—Así que… ¿has vuelto?

Bruno pegó un brinco en el sitio hasta el punto de caerse de su destrozado butacón y me miró sin saber bien dónde meterse.

—Eh… Ha sido un día… cansado y… necesitaba…

—¿Pensar?

—Iba a decir sentirme a salvo, pero sí, lo tuyo suena bastante mejor.

Su respuesta me hizo reír. Era sorprendente cómo cada vez que habría la boca me mostraba un pedacito de su alma de la forma más cómica posible.

—A salvo, ¿de qué?

—De… ¿todos?

—¿También de mí? —pregunté acercándome a él divertida por la situación.

—Especialmente de ti —contestó levantándose y arrinconándose contra la pared.

—Y… ¿te molesta si me quedo un rato?

—Eh… no, claro. Estás en tu casa.

Me senté de un salto en uno de sus barriles y ponderé durante unos segundos si realmente debía quedarme: no quería hacerle sentir incómodo. Al fin y al cabo, aquel rincón estaba pensado para regalarle paz.

—¿Te puedo hacer una pregunta, Bruno?

—Claro, pregunta lo que quieras.

—Hoy, te he visto jugar con Antonio y he caído en la cuenta de algo. Cuando viste la profecía de la destrucción de la casa la segunda vez, hasta que vimos la mariposa dijiste que era todo igual.

—Así es.

—Pero en ella se veía cómo Félix rescataba a Antonio de ser golpeado con su propia puerta.

—Ah, sí.

—Eso significa que, cuando la viste, supiste que habría un niño nuevo, pero no podías saber quién era.

—Sí… Supuse que sería hijo de Félix por lo desesperado que parecía por salvarle, pero también podría haber sido su sobrino.

—Así que… te fuiste aún sabiendo que ibas a tener un sobrino al que ni siquiera llegarías a conocer.

—Eh…

Bruno hizo una mueca de incomodidad y se frotó el brazo haciendo que su ruana se ciñese a su figura y recordándome lo excitante que había sido acercarme a él tan sólo unas horas antes sabiendo que no había camisa bajo la ruana y pudiendo intuir pequeñas partes de su torso al verle correr. Sabía que el de Bruno no era un cuerpazo escultural, era pequeñito y escuálido, pero, también era firme y fuerte, y, sobretodo, acogedor y reconfortante. Lo había comprobado muchas veces: su tacto, me hacía sentir querida y segura.

—Yo… bueno. Antonio no me necesitaba para nada y… en ese momento…

—Yo sí.

Se calló. Nunca se daba la oportunidad de admitir que cuidó de mí.

—Me alegro de que haya tenido la oportunidad de conocerte —dije tratando de sacarle de la incomodidad—. Se nota que te adora; desde el primer día.

—Eso es porque confió en ti.

—Te dejó su peluche, ¿lo olvidas? Le gustabas.

—Es atento, considerado y observador, como tú. Me vio asustado y quiso ayudar. Nunca podría olvidarlo.

—Lo sé; lo vi en tu mirada.

Bruno hizo silencio de nuevo, pero, esta vez, parecía mucho más relajado y me analizaba en la distancia.

—Aquel día… me dejaste impresionada, ¿sabes?

—No me sorprende… —replicó él arrugando brevemente la nariz.

—Lo digo en el buen sentido.

—Ya… seguro que un viejo rodeado de ratas y echándote sal en la boca da muy buena impresión.

—Para ser justos, lo equilibraste con el azúcar.

Bruno rio y relajó aún más la postura. Entonces, volvió a su butacón y se dejó caer mirando hacia algún punto incierto del techo.

—Fui yo el que fue sorprendido aquel día.

—¿No esperabas que encontrase tu agujero?

—Eso, desde luego, pero… lo que me sorprendió fue tu confianza, tu valentía, tu genio… Me impresionó lo comprensiva que eres, lo que te preocupas por tu familia, el halo mágico que te dio la luz de la habitación de Antonio mientras me decías sin dudar que no ibas a juzgarme por mi don… Tan diferente… tan hermosa…

Oh, wao.

—Bru… ¿Bruno?

—¡Ah! ¡La abuela!

—¡¿Qué?! ¡Dónde?!

—No, hablemos de la abuela.

—¡¿Es que quieres provocarme un paro cardíaco?!

—¿Qué crees que pasará cuando la abuela deje este mundo?

—¿Qué? ¿Me estás hablando en serio? Hace un momento estabas…

—¿Crees que desaparecerá la magia con ella?

—¿Qué? ¿Por qué?

Chico listo. Supo dónde atacar para obligarme a cambiar de tema.

—Bueno, tiene sentido, ¿no? Si realmente el milagro lo sostiene el abuelo… no creo que se vaya a quedar aquí para siempre, ¿no crees?

—¿Quieres decir que… la está esperando?

—No lo sé. Es una posibilidad. Para cuando la abuela se vaya, él ya no tendrá tres bebés a los que proteger. Somos una familia grande, autosuficiente y capaz de salir adelante sin el milagro. Quizás, cuando la mujer a la que ama vuelva con él, él por fin pueda descansar.

—O sea, que… aunque ahora el milagro esté ligado a mí… ¿desaparecería con ella?

—Sólo es una posibilidad…

—Así que, mi don… ¿no sirve de nada?

—¿Quién lo dice?

Se levantó y se puso ante mí, ligeramente más bajo que yo al estar yo subida en el barril, y tomó mi mano una vez más con aquella energía fortalecedora que siempre corría por sus dedos cuando me hablaba así.

—Tú don no consiste en conservar la magia, Mirabel. Esa pelea era de la abuela. Tu don es la habilidad que tienes para mantener a la familia unida. Con magia o sin ella. La magia… es como un regalo que podemos disfrutar mientras tengamos la oportunidad, pero, lo que tú le ofreces a esta familia, es más fuerte y duradero que nuestros poderes.

Apreté su mano. ¿Qué otra cosa podía hacer? Acababa de llenar mi espíritu una vez más.

—¿Le habías estado dando vueltas? —pregunté cayendo en la cuenta por fin.

—¿A qué?

—A si el milagro se iría con la abuela.

—Ah, bueno, simplemente, se me ocurrió hace un tiempo. Era raro haber recuperado a mi madre y… por agradable y surrealista que resulte, acaba llevándote a temer perder lo que por fin tienes en tu vida.

—A tu madre… Tienes miedo de perder a la abuela.

—Algún día pasará, ya es mayor y, aunque esté sana, no se va a quedar para siempre. Pero… ahora…

—Ahora te trata con amor y confianza.

—Sí… la echaré mucho de menos.

—Yo también.

—Lo sé…

Bruno se puso serio y con semblante melancólico durante unos segundos y luego, como salido de la nada, me disparó un fulminante chorraco de energía.

—Pero eso no es algo por lo que necesitemos preocuparnos ahora. Tenemos abuela para rato. ¿Tú has visto los ladrillos que carga la mujer sin despeinarse?

Le sonreí. Él la quería. Al igual que yo me sentía como una niña que había recuperado el amor de su abuela, él se sentía como un niño que acababa de recuperar el amor de su madre. Aún más profundo, aún más apaciguador y aún más doloroso.

—Creo que te voy a dejar descansar por fin, sólo quería charlar un poco. Me voy a la cama.

—Ah, vale.

Sentí cierto tono de decepción en su voz que me hizo estremecer. Quería que me fuese, pero, más aún, quería que me quedase.

—Buenas noches, Bruno.

—Que descanses.

Hablar con Bruno, como siempre, había sido divertido, cálido y revelador, pero, el hombre con el que necesitaba hablar entonces, era mi padre.