INUYASHA NO ME PERTENECE, PERO LA TRAMA SÍ.

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UNA JOYA PARA HITEN

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CAPITULO 3

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Cuatro meses después.

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Era igual de virtuosa que su prima en el arte del bordado, con la diferencia que Sango era más perezosa porque no era algo que le apasionaba.

Relacionaba demasiado esa labor con las tardes de encierro obligado para escapar de la propia realidad de su familia. Así como Kagome era ignorada por su familia, Sango sufría el peso de las obligaciones de la suya por sus hombros y su padre siempre se lo recordaba.

Lastimosamente su madre carecía de carácter y Sango nunca pudo encontrar una aliada en ella.

Desde que regresaron a Derby, se había visto obligada a bordar pañuelos, chalinas e incluso vestidos durante tardes enteras de forma secreta en su habitación.

Su padre intentó casarla con un terrateniente rico de Derby, un viudo que a Sango le horrorizaba de solo pensar, asi que como cuando estaba en Londres tuvo que urdir un plan urgente.

Ya que no tenía joyas para vender, se le ocurrió una arriesgada idea. Pedir prestado el dinero al señor Bojack, el banquero de la ciudad.

Firmó el pagaré con aprehensión y el dinero se lo entregó a su padre.

Le dijo a su progenitor que era un donativo de su tío, el duque de Gloucester a condición de seguir aplazando el matrimonio de ella hasta conseguir un buen partido.

El señor Chandos recibió el dinero a regañadientes, porque no le gustaba cuando alguien intentaba condicionarle con respecto a su hija, pero el dinero era algo que le faltaba, asi que volvió a aceptar.

Sango ganaba tiempo mientras encontraba una forma de honrar el préstamo.

El único modo que se le ocurrió fue con el bordado. Y nuevamente era Anne quien la asistia, llevando a colocar los productos en varios sitios como la modista e incluso la iglesia.

Anne se cuidaba de revelar el nombre de la creadora. Decía que eran obras de una prima que vivía en Londres y que los vendía para sobrevivir.

La pobre doncella desaprobaba la actividad de su ama, pero al final la secundaba.

Sango se afanaba en el trabajo durante el día, para echarse a dormir agotada por la noche.

La modista francesa estaba encantada con los pañuelos y pidió cuarenta diseños diferentes.

Sango tuvo que trabajar arduamente primero diseñando los patrones y luego para plasmarla en la suave tela, materia prima que podía comprar ya que había apartado parte del préstamo de Bojack, para pedirlas directamente a Londres bajo un nombre falso.

― ¿Has visto a mis padres? ―preguntó Sango sin despegar la vista del pañuelo que estaba tejiendo.

Anne, quien acababa de entrar con una cesta de frutas, se limpió la sudada frente.

―El señor Chandos salió temprano y aún no ha vuelto, pero su señora madre está en el salón bebiendo té.

Sango suspiró con cansancio.

Dejó la labor sobre la mesita y miró con pena sus finos dedos maltratados por tanto pinchazo de aguja.

Hace mucho no tomaba el té con su madre, quizá no era mala idea una reunión vespertina.

Acomodó su vestido y dirigió una última mirada a Anne.

―No dejes que nadie entre, porque será difícil de explicar la presencia de tantas telas.

Moviendo el cuello para intentar relajarse, la joven caminó por el pasillo hasta que el criado le abrió la puerta del saloncito donde su madre bebía té con parsimonia.

Sango suspiró ante la imagen de su madre, tranquila y que hablaba prácticamente en susurros.

Era una mujer aérea, a la que nada le afectaba.

Ella y su madre no podían ser más diferentes. Sango poseía una sangre caliente que bullía vapor cuando se enfadaba, perdiendo estribos y modales cuando le pasaba.

Pero su madre, sea la situación que fuese seguía manteniendo la calma. Sango la envidiaba.

Y viéndola así, aun no terminaba de digerir la imagen de su progenitora en plan desafiante contra su familia.

Era la hija menor del fallecido duque de Gloucester, padre del actual, que desafió los paradigmas de su tiempo, rechazando matrimonios ventajosos para casarse con aquel joven señor Chandos, hijo de un arrendatario de las tierras del duque, que no reunía los requisitos de fortuna ni nombre. Pero no hubo forma de convencer a la joven, quien acabó saliéndose con la suya, pero su padre la castigó.

