CAPÍTULO 23: Los Malfoy
28 de febrero, sábado
—La desesperación de Voldemort le ha hecho fallar por primera vez en meses —le dijo Dumbledore—. Amelia ha logrado capturar a Corban Yaxley y a Lucius Malfoy así como a otros ex trabajadores del ministerio que eran mortífagos.
—Así que el contrato ha funcionado —sonrió Harry, con poco entusiasmo.
—Así es. En cuanto Amelia publique las capturas la gente sacará sus propias conclusiones. Además, ahora el departamento de aurores tendrá carta blanca para modificar los accesos al ministerio, cosa que antes era impensable.
—¿Y qué hacían en el ministerio? —preguntó él—. Ya sabían que no podrían hacerse con el orbe.
—Lo sé. Al parecer quisieron llevarse la estantería completa —contestó Dumbledore con una sonrisa—. Lo más fascinante es que ni yo sé si hubiera funcionado.
Harry, que había alzado una ceja al ver, por fin, una idea creativa por parte de los mortífagos, sacudió la cabeza al darse cuenta de que eran tan inútiles como para pensar que el ministerio estaría vacío para que ellos pudieran corretear impunes por los pasillos del gobierno. Aunque, pensándolo mejor, quizás hubiera sido cierto bajo el mandato de Fudge. Ahora, con el Wizenmagot controlando temporalmente el ministerio, el número de aurores que patrullaban disimuladamente no solo el ministerio sino el hospital o los callejones, había aumentado. Bones tenía razones de peso para ordenar semejante seguridad.
Una vez más, Voldemort había fallado. Lucius Malfoy había fallado. Sabía que tenía que hablar con Draco en seguida. Se le había agotado el tiempo sin ni siquiera empezar a correr las agujas del reloj. Sacó el mapa merodeador y vio, con alegría, que Draco se encontraba solo en el baño embrujado del segundo piso. Usó el mapa para evitar a los otros alumnos y entró silenciosamente en el baño. No tenía por qué haberse tomado tantas molestias porque Malfoy estaba de pie frente al espejo, apoyado sobre el lavamanos, mirándose a sí mismo al borde de un ataque de ansiedad. Lo supo en cuanto vio sus piernas y hombros temblar, los jadeos rápidos y la corbata desatada y la túnica tirada en el suelo como si fuera un trapo en lugar de una prenda hecha a medida de terciopelo importado de París. Incluso su pelo revuelto, como si hubiera tirado de él en un momento de desesperación, era una señal de alarma.
Cerró la puerta y silenció el baño con un meneo de varita. Se preguntó cómo acercarse a él sin que le atacara y decidió advertirle de que estaba allí desde lejos.
—Malfoy —llamó y el otro se giró deprisa, mirándole como si fuera un fantasma.
—¿¡Qué haces aquí, Potter!? ¿¡Vienes a reírte de mí!? ¿¡A burlarte de mi padre!? —sacó su varita rápidamente, preparado para lanzar un hechizo pero incluso su mano temblaba.
—No. He venido a hablar. Baja tu varita —le pidió Harry, alzando las manos para mostrarle que no estaba armado.
Malfoy se lo pensó, en silencio, y luego tomó una decisión. Se giró, dándole la espalda, con la varita en mano, reposando sobre el lavamanos de nuevo pero incapaz de mirarse al espejo.
—Sé que él está en tu casa. No sé qué os ha hecho a tus padres y a ti pero puedo imaginarlo.
De golpe Draco paró de temblar en seco. Parecía helado, como un conejo frente a un lobo, esperando ser devorado. Harry pudo ver su rostro reflejado en el espejo y vio que realmente estaba aterrorizado. Nunca había visto a alguien perder el color tan rápido del miedo.
—¿Cómo lo sabes? —le pregunto en un susurro.
—Cuando me secuestró el año pasado me llevó a tu casa —le comunicó él, que sabía que no era nada nuevo para mucha gente, al menos para Draco Malfoy al parecer.
