Round 003 — Infierno glacial
Camino de Hielo, sábado 7 de Octubre, Año 100 AW, 1:27 AM
Danot cerró los puños con una mezcla de decepción y desasosiego, deseando que todo eso fuese un mal sueño y aún estuviese durmiendo en las afueras del Camino de Hielo. Pero, por más que quisiese negarlo, la persona a quien había llegado a admirar en tan breve tiempo era en realidad parte del Equipo Rocket. La intensa mirada que le dirigió dejaba claros esos sentimientos.
—Debes estar preguntándote muchas cosas ahora mismo —comentó casualmente Obsidian, sabiéndose en control de la situación.
Danot no contestó, mostrándose disgustado a pesar de lo adverso de su situación, como manera de lidiar con lo dolido que se sentía.
—¡Responde, insolente! —expresó súbitamente Ruby, sobresaltada por esa falta de respeto hacia su superior; un gesto de mano de éste le detuvo antes de que pudiese ordenar a su Drifblim ejercer más presión en el chico.
—¿Qué es lo que quieres? —contestó parcamente Danot, procurando ocultar que esa llamada de atención le había hecho reaccionar y volver a centrarse en el peligro al que se enfrentaba.
—Sólo quiero tener una conversación amigable contigo —expresó cordialmente, queriendo romper la barrera de resentimiento del chico.
Danot le dedicó una mirada escéptica. Vulnerable como estaba, le habrían podido arrebatar sus Pokémon en cualquier momento, por lo que temió que Obsidian quisiese hacerle más daño antes de llevárselos. Éste no se inmutó en lo absoluto, dejando claro que su autoconfianza sería un hueso muy duro de roer.
—Te escucho —cedió Danot tras un largo silencio, queriendo ganar tiempo para encontrar alguna manera de escapar.
—Entonces iré al grano —dijo Obsidian, complacido por tal respuesta—; quiero que te unas al Equipo Rocket; obviamente, como mi subordinado —expuso afablemente, sin dejar de lado su ya característica sonrisa de suficiencia.
Esto tomó al chico completamente por sorpresa, al igual que a Ruby, quien supo disimularlo mejor. Dudaba mucho que éste tuviese lo necesario para ser un Rocket, pero no dijo nada al respecto, confiando en el criterio de su superior.
—¿Por qué yo? —inquirió Danot, sin creerse una palabra de lo que acababa de oír.
—Porque creo que tienes un potencial que sería una lástima desperdiciar —afirmó categóricamente Obsidian, con la mirada fija en él.
—No sé de qué hablas —negó en el acto, creyendo que era un intento de hacerle bajar la guardia—; además, ¿por qué ofrecerme algo así, tras haberme opuesto a ustedes? —cuestionó a continuación, dudando mucho de que los Rockets fuesen por el mundo ofreciendo puestos en su organización de manera tan desenfadada.
—Porque prefiero convertir a mis potenciales enemigos en aliados —expuso, sin un ápice de duda—; si eso no es posible, por más que alguien pueda ser muy fuerte, hábil o inteligente… debe ser eliminado si se empeña en oponerse al Equipo Rocket —afirmó severamente, entornando los ojos y frunciendo el ceño.
Danot no pudo sino admirarse ante el razonamiento de su interlocutor, poco antes de sentir un intenso escalofrío al escuchar su última afirmación. Intentó recomponerse enseguida, aunque cada vez se le hacía más difícil mantener su careta de disgusto; las palabras de Obsidian habían tenido el efecto deseado.
—¿Qué ganaría uniéndome a ustedes? —preguntó con cautela, procurando ocultar su curiosidad por lo que Obsidian sería capaz de ofrecer con tal de convencerlo.
—Dinero, poder, fama… lo que necesites para cumplir tus propias metas, mientras no resulten perjudiciales para el equipo —explicó convencidamente, a pesar de no ser su caso; se preguntó qué motivaría al chico a aceptar su propuesta—; además, tendrás la seguridad de que nadie acabará con la vida que quieras llevar, siempre que nos seas leal y obediente —agregó al cruzar los brazos y levantar altivamente la mirada.
Danot no lo notó, pero el semblante de Ruby se ensombreció considerablemente al oír esas últimas palabras, mientras Obsidian se mantenía impasible. Y es que en verdad se sentía identificado con el muchacho, y no quería hacerle pasar por el mismo suplicio de quienes habían intentado ser héroes y habían terminado siendo mártires anónimos. Sin embargo, no iba a concederle más que esto… a menos que decidiese colaborar con él.