En el testamento no hubo legado para ella. Sólo podía quedarse con la dote que le diera por su matrimonio.

Aun así, pese al cambio de situación, la señora Chandos nunca perdió su sonrisa.

―Madre ―la saludó Sango, sentándose cerca de su progenitora.

―Sango, mi querida hija, que gusto que al fin te unas ¿quieres probar las tartaletas? ―la dama le ofreció una a la joven.

A Sango no le gustaban las tartaletas, pero no pudo negarse ante su madre.

Se llevó una taza de té a la boca y engulló el dulce.

―Es un placer que podamos disfrutar estos bocados antes del torbellino que se nos viene encima, hija.

―¿A qué te refieres? ―preguntó Sango mordiendo el trozo de otra pasta dulce.

―Pues de la preparación de tu matrimonio, querida ¿Qué otra cosa sería?

Oír eso casi hace que Sango se atragante de la impresión.

¿Cómo que matrimonio?

Ella se había asegurado de conseguir tiempo y además con el dinero dado a su padre, era seguro que podría pagar las deudas del fallido negocio de la fábrica de pastillas de jabón, el ultimo emprendimiento de su padre.

―Nadie me ha hablado de eso y tampoco me preguntó mi opinión.

La señora Chandos sonrió con ganas.

―El señor Hardwick, el terrateniente de las tierras de Moldiva no ha cesado en tu interés por ti y tu padre le ha prometido…

― ¡No! ―Sango no pudo evitar levantarse con violencia, echando su taza al suelo.

La señora Chandos se asustó del gesto de su hija y Sango se apresuró en disculparse.

―Hija, tu padre dice que será un buen matrimonio y más ahora con el nuevo negocio de telas que desea emprender.

Sango se atajó la lengua para evitar decirle que su padre la veía a ella como moneda a cambio de un yerno rico que podría asistirle económicamente durante el resto de su vida cada que a su padre se le ocurriese algún nuevo arriesgado negocio.

La joven se rehusaba a sacrificarse para esto.

Es por eso que no entendía la falta de entendimiento de su madre, una mujer que en su juventud hizo lo que quiso por amor.

¿Por qué ella no podría tener lo mismo?

Se acomodó el vestido y ordenó al criado que levantase la cristalería rota.

― ¿Dónde vas querida?

―Recordé que tengo algo que hacer.

La señora Chandos volvió a quedarse sola en su hora del té.

Sango tampoco le mentía.

Con aquella indeseada información a cuestas tenía que forjar un nuevo plan.

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Tres días después, Sango vestida con una cofia oscura para ocultar su identidad y acompañada de Anne salieron para el mercado de Derby.

No deseaba que nadie la reconociese y se había quedado sin ideas.

Desde que su madre le comentase que su padre no desistía de su plan de casarla con ese horrible señor Harwick que le doblaba la edad, la joven no había podido dormir.

¿Es que su padre no podía mantenerse tranquilo un momento?

Estaba apostando a un negocio de telas, para convertirse en proveedor mayorista en la región y era claro que le faltaba dinero.

El que ella le diera hace pocas semanas, se le había agotado en la inversión inicial, así que, por eso, se apresuraba en intentar vender a su hija al mejor postor.

Sango decidió coger lo último realmente valioso que aún tenía.

Sus vestidos, la mayoría regalos de su prima Kagome de cuando vivía en Londres.

Como tenía miedo que alguien quisiese regatear el precio a Anne, es que decidió venir ella misma a pelear el precio.

― ¿Estas segura que este comerciante lleva menos de tres meses aquí? ―preguntó Sango, cubriendo su rostro con la cofia.

Anne, quien iba detrás cargando la caja con tres de los vestidos, también venía cubierta para evitar ser reconocida.

―Si señorita, con toda certeza no será reconocida. Es una tienda de empeños y …mucha gente rumorea que el dueño es incluso más rico que el propio señor Bojack.

Lo cierto es que Sango ni siquiera estaba segura que funcionaría.

Darle más dinero a su padre, con la mentirilla que era un aporte del duque de Gloucester no era algo que pudiera sostenerse demasiado.

El señor Chandos estaba realizando negocios cada vez más riesgosos y su necesidad de un apoyo fuerte era notorio.

Vender a su hija le parecía lo más lógico.