Malfoy se giró, mirándole como si no le conociera en absoluto. Estuvieron allí, contemplándose el uno al otro en silencio, y Harry sintió que era la primera vez que tenía un verdadero entendimiento con Draco Malfoy en 5 años. Se recostó contra una pared momentáneamente, dejando que se calmara.
—Con tu padre ahora en la cárcel tu madre y tú sois ahora el blanco de Voldemort mientras esté en tu casa y, teniendo en cuenta de que no piensa irse voluntariamente, eso os deja en muy mala posición. Siendo sinceros, tu padre no me importa, pero no puedo decir lo mismo de tu madre y de ti.
—¿Por qué? A nadie le importa lo que nos pase. Ni a mis amigos, mientras el Señor Tenebroso esté en mi casa y no en las suyas, ni a nuestros profesores, que nos vigilan desde lejos como si ya fuéramos todos criminales, ni al ministerio, el cual nos ha metido a todos en el mismo saco por unos pocos huidos de la ley.
Harry suspiró y miró los grifos que había abierto hacía años para salvar a Ginny. Parecía que a eso se dedicaba. A salvar a gente. No era porque nadie se lo pidiera sino porque no podría vivir consigo mismo sabiendo que podría haber hecho algo por salvar una vida y no movió un dedo. Suponía, se dijo al borde de una epifanía, que era por eso que le costaba tanto dejar de pensar en las criaturas mágicas, la gente a la que no se le hacía justicia, en el mundo mágico al borde de la extinción… el motivo por el cual no se había ido sin más a Francia, sin importar las consecuencias. No podría vivir en paz consigo mismo.
—Quizás a no les importéis a mucha gente, pero a mí sí —dijo finalmente, mirándole a los ojos.
No sabía qué era, quizás la honestidad de sus palabras, pero supo que Draco Malfoy le creyó en ese instante. Se apoyó contra la pared al lado del espejo y cerró los ojos, evitando derramar las lágrimas que suplicaban por salir. Harry se acercó, como si estuviera ante un animal herido, y le tocó el hombro. Eso fue suficiente para que Draco Malfoy se quebrara bajo su mano como una taza de porcelana. Intentó contenerse pero al final acabó derrumbándose sobre su pecho. Fue uno de los momentos más surrealistas de su vida. Draco Malfoy, llorando entre sus brazos de tristeza, dolor y alivio.
Rato más tarde, cuando Malfoy se recuperó, se sentaron en unas sillas conjuradas. Harry hizo ver que no había pasado nada raro, algo en lo que tenía bastante experiencia, inició la conversación.
—Ahora mismo es imposible sacar a esta gente de vuestra casa así que la otra opción es que os vayáis vosotros.
—Mi padre le ha dado acceso a todas las propiedades de mi familia —le confesó Malfoy y él asintió, se lo había imaginado.
—Eso no importa. De hecho, es mejor que escapéis a algún lugar que no sea de vuestra propiedad ni de algún aliado vuestro porque allí será donde buscarán primero —Harry sabía que la mejor opción, una en la que nadie pensaría, era acogerlos él mismo—. Había pensado en dejaros una de mis propiedades. He estado renovando este último año varias casas y todas ellas están bajo el fidelus.
—¿Lo dices en serio, Potter? —preguntó con seriedad, valga la redundancia, Malfoy y él asintió. Malfoy abrió la boca y luego la volvió a cerrar, pensativo—. ¿Cómo vamos a sacar a mi madre de allí? Todas las chimeneas están cerradas y las barreras contra trasladores impiden que salga sin más. Tampoco podemos enviarle una lechuza sin que nadie se percate.
—¿Y los elfos domésticos? —preguntó Harry—. ¿Siguen las órdenes de tu familia o tu padre se los ha cedido a Voldemort?
Malfoy frunció el ceño. —No lo sé. Sé que hacen lo que mis padres les ordenan pero eso no significa que no sigan las órdenes del Señor Tenebroso.
