¡Hola!
En primer lugar: esta es la primera parte aparte del último capítulo. Es tan largo que he tenido que cortar aquí y allá. La segunda parte se publicará conjuntamente con el epílogo en un mismo capítulo. Así no os haré esperar mucho más.
En segundo lugar: cuando lleguéis al final de este capítulo: no me matéis. Muchas gracias, no osbtante, a todos y todas las que os molestáis en dejarme comentarios. En este y en mis otros fics. Sois los mejores.
No diré más.
Por cierto, este capitulo tiene varias secciones M por temas y lenguaje.
Subcapítulos
- El amor y otras ciencias inexactas
- Un segundo en la oscuridad.
- Excusas para quebrar
- Ríos y carreteras.
- Hace falta valor
- Jacaranda en el vendaval
- El honor y la gloria
- Si te dicen que caí
Casas vacías
Could you hold me without any talking?
We could try to go back where we started
Stay, Gracie Adams
1. El amor y otras ciencias inexactas
La razón por la que Gaara nunca ha terminado de entender el concepto de amor romántico es porque para él todos los lazos emocionales son igual de importantes, variando apenas en su forma e intensidad. Se le antoja un galimatías en una lengua extraña todo ese vaivén de penas y lamentos, de entusiasmos y excitaciones que acompañan a la gente cuando se enamoran. Y quizá es por eso que tarda en darse cuenta de que a Kankuro le acompaña una extraña tristeza desde que vuelven de Konoha, callado como nunca, la mirada perdida en el infinito, van tres veces en las que no ha esquivado sus ataques; y la pila de informes y formularios de su escritorio, crece cada día sin que la toque.
Solo cuando ve que duerme en casa muchas más noches que en los últimos ocho meses, y le ve taciturno pasarse los días libres arreglando marionetas, que intuye que algo raro pasa y decide preguntar por Sakura y aquel plan que tenía de mudarse con ella. Kankuro, que parece haber estado esperando esa pregunta, deja a un lado la llave inglesa con la que estaba arreglando uno de los brazos de Karasu y musita un tembloroso "nos hemos dado un tiempo" que deja a Gaara casi tan desconcertado como antes, porque el tiempo y la distancia, según él, no afectan a tus relaciones si tus sentimientos están conectados y son fuertes y vigorosos como los de Sakura y Kankuro. Pero Gaara, consciente de sus limitaciones emocionales, finge que comprende lo que dice y toma nota de preguntarle a Temari al respecto en cuanto vuelva de su misión en La Ola. Bajo el flexo de su habitación, Kankuro vuelve a su tarea con el ceño fruncido y tristeza abnegada.
Más morena que nunca y muy sonriente, Temari decide hacer una gran cena para toda la familia la misma noche de su llegada. Está canturreando alegremente por la cocina, aceite hirviendo en la sartén y korokke recién rezobados, cuando Gaara le informa de que Sakura probablemente no asista a la cena y le explica, con tono plano y natural, mientras va sacando la vajilla del armario, que Kankuro y ella están "dándose un tiempo separados". Acto seguido, se oye una maldición y un escándalo de cacharros. Gaara se asoma a la cocina y se encuentra con una Temari pálida y frenética apartando la sartén del fuego mientras emite un "desde cuándo" incrédulo y un "pero por qué" alucinado y "este chico es imbécil" irrebatible. Y es con esa cantinela que recibe a Kankuro cuando entra por la puerta todavía cubierto de arena por la ventisca. No ha cruzado el vestíbulo y Temari le ha cortado el paso y le está llamando idiota, subnormal, desgraciado, ameba con marionetas y otros insultos muy variados y originales que Gaara no había escuchado desde que los dos eran adolescentes y que no auguran nada bueno. Kankuro intenta dejar el tema de lado: "no hables de lo que no sabes", y Temari replica con mal humor "eres incapaz de mantener lo único bueno que tenías en la vida, ¿eh?", y sigue a pesar de la expresión de dolor de su hermano mediano, "seguro que te has largado porque tienes pánico al compromiso, porque sigues obsesionado con que eres con papá y no sé qué mierdas" y luego un cruel "a lo mejor sí que eres más como él de lo que te piensas" que Gaara corta con un ¡Temari! autoritario que resuena en el mármol del palacio y que llega tarde porque Kankuro le pide envenenado que "se vaya a follar con el Nara y que le deje en paz de puta vez" y luego se marcha, subiendo los escalones de tres en tres, dejándoles en silencio y con las kokkore enfriándose sobre la mesa.
Los días no cambian mucho después de eso. Entra el verano con la violencia habitual de Suna: el sol quemando las pocas plantas que han sobrevivido la primavera y el viento del sur obligando a cerrar las ventanas a medio día. El trabajo absorbe cada minuto del día que pasan juntos y sus hermanos conviven en una cordialidad forzada. Un día, Gaara observa que su hermano llega tarde a la oficina; una semana después, constante que al parecer eso es ahora su nueva costumbre y pronto descubre que los amigos de Kankuro le arrastran cada noche a salir de fiesta hasta cerrar los bares, sea fin de semana o diario. Temari no dice nada, solo mira con labios prietos y ojos entrecerrados, y Gaara, por algún motivo que no termina de descifrar del todo, nota una punzada de preocupación en el pecho.
Cuando la canícula aprieta más, le llegan noticias inquietantes de la frontera con El País de los Ríos. Los informes hablan de un grupo de enmascaradas que aprovechan la noche para asaltar caravanas de mercaderes, viajantes y artistas ambulantes. Dejan tras ellos un reguero de cadáveres masacrados y la desaparición de todos y cada uno de los niños que les acompañan. No parece haber pruebas de que se trate de ninjas, aunque la magnitud de las carnicerías hacen que se dude de que sean civiles. Una alianza mixta entre ambas es extraña pero no imposible, pero aclararlo es una tarea díficil: las autoridades locales se neigan a colaborar, y a medida que los investigadores inquieren a los pobladores locales, aparecen leyendas locales y mitos rurales que enturbian los datos. Resulta difícil distinguir qué es realidad y qué es fantasía sin tener cierta información sobre las historias de la zona y como durante siglo el País del Ríos fue territorio del País del Fuego, decide consultar a su experta particular en el tema y se deja caer por el hospital a la hora de la comida.
Sakura le recibe con su cortesía habitual, una sonrisa y un té frío. Si la ve más delgada y ojerosa no lo comenta, y si los ojos verdes de ciervo carecen de la vida que siempre los iluminaba, hace la asunción lógica y racional de que tiene que ver con cómo incide la luz de los halógenos de su despacho y no con otro motivo especial.
Los dos coinciden en que las noticias parecen lo suficientemente graves como para prestar atención especial y mandar varios grupos de ANBUs a indagar. Le corrobora que, en efecto, ella también ha oído de los hombres con máscaras que secuestran a niños, pero que es el tipo de historia que te cuenta para que te vayas pronto a la cama. Algo inocuo, en general, pero que no es la primera vez que se encuentra con que lo que en aparicienca es un cuento asustaviejas termina siendo una amenaza real. Así que juntos consiguen definir mejor en qué zona es más probable que pueda ocurrir este tipo de ataque atendiendo a la orografía del terreno, y ella le promete hacerle llegar un libro sobre el folklore del País del Fuego para que pueda informarse debidamente sobre el asunto.
Gaara se está levantando para irse cuando Sakura le ofrece un segundo vaso de té, - el líquido fresco una jarra de cristal con fresas pintadas a mano - y él está a punto de rechazarlo cuando se fija mejor en su cara y ve que a sus ojeras, y sus pómulos marcados y sus ojos opacos, se le suma la palidez y los labios secos; y decide que realmente aparte de los informes semanales de hospital no sabe nada de ella desde la boda, y que es probable que se sienta sola. Le pregunta, sin querer ser invasivo, qué tal se encuentra. No le engaña en absoluto cuando le dice que bien, y como ella ve que no le engaña, sonríe de medio lado y despeja el aire entre ellos con un gesto de la mano vago, y añade: "bien, dadas las circunstancias" y Gaara pregunta que qué circunstancias son esas, preocupado de pronto por algún problema del hospital, y Sakura capta el malentendido rápidamente y lo aclara: bueno, esto, pensaba que Kankuro que había contado que… y Gaara dice: ah sí, sí, lo de que os habéis dado un tiempo. Y los labios de Sakura dejan una marca en el cristal de su taza, y asiente tragando no sabe si saliva, orgullo, o vergüenza, y se le abren los ojos como platos cuando Gaara cuestiona sin preámbulos "lo que no me dijo es cuánto tiempo".
Tras muchos tartamudeos y un conato de atragantamiento, Sakura consigue responder "hasta que nos perdonemos" y Gaara se vuelve a ver en la situación de fingir que sabe a lo que se refiere, cuando en realidad no entiende nada de su compartimiento.
Casi es agosto la mañana en la que Gaara va a buscar a su hermano a su taller, y lo descubre roncando en el sofá, rodeado de varias botellas vacías. Al olor del barniz y la madera se le suma el pegajoso aroma del ron y el del sudor etílico que sale del cuerpo contorsionado de su Kankuro. Le despierta con un golpe en el hombro poco amable y le recuerda con la voz más fría que tiene que el alcohol y la vida ninja, son dos muy malos compañeros de viaje.
Gaara es mucho más estoico que Temari, así que que le da igual lo que gruña su hermano mayor y le da igual que le insulte mientras se reincorpora y se despereza en el sofá, la cabeza hundiéndose entre las manos y la voz ronca pidiéndole un vaso de agua. Una criatura más misericordiosa que Gaara le dejaría en paz y le ofrecería una aspirina, pero Gaara está cansado de ver a su hermano triste y no le gusta nada el ritmo de consumo que intuye que lleva Kankuro. Así que se va a prepararle un té y cuando se lo trae se sienta a su lado y le mira fijamente hasta que Kankuro le suelta, con bastante malos modos, un desagradable "escupe lo que tengas que decir" y "pero después de esto no se vuelve a hablar del tema".
- Ya ha pasado un tiempo - Y sigue considerando que es un término ridículamente impreciso - Es hora de que vuelvas con Sakura. - Afirma con el tono de quien sabe todas las verdades del universo, y los ojos aguamarina parecen dos piedras misteriosas. - Tenéis que perdonaros.
Hay gestos puramente de Temari, como ajustarse las coletas cuando piensa y crujir los puños cuando se enfada, y otros puramente Kankuro, como pasarse la mano por el pelo tres veces cuando está nervioso y eso que está haciendo ahora de cerrar los ojos y apretar los dientes cuando está disgustado.
- Primero Temari, ahora tú. ¿No me vais a dejar en paz nunca?
Gaara tiene como política vital no molestarse en responder preguntas cuyas respuestas son obvias.
- Es complicado - dice Kankuro tras un rato, apretándose el puente de la nariz a la altura de los ojos.
- Complicado. - Un tiempo, complicado, ¿qué le cuesta hablar con palabras más específicas?
- Sí, complicado. Lo contrario a fácil. Ya sabes lo que significa complicado.
- Entiendo qué es complicado. -Tamborilea los dedos contra la porcelana después de un sorbo y un gesto de desagrado. Demasiado amargo. - Lo que no entiendo es por qué es complicado perdonaros.
- Porque… - Kankuro se pasa la lengua por los labios y hace cara de asco porque la nota áspera y con mal aliento - porque las relaciones no son blanco o negro, Gaara. Hay cosas que puedes pasar por alto y olvidar, y hay cosas que se quedan ahí, enquistadas y lo envenenan todo… como una infección.
- ¿Como una infección? - Gaara hace una pausa pensativa - ¿Sakura es como… un cuerpo infectado?
- ¡¿Qué?! ¡No! Es… No es Sakura. Es algo que hizo Sakura y algo que hice yo y eso impide que avancemos como pareja. Lo enturbia todo. Como un virus. A eso me refiero.
La mano blanca del Kazekage se mueve elegantemente sobre la mesa de centro y quita una botella vacía para hacerle su sitio a la taza .
- Pero tú quieres a Sakura.
A su lado, Kankuro suspira y se sienta rígido en el sitio y coge el té dándole un sorbo largo antes de continuar. Dice: ese no es el punto y luego aprieta los párpados y abre los ojos de golpe.
- Pero sí, aún la quiero. Lo que no hace esto ni más fácil ni más relajado ni… nada.
Gaara insiste, dice que no lo entiende y ve como Kankuro le mira de medio lado, evaluando cuáles son las posibilidades de que Gaara deje estar el asunto. Una ilusión fútil, por supuesto, porque Gaara parece estar poseído por el mismo espíritu cabezota de Naruto y lo aplica en todos y cada uno de los campos de su vida. Así que se arma de paciencia, se pasa la mano por la comisura de los labios lentamente, hasta que los dedos se juntan en un triángulo bajo la barbilla. Gaara conoce que ese es su gesto de estar pensando bien en qué decirle, y como Gaara es de todo menos impulsivo, le espera pacientemente escaneando la habitación con una mirada severa.
- Imagínatelo así: - Kankuro se gira un poco en su sitio y están ahora los dos hermanos cara a cara. - Hay dos naciones que tienen todo lo que tienen que tener para ser la mejor alianza posible: buenas comunicaciones, intereses comunes, una cultura similar, una economía fortalecida… Y como son dos naciones con tan buena sintonía, pues pasa lo que pasa y se alían ¿me sigues? Hacen tratados, organizan eventos juntos, va todo bien y entonces cada una, por su lado, hace algo que violan ligeramente los acuerdos que han firmado. ¿Podrías perdonar simplemente porque son tus mejores aliados?
Gaara no sigue qué tiene que ver esto con la Sakura, pero el tema le parece interesante así que pondera la pregunta.
- Supongo que depende del tipo de traición de la que hablemos. ¿Es algo que beneficia a una de las partes y perjudica a otra?
- Digamos que… - Kankuro busca las palabras en el techo - digamos que tiene más que ver con los aliados que tenían esas naciones en el pasado. Naciones que son enemigas a la tuya.
Gaara asiente. Le resulta mucho más fácil hablar de esto de que sentimientos.
- Como ocurrió con Konoha cuando firmó el tratado comercial con Iwa. Nos informó antes para conocer nuestra opinión, porque somos sus principales aliados y no querían generar fricciones, dado que históricamente hemos sido enemigos de la Roca.
La cara de Kankuro se ilumina por primera vez desde que le ha despertado.
- ¡Exacto! - ve el asentimiento satisfecho de Gaara, que parece por fin entender un poco de este embrollo.
- Si Konoha e Iwa hubieran firmado sin comunicárnoslo previamente, habría generado un conflicto, sin duda. Un asunto feo.