Por su parte, ante el prospecto de morir en ese lugar si no hilaba fino, Danot se dio cuenta de algo importante. En medio de la sensación de tristeza de no poder volver a ver a su familia ni seguir viajando con sus Pokémon, emergió algo mucho más intenso, algo que creía que había olvidado por completo: el intenso deseo de aquel niño de diez años que quería convertirse en Entrenador profesional y competir contra los mejores. Y por más tentadora que fuese, la oferta de Obsidian no era la mejor vía para lograrlo, al implicar seguir órdenes de gente inescrupulosa que no dudaría en sacrificar a sus peones o pisotear inocentes con tal de conseguir sus propios fines. Ser un proscrito de la sociedad y tener que estar siempre en alerta de las autoridades y de sus supuestos aliados no era la vida que quería llevar.
—Entiendo, parece una oferta muy conveniente… pero tendré que rechazarla —expresó enfáticamente Danot al entornar los ojos, a pesar de saber que podría estar cavando su propia tumba con ello; le aterraba la idea de morir ahí mismo, pero lo hacía mucho más verse obligado a vivir una vida que no sería realmente suya.
—Entonces no tengo nada más que hacer aquí —contestó escuetamente Obsidian, dándole la espalda—; excepto atar los cabos sueltos —afirmó severamente al apuntarle con una pistola que había sacado de la funda oculta bajo su chaqueta.
A Danot se le erizó la piel al ver dicha arma, la cual Obsidian apuntaba hacia su cabeza sin siquiera parpadear. Sintió latir su corazón como nunca lo había hecho, el sudor frío en su espalda y un notorio temblor que le fue imposible controlar. No estaba listo para morir, pero realmente, ¿quién lo estaba? Había sido su decisión y esto le brindaba cierta paz, al haber entendido por fin las palabras de su padre en esa ocasión tan lejana. Cerró los ojos al ver a Obsidian apretar el gatillo y esperó el fin de todo ello.
Los siguientes segundos se le hicieron eternos, tanto que empezó a preguntarse si acaso ya había muerto y todavía no lo había notado. Sabiendo que no tenía nada que perder, se atrevió a abrirlos nuevamente; para su sorpresa, seguía en el mismo lugar donde estaba, sin ninguna herida aparente.
—Podría haberte eliminado tres o cuatro veces en este tiempo, pero sigo creyendo que sería un desperdicio —afirmó Obsidian tras guardar su arma, impresionado por esa determinación—; así que, ¿por qué no apostamos? —sugirió, mientras sacaba de sus bolsillos algo que Danot no alcanzó a ver.
—¿Apostar? —preguntó éste, confuso por ese cambio de actitud.
—Si ganas, te dejaré ir; tienes mi palabra —prometió seriamente, sin hacer caso a la incrédula expresión del chico—; pero si pierdes, deberás unirte a nosotros —añadió con el mismo tono, dejando ver las Poké Balls minimizadas que tenía en la mano.
Obsidian le miró expectante, habiendo entendido que no podría convencerlo hasta que no rompiese por completo su espíritu de lucha, y no se le había ocurrido una mejor manera que con un combate en igualdad de condiciones. Por su parte, preguntas como «¿realmente me está dando una oportunidad de huir?», «¿de verdad puedo confiar en él?» y «¿en serio me cree capaz de arriesgar mi futuro en una batalla?» resonaban en la cabeza de Danot una y otra vez. Supuso que si Obsidian estaba dispuesto a apostar era porque tenía total seguridad en ganar, y no era para menos, teniendo en cuenta su desempeño en el último combate que habían tenido. Derrotarlo no sería fácil, pero esa era la batalla de su vida… literalmente. A pesar de preferir no correr demasiados riesgos fuera de los combates, la situación lo requería, lo cual le motivaba mucho más a dar todo de sí para obtener la victoria… tal y como pensaba hacer en la Conferencia Plateada. Así, aunque no pudiese cumplir con su deseo del modo en que había elegido vivir, pensó que sería mejor que hacerlo de una forma que no pudiese disfrutar de verdad. E incluso si perdía, encontraría la manera de conseguirlo, pero no pensaba preocuparse por ello hasta que se diese la circunstancia.
