Capítulo 11
Love Is A Battlefield
Dohko apartó la cabeza un momento del camino de los hambrientos labios del Androfontes.
— ¿A Tracia?, — repitió como en un eco. — Pero yo creí...
— ¿El qué?, — murmuró el otro por entre los dientes, sin mover la cabeza de entre el cuello del libriano, controlándose a duras penas para no devorarlo a besos y después follarlo salvajemente.
— Que no le estaba permitido a los mortales ir a los recintos sagrados de los dioses...
— Se supone que no lo está, pero no creo que importe mucho a estas alturas. Digo, mi hermano se ha llevado a tu amigo Mu a Delfos, — se encogió de hombros. — Y no dudo que Cipris se llevará al pececillo dorado a Chipre o a Citera. ¿Por qué no puedo hacerlo yo?, — le susurró con un gruñido salvaje, mordiéndole la oreja juguetonamente.
— Pues si tú lo dices. Solo no quiero terminar hecho carbón, — intentó bromear, aludiendo los castigos que solía darle Zeus a los impíos en su calidad de Alastor.
La sonrisa se desvaneció del rostro de Ares instantáneamente, mientras cogía a Dohko con firmeza por los hombros.
—No se te ocurra bromear con eso, — su voz restalló como el chasquido de un látigo.
— Lo siento, — se disculpó. — Entonces, ¿cuándo nos vamos?
— Cuando quieras, Dohko. Tú solo dilo. Podemos irnos ahora si lo pides, — se apoltronó contra el cuerpo del santo de Libra y abrazó el tronco del árbol con posesividad enterrando las uñas en el tronco — Solo tienes que pedirlo, — jadeó, relamiéndose los labios.
Dohko sintió la tensión del cuerpo divino encima suyo. Podía sentir las señales inequívocas del deseo entre ambos. Y estaba seguro de que era lo que el dios pretendía pegándose así a su anatomía. Podía incluso sentir los pezones erectos a través de la tela y estaba seguro de que, si bajaba la mano hasta la entrepierna, podría sentir la erección que se escondía detrás del lino blanco.
— Podemos irnos esta misma noche, si quieres. Solo les diré a los muchachos dónde iremos.
Ares se separó de él despacio. Los ojos negros ardían febrilmente.
— Cuando quieras, mi estimado tigre, — le lamió la mejilla casi sádicamente. Se separó despacio, y sin dejar de mirarlo a los ojos retrocedió hasta el borde del agua, mientras se despojaba del exomis, dejando que el lino se deslizara seductoramente entre sus piernas antes de darse la vuelta fugazmente y desaparecer debajo del agua.
Dohko se quedó viendo la prenda abandonada en el suelo y suspiró. Sabía perfectamente lo que quería Ares, ya ni siquiera se estaba molestando en ocultarlo. Aunque le halagaba que la causa de aquellos sentimientos fuera él aún no sabía muy bien como corresponderle. Nunca había estado con otro hombre antes. Se encogió de hombros. Oh, bueno. No creía que Mu ni Shion supieran tampoco cómo reaccionar. Quizás sería mejor dejarse llevar.
Cuando entró en la cocina, se encontró a los dos muchachos sentados en la mesa con sendos tazones en las manos.
— Bien, los dos están aquí, — celebró. —Tanto mejor. Necesito hablar con ustedes un momento.
— Díganos, maestro, — se hizo cargo inmediatamente el dragón.
— ¿Qué sucede?, — lo siguió Shunrei.
Dohko levantó las cejas, sorprendido. Sin duda, la muchacha había tenido un cambio de actitud radical desde que hablara con el dios. Antes solo hubiera apartado la mirada y habría apretado las manos contra el regazo.
— Bueno, yo...saqué a Ares del Santuario porque estaba muy receloso sobre Athena. — Shiryu ahogó una risita. — Pero cometí el error de traerlo aquí...dónde el que tenía razones para recelar era yo. — los dos levantaron la vista sorprendidos.
— Como sea, — continuó Dohko, algo violento, — ya eso no importa, pero sigo sintiéndome algo incómodo. No tienen porqué escuchar eso, — los dos se sonrojaron con un tono rojo subido. — Así que he decidido irme con él a otro sitio.
— ¿Adónde...si puede saberse?, — la voz queda de Shunrei le recordó más a la muchacha que conocía.
— A Tracia. Nos iremos esta noche así que...Ya le avisaré a Shion, pero...también tenía que deciros a vosotros. Quiero decir, no hay nada que ocultar ahora.
— No se preocupe, maestro. Estaremos bien. Usted pierda cuidado, — la habitual sonrisa tranquila en el rostro de su discípulo lo tranquilizó sobremanera.
"Sí, porque estaréis deseando que me vaya" pensó con picardía.
— Muy bien, entonces queda todo zanjado, — chocó las palmas de las manos enérgicamente—. Pórtense bien, nenes. No quiero encontrar un desastre cuando vuelva, — añadió con un tono falsamente severo, mientras los apuntaba recriminatoriamente con un dedo.
Ambos se rieron por lo bajo mientras se miraban con cariño.
Pasó el resto de la tarde preparándose para la noche. Aprovechó para hablar con Shion e informarle de cómo iban las cosas entre él y el hijo de Zeus. No pudo evitar sentir fastidio ante el tono chulesco en la voz cósmica de su amigo.
