niño — Sólo fue un accidente —
Los miércoles eran los días de limpieza dentro de la escuela de Dragma, sin excepción u objeciones. En la casa Fenrir todo sería supervisado y estrictamente controlado por el regente, nada quedaría fuera de lugar o sin ser lustrado. Keilot Helsing no tendría piedad y nadie se opondría a desobedecer sus órdenes a esa hora del día. Sólo ella, claro está.
— Bien — caminó delante de todos los habitantes de la casa y de un lado a otro con una escoba en mano — Hoy toca limpieza y la harán por secciones en grupos de no más de tres… — miró a todos y cada uno al detenerse — ¿Dónde está Gaia? —
La cara que hizo Megan a su lado al oírlo, no tenía nombre. Parecía que poseía un radar en los ojos cuando se trataba de esa calamitosa para encontrar su molesta existencia.
— Aquí —
Uno de sus compañeros de curso la traía cargando sobre su hombro, parecía muerta o noqueada y aún en pijamas.
— ¿Qué le sucedió, Sam? — preguntó una turbada Freya cuando la depositó con cuidado sobre un sofá cama.
— Son las seis de la mañana — él pertenecía al cuarto año al igual que el regente — Parecía ebria cuando salió tambaleante del cuarto y sostenerse de las paredes para no caer al suelo producto del sueño — sonrió al verla soltar un pequeño ronquido — Es como un husaro dormilón de Hara — la movió un poco para que despertara y nada — Tendríamos que ponerla al sol para ver qué pasa, ¿No creen? —
Soltó una risa, ya que siguió roncando al encontrar una posición más cómoda. Era un husaro, no existía otra explicación que esa.
— Déjala, Sam — ordenó su superior desde su lugar — Aún se encuentra afectada por la gripe de hace unos días — cruzó los brazos al ver cómo la miraba con sumo interés — Hoy no hará la limpieza — decretó a todos los presentes abriéndose paso — La llevaré al cuarto, no nos servirá de nada alguien así —
La cargó procurando no despertarla y ella rodeó su cuello con los brazos como percibiendo que se tratara de él. Su olor a jazmines, lirios y tierra mojada invadió todos sus sentidos como una fragancia embriagadora, haciéndole agua la boca.
— Keilot —
Megan lo siguió por detrás, se dirigía a su cuarto. Nadie podía limpiar allí, sólo él. Allí no la molestarían o despertarían en el transcurso del día, podría dormir en paz unas cuantas horas más.
— No me parece justo y creo que todos los demás están de acuerdo conmigo — era la única que podía llevarle la contraria y hacérselo saber — Ella es parte de esta casa y tiene que realizar los quehaceres como todos nosotros — siguió camino, ignorándola — No me interesa que esté convaleciente o lo que sea — abrió la puerta con el pie e ingresó dentro sin hacer el más mínimo ruido — Despiertala y ponla a trabajar — ordenó firme y sin inmutarse.
— Silencio, Megan — la dejó sobre la cama y la abrigó bien, después de quitarle unos cabellos del rostro — No quiero escucharte — advirtió con un dedo en alto y pasando a su lado después de salir — No soy un tirano y mucho menos un dictador — volvió al recinto principal para poner las cosas claras — Soy el regente de esta casa y he hecho esto de forma equitativa con todos ustedes, dependiendo de la condición en la que se encuentren y lo saben — asintieron y afirmaron entre murmullos a lo dicho — Esto no es un trato especial para con ella — mentía, lo era, pero ellos jamás lo sabrían — Intento ser justo y espero que lo entiendan — silencio absoluto — Ahora, a trabajar — todos siguieron sus órdenes perdiéndose de vista.
— Tu obsesión me enferma —
Mofó ella pasando de largo y sin querer verlo más, sus padres se enterarían de esto.
— ¡Me dormí! — abrió los ojos de golpe, encontrándose en un lugar donde ya había estado antes — ¿¡Qué hago aquí!? —
Miró alrededor y estaba sola, pero la puerta fue abierta de un fuerte empujón.