—¿Y si envío a uno de mis elfos domésticos? —preguntó Harry—. ¿Cómo son las barreras contra elfos domésticos ajenos?
—Tampoco lo sé —suspiró Malfoy, pasando una mano nerviosa por su pelo—. Ahora mismo el Señor Tenebroso tiene el control de las protecciones de la Mansión Malfoy pero, a pesar de que mi padre me ha enseñado durante años cómo están hechas, todavía no lo sé todo. Si tuviera que apostar, diría que tampoco es posible.
—Está bien… Será mejor que nos pongamos en el peor de los casos. No puede salir por la chimenea, ni con traslador, ni con un elfo doméstico ni tuyo ni mío —Harry se dijo a sí mismo en voz alta—. ¿Podría salir andando o con una escoba?
—Eso es más imposible que lo del elfo doméstico.
Harry pensó para sí mismo pero por más que pensaba estaba en blanco. Entonces le vino a la cabeza la memoria de Snape. ¿Cómo había contactado Snape con Dumbledore si era virtualmente imposible sin que Voldemort se diera cuenta? Solo había 3 posibilidades, que Voldemort hubiera permitido el contacto, que Snape supiera de alguna forma de salir sin ser detectado de la casa o que Dumbledore tuviera algún método para intercambiar cartas u objetos con Snape.
—Tengo una idea. Vamos —le instó a Malfoy. La única solución era hablar con Dumbledore.
Se hechizaron para no ser vistos y fueron al despacho del director.
—¿¡Dumbledore!? —le susurró Malfoy al darse cuenta.
—Espera aquí un momento —le pidió antes de llamar a la puerta.
Malfoy asintió, alzando una ceja. Harry entró cuando le hizo pasar el director y vio que alguien acababa de irse por la chimenea.
—¡Ah, Harry! Impresionante coincidencia. Acabo de hablar con Amelia. Creo que te interesará saber lo que tiene que decir.
—Me gustaría escucharlo pero tengo algo de prisa.
Harry le explicó lo que acababa de pasar y vio como Dumbledore suspiraba con cansancio pero su rostro tenía una sonrisa.
—Usé a Fawkes para contactar con Severus. Voldemort piensa que Severus le es fiel así que ni siquiera se molestó en intentar protegerse de un fénix, si es que eso es posible. Ni yo lo sé.
—¿Cómo? —preguntó estupefacto Harry—. ¿Si has podido ir todo este tiempo hasta Voldemort, por qué no decírselo a Madame Bones?
—Mientras le quede un horrocrux, Harry, me temo que daría igual.
Harry chasqueó la lengua al recordarlo. Tenía razón. Lo importante, no obstante, era que ahora tenía la forma de sacar a Narcisa Malfoy de su casa sin que corriera peligro. Hizo pasar a Draco y le explicó el plan. Le hizo redactar una carta dirigida a su madre y luego se la entregó a Fawkes.
—Recuerda, querido amigo, entrégasela cuando esté sola —le acarició las plumas Dumbledore.
El fénix se fue y todos se quedaron esperando en silencio. Los minutos se hicieron eternos mientras Harry contemplaba todo lo que tenía que hacer. Mientras hacía una lista mental escuchó el sonido del fuego de Fawkes y vio aparecer a Narcisa Malfoy con un baúl empequeñecido en brazos.
—¡Madre!
Vio como ambos Malfoy se abrazaban, evitando las lágrimas, y giró el rostro para darles privacidad. Minutos después, el carraspeo de una garganta hizo que se girara de nuevo. Era la segunda vez que veía a Narcisa Malfoy en persona, la primera siendo el campeonato de quidditch, pero esta vez no tenía la nariz en el aire ni parecía una modelo de revista. Llevaba una túnica azul oscuro y el cabello recogido en un moño trenzado pero nada escondía sus oscuras ojeras, la palidez de su piel o la inclinación de sus hombros, como si estuviera al borde del colapso.