"Te dije que te relajaras. Tigre tonto"
Era muy fácil para Shion decirlo, su amante no tenía tan mala reputación. Pero, sobre todo, no podía devolverle las pullas, al recordarle que cuando era él el que estaba siendo cortejado por Hermes, también estaba al borde de un ataque de nervios. No si no quería ser corneado a la mínima oportunidad. Aquel borrego majadero era especialista en restregar las cosas a la mínima. Así lograba controlar hasta al más revoltoso sin fallar. No en vano era el Sumo Sacerdote de la orden.
Pensando en Shion, por alguna razón pensó en Afrodita y sonrió, recordando al "pececillo dorado" como lo llamaba Ares. Encontraba curioso que no estuviera más celoso, pero de igual manera lo atribuyó a que estaba distraído con él. O a que, como el mismo Ares le había dicho, era un guerrero letal. De algún modo se sintió orgulloso de esto último.
Estaba tan metido en sus pensamientos que no se dio cuenta de la presencia del Androfontes hasta que sintió las manos bronceadas alrededor de la cintura y sintió la humedad de sus labios en la nuca.
— ¿En qué piensas, mi querido Dohko?, — susurró contra su oreja, mimoso.
— Estaba hablando con Shion, — sintió el cuerpo deiforme se tensaba casi imperceptiblemente. — Tenía que avisarle dónde estaría. Solo por si acaso. — intentó no reírse al oír la mandíbula chasquear detrás de él. — Entonces, ¿estás listo?, — quiso saber, acariciándole las manos con suavidad, intentando calmarlo.
— Te espero afuera, — dijo solamente, desapareciendo silenciosamente de la habitación.
Dohko suspiró, mientras se ponía de pie. Cogió la caja de Pandora de Libra y bajó al piso inferior.
Shiryu y Shunrei lo esperaban en la puerta. Entre las manos de la muchacha había un envuelto del que sobresalía el largo cuello de una botella.
— ¿Qué es eso?
La chica se sonrojó.
— Es un vino de osmanto, maestro. Recordé que a usted le gusta ese tipo de vino y había una botella en la cocina.
El chino frunció el ceño extrañado. No era época de osmanto y el vino tomaba su tiempo en estar listo. Aunque...ya casi no pasaba tiempo en Lu Shan. Se encogió de hombros. Tal vez el vino estuviera ahí desde hace tiempo y lo había olvidado. Tomó el bulto de manos de Shunrei mientras le acariciaba tiernamente la cabeza. Le palmeó la espalda a Shiryu y salió.
— Cuídense, muchachos, — se despidió.
Miró hacia atrás de reojo mientras iba hacia el bosque. Los vio abrazarse cariñosamente antes de volver a entrar en la cabaña. Movió la cabeza, pensativo. Era obvio que aquellos dos sentían algo el uno por el otro desde hace rato; pero siempre habían sido cautos en mostrar sus sentimientos. De repente parecían haber olvidado esa cautela. Lo atribuyó a la edad; aunque sí se había dado cuenta de que el ambiente parecía estar más cargado de erotismo últimamente. Quizás el travieso dios del Amor fuera el que estuviera provocando eso. Solo esperaba que no se le pasara mucho la mano.
— ¿Estás listo, Dohko?,— la voz del dios de la guerra lo sacó de su ensimismamiento. Levantó la vista y lo vio esperándolo apoyado casualmente en un árbol.
— Sí, podemos irnos ya.
El dios se acercó hacia él y lo sujetó de la muñeca, atrayéndolo hacia sí mientras lo cubría con su cosmos para trasladarlos a ambos a Tracia. Dohko jadeó sorprendido, al sentir matices diferentes en el cosmos del belicoso Androfontes. Porque sí, normalmente traía consigo un matiz de agresividad, o brutalidad, pero en este caso, no se sentía ni rastro de dichas emociones, sino todo lo contrario. Era casi como aquel lado del dios se hubiera dormido.
Sintió que sus pies tocaban el suelo y el cambio entre el clima fresco de Lu Shan y el calor ardiente de Grecia.
— ¿En qué parte de lo que fue Tracia estamos?,— quiso saber, sabiendo que el territorio antiguo se había dividido entre tres países...al menos en apariencia.
— Aún estamos en territorio griego, mi estimado tigre, — de repente su voz se le figuró más jovial. — Obviamente, esto no está sujeto a lo que hagan o dejen de hacer los mortales. Es parecido a lo que sucede en Delfos dónde el oráculo de Febo sigue funcionando, aunque los mortales no lo sepan.
— ¿Y esto es como un Santuario o algo así?, — quiso saber Dohko.
— No exactamente, mi ejército no tiene el mismo rol que los de mi hermana, o mis tíos, — aquello despertó el interés de Dohko. — De hecho, si bien todos los dioses tenemos nuestros ejércitos, no todos están hechos para pelear entre nosotros. Están hechos, más bien, para extender nuestras esferas de influencia...o mantenerlas, como quieras verlo. Por mucho que seamos dioses, no somos omnipresentes, como comprenderás.
— Interesante, — expresó el santo de Libra, — llevándose la mano a la barbilla, — no se me había ocurrido pensarlo, pero creo que tienes razón.