- Veo que lo pillas. Bien: entonces, como Kage, ¿qué harías?, ¿lo perdonarías como si nada?
Gaara pasa la yema del dedo por el borde de la taza mientras medita y considera la respuesta.
- Pues… como Kage intentaría aclarar exactamente qué ha ocurrido para poder tener claro si la otra parte quiere mantener la alianza. Puede tratarse de un malentendido.
-Supongamos que eso ya ha ocurrido, y aunque ambos quieren restaurar los lazos, no parece que sea posible y crecen las tensiones constantemente. Porque… - Kankuro se queda callado, de pronto y Gaara ve cómo entra la tristeza de pronto en sus facciones - porque eso acepta a la identidad de cada nación, ¿sabes? Como si no pudieras confiar en el otro gobernante porque no sabes quién es realmente.
Gaara sigue sin ver la analogía clara, pero no comenta nada e intenta reconducirla a su idioma:
- Eso que comentas parece una apreciación subjetiva, y en estos casos, - le instruye como a un niño pequeño y Kankuro levanta una ceja, un poco molesto -, debemos atender únicamente a los hechos. Así, según me lo describes, se han de aplicar el principios de que la búsqueda por el bien mayor ha de imponerse en cualquier decisión que tomemos. - Gaara adquiere su pose más profesional y política. - Lo que nos deja con dos caminos. Un enfoque más tradicional implicaría cortar los lazos con esa otra alianza como castigo, y pasado un tiempo intentar retomarla de manera discreta, esta vez con nuevas normas, ¿no? - Gaara suena tentativo cuando dice lo que sigue. - Intuyo que eso es lo que has hecho con Sakura. - Kankuro asiente, lentamente - Personalmente, no es lo que yo hubiera hecho como … Kage. - ¿novio? Decir novio sería extraño. - Si yo me encontrara en esa situación… intentaría volver a restablecer los vínculos iniciales cuanto antes de manera directa y honesta. Si esa relación ha funcionado durante años, - explica - es muy probable porque sea buena para ambas partes y merezca la pena recuperarla.
Kankuro le escucha, pero de pronto está mirando un poco impreciso de la oscuridad del taller.
- Queda una tercera vía - dice Gaara de pronto, y Kankuro se gira interesado - que sería la de ir tejiendo alianzas en paralelo para cortar cuanto antes la dependencia de la anterior, de este modo, la pérdida de ese socio no resentirá tanto la situación de la nación. Aunque…
- ¿Aunque?
- Aunque es una vía para gente sin demasiados escrúpulos. A la larga trae más problemas que soluciones.
Kankuro no pregunta más y Gaara empieza a jugar con la arena entre sus dedos, esperando ver a dónde sigue la conversación y recordando que pronto tendrá que irse a una reunión con el jefe de los jounin.
- Traducido a mi situación - irrumpe la voz de Kankuro - las opciones que tengo son: o romper con la esperanza de que el tiempo nos permita retomar lo que dejamos; perdonarnos fingiendo que nada ha pasado; o buscarme otra persona que sustituya a Sakura. ¿No?
Gaara mira su reflejo en la superficie oscura del té antes de responder, el tatuaje de su cabeza rojo intenso.
- Es inevitable que con el paso del tiempo todas las relaciones se ven afectadas por un motivo u otro. Abandonarlas a la primera es un símbolo de deslealtad y falta de propósito, Kankuro. Si escoges la primera opción, corres el riesgo de que la nación con la que te encuentres ya no sea la misma, que tenga otros intereses; pero mostrará que eres un Kage fuerte y perseverante. La segunda, te mostrará más débil pero más esforzado, porque restablecer la confianza requiere de un trabajo redoblado. Pero si escoges la tercera, puede que funcione, pero siempre serás un aliado que traicionó a otro y abandonó la relación sin más. - Una brillante exposición de los eventos - ¿Querrías ser el tipo de Kage del que la gente desconfíe? ¿Serías el tipo de gobernante que clemente o el tirano que no perdona?
Kankuro suspira y se recuesta, una sonrisa titubeante en los labios (es horrible que tu hermano pequeño sea siempre el más listo del lugar) y luego:
- ¿Crees que se puede perdonar todo?
- Me perdonasteis a mí, ¿no?
- Pero tú eres mi hermano.
Gaara tiene en la frente un tatuaje que palpita cuando se enfada, y unos ojos aguamarina que se iluminan cuando sonríe. No entiende el amor de otra manera que no sea como un continuum que les une a todos, y si ahora sabe eso porque porque en el pasado hubo gente que supo ver luz cuando solo había oscuridad en él y le ayudó a crear conexiones que le fueron limpiando lentamente, hasta que todo lo que era turbio en él se calmó como una balsa. Cuando inclina la cabeza para mirar a su Kankuro, el kanji de su frente brilla bajo la luz que entra por la ventana.
- Llámalo como quieras, pero fue por amor, al fin y al cabo.
2. Un segundo en la oscuridad.
Una cabaña olvidada en el corazón del bosque. Un fantasma tambaleante entre la maleza. Paredes de piedra oscura y madera podrida que en algún momento debió de servir de marco de ventanas y puertas. La mantiene en pie la propia testarudez de la naturaleza: las raíces que se cuelan entre las grietas de las rocas y el tronco de dos katsuras que han crecido contra la fachada. En los archivos de Konoha consta que en algún momento sirvió de refugio para viajeros y contrabandistas, y que también fue utilizado como punto de encuentro para espías durante la Segunda Guerra Ninja. Pero si alguna vez vivió un pasado más glorioso o tuvo un propósito más noble que el que tiene ahora, importa poco.
Yahiko ha elegido este lugar para esconderse y Sasuke espera que la casa arda hasta los cimientos con él dentro.
Está acuclillado en la rama de una gran haya, vestido con el uniforme de la policía de Konoha y todos los músculos de su cuerpo tensados. Otea su entorno con el sharingan activado, y cuenta al menos cinco líneas de sellos explosivos y dos de trampas rodeando la construcción. Escondidos en la penumbra del bosque, hay repartidos una media docena de ANBU esperando a que llegue la noche para iniciar el ataque. Hay un silencio de odio helado en el ambiente, y un cuervo que planea sobre ellos.
A Sasuke no le sorprende cuando Itachi cae sigiloso en una rama cercana.
- Tienes que tranquilizarte, - susurra, sereno como siempre. La coleta negra contrasta con el verde de su chaleco jounin - y confiar en el equipo. Kakashi, quiero decir, Perro - se corrige sobre la marcha - ha organizado cientos de operativos como este. Es el mejor para ello.
Cuatro años en el cuerpo de operaciones especiales ha sido suficiente tiempo como para que Sasuke conociera toda la mitología construída sobre su antiguo profesor. Se habla de él con una reverencia que raya el fanatismo y ni su antigua taquilla ni la máscara con las pinturas del can se han reasignado a ningún miembro nuevo, como las reliquias de un dios caído. Un altar de gloria y honor que Kakashi nunca quiso pero que ha recuperado por orden directa de la Quinta Hokage de la Hoja.
- Pero él no es un Uchiha.
Itachi le regala media sonrisa condescendiente.
- No es momento de confundir la justicia con la venganza, hermanito.
Sasuke intenta mantener una cara seria, pero el golpe de furia que le llega a los ojos relampaguea. Quisiera ser él quien vengara a su prometida, él quien atravesara con su katana el pecho de ese malnacido, es traidor a su apellido, ese policía corrupto, ese que había herido a uno de sus seres queridos. Y aunque las órdenes son claras - traerle con vida - y las consecuencias de no seguirlas temibles - escúchame, Uchiha, te juro que si la cagas tu clan no va a levantar cabeza en la vida. - Sasuke piensa que si por lo que sea consigue quedarse con ese hijo de puta a solas un rato le abriría en canal y dejaría que los buitres se comieran sus entrañas.
- Quitad el sharingan. - la voz de Shisui suena en el árbol de al lado. Es el único Uchiha que han permitido que actuara en su capacidad de ANBU -. Ya hay poca luz y arriesgáis vuestra posición.
A regañadientes, los ojos de Sasuke retorno a su negro habitual y se dilatan en la penumbra. En lo alto del árbol, aún quedan unos rayos de luz pero en el suelo solo se ven sombras y oscuridad, y es por mero azar que Sasuke capta el pelo blanco de Kakashi justo antes de que aparezca en la rama de abajo.
- Ya hemos retirado las líneas de explosivos y localizado las trampas. Carnero - se refiere a Shisui - muévete a la posición cuatro. Itachi y Sasuke, - no les mira, pero su voz suena clara y directa - la Hokage y Fugaku-sama han sido claros con vuestro papel aquí: solo podéis intervenir en caso de que use el sharingan con intención de aplicar genjutsu, ¿de acuerdo?
- ¿Qué ocurre si escapa del perímetro, le seguimos? - Itachi no deja hablar a Sasuke y Kakashi se vuelve hacia él, su sharingan brilla tras la máscara como un rubí. - Ha conseguido escapar de la vigilancia de Konoha durante más de un mes, no debemos subestimarlo.
A Sasuke le sorprende que su hermano no haga mención al hecho de que si había esquivado las diferentes barreras y unidades de ninjas que vigilaban la aldea, era porque él mismo formaba parte del cuerpo que había jurado proteger a la aldea contra ello. Un asunto que tenía a los Uchiha humillados y al resto de los clanes con ansia de venganza contra ellos.
Kakashi tiene la inteligencia suficiente como para no hacer ningún comentario al respecto.
- Sí. Siempre y cuando - y Sasuke nota como la mirada se fija momentáneamente en él - lo traigáis vivo.
- Tch.
- Ha quedado claro, capitán.
Kakashi desaparece tan rápido como ha venido y los dos hermanos se quedan con los ojos clavados en la rama vacía, perdidos en sus pensamientos. Sasuke siente dentro de él pura furia vacía. Lleva un mes persiguiendo a este bastardo, un mes desde que vio el primer moretón en la piel de Akira. Se nota vacío, y drenado, agotado. La meticulosidad de la operación le repele; el torrente de emociones que siente, le asusta.
Inhala con fuerza para calmarse, el olor de la resina y los jazmines salvajes despejándole la cabeza. Su hermano se mueve hasta llegar a su lado, los ojos puestos en el claro, y Sasuke se concentra para ver qué está pasando.
Ahora hay dos ANBU acercándose a los muros devorados por la madreselva. Ahora, dos más en el tejado. Ahora, uno hace signos con las manos. Ahora Venus aparece en el firmamento y los mil pájaros del chidori iluminan el interior de la cabaña.
3. Excusas para quebrar
Es en una de sus noches libre que Sakura se cruza en el teatro con Kankuro y una pelirroja menuda colgando de su brazo, y es en su siguiente día de descanso que está quebrando el suelo de uno de los campos de entrenamiento de Suna con toda la fuerza que le permiten sus músculos.
La arena del desierto es de un rojo intenso, y cuando se le pega en las extremidades y la frente, parece que sangre a borbotones. Camina entre los escombros y los cráteres, envuelta en una nube de polvo, satisfecha con el resultado. El cielo sobre ella es enorme y salvaje y ventoso y si pudiera llegar hacia él, también le gustaría hacerlo pedazos.
Fue Tsunade quien le enseñó a transformar su furia en puñetazos que reducían montañas. Enfadada consigo misma, por no haber sido capaz de seguir el ritmo de sus dos compañeros; enfadada con el mundo, por haberle arrebatado a su madre. La primera vez que rompió un árbol en dos mitades perfectas, Sakura tenía 14 años, una mirada fiera y tanta ira dentro de ella como tierra pegada bajo las uñas. En dos veranos maduró lo que la gente tarda en madurar treinta, y para cuando fue capaz de hacer trizas un muro con la punta de un dedo, toda la rabia ardiente había desaparecido y en su lugar había solo un mar en calma.
Le frustraba que esa rabia hubiera reaparecido ahora en forma de celos y dudas y miedo, consumiéndola por dentro como una zarza en llamas.
A Sakura le cuesta entender qué ha pasado y cómo ha ocurrido y cuándo han dejado que la situación llegara tan lejos como para que Kankuro y ella acabaran separados como estaban ahora, sin aparente posibilidad de reconciliación. Habían vuelto de la boda en una tregua ilusionada, la promesa de una casa conjunta bajo el brazo y el deseo inocente de aguantar durante 6 meses para decidir qué pasos querían para su futuro. Un rato soñaban despiertos con los muebles que querían ponerse en la casa, y unas horas después alguno de los dos dejaba caer un comentario espinosos y resentidos. (Kankuro dice un día: estaría bien no tener que ver siempre la foto de tu equipo en nuestro piso. Sakura dice otro día al verle mientras consulta un mapa del País de la Roca: ¿no tienes suficiente conocimiento profundo de Iwa?).
Es una tarde de mayo, tras un almuerzo amargo y una discusión ácida, en que pactan darse un tiempo, unos días para despejar la mente y aclarar los nubarrones. Pero primero fueron una serie de cirugías urgentes, luego una misión importante, y entonces los días se hicieron semanas, y las semanas atravesaron junio y cuando se volvieron a encontrar en el contexto de una reunión profesional, Sakura solo dijo "bien" cuando él le preguntó qué tal y apartó la cara cuando la mirada Kankuro se quedó analizando su rostro, la pérdida de peso evidente en los carrillos flácidos. Si a ella le preocupó que fuera mal afeitado y el círculo oscuro que achicaba sus ojos, no lo dijo.
Son meses duros, extremadamente solitarios. Sakura no culpa a Temari por no tomar partido, ni a los amigos de Kankuro por ponerse de su lado, pero reacostumbrarse a la vida en Suna sin la presencia desenvuelta de su novio y sin una red de apoyo claro, duele mucho más de lo que esperaba. No obstante, recibe ayudas inesperadas. Sus compañeros del hospital la acogen entre ellos y la sacan de su rutina habitual. Le enseñan una forma nueva de estar en Suna, más sofisticada y cultural de lo que nunca se hubiera imaginado, y pronto se ve arrastrada a conciertos, exposiciones, presentaciones de libros y espectáculos varios. Una mujer de su edificio desarrolla cierta preocupación maternal hacia ella, y a veces la acoge en su casa y se sientan a charlar en el balcón, daifuku en un platito de terracota entre ellas. Y aunque Sakura sabe que no es lo mismo que la amistad privilegiada de los hermanos de la Arena, y tampoco es suficiente para eliminar el dolor que le provoca entrar en casa y no ver a Kankuro esperándola, acepta haber creado estos lazos como un de sus éxitos en esta aventura y agradece cada gesto cariñoso y cada momento que se toman en hacer que la aldea de la arena, sea para ella un lugar menos huraño.