—Mi hijo me lo ha contado todo, Lord Potter.
—Lady Malfoy —empezó él—. Sé que no nos conocemos y que solo conoce lo que Draco le ha dicho de mí, pero quiero que sepa que, mientras sea necesario, la Familia Potter le dará cobijo.
—La Familia Malfoy está en deuda con usted —asintió la cabeza Narcisa y él asintió también.
Antes de desaparecerse a su casa y contarles el secreto del fidelus, Dumbledore sirvió como testigo ante ambas promesas. Narcisa y Draco Malfoy no le traicionarían y Harry les ofrecería cobijo el tiempo que Voldemort viviera, quizás más.
—La cabaña de la Familia Potter está situada en Godric's Hollow, número 13 —le susurró Harry a Narcisa y luego a Draco.
Usó él primero la chimenea y luego sus nuevos huéspedes. Dio gracias por haber renovado la casa ese mismo año, a pesar de que nunca se habría imaginado que las primeras personas que iban a residir en ella antes que él eran los Malfoys huidos de Voldemort. Observó como ambos se sentaron en el sofá, nuevo y lujoso, sin tan siquiera mirar su alrededor. Se fue a la cocina para darles tiempo a solas, viendo como Narcisa Malfoy era incapaz de contenerse al ver a su hijo llorar.
—Dobby —llamó él, mirando las estanterías vacías de comida. El elfo apareció—. ¿Podrías llenar la despensa al completo?
El elfo doméstico desapareció y Harry comprobó que tenían todos los utensilios, sábanas, mantas y todo lo necesario para entrar a vivir.
—Lord Potter —le llamó Narcisa detrás de él.
—Llámeme Harry, Lady Malfoy —le pidió él, que no quería tener que responder a cada frase a un honorífico.
—Harry. Debo agradecerle de nuevo lo que ha hecho por mi hijo y por mí. Nunca pensé que nadie nos ayudaría.
Harry inclinó la cabeza, sin saber cómo responder. ¿Qué debía decir al salvar a alguien de una tortura asegurada y una probable muerte? Dobby regresó con la comida y se quedó quieto al ver a su antigua dueña pero luego se giró, empezando a guardar las cosas en su sitio. Harry se preguntó si debería ofrecerle ayuda para cocinar y limpiar ya que dudaba que Narcisa Malfoy hubiera limpiado en su vida pero al final desistió. No era asunto suyo si sabía o no hacerse una tostada. Además, era adulta, podía consultar algún libro y aprender a cuidarse ella sola.
—Pensaré en alguna forma para comunicarnos y haré que Dobby le informe —dijo al final, en vista de que Dobby no quería interactuar más de lo imprescindible con ella.
—Me gustaría que comprara un elfo doméstico en mi nombre, Harry —cortó ella—. De esta forma será solo leal a mí y a mi hijo y no necesitará preocuparse por mí mientras esté en Hogwarts.
Harry aceptó el dinero que le entregaba Narcisa y le dijo que le compraría cuanto antes de elfo doméstico, una vez supiera dónde lo tenía que comprar. Se preguntó por qué no lo compraba Draco pero en seguida se dio cuenta de que hubiera sido un fallo garrafal. Draco, con la desaparición de su madre, estaría en el punto de mira de mucha gente.
—Espero que esté a gusto en mi casa, Lady Malfoy. La mantendremos informada.
—Llámeme Narcisa, Harry.
Y entonces le pasó la segunda cosa más surrealista en mucho tiempo. Narcisa le dio un abrazo ligero como el aire pero lleno de sentimiento.
—Gracias por cuidar de mí hijo —le susurró en el oído, mientras Draco Malfoy los miraba con rostro casi divertido.
Harry pisó Hogwarts preguntándose dónde demonios se había metido.