— Aunque mi querida hermana, — ironizó, — no deja sus deberes de lado tampoco. Créeme, no habría nada que hacer si ella no le siguiera dando a los mortales el ingenio para crear sus armas.
— Por eso os complementáis, ¿cierto? Necesitáis uno del otro para que una guerra pueda llamarse "guerra"
Ares torció la boca.
— Por mucho que me pese, sí. Eso la hacía apta para defender la Tierra; de cierta forma es lo que siempre ha hecho; ella y Febo son los intermediarios entre mi padre y los hombres. Pero, en fin. Otra cosa es lo que nos ocupa.
— No, me interesa esto, — enfatizó. — No se habla mucho de eso. Es decir...se dan por sentado muchas cosas...— se rio nerviosamente.
Ares abrió los ojos con genuina sorpresa.
— ¿Te...te interesa?
— Claro que me interesa. Si no, no habría venido.
El dios se le acercó mimoso de repente. Lo rodeó lentamente y lo abrazó por detrás, mientras dejaba en el suelo la caja de Pandora, deslizando deliberadamente la mano libre a lo largo del torso de Dohko. Sintió su respiración cálida en la nuca.
— Bien... en ese caso, déjame enseñarte. Eres la primera persona a la que le permito estar aquí.
Dohko volvió la cabeza hacia atrás para besarlo en los labios.
Dejó que lo guiara a través de sus territorios, tomándolo de la mano con gentileza.
Sentía curiosidad por ver qué clase de recinto sagrado era el que poseía el belicoso Androfontes. Sabía que no todos los dioses tenían la misma clase de recinto. Algunos, como Athena, habían construido construcciones completamente distintas a los templos que se les había dedicado en la Antigüedad. Otros, como Poseidón, se habían limitado a permanecer muy cerca de las ruinas de las construcciones humanas. Otros, como Hermes, habían decidido habitar los templos mismos. ¿Cuál sería el caso de Ares?
El dios lo miró de reojo al sentirlo tan silencioso.
— ¿En qué piensas, Dohko?
El santo de Libra respingó.
—No, no, en nada. Me preguntaba qué tipo de recinto tendrías aquí. No a todos los dioses les gusta lo mismo.
— Ya lo verás, — expresó escuetamente, jalándolo continuamente hacia adelante.
Conforme avanzaban por la explanada empezó a desvelarse una edificación compuesta por robustas columnas dóricas. Al otro lado de la entrada se podía ver un hermoso jardín y las siluetas borrosas de estatuas marmóreas diseminadas aquí y allá.
Se detuvo entre dos de las columnas que constituían el amplio pórtico y pasó una mano por una, examinándola con ojo crítico.
— ¿Orden dórico, ¿verdad?, — inquirió, acariciando las grietas que el paso del tiempo había dejado estriados sobre el mármol.
— Así es, — la aprobación vibró levemente en la voz de Ares
— Me gusta, — afirmó volviendo a verlo, — Es muy de tu estilo.
Una brevísima sonrisa curvó los labios divinos mientras lo conducía a través del vestíbulo. Cuando llegaron al extremo de éste, Dohko pudo ver la planta rectangular que se extendía de forma cuadrada por sobre el terreno. Más allá se veían las habitaciones adyacentes típicas de un edificio de aquel estilo.
—Es esto una palestra, ¿cierto? Aunque…no eran recintos que tengan que ver contigo, ¿o me equivoco?
— No te falta razón, mi estimado tigre. Ciertamente, estos recintos solían estar más dedicados a mis hermanos, pero también es un lugar dónde puedo entrenar constantemente. Así que por lo menos éste de aquí me pertenece.
— Bien… ¿estamos solos aquí, o hay integrantes de tu ejército?
— Los hay, pero puedo despacharlos para que estemos solos tú y yo, — lo arrinconó contra una de las columnas, mientras lo besaba con ferocidad, masajeando sus labios contra los del chino. "Así nadie nos molestará cuando seas mío" pensó, mientras se relamía con anticipación.
— ¿También hay rangos en tu ejército?, — quiso saber, acariciándole el hombro y separándose de la columna para seguir caminando, con la caja de la armadura colgando a centímetros del suelo.
— Sí, pero no son tan diferenciados como en el caso de Athena. O, mejor dicho, no hay un orden tan estricto.
Dohko lo miró, animándolo a continuar.
—Mis lugartenientes son, por supuesto, mis hijos, Phobos y Deimos. Ellos siempre están conmigo y son casi los únicos que tienen contacto directo conmigo. Algo así como Hypnos, Tanathos y Ker lo son de Hades, — comenzó a explicarle, mientras caminaban despacio por la explanada. — La comandante de mi ejército es Alala…
— … la personificación del grito de guerra. De tu grito de guerra, ¿verdad?
— Sabes bastante…, — susurró. – Estoy impresionado.
— Si supieras todo lo que he podido leer en más de 200 años quizás no lo estarías. Es una de las ventajas de ser cercano al Sumo Sacerdote…— se mordió la lengua, recordando que no le gustaba que mencionara a Shion.
— Palas y Febo siempre han sido acumuladores de conocimiento en sus respectivos recintos. Cada uno a su manera. No me sorprendería que en ese Santuario hubiera más manuscritos que en cualquier otro lugar de la Tierra, — rodó imperceptiblemente los ojos.
— Me intriga que la señorita Athena no tenga a un dios de su lado, como Hades.