—Dime las reglas —pidió Danot al trabar miradas con Obsidian, dejando ver toda la determinación que llenaba la suya; su objetivo estaba claro: recuperar su futuro, ese en el cual sería él y sólo él quien decidiese.
—Tres Pokémon por lado, sin sustituciones; liberarás al tuyo primero —estableció Obsidian con una sonrisa confiada, tras lo cual dedicó una mirada seria a su subalterna.
Ésta asintió en el acto y, con paso ágil, se situó junto con Dustox en la entrada de la bóveda. Tras ello, Drifblim soltó suavemente al chico tras dejarle pisar el suelo y se colocó en la salida, la cual Obsidian también bloqueó tras haberse alejado unos veinte metros. Danot solamente atinó a frotarse las zonas donde el fantasma le había estado sujetando, notando esa formación al volver a erguirse, así como la presencia de una potente lámpara halógena ubicada en un relativamente cercano rincón de la bóveda.
—Ambos sabemos que no pensabas confiar sólo en la batalla para salir de este predicamento —sentenció Obsidian al cruzar los brazos y verlo con altivez; no pensaba darle la oportunidad de repetir su escape de la primera cámara.
—Parece que no puedo pillarlo por sorpresa —murmuró Danot al ver truncado su plan de escape más inmediato—; ¡empecemos entonces! —exclamó con fuerza, tras lo cual cogió una Poké Ball de su cinturón y la maximizó con un toque suave.
Era consciente de que sólo contaba con dos tercios de su equipo, así que tenía que aprovechar las pocas ventajas que tenía. Y la elección de Ray como su primer Pokémon obedecía a un patrón que había notado en los Pokémon de su contendiente; además, la bóveda era lo suficientemente amplia para hacer buen uso de su velocidad. Obsidian sonrió complacido, y en el acto liberó a su propio Pokémon, uno ideal para lidiar con oponentes rápidos, tal y como había anticipado. Dicha criatura, una mezcla de cactus antropomorfo y espantapájaros de casi metro y medio de estatura, extendió las espinas que tenía en los brazos mientras los agitaba con fuerza y fijó sus intimidantes ojos amarillos de pequeñas pupilas negras en el Pokémon eléctrico. Éste no se quedó atrás y erizó mucho más su hirsuto pelaje, sabiendo que esa no iba a ser una batalla normal, por lo que ni se molestó en girar la mirada hacia su Entrenador como habría hecho en otro caso. Aún tenía muy fresco el recuerdo de lo ocurrido horas antes.
—Gracias por tomártelo en serio —dijo Danot en pensamientos, con la mirada fija en el Cacturne; tal y como sospechaba, Obsidian se especializaba en Pokémon de tipo siniestro.
—¡Yolt! —gruñó Ray, queriendo apoyar a Danot; por ello, también dirigió la mirada hacia su oponente y le mostró los dientes apretados; no pensaba darle ni un respiro.
—Empecemos —indicó Obsidian, mientras su Pokémon seguía agitando los brazos y haciendo muecas con la hilera de agujeros que tenía por boca—. Día Soleado —ordenó de inmediato.
—¡No se lo permitas! ¡Doble Rayo! —contraatacó Danot, sabiendo que no debía dejar el más mínimo margen a su oponente si quería tener una oportunidad de ganar.
Sin miramientos, Ray apretó con fuerza sus patas sobre el frío suelo de roca antes de disparar un veloz rayo bicolor en dirección del espantapájaros. Éste, siguiendo la orden de Obsidian, había generado entre sus brazos una pequeña bola de luz que lanzó hacia lo más alto antes de recibir de lleno el ataque de tipo bicho. Así, ésta continuó ascendiendo mientras crecía al absorber oxígeno, alcanzando el tamaño de un coche pequeño al tocar el techo, con lo que la temperatura del lugar empezó a subir.
Danot no tardó en ordenar otro Doble Rayo hacia el caído, dejando de lado la deportividad a la que estaba acostumbrado, sabiendo que su oponente no tendría tales contemplaciones en ese momento. Sin embargo, Cacturne no era moco de pavo, como demostró al levantarse de un ágil salto a pesar del daño recibido y disparar desde su boca un rayo de luz que interceptó ese ataque y causó un fuerte estallido que llenó el centro de la bóveda, deslumbrado a todos los presentes por un instante. Y ese tiempo bastó al cactus para disparar otro Rayo Solar que desintegró el suelo delante de su contrincante, quien salió volando hacia los pies de su preocupado Entrenador.