1 de marzo, lunes
Lo de los Malfoy quedó en secreto entre Dumbledore, los propios Malfoy y sus padrinos, a los que no sabía si les había hecho mucha gracia todo el asunto. A sus amigos no les dijo nada. Ron y todo lo relacionado con Draco Malfoy, era como meter a un toro en una tienda de porcelana. En menos de una semana alguien observaría que pasaba algo. No, se dijo, era mejor así. Había cosas que no les había contado, como su doble nacionalidad, su casa nueva en Londres y, ahora, la situación de los Malfoy.
Aun así, era obvio que algo había cambiado porque ahora evitaban discutirse cuando se cruzaban por los pasillos, haciendo ver que no se habían visto mientras estuvieran acompañados por sus respectivos amigos pero intercambiando miradas cuando estaban solos. Harry no podía decir que Draco Malfoy era como había creído que era, no del todo, y al revés. Cada vez que le veía pasar estaba más aliviado y Harry sabía que era porque podía contactar con su madre cuando quisiera, sabedor de que estaba bien y que sus cartas no estaban escritas con los ojos de alguien mirando por encima del hombro de su madre.
Por otro lado, el otro Malfoy, Lucius, había sido condenado a Azkaban junto a sus compañeros mortífagos pero no sin antes revelar el pastel de que Voldemort estaba vivo a todos los miembros restantes del Wizenmagot. Decir que los 31 miembros, salvo quizás unos pocos, estaban cagados de miedo era quedarse corto. Por suerte, las explicaciones de Bones y de Dumbledore, así como la seguridad de que todos y cada uno de los miembros del ministerio estaban limpios, alivió más de una mente. Aun así, salieron del juicio jurando silencio mientras Voldemort no reapareciera de nuevo.
—A pesar de las malas noticias nunca antes habíamos estado tan cerca de contenerle sin usar a los aurores —le había dicho Sirius, que recordaba bien la anterior guerra—. Creo que algunos han abierto los ojos al darse cuenta de que hemos frenado a Voldemort usando las leyes. Como debe ser.
—Es patético —repuso con desdén Harry—. Que un pueblo confíe más en la violencia y en que unos pocos muevan el culo contra unos terroristas antes que darse cuenta que el gobierno puede hacer algo para detenerlo usando las propias leyes que ellos legislan.
—Patético pero cierto —afirmó con todo el cansancio que pudiera tener un retrato, su abuelo.
Harry desconectó la llamada por espejo y miró su reloj. Seguía sintiendo ese agotamiento producido por el tedio de no hacer nada, salvo los deberes. No era que quisiera que pasara algo pero se sentía extraño. Hasta hacía muy poco él era quien había resuelto los problemas cuando descubría que, valga la redundancia, estaba en problemas. Ahora se encontraba confiando en que los adultos hicieran su trabajo mientras él hacía lo que cualquier alumno debía hacer: estudiar. Era muy extraño. Ni siquiera sabía si le gustaba. Quizás porque los adultos y la gente responsable le habían defraudado una vez tras otra. Solo cuando Sirius empezó a actuar en su nombre las cosas cambiaron, pero ya habían pasado casi 15 años de malas decisiones por parte de los adultos que le afectaban a él directamente. A lo mejor era por eso, el motivo por el cual no confiaba en las supuestas figuras de autoridad.
A veces, sintiéndose culpable, incluso pensaba en que sus padres la habían cagado. ¿Por qué no se aseguraron que ninguno de sus amigos era el traidor, cuando sabían que había un traidor en el Orden del Fénix? ¿Por qué no pudo uno de sus padres ser el guardador del secreto? Es más, ¿por qué se habían quedado con su hijo recién nacido en un país sumido en una guerra cuando ninguno de los dos estaba participando activamente en ella una vez que él nació? Los Potter tenían propiedades en muchos países, ¿por qué quedarse en el peor lugar de todos? La respuesta era obvia. Querían ayudar en la guerra. Lógicamente lo podía llegar a entender pero, ¿no era más importante su bebé recién nacido?
