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Había tenido años malos, muchos de esos, pero ninguno tan completo como ese. Perseguir y matar al Banquero, reparar su relación con Claudia, perseguir y matar al Barón de Valois, rescatar a Pantasilea, perseguir y salvar a Maquiavelo de la Volpe, descubrir al traidor que provoca la caída de Monteriggioni, salvar al amante de Lucrecia de los planes de Cesare... Arnaldo y Maurizio fueron su apoyo en todo momento, pero Arnaldo tuvo que irse a Constantinopoli para solucionar algunos problemas que había notado.
Un día, al llegar a la sede, supo que era el momento que había esperado durante años para destruir por completo a Cesare. No tenía aliados, no tenía dinero y su relación familiar había sido destruida.
Esperó pacientemente mientras los Asesinos llegaban. Maurizio se quedó a su lado y hablaron un poco de la última carta de Arnaldo en la que informó de sus pasos en Constantinopoli.
Claudia se acercó muy preocupada.
-Alessandro y Maquiavelo están hablando arriba.
Fue impresionante cómo solo unas palabras provocaron el silencio en toda la sala.
-¿Solo hablando?
Claudia asintió. Maurizio y Ezio se miraron.
-¿Deberíamos...?
-No hasta que escuchemos algo más. Necesitan resolver esta situación.
Pasaron varios minutos hasta que las puertas se abrieron. Alessandro fue el primero en bajar las escaleras, con una expresión neutra que no delataba absolutamente nada. También llevaba su traje completo de Asesino, con una cruz cristiana en el interior del símbolo de la Hermandad bordado en el brazo para indicar su posición de Maestro Médico.
-¿Sandro?
-Primero Roma, Ezio, luego nosotros.
Poco a poco se fueron dirigiendo hacia la sala de ceremonias. Los antiguos reclutas, ahora Asesinos de pleno derecho, formaron a ambos lados de la alfombra. Bartolomeo, Claudia y la Volpe se situaron delante de ellos como líderes. Maurizio se quedó a un lado como un "Asesino extranjero", técnicamente se había iniciado en la rama levantina. Ezio miró inquieto a Maquiavelo susurrando a Alessandro en la puerta. El médico asintió conforme antes de que ambos caminaran hacia delante. Maquiavelo subió los tres escalones y se situó a un lado, solo observando. Alessandro apoyó una mano en el hombro de Ezio y se indicó que subiera.
-Creo que el protocolo era otro.
-Maquiavelo y yo hemos llegado a un acuerdo. Dirigiré la ceremonia como Maestro Médico.
Ezio se situó frente a Maquiavelo al otro lado del pequeño fuego que Alessandro encendió con dos piedras, como era tradicional.
Respiró hondo antes de mirar hacia los Asesinos.
-Laa shay'a waqi'un moutlaq bale kouloun moumkine-ciertamente su pronunciación del árabe era mejor-. La sabiduría de nuestro Credo se revela en estas palabras. Actuamos en las sombras para servir a la luz. Somos Asesinos.
Los Asesinos colocaron la mano derecha sobre el corazón. Ezio tendió la mano hacia su hermana para que subiera a su lado.
-Claudia, los que aquí ves dedican su vida a proteger la libertad del hombre. Mario, padre y nuestro hermano estuvieron ante esta llama, luchando contra la Oscuridad. Yo... te ofrezco a ti esa vida. Abrázala.
Le tendió de nuevo la mano y Claudia puso su mano izquierda encima. Él la guió hacia Alessandro, quien había calentado las mismas pinzas que se habían usado en él en su propia ceremonia. El médico las abrió y miró a Claudia un momento antes de cerrarlas sobre su dedo anular. Ella siseó. Luego, en un típico gesto suyo, le puso una pasta encima a la quemadura y vendó la mano.
Cuando ella regresó a su lugar, Alessandro se volvió hacia Ezio.
-Desde que llegaste a Roma has contradecido las órdenes del Mentor.
-Alessandro...
Él arqueó la ceja, un gesto que le hizo silenciarse. No era tiempo de reprimendas.
-Pero también has demostrado que eres lo que esta Hermandad necesita. Has liderado la lucha contra los Templarios y reconstruido esta Hermandad-se giró hacia los demás Asesinos con la barbilla en alto y ambas manos entrelazadas a la espalda-. Al entrar en esta sala, todos me habéis visto hablando con Maquiavelo. Solo ahora puedo revelaros el contenido de esa conversación. Nicolás de Maquiavelo ya no es nuestro Mentor. Ha decidido que es hora de que nuevas ideas se abran paso en el mundo-indicó a Ezio con un amplio gesto antes de volverse hacia él-. Ezio Auditore de Florencia, desde ahora serás llamado el Mentor, guardián de nuestra Hermandad y nuestros secretos.
Dio un paso atrás mientras bajaba la cabeza ante un sorprendido Ezio. Sonreía mientras se enderezaba junto a Maquiavelo. Ezio se repuso a toda prisa, intentando asimilar lo que acababa de pasar.
Todos los demás Asesinos también se inclinaron para reconocerle como Mentor.
Respiró hondo antes de dar por terminada la ceremonia con las palabras rituales.
-Aunque los hombres sigan ciegamente la verdad, recuerda...
-Nada es verdad.
-Aunque otros hombres se dejen coartar por la ley y la moral, recuerda...
-Todo está permitido.
Con eso, los Asesinos se disolvieron, cada uno dirigiéndose hacia su próxima misión o simplemente descansar en la sede. Ezio subió al tejado con Claudia y Maquiavelo a terminar con la iniciación. La chica hizo el primer salto de fe de muchos.