Cuando acepta la invitación al teatro que le regala su asistente es un poco por compromiso, otro poco por curiosidad y un mucho en honor a su madre, que siempre soñó con ser actriz dramática. Hasta el momento Sakura solo conocía las pequeñas salas de espectáculos de Konoha y se queda tan impresionada con el edificio, la escenografía, y la interpretación brillante de la protagonista que no se dio cuenta de que Kankuro viene hacía ella hasta que él y su acompañante estaban a escasos metros. La distancia justa para no poder esconderse y tener que encomendarse a los dioses para que no se oyera como en ese momento su corazón se partía en mil pedazos. Se dijeron hola, se preguntaron por si el gustaba obra, hablaron sobre el tiempo, y Kankuro hizo una de sus bromas y Sakura se rió sin demasiado entusiasmo, y se quedaron engancharon en la mirada del otro encadenando tartamudeos hasta que la pelirroja les recordó que era hora de que se fueron a sus respectivos asientos. Y dio igual que Kankuro se escurriera dentro su palco en el segundo acto y le dijera con la cabeza gacha y la voz honesta que aquella chica, - te lo juro, Sakura - solo es una amiga. Dio igual que se sentara a su lado y sus dedos se rozaran en el reposabrazos entre los asientos. Era el momento para retomar una conversación que llevaba demasiado tiempo suspendida, pero el dolor era demasiado fuerte, la herida estaba sangrando con demasiado intensidad, y Sakura retiró la mano, le dijo que no le debía ninguna explicación, dadas las circunstancias. Sakura se sintió orgullosa de la gesta cobarde de no haberse echado a llorar hasta que Kankuro se hubo ido de la butaca de al lado. Pero supo que algún día no muy lejano, se cruzaría de nuevo con Kankuro y esta vez no sería solo una amiga, sería algo más: la perspectiva auténtica de una vida junto a otra mujer, y eso Sakura no está segura de poder aguantarlo. Ya ha vivido muchos años en la barrera de los sentimientos no correspondidos, siendo espectadora privilegiada de los devaneos de Sasuke, esperando su turno para ser amada. En esta ocasión, no está dispuesta a tolerarlo.
Así que ahora a Suna apenas le ata nada más que la sensación del trabajo bien hecho, y un contrato laboral con los días contados. Ya no es su hogar, si no un espacio liminal de sol volcánico y viento inclemente el que se encuentra sopesando qué camino quiere seguir a partir de ahora. De la Konoha vivaz de sus recuerdos, apenas queda nada a lo que aferrarse: su pasado ha avanzado sin ella, y aunque el prestigio y la labor de convertirse en la nueva jefa del hospital tiene su atractivo, Sakura no quiere construir el resto su existencia en torno a la abnegación médica. Se rebela ante la idea de marchitarse detrás de un escritorio, ahogándose en el líquido desinfectante, y contando las varices de las piernas tras los turnos eternos de urgencias. Quiero elegir quién quiere ser, por una vez en su vida.
Y es con la fuerza esa rabia que nace del potencial perdido y la falta de dirección, con la frustración de sentirse atrapada de nuevo, con la que concentra el chakra en sus puños, nudillos sangrando y venas hinchadas, y con la que rompe de nuevo el suelo y tiembla el gran frontón de piedra que la protege del viento.
Agotada, camina hasta una parcela de suelo intacto, y se deja caer sobre la arena el pelo esparcido en un abanico, empastado en sudor y arcilla.
El viento se ha parado y el cielo tiene un azul de piedra pulida. Un águila dibuja círculos sobre la aldea, esperando el momento para lanzarse sobre la presa. Un poco más allá, un halcón viaja hacia el norte. Extiende sus alas contra el sol, planea sobre la ciudad, y luego se pierde tras las montañas, en busca de mejores tierras y paisajes más frescos.
Sakura sigue con los ojos su ligereza, se maravilla ante su libertad.
Y entonces se le ocurre una idea.
4. Ríos y carreteras.
En todos sus años de vida, Hinata nunca había estado en una casa tan vacía. Incluso en los días en que toda su familia estaba fuera, en la residencia Hyugga siempre había alguien pululando por los pasillos: criados que movían paneles y ahuecaban cojines, miembros de las ramas secundarias que cuidaban el ginko del patio, guardaespaldas que practicaban en el dojo. En su nueva casa, sin embargo, las horas pasan largas con la única compañía de los fogones, la plancha y la decoración que va colocando en los estantes libres. Naruto tiene poco tiempo libre estos días, y entre la escalera y el salón, aún acumulan cajas de mudanzas por desembalar y regalos de boda por abrir, y Hinata, espera pacientemente a poder hacer todo eso con su marido.
Kiba le pregunta a menudo si volverán a hacer misiones juntos y Hinata siempre se encoge de hombros sin dar una respuesta clara. Las misiones para chunins como ella no son especialmente emocionantes, y no echa en falta una carrera que nunca pudo elegir por sí misma. Le gusta la domesticidad sedada en la que se encuentran Naruto y ella, y no le importa continuar en el papel de ama de casa, toda su ambición volcada en ayudar a que su marido cumpla sus sueños.
Hinata frota la ropa de Naruto para que pueda tener la energía de volver a enfrentarse a un nuevo día sin ir oliendo a sangre seca. Hinata pone verduras en el plato que se come sin rechistar para que le baje el colesterol un poco. Hinata borda en su ajuar pequeñas espirales en honor al apellido Uzumaki que ahora comparten. No es la kunoichi más independiente de Konoha, pero ni falta le hace: es más feliz de lo que ha sido nunca por el mero hecho de cuidarle y darle el hogar que le fue negado durante décadas.
- ¡Hinataaaaaa! - Naruto es ruidoso dentro y fuera de casa, y siempre parece un niño pequeño cuando descubre algo nuevo. Mira los platos con una mirada curiosa. - ¡Esto huele genial! ¿Qué es?
- Unaj , Naruto-kun, ¿No lo has probado nunca?
Naruto niega de un lado a otro mientras da un mordisco tentativo a la anguila y hace un hmmmm entusiasmado. Hinata sonríe tímidamente por su pequeña hazaña.
- ¡Está riquísimo! - Engulle como un pelícano y su mujer le regaña para que mastique. - ¡Súper tierno! Te ha tenido que llevar un montón de tiempo cocinarlo.
- No ha sido tanto. Además así es como que celebramos nuestro cuarto mes de casados y…
- ¿QUÉ? - Hinata abre los ojos sorprendida por el repentino movimiento de Naruto que ha dejado los palillos a un lado y le coge la mano entonando una disculpa. -¿4 meses? - Los ojos azules se entrecierran. - Lo siento mucho… me había olvidado totalmente.
- ¡No pasa nada! - Y lo dice en serio, con la sonrisa iluminando sus ojos glaseados.- No es un aniversario grande ni nada. Además, es normal que tengas otras cosas en la cabeza con el juicio.
- Hm - Naruto traga mientras asiente, intenta tomar nota de que el 5 mes no se le escapa. - sí, el juicio está siendo larguísimo.
- ¿Cómo va?
- Bien, supongo. Ahora hemos terminado con la presentación de los hechos y… mmmm empiezan con los testimonios. A mí me da igual lo que digan, el tío es un verdadero hijo de put… ¡agh, perdón! - le ha prometido decir menos tacos en su presencia, se rasca la cabeza - , quiero decir que es un verdadero malnacido. No importa lo que digan, ¿sabes? Ese tío para mí es lo peor. Pero dice Kaka-sensei que es una cuestión también de limpiar el nombre de los Uchiha, así que están aportando un montón de pruebas para el juicio y están colaborando en todo lo que pueden. Fugaku ha subido al estrado a explicar que...
-¿Fugaku-sama ha subido al estrado? - Hinata habla con un trocito de anguila casi a punto de tocar los labios - ¿En serio?
- Sí, ¿es raro?
Hinata asiente, intentando imaginar a su padre en una situación similar. Es absolutamente extraordinario ver a un hombre de estado como Fugaku exponiéndose al juicio popular. Hablar así, en público, es un arma de doble filo: puede salirle bien si es transparente y no tiene nada que ocultar, pero también puede verse como un líder débil y prescindible. Por este motivo, los altos cargos de clanes tienen sistemas judiciales paralelos a los del resto de los ciudadanos de Konoha. Hay cosas que se deciden a puerta cerrada, bajo el abrigo de la noche. Ella lo sabe bien: su renuncia como heredera, la humillación a la que le sometió Hiashi, se firmó en una de esas reuniones.
- Es… altamente inusual.
Naruto se pasea por la cocina, con un plato lleno de nuevo y un bol de arroz, convencido de que ese estómago no se llena solo.
- Eso explica por qué de pronto todo el mundo estaba tenso. - Dice mientras se sienta - Deberías haber visto la cara de Sasuke, estaba flipando. Pero ha mantenido el tipo, ¿eh? o sea, no se ha movido del lado de Akira y ha estado con ella todo el rato, pero por cómo estaban cuchicheando Itachi y Shisui yo dije: aquí pasa algo raro. Pero ¿cómo lo iba a saber? - Naruto barrunta, come, barrunta otra, vez. Hinata decide no comentarle que tiene unos granos de arroz sobre la barbilla y le deja que siga. - La verdad es que no he estado muy pendiente… me aburre muchísimo todo esto. ¡Y la semana que viene va a ser peor! Dice que vienen los técnicos y los …. ¿loros? ¿periquitos?
- Peritos.
- ¡Eso! Que son los que explican informes, me lo ha explicado el teme. Perdón,- recuerda su promesa, pero esta va ser difícil reconducirla - Sasuke.
- ¿Sabes si va a venir Sakura finalmente a entregar su informe?
Naruto, como cada vez que habla de la ausencia de su amiga, se desinfla y niega con la cabeza. "Lo leerá Shizune" musita, un poco mustio.
- Es normal, Naruto-kun. Estará muy liada en Suna y… bueno, quizá no está en el mejor de los espíritus para volver aquí, ¿no? Con todo lo que ha pasado.
Hinata sabe que Naruto no le cuenta muchas cosas. Las que tienen que ver con misiones, principalmente; y algunas que tienen que ver con él mismo, tampoco. No le importa mientras le comporta sus pequeñas preocupaciones, las que realmente puede arreglar y que realmente afectan a su vida un común: su preocupación por una extraña tos que tiene Iruka-sensei, su frustración al ver la cantidad de papeleo que lleva ser Hokage; el distanciamiento que ha sentido en los últimos años del antiguo equipo 7.
- Con todo lo que ha pasado... - repite, un poco para sí. - ¡Si el teme no me ha contado nada! Por eso habría estado bien que viniera Sakura-chan, para que me lo explicara todo. - Suspira, dramático, pero aún sigue comiendo y Hinata se ríe detrás de su mano. - De pronto volvemos de la luna de miel y nos enteramos de todo el asunto de Akira. Y luego, Shikamaru nos cuenta que ¡Sakura y Kankuro han roto! ¿Pero qué broma es esta? - Parece enfadado con la anguila, que agita frente a su esposa con fruición. - Y Sakura no responde a mis cartas y… bueno, ¿y si está mal?, ¿y si está triste? ¡Seguro que está triste por eso! Y quiero saber qué ha pasado pero lo único que sabemos es un informe que ha mandado… y…
- Naruto-kun - tiene una voz especial para cortarle, ni suave ni dura. Es el punto exacto para bajar dos tonos a su estado de excitación permanente. - Estoy segura de que Sakura solo necesita tiempo. Probablemente te contacte cuando esté mejor. Además ,si realmente ha roto con Kankuro entonces volverá a Konoha, ¿no? Tendrá muchos trámites que hacer en el hospital antes de volver.
Parece la voz de la razón, Hinata. Con sus argumentos medidos y su manera de pensar con los pies en la tierra. Hace que Naruto frene su derrape soñador y se encuentre a sí mismo terminándose la comida y rumiando ideas. Pensar en silencio es una actitud poco suya.
- Pero si vuelve, no será igual. - Se deja caer en el respaldo de la silla y mira a su mujer. Hay muchas incógnitas en su cara, y un temblor silencioso en las pestañas. - Es decir… tú y yo… ¡nosotros tenemos nuestra vida! ¡Y tendremos niños! - Hinata se sonroja y bebe agua. - Y Sasuke me ha jurado que ahora no va a dejar sola a Akira y lo entiendo, ¿eh? Pero ya sé lo que pasará: todo será centrarse en el clan, los Uchiha, blablabla, y luego Shika se va a casar e Ino y Sai pronto, y entonces ¿qué hará Sakura-chan?, ¿volver aquí sola? Trabajará todo el rato. ¡O peor! ¡Se hará amiga de Kakashi y se hará súper rara! - Naruto sueña en teatro, en drama, en catástrofes. - Y… no sé. Se quedará sola. Y estará triste. No quiero verla triste.
Cruza los brazos sobre el pecho y suspira. Hinata le intenta animar con un trozo de tarta delante de él y un beso en la mejilla suave.
- Pero eso es la vida de adultos, Naruto-kun. La gente viene y va. Lo importante es que tenéis un lazo que os conecta, estéis donde estéis.
Naruto se queda mirando el postre, pensando en sus palabras. Luego, asiente con la boca llena.
5. Hace falta valor
La gente suele dar por sentado que Sakura es el tipo de mujer a la que le gusta el shochu: delicada y suave, con notas terrosas en el paladar una vez que ha pasado el dulzor. O a lo mejor es como su maestra: sake a todas horas, insensible al toque amargo, los sentidos anestesiados tras años de ingestas exageradas de alcohol. Pero lo cierto es que Sakura no disfruta especialmente de ninguna de las dos cosas, y cuando tiene la oportunidad de elegir, prefiere licores más profundos y añejos: un vaso de whisky de Kiri; un cognac de las Islas del hierro como el que tiene entre sus manos. Un poco más caliente que cuando empezó la fiesta, y mucho más vacío de lo que le recomendaba el decoro para una chica que está bebiendo sola en un rincón oscuro.
Es mediados de septiembre y tras un verano tempestuoso, el viento ha concedido una tregua a Suna justo a tiempo para que las azoteas vuelven a abrirse y Temari pueda tener su gran fiesta de despedida. Sakura ve a la rubia caminar bajo las luces de colores, deslizándose por las baldosas de terracota entre la gente que la abraza y la saluda, a veces con una sonrisa y otras veces con lágrimas en los ojos. Ella y sus hermanos saldrán mañana de la aldea, y en dos semanas Temari de la Arena pasará a ser Temari Nara.
A partir de ahora, Konoha será el sitio al que llamará casa.