— Oh, pero sí la tiene. Solo que Nike por algún motivo decidió tomar la forma de ese báculo.
Dohko miró hacia atrás incómodo.
—Siento que me miran.
— Es obvio, eres un santo de Athena. Aunque no llevaras esa caja colgando de la espalda, apestas al cosmos de mi hermana, — insinuó como quién no quiere la cosa. "Déjame solucionar eso" pensó, sintiendo una gruesa puntada en la entrepierna.
— La primera Guerra Santa fue contra Poseidón, ¿verdad?
—Así es. Pero Poseidón falló.
— Y luego…
— Mis mackhai no pudieron con los santos de mi hermana, — torció la boca. — Aunque si de eso tiene la culpa alguien es del estremecedor de la tierra. Si sus marinas no hubieran protegido sus cuerpos, a ella no se le hubiera ocurrido crear esas protecciones que llamáis cloths, y las cuales no tienen parangón entre los ejércitos de los dioses.
A pesar del tono amargo en su voz, Dohko creyó sentir cierta admiración hacia las armaduras. También había notado que los ojos de Ares se iban con frecuencia en dirección a la caja de Pandora. ¿Quizás estaba curioso por ello?
—Padre…— una voz grave cortó el silencio como una cuchilla afilada.
— Phobos… ¿qué quieres?
— ¿Puedo preguntarte algo?, — tanteó.
— ¿Qué quieres? – repitió, empezando a sentir una leve sensación de fastidio en la boca del estómago.
Su hijo se dio cuenta y pasó saliva.
—Solo quería saber por qué lo has traído aquí. No parece ser el lugar idóneo para algún santo de Athena. Sabes de la marcada rivalidad que hay entre nosotros y ellos.
— ¿Por qué no se lo dices a tu hermano…, — gruñó, furioso de repente, — …que no pensó en eso antes de clavarme una de sus flechas en la espalda?
Phobos tosió y desvió la mirada, incómodo.
— ¿Qué se sabe aquí?,— demandó saber, con una repentina sospecha.
— No mucho. Mi madre solo ha dicho que estaban separados por ahora. Pero no dijo nada más.
Ares resopló, hastiado.
—No importa. De todas maneras, los quiero a todos fuera de aquí. No quiero que me interrumpan, — se sonrojó levemente.
—Quizás fuera buena idea que al menos les explicaras por qué no los quieres aquí y que no es nada malo. Me temo que, si los echas así, sin más empezarán a correr rumores malintencionados.
— Bien. Se lo diré a Alala, al menos. Ella será mi mensajera. Iré por ella
Él inclinó la cabeza con acatamiento.
Se dio la vuelta levantando la cabeza con regia arrogancia. La lanza apareció en su diestra y la armadura cubrió su cuerpo.
—Quédate con Dohko, — le encomendó a su hijo. Se acercó al santo de Libra con paso raudo y lo besó en la frente.
— Ya vuelvo, mi querido tigre. Debo hablar un momento con mi comandante.
— De acuerdo, — contestó Dohko.
El dios se dio media vuelta y se internó en las dependencias interiores, buscando a la hija de Polemos.
La encontró en el cuarto de armas, supervisando el mantenimiento de estas. La daimona se volvió al oír el sonido inconfundible de sus pisadas y se inclinó prestamente ante él.
—Mi señor, Ares. Es un placer volver a teneros aquí después de tanto tiempo…
—Corta ya con la adulación, — la interrumpió. — Escúchame bien.
— Sí, señor. Dígame.
—Los quiero a todos fuera de aquí por unos días. No debería de ser asunto de nadie, pero temo que, si no lo explico, empezarán las habladurías. Y no voy a permitir bajo ningún concepto que se hable mal de Dohko.
— ¿Entonces es cierto?, — tanteó ella con cuidado.
Él frunció las cejas.
— ¿Qué es exactamente lo que se sabe aquí?
— No mucho. La dorada Afrodita solamente dijo que por ahora estaban separados, pero creo que algunos que siempre andan rondando por el Santuario oyeron ciertos rumores, — retrocedió con cautela al verlo avanzar un par de pasos en su dirección, con el cuerpo súbitamente tenso.
— ¿Cuántas…veces… — las palabras salían de su garganta como cuchillos, — …tengo…que… decirles…QUE NO SE ACERQUEN AL SANTUARIO, ¡¿MALDICIÓN?!
Su grito sonó con la potencia de los gritos de diez mil hombres. Alala se encogió. El grito resonó poderosamente por todo el recinto, provocando que las mackhai que estaban en la armería abandonaran el recinto precipitadamente, no queriendo atraer sobre sí la ira del dios.
—Ya lo sé, mi señor. Pero es imposible evitarlo, siempre hay alguno que se escapa hacia los dominios de Palas Athena, — intentó explicar, mientras veía al dios frente a ella caminar de un lado a otro enfurecido como una fiera enjaulada. No tardó mucho en oír el característico crujir de la mandíbula divina.
— Aunque esto haya sido un accidente, — siseó, casi bufando de pura cólera, — es una oportunidad para arreglar las cosas con mi hermana, ¿Si entiendes lo que eso significa?
— Lo entiendo, mi señor, — expresó sin perder la compostura frente a la furia divina del hijo de Hera. – No dudo que sea beneficioso para ambos esta inesperada alianza. Y tampoco creo que lo hayáis traído aquí si fuera algo poca cosa.