—Desarrollo —fue la escueta orden de Obsidian, quien había hallado el pequeño margen que necesitaba.
Cacturne no tardó en forzar su cuerpo a crecer apreciablemente, mientras su piel adquiría una tonalidad mucho más verde y viva. Así, alcanzó un tamaño que fácilmente duplicaba al de Ray, quien apretando los dientes se reincorporó, listo para continuar. Le bastaron unos segundos para llegar al centro de la bóveda y lanzar desde ahí su Doble Rayo, pero el cactus respondió con un Rayo Solar mucho más fuerte que el anterior, tanto que engulló completamente al otro ataque y obligó al Jolteon a hacerse a un lado para no correr la misma suerte. La gruta se remeció cuando el ataque golpeó la pared de roca, dejando un agujero tan grande como la entrada al Camino de Hielo.
—¡Ataque Rápido! —cambió de estrategia Danot, aprovechando la velocidad de su Pokémon y el notorio cansancio de Cacturne, a pesar de la potencia de sus ataques.
—Tormenta de Arena —ordenó un tranquilo Obsidian, esbozando una leve sonrisa; había tenido la situación controlada desde el principio del combate.
Y Cacturne lo demostró al girar frenéticamente, utilizando uno de sus amplios pies como apoyo y liberando de los poros de su cuerpo partículas de arena que llenaron la bóveda. Esa maniobra no sólo le permitió extinguir la esfera de luz que había creado, sino también repeler la carga frontal de su rival, quien quedó completamente expuesto a la tempestad de sílice. No obstante, éste reaccionó abalanzándose otra vez sobre el espantapájaros, sólo para ser evitado gracias al Velo Arena de éste y recibir en un lado un contundente puñetazo que absorbió parte de su energía vital antes de mandarle a volar cerca de su Entrenador por segunda ocasión.
—¡Ray! —exclamó éste, preocupado, antes de cubrirse la nariz y la boca con un brazo; por suerte, sus lentes deportivos protegían sus ojos y le permitían ver con algo de claridad en medio de la arena.
—¡Yolt! —respondió el aludido al reincorporarse y buscar a su contrincante con el olfato, al haberse dado cuenta de que no podía fiarse de su vista en esas condiciones.
—¡Ve hacia adelante y usa Doble Rayo! —ordenó apenas notó que Ray había hallado al Pokémon siniestro.
—Ya sabes qué hacer —indicó discretamente Obsidian, cubriéndose la cara con ambos brazos y dejando apenas una franja entre ellos para poder ver.
Ray avanzó con una mezcla de decisión y furia y se aprestó a desplegar su Doble Rayo cuando llegó nuevamente al centro de la bóveda. No obstante, su contrincante se anticipó a esa intención ofensiva y se lanzó a su encuentro mientras era rodeado por una intensa aura negra. Así, eludió el rayo bicolor con un ágil brinco y su habilidad para mimetizarse con la arena, por ello no bastó para ocultarse del fino olfato de Ray, quien sintiéndole venir, pudo hacerse a un lado para asestarle un par de violentas coces que le derribaron. Por primera vez en la batalla, Obsidian se mostró sorprendido.
—Gigadrenado —ordenó este último, consciente del riesgo que corría su Pokémon si no recuperaba algo más de vitalidad antes de recibir otro ataque como el anterior.
—¡Esquívalo! —fue la rápida reacción de Danot, queriendo evitar que el cactus se recuperase a la vez que causaba daño.
Levantándose rápidamente, Cacturne desplegó desde los orificios que formaban su boca una serie de hilos verdes de energía, queriendo absorber otra vez la vitalidad de su oponente. Éste, sin embargo, los evitó empleando su gran velocidad, tratando de situarse en una posición cómoda para contraatacar. A ese ritmo, lo único que lograría sería cansarse y seguir siendo lastimado por tempestad arenosa.
—¡Rayo! —mandó Danot, para extrañeza de sus oponentes y del propio Ray, quien igualmente decidió confiar en lo que sea que estuviese planeando.