Sakura intenta pasar desapercibida esa noche. Es la primera vez que coincide de nuevo con los hermanos de la Arena fuera del trabajo, y la gente espera hambrienta de cotilleos a que se produzca el reencuentro. Algunos se apiadan de ella y se acercan para tener una conversación ligera; otros no ocultan su interés romántico y Sakura se siente atrapada entre piropos y proposiciones para salir de cena que rechaza como puede. Otros se arriman con maldad, esperando verla vulnerable y que se eche a llorar. Sakura no les da el gusto, se mantiene firme y finge que no le afecta que justo en su campo de visión está esa rubia de pelo rizado y cuerpo de infarto mariposeando en torno a Kankuro.
El segundo cognac entra un poco más rápido que el primero y encuentra por fin el coraje para dar una vuelta entre el resto de los invitados hasta que da con Temari. La encuentra apoyada sobre una barandilla y alejada de la multitud. La vía láctea se ve tan clara que parece tatuada en el firmamento.
- No hay nada como el cielo de Suna - Los tacones de la médico anuncian su llegada. - Es algo que vas a echar de menos.
Temari asiente sin volverse, pero el perfil enseña ojos vidriosos y labios rojos que se mueven en una sonrisa triste. Las luces de Suna brillan tanto como las lentejuelas de su vestido.
- No solo eso… la comida, el paisaje, la gente, mis hermanos… - aspira el aire cálido y especiado de la ciudad - incluso el olor a curry todo el rato. A veces lo pienso y me dan ganas de quedarme aquí - mira a Sakura de reojo, y algo parecido a la pena se asoma en sus labios - Uno de mis pocos consuelos es que en Konoha te tendré a ti, ¿no? - Sakura abre la boca para decir algo, pero Temari se vuelve hacia ella, y alza un ceja. - ¿En serio pensaste que Gaara no me iba a contar que no ibas a renovar el contrato? Puede que lo hayas hecho subrepticiamente, pero te recuerdo que vivimos juntos. - Chasca la lengua y vuelve a mirar a la ciudad - Pero como decía, al menos podremos lidiar juntas con Ino.
Sakura se ríe un poco y se inclina a su lado. El metal de la barandilla está caliente después de un día recibiendo el sol directo y le quema las palmas de las manos; pero es un dolor más manejable que el que siente en el estómago detecta no muy lejos de ellas a Kankuro y la rubia, hablando muy juntos.
- Lo he hecho subrepticiamente, como tú dices, porque no quería amargarte la despedida, Temari. - Intenta que no se note su incomodidad - Todo el mundo está aquí para decirte adiós y ya suficientes rumores atraigo como para añadir unos pocos más.
- Vaya mierda de excusa, Sakura. - La respuesta de Temari es brutal como uno de sus golpes de viento. Le clava en el escote en uve un dedo con una uña rematada en lila. - Lo has hecho hoy, a dos horas de mi fiesta, porque no querías decirle nada a Kankuro. Nos vamos mañana y cuando estos dos vuelvan de Konoha ya te habrás marchado.
Sakura tiene demasiada dignidad como para balbucear y boquear delante de una Temari que la taladra con la mirada, así que le da un trago a su copa y agacha un poco la cabeza, disculpándose por lo burdo de su estrategia. Controla su emociones, pero se le escapa, sin embargo, una pregunta:
- ¿Cómo se lo ha tomado?
Temari bufa mientras termina de tragar y el líquido se le atraganta. Termina tosiendo sobre la mano y Sakura dándole golpes en la espalda. Cuando se recupera, mira a Sakura como si fuera la persona más idiota del planeta.
- ¿Kankuro? ¿Cómo coño crees que se lo ha tomado? - Temari baja un poco el tono. - Fatal, Sakura. Se ha quedado blanco. La verdad es que esperaba que al menos a él se lo dijeras en persona, después de todo.
Debería, piensa Sakura. Pero está haciendo un esfuerzo personal por no hacerlo. Es una suerte de suicidio emocional que va contra su propia naturaleza. Exponer su corazón en todo lo que hace es su carta de presentación, y ocultar la única manera que se le ocurre de protegerlo.
- No es la conversación más fácil del mundo. Pensaba escribirle una carta.
Temari, esta vez, la llama idiota a la cara.
- ¡¿Una carta?! Me tienes que estar vacilando.
- No tengo tiempo para… - Sakura se queda impactada ante el exabrupto y tarda un poco en recuperar el orden del discurso. - Es largo de explicar y tengo muchas cosas que hacer en el hospital antes de irme. Le he entregado una lista de candidatos a Gaara para sustituirme, y un informe con el estado de cada proyecto y…
- Excusas de mierda. - Vuelve a cortar Temari. Seca el aire de su entorno. - Mira, no sé qué coño ha pasado entre vosotros, pero lleváis meses lloriqueando por las esquinas los dos. Kankuro ha decidido beberse toda la producción de alcohol del País del Viento y del Fuego juntos, y tú te paseas por eventos pijos con tus amigos del hospital y luego destrozas campos de entrenamientos. - Sakura hace el gesto de disculparse pero la interrumpen inmediatamente. - Sí, de eso también me he enterado. En fin. Lo que más me jode de esto, - Temari agita su copa y los hielos tintinean frente a los ojos de Sakura, - es que si estuvierais juntos podrías haber venido a la boda como familia. Me hubiera gustado tenerte ahí.
El agujero en el estómago de Sakura adquiere dimensiones galácticas cuando piensa en el peso de la palabra familia en ese contexto e intenta quitarle peso. No sabe si para tranquilizar a la rubia o a ella misma.
- Ya te dije que no pasaba nada. Y que de hecho, vuestra idea de boda me parecía muy sensata.
Urgidos por la fecha y con el objetivo en mente de hacer una boda lo más aproblemática posible, Shikamaru y Temari habían optado por hacer una celebración lo más sencilla posible para evitar el circo político en la que se había convertido la de Naruto. Solo los más íntimos, habían dicho, y eso se reducía al trío InoShikaCho, Naruto, los padres de Shikamaru y los hermanos de Temari.
- Así que cuando estemos las dos ahí podremos celebrarlo. No me vendrá mal para despejar la cabeza de cosas del clan.
Sakura levanta la mirada un poco y observa a su amiga, que parece estar maquinando algo tras sus preciosos ojos esmeralda. Por el rabillo del ojo, ve que Kankuro sigue hablando con la rubia y Temari capta el gesto.
- Está ahí porque tiene mejor ángulo para verte. - le dice con naturalidad. Temari ha decidido dejar de lado su neutralidad, al parecer, porque parece harta. - Y que sepas que no le importa una mierda la chica esa. De hecho, no la soporta. Ni ahora ni nunca, así que tú puedes dejar de asesinarla con la mirada.
- Creo que vas a tener que relajar el tono para encajar en Konoha, Temari - Sakura sonríe un poco aterrada e intenta cambiar de tema.
- Tendrás que enseñarme también a eso - gruñe un poco y luego vuelve a contemplar la ciudad, arrebatada por la idea de tener que cambiar parte de su personalidad para encajar en otro sitio.
Sakura siente una oleada de simpatía por ella, y traga saliva. De todas las cosas que se lleva de Suna, ninguna valora tanto como su relación con los hermanos de la Arena. La amistad con Temari es algo que atesora con cariño, y es por eso que se ve incapaz de seguir ocultándole la verdad. Coge aire, termina la copa y las palabras salen disparadas de su boca:
- No se lo he dicho a nadie aún, pero la verdad es que no voy a volver a Konoha, Temari.
Sakura ve perfectamente cómo se le tensa cada músculo de los hombros y cómo parpadea lentamente.
- ¿Perdón?
Por su propio bien, viendo la oleada de furia que se viene, Sakura aclara las cosas.
- No… no tengo nada que me retenga aquí pero tampoco hay muchas cosas que me llamen de Konoha ahora.
- ¿Y qué coño vas a hacer si no? - Alza un poco la voz, la gente se le queda mirando y Sakura tira de su muñeca para llevar a un sitio más recogido. Temari no pierde comba mientras caminan. - ¿Vas a convertirte en una especie de médico nómada como Tsunade? Es una pérdida enorme de talento y deberías…
- ¡No! - Escondidas en el hueco de la escalera,. Sakura le pide que se calme. Este tipo de reacciones es por lo que no le ha contado a nadie su plan. - Desde el congreso en Té he ido recibiendo varias ofertas de diferentes países para ayudarles a mejorar sus capacidades médicas… y he aceptado algunas de ellas. Ninguna es permanente y… es una gran oportunidad para aprender, Temari. Conocer de primera mano cómo trabajan otros colegas y desarrollar nuevos métodos y…
- Y huir.
Sakura se queda callada un instante, incapaz de llevarle la contraria ni de justificarse a sí misma. Los ojos de Temari están envueltos en una calma fría.
- Iré primero a Iwa, - sigue - luego Kumo. Pasado el invierno con los samuráis, y luego ya veremos.
El País de la Luna, quizá. A lo mejor hace una estancia en un hospital civil, por curiosidad. Las propuestas que le han llegado han sido numerosas e interesantes. Es una buena oportunidad y no tiene nada que perder, Temari tiene que entenderlo.
La contempla en un silencio destartalado.
- Esperaba muchas cosas de ti, Sakura, y la última de ellas es que no fueras capaz de enfrentarte a tus sentimientos. Siempre has ido de cara con ellos y te he admirado por eso.
La severidad de Temari la congela en su sitio. La rubia no espera respuesta y Sakura no se la da, así que se gira hacia la multitud apelotonada bajo las luces, dicharacheros y distraídos. Con un gesto, invita a la pelirroja que la siga. Construye una sonrisa tensa y falsa, como si tras los dientes se escondiera un grito.
- ¿Qué te parece si volvemos a la fiesta?
6. Jacaranda en el vendaval
Esa misma noche, más tarde, el reloj marca las dos de la mañana y el termómetro una ridícula cantidad de grados.
Sakura está sentada en su salón, con tan solo una camiseta de tirantes y rodeada de cajas de mudanza. Los dedos arañan la tela del sofá, escarban los desgarrones de las costuras. Relee una vez más la carta que acaba de escribir y exhala. Lee de nuevo y se reclina contra la parte alta de los cojines, la cabeza hacia atrás, los pies desnudos con el suelo de baldosas blancas, haciendo círculos en la superficie.
Sakura piensa que tiene que dejar de pensar durante un minuto o se volverá loca del todo.
Kankuro, - dice la carta, ¿es tan horrible su letra de médico? Ino dice siempre que sí, que no hay quien la entienda - supongo que pensarás que soy una cobarde - y lo eres, Sakura, porque Temari tiene razón, porque tú dirías lo mismo de otra persona - pero no he encontrado otro momento para hablar contigo - mentira, mentira, lo podría haber encontrado si hubiera querido pero está demasiado asustada de que herirle él o de herirse ella, no lo sabe bien, pero el corazón se para igual al pensarlo - y decirte que dejo mi puesto en Suna sin intención de volver a Konoha. - Bien, Sakura, eso es claro, está bien. En Konoha solo quedan escombros de una vida que ya no es tuya. - No te sorprenderá mi decisión después de todo lo que ha pasado - después de que te enrollaras con ella y no me lo dijeras, después de que me enrollara yo con Sasuke y todo explotara - pero es tiempo de que avancemos - ¿avanzarás tú con otra pronto? ¿podré avanzar yo en algún momento? -, y sigamos nuestro propio camino. - Que me lleve tan lejos como pueda, a otros mares, a otras tierras. - Me gustaría darte las gracias por todo, Kankuro. Por todo el tiempo que hemos pasado juntos. Lo único que lamento es que no pudiera ser más largo. - Porque no he querido a nadie como te he querido a ti, ni me he sentido tan querida como cuando estaba a tu lado. - Espero que algún día podamos volver a encontrarnos y…- ¿Y qué? ¿qué entonces, cruzar la calle y saludarnos? ¿presentarnos a nuestras nuevas parejas como si nada hubiera pasado? ¿Nos ponemos al día entre cafés y sonrisas falsas?
Arruga el papel entre sus manos y se levanta de un salto, abre la ventana de par en par y el olor de la tierra de Suna cubre la fragilidad de sus pulmones con un escudo de limón y romero. Desde ahí puede ver 5 cráteres de la luna; la siluetas de los guardianes que custodian el palacio del Kage; las cortinas de su despacho en el quinto piso del hospital; un grupo de murciélagos que caza mosquitos cerca del oasis. Pronto, todas estas imágenes serán solo postales de la memoria. Venderá sus muebles, vaciará sus estanterías y solo se llevará con ella esa caja de frustraciones adquiridas que es su bagaje emocional.
El corazón le hace una pequeña llave de taijutsu al pensar en todo ello, y en último intento de terminar la carta, se sienta de nuevo en el sofá para terminar la cara. Alguien llama a la puerta cuando acaba de coger el bolígrafo de nuevo y salta sobre sí misma.
Dos, tres golpes más en mitad de la noche. Los ojos verdes se contraen cuando la luz amarilla del descansillo dibuja un triángulo sobre su cara. Abrupta, directa, ruda, espera que no se note cómo le tiembla la mano con la que sujeta el pomo.
- ¿Qué estás haciendo aquí?
Kankuro entra en el apartamento sin esperar a ser invitado. Rodea a Sakura con pasos grandes y amplios, y en su camino al salón deja el aroma de su champú prendido en el aire. Manos en los bolsillos y ojos afilados, parece más alto que nunca en mitad de la habitación, mirándola como si pudiera ver su alma.
Si está borracho, no lo parece. Es todo propósito y dirección, como cuando tiene un misión en mente y Sakura le habla medio en broma como si quisiera a invocar un jutsu de protección que la salvara de un peligro inminente.
- En otras circunstancias, - intenta aplacar el bamboleo del corazón, y que la voz no se le quiebre - no tendría problema en invitarte a un té pero teniendo en cuenta la hora que es…
Es tan rápido el movimiento que apenas se da cuenta de que ha pasado hasta que de pronto no hay distancia entre ellos y ahí estás las manos grandes sobre sus hombros, anclándola a un suelo que se está abriendo bajo ellos. Dentro de ella crujen los cimientos de su deseo cuando la acaricia la piel: pulgares que se deslizan por encima de sus clavículas, dedos que se clavan en el inicio de los omoplatos. Nota la boca seca y levanta la mirada, intentando ver por encima de las mandíbula marcada y las facciones definidas. Quiero comprobar si hay algo ahí - algo que le permita saber. Averiguar. Comprender.
- Kankuro, - insiste - ¿qué estás haciendo aquí?
Los manos bajan por sus brazos, dejan un reguero de pelos inhiestos como cipreses. Se asientan firmes en la cadera.