— ¿¡Qué ocurre!? — corrió hacía la cama como un demente — ¿¡Estás bien!? — la inspeccionó y le tomó la temperatura con una mano en la frente.
— ¿Qué hago en tu cuarto? —
Repitió aturdida por su mirada intimidante y llevando ambas manos a la suya. No comprendía nada.
— Te traje aquí, no te veías muy bien esta mañana y decidí que no harías los quehaceres hoy — explicó tranquilo al comprobar que estaba bien — ¿Quieres algo de comer o beber? — negó en silencio — Está bien — se alejó hasta llegar a la puerta — Puedes quedarte, si quieres, yo seguiré con la supervisión — estiró una mano para tomar el pomo — Y luego vendré a verte — salió sin explicar más.
— Keilot, espera, quiero… —
Se incorporó precipitada, pero no pudo alcanzarlo, se había ido a otra ala de la casa.
— Ayudar — otra vez se había quedado sola, sólo conversaciones lejanas y sordas podían oírse a lo lejos — ¿Y ahora qué? —
— ¡Gaia! — Sam apareció a su lado, asustándola — ¡Que bueno que despiertas! — la giró por los hombros de un rápido movimiento — Necesito que me ayudes con esto —
Tiró de ella hacia otro lugar y sin importarle en lo absoluto que aún llevara pijama.
— No creo que a Keilot le importe que no limpiemos aquí, Sam — se encontraba sentada en sus hombros pasando el plumero sobre una polvorienta biblioteca — Este lugar tiene años sin ser lustrado, ¿Por qué te mandó aquí a hacer esto? — estornudó y la bajó al suelo al terminar.
— Salud — dijo él comenzando a barrer.
— Gracias — limpió su nariz con fuerza y siguió con su trabajo — El polvo me mata — volvió a estornudar sin poder detenerse.
— Dinero — aguantó la risa, ella era muy graciosa.
— Me hace falta — habló gangosa.
— Amor —
Los dos se detuvieron y sus estornudos también, siempre tuvo muchísima mala suerte en ese punto.
— Gaia — mató el silencio regresando a su labor — ¿Hay algún novio esperándote en Hara? —
— Por supuesto que no — abrió la ventana para que polvo saliera — El último chico con el que salí, no quiere ni verme, hice pedazos su auto cuando me enteré que me fue infiel — el invierno estaba cerca, el frío de ese día era cortante.
— Bien, entonces, como tienes más experiencia que yo en estas cosas… — se acercó a ella apresurado — Tienes que ayudarme — de un pequeño impulso subió al alféizar de la ventana para poder prestarle toda la atención — Quiero invitar al baile de primavera a Frey y no sé cómo hacerlo — descansó rendido a su lado.
La escuela de Dragma siempre organizaba bailes acorde a las estaciones venideras y de hecho, aún seguían frescos en su mente el baile de bienvenida a comienzos del ciclo escolar. Su hermana y ella, se habían divertido a lo grande esa noche.
— Con sólo pedírselo no tendrás inconveniente — podía ver a su hermana practicando con el violín dentro de la casa Nornir — Pero Frey es una chica muy difícil, así que, tendrás que esforzarte en ello — él sopló fuerte todo el aire de su sistema.
— Lo sé — miró sus pies buscando una respuesta — Estoy harto de mandarle mensajes camuflajeados sin lograr nada — sonrió al pensar en ella — Y se me acaban las opciones e ideas — negó con la cabeza de un lado a otro — ¿Qué hago, Gaia? —
— Yo hablaré con ella — se puso de pie sobre el marco y comenzó a caminar de un lado a otro — Y te ayudaré en todo lo que pueda —
Se tambaleó un poco y estuvo a punto de caer de espaldas al vacío, pero él fue más rápido y tiró de su ropa para jalarla dentro, pero tanta fue su fuerza, que ambos cayeron al suelo de un golpe sordo y basándose en el proceso. No supieron cómo, pero ese beso los tomó desprevenidos por completo y sin lograr entender del todo, como él terminó aprisionandola por los brazos y las piernas alrededor de sus caderas. Una pose extraña y muy fácil de malinterpretar para cualquiera que los viese.