Sango y Anne hicieron una larga caminata hasta finalmente toparse con el ultimo negocio de aquella pasarela de frutas, carnes e infinidad de objetos.

El enorme cartel de Tienda de Empeños estaba pegado al ventanal. La puerta era grande y estaba abierta.

Por un instante, Sango tuvo algo de miedo, recordando la última vez que hizo algo de forma furtiva, estuvo a punto de ahogarse.

Se obligó a apartarse de aquellos pensamientos tan inoportunos.

Acomodó su improvisado disfraz, respiró profundo y entró.

Sus fosas nasales se vieron perturbadas por el olor a rancio del sitio.

La joven nunca había visto tantas cosas exhibidas en una tienda desde relojes, paraguas, ropas, libros y cualquier otro objeto imaginable, con la diferencia de que nada allí era nuevo, sino de alguien que vino a dejarlo allí a empeñar a cambio de algunas monedas, así como ella pretendía hacer.

Las mujeres entraron cuando se retiraba una persona de aspecto triste. Sin lugar a dudas una víctima más del maldito metálico, que se vio obligada a desprenderse de algo que amaba en pos de ella.

En la mesa principal, un hombre alto y barbudo realizaba unas cuentas.

Sango fingió pasear en el salón, asegurándose que el hombre con quien se cruzó terminara de salir completamente. No deseaba ser reconocida.

El barbudo levantó la mirada hacia las dos mujeres que husmeaban en su local.

― ¿En qué os puedo ayudar? ―sacó un vozarrón que daba a entender que no era un hombre educado o si lo era, no le importaba mostrar sus modales.

Anne quiso retroceder, pero Sango estaba decidida y se acercó, pero cuidando de no bajar la cofia. Lo cierto es que no reconocía al dueño de la casa de empeños. Mejor si no se conocían.

―Traemos mercancía que puede interesarle ―hizo una seña a Anne para que se acerque con la bolsa y desenvolvió uno―. Vestidos de alta calidad, como puede ver.

Los ojos del hombre se ensancharon al notarlo y no le perdió la pista cuando Sango acabó de extender el primer vestido, que era un sueño de satén azul, muy de paseo veraniego, que se notaba que no era una prenda barata.

― ¿Lo habéis robado?

Sango no estaba por la labor de dar explicaciones y fiel a su fuerte carácter, selo retrucó.

―Eso no le incumbe ¿o acaso me dirá que pregunta a todos lo que entran el origen de lo que traen?

El sujeto echó una sonrisilla, divertido ante la réplica e hizo un gesto de que deseaba ver el resto de los vestidos.

―Son cuatro piezas originales, de telas exquisitas ―presentó Sango ―. ¿Cuánto me dará por ellas?

El sujeto pareció pensarlo.

―Le daré cuatro libras y con eso salgo perdiendo.

La indignación hizo color en el rostro de Sango.

¿Cómo que cuatro libras?

―No puede estar hablando en serio, ese no es el valor de ni siquiera uno de ellos.

El sujeto hizo un gesto despectivo.

―Pues es lo que puedo ofrecerle.

Es cierto que necesitaba el dinero, pero tampoco al punto de dejarse estafar, pero cuando iba a seguir discutiendo con el hombre, este abrió su caja y puso sobre la mesa el dinero.

― ¿Qué es eso? Nunca le dije que aceptaría su propuesta. Es un insulto.

La joven con ayuda de Anne hizo gesto de coger las piezas que estaban sobre la mesada, pero el hombre las detuvo.

―Quietas allí.

Sango intentó zafarse.

―No voy a hacer negocios con usted, así que le aconsejo que se aparte.

―Y yo he decidido que quiero esta mercancía ―y luego señalando el dinero añadió―. Ahí tenéis el pago, cogedla y largaos.

― ¿Acaso cree que puede hacer lo que quiera? ―recriminó Sango tratando de llegar a sus vestidos, pero el hombre, con su enorme cuerpo le impedía el paso a ella y a Anne.

―En su caso si ¿cree que no la he reconocido?

Al oír aquello, Sango palideció.

―Es la hija del señor Chandos, pero sobre todas las cosas, es la sobrina de un duque ¿creéis que no reconocería vuestro rostro?

La voz del hombre se tornó más siniestra.

Pero Sango intentó mantener la calma, lo cual ya era difícil.

―Si ya sabe mi parentesco con un duque, no debería provocarme.