— No lo es…— soltó un gruñido de pura frustración. – Es diferente, sin duda. Nunca había amado a un hombre…creo que entiendo un poco a mis hermanos ahora.
Alala adivinó el motivo de su frustración sin que él necesitara decirlo.
—Pero si lo que necesitáis es un poco de intimidad, puedo simplemente ordenarles que se alejen. A no ser que tengáis otros planes y queráis que los saque de aquí del todo.
Él movió la cabeza de lado, considerando la idea.
—Podría ser… siempre y cuando no se acerquen para nada al bosque…no quiero que interrumpan. Y quizás no lo consideren una amenaza si no se les ordena que se aparten.
— Vuestros deseos son órdenes, mi señor, — se inclinó solícitamente.
— Dime una última cosa. ¿Mi hijo Eros se ha asomado por aquí?
Ella negó con la cabeza.
—No, mi señor Ares. O al menos yo no lo he visto.
Él solo dio la vuelta y salió de la armería a paso raudo.
— ¡Deimos!, — llamó.
Instantáneamente su segundo lugarteniente apareció ante él.
—Dime que deseas, padre.
—Vete a traer a tu hermano a LuShan. Ya nada tiene que hacer allí. Y no quiero que termine provocando otro accidente con los cachorros de Dohko.
El otro asintió y se desvaneció en el aire de manera instantánea.
Empezó a buscar a Dohko, guiándose por la señal cósmica que brillaba como un faro en medio de los cosmos de los mackhai. Tenía que admitir que incluso el cosmos de los santos de Athena era muy diferente al de los otros soldados divinos.
En circunstancias normales, dicha energía le habría dado asco, pero ahora ansiaba sentirla cerca, cálida y reconfortante. Se abrió paso casi corriendo, guiándose por la pequeña señal luminosa que sentía en su mente, como un faro en medio de la tormenta. Lo sintió cerca de la habitación que se utilizaba para practicar las artes del boxeo.
Tan solo la idea de ver a Dohko de aquella guisa sintió que el calor se le subía a la cabeza y su visión se tiñó de rojo. Se detuvo de manera abrupta y se introdujo rápidamente en una habitación oscura, cerrando la puerta con brusquedad, mientras se quitaba la armadura con brusquedad. El estruendo de las piezas de metal al chocar con el suelo se le antojó delicioso y excitante.
Se pasó las manos por la nuca, completamente acalorado, mientras sentía como sus pezones reaccionaban al arranque de deseo súbito. Su entrepierna aún no reaccionaba; pero el calor que sentía en el bajo vientre le anunció que no iba a aguantar mucho más.
Salió de la habitación como una tromba, decidido a no ocultar más el deseo que sentía y a hacer valer su autoridad divina. Cuando entró en la habitación, la visión que contemplaron sus ojos le provocaron un estremecimiento de placer que lo recorrió de arriba abajo.
Al dejarlo a solas con Phobos, su hijo había optado por llevárselo a conocer un poco el recinto y le había propuesto a Dohko un combate amistoso. Más allá de todo lo que estaba pensando entre él y el Androfontes, había escuchado acerca de cómo él y Shion de Aries habían sido los únicos sobrevivientes de la Guerra Santa anterior y aquello le atraía sobremanera. Debía haber sido un guerrero muy fuerte si había sido uno de los dos únicos sobrevivientes.
Había encontrado una respuesta parcial en la forma de luchar de Dohko. El santo de Libra había optado por usar su propia armadura; aún si no se atrevió a sacar las armas que la componían; pero la potencia y el empuje del hijo de Ares lo habían obligado a sacar al menos la aúrea espada que relumbraba velozmente con cada golpe.
"Bueno…" reflexionó, "... nadie tiene porqué enterarse de que las estoy usando"
De repente, sintió el cosmos inconfundible del dios de la guerra que se acercaba velozmente, al sitio. Esto lo distrajo momentáneamente, y un poderoso golpe le quitó la espada de las manos, mientras sentía el frío del metal a un centímetro de su cuello.
Sin titubear, golpeó la hoja con el dorso de la mano para quitársela de encima mientras retrocedía, intentando poner distancia entre él y su oponente.
Los ojos del daimon brillaron con aprobación. Dohko sin duda era un guerrero formidable. En sus movimientos se podía adivinar la calma y experticia del guerrero maduro que ya había peleado muchas batallas y que sabe perfectamente como moverse sin dar ningún paso en falso. De alguna manera adivinaba qué era lo que posiblemente le había atraído a su padre de él.
Esperó pacientemente a que recuperara la espada, que parecía deslucida y oxidada sobre el suelo. Solo en manos de su portador parecía cobrar vida. Sí, esa era la clave de las cloths de Athena. Los alquimistas que las habían creado habían logrado insuflarles cierta vida y conciencia a sus creaciones, por lo que estas reaccionaban a las emociones de sus portadores, a la cercanía con su diosa o incluso con otras cloths.
Algo que nunca lograrían otros herreros, excepto quizás el ínclito Cojo. Pero eso ya era asunto para otro momento, pensó, mientras veía a Dohko embestir contra él sin el mínimo rastro de temor; al mismo tiempo que la puerta se abría violentamente dándole paso al belicoso Androfontes.