— ¡Maldito infeliz! — un violento tirón lo arrojó por los aires sin que se lo esperaran — ¿¡Qué diablos pensabas hacer con ella!? —
La ocultó detrás como si fuera un gigante preso de una enorme e incontenible furia.
— Keilot — se incorporó aturdido después de impactar contra la pared más próxima — Puedo explicarlo — levantó las manos al aire en señal de tregua.
— ¡No quiero escuchar nada de tu enferma boca! —
No podía dejar de temblar, sentía rabia, asco, pero sobre todo, celos. Había puesto sus asquerosas y repulsivas manos sobre ella como en la mañana. Esta vez, no tendría piedad y no lo dejaría pasar.
— ¡Keilot! — se interpuso en su camino cuando arremetió contra él impidiendo que hiciera una locura — ¡Casi caigo por la ventana y él me salvó! — respiraba agitada, era como intentar detener un camión — ¡Me salvó! — sus palabras lo atravesaron regresandolo a la cordura.
— ¿Te salvó? — parpadeó para intentar volver a la normalidad — ¿Qué quieres decir con eso? — tragó pesado para seguir hablando, era aterrador en ese estado.
— El beso fue sólo un accidente — movía las manos nerviosa para tratar de explicarse — Al caer los dos al suelo nuestros labios se encontraron y fue algo inesperado, pero sobre todo, asqueroso — su nariz se arrugó al recordarlo — Tanto para él como para mí, ¿No, Sam? — lo miró desesperada con los ojos bien abiertos para que dijera algo — No quería propasarse conmigo, lo juro —
— ¿Es cierto? — habló hiperventilado, la rabia le quemaba por dentro.
— Sí, es cierto todo lo que dice, tú sabes que estoy loco por Frey y que esto fue un horrible, horrible malentendido — se removió inquieto — Jamás le pondría una mano encima a ninguna chica sin que me lo permitiera, no soy esa clase de hombre —
Imploraba a sus adentros que le creyera y sino lo hacía, lo mataría de una forma tan cruel y vil, que nadie reconocería su maltrecho cadáver.
— Vete de aquí — apuntó a la puerta sin querer escuchar más — En otro momento y cuando me encuentre un poco más tranquilo, aclararé las cosas contigo — asintió aterrado, jamás lo había visto en ese estado.
— Está bien, lamento esto, Gaia — se disculpó como un caballero dejándolos solos.
— Yo también, Sam — era lo único que podía decirle en ese momento tan penoso — ¡Keilot! — se precipitó al verlo caer a plomo sobre sus piernas y cubrirse el rostro con las manos, parecía que estaba a punto de romperse a pedazos — ¡Por todas las fuerzas de la naturaleza! — se arrodilló delante al ver sus ojos perdidos — ¿Te encuentras bien? —
— Más o menos — inhaló y exhaló profundamente para que sus sentimientos aplacaran al mínimo — Casi mato a golpes a uno de mis compañeros por ti — asintió muda y sintiéndose muy culpable — Y odio terriblemente que hayas visto esa parte tan fea de mí, pero pensé que estaba atacandote y perdí la cabeza — sus brazos cayeron flácidos junto a su cuerpo — Lo siento, pero me aterra que algo malo pueda pasarte aquí dentro y no poder evitarlo — tomó asiento con las piernas cruzadas delante de él sin saber qué decir — Soy el regente y tú eres una sanadora, no tienes porque estar aquí — la señaló con una mano de arriba a abajo — Eres lo más indefenso que hay dentro de este lugar y es mi deber cuidar de ti hasta que puedas estar a salvo en tu verdadera casa — confesó como nunca lo había hecho antes. Ella sacaba lo mejor y lo peor de él en un instante.