Pero el hombre lejos de asustarse, cogió a Sango del brazo y la llevó al costado de la tienda, tras los anaqueles.

Anne fue también arrastrada tras su ama, intentando ayudarla, lo cual era imposible porque de repente apareció otro sujeto y se aseguró de sostener a la pobre joven mientras el dueño se encargaba de Sango, que intentaba desasirse con todas sus fuerzas.

―No intente asustarme con ese truco, si realmente le interesara a su tío, no estaría mendigando monedas en esta calle ―amenazó el hombre―. Como me hizo perder la paciencia, no le daré esas cuatro libras, debió tomarlo cuando se los ofrecí…y los vestidos se quedarán como forma de retribuir el mal rato.

Sango quería llorar de la rabia.

Pero repentinamente una mano salió de alguna parte, cogió fuertemente el brazo del sujeto y le dio un empujón que hizo caer al estafador al suelo.

Sango no se atrevía a mirar, aún estaba asustada, pero la voz que escuchó se le hizo conocida.

―Si no suelta a la muchacha, puedo asegurarle que le irá muy mal.

El cómplice del estafador soltó a Anne y Sango se sorprendió al ver de quien se trataba.

Era Hiten Whales.

La cobardía hizo que el estafador y el cómplice corrieran a esconderse tras las repisas.

El recién llegado se acercó a Sango.

La muchacha aun no podía creer la coincidencia. ¿Cómo era posible que este hombre que vivía en Londres estuviera aquí? Es más, ¿no debía estar en Edimburgo?

― ¿Usted?

Hiten sonrió, mientras ayudaba a Anne a recoger los vestidos del aparador para que la doncella volviese a envolverlos.

―En persona ―le replicó Hiten―. Ha sido una coincidencia, puedo asegurarle señorita Chandos, pero parece que estoy destinado a quitarla de aprietos ¿no cree?

Sango, quien aún estaba desconcertada y pese a que le debía un agradecimiento sincero, se sintió irritada al ver la autosuficiencia del aquel hombre.

― ¿Cómo es que alguien como usted sigue vivo?

El comentario no pareció molestar a Hiten.

―Pero convengamos que he sido oportuno.

Sango pudo haberle soltado más groserías, fruto de su picante naturaleza, pero inclusive alguien como ella debía darse cuenta que si Hiten no hubiera aparecido repentinamente, el asunto hubiera sido bastante grave.

Se obligó a relajar su rostro.

―Aunque no me explico cómo es que pudo haber aparecido en este lugar, tengo que reconocerle su mérito.

Hiten se quitó el sombrero.

Sango se sintió cohibida y pequeña ante la imponente presencia del hombre, que de nueva cuenta la acababa de rescatar de un lío, que pareciera que fuera parte de su moneda corriente.

La muchacha cogió el brazo de Anne, quien ya sostenía el paquete.

―Debo irme ―anunció antes de salir caminando a paso lento y se sentía incomoda porque estaba segura de sentir sobre ella, la mirada de aquel hombre.

Lo más probable es que estuviera muerto de la risa de ella.

Antes de salir por la puerta, Sango no pudo evitar voltear un momento y lo encontró parado en el mismo sitio, sosteniendo su sombrero y descargando una sonrisilla que no se le borraba del rostro.

Eso fue lo hizo que Sango apurara el paso, ya con la cofia que le cubría el rostro para escapar del lugar junto a su doncella.

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Apenas desapareció la figura de la señorita Chandos, la sonrisa en el rostro de Hiten desapareció.

Habia sido, de nueva cuenta, una coincidencia este encuentro.

De reojo observó la puerta del despacho donde se habían ocultado los dos hombres que momentos antes estuvieron en plan chulesco con las mujeres.

Hiten había llegado a ese lugar por otros motivos, además de interrogar su propio asunto, aprovecharía de tomar venganza en nombre de la impetuosa y grosera señorita Chandos.

Apretó los puños y se acercó al despacho.


CONTINUARÁ

Gracias hermanas.

Pareciera que la desgracia me persigue.

Me han pasado cosas horribles, que prefiero no contar porque me renace el dolor cada que recuerdo que perdí dos seres queridos en un solo mes.

Igual, quiero seguir escribiendo. Será mi terapia de tanta tristeza.

Saludotes a mis compis del 2, Querida LucyP0411, CONEJA Y Manu.

Nos leemos enseguida.

Paola.