Ver el cuerpo extendido de Dohko, estirándose al máximo para asestar un golpe, como la cuerda extendida de un arco, con los huesos tirando de los músculos, tensos y a punto de desatarse, mientras miraba como en cámara lenta, como la espada de Libra chocaba con la de Phobos y la partía en dos haciendo retroceder al daimon, se le hizo tan excitantemente beligerante que sintió una ardiente llamarada de deseo que le hizo arder la entrepierna, mientras un gemido sensual se abría paso por su garganta.
Sin poder soportarlo más, lo tomó de la muñeca arrastrándolo fuera de la habitación con la fuerza de un maremoto.
—Es…espera…, — titubeó, intentando frenar el arrasador empuje sin poder evitarlo. Jaló la muñeca intentando soltarse. El tirón lo hizo soltar un leve quejido. Fue instantáneo. El dios se detuvo y aflojó el férreo agarre.
— Espera un momento, no querrás romperme algún hueso, ¿verdad?,— bromeó. La sonrisa se le congeló en los labios al ver que Ares no se volvía a mirarlo. El tiempo pareció eterno, hasta que pudo distinguir los ojos negros, mirándolo de reojo por entre los mechones negros.
— ¿Qué sucede?, — se preocupó. El dios solo cerró los ojos y le dio la espalda. El deseo y la frustración se debatían a partes iguales en su mente. ¿Qué era lo que tenía que hacer para que Dohko se abriera? ¿Por qué parecía no percibir su deseo como lo hacía Cipris?
— Uff, ese combate me ha dado sed, — siguió, ignorante de lo que le pasaba por la mente al otro. – Creo que iré por aquel vino que me dio Shunrei.
Aquello encendió una chispa de expectación en el corazón del dios. ¿Quizás la bebida sagrada haría que se soltara por fin?
— ¿Quieres ir un rato al bosque?,— preguntó, intentando parecer casual.
— Sí, ¿por qué no?,— accedió, sin saber lo que se le venía encima.
Ares se acercó para besarlo, sintiendo que el corazón le latía alocadamente contra las costillas. Masajeó los labios de Dohko despacio e introdujo la lengua en su boca para buscar la lengua y enredarlas en una danza húmeda y sensual. Cuando se separaron, a ambos les faltaba el aliento.
Volvió a agarrarlo de la muñeca, esta vez gentilmente, y lo condujo, primero a por la botella de cuello nacarado y después hacia el bosque que se adivinaba un poco más allá; aún dentro del perímetros de la palestra.
Conforme se adentraban en el bosque era obvio que en aquel lugar solían darse batallas regularmente, quizás en una base diaria. Probablemente, solo se tratará de escaramuzas y entrenamientos protagonizados por las mackhai. Había ramitas partidas, hojas caídas, e incluso algunas piedras mostraban marcas profundas, como cicatrices de heridas infligidas por el impacto de las armas.
Dohko se sentó al pie de un hermoso roble de madera oscura y tronco grueso. Espero a que Ares se instalara a su lado y extendió la botella para destaparla. El olor perfumado del osmanto inundó el bosque.
—Hmm, este vino huele delicioso. ¿Quieres un poco?,—le ofreció extendiendo la botella.
El olor de los vapores despertó una alarma en lo más profundo de su conciencia, pero lo adjudicó al hecho de que casi nunca tomaba vino, ni era adepto a dicha bebida.
—No es necesario, mi estimado Dohko. Puedes disfrutarlo todo tú solo.
El santo de Libra se encogió de hombros y le pegó un largo trago al vino.
—Aaaah…amo el vino, — ahogó un gemido de placer. – ¿Estás seguro de que no quieres? Está delicioso.
—No, Dohko, no es necesario. No soy adepto a las bebidas alcohólicas, — le acarició el mentón cuadrado con ternura. — Prefiero ver como lo disfrutas.
—Está bien, — contestó el santo de Libra, repentinamente contento, mientras volcaba el cuello de la botella en su boca.
Sintió calor en su cabeza, pero lo adjudicó al vino.
Pero sin saberlo, el vino de Baco se abría lentamente paso en su sistema derrumbando sus inhibiciones poco a poco, abriendo sus sentidos.
Volvió a mirar a Ares. Parpadeó, como un ciego que ve el Sol por primera vez.
¿El dios siempre había sido tan hermoso? Nunca le había prestado atención a su físico, pero ahora se le figuraba como una estatua de bronce pulido, con un suave y apetecible brillo en la piel. Su torso era ancho y poderoso, y se podía adivinar la dureza y flexibilidad de los músculos debajo. Sus ojos negros brillaban con una luz levemente rojiza que les sentaba sumamente bien y entre el cabello oscuro podía distinguir brillos sedosos, de un profundo azul eléctrico.
— Eres hermoso, balbuceó con un dejo de fascinación en la voz, acercándose al dios, intentando besarlo. Ares lo miró con recelo, olvidando su propio deseo por un momento.
— Dohko, ¿estás bien?,— tanteó, mientras intentaba quitarle la botella de vino de las manos.
— Claro que estoy bien, — se defendió, levemente ofendido. — ¿Por qué lo dices?
Sin soltar la botella, se sentó a horcajadas sobre el regazo de un desconcertado Ares el cual, aunque halagado por las atenciones, no lograba entender el porqué de su repentino cambio de actitud.
Sospechando del vino, intentó quitarle la botella, pero Dohko la apartó de su alcance, mientras volvía a besarlo con ganas, llevándose de nuevo el vidrio nacarado a los labios. Empezó a sentir ganas repentinas de mover la cadera, frotando sus genitales contra la pelvis de Ares.
— ¿Qué pasa, ya no te gusto?, — le preguntó, acelerando un poco sus movimientos, mientras cogía sus brazos y los pasaba a lo largo de sus costados. Hace un momento te morías por esto, ¿no?, — volvió a tomar un largo trago de vino, momento que aprovechó el otro para quitarle la botella mientras sentía los lametones juguetones de Dohko en el cuello.
Se moría de ganas de corresponderle, pero por algún motivo sentía que no era correcto, que había algo que no estaba bien. Y eso no lo dejaba disfrutar al cien por cien.
Olfateó el vino con precaución. Tenía un olor un poco más místico que aquellos que fabricaban los hombres, pero supuso que quizás Dohko habría aprendido alguna forma diferente de hacerlo, o que quizás, había cosmos impregnado en él.
El santo de Libra le quitó la botella de las manos, tomó otro largo trago y lo besó, depositando el líquido en su boca.
Sorprendido, tragó por inercia y mientras el vino pasaba por su garganta lo comprendió. Demasiado tarde.
Dionysos.
Aquel vino lo había hecho su hermano, por eso tenía aquel misticismo que solo los licores que él preparaba tenían. Sintió que su cuerpo se debilitaba de repente.
"Maldito seas, Baco", fue lo último que pensó de manera coherente antes de que sus inhibiciones también cayeran; barridas por el fuego del deseo, que se apoderó de él reduciendo cualquier otra sensación a cenizas.
Todavía no se sentía completamente embriagado, por lo que su parte racional todavía se hizo cargo de la situación.
Sabía que Dohko estaba, con toda posibilidad, muy ebrio de deseo, por lo que seguramente no era buena idea que siguiera vaciando la botella a riesgo de que perdiera por completo la noción de lo que hacía. La cogió por el largo cuello y la aventó. Aterrizó sobre una piedra, salpicándolos con el contenido mientras el cristal tornasolado del recipiente se hacía añicos.
— ¡Oye!, — protestó el santo de Libra. — ¡Yo quería ese vino!
—Créeme, mi estimado tigre, no necesitas más de ese vino. "Ya no", pensó.
Delineó los labios de Dohko con lentitud mientras levantaba la cadera para cambiar las tornas, quedando él encima.
Desde ahí podía tener un panorama más amplio del rostro y el pecho de Dohko, enrojecidos por el doble efecto del vino y del deseo.
Se inclinó sobre broncíneo cuello y lo cubrió de besos y lamidas. Atrapó el lóbulo de la oreja y lo mordió juguetonamente. Estuvo así un buen rato, mientras que sentía las caricias de Dohko en la espalda y entre sus cabellos.
—Quítate esa armadura. Déjame verte, — jadeó, — levantándose para darle espacio a Dohko para maniobrar.
[CENSURADO]
Lo dejó en el suelo y se acostó a su lado, sintiendo como su abdomen subía y bajaba con rapidez. Sintió los dedos broncíneos en uno de los arañazos y se encogió, debido al dolor.
—Lo siento, — murmuró, sintiéndose sumamente cansado, con los párpados cerrándose casi que por inercia. – Le diré a Febo que te los cure.
— No...no es necesario…— sentía que la cabeza le daba vueltas, debido a la intensidad de las emociones que acababa de sentir.
— Aunque…, — se inclinó sobre el pecho de Dohko y lamió el surco sangrante con deliberada lentitud, — esto solo es prueba de que te he marcado. De que eres mío…,— un gruñido bajo se escapó, estrangulado, de su garganta.
El gusto metálico de la sangre azuzó sus sentidos y siguió lamiendo los arañazos del santo de Libra con lentitud, sintiendo un éxtasis algo diferente, pero que a la vez era el mismo, que hizo que su cuerpo empezara a vibrar de nuevo con deseo.
No sabía si de alguna manera su mente había extrapolado el éxtasis sexual con el extásis marcial, como solía ocurrirle a menudo, o si solamente era producto del vino que todavía debería correrle por las venas, pero de repente volvía a sentir la acuciante necesidad de sexo. No era suficiente. Aún no.
Muy lejos de allí, en el Olimpo de nubes algodonosas, en el palacio del estruendoso Baco, el dios jugueteaba distraídamente con un brote de hiedra que se escapaba travieso sobre el balcón en el cual se reclinaba.
— Parece que mi querido hermano ha aprovechado bien mi regalo, — los labios carnosos se estiraron levemente en una media sonrisa, misteriosa y mística.
Se concentró, siguiendo la esencia del vino y sintió el placer de ambos como si fuera suyo. Una gruesa ceja se alzó dubitativa. ¿De verdad lo habían disfrutado? Es decir, no dudaba que el mortal no había podido evitar caer bajo la influencia de aquel vino.
¿Pero Ares?
¿El mismo Ares que no tomaba vino con frecuencia? ¿O que incluso se había mostrado tan extraordinariamente cauto en todo lo referente a Dohko?