— Gracias — fue lo único que dijo después de darle un enorme e inesperado abrazo — Pero te prometo que estaré bien — acarició su largo y rizado cabello disfrutando el momento — No soy tan débil como crees — intentó separarse, pero él aferró su agarre — Puedes soltarme, si quieres — miró en varias direcciones buscando una salida fácil a ese incómodo momento.
— Ese es el problema, bonita — aspiró su dulce aroma a jazmines, lirios y tierra mojada — A partir de este día nunca más volveré a soltarte o perder de vista — cerró los ojos sin querer romper ese hermoso abrazo jamás.
El estrés vivido en los últimos días estaba a punto de desquiciar su mente. Necesitaban parar, darse un respiro por unos días y el albergue del Corredor Rojo en dónde se encontraban era perfecto para eso. Ser un Vidente Milenario y además, uno de los últimos Nornir en la faz de tierra era extenuante, agotador y las visiones de un futuro próximo no paraban de llegar a él como una gran ola, llenándolo de incertidumbre y sobre todo, de dolor.
— ¿Lai? — golpeó la puerta del baño pidiendo por él — Hace mucho tiempo que estás ahí dentro, ¿Necesitas algo? ¿Te encuentras bien? —
Ella había tomado un baño como todas las noches antes de ir a la cama y ahora era su turno, para estar solo y pensar con claridad dentro de la nebulosa de su alma.
— Sí, estoy bien, preciosa —
Las gotas de agua tibia de la regadera no paraban de caer sobre su espalda, llevándolo a la calma y relajando todo su cuerpo. No podía más con la tensión del momento, ese intrincado viaje sería largo y agotador.
— En unos minutos saldré, no te preocupes — la puerta se abrió lentamente e ingresó sin que le diera permiso — ¿Quieres entrar? —
Le guiñó un ojo invitándole a pasar un buen momento. No era el lugar oportuno para eso, pero nunca estaba de más esos instantes entre ellos.
— No, gracias — dejó una toalla limpia y un poco de ropa sobre el lavado — Pero la próxima vez te prometo que aceptaré la invitación —
Comenzó la huida de allí tan rápido como pudieran sus pies, pero fue demasiado tarde, tiró de ella por un brazo hacia la ducha para besarla con todo su ser.
— Lo siento — sonrió lascivo y sosteniendo su cabeza con ambas manos para verla a la cara — Pero eres adorable con ese color carmín en tus mejillas — la estrechó con fuerza y la ayudó a salir al cargarla con uno de sus brazos — Me encantas y lo sabes, ¿Verdad? — la incito a sentarse sobre el lavado después de ocultar su decencia con una toalla alrededor de la cintura — Eres lo más hermoso que he visto en mi vida y lo que tanto necesitaba dentro de Dragma —
Confesó tal sinceridad que la hizo estremecer. Nunca se cansaría de escuchar su dulce y profunda voz que proclama amor incondicional por ella a cada instante. Digan lo que digan, él y su magia le daban paz.
— ¿En serio? — dijo con desdén e inclinando la cabeza incrédula, al secarla con delicadeza — ¿Necesitabas de una persona que te maltratara e insultara hasta acabarse la garganta? — le apartó el cabello que siempre caía sobre su ojo derecho — ¿Y qué te pusiera en tu lugar todo el tiempo dentro de la casa Nornir? — apretó los labios para no reír en su cara cuando asintió a lo dicho — ¡Qué raro eres! —
Lo empujó en broma. Esos momentos eran los más bonitos y divertidos que tenían a cada momento.
— No tienes idea, ¿Recuerdas la tarde que pasamos en mi casa? —
Besó su pequeña mano al llevarla a sus labios, le parecía increíble todo lo vivido con ella en tan poco tiempo.