- Te marchas - dice. Su voz, oh su voz, resuena en cada cavidad de Sakura.
- Sí, - repite sus palabras, agacha la cabeza y susurra sin apartar la mirada - me marcho.
A esa distancia Sakura huele su piel, su gel; ve gotas de agua en la raíz del pelo; ve el granate que ribetea los ojos por la falta del sueño. Pero es Kankuro, siempre Kankuro, que la sujetó durante meses en sus brazos. Le embriaga tanto volver a tenerlo cerca que no protesta cuando empieza empujarla lentamente con su cuerpo hacia al sofá hasta que la parte detrás de sus rodillas chocan contra el respaldo y si no se cae es porque se agarra a la camiseta de él y sino se suelta es por ese brazo que se enrosca en su cintura y la atrae hasta estar pecho contra pecho.
- Te marchas, - y vibran graves sus cuerdas vocales, ásperas como la corteza de un árbol - pero no a Konoha.
Sakura aprecia cierta satisfacción en sus ojos cuando dice la segunda parte de la frase, aunque es difícil de decir porque dura un chispazo, un microsegundo hasta que mueve la mirada a sus labios y de los labios a su escote, y de su escote de vuelta a sus ojos y de sus ojos al reloj, hasta que se detienen finalmente en la carta arrugada sobre la mesita de café.
Por algún motivo, Sakura piensa que debe explicarse:
- No sabía cómo decirte que…
…Pero entonces su boca atrapa la suya.
Kankuro besa a Sakura con una intensidad que derrite huesos hasta hacerlos magma y una suavidad que evapora sus pensamientos en nubes.
Los dedos se hunden en la nuca, uñas contra el cuero cabelludo. Dibuja rosas en la cabeza, mapea meandros por cuello, prende en su boca fuegos que devastan bosques boreales. El movimiento es tan animal y pasional, que Sakura abre la boca para gemir y él aprovecha para introducir la lengua trayéndola aún más hacia sí. Recorre a pinceladas el terciopelo del paladar, choca contra la línea blanca de los dientes y Sakura reconoce el mismo sabor de siempre en su saliva, nada foráneo, ni extraño, ni ajeno y eso la conforta y la enloquece a partes iguales.
Sakura se despega de él, sus manos sueltan la tela de la camiseta.
- No podemos hacer esto.
Él no deja de darle besos detrás de las orejas, baja mordisqueando el cuello.
- ¿Por qué no?
Sakura intenta formar una frase coherente. Intenta no pensar en la chica rubia, intenta no pensar en los celos, intenta no pensar en el miedo que le da volver a tenerle cerca,intenta recordar que tiene un plan que es bueno para ella, intenta, intenta, intenta, intenta ser sensata, intentar ignorar en las mariposas en su estómago, intenta no suspirar cuando los besos de libélula caen sobre en su escote, intenta no sentir ese calor entre las piernas cuando se da cuenta de que los tirantes de su pijama ya no están sobre los hombros. Fracasa en cada una de sus aspiraciones, y se rinde cuando Kankuro la levanta hasta que está sentada en el sofá y se acomoda entre sus muslos, las dos manos en el elástico de las bragas hasta que se deslizan por su piel y caen contra el suelo, obscenamente pesadas por la humedad acumulada. Respira ardiente y furiosa contra su boca, y le tira del pelo hacia atrás para que separe los labios de los de ella unos centímetros.
- Porque me voy a ir a igualmente.
Los ojos color chocolate se empequeñecen un instante.
- Entonces hagamos especial esta noche.
Le acaricia la cara y le pone mechón de pelo tras la oreja en un gesto tierno y deliberado. De esa honestidad vulnerable que es suya, auténticamente suya y que Sakura sabe que no encontrará en ningún lado. Se acostumbrado tanto a que su torque sea una memoria que se concentra en ese gesto en caso de que se convierta de nuevo en un recuerdo. Es ella la que le besa entonces, hasta que él se separa con una media sonrisa antes sentarla del todo en el respaldo del sofá, ponerse de rodillas frente y abrirle un poco las piernas: lo justo para que entre su cabeza hasta el centro. Sakura le sujeta del pelo y jadea en el momento en que la lengua se hace camino entre los rizos rosas, dedos como clavos en la barrera de los glúteos. La devora lento y meticuloso, alternando los círculos exteriores con pequeños mordiscos en el centro. Primero suave, luego más rápido, lametones de león sediento, no tarda en introducir un par de dedos y a los gemidos de Sakura, el canto del nombre de Kankuro en el aire, se le unen los ruidos de los dedos chapoteando entre sus pliegues mojados.
No sabe de dónde viene el grito que le sale de la garganta, pero su orgasmo termina con la respiración agitada, extremidades gelatinosas y un sonrojo que se extiende de la cabeza hasta el inicio de los pechos. Kankuro la sujeta mientras le picotea la boca, ahora con su sabor entre labios y Sakura, un arrebato: "te he echado tanto de menos" y en el segundo que lo dice, se arrepiente. Kankuro la mira con ojos tormentosos antes de pasar la mano por su mandíbula y hasta pararse en el espacio que hay entre sus dientes.
- Es un sentimiento compartido.
Un tirón de nuevo hacia él y entonces le quita la camiseta y la desecha a algún lugar del suelo. Carga con ella con facilidad, los dedos de los pies rozando las baldosas y Sakura agradece no tener que caminar porque duda mucho de que le sostengan las piernas si la sigue besando así. Cuándo le tocan las sábanas la piel es algo que no recolecta, pero es una sensación que parpadea en la parte de detrás de su cabeza mientras él se quita la camiseta y se desabrocha los pantalones.
Las manos de Kankuro están más frescas que su cuerpo y es delicioso notarlas recorriendo la caja de sus costillas, masajeando los pechos en círculos, apretando los pezones con pinchazos que transforman gemidos en chillidos y que abren sus poros para captar todo de él, su olor y su sabor, su tacto y su voz. Se restriegan, piel contra piel, sudor contra sudor, buscándose a nivel celular y la erección prominente contra su abdomen juega con los pliegues de Sakura, que tiene un instante de claridad, un momento de cordura en todo esto y consigue pronunciar algo con sentido. Kankuro, le llama, le intenta traer consigo al reino de la razón, Kankuro. Está de rodillas frente a ella y tiene que hacer un esfuerzo para fijarse en él y no en el miembro entre sus manos cuando habla:
- No voy a parar, - anticipa la pregunta, y Sakura capta por el rabillo del ojo cómo se acaricia de arriba abajo, le parece más ancho de lo que recordaba, los testículos más oscuros también, - porque no tengo ni idea de cuándo voy a volver a verte o de si voy a volver a verte, - se acerca hasta ella, se alinea con su entrada y el cuerpo de Sakura se arquea buscándole inconscientemente-, así que déjame tener esto. Déjame tenerte esta noche. Ha pasado demasiado tiempo.
Sakura no sabía que se pudiera echar tanto de menos a un hombre en toda la magnitud del concepto hasta el momento en que Kankuro se introduce en ella, centímetro a centímetro, abriendo las paredes con la lentitud de una hoja cayendo sobre el suelo. Tan llena que lo siente en la garganta. No gime, pero ronronea cuando empieza a moverse en estocadas que se asemejan a la marea, subiendo, bajando, arrastrando la arena con ella.
- Tan bien… Kankuro… no pares.
En los ojos de él brilla que Sakura reconoce como peligro:
- Me alegra ver que aún me acuerdo de lo que te gusta.
Se besan, se besan y se besan hasta que a Kankuro se le borra la sonrisa arrogante de la cara, y Sakura se cobra su venganza al dar la vuelta sobre él, forzando el cambio de postura. Kankuro la observa ahora tumbado en la cama, consumido en la mirada felina de Sakura y es en esa manera de mirarla como si fuese una diosa muerta y resucitada que nota que toda su resolución de recorrer el mundo estudiando medicina flaquea. Kankuro se da cuenta y le coge de la cara masajeando las mejillas.
- ¿Todo bien?
Una tontería dice Sakura, sacude la cabeza, toma aire, y acto seguido deja que su cuerpo baje por su longitud en un solo golpe. Kankuro sisea cuando lo hace, un oh joder, que hace que sus pezones se pongan duros y que coincide con el jadeo de la médico al notar toda la polla metida hasta dentro. Sonríe, juguetona.
- Me alegra ver que aún me acuerdo de lo que te gusta.
Y antes de que Kankuro pueda replicarla, empieza a moverse sobre sus caderas. Latigazos, y círculos, y chispazos de chakra en la punta que hacen que Kankuro gima de gusto y sus testículos se contraigan. Se desplaza sobre él con lo mejor que tiene, moviéndose como la mar embravecida, atrás y hacia delante antes de que la ola se rompa contra el malecón en una lluvia de espuma. Nunca se siente tan llena como cuando está así, en control cabalgándole y sabe que Kankuro adora el vaivén hipnótico de sus pechos cuando se mueve, le gusta apretarle el culo mientras busca un ángulo para llegarle aún más profundo. Poseídos y envenenados, grita su nombre cuando se corre, suplicándole por hacerlo dentro de ella, y Sakura le monta mientras tanto, orgullosa de provocar ese sonido, consciente de quizá es la última vez que lo oye así. Se fija en cómo cierra los ojos con el placer, en lo larga que son sus pestañas, eternas como el sol y el universo. Cuando el orgasmo le llega a él y se mueven en espasmos compartidos, tiene la idea loca de decirle que le quiere, pero lo sustituye por un beso.
Hacen el amor más veces esa noche. De espaldas, él inclinado sobre ella, dejando besos de polvo de luna en la oreja y rosetones debajo de la nuca, apretando las sábanas hasta que se hacen girones. De lado, se ríen porque se hacen cosquillas con el pelo y Sakura se corre tantas veces que les cuesta distinguir cuál es principio de uno y el final de otro. Las piernas sobre los hombros, Kankuro la penetra con fuerza y velocidad, alternando pellizcos en los muslos con azotes suaves en las nalgas y todo es rápido y violento y cuando finalmente llegan al clímax al mismo tiempo, caen derrotados en un beso casto de labios cerrados y sonrisas pequeñas como manzanas de invierno.
Sudados y enredados, con las piernas haciendo trenzas sobre la tela, Kankuro la sujeta entre sus brazos, la nariz hundida en su pelo. Sakura tiene los ojos entrecerrados, está en el borde del sueño recogida en el pecho, con su mano extendida entre el ombligo de Kankuro y el inicio de su sexo. Entre ellos solo se oye el ulular del viento y la respiración acompasada de Sakura. Todo lo que podían decirse ya lo han dicho, y todas las decisiones que se podían tomar, ya se han tomado.
En rosas y morados, el alba rompe el día tras la ventana y el viento da volantazos sobre la nubes. El mundo parece entonces un estanque de nenúfares: delicado y resiliente; sujetos a la vida por un hilo que tiene que hundirse en lo más oscuro del agua.
Cuando Sakura se despierta, Kankuro ya está camino de Konoha.
7. El honor y la gloria
En la Biblioteca Municipal de Konoha se pueden encontrar tres estanterías repletas de pergaminos y libros que abordan la oscura historia de los líderes Uchiha. La mayor parte de ellos se remiten a las fuentes oficiales, pero otros intentan rastrear la evolución del clan a través de mitos y cuentos de viejas cuya veracidad siempre hay que poner en "Secretos de Konoha: lo que nunca te contaron", el historiador Kai Akamoto sugiere que es gracias a que el líder del clan asesina a un niño Uchiha nacido en la luna de mayo que se mantiene su poderoso doujutsu; y en un delirante informe publicado en las Actas del IX Congreso Arqueológico del País del Fuego, la biógrafa Mio Wasami sugiere que la historiografía lleva calculando mal la fundación del clan desde hace décadas, y que debe plantearse que fue fundado unos 125 años antes de los registrado, y argumenta para ello que los Uchiha no son más que Ōtsutsuki disfrazados intentando pasar desapercibidos. Otros investigadores, sin embargo, han optado por un enfoque más realista y descriptivo, y han puesto todos sus esfuerzos en intentar desentrañar el complejo sistema de protocolos y ceremonias con el que los Uchihas protegen sus tradiciones. Acuden a testimonios de supuestos testigos, solicitan entrevistas que se les deniega sistemáticamente y releen una y otra vez los mismos periódicos de la hemeroteca. El secretismo es tal que algunos han intentado colarse en alguna asamblea para conocer los secretos del clan de primera mano - pero todos los intrusos han sido descubiertos y todos han sido expulsados.
Por eso cuando el clan Uchiha invita a un grupo de periodistas nada más y nada menos que a la votación para elegir líder nuevo, toda Konoha coge aire y todos los diarios reservan sus mejores páginas para una crónica que pasará a la historia.
Los líderes de los Uchiha se eligen por mayoría simple entre cabezas de familia, pero los candidatos siempre se encuentran dentro de una línea genealógica que ha permanecido más o menos inalterada a lo largo de la historia. Fugaku llegó a su puesto tras el repentino deceso de varios de sus primos y la trágica muerte de su hermano mayor quien, sangrando en el campo de batalla, le encomendó la tarea de guiar al clan hacia un futuro más pacífico que el presente que les había tocado a ellos. Resultó una tarea ímproba y desagradecida, y ni siquiera cuando nació su primogénito, pudo pensar que eso cambiaría. Aquel niño de mirada sería, amistades escogidas y madurez inusitada, estaría obligado también a vivir con el corazón dividido entre su clan y la aldea. Le llamó sacrificio había sido una decisión ominosa, pero también que le había dado el carácter necesario para enfrentarse a todo aquello que le tenía el destino preparado.
Son 56 manos se levantan y 4 las que quedan bajas, y entonces el más anciano de los Uchiha anuncia con voz temblorosa que la asamblea ha votado, los lápices de los reporteros rasgando el papel. Itachi Uchiha se levanta y se inclina ante todos, su serenidad atenta al servicio de su apellido. Luego un aplauso se eleva poco a poco sobre las cabezas y su hermano le sonríe al otro lado del tatami del templo de Naka.
Los historiadores apenas se acuerdan de ellos. Son los segundos, los reemplazos. Sasuke creció sabiendo que su papel sería ser una nota a pie de página del clan, y se ha pasado toda su vida luchando contra su destino. Es una sensación agridulce, pues, ver cómo el clan va pasando uno por uno presentando sus respetos al Uchiha. Le cuesta ubicar el propósito de su existencia, y al tiempo le ofrece una libertad para forjar su propio camino que le resulta extraña y ajena.