Sin dilación, este último disparó una potente descarga hacia la aparente posición de Cacturne, cuyos látigos de energía la anularon fácilmente y alcanzaron a su víctima con facilidad. Ese drenaje tan rápido y violento resultó muy doloroso para el Ray, pero fue cuando se percató de su posición relativa que entendió el plan de su Entrenador, por lo que se preparó para la orden que vendría a continuación.
—¡Doble Rayo, a toda potencia! —ordenó presurosamente Danot, habiendo dejado a regañadientes que Ray recibiese ese ataque para poder tener un blanco mucho más accesible.
Sin dejar tiempo de reaccionar a su oponente, Ray disparó un rayo bicolor hacia él, anulando los hilos de energía y golpeándole directamente, con tanta fuerza que acabó empotrándolo contra el muro de roca más cercano. A pesar de tal impacto, Cacturne se reincorporó de inmediato, si bien se mostraba muy maltrecho; su oponente no estaba mucho mejor, entre los ataques recibidos y el continuo asedio de la Tormenta de Arena. El siguiente intercambio seguramente sería el último para cualquiera de ellos, pero el cactus contaba con la ventaja del tiempo favorable, por lo que Danot debía encontrar alguna manera de revertir la situación. Sólo le quedaba confiar en que el plan que se le acababa de ocurrir funcionase.
—¡Ataque Rápido! —indicó súbitamente, esperando que Obsidian no descubriese su intención antes de tiempo.
—Golpe Bajo —contraatacó el comandante Rocket, empezando a hacerse una idea más completa de las fortalezas y debilidades del chico; no sólo estaba luchando contra él, estaba evaluándolo a cada momento.
A pesar de la clara desventaja física, Ray no dudó en lanzarse en pos de Cacturne a toda velocidad; éste, valiéndose otra vez de esa intención ofensiva, fue envuelto por una intensa aura negra antes de salir a su encuentro. Ambos avanzaban lo más rápido que permitían sus cansados cuerpos, preparados para lo que podría ser el golpe final. Sin embargo...
—¡Deténte y usa Deseo! —ordenó abruptamente Danot, tomando por sorpresa a ambos Rockets, quienes ya daban por hecha la victoria del cactus espantapájaros.
Le costó, pero presionando sus patas contra el suelo y sus dientes entre sí, Ray se detuvo a poco menos de tres metros de su oponente, quien viéndose desprovisto de la intención ofensiva que alimentaba su ataque, se quedó parado como lo que era. A salvo por el momento, el Jolteon cerró los ojos para hacer una plegaria, generando un sinnúmero de pequeños e intensos brillos dorados que no tardaron en precipitarse a tierra, sin ser afectados por la tempestad de arena.
—Lo he subestimado —admitió mentalmente Obsidian, admirado de que el chico conociese la truculenta naturaleza del Golpe Bajo, a pesar de no haberlo reconocido la vez anterior—. ¡Puño Drenaje! —ordenó, queriendo apelar aún al cuerpo a cuerpo.
—¡Que no te alcance, Ray! —indicó Danot de inmediato, queriendo llevar a cabo la segunda parte de su plan.
Mostrando de nuevo sus excelentes reflejos, Ray evitó el fuerte puñetazo rodeado de aura absorbente, pero Cacturne no se dio por vencido e intentó propinarle una serie de ellos desde todos los ángulos posibles. Sin embargo, ninguno pudo tocar al Jolteon gracias a los oportunos saltos y giros que daba, si bien la tormenta seguía lastimándole sin misericordia.
Pasó cerca de un minuto en el que se mantuvieron así, tras el cual se dieron tres hechos que decidirían el resultado de la batalla: primero, la remisión de la Tormenta de Arena, lo cual dejó a ambos Pokémon visibles para todos los presentes; segundo, el regreso de Cacturne a su tamaño normal, con lo cual perdió el poderío físico y especial con el que amenazaba a su oponente; tercero, un brillo dorado que envolvió al Jolteon, restaurando su energía y curando la mayoría de sus heridas. Obsidian, sorprendido por esa confluencia de eventos, se negó a atribuirlo a una casualidad, como había hecho durante su primera batalla con Danot. Sonrió, satisfecho. El combate sería mucho más desafiante de lo que había pensado en un principio.
—¡Doble Rayo! —mandó Danot de inmediato, queriendo derrotar cuanto antes al Pokémon de Obsidian.