— ¿Este es tu cuarto? —
Era enorme, gigante, muy moderno y masculino, con una bellísima y amplia cama con dosel en diversos tonos azules, un librero del tamaño de una pared repleto de libros de todos los tiempos, un equipo de música con torres de audio tan altas como una persona y una pc completamente nueva con conexión a internet sin límites. Los muebles oscuros que suponía tendría muchísima ropa lo rodeaban todo, además de un comodo sillón de lectura que la esperaba con gusto y una vista espectacular del patio trasero de la casa que la dejó embelesada. Todo lo que existía allí dentro, lo representaba a la perfección y no podía decir lo contrario.
— Sí — respondió nervioso y observándola desde la puerta con su cuerpo descansando bajo el umbral — ¿Te gusta? —
— Sí, es muy tú — tocó con cuidado las teclas de un piano eléctrico junto a la ventana — La habitación que tienes en Dragma no te representa para nada —
Se preguntaba cuánta fortuna tendrían los Row para demostrarle al mundo tanta ostentación y lujo.
— Gracias — la rodeó por la espalda, ya que admiraba el bellísimo jardín delante de sus ojos — Te confieso que estaba un poco inseguro de traerte aquí — besó su mejilla y la acarició con la nariz después de hacerlo — La habitación de un hombre es su santuario — ella rió fuerte y se alejó para caminar hasta el librero.
— Sí, por esa razón, Irene entra y sale de tu cuarto por las noches pensando que nadie puede verla o sabe lo de ustedes dos — mofó sarcástica, pasando los dedos por los lomos de los libros y tomar uno que le llamó la atención para ojearlo un poco — Pobrecitos, que ingenuos son… — realizó un mohín burlón con los labios — Ustedes desconocen que no duermo por las noches y soy testigo de sus cochinadas — tomó asiento en el sillón para comenzar con la lectura — ¿Hace cuánto que salen, Lai? — preguntó sin levantar la mirada y poco interesada en el asunto.
— Nos conocemos desde niños — la cargó en sus brazos para sentarla sobre sus piernas para no interrumpirla — Nuestras familias son muy amigas — tocó sus cortos rizos con los dedos, le encantaba tenerla cerca, pero a ella no le importaba en lo absoluto — Irene siempre estuvo interesada en mí y bueno, al llegar los dos a Dragma sólo tomé provecho de la situación —
Esa chica pelirroja era sumamente atractiva y tenía un cuerpo digno de una diosa. Siempre le había atraído de una manera inexplicable, pero jamás llegó a amarla o al menos, enamorarse de ella.
— Eres tan patán con las mujeres — cerró el libro de golpe y volteó un poco para poder verlo — Que me das asco, cerdo — su brutal sinceridad lo hizo sonreír, como siempre — ¿De qué te ríes? — arrugó la frente al no entender si había dicho algo gracioso — Es cierto, eres un patán y parece que todo el mundo en la casa Nornir está de acuerdo con eso — se levantó para dejar el libro en su lugar.
— Todos, excepto tú, amor mío — le lanzó un beso desde su lugar y ella impactó el libro en su cara después de arrojarlo con fuerza — ¿Por qué siempre eres tan violenta conmigo? — reclamó con fingida tristeza y sin cambiar de actitud.
— ¡Porque dices cosas que me hacen enfurecer! — lo apuntó con un dedo con ganas de asesinarlo — ¡No soy tu amor! — se acercó a él a paso rápido para juntar sus miradas — ¡No soy nada tuyo y ya te lo he dicho, deja de fastidiarme con eso! — él asio su nuca con fuerza para juntar sus labios sin piedad.
— Sí, lo eres — declaró con los dientes apretados y sin soltarla si quiera — Te guste o no, tú eres y serás mía para toda la vida —
Sus ojos azules eran obstinados, intimidantes y penetrantes. Su simple mirada la hacía temblar y ponía su mundo de cabeza, pero no caería a sus pies tan fácilmente como todas las demás.
