Harry Potter: Una lectura distinta, vol. 6

Por edwinguerrave

Copyright © J.K. Rowling, 1999-2008

El Copyright y la Marca Registrada del nombre y del personaje Harry Potter, de todos los demás nombres propios y personajes, así como de todos los símbolos y elementos relacionados, para su adaptación cinematográfica, son propiedad de Warner Bros, 2000.


El Príncipe Mestizo (o "El Misterio del Príncipe")

CAPÍTULO 27 La torre alcanzada por el rayo

—Exactamente, Harry —confirmó el profesor Dumbledore en la Sala, mientras la directora McGonagall dejaba el pergamino en el atril—, tenía total confianza desde el inicio, a pesar de tu angustia, y en ese momento ya sentía que no había sido un error haber ido contigo.

—Pero —intervino Amelia—, ¿lograron tomar el horrocrux?

—Es lo más seguro —respondió Freddie—, no creo que hayan hecho tamaño viaje para no conseguirlo. ¿Te imaginas que no sea sino un guardapelos falso?

—Sería terrible —reconoció Amelia, mientras Alisu asentía, aún nerviosa.

—¿Y quién va a leer ahora? —preguntó Violet, notando que el atril había desaparecido. De pronto Bill aclaró su garganta, llamando la atención.

La torre alcanzada por el rayo —dijo con seriedad, haciendo que Lavender y Parvati se estiraran en sus asientos.

—Eso fue lo que dijo la profesora Trelanwey —comentó Lavender.

—Lo que le dijo al tío Harry —recordó Rose—, antes de reunirse con el profesor Dumbledore: No importa cómo las eche: siempre, una y otra vez… una y otra vez aparece la torre alcanzada por el rayo. Calamidad. Desastre. Y cada vez está más cerca…

—Exactamente —confirmó Harry con seriedad.

—Recordemos que estaban saliendo de la cueva —indicó Bill, antes de comenzar a leer.

Cuando salieron bajo el cielo estrellado, Harry subió a Dumbledore a la roca más cercana y lo ayudó a levantarse. Empapado y tembloroso, cargando con el anciano profesor, el muchacho se concentró con todas sus fuerzas en su destino: Hogsmeade. Cerró los ojos, agarró a Dumbledore por el brazo tan firmemente como pudo y se abandonó a aquella horrible sensación de opresión.

Antes de abrir los ojos ya supo que la Aparición había dado buen resultado, pues el olor a salitre y la brisa marina se habían esfumado. Temblando y chorreando, se hallaban en medio de la oscura calle principal de Hogsmeade. Por un instante Harry fue víctima de un espantoso truco de su imaginación y creyó que allí también había inferí saliendo de las tiendas y arrastrándose hacia él, pero parpadeó varias veces y comprobó que nada se movía en la calle, donde sólo había algunas farolas y ventanas encendidas.

¡Lo hemos conseguido, profesor! —susurró con dificultad, sintiendo una dolorosa punzada en el pecho—. ¡Lo hemos conseguido! ¡Tenemos el Horrocrux!

—Al menos —comentó JS con todo de alivio.

—Lo importante es que estaban ya en territorio conocido —dijo Lily, tratando de ocultar los nervios.

Dumbledore medio perdió el equilibrio y se apoyó en el muchacho. Harry creyó que su inexperiencia en aparecerse había afectado al director, pero entonces reparó en que su cara estaba más pálida y desencajada que nunca, apenas iluminada por una lejana farola.

¿Se encuentra bien, señor?

He tenido momentos mejores —contestó Dumbledore con voz frágil, aunque le temblaron las comisuras de la boca, como si quisiera sonreír—. Esa poción… no era ningún tónico reconstituyente…

Y Harry, horrorizado, vio cómo el anciano se desplomaba.

¡Madre de Dios! —exclamó Christina en español, impactada como muchos en la Sala.

Señor… No pasa nada, señor, se pondrá bien, no se preocupe —Desesperado, miró en derredor en busca de ayuda, pero no vio a nadie; su único pensamiento fue que debía ingeniárselas para llevar cuanto antes a Dumbledore a la enfermería—. Tenemos que volver al colegio, señor. La señora Pomfrey…

No —balbuceó Dumbledore—. Necesito… al profesor Snape… Pero no creo… que pueda caminar mucho…

Está bien. Mire, señor, voy a llamar a alguna casa y buscaré un sitio donde pueda quedarse. Luego iré corriendo al castillo y traeré a la señora…

Severus —dijo Dumbledore con claridad—. Necesito ver a Severus…

Muy bien, pues a Snape. Pero tendré que dejarlo aquí un momento para…

—No entiendo por qué tanta insistencia en querer a Snape —comentó James con irritación.

—Creo que más adelante se explica —indicó Dumbledore—, pero lo resumiré diciendo que esa poción tenía un componente de magia oscura y Severus, como bien saben, era el experto en pociones y el profesor de Defensa contra las Artes Oscuras.

—Slughorn también era experto en pociones —insistió James.

—Pero Severus —replicó Dumbledore—, al contrario de Horace, estaría más dispuesto a ayudarme en ese momento.

James sólo bufó, exactamente al mismo tiempo que Snape.

En ese instante Harry oyó pasos precipitados y el corazón le dio un vuelco: alguien los había visto y acudía en su ayuda. Era la señora Rosmerta, que corría hacia ellos por la oscura calle luciendo sus elegantes zapatillas de tacón y una bata de seda con dragones bordados.

¡Les he visto aparecer cuando corría las cortinas de mi dormitorio! Madre mía, madre mía, no sabía qué… Pero ¿qué le pasa a Albus?