Éste se mantuvo en silencio, sin dar órdenes a su Cacturne, quien con esfuerzo se lanzó por enésima vez sobre su antagonista, con ambos brazos llenos de una brillante aura verde. Lo hizo incluso cuando le vio disparar el rayo bicolor desde su boca, el cual le impactó de lleno en el pecho. A pesar de la intensa quemazón en esa zona, el cactus no cejó en su ahínco de avanzar y darle un puñetazo, poniendo todo de sí en ello. Fue tal su determinación que finalmente pudo alcanzarle… justo antes de caer debilitado.
Obsidian no tardó en retirar al cactus y liberar a su reemplazo, mientras Ray hacía buen uso de ese tiempo para conjurar otro Deseo por orden de Danot, a quien se había acercado tras su victoria. El chico agradeció haber sido cauto, pues su nuevo oponente era todavía más temible que Cacturne, a pesar de ser apenas más alto. El monstruoso escorpión de cuerpo segmentado vio con desdén a su próxima víctima, pensando en arrancarle la carne con sus masivas mandíbulas, romperle las patas con sus poderosas pinzas o aplastarle el cráneo con su alargada cola, si es que acaso Obsidian quería que fuese rápido. En caso contrario, le haría sufrir lentamente con sus potentes toxinas.
—Terremoto —indicó Obsidian con calma, tras haber echado un vistazo al techo de la bóveda.
—¡Salta y Rayo! —contraatacó Danot de inmediato; si ese Drapion era tan fuerte como parecía, Ray difícilmente podría resistir un ataque como ese.
Resignado a no poder empezar con sus mejores armas, el escorpión púrpura causó un fuerte sismo al golpear el suelo con dos de sus cuatro patas articuladas. Sintiéndolo venir, Ray dio un salto en el momento adecuado y, ya en el aire, se dispuso a disparar su ataque eléctrico; sin embargo, una enorme estalactita cayó entre ambos y le sirvió a Drapion como escudo. Instintivamente, Danot alzó la mirada para ver el techo, lleno de afilados picos de roca… ¡y uno iba a caer sobre él! Saltó de inmediato hacia un lado, justo antes de que éste se clavase ahí donde había estado de pie. Pasado ese susto de muerte, centró su atención en el área de batalla, sembrada de varias estalactitas que limitaban la movilidad de Ray, quien a falta de órdenes buscaba un punto idóneo para contraatacar. Drapion no se lo ponía nada fácil, al emplear su peculiar anatomía para atacar con sus pinzas cubiertas de energía oscura o con su cola brillando de color morado desde el suelo o subiéndose a los trozos de roca. A pesar de ese asedio, el Jolteon eludía los ataques mientras respondía con descargas que tampoco alcanzaban a su blanco.
—¡Ataque Rápido! —ordenó Danot al reincorporarse en la batalla, con una idea de cómo ganar una ventaja importante contra ese oponente.
—Tajo Umbrío —contraatacó Obsidian, tranquilo a pesar de tener una estalactita de más de medio metro clavada a apenas cuatro palmos a su izquierda.
Drapion alzó sus pinzas que brillaban de color negro, y se preparó para recibir a su oponente. Éste siguió adelante a pesar del riesgo, con suficiente velocidad y habilidad para evitar esos peligrosos apéndices y golpearle en un lado, pasando de largo a causa de la anatomía del escorpión. No le había lastimado mucho, pero no importaba, porque Ray ya había logrado lo que Danot quería: situarse a la espalda de Drapion y atacarlo contundentemente desde un punto ciego.
—¡Rayo! —ordenó enseguida, no queriendo dar a Obsidian tiempo para reaccionar.
Apretando los dientes, Ray se apresuró en desplegar su ataque eléctrico hacia el desprevenido escorpión… cuya achatada cabeza giró ciento ochenta grados, para su gran sorpresa. Drapion aprovechó tal distracción para golpearlo duramente con su cola destellante de color morado, presionándole contra el suelo. No obstante, ello no bastó para detener el ataque eléctrico, el cual le lastimó moderadamente.
—Sujétalo y usa Colmillo Hielo —ordenó fríamente Obsidian, del mismo modo que veía la situación.
—¡Ray! —le llamó un preocupado Danot, intentando encontrar una manera de que su Pokémon pudiese escapar a pesar del daño recibido.