Cuando llegaba a este punto de sus pensamientos circulares siempre se daba cuenta de que él no fue lo más importante para sus padres. Lo sabía porque si él hubiera sido James Potter habría hecho cualquier cosa por asegurar la seguridad de su familia, incluso si tenía que hacer jurar a Ron, Hermione, a Neville y a Luna su lealtad. Se habría encargado de estar seguro y de no depender de la suerte o de gente ajena a su verdadera familia. Aun así, estaba claro que sus padres no eran idiotas de lo contrario, ¿por qué tendría su madre preparado el ritual y su padre le había nombrado el heredero aun siendo un bebé?
—A veces no entiendo nada —se dijo a sí mismo, tumbado sobre su cama.
Esa noche recibieron un diario extra y Harry supo que algo malo había pasado en cuanto empezaron a murmurar los afortunados que recibieron el periódico primero. En cuanto cogió su copia todos sus amigos se inclinaron para leer, comiendo todavía el postre. Harry, al ver el titular, casi se atraganta con la manzana. ¡Mortífagos detenidos intentando infiltrarse en el ministerio escapan su custodia dejando 5 aurores muertos!
En silencio, leyeron rápidamente el artículo y vieron la imagen de varios cuerpos cubiertos con sábanas blancas en lo que parecía ser la entrada a Azkaban. Harry pasó la página y vio como habían fotografiado también a Amelia Bones acompañada de Moody y de otro auror desconocido. Harry se acabó el postre y dejó el diario abierto encima de la mesa. Miró a su alrededor y vio los rostros preocupados de los alumnos.
—Mirad, parece que la profesora Sprout está hablando con un alumno de tercero —les indicó Neville con un ademán de cabeza.
Hermione y Harry se dieron la vuelta y Ron levantó la cabeza del diario, mirando hacia donde señalaba Neville. Para ese entonces casi todos se habían percatado de lo que estaba sucediendo y estaban mirando la escena, hasta que se inclinó Lavander, al otro lado de Harry.
—Ese es Brian Proudfoot, su padre es un auror —les susurró Lavander, mirando por encima del hombro al alumno con el rostro pálido y cada vez más aterrorizado de Hufflepuff.
—No creeréis que es uno de los fallecidos, ¿no? —preguntó Neville y los demás intercambiaron miradas.
—No creo que sea una coincidencia —suspiró Hermione, con rostro triste.
—Podría ser un herido —intentó animar el ambiente Ron pero nadie le hizo caso.
Seamus y Dean se inclinaron hacia su burbuja, junto con Parvati al lado de Neville.
—¿Qué creéis que va a pasar? —preguntó Seamus y todos, inconscientemente, se giraron a mirar a Harry.
Harry miró el diario. —Creo que está impaciente y enfadado porque le hayan truncado los planes.
Escuchó como Hermione hablaba de la conferencia de prensa de Amelia Bones citada para el día de mañana mientras pensaba para sus adentros. Voldemort se había dado cuenta finalmente del callejón sin salida en el que se había metido. No podía hacerse con el gobierno, no tenía a sus antiguos siervos más fieles y tampoco tenía la profecía que supuestamente había estado intentando robar desde hacía meses. Ahora Riddle era más peligroso que nunca puesto que la única opción que tenía, arrinconado como estaba, era atacar para intentar salir del pozo de mierda en el cual estaba sumido.
Por el momento se creía inmortal, a salvo gracias a sus horrocrux, y ese sentimiento de impunidad sería suficiente para que intentara atacar abiertamente a la gente, ahora que no tenía ninguna opción más. Harry sabía que si quería deshacerse de Voldemort este era el mejor momento ya que cuando se diera cuenta de que todos los horrocrux, salvo uno, supuestamente, habían sido destruidos lo que haría sería esconderse nuevamente como una alimaña, temeroso por su inmortalidad. Harry sabía que solo reaparecería cuando estuviera seguro de que estaba a salvo, y eso podría ser en meses o incluso años. Harry no quería vivir de puntillas más tiempo así que tenían que hacer algo al respecto.