El templo tarda en vaciarse. Son Shisui e Izumi los últimos en marcharse antes de dejar a los dos hermanos solos, envueltos en la luz de las lámparas de aceites. Sobre el tatami se proyectan las esculturas de dragones que rematan las vigas y las siluetas de los hermanos. La de Itachi, más larga. La de Sasuke, más fina. El silencio que se rompe cuando se mueve y cruje la madera vieja.
- Ni si te ocurra, - Itachi detiene a su hermano pequeño con un gesto rápido, y le pone la mano en el hombro. - No tienes que arrodillarte ante mí.
Los ojos de Sasuke se encogen con la duda.
- ¿Estás seguro?
- Únicamente si están los ancianos presentes. Ya sabes cómo se ponen.
Sasuke se ríe, suave, al tiempo que se vuelve a erguirse. El mandato de Itachi empieza mal si lo primero que hace es mofarse de la gente con la que tiene que gobernar.
- ¿Y qué pasa con llamarte - hace una pausa dramática - Itachi-sama?
- No. - Itachi es tajante en esto. Parece un poco horrorizado ante la idea. - Nada de -sama. Siempre y antes que nada voy a ser tu hermano, Sasuke. - Le va a dar un golpe cariñoso en la frente, pero su hermano lo esquiva rápido y ágil. - No lo olvides.
No queda nadie en las escaleras del templo de Naka cuando salen a la luz amoratada del anochecer, y las hojas que han amarilleado prematuras crujen bajo sus pies. Caminan sin rumbo fijo por las calles vacías, envueltos por el olor a pescado a la brasa y la tempura frita que sale de las cocinas. Un rumor de conversaciones familiares les persigue por los callejones adoquinados y durante un momento los hermanos viven en la falsa ilusión de que los Uchiha son unos amables e inofensivos ciudadanos más que simplemente han dejado a su cargo y no un grupo de poderosos shinobis con cierta tendencia a iniciar revoluciones.
Itachi le va a informando de qué ocurrirá a continuación. La votación de este día ha sido el inicio de un proceso largo y lento que probablemente se alargue hasta el fin del año. Hay un estricto y oscuro protocolo privado del que Sasuke, teóricamente, no puede saber nada: un intrincado proceso arcaico de sellos, juramentos y ungimientos en el que solo participan algunos miembros escogidos del clan y el nuevo líder. Hay otro, sin embargo, público y abierto en el que están envueltos los principales órganos de gobierno de Konoha. Itachi le explica que el Consejo de la aldea ratificará su título y se inscribirá en el libro de la ciudad. Solo entonces será oficial y podrá empezar ejercer plenamente el cargo.
- ¿Cuándo crees que será eso? - Sasuke se detiene en un cruce. Al final de la calle, se ve el follaje rojo del zumaque que Mikoto mandó plantar a la entrada de su casa.
- Después de la boda de Nara y antes del festival de otoño, supongo.
- No es mucho tiempo. ¿Será suficiente para que Izumi y tú os caséis? - Itachi levanta las cejas sorprendido y Sasuke tartamudea. - Tenía entendido que… o sea, el líder del clan tiene que tener un heredero pronto o casarse o algo así y como Izumi y tú… es…
Itachi parece de pronto, contrariado. Un suspiro largo y profundo que va a morir en el cuello alto de su camiseta azul. Una tristeza cruza los ojos almendrados.
- Es mejor que hablemos de esto en un sitio más privado.
Sasuke no sabe si debería decirle alguna vez lo mucho que se parece a su padre cuando le posee esa seriedad secreta y confidencial con la que le dirige a través de ramas y los tejados. Está a punto de comentárselo cuando por fin caen sobre la hierba fresca del bosque, pero hay algo extraño en cómo lo mira. Trascendido, vulnerable. Sasuke le ve sentarse en una roca.
- No voy a casarme con Izumi. - Dice, por fin. Están todos los ojos de las criaturas de los árboles puestos en él: Sasuke, la ardilla en la raíz, el tejón en la madriguera, el ruiseñor en la zarza. - No porque no quiera, sino porque no puedo. Y no puedo - completa, la ceja de Sasuke alzada en un interrogante - porque Izumi no… Izumi no puede tener hijos. Y la normativa del clan para los líderes dice que…
- … que ha de haberse concebido un heredero en un plazo de un año o la mujer ha de ser repudiada de manera inmediata y debe buscarse otra o aceptar vivir en concubinato. - Sasuke suspira, y comprende todo. Si antes respetaba a su hermano, de pronto ese respeto se multiplica por mil. - Así que por eso no te has casado en todo este tiempo.
Asiente con la vista fija en el suelo.
- En efecto.
- ¿Y no hay manera de cambiarlo?
Itachi levanta la mirada, con más sarcasmo en sus ojos de lo que se suele ver nunca.
- ¿Cómo?
- No lo sé, pero tú eres el que manda ahora. ¿No habías dicho que querías hacer las cosas de otro modo?
Hay cierta ironía en la manera en la que Sasuke, el hombre que siempre lo arreglaba todo por su cuenta y sin encomendarse ni a dios ni al diablo, delega en su hermano con soltura. Itachi cree que es un poco de madurez y también un poco de exceso de confianza entre ambos, pero agradece que Sasuke haya asumido de una vez por todas que no puede arreglar el mundo solo.
- Es una ley fundacional. Para alterarla necesitas una mayoría compuesta dentro del consejo interno.
- Y el consejo…
- Con suerte hay un empate técnico. Los ancianos se opondrán, por supuesto. También los de la rama secundaria: el matrimonio con la rama principal era una de sus pocas formas de ascenso social. En cuanto a padre… supongo que nos apoyará. Shisui va a ser el nuevo consejero de enlace con la aldea, pero sigue vacío el puesto de la policía hasta nuevo aviso. Tras lo de Yahiko podríamos tardar un par de años en encontrar a alguien que satisficiera tanto a la aldea como al clan. Queda el representante de civil y Madre cree que sería bueno incluir a una mujer.
Enumera la situación con un tono que está más cerca del cansancio que de la derrota, pero deja entrever que no habrá nada fácil para impulsar los cambios que siempre ha querido que se produjeran dentro del clan: reabrirse a la aldea, aumentar la transparencia, terminar con la endogamia. Sasuke está de acuerdo con todos y cada uno de los objetivos, y también en que es la única manera de que su apellido sobreviva a todo el asunto de Akira antes de que el resto de los clanes tomen el control sobre la policía. Adaptarse o morir, habían concluído hacía un par de noches. Integrarse en la aldea o escindirse de ella, no quedaba más.
- Yo podría ayudarte, - comenta. Apoyado en el árbol, Sasuke parece más joven de lo que es, pero mucho más maduro que hace unos meses. Siempre hay algo enigmático en como su belleza se adapta a su humor. - si formara parte del consejo.
Itachi le censura con un tono acerado:
- Eso suena bastante a nepotismo.
- Tsk. No me refiero a eso, hermano. Me refiero a… - Sasuke se pasa la mano por la cara y piensa las palabras que quiere decir. Ahora le resulta más fácil pero sigue siendo un problema que le afectará toda la vida. - Yo podría ocupar el puesto de la policía.
La verdad es que Itachi podría hacer como que al menos se lo piensa un poco.
- No digas tonterías.
- ¿Por qué no? - Sasuke se acerca hasta su hermano, que se levanta de la roca para quedar a su altura. El pelo del pequeño es mucho más oscuro que el de Itachi, y recoge los lunares de luz que se cuelan entre los árboles. - Tengo la confianza de la Hokage, tengo experiencia. Soy Uchiha. Y después de lo de Akira nadie mejor que yo representa el cambio. Soy el candidato perfecto.
- Sasuke - recurre al tono de hermano mayor paciente - no puedes dejar ANBU.
- Sabes tan bien como yo que odio ANBU. - Es la primera vez que lo dice en voz alta. Itachi no puede evitar dejar escapar una sonrisa y murmura algo que suena a "por fin lo reconoces" pero aún así insiste: "la aldea te necesita". Sasuke finge que no lo oye. - Y lo cierto es que seguir ahí me resulta absurdo. Antes tenía un objetivo: ser reconocido por padre y por el clan pero ahora… después de todo lo que ha pasado… Quiero hacer algo que realmente cambie algo. Por el clan. Por la aldea. Por ti.
- Pero - Itachi intenta rebatir una última vez - ya has sacrificado demasiado. Has renunciado a Sakura y te vas a casar con Akira por tu exagerado sentido del deber y…
- Oh, cállate. - Itachi alza las cejas. Sasuke ha cambiado tanto desde la boda de Naruto que por una vez lleva la iniciativa de la conversación. - Todo eso lo he hecho porque he querido. Incluso lo de… Sakura y Akira y todo eso. Si te digo esto, es porque creo que esto puede ser realmente bueno para todos. Déjame que te ayude.
Durante un instante, Sasuke ve como por fin, su hermano se lo toma en serio.
- ¿Eres consciente de que pasarás de estar en activo a tener un papel más burocrático? Aún eres joven para…
El pequeño gruñe y cruza los brazos. Infla los carrillos como cuando era un niño pequeño que no se despegaba de sus zapatos, pura furia, y malhumor y admiración desmedida hacia su hermano. Itachi no puede estar más orgulloso del hombre en que se ha convertido.
- He visto siempre como trabajaba padre y siempre he pensado que podría ser más eficiente. - Itachi le escucha atentamente - Podría descentralizar parte del trabajo, incluir en los altos mandos a gente de otros clanes. Mantendremos el control aún, pero también podremos tener a nuestros mejores hombres donde nos necesiten. Y yo - confiesa con una media sonrisa, consciente de que una vida tras un escritorio es lo más parecido al infierno que se le ocurre - podría seguir estando en activo, trabajando tanto para la policía como para la aldea si así lo requiere.
Sasuke le mira altanero porque no suele ocurrir que sea él, el más listo de los hermanos. Itachi cree que tiene la boca abierta y hace la pregunta una vez más.
- Sasuke, ¿estás seguro?
- No me hagas repetirme ,- responde y gira sobre sí mismo, preparado para irse. Tiene una sonrisa arrogante pero mucho más amplia que las habituales. - o voy a terminar pareciendo Naruto.
8. Si te dicen que caí
Kankuro no debía de tener más de seis años cuando le llevaron por primera vez a visitar el cuartel del cuerpo de marionetistas de Suna. Iba agarrado de la mano de Temari, y les pasearon a los dos por las instalaciones como los hijos del privilegio que eran. Aquí, le señalaban un armario, guardamos las tablas de madera; aquí, enseñaban una mesa rayada, las serramos. En esta sala, decían abriendo una puerta, apilamos las chapas de metal antes de tratarlas y allí, indicaban la inmensa forja, fuego intenso tras el ventanuco, lo maleamos. Le enseñaron cómo las utilizaban en el combate y los talleres donde las ensamblaban y las reparaban. Temari lo miró con desinterés absoluto, pero a Kankuro le faltaron ojos para poder captarlo todo. Quiso saber más, así que aprovechó para preguntar. Le fascinó la idea de que una marioneta pudiera ser reparada cuando sufriera un daño, que a diferencia de otros shinobis, los marionetistas siguieran pudieran seguir luchando aunque estuvieran heridos. Había algo heroico en ese espíritu de resistencia, algo brillante en tener una visión de la batalla tal que te permitiera manejar tu arma desde la distancia. Le gustó tanto que decidió volver al día siguiente, tormenta de arena mediante y sin la mano de su hermana reteniéndole, para pedir que quería ser aprendiz en el taller. Le dio igual que se rieran de él (con su tamaño, dijeron, dónde iba a ir) porque a Kankuro siempre odió pensar que era demasiado pequeño para algo, así que persistió y persistió hasta que un alma caritativa le sentó a su lado en el banco de trabajo y le dio una sierra y una lija y el primer taco de madera de muchos. Y así pasó el resto de su infancia: sacándose astillas de los dedos, y vendándose quemaduras cuyas cicatrices aún dibujaban laberintos en las palmas de su mano.
Se las enseña a los niños que las observan curiosos y se quedan mirando fijamente las heridas más feas. Hay una - chilla una niña de pelo corto y negro - que parece un gusano.
- Entonces, aunque luches con una marioneta, ¡te pueden matar igual!
Kankuro alza una ceja ante el comentario morboso y un niño de ojos azules le contempla esperando una respuesta.
- Bueno… soy un shinobi, me pueden matar igualmente en cualquier momento. - Se rasca la parte de atrás de la cabeza. - No somos inmortales, chaval.
El niño parece decepcionado y sus amigos también. Como todos los infantes que conoce, parecen obsesionados con la idea de ser mejores. Más poderosos; más fuertes e imbatibles, buscando siempre héroes en personas cuyo único mérito era que no se notara demasiado que eran humanos. Kankuro le remueve el pelo a uno de ellos a modo de consuelo y les propone enseñarle las marionetas en directo. Solo he traído a Karasu y a la Kuroari en esta ocasión, les cuenta como en una disculpa, pero que parece no afectar a sus expectativas porque hay un wow generalizado cuando las invoca.
Les ve revolotear en torno a las marionetas a la luz de las fogatas del campamento y observar con curiosidad precavida cada uno de los elementos externos de los títeres. Se ríen de los que se esconden y los más valientes se acercan a tocar la tela marrón de Karasu. Cuenta una docena, de edades entre los 5 y los 10. Viajan con sus padres en la caravana que se les ha unido poco después de salir de Konoha, buscando la protección del Kazekage. Son familias de mercaderes con un marcado acento del país de la lluvia, que quieren probar suerte comercial con las islas del sur.
En otra ocasión, Kankuro habría considerado un incordio la compañía: son lentos y ruidosos, no hay manera de mantener el paso y cualquier ninja mediocre puede detectar su presencia en kilómetros a la redonda; pero en esta ocasión, Kankuro prefiere retrasar su llegada a la Aldea de la Arena. Suna - su amada Suna-, será un decorado sin argumento ahora que Sakura no está, que no estará nunca ya, ni siquiera para buscarla con la mirada cada vez que pasaba por debajo de su ventana en el hospital; ni siquiera para rezar por cruzársela en un rincón del mercado para ver si estaba bien; para comprobar si ella también le echaba de menos.
La vida sin Sakura será como aprender a respirar de nuevo.
Kankuro utiliza como excusa que ya de noche para volver a guardar las marionetas y mandarles de vuelta con sus padres, que terminan de cenar en el centro del campamento. Sin tiendas de campaña ni más refugio que la de un carro tirado por un par de bueyes, han dejado ya preparadas las esterillas donde pasarán la noche. Los niños todos juntos por un lado, los matrimonios en lechos contiguos por otro. Huele a madera y a pescado recién asado, y Kankuro descubre con una sonrisa que justo en el borde de la luz que procura el fuego, Gaara le espera con un plato para él; una trucha y un poco de arroz que acepta de buen grado, mientras se sienta a comer a su lado y apoya la espalda en el tronco de una encina vieja.