— No le tengo miedo a tus amenazas, Row —
Intentó safarse de su agarre pero no lo permitió, todo lo contrario, volvió a sentarla sobre su regazo con fuerza.
— Deja de luchar en contra de tus sentimientos — la contuvo entre sus brazos ya que no dejaba de oponer resistencia a sus agarre — Tú sabes que algo sucede entre nosotros dos — presionó más, parecía un animal salvaje sobre sus piernas — Sólo que estás tan obsesionada con huir de Dragma, que no te das cuenta que haría cualquier cosa por ti si me lo pidieras —
Cerró los ojos dándose por vencida y descansando la cabeza junto a la suya. Él era más terco y obstinado que ella, no tenía caso seguir luchando para escapar, porque sabía muy bien que la seguiría a dónde fuera.
— ¿Por qué me dices todo esto? — murmuró cansada y sintiendo el cálido beso que dejó en su mejilla — Ni siquiera me agradas o me caes bien, ¿Por qué estás tan ensimismado en querer entrar a mi vida sin mi permiso? — no podía soportarlo, la sacaba de quicio y no tenía explicación para eso.
— Porque no sabía quién era hasta que te conocí — la meció de un lado a otro como una pequeña niña — Eres todo lo contrario a mí y la única persona que me deja en jaque cada vez que discutimos — recordar todas sus riñas dentro de la casa Nornir le iluminaba el alma — La única que me lleva contraria y me niega todo sin importar nada o titubear — giró su rostro con cuidado para verla a los ojos — Tú no me temes y mucho menos me veneras, al contrario, eras la única que conoce al verdadero Lai —
Su labio inferior tembló al oírlo. Eran las palabras más bonitas que había escuchado nunca y paradójicamente, las había dicho él.
— Me harás llorar — tenía que contenerse, no se permitiría derramar una sola lágrima en su presencia — ¿Cómo puedes querer tener cerca a alguien tan rota como yo? —
— Todos estamos un poco rotos, preciosa — le quitó una lágrima que caía por su mejilla — La única diferencia, es que tú lo estás un poco más que los demás — su simple beso logró calmarla y aplacó un poco su dolor — No permitiré que caigas en la oscuridad una vez más, lo prometo —
El ambiente estaba tenso, espeso y muy turbio dentro del pequeño lugar que compartían. No fue consciente de como terminaron en ese embrollo tan perturbador, pero sus hermanas no escucharon sus objeciones y contrapuntos, culminando la discusión en una habitación junto a Filia.
— ¿Aslan? — salió del baño envuelta en un hermoso camisón de tela rosada — ¿Que te sucede? — sus ojos la siguieron en silencio hasta la cama — Desde que regresamos que no dices nada — se arropó con delicadeza y cuidado, como la princesa que era — ¿Quieres contarme? —
— Estoy bien, Filia — se lanzó a la cama de junto con las manos tras la nuca — Es sólo que, es la primera vez que comparto una habitación que una chica que no sea una de mis hermanas — no quería mirarla, la excitación que sentía al verla lo perturbaba mucho.
— Lo siento — ella también se sentía nerviosa — No sé qué decir al respecto — cerró los ojos y respiró profundo para hundirse un poco más en la cama — ¿Aslan? —
Rompió el incómodo silencio que se había formado entre ellos después de unos minutos.
— ¿Si? — respondió sin apartar la mirada del techo.
— Gracias — se incorporó abrupto al escucharla y poder mirarla a dos luces de la lámpara.
— ¿Por qué? — sus ojos se encontraron en la oscuridad.
— No lo sé — pestañeo al sentirse cansada — Simplemente, gracias — cerró los ojos y con un profundo suspiro, se durmió.
— De nada, princesa — se acercó con sigilo después de unos minutos al comprobar que estaba dormida — Gracias a ti por hacerme parte de tus sueños —
Movió una mano e imágenes de ambos se proyectaron cuál arena dorada al salir de su viaje onírico. Todas las noches y desde que todo comenzó, él era parte de sus sueños.