El Jolteon sentía que el mundo le había caído encima, y no era para menos, dada la fuerza que Drapion ejercía sobre él con su cola, la cual no tardó en ser acompañada por la presión de sus pinzas en el cuello y una de sus patas traseras, en una demostración de su asombrosa flexibilidad. Ray intentó zafarse pero sólo pudo patear el aire, incluso cuando su oponente retiró la cola y lo alzó con facilidad, tras lo cual le hincó con saña sus colmillos recubiertos de hielo, para pasmo de Danot.
—¡Deja salir toda tu electricidad! —exclamó apresuradamente, queriendo obligar a Drapion a soltarle.
Sabiéndose cerca del límite de sus fuerzas, Ray se dispuso a cumplir dicha orden a la brevedad posible, a lo que Obsidian respondió ordenando a Drapion que dejase de sujetarle con las pinzas; con ello, la relativamente débil descarga no pudo superar la poca conductividad del hielo que había cubierto la mitad derecha del maltrecho Jolteon. En un acto de arrogancia, el escorpión giró intempestivamente su cabeza y aprovechó el impulso para arrojar a su congelado y derrotado oponente a los pies de Danot.
—Ray… —el chico se hincó ante él y retiró como pudo el hielo pegado a su piel, sin importarle la incómoda sensación de humedad que empezaba a llenar sus guantes.
Inconmovible ante tal escena, Drapion se dispuso a abalanzarse sobre ambos en el acto, pero al girarse para pedir permiso a Obsidian, se halló con una mirada seria y un gesto de mano que le indicaba no moverse. No pensaba romper la única regla implícita de ese combate: no atacar al Entrenador contrario; de otro modo, su victoria no tendría el efecto deseado. Además, aunque no dejase verlo, entendía la preocupación del chico y no quería hacerle experimentar lo que significaba enfrentarse a alguien a muerte… a menos que él le obligase a hacerlo.
Con esfuerzo y las manos entumecidas por el frío, Danot finalmente pudo quitar el hielo que cubría el frágil cuerpo de Ray, y tras una última caricia en la frente, lo guardó en su Poké Ball. Se levantó y dirigió una mirada molesta hacia sus oponentes, sólo para darse cuenta de que Drapion estaba reprimiendo sus ansias asesinas, como dejaba ver el irregular movimiento de sus pinzas y cola. Fue entonces que entendió que, a pesar de la violencia empleada, Obsidian estaba respetando no sólo las reglas del combate, sino también su vida.
—Sigamos —dijo Danot mientras relajaba su expresión, si bien se mantuvo serio y enfocado en el reto que tenía por delante.
Sin demora, liberó a una salamandra celeste de apariencia despreocupada, la cual contrastaba mucho con la de su contrincante, quizá porque era igual de alta. O porque se sentía segura por la ventaja de tipo que tenía, o sencillamente porque era su forma de ser.
—¡Salma, Disparo Lodo! —ordenó Danot, apelando a la ventaja de tipo.
—Evádelo y Afilagarras —pidió tranquilamente Obsidian, sabiendo bien que la piel viscosa de los Quagsire les daba cierto grado de protección ante los ataques físicos.
Abriendo su gran boca, Salma expelió una andanada de glutinosos chorros de lodo hacia Drapion, quien ni corto ni perezoso comenzó a moverse por el campo lleno de estalactitas que empleó de escudos. Así, aprovechó cada momento posible para frotar entre sí sus pinzas, con lo que sus músculos se tensaron notablemente, a la vez que la percepción de sus alrededores se hacía más clara. Sólo le faltaba encontrar el instante adecuado para contraatacar, y éste se dio cuando Salma tuvo que tomar aire tras esa seguidilla de ataques.
—¡Tajo Umbrío! —exclamó súbitamente Obsidian al dejarse llevar por la emoción del combate, para luego recuperar su compostura; eran raras las ocasiones en las que podía permitirse esos arrebatos de disfrute y pensaba aprovechar ésta, sin olvidar cuál era el objetivo de esa batalla.
—¡! —Danot habría reído distendidamente por esto si la situación no hubiese sido tan seria; en cierta forma le tranquilizaba que su oponente pudiese apasionarse así por un combate, pero no podía confiarse en lo absoluto—. ¡Agua Lodosa! —contraatacó.