Se detuvo resoplando y miró boquiabierta a Dumbledore, que yacía en el suelo.

Está herido —explicó Harry—. Señora Rosmerta, ¿puede acogerlo en Las Tres Escobas mientras yo voy al colegio a buscar ayuda?

¡No puedes ir solo! ¿No te das cuenta? ¿No has visto…?

—¿Qué tendría que ver papá? —preguntó Lilu con preocupación.

—Buena pregunta —comentó Al.

Si me ayuda a levantarlo —dijo Harry sin prestarle atención—, creo que podremos llevarlo hasta allí…

¿Qué ha pasado? —preguntó Dumbledore—. ¿Qué ocurre, Rosmerta?

La… la Marca Tenebrosa, Albus.

Varios expresaron su angustia, especialmente los que habían vivido esos momentos de tensión por la presencia del símbolo de los mortífagos.

Y la bruja señaló el cielo en dirección a Hogwarts. El terror inundó a Harry al oír esas palabras. Se dio la vuelta y miró.

En efecto, suspendido en el cielo encima del castillo, había un reluciente cráneo verde con lengua de serpiente, la marca que dejaban los mortífagos cuando salían de un edificio donde habían matado…

¿Cuánto tiempo lleva ahí? —preguntó el anciano, e hizo un esfuerzo por ponerse en pie agarrándose al hombro de Harry.

Supongo que unos minutos. No estaba allí cuando saqué al gato, pero cuando subí…

—Como si hubieran sincronizado la salida de la cueva con el ataque de los mortífagos —reflexionó Teddy. Remus, Tonks y Moody asintieron en silencio.

Hemos de volver enseguida al castillo —dijo Dumbledore, tomando las riendas de la situación pese a que le costaba mantenerse en pie—. Rosmerta, necesitamos un medio de transporte, escobas…

Tengo un par detrás de la barra —dijo ella, muy asustada—. ¿Quieres que vaya a buscarlas y…?

No, que las traiga Harry.

Harry levantó la varita de inmediato.

¡Accio escobas de Rosmerta!

Un segundo más tarde, la puerta del pub se abrió con un fuerte estrépito para dar paso a dos escobas que salieron disparadas y volaron hacia Harry; cuando llegaron a su lado, se pararon en seco con un ligero estremecimiento.

Rosmerta, envía un mensaje al ministerio —pidió Dumbledore al tiempo que montaba en una escoba—. Es posible que en Hogwarts aún no se hayan dado cuenta de que ha pasado algo. Harry, ponte la capa invisible.

El muchacho la sacó del bolsillo y se la echó por encima antes de montar en la escoba. A continuación dieron una patada en el suelo y se elevaron, mientras la señora Rosmerta se encaminaba hacia el pub. Durante el vuelo hacia el castillo, el muchacho miraba de reojo a Dumbledore, preparado para atraparlo si se caía, pero la visión de la Marca Tenebrosa parecía haber actuado sobre el anciano como un estimulante: iba inclinado sobre la escoba, con los ojos fijos en la Marca y la melena y la barba, largas y plateadas, ondeando en el oscuro cielo.

—Cualquiera —comentó Arthur—, cualquiera se estimula.

Harry miró al frente y fijó la vista en aquel siniestro cráneo; y entonces el miedo, semejante a una burbuja venenosa, se infló en su interior, le comprimió los pulmones y le apartó de la mente cualquier otra inquietud. ¿Cuánto tiempo habían pasado fuera? ¿Se habría agotado ya la suerte de Ron, Hermione y Ginny? ¿Había aparecido la Marca sobre el colegio por alguno de ellos, o sería por Neville, Luna o algún otro miembro del ED? Y si así era… Harry les había pedido que patrullaran por los pasillos, privándolos de la seguridad de sus camas… ¿Volvería a ser responsable de la muerte de uno de sus amigos?

—Me preocupa que te sintieras así, hijo —comentó Lily, preocupada, aunque Harry sonreía levemente, tomando la mano de Ginny.

Mientras sobrevolaban el oscuro y sinuoso camino que al salir de Hogwarts habían recorrido a pie, y a pesar del silbido del aire, Harry oyó a Dumbledore murmurar algo en una lengua extraña. Entonces su escoba se sacudió un poco al pasar por encima del muro que cercaba los jardines del castillo, y comprendió que el director estaba deshaciendo los sortilegios que él mismo había puesto alrededor del colegio; necesitaban entrar sin perder tiempo. La Marca Tenebrosa relucía por encima de la torre de Astronomía, la más alta del castillo. ¿Significaba eso que la muerte se había producido allí?

Dumbledore ya había rebasado el pequeño muro con almenas —el parapeto que bordeaba la azotea de la torre— y desmontaba de la escoba; Harry aterrizó a su lado unos segundos más tarde y miró alrededor. La azotea estaba desierta. La puerta de la escalera de caracol por la que se bajaba al castillo se hallaba cerrada y no había ni rastro de lucha, pelea a muerte o cadáveres.

—No necesariamente —comentó Moody con un gruñido—, muchas veces los mortífagos colocaban la Marca Tenebrosa antes de cometer el asesinato, para provocar angustia en sus posibles víctimas.

¿Qué significa esto? —preguntó Harry contemplando el cráneo verde cuya lengua de serpiente destellaba maléficamente por encima de ellos—. ¿Es una Marca Tenebrosa de verdad? Profesor, ¿es cierto que han…?

Bajo el débil resplandor verdoso que emitía la Marca, Harry vio que el anciano se llevaba la renegrida mano al pecho.