¿Acaso el deseo lo había hecho bajar tanto la guardia que había decidido tomar voluntariamente del vino? ¿O el santo de Athena se las había arreglado para que lo tomara?
Jaló una uva juguetona que bailaba sobre su cabeza y se la llevó a los labios mientras indagaba un poco más en la sangre de su hermano, intentando averiguar cuánto del líquido ritual se había imbuido en sus venas.
Ares se dio cuenta de la intrusión y torció la boca.
¡Aquel metomentodo arrogante! Tenía que haber supuesto que su hermano no iba a poder evitar la tentación de averiguar si su dichoso vino había surtido efecto, acostumbrado como estaba a doblegar a todo el mundo con sus efectos.
Apretó los labios.
Pues bien, ¿quería un espectáculo? ¡Le iba a dar uno!
Se inclinó sobre Dohko para ver si no se había dormido. El santo de Libra creyó que quería besarlo y volvió la cabeza para que los labios de ambos se encontraran. La lengua de Dohko se enredó con la suya casi con pereza, somnolienta.
[CENSURADO]
Se arrastró hasta Dohko y lo abrazó por detrás, poniendo su barbilla sobre el hombro del libriano, que cerró los ojos y se quedó dormido en cuanto sintió el contacto sobre su piel.
— Ha estado espléndido, mi estimado tigre – la voz le salió pastosa de cansancio.
Se sintió somnoliento de repente.
– Cipris, — regañó de repente— …no quiero dormir…
En un rincón alejado la diosa se rio y los hizo caer a los dos en un sueño largamente reparador, cobijados por las copas de los robles, como si de una cúpula protectora se tratara.
—Descansa, amor mío, — su voz cantarina se dejó escuchar desde el duodécimo templo del Santuario. – Te lo mereces.
Dicho esto, entró con coquetería en el templo, dejando tras de sí el aroma dulzón de las rosas.
Por otro lado, el hijo de Sémele retiró por fin su conciencia de las venas de su hermano. Su rostro, habitualmente risueño, tenía una expresión circunspecta. Se separó lentamente del balcón, con su mente ocupada en lo que acababa de experimentar.
Jaló una uva que al desprenderse causó que el resto del racimo quedara bailoteando sobre la cabeza del dios. Se la llevó a los labios, curvados de repente en una misteriosa sonrisa.
— Parece que ha llegado el momento de hacerte una visita, mi querida hermana.
Hola, hola! Ya volví ^^U
Perdón por la tardanza, pero tuve la idea de extender el capítulo y después el bloqueo artístico y la falta de tiempo hicieron lo suyo. Pero ya por fin lo terminé.
Como prometí, voy a explicar el porqué del nombre de la historia.
Ερομάχη es una palabra compuesta de Ερος "amor" + μάχη "batalla/contienda/competencia/juego etc" En suma significa algo así como "Contienda Amorosa"
Esto tiene una razón.
Como hemos ido viendo a lo largo del fic, la guerra y el amor no son potencias muy distintas entre sí. Por eso las deidades que las rigen están invariablemente ligadas la una con la otra. Ya sea Afrodita con Ares o Afrodita con Athena.
Los poetas latinos se dieron cuenta de esto, por eso existe un tropo en poesía llamado "Militia Amoris" o "amor militar", el cual es un tópico tratado con frecuencia en la literatura erótica. Se basa, principalmente, en concebir el amor y todas sus vicisitudes como una empresa bélica. Se da entonces una analogía doble de amor/guerra, amante/soldado.
Dohko no solo es virtualmente un soldado, sino que también es del signo Libra. El astro regente de este signo es el planeta Venus. Por lo que directa o indirectamente era el idóneo para ser la pareja del dios de la guerra al mismo nivel que lo es la diosa Afrodita. El ciclo lo cierra este último capítulo, cuyo título viene de la canción homónima de Pat Benatar.
- Con respecto al ejército de Ares, no me gusta la idea de que todos los ejércitos de los dioses sean virtualmente una copia al carbón de los que ya nos ha presentado Kurumada en la historia original. Así que me decanto por seres o espíritus que también cumplan una función en el mundo natural y que tengan alguna relación con la deidad en cuestión.
En la mitología griega las Macas (en griego Μαχη) o Makhai (en griego Μαχαι, en latín Machae) eran los espíritus de las batallas y los combates. Hesíodo, en la Teogonía las menciona como colectivo sin más, engendradas por Eris, pero en el Escudo de Heracles las menciona con nombres individuales, entre los que se incluyen a Proioxis, Palioxis, Homados y Cidemo. Homero, en la Ilíada, nombra al menos a Alke y Yoque. En cambio Píndaro ya nos dice que Alala es la personificación del grito de guerra (específicamente del grito de guerra de Ares ) a su vez hija de Polemo. Como era de esperar las Macas se relacionan siempre con otras personificaciones belicosas o motivadoras de conflictos, como Eris, Phobos, Deimos, Horco, Ker y el mismo Ares.
- Praxis ( gr. Πράξις ) 'del acto sexual' Epíteto de Afrodita.
Como ya saben, pueden encontrar esta historia sin censura en Ao3.
Bueno, poco a poco nos vamos acercando al final de esta saga erótica. Ya solo nos resta una última historia.
¡Muchas gracias por leer esta historia!
¡Nos vemos en la siguiente!
Shaina