-¿Por qué ese cambio de parecer?
-Siempre estuve a tu lado, Ezio. Fui yo quien te rescató cuando te desmayaste en mitad del camino y quien causó la explosión que te permitió salir del castillo. Los mercenarios que te protegieron en el Coliseo también eran míos. Pero no te diste cuenta-se quedó en silencio un momento-. Algún día escribiré un libro sobre ti.
-Bien, pero... que sea corto.
Maurizio apareció en la puerta de las escaleras.
-Siento interrumpir, pero Alessandro también tiene información que compartir.
Bajaron a la sala principal. El médico parecía organizar su bolsa de medicinas para un largo viaje.
-¿A dónde vas, Sandro?
-Parto a interceptar el Ejército Papal. Cesare ha regresado a Roma solo para solicitar más dinero del Papa. Se dirigirá a Castel San Angelo en cuanto llegue. No debe verme ni por casualidad.
-¿Qué quieres decir?
Alessandro dejó de organizar para mirarles.
-Digamos que aprecio mi vida. Cesare tiene motivos para matarme desde hace años y está muy cerca de descubrir que he estado delante suya todo este tiempo, no quiero estar presente cuando lo haga-desvió la mirada hacia una estantería junto a la puerta-. ¡Ahí está!-se acercó a grandes pasos para coger un rollo de tela-. Pensé que lo había perdido. Es difícil encontrar agujas de sutura de este metal.
-Vale, vamos a ignorar por ahora que Cesare quiere matarte. ¿Por qué ir al Ejército Papal?
-Es el único eslabón que no hemos cortado en las relaciones de Cesare. Espero poder llegar a Fabio Orsini antes que Micheleto.
-¿Cómo no hemos caído en eso?
-Era algo muy difícil de cortar si se sostenía con el ejército francés y el dinero papal. Ahora es el momento de quitarle su ejército a Cesare. Pero no dudará en intentar volver a establecer sus conexiones aquí en Roma. La única forma de evitarlo es eliminar a Rodrigo. Hay un posible sucesor al papado, el cardenal Piccolomini de Siena, pero está muy enfermo y no dudo en que morirá pronto. Será elegido por el apoyo de Giuliano della Rovere, un acerrimo opositor de Rodrigo, y solo para ganar un tiempo sin la presencia de Cesare en Roma. Hice un trato con él para eso, nos dará una oportunidad de terminar de romper las relaciones de Cesare antes de establecerse. Pero para que cumpla su parte del trato, debemos eliminar a Rodrigo, sin dudarlo.
Miró a Ezio con eso último.
-Estas muy informado con la política vaticana.
-Si yo te dijera, viejo amigo...-cerró su bolsa de medicinas-. He dejado una carta para Rovere, llevádsela cuando yo esté lejos de Roma.
-Déjame adivinar, ¿también quiere matarte?
-No, casarme con su hija. Aparte de mi vida también valoro mi libertad. Esquivé aquel matrimonio en España y planeo esquivar este también.
-¿Miedo al matrimonio?
-Totalmente-cogió la bolsa y se la colgó del hombro-. Listo, creo que lo tengo todo. Rezad para que tenga éxito.
Se despidió apoyando una mano en el hombro de Ezio al pasar.
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Las cosas en Roma tras la muerte del Papa cayeron a favor de los Asesinos. En el Vaticano se eligió a un nuevo Papa que no duró más que unos días antes de formar otro Cónclave apresurado para una nueva elección. Todo fue acorde a lo esperado por Alessandro. En cuanto a Rodrigo... su propio hijo le había matado. Cesare estaba enfermo por el mismo veneno y había oído que Lucrecia se había retirado de la escena pública de forma definitiva.
Y por fin llegó el momento de atrapar a Cesare de una vez por todas y terminar con la guerra.
Más o menos siguió el plan. Irrumpieron en la reunión de Cesare con sus últimos hombres en Roma, les derrotaron y el Ejército Papal llegó justo a tiempo para atraparle.
Los Asesinos regresaron a Isla Tiberina para una merecida celebración. Alessandro apareció de forma repentina.
-Parece que has cumplido.
Un brillo de amargura apareció en los ojos de Alessandro, pero desapareció igual de rápido.
-Sí, he cumplido. Y estoy rendido. Me saltaré la celebración si no te importa. Tengo que planear cómo sacar a Leonardo...
-Por supuesto, hermano. Descansa.
Ezio observó a Alessandro dirigirse a una de las habitaciones disponibles para todos los Asesinos y cerrar la puerta. Algo le decía que debía vigilarle más de cerca en un futuro próximo...
– O –
Alessandro saltó desde su lugar inclinado sobre algún tipo de artilugio de cristal. Miró acusadoramente a Ezio.
-Tenemos que ir a España.
-Creo que ya fuiste una vez sin mí para buscar a Savonarola. Por cierto, sigo enfadado por eso.
-Déjate de tonterías, Sandro. El Fruto me ha mostrado los planes de Cesare. Va a atacar Viana para ganarse el favor absoluto del rey de Navarra.
El español frunció el ceño.
-Una jugada magistral, debo decir. Pero sí, creo que seremos capaces de llegar a tiempo. Partiremos para Sevilla de inmediato.
-¿Sevilla? Necesitamos ir a Navarra.
-Ezio, mi querido Mentor, la Rama Española tiene más poder en Sevilla. Necesitaremos toda la ayuda posible y conoceremos al hombre adecuado. Buscaré un barco.
Apagó el pequeño fuego bajo uno de los matraces y se limpió las manos con un trapo, murmurando para sí.
Ezio sacudió la cabeza. Alessandro nunca cambiaría.