Ve a despertar a Severus —dijo Dumbledore en voz baja pero clara—. Cuéntale lo que ha pasado y tráelo aquí. No hagas nada más, no hables con nadie más y no te quites la capa. Te espero aquí.

Pero…

Juraste obedecerme, Harry. ¡Márchate!

—Insisto —interrumpió James—, no entiendo por qué tanta insistencia en que fuera Snape…

—Papá —intervino Harry—, así lo quería el profesor Dumbledore. Por favor, vamos a escuchar a Bill.

James bufó, pero levantó las manos en señal de rendición.

El muchacho corrió hacia la puerta que conducía a la escalera de caracol, pero en el preciso instante en que cogía la argolla de hierro oyó pasos al otro lado. Volvió la cabeza y miró a Dumbledore, que le indicó por señas que se apartara. El muchacho retrocedió y sacó su varita. La puerta se abrió de par en par y alguien irrumpió gritando:

¡Expelliarmus!

Harry quedó inmóvil, con el cuerpo rígido, y cayó hacia atrás contra el murete almenado de la torre, donde permaneció apoyado como una estatua que no se tuviera sola en pie, sin poder hablar ni moverse. No entendía cómo había sucedido, pues Expelliarmus era el conjuro del encantamiento de desarme, no el del encantamiento congelador.

—Justo lo que iba a decir —comentó Neville, extrañado.

Entonces vio, a la luz verdosa de la Marca, cómo la varita de Dumbledore saltaba de su mano y describía un arco por encima del borde del parapeto… El profesor lo había inmovilizado sin pronunciar en voz alta el conjuro, pero el segundo empleado en realizar el encantamiento le había costado la oportunidad de defenderse.

Apoyado contra el muro y aún muy pálido, Dumbledore se mantenía en pie sin dar señales de pánico o inquietud. Se limitó a mirar a quien acababa de desarmarlo y dijo:

Buenas noches, Draco.

—¡¿Quéeee?! —exclamaron varios, mirando a Draco, quien simplemente encogió los hombros.

—Se leyó que todo el año Potter estuvo curioseando lo que estaba haciendo —dijo finalmente—, así que me extraña que se impresionen.

Malfoy avanzó unos pasos, lanzando miradas alrededor para comprobar si Dumbledore estaba solo. Descubrió que había otra escoba en el suelo.

¿Quién más está aquí?

Yo también podría hacerte esa pregunta. ¿O has venido solo?

Malfoy volvió a centrar la mirada en Dumbledore.

No. No estoy solo. Por si no lo sabía, esta noche hay mortífagos en su colegio.

Vaya, vaya —repuso Dumbledore como si le estuvieran presentando un ambicioso trabajo escolar—. Muy astuto. Has encontrado una forma de introducirlos, ¿no?

Sí —respondió Malfoy, que respiraba entrecortadamente—. ¡En sus propias narices, y usted no se ha enterado de nada!

—Porque el señor profesor no quiso escuchar nunca a papá… —reclamó Lilu.

—Lily Luna Potter —dijo Ginny, haciendo que su hija se alarmara. Harry, condescendiente, dijo:

—Déjala, Ginny.

—Puede ser que la señorita Potter tenga razón —admitió Dumbledore haciéndole señas a Ginny y Lilu—, e incluso el propio Harry la tuviera, al expresarme constantemente su posición respecto a Draco. Pero en mi defensa debo indicar que tomé las decisiones que tomé basado en una visión más general de la situación, precisamente lo que estuve discutiendo con Harry hasta ese dia.

—¿Habla de los horrocruxes? —preguntó Al, extrañado.

—Hablo de la posibilidad de derrotar a Voldemort al destruir todos los horrocruxes. Hacia eso apuntaba mi atención, y deseaba que estuviera enfocada la atención de Harry.

Nadie reclamó o hizo comentario alguno, por lo que Bill, después de tomar algo de agua, continuó leyendo.

Muy ingenioso. Sin embargo… Perdóname, pero… ¿dónde están? No veo que traigas refuerzos.

Se han encontrado con algunos miembros de su guardia. Están abajo, peleando. No tardarán en llegar. Yo me he adelantado. Tengo… tengo que hacer un trabajo.

En ese caso, debes hacerlo, muchacho.

Guardaron silencio. Harry, aprisionado en su paralizado e invisible cuerpo, los observaba y aguzaba el oído intentando detectar a los mortífagos que luchaban en el castillo; entretanto, Draco Malfoy seguía mirando fijamente a Albus Dumbledore, quien, aunque pareciera increíble, sonrió.

—Ahora, profesor Dumbledore… —interrumpió Al, mirando a Ginny antes de seguir. Como no le obligó a detenerse, continuó—. No entiendo porqué obligó a papá a quedarse al margen, por decirlo así.

—Era fundamental que Harry estuviera a salvo —respondió Dumbledore con calma—. Creo que ha sido expuesto claramente que Harry era el único con la capacidad de derrotar a Voldemort, y por eso era fundamental cuidarlo.

Draco, Draco… tú no eres ningún asesino.

¿Cómo lo sabe? —Malfoy debió de darse cuenta de lo infantiles que sonaban esas palabras, pues Harry percibió que se ruborizaba pese a que el resplandor de la Marca le teñía de verde la piel—. Usted no sabe de qué soy capaz —dijo con tono más convincente—, ¡ni sabe lo que ya he hecho!

Sí, sí lo sé —repuso Dumbledore con suavidad—. Estuviste a punto de matar a Katie Bell y Ronald Weasley y llevas todo el curso intentando matarme; ya no sabías qué hacer. Perdóname, Draco, pero han sido unas pobres tentativas. Tan pobres, a decir verdad, que me pregunto si realmente ponías interés en ello…

A pesar de la tensión por la narración, se escucharon algunas risitas. Scorpius parecía estar sumamente incómodo, e incluso se negaba a que Rose le tomara la mano, lo que tenía molesta a la chica.

¡Claro que ponía interés! —afirmó Malfoy—. Es cierto que he estado todo el curso intentándolo, pero esta noche…

Harry oyó un grito amortiguado procedente del castillo. Malfoy se puso tenso y volvió la cabeza.

Hay alguien que está defendiéndose con uñas y dientes —observó Dumbledore con tono despreocupado—. Pero dices que… ah, sí, que has conseguido introducir mortífagos en mi colegio, algo que yo, lo admito, consideraba imposible. ¿Cómo lo has logrado?

—Creo que ahí fue cuando estábamos luchando en el pasillo —reconoció Neville, a lo que varios asintieron—, los teníamos rodeados entre Ravenclaw y Astronomía, pero nos sorprendieron y se escaparon hacia la torre.

Pero Malfoy no respondió: seguía escuchando los ruidos procedentes del castillo; parecía casi tan paralizado como Harry.

Quizá tengas que terminar el trabajo tú solo —apuntó Dumbledore—. Tal vez mi guardia haya desbaratado los planes de tus refuerzos. Como quizá hayas observado, esta noche también hay miembros de la Orden del Fénix en el castillo. Pero bueno, en realidad no necesitas ayuda. Me he quedado sin varita y no puedo defenderme —Malfoy seguía mirándolo a los ojos—. Entiendo —prosiguió Dumbledore con tono cordial al ver que Malfoy no hablaba ni se movía—. Temes actuar antes de que lleguen ellos…

¡No tengo miedo! —le espetó Malfoy de repente, pero sin decidirse a atacarlo—. ¡Usted es quien debería tener miedo!

¿Por qué iba a tenerlo? No creo que vayas a matarme, Draco. Matar no es tan fácil como creen los inocentes. Pero dime, mientras esperamos a tus amigos, ¿cómo has conseguido traerlos aquí? Veo que has tardado mucho en hallar la manera de hacerlo.

Daba la impresión de que Malfoy estaba reprimiendo un impulso de gritar o vomitar. Tragó saliva y respiró hondo varias veces sin dejar de mirar con odio a Dumbledore y de apuntarle con la varita directamente al corazón.

—No era una decisión fácil —comentó Molly—. Tomar la vida de alguien, por mucho odio que se sienta por ella, no es sencillo. Tiene que ocurrir algo que te bloquee ese pensamiento.

—O simplemente ser como Voldemort —intervino Dom—, que no le importaba romper su alma tantas veces para construir seis horrocruxes.

—Así mismo, señorita Weasley —concordó Dumbledore.

Entonces, como si no pudiera contenerse, dijo:

Tuve que arreglar ese armario evanescente roto que nadie utilizaba desde hacía años. Ese en el que el año pasado se perdió Montague.

¡Aaaah! —La exclamación de Dumbledore fue casi un quejido. Cerró los ojos un momento y dijo—: Muy inteligente… Supongo que debe de tener una pareja, ¿no?

El otro está en Borgin y Burkes —reveló Malfoy—, y entre ellos se forma una especie de pasadizo. Montague me contó que cuando lo metieron en el de Hogwarts, quedó atrapado como en un limbo, pero algunas veces oía lo que estaba pasando en el colegio y otras lo que ocurría en la tienda, como si el armario viajara entre los dos sitios, aunque él no lograba hacerse oír por nadie. Al final consiguió salir y se apareció, a pesar de que todavía no se había examinado. Estuvo a punto de matarse. Todo el mundo quedó muy impresionado con su relato, pero yo fui el único que supo lo que significaba; ni siquiera Borgin lo adivinó. Yo fui el único que comprendió que podía haber una forma de entrar en Hogwarts a través de los armarios si lograba arreglar el que estaba roto.

—Y en ese de Borgin y Burkes fue donde tío Harry se escondió en segundo año —recordó Rose, quien había dejado de insistir en tomarle la mano a Scorpius—. Cuando se equivocó al usar los polvos Flú al viajar al callejón Diagon.

¡Vaya astucia! Y así es como han venido los mortífagos para ayudarte, desde Borgin y Burkes… Un plan muy ingenioso, sí señor, muy ingenioso. Y, como bien dices, en mis propias narices.

Sí —dijo Malfoy, y curiosamente parecía extraer alivio y coraje de las alabanzas de Dumbledore—. ¡Sí, era un plan muy inteligente!

Pero ha debido de haber momentos en que no estabas seguro de si conseguirías arreglar el armario, ¿verdad? Y por eso recurriste a métodos tan rudimentarios y tan mal vistos como enviarme un collar maldito que tenía muchas posibilidades de ir a parar a otras manos, o envenenar un hidromiel que no era probable que yo llegara a catar…

—La verdad, papá —comentó Scorpius—, el profesor Dumbledore tiene razón, fueron ideas muy endebles.

—Me recuerdan a unas comiquitas que veíamos en la casa —comentó Daisy, pero al ver la cara de confusión de muchos, aclaró—. ¡Claro! Las comiquitas son dibujos animados, es como ver una fotografía mágica o un cuadro mágico, pero de personajes dibujados.

—¡Ya me acordé! —exclamó Violet—, ¿no eran las de "Pierre Nodoyuna"? —Ante la sonrisa y afirmación de su hermana, y la confusión de varios en la Sala, explicó—: Él siempre buscaba atrapar a una chica, "Penélope Glamour", pero nunca lograba hacerlo, o cuando lo hacía, la sometía a unos métodos tan inusuales para matarla, que nunca le funcionaban.

—Un clásico de la televisión —comentó Dudley con orgullo, aunque muy poca gente en la Sala lo hayan entendido.

Sí, ya, pero aun así usted no descubrió quién había detrás de esas acciones —contestó Malfoy con tono mordaz, mientras Dumbledore resbalaba un poco por el parapeto, como si las piernas ya no pudieran sostenerlo en pie, y Harry intentaba en vano deshacer el sortilegio que lo inmovilizaba.

La verdad es que sí —dijo Dumbledore—. Estaba seguro de que eras tú.

Entonces, ¿por qué no me lo impidió?

Lo intenté, Draco. El profesor Snape tenía órdenes de vigilarte.

Snape no obedecía sus órdenes. Le juró a mi madre…

Sí, claro, eso fue lo que te dijo a ti, pero…

¿No se da cuenta, viejo estúpido, de que Snape es un espía doble? ¡No trabaja para usted, como usted se cree!

En este punto es lógico que discrepemos, Draco. Resulta que yo confío en el profesor Snape.

—Lo que ya hemos hablado suficientemente —se adelantó Dumbledore a los gestos de incredulidad de la mayoría de los Potter—. Así que les pido que dejemos que Bill continúe la lectura.

¡Si confía en él es que está perdiendo la chaveta! —se burló Malfoy—. Snape me ha ofrecido su ayuda. Claro, él quería llevarse toda la gloria, quería participar en la acción… «¿Qué estás haciendo? ¿Has sido tú el del collar? Eso ha sido una locura, habrías podido estropearlo todo…» Pero no le expliqué qué hacía en la Sala de los Menesteres, así que mañana, cuando se despierte, verá que todo ha terminado y él habrá dejado de ser el preferido de lord Voldemort. ¡Comparado conmigo, no será nada, nada!

Muy gratificante —repuso Dumbledore con gentileza—. A todos nos gusta que los demás reconozcan nuestro trabajo, por supuesto. No obstante, tú debes de haber tenido algún cómplice, alguien de Hogsmeade, alguien que pudiera pasarle a Katie el… el… ¡Aaaah! —Volvió a cerrar los ojos y asintió despacio, cabeceando como a punto de quedarse dormido—. Claro… Rosmerta. ¿Desde cuándo está bajo la maldición imperius?

—Era lógico —reconoció Alice—, ¿quién mejor que la encargada para recibir y entregar un paquete en específico, sin preguntar?

Por fin ha caído en la cuenta, ¿eh? —se mofó Malfoy.

Se oyó otro grito, mucho más fuerte que el anterior, éste del interior de la torre.

—Ya ahí creo que nos habían superado —reconoció Padma—, y a pesar de nuestro esfuerzo, no pudimos evitar que se nos escaparan.

El profesor Flitwick asintió en silencio.

Malfoy volvió a girar la cabeza, nervioso, y luego miró a Dumbledore, que continuó:

Así que obligaste a la pobre Rosmerta a esconderse en su propio lavabo para que le entregara ese collar al primer alumno de Hogwarts que entrara allí solo, ¿no? Y el hidromiel envenenado… Bueno, como es lógico, Rosmerta pudo envenenarlo antes de enviarle la botella a Slughorn, quien a su vez me lo regalaría a mí por Navidad. Sí, muy hábil, muy hábil… Al pobre señor Filch jamás se le habría ocurrido examinar una botella de Rosmerta. Y dime, ¿cómo te ponías en contacto con ella? Creía tener controlados todos los sistemas de comunicación entre el colegio y el exterior.

Mediante monedas encantadas —respondió Malfoy como si no pudiera contenerse de seguir hablando, aunque la mano de la varita le temblaba cada vez más—. Yo tenía una y ella otra, y así podía enviarle mensajes…

—¿Copiaste el mecanismo que usamos en el ED? —proguntó Hermione, herida en su amor propio. Draco no respondió verbalmente, pero su sonrisa era suficiente—. Nunca pudiste tener iniciativa de nada, ¿no? Siempre imitando a los demás, celoso por lo que Harry lograba desde el primer día. Patético.

Nadie replicó, por lo que pasados unos segundos, Bill continuó leyendo.

¿No es ése el medio de comunicación secreto que el curso pasado utilizaba el grupo que se hacía llamar Ejército de Dumbledore? —preguntó el anciano en voz baja y tono indolente, pero Harry vio que volvía a resbalar un poco más por el parapeto.

Sí, ellos me dieron la idea —dijo Malfoy componiendo una siniestra sonrisa—. Y la idea de envenenar el hidromiel me la dio esa sangre sucia de Granger; un día en la biblioteca oí cómo decía que Filch no sabía distinguir las pociones…

Te agradecería que delante de mí no emplearas esa expresión tan injuriosa —dijo Dumbledore.

—Gracias, profesor —dijo Hermione, sonrojándose.

—El respeto antes que nada —indicó Dumbledore. Draco simplemente se encogió de hombros, ganándose una dura mirada de parte de Astoria.

Malfoy soltó una estridente carcajada.

¿Le molesta que diga «sangre sucia» cuando estoy a punto de matarlo?

Sí, me molesta —confirmó Dumbledore, y Harry advirtió que los pies del anciano resbalaban unos centímetros y él luchaba por mantenerse en pie—. Pero, respecto a eso de que estás a punto de matarme, Draco… Has tenido tiempo de sobra para hacerlo. Estamos completamente solos. Ni siquiera habrías podido soñar con encontrarme tan indefenso, y sin embargo no te has decidido…

Malfoy hizo una mueca involuntaria, como si hubiera probado un sabor muy amargo.

—No eras capaz de matarlo —comentó sombríamente Remus, quien se ganó una mirada silenciosa de parte de Draco.

Pero hablemos de lo de esta noche —prosiguió Dumbledore—. No acabo de entender qué ha pasado… ¿Sabías que había salido del colegio? ¡Ah, naturalmente! —se respondió a sí mismo—. Rosmerta me vio marchar y te avisó por medio de sus ingeniosas monedas, ¿verdad?

Así es. Pero ella me dijo que usted sólo había ido a tomar una copa y que volvería enseguida…

La tomé, la tomé, y más de una… Y he vuelto, si a esto se lo puede llamar volver. Así que decidiste prepararme una trampa, ¿no?

Decidimos poner la Marca Tenebrosa encima de la torre para hacerlo regresar al castillo. Usted querría saber a quién habían matado. ¡Y ha salido bien!

Bueno, sí y no… Pero ¿significa eso que no hay víctimas mortales?

Sí las hay —dijo Malfoy con voz más aguda—. Uno de los suyos. No sé quién es porque estaba oscuro, pero he pasado por encima de un cadáver. Yo tenía que estar esperándolo aquí arriba cuando usted llegara, pero ese bicho suyo, el fénix, se interpuso en mi camino…

Sí, tiene esa mala costumbre.

Los que estuvieron presentes ese día se miraban preocupados, sin recordar quien pudo ser ese caído en la escaramuza.

Entonces se oyó un fuerte estrépito, seguido de gritos cada vez más fuertes procedentes del interior de la torre; era como si hubiera gente peleando en la misma escalera de caracol que conducía a la azotea, donde se encontraban ellos.

El corazón de Harry, inaudible, latía con violencia en su invisible pecho. Malfoy había pasado por encima de un cadáver… había muerto alguien… pero ¿quién?

—Esa es una pregunta que no me va a dejar dormir esta noche —dijo Hugo con mucha seriedad.

Sea como sea, nos queda poco tiempo —dijo Dumbledore—. Es hora de que hablemos de nuestras opciones, Draco.

¿Opciones? ¿Qué opciones? —gritó Malfoy—. Tengo mi varita y estoy a punto de matarlo…

Amigo mío, no tiene sentido que sigamos fingiendo. Si pensaras matarme lo habrías hecho en cuanto me desarmaste, en lugar de entablar una agradable conversación sobre los métodos de que dispones para hacerlo.

¡Yo no tengo opciones! —dijo Malfoy, que se había puesto tan pálido como Dumbledore—. ¡Tengo que liquidarlo! ¡Si no lo hago, él me matará! ¡Matará a mi familia!

—Pero no te mató —dijo Lavender con seriedad—, porque aún seguiste incordiando por un tiempo.

Me hago cargo de lo comprometido de tu posición. ¿Por qué, si no, crees que no te planté cara antes? Porque sabía que lord Voldemort te mataría si se daba cuenta de que yo sospechaba de ti.

Malfoy hizo una mueca de dolor al oír el nombre de su amo.

No me atreví a hablar contigo de la misión que sabía que te habían asignado, por si él utilizaba la Legeremancia contra ti —continuó Dumbledore—. Pero ahora, por fin, podemos hablar sin necesidad de andarnos con tapujos… Todavía no has cometido ningún crimen, ni le has causado ningún daño irreparable a nadie, aunque has tenido suerte de que tus víctimas indirectas hayan sobrevivido… Yo puedo ayudarte, Draco.

—¿Y todavía confiabas en él? —preguntó James, confundido.

—Recuerda que él adolecía de exceso de creer en la bondad de los demás —dijo Lily con mordacidad.

—Lo dirás en tono de broma, Lily —replicó Dumbledore—, pero esa creencia siempre fue mi fortaleza, tanto como mi debilidad, como ya se ha comentado suficientemente. Bill, por favor.

No, no puede. —La mano de la varita le temblaba cada vez más—. Nadie puede ayudarme. Él me dijo que si no lo hacía me mataría. No tengo alternativa.

Pásate a nuestro bando, Draco, y nosotros nos encargaremos de esconderte. Es más, esta misma noche puedo enviar miembros de la Orden a casa de tu madre y esconderla también a ella. Tu padre, por ahora, está a salvo en Azkaban… Cuando llegue el momento también podremos protegerlo a él. Pásate a nuestro bando, Draco… Tú no eres ningún asesino.

He llegado hasta aquí, ¿no? —dijo despacio Malfoy, mirando fijamente a Dumbledore—. Ellos pensaron que moriría en el intento, pero aquí estoy… Y ahora su vida depende de mí… Soy yo el que tiene la varita… Su suerte está en mis manos…

No, Draco —corrigió Dumbledore—. Soy yo el que tiene tu suerte en las manos.

—Me perdí —soltó Paula, confundida, obligando a Bill a parar la lectura—. Si el profesor Dumbledore estaba desarmado y débil, ¿cómo podía tener la suerte del señor Draco en las manos?

—Buena pregunta, hermana —apoyó Kevin.

—Como le dije en ese momento —respondió Dumbledore con calma—, estaba en capacidad de coordinar escondites para Draco y su madre, suficientemente seguros para que Voldemort o los mortífagos no los encontraran. Sólo debía bajar la varita y dejarse guiar por mí.

Malfoy no respondió. Tenía la boca entreabierta y la mano seguía temblándole. A Harry le pareció que bajaba un poco la varita…

En ese momento se oyeron unos pasos que subían atropelladamente la escalera, y un segundo más tarde cuatro personas ataviadas con túnicas negras irrumpieron por la puerta de la azotea y apartaron a Malfoy de en medio. Harry contempló aterrado a los cuatro desconocidos con los ojos muy abiertos y sin poder parpadear siquiera. Por lo visto, los mortífagos habían ganado la pelea librada en la torre.

—En ese momento fue cuando se nos escaparon —reconoció Parvati—, usando una especie de polvo negro que nos hizo retroceder.

Los gemelos Weasley se vieron sorprendidos.

—¿A quién se le vendió ese paquete de polvo peruano de oscuridad instantánea? —preguntó Fred extrañado.

—Estoy tratando de acordarme —reconoció George—. Quizás lo vendió Verity.

—Es posible —admitió Fred, aún confundido.

Un individuo contrahecho que no paraba de mirar de reojo en torno a sí soltó una risita espasmódica.

¡Ha acorralado a Dumbledore! —exclamó, y se volvió hacia una mujer achaparrada que parecía su hermana y sonreía con entusiasmo—. ¡Lo ha desarmado! ¡Dumbledore está solo! ¡Te felicito, Draco, te felicito!

Buenas noches, Amycus —lo saludó Dumbledore con calma, como si lo recibiera en su casa para tomar el té—. Y también has traído a Alecto… qué bien…

—Ese par —comentó Seamus con desprecio.

La mujer soltó una risita ahogada y le espetó:

¿Acaso crees que tus estúpidas bromitas te van a ayudar en el lecho de muerte?

¿Bromitas? Esto no son bromitas, son buenos modales —replicó Dumbledore.

—Que es muy distinto —interrumpió Sirius. Dumbledore le hizo un gesto de aceptación.

¡Hazlo! —dijo el desconocido más cercano a Harry, un tipo alto y delgado de abundante pelo canoso y grandes patillas que llevaba una túnica negra de mortífago muy ceñida. Harry jamás había oído una voz semejante, una especie de áspero rugido. El individuo despedía un intenso hedor, una mezcla de olor a mugre, sudor y algo inconfundible: sangre. Sus sucias manos lucían uñas largas y amarillentas.

¿Eres tú, Fenrir? —preguntó Dumbledore.

Remus, Lavender y Parvati fruncieron el ceño, pero no interrumpieron a Bill, quien escupió el nombre con igual molestia.

Exacto —contestó el otro con su ronca voz—. ¿A mí también te alegras de verme, Dumbledore?

No, la verdad es que no…

Fenrir Greyback sonrió burlón, exhibiendo unos dientes muy afilados. Le goteaba sangre de la barbilla y se relamió despacio, con impudicia.

Pero sabes cómo me gustan los niños, Dumbledore.

¿Significa eso que ahora atacas aunque no haya luna llena? Eso es muy inusual… ¿Tanto te gusta la carne humana que no tienes suficiente con saciarte una vez al mes?

Así es. Eso te impresiona, ¿verdad, Dumbledore? ¿Te asusta?

Bueno, no voy a negar que me disgusta un poco. Y debo admitir que me sorprende que Draco te haya invitado precisamente a ti a venir al colegio donde viven sus amigos…

Yo no lo invité —murmuró Malfoy. No miraba a Greyback, y daba la impresión de que ni siquiera se atrevía a hacerlo de reojo—. No sabía que iba a venir…

—Y aunque no lo parezca —interrumpió Draco—, lo decía con total sinceridad. Siempre supuse que el trabajo de Greyback para mí era estar atento a que hicieran el trabajo del armario en Borgin y Burkes y el de llevarme el collar a Hogsmeade cuando fuera el momento.

No me perdería un viaje a Hogwarts por nada del mundo, Dumbledore —declaró Greyback—. Con la cantidad de gargantas que hay aquí para morder… Será delicioso, delicioso… —Levantó una amarillenta uña y se tocó los dientes mirando al anciano con avidez—. Podría reservarte a ti para el postre, Dumbledore…

No —intervino el cuarto mortífago, de toscas facciones y expresión brutal—. Tenemos órdenes. Tiene que hacerlo Draco. ¡Ahora, Draco, y deprisa!

Malfoy parecía más indeciso que antes. Miraba fijamente a Dumbledore, pero el terror se reflejaba en su cara; el director de Hogwarts, más pálido que nunca, había ido resbalando por el muro casi hasta quedar sentado en el suelo.

—¡Rayos! —exclamó Frank—, necesitaba ayuda urgente, profesor.

—Lamentablemente no dio tiempo —replicó Dumbledore—, como Bill ha estado leyendo.

¡Bah, si de todos modos ya tiene un pie en la tumba! —dijo el mortífago contrahecho, y fue coreado por las jadeantes risitas de su hermana—. Mírenlo… ¿Qué te ha pasado, Dumby?

Ya no tengo tanta resistencia, ni tantos reflejos, Amycus —contestó Dumbledore—. Son cosas de la edad… Algún día quizá te pase a ti, si tienes suerte…

¿Qué quieres decir con eso, eh? ¿Qué quieres decir? —chilló el mortífago poniéndose violento de repente—. Siempre igual, ¿no, Dumby? ¡Hablas mucho pero no haces nada, nada! ¡Ni siquiera sé por qué el Señor Tenebroso se molesta en matarte! ¡Vamos, Draco, hazlo de una vez!

Pero en ese momento volvieron a oírse ruidos y correteos en la torre y una voz gritó:

¡Han bloqueado la escalera! ¡Reducto! ¡Reducto!

—Eso fue cuando se despejó un poco lo del polvo de oscuridad —recordó Neville—, que regresamos a la entrada de la torre de Astronomía.

A Harry le dio un vuelco el corazón: esas palabras significaban que los cuatro mortífagos no habían eliminado toda la oposición que habían encontrado, sino que se las habían arreglado de momento para llegar a lo alto de la torre; por lo visto, al subir habían levantado una barrera a sus espaldas.

¡Ahora, Draco, rápido! —lo urgió con brusquedad el más salvaje de los cuatro.

Pero a Malfoy le temblaba tanto la varita que apenas podía apuntar con ella.

Ya me encargo yo —gruñó Greyback, y avanzó hacia Dumbledore con los brazos estirados y enseñando los dientes.

¡He dicho que no! —gritó el otro. A continuación hubo un destello y el hombre lobo salió despedido hacia un lado; dio contra el parapeto y se tambaleó, encolerizado. A Harry, aprisionado por el hechizo del director, le palpitaba tan fuerte el corazón que le resultaba increíble que aún no lo hubiesen descubierto. Si hubiera podido moverse, habría echado una maldición desde debajo de la capa invisible…

—Eso demuestra que fue efectivo el encantamiento paralizante —reconoció Harry.

Hazlo, Draco, o apártate para que lo haga uno de nosotros… —chilló la mujer, pero en ese preciso instante la puerta de la azotea se abrió una vez más y apareció Snape, varita en mano; recorrió la escena con sus negros ojos paseando la mirada desde Dumbledore, desplomado contra el parapeto, hasta el grupo formado por los cuatro mortífagos, entre ellos el iracundo hombre lobo, y Malfoy.

—El que faltaba en la reunión —comentó agresivamente James. Snape apenas lo miró.

Tenemos un problema, Snape —dijo el contrahecho Amycus, con la mirada y la varita fijas en Dumbledore—. El chico no se atreve a…

Pero alguien más había pronunciado el nombre de Snape con un hilo de voz.

Severus…

Nada de lo que Harry había visto u oído esa noche lo había asustado tanto como ese sonido. Por primera vez, Dumbledore hablaba con tono suplicante.

Todos voltearon a ver a Dumbledore, pero éste sólo señaló el pergamino en manos de Bill.

Snape no dijo nada, pero avanzó unos pasos y apartó con brusquedad a Malfoy de su camino. Los mortífagos se retiraron sin decir palabra. Hasta el hombre lobo parecía intimidado. Snape, cuyas afiladas facciones denotaban repulsión y odio, le lanzó una mirada al anciano.

Por favor… Severus…

Snape levantó la varita y apuntó directamente a Dumbledore.

¡Avada Kedavra!

Un rayo de luz verde salió de la punta de la varita y golpeó al director en medio del pecho. Harry soltó un grito de horror que no se oyó; mudo e inmóvil, se vio obligado a ver cómo Dumbledore saltaba por los aires. El anciano quedó suspendido una milésima de segundo bajo la reluciente Marca Tenebrosa; luego se precipitó lentamente, como un gran muñeco de trapo, cayó al otro lado de las almenas y se perdió de vista.

Pasaron unos segundos en silencio luego que Bill terminara de leer, tanto que dio tiempo que dejara el pergamino en el atril y éstos desaparecieran de la vista. De pronto, una voz que sorprendió a muchos, preguntó:

—¿Por qué lo hizo, profesor Snape?

—¡Alisu! —exclamó Hannah, apenada, al ver a su hija parada delante del asiento de Snape.

—¿Por qué lo hizo? —insistió la niña, con los ojos arrasados en lágrimas. Snape, mirándola luego de pasear su mirada por toda la Sala, dijo:

—Deben entender algo, comenzando por ti —su tono, aunque firme, no tenía la prepotencia exhibida hasta el momento—. Tenía que cumplir órdenes, y sé que van a maljuzgar mi decisión o mi acción, porque ya hay una idea preconcebida: un mortífago nunca iba a dejar de ser mortífago y lindezas como esas que sinceramente nunca me importaron, y mucho menos ahorita.

—Sólo les sugiero que sigamos leyendo —intervino Dumbledore—, sigamos escuchando y muy seguramente se aclararán todas las dudas que están surgiendo. ¿Le parece, señorita Longbottom?

—Sí, profesor. Disculpe —respondió Alisu, apenada, para después regresar a su asiento mientras se enjugaba las lágrimas que habían corrido por su rostro. Luego de unos segundos, el atril con el nuevo capítulo se materializó en la Sala.


Buenas noches desde San Diego, Venezuela! Muchas cosas han pasado, tanto en mi vida personal como en este capítulo, en el cual se cumple lo que la profesora Trelanwey había estado viendo en las cartas, y que a su vez da nombre al capítulo: "La torre (Dumbledore como bastión del colegio y de la lucha contra Voldemort) alcanzada por el rayo (el fatídico "rayo de la muerte", la maldición asesina)." Los acontecimientos en este capítulo son simples y como siempre se dividen en tres actos: la llegada de Harry y Dumbledore a Hogsmeade y su reunión con Rosmerta, la llegada a la Torre de Astronomía y la conversación entre Dumbledore y Draco despues de "paralizar" a Harry, y finalmente la conversación del director con los mortífagos y el desenlace a manos del mismísimo Snape. Un capítulo intenso, tanto como mi agradecimiento por acompañarme en esta "aventura astral de tres generaciones y ocho libros", con sus visitas, marcas de favorito, alertas activadas y comentarios, como esta semana tuvieron el gusto de dejar HpGw6 (Sí, estos tres capítulos son sumamente duros, porque preparan el climax del libro) y creativo (bueno, lo de la copia no lo sabían, espero que no lo hayas olvidado)... De verdad, gracias por seguir acompañándome semana a semana! Saludos y bendiciones!