No ha dado el tercer bocado cuando el reproche aparece en los labios finos de su hermano:
- No son juguetes, - Gaara, siempre tan serio y predecible, - son armas. No deberías dejar que jugaron con ellas.
Kankuro termina de tragar un trozo de pescado, y sonríe en la semioscuridad velada. ¿Qué ha hecho él para tener un hermano tan apegado a las normas?
- No seas aguafiestas. Soy yo él que las ha montado y las unta con venenos y tal. Sé perfectamente que son armas, - se acomoda contra el tronco - pero estaba todo bajo control. Además, en algún momento tendré que aprender a tratar con niños: pronto tendremos sobrinos y habrá que entretenerlos.
El giro de la cabeza pelirroja de Gaara es lento y calculado. Si tuviera cejas, Kankuro está seguro de que serían una línea. Se encoge de un hombros y sonríe un poco, los ojos clavados en las sombras de los niños que corren a acostarse en sus camas improvisadas
- No me mires así. Temari ya se ha casado, y no creo que tarden en buscar un heredero para el clan Nara, es ley de vida. ¿No crees?
- Lo que creo, - Gaara siempre elige las palabras con cuidado, pero en esta ocasión busca cambiar de tema, visiblemente incómodo - es que has pasado demasiado tiempo con Yoshino Nara y ahora hablas como ella.
Le atraviese una risa corta y húmeda, que alterna con los últimos trozos de comida. La matriarca del clan del ciervo ha sido una excelente anfitriona durante los diferentes celebraciones y rituales previos a la boda, y entre ellos ha surgido una inesperada amistad que se ha basado en que Kankuro la hacía reír y le decía a todo que sí sin rechistar, estrategia que su marido e hijo no parecían haber comprendido a pesar de todos los años juntos y su altísimo coeficiente intelectual. El único problema había sido que la buena mujer parecía tener una obsesión permanente con ser abuela pronto, tal y como decía en cualquier ocasión que se presentara, para incomodidad de los presentes y especialmente de los novios que enrojecían hasta las orejas cada vez que salía el tema.
- No puedes culparme, - se levanta para lavarse las manos con la cantimplora -, es posible que ella sea la única persona en todo Konoha que no me odia.
No exagera, de verdad. Las dos semanas en la Aldea de la Hoja han sido aderezadas con un reguero de miradas asesinas, comentarios envenenados y reuniones incómodas. Naruto no le ha dirigido la palabra en estos días, y Tsunade parecía que se había tomado la ruptura como algo personal, él piensa que por su relación con Sakura y Temari sospecha que ha perdido alguna apuesta que había por detrás. La inquina social ha llegado a tal punto que se ha encontrando agradeciendo las horas de oficinas dedicadas a tareas administrativas, y se ha encontrado contento ante la perspectiva de una tarde entera dedicada a pasear por el bosque de los Nara totalmente aislado del resto de la ciudad.
- No te preocupes, - Kankuro ve cómo su hermano se levanta de su lado y se prepara para hacer la primera guardia de la noche: invoca los ojos de arena y los manda en diferentes direcciones, y se ajusta la capa de viaje en torno al cuello - pronto estaremos en Suna.
Se despide de él con un gesto de la cabeza y Kankuro se tumba para echarse a dormir, un brazo detrás de la cabeza a modo de almohada y los pasos de su hermano alejándose sobre el suelo pedregoso. Sobre él, el cielo es de un negro brillante y tiene miles de estrellas cinceladas y una luna enorme que llena el paisaje de plata. A pesar de la vecindad, es la primera vez que pernoctan en el País de los Ríos, un territorio que siempre cruza rápido. No se habría detenido aquí de no ser por la caravana, y de algún modo agradece tener la oportunidad de ver un firmamento diferente antes de volver a la soledad que le traerá la vida en Suna.
Una noche más, se encuentra pensando en que no quiere volver a la casa donde ya no vive Temari. No ansía tener reuniones con quien quiera que sea el nuevo jefe del hospital. No tiene interés en volver a la vida despreocupada de su soltería: trabajar, mujeres sin nombre, fiestas con amigos, y papeleo absurdo. Sin más propósito que el de servir a su aldea y sobrevivir otro día, su futura parece cubierto aroma a ceniza y polvo y vacío y le gustaría, le encantaría sin dudar arrancarse un rato el corazón del pecho por ver si así deja de tener ese vórtice de pena que le come por dentro.
Parece que esta noche también será pasto del insomnio.
- Soy imbécil. - murmura y sus palabras resuenan en la semioscuridad. Las familias duermen y solo se oye el suave paso del viento y las llamas bajas que aún crepitan en la madera. Kankuro gira sobre sí mismo buscando una posición más cómoda, pero sabe lo que viene a continuación.
Las siguientes horas será una lucha entre su cansancio físico y su propio martirio emocional. Repetirá en su cabeza las escenas que llevaron a su última noche con Sakura: Gaara comentando aquella tarde que Sakura dejaba su puesto; presentarse en la fiesta con la idea de hablar con ella, pero encontrarle rodeada de admiradores que no la dejaban sola; él intentando ver qué demonios estaba hablando con Temari; la rubia esa que no aceptaba un no por respuesta; Temari hablando con él unas horas más tarde; la sensación de nerviosa cuando Temari le dijo que en realidad Sakura no volvería a Konoha; él en la cama dando gracias porque entonces no volvería con Sasuke; él en la cama fustigándose por haber pensando así; él en la cama dando vueltas porque se da cuenta de entonces tardará mucho tiempo en volver a verla; él dándose una ducha para relajarse; él decidiendo que daba igual, que tenía que verla una última vez; los guardias saludándole cuando se los cruzó esa madrugada; Sakura abriéndole la puerta en una pijama minúsculo; descubrir que le daba igual que dijera porque solo quería besarla hasta deshacerse en su cuerpo y hacerlo contra toda sensatez y buen juicio; ignorar los avisos de su corazón cuando ella insistía en que se iría igual; y luego desnudarla; y luego comerla entera; y luego hacerle el amor porque amor era lo único podía darle; y luego follarla contra las sábanas porque el deseo era la único que no podía desaparecer; y luego consumirse en su piel mientras acababa la noche porque seguir estando vivo era un privilegio que tenía que extinguir antes de que amaneciese. Y luego marcharse. Marcharse, sin decir nada. Repite esa parte de nuevo en su cabeza. Marcharse, sin decir nada. Da más vueltas sobre sí mismo, pasa el tiempo y vuelve a caer en la trampa del si hubiera: si se hubiera quedado, se habría unido a sus hermanos un par de días más tarde; si se hubiera quedado, le habría hecho el desayuno, le habría pedido que se quedara. Le habría ofrecido volver a intentarlo, abandonar esa vida de platos vacíos y comidas solitarias, de paseos sin rumbo, de horas sin risas.
- Soy realmente imbécil - repite, otra vez boca arriba, y exhala profundamente.
Prueba nuevas técnicas para descansar. Cuenta ovejas, repasa el nombre de todos los equipos genin de Suna, enumera la lista de jutsus prohibidos y justo cuando parece que se está quedando dormido de nuevo, siente una llamarada del chakra de Gaara y se pone en pie de un salto.
Algo va mal.
Le encuentra a unos minutos caminando, al sur de donde está él, inhiesto y mirando con fijeza el horizonte. Antes de llegar a su lado, invoca dos clones y Kankuro se encuentra con que tres pares de ojos aguamarina le miran. El Gaara original les da instrucciones similares: buscar una patrulla ANBU cerca de la frontera, uno dirección Konoha, otro hacia Suna. Avisarles de inmediato de que manden refuerzos.
- Gaara, ¿qué coño ocurre?
La respuesta de su hermano se oye en un susurro.
- Hay al menos quince personas rodeándonos ahora mismo.
Kankuro se tensa entero. Su cabeza va de inmediato al sitio donde guarda las marionetas.
- ¿Los tipos de los informes? - Gaara cree que sí. - Así que no eran historias de viejas al final…
Los dos se vuelven para mirar hacia el campamento. Ha sido irresponsable dejar que hicieran tantas fogatas en un lugar como este. En esta zona los fértiles bosques del país del fuego y las yermas tierras del desierto dan lugar a valles de vegetación dispersa y pequeñas depresiones del terreno. Alcornoques, encinas y enebros son poco útiles cuando se trata de esconderse ante una emboscada.
Improvisan un plan mientras caminan para movilizar la caravana. Gaara se llevará a los niños y quienes no pueden luchar a un lugar seguro, Kankuro se quedará para hacer frente a los ataques y ganar tiempo hasta que lleguen los refuerzos:
- Yo los distraigo, - carga sus dos rollos de marionetas en la espalda - pero necesitaré gente.
El concepto de "gente" se traduce en una media docena de hombres y un par de mujeres con un mínimo conocimiento militar. Kankuro les ve agarrar el kunai como alumnos el primer día de academia, y aunque la técnica es terrible, no les puede negar la valentía. No muy lejos de ellos Gaara va metiendo a los niños en sus bolas de arena e instando al resto de los adultos a que se muevan rápido hacia unas cuevas cercanas. En la distancia, intercambian una mirada preocupada y se despiden con un gesto de la cabeza.
Los dos comparten el mismo mal presentimiento.
Kankuro elige esperar a sus enemigos en un pequeño montículo cubierto de madroños y olivos. Hay unas cuantas rocas lo suficientemente grandes como para poder esconderse y al menos tres rutas de escapatoria en caso de que las cosas se pongan muy feas Les explica al situación mientras los coloca en círculo y convoca a Karasu para tenerla preparada. Todos los presentes tienen cierta cara de pánico cuando les instruye y lo único que pide Kankuro es que obedezcan sus órdenes y que no rompan filas.
- Si yo digo que paréis, paráis. Si os digo que os pongáis en círculo, os ponéis en círculo; y si os digo que mováis el culo de aquí hacedlo, porque lo más probable es que os vayan a matar, ¿ha quedado claro?
Asienten, aterrados y Kankuro intenta quedarse con sus nombres y sus caras. Si tiene que enterrar a alguno en estas tierras, quiere recordar cómo se llamaba. Les manda a sus posiciones y se queda mirando el valle iluminado por la luna llena, intentando ver algún movimiento que delate movimiento.
Una lechuza, primero, y tiene que mandar callar a quien quiera que haya chillado.
Un gato montés, saltando desde un árbol, le pone el corazón a pulso.
Luego una gineta, luego el viento, un ratón de campo y finalmente una rama rompiéndose con demasiado fuerza le da la pista.
- Ya llegan.
Aparecen en cuestión de segundos desde todos lados. Un ataque relámpago, tal y como esperaba. Caen sobre ellos en grupos de dos, e intentan crear caos con sellos explosivos y bombas de gas. La voz de Kankuro se impone al ruido y les recuerda que se mantengan en posición. Todos obedecen, pero saben que están temblando en sus puestos. Ciegos, anulados los sentidos, su voz es la única guía que tienen.
Entre las nubes de humo y polvo, intuye las siluetas de los enemigos en la oscuridad. Son menos de los esperado y sospecha que el resto han ido siguiendo el rastro de Gaara. Llevan capas largas y negras y unas máscaras rojas y blancas con grandes picos. Recuerda a esas máscaras de las danzas dedicadas al dios Tengu, y Kankuro entrecierra los ojos, empezando a encajar las piezas en su cabeza. Pero no es el momento de pensar en ello, porque el aire huele a pólvora y sangre y se vuelve rápidamente para ver quién está herido. Una de las mujeres se sujeta el vientre con una mano y respira con dificultad. Le ordena que se retire al centro del círculo.
La defensa ante el siguiente ataque la deja en manos de Karasu. Se desplaza unos metros hacia atrás, y es ella la que saca cuchillas, dardos, senbons y sogas de acero que rasgan la noche en chirridos de carne abierta contra el metal. Es un ataque rápido, eficiente, y mortal para ambos lados. Kankuro no contaba con que sus atacantes conocieran perfectamente la técnica de aparecer y desaparecer, y manejen ninjutsu con maestrías. Hay al menos dos usuarios de fuego y uno de agua, y el de tierra ha roto ya tres veces su formación y Kankuro tiene que retirar su marioneta del suelo antes de que termine en el fondo de una grieta abierta. Antes de que pudiera hacer nada, tiene que volver a defenderla porque viene una nueva ráfaga de asaltos, esta vez con el taijutsu de protagonista. Están bien entrenados, fallan pocos golpes y Kankuro se encuentra pronto defendiéndose a patadas, sin sus rollos en la espalda y los títeres abandonados con los golpes de sus compañeros de banda sonora.
Les obligan a replegarse tras el tronco de una encina milenaria, Kankuro con la respiración de un perro sediento y trae a las marionetas de vuelta a su lado. ¿Quién es esta gente exactamente? Los ataques han sido simultáneos e intensos, en lo que él solo puede considerar un absoluto desperdicio de chakra. Hace recuento de daños. Está seguro de haber acabado con al menos 4 de su lado, pero él ha perdido otros tantos y uno de los supervivientes luce una herida abierta en el muslo. No podrían hacer frente a un nueva ofensiva de esa envergadura, y toma una decisión rápida. Se vuelve hacia ellos, tierra pegada en la cara y las uñas rotas. Le tiemblan los dedos por el sobreuso de los hilos de energía.
- Hay que dividirlos - susurra. Le cae el sudor por la cara - para que Gaara gane tiempo. Uno se quedará aquí escondido. Dos de vosotros iréis hacia Konoha. Intentad llamar la atención de cualquier ninja que veáis que os puede ayudar. Los otros dos iréis hacia el río todo lo rápido que podáis. Cuando lleguéis ahí, saltad al agua: así perderán vuestro rastro.
- ¿Y tú, señor?
Los ojos de Kankuro se pierden en la espesura del bosque.
- Iré hacia la frontera de Suna. Quizá una de nuestras patrullas nos ve. - Es una esperanza que roza la necedad, pero no le queda otra alternativa. - Pero no os preocupéis por mí: lo importante es que no dejéis de ir hacia el río o llegarán donde estén los niños, ¿comprendido?
Los cinco murmuran "comprendido", pero están a un latido de corazón de echar a correr así que Kankuro les anima:
- Podéis hacerlo. Confiad. Ahora voy a crear una distracción y en cuanto os diga, salimos cada uno hacia los lados. ¿Vale? - Trae a Karasu hacia así y mete la mano en la boca hasta que saca pequeño un artefacto de metal cilíndrico con una mecha. - Esto va a estallar en los próximos 30 segundos y lanzará unas bombas con un gas lacrimógeno. Voy a contar hasta tres y luego nos vamos. Intentad por todos los medios no respirar lo que salga de ahí.
Sin esperar su aprobación, hace un jutsu rápido y prende la mecha.
Uno.
Se oye el chisporroteo del fuego quemando el cable y carga los rollos en su espalda.
Dos.
Suena el clic que anuncia que ya se han cargado las bombas. Se prepara para saltar.
Tres.
Brinca hasta llegar entre dos árboles y se tapa la nariz con el antebrazo alejándose del montículo. Los árboles son demasiado bajos como para usarlos de impulso, así que corre sobre el terreno lleno de piedras con Karasu como una carraca volando junto a él. Sobre su espalda, el rollo de Kuroari se le clava en las lumbares y no tarda mucho en que empieza a doler. Y es extraño, porque no suele ocurrir que duela, lleva cargando pergaminos toda su vida. Se ajusta un poco las cintas para reubicarlo, pero no mejora. Corre incómodo en zigzag para despistar, y en un momento dado en que el dolor empieza a ser tan fuerte, tropieza.
Se ve obligado a detenerse para ver qué coño pasa.
Agachado junto a unos arbustos, concentra sus primeros esfuerzos en enmascarar su chakra y ver cuán lejos están sus perseguidores. Hay un zumbido lejano, y sabe que por ahora les ha confundido. Puede respirar con tranquilidad de nuevo. Se gira para analizar su situación mientras se quita el peso de la espalda y ve el mismo paisaje de antes, un poco más salvaje y con plantas más pequeñas. Se queda mirando un enebro que se mueve un poco. Algo demasiado grande como para ser un conejo, y demasiado lento como para ser un ninja. Por si acaso, prepara un kunai en la mano izquierda y tira uno de sus hilos de chakra hacia el arbustos y atrapa lo que sea con el látigo. Y achica los ojos para adaptarse a la penumbra, preparado para encararlo.
Maldice y maldice y maldice otra vez cuando ve lo que tiene enfrente
Es el niño de ojos azules con el que había jugado esta noche.
- ¿Qué haces aquí? - le pregunta, brusco. Bajo la luz de la luna, las lágrimas brillan como perlas y de pronto se acuerda de Sakura y sus criaturas en el hospital temerosos de los adultos y relaja el tono. - ¿Por qué no estabas con los demás?
- Me levanté al baño, señor… y cuando volví al campamento… - empieza a temblar - eh… no había nadie y… me volví y me perdí… y - solloza - ¡lo siento mucho!
- Ok. - Le aprieta un hombro. Intenta ser cariñoso y le lleva al refugio espinoso de una zarza seca, al resguardo de enemigos. - No pasa nada. Respira profundamente. Es importante que te calmes. - El niño hipa pero asiente. Tiene las manos sucias apretadas contra la camiseta. - Muy bien. Escucha: hay unos… - hijos de puta - señores malos que quieren hacernos daño. Estamos intentando escapar de ellos. ¿Sabes si te han seguido?
No lo sabe, por supuesto, qué va a saber la pobre criatura, y a Kankuro no le queda mucho tiempo antes de que se den cuenta de que están ahí, agazapados. La posibilidad de huir cargando con el niño en plenas facultades físicas no es una tarea fácil, incluso para un shinobi de su calibre, y conlleva más peligros que ventajas: teme que les vean, que se retrase, que se exponga demasiado. Es territorio desconocido y todos los ojos son enemigos, y todos los rincones un peligro.
- Hey, - le pregunta mientras invoca a Kuroari -, ¿te gusta jugar al escondite?
El niño mira la marioneta de arriba abajo, y aunque asiente, se contrae un poco. Una cosa es verla jugando con tus amigos, otra con temblando de miedo en mitad de la noche. Kankuro le revuelve el pelo mientras observa el perímetro:
- No pasa nada. No te va a atacar. Está hecha para prisioneros, pero en este caso creo que también valdrá para protegerte. - le dice mientras le ayuda a meterse en el interior. Dentro, pequeño y en pánico, Kankuro le recuerda a Gaara. - Te vas a quedar aquí hasta que el peligro haya pasado, ¿vale? Los malos no podrán tocarte.
- Pero… - el niño le mira sentado en la madera y Kankuro ignora el sentimiento que le provoca la idea de dejarlo ahí - si nadie me ve…
- Si no estoy yo, Gaar… El Kazekage te verá, ¿vale? Haré un sello que solo puede encontrar él y podrá abrirlo y sacarte. - Le lanza una sonrisa para calmarle. - Él es el más fuerte, y yo no estoy tan mal. Todo irá bien.
El niño tarda un poco en estar de acuerdo, y le tiene que asegurar un par de veces que no le ocurrirá nada hasta que puede empezar a activar el complejo mecanismo de cierre. Es una serie de engranajes mecánicos complejos, cubiertos por capas de jutsus y sellos, que Kankuro ha diseñado con maestría, y que termina de precintar con su propia sangre. Un corte limpio en el pulgar, y dibuja un anagrama sobre la madera. Solo los miembros de su familia podrán abrirlo ahora.
Su plan es mover a Kuroari a un lugar más escondido, pero al levantarse y empezar a empujarlo, el dolor de la espalda retorna con una intensidad nueva. Lacerante, y efervescente, se lleva las manos en un reflejo hacia la espalda y cuando las ve bajo la luz de la luna, el brillo de la sangre empapándola parece brea recién vertida. Los bordes de la herida arden cuando se roza con la tela y el entumecimiento en la zona le hace pensar que el arma con el que le han herido lleva algún veneno que impide la cicatrización.
- Mierda…
Se empieza a sentir mareado y está intentando paliar el dolor con técnicas básica de justsus médicos cuando nota una fuerte fuente de chakra y se pone en alerta. No hay nada amigable en la manera en la que se acerca, y detiene lo que está haciendo para poner a Karasu en la copa de un árbol, camuflada para atacar por sorpresa si así se requiere. Se vuelve y habla al niño a través de la madera:
- Escucha, viene alguien. Oigas lo oigas, no hagas nada por salir de aquí.
Más alto que el resto, más delgado que un ninja normal, tiene la máscara de sus colegas pero los colores invertidos. Blanca en su mayoría, solo la forma delos ojos van en rojo y la punta de la nariz deforme. Kankuro le espera con los brazos cruzados y una estudiada postura de superioridad.
- No me digas que tú eres el jefe de esta panda de desgraciados.
Hacerse el gallito en estas ocasiones es una de esas cosas que hacen que a uno le maten, pero no es que tenga muchas más opciones más que ganar tiempo y despistar al oponente.
- Kankuro de la Arena, - su voz suena cavernosa, lejana y antigua y arcaica y Kankuro inclina la cabeza hacia un lado. ¿Quién demonios es y por qué le conoce? - dame al niño.
Encima viene con exigencias.
- No.
Y no es que Kankuro esté dispuesto a conceder a la primera.
- El niño.
¿Gente que secuestra menores con motivos oscuros? No, gracias.
- ¿Para qué?
Kankuro lo odia sin haber hablado con él ni un minuto.
-Nuestro dios pide niños. - ¡Ah! Así que son de ese subtipo de hijos de puta. - Ya no podemos coger a los niños de Suna, necesitamos estos otros niño
- ¿Los niños de Suna? - Kankuro habla lento y paladea sus palabras, no sabe si por la preocupación o por el efecto del veneno. No le gusta no le gusta nada lo que dice. Los niños de Suna son sus niños, al fin y al cabo. Y no va a permitir que nadie toque a su gente.
- Los que iban por las calles, - se acerca unos pasos hacia él y Kankuro siente el calor que desprende, intenso y fuerte. Sobre la espalda lleva una espada y gotean algunas gotas de sangre contra el suelo. - los que nadie reclamaba. Ahora los acogéis en el hospital. Y nuestro dios sigue pidiendo niños para mantener el equilibrio del mundo.
-¿El equilibrio del…? - Realmente no está para tonterías y menos para entender las intenciones trastornadas de un pirado. - ¿Y crees que te voy a ayudar porque…?
La respuesta no llega y la pregunta no se termina, porque se abalanzado sobre él en un movimiento rápido y asesino que detiene Karasu con una coraza de metal. El traqueteo de sus mecanismos corta el aire de la noche como una carraca tenebrosa y Kankuro está agradecido de tenerla de compañera de viaje desde hace tantos años y conocerla tan bien. Tira de sus hilos para moverla y él salta a un árbol para tener mejor visión de la situación: está ahora atacando con una cadena de metal y unos shuriken que se disparan en espiral. Algunos consiguen golpear a su enemigo, golpes que apenas duran unos segundos, porque hace el tipo hace un uso absolutamente magistral del kenjutsu y algunos ataques de viento. Maneja la espada con fluidez sobre el aire, y a Kankuro le preocupa que no intente ni atacarle a él ni a su marioneta, sino que se centra en cortar una y otra vez los hilos de chakra que los unen, obligándole a restaurarlos una y otra vez y a volver buscar sus puntos de conexión. Le fuerza a gastar su chakra y a ir más lento, y Kankuro empieza a tener verdaderos problemas cuando se enfrenta con dos clones que cortan todos y cada de las cuerdas con las que controla Karasu.
No le da tiempo a recuperarla cuando siente un golpe fuerte de aire contra su cuerpo y termina chocando contra un árbol varios metros más allá. Le cuesta un rato recuperar la compostura, varios huesos rotos, está seguro, y la sobrecarga de sus puntos de acceso de chakra hace que ardan como estrellas bajo la piel, y nota que algo dentro de él se quema y se marchita al mismo tiempo.
Con cierto horror, ve que el tipo camina hacia Kuroari y aunque confía ciegamente en su protección, su enemigo es mucho más hábil de lo que esperaba y no sabe lo que es capaz de hacer.
Quiere correr, pero sus piernas no responden. Piensa que el veneno ha hecho ya efecto en sus extremidades, pensando en un dolor similar cuando Sasori le envenenó hace ya tantos años. Pero cuando mira hacia abajo ve que lo que ocurre es que se está hundiendo en la tierra. Cae, cae, cae hasta que la arena le llega a las rodillas y está paralizado. Busca un agarre en el árbol, se le dilatan las pilas y se le acelera el pulso, pero cómo demonios va a haber arenas movedizas casi en el desierto como están y…
Joder.
Kai!
Vuela, más que corre, una vez que ha conseguido romper el genjutsu. Sobre Kuroari se cierne la sombra del tipo este, y Kankuro teme, sospecha, odia la idea de que quizá es maldita espada suya consigue abrir la madera y el acero de su marioneta. Se lanza, sin pensarlo mucho, entre ambas cosas. Entre el filo y la madera, entre una cosa y la otra.
El metal le atraviesa justo al lado del corazón y la sangre le sale en un chorro limpio del pecho.
Kankuro cae a cámara lenta. Sus rodillas se golpean contra la hierba y la roca dura y el kunai en su mano sale disparado lejos de él. Su respiración parece rota, le cuesta encontrar el aire que llega a sus pulmones, y se gira intentando traer a Karasu en último intento pero ya no puede acceder a la mayor parte de sus puntos de chakra. Nota el sabor de su propio plasma goteando entre sus labios.
Ya ves, chaval, que estamos muy lejos de ser inmortales.
No sabe en qué momento todo su cuerpo cede a la gravedad, y queda tumbado boca arriba en la tierra. Vuelve su cabeza un poco, y en su campo de visión aparecen unas sandalias desdibujadas justo a su lado. Oye el ruido del metal de una espada saliendo de la cincha de cuero y aunque sabe lo que viene antes de que pase, el dolor cuando la hoja le atraviesa el abdomen es insoportable. Aún así, sonríe. Porque es Kankuro de la Arena, arrogante, e independiente, orgulloso y valiente. Baki le decía de pequeño que nunca se tomaba nada en serio, y Sakura le decía que ese sentido del humor le encantaba de él. Así que que te jodan, secuestrador de niños, que no me voy a ir llorando de este mundo. Si se muere que sea al menos con la última risa. Estira la mano hasta tocar la madera de la hormiga. Un poco hacia la izquierda, cree, aunque apenas sienta las manos ni los brazos, ni nada que no sea ese escozor que le atraviesa y ese frío que le salpica, y aunque el metal en su abdomen brille bajo la luz de la luna, como un talismán maldito. Ahí, justo ahí, un botón que puso por probar, porque se aburría y que resulta útil, quién lo iba a decir. Gaara, ¿has visto? Te dije que las marionetas al final siempre tienen la última palabra. Un gran truco final. Por eso le gustaban tanto ¿Lo sabía cuando lo eligió, hace ya tantos años? Kankuro no lo sabe bien, la vista se le nubla y los recuerdos se superponen. Él, pequeño, aprendiendo cómo construir una marioneta; él adulto, innovando, no hace muchas semanas, juntando un pequeño dardo con veneno mortal. No te la ves venir, bastardo. Es un sonido fino el que oye, un clic, luego un silbido, todo engrasado y entonces un aullido de dolor. Bingo. No aguantará mucho, si le ha dado en el cuello. Temari, puedes estar contenta: he ganado. O he perdido. Por favor, no te enfades porque me he muerto. No muy lejos se escucha un ruido de convulsiones, y luego la arcada y el vómito. Luego estertores. Luego un cuerpo casi inerte contra el árbol. Luego nada.
El niño solloza tras la madera y Kankuro estira las manos como para acariciarle a través de ella.
Pero está cansado. Tan cansado. Kankuro mira la luna y piensa. Piensa en todas las cosas hermosas que han hecho que la vida valga la pena. La silueta de su aldea recortada en el horizonte. Una risa después de comer, tres platos llenos antes de la cena. Una cabeza rosa apoyada en su hombro, quedándose dormida a mitad de una película. Tres niños corriendo por una casa, los tres con los ojos verdes de su madre, heredando el corazón más grande que ha conocido.
Te habría querido hasta el fin del mundo.
Se le cierran poco a poco los párpados.
Hay universos, constelaciones, y luego la más absoluta negrura.
Su último pensamiento, se lo dedica a Suna.
Su última respiración, es para sus hermanos.
Pero su último latido…
...Su último latido es para Sakura.
¡Hola!
Mmmmm.
No tengo mucho más que decir. Este capítulo ha estado en mi ordenador por más de dos semanas y me veía incapaz de publicarlo. Después de escribirlo no lo he tocado y ahora os lo dejo a vosotros. He terminado cogiendo mucho cariño a mi Kankuro.
Por favor: decidme que os ha parecido. Una vez más, pero especialmente después de esto… agradezco cualquier tipo de feedback. :)
Un abrazo,
RC