Al parecer no era el único que lo pensaba puesto que nada más dejar el gran salón se le acercó la profesora McGonagall citándole en el despacho del director.
—Nos vemos luego, Harry —intercambiaron miradas sus amigos y se fueron a la torre de Gryffindor.
Harry no tardó ni 10 minutos en llegar al despacho de Dumbledore, uno que había visitado incontables veces a lo largo de los años. Para su sorpresa, el director no estaba solo.
—¡Sirius, Remus! —exclamó Harry—. ¿Qué hacéis aquí? Justo ahora pensaba hablar con vosotros por el espejo.
—Lo suponíamos —rio Sirius—. Por eso estamos aquí, para ahorrarte tiempo.
—Para eso y para advertirte —suspiró Remus, sonriendo con algo de tristeza.
—¿Advertirme de qué?
—Mañana Amelia dará una conferencia, como bien sabes, pero lo que no estaba escrito en el diario es que piensa anunciar el regreso de Voldemort al público —le informó Dumbledore, tocando con los nudillos el diario.
—¿Por qué ahora? —preguntó estupefacto Harry—. Mientras no le digamos a nadie lo que está pasando tenemos la ventaja de la sorpresa.
—Lo sabemos pero ponte en la piel de los aurores —le recordó Remus, tocándole el hombro—. Acaban de perder a varios de sus compañeros y algunos otros están en el hospital. Puede ser que el departamento de aurores sea plenamente consciente de lo que está pasando pero tienen órdenes de guardar el secreto a sus familias.
—Ahora mismo hay muchas personas preocupadas por sus familiares. Personas que desean una respuesta de por qué algo relativamente sencillo como custodiar a un par de criminales se ha convertido en algo como esto —le dijo Sirius y Harry se encogió, con un suspiro.
—No le queda otra que decir la verdad —se dio cuenta Harry, pensando en voz alta.
—Me temo que no, Harry. A partir de mañana el mundo mágico británico estará en guerra contra el grupo terrorista de Voldemort. He pedido ayuda de especialistas en barreras mágicas para que revisen y aumenten las protecciones de Hogwarts pero, desgraciadamente, hasta que no acaben con su trabajo en el ministerio, San Mungo, Hogsmeade y otros lugares de interés, no recibiremos ayuda externa —habló Dumbledore—. Las protecciones que tenemos ahora mismo son mucho más de lo que tienen otros lugares mágicos así que deberemos resistir mientras tanto solos.
—¿Por qué ahora? —preguntó extrañado.
—Desde hace tiempo llevo queriendo atajar este problema. Como habrás supuesto tenemos fallos en el sistema de protección del castillo. Casi todos comenzaron hace años cuando Voldemort visitó Hogwarts ofreciéndose para el cargo de profesor de defensa. A pesar de que los profesores y yo hemos hecho todo lo posible, ninguno de nosotros, a pesar de nuestra considerable experiencia, es experto en barreras mágicas. De lo contrario, habría deshecho el maleficio que pesa sobre el cargo de defensa.
—¿Y por qué no ha ayudado el ministerio después de todo este tiempo a Hogwarts?
—Dos palabras: Cornelius Fudge —rio con sorna Sirius—. Ese idiota ha estado destruyendo nuestra sociedad desde que posó su enorme culo en el sillón de ministro.
—Sirius tiene razón. Cornelius ha estado más preocupado destinando fondos a cosas que realmente no hacían falta en lugar de actuar con cabeza. En parte, por los susurros de Lucius Malfoy y, por otra parte, por su miedo irracional a perder sus cargos si me daba más poder del que ya tengo.
—Perfecto —bufó sarcásticamente Harry.
—Solo queríamos decirte que tuvieras cuidado —le abrazó Sirius—. A partir de mañana las cosas van a cambiar radicalmente y tú eres un blanco de Voldemort.
—Ahora más que nunca debes tener cuidado y ser cauto.