Drapion se lanzó en pos de Salma con sus pinzas cubiertas de energía oscura, listo para partirla en dos si se daba la oportunidad. Sin embargo, no esperó encontrarse con una pared de agua lodosa que su oponente generó rápidamente en torno a sí misma, con lo que fue expulsado hacia atrás con relativa facilidad. Los trozos de roca que aún quedaban de pie en el área de combate no tardaron en correr la misma suerte.
—Colmillo Hielo —indicó Obsidian, tranquilo a pesar de ese revés.
—¡Rayo de Hielo a las patas! —reaccionó Danot, mostrándose más apasionado por la batalla que su antagonista, quizá con la remota esperanza de convencerlo de dejarle ir sin más.
Ambos habían tenido la misma idea. Gracias al frío ambiental, los ataques de hielo tardaron poco en formarse, pues la bóveda ya había recuperado su temperatura usual. Así, Salma disparó su fino rayo congelante, pero Drapion lo evitó con un increíblemente coordinado movimiento de patas, lanzándose sobre ella con las fauces abiertas. Si bien su percepción de los alrededores había regresado a la normalidad, no tendría ningún problema en cogerla y ocasionarle tanto daño como quisiese.
—¡Golpe de Cuerpo! —mandó inmediatamente Danot, queriendo aprovechar la cercanía que el Pokémon siniestro había propiciado.
Lenta pero segura, Salma se lanzó al encuentro de su contrincante y le golpeó con dureza el tórax mientras extendía sus cortas extremidades, obligándolo a retroceder varios centímetros antes de que éste le clavase sus fauces llenas de cristales de hielo en el hombro derecho. Los pequeños ojos negros de la salamandra se achicaron más aún cuando un dolor frío y punzante empezó a expandirse por su torso. Habría querido usar su maniobra defensiva anterior, pero si Danot no la había ordenado era por temor a que acabase encerrada en una prisión de hielo generada por la interacción entre el Agua Lodosa y el Colmillo Hielo. Sin embargo, ésta no era el único recurso con el que Salma contaba, como demostró al girar a pesar del dolor para golpear fuertemente a su contrincante con su gruesa cola. Necesitó tres impactos para que Drapion le soltase y se alejase en el acto, preparándose para contraatacar.
—Cola Veneno —ordenó Obsidian, con una idea clara de cómo lidiar con Salma tras haber analizado la situación.
—¡Bostezo! —indicó Danot, mientras Drapion volteaba para volver a atacar.
—¡Mofa! —reaccionó inmediatamente ante ese movimiento sorpresivo, dejándose llevar nuevamente por la emoción del combate.
Salma expelió tan rápidamente como pudo una burbuja rosada algo más grande que su cabeza hacia el escorpión, quien aprovechando su ataque venenoso la reventó con un tajo diagonal de su cola. Acto seguido, se situó en el rango visual de la anfibia y le mostró una expresión burlesca, a la vez que sus ojos se iluminaban de un siniestro fulgor negro y le hacía un irrespetuoso gesto con las pinzas. Esto ocasionó un peculiar trance en Salma, obligándola a pensar sólo en atacar. El muchacho hizo una mueca de molestia ante la inhabilitación de sus técnicas indirectas, pero pareció recuperar su buen talante al notar algo que podría inclinar la balanza a su favor.
—¡Rayo de Hielo! —indicó seguidamente, queriendo pillar a Drapion desprevenido.
—Cola Veneno —ordenó Obsidian, extrañado ante ese cambio de humor del chico.
Salma abrió rápidamente su boca y desplegó una serie de finos rayos congelantes que su oponente esquivó con facilidad, mientras su alargada cola empezaba a brillar de color morado. Le bastó un hábil giro para dirigir un fuerte azote de ésta hacia la anfibia, quien por orden de su Entrenador volvió a generar un muro de agua lodosa en torno a sí misma, bloqueando así ese ataque. Tal y como Obsidian había anticipado.
—Acua Cola —mandó sin pestañear, dando paso a la segunda etapa de su plan.
—¿Pero qué? —Danot intentó ocultar su sorpresa ante ese cambio de ataque, más que nada porque le resultaba demasiado conveniente; había aprendido por las malas que con Obsidian nada podía darse por seguro.
Pensando que por fin podría aplastar a su oponente, Drapion alejó un poco su cola mientras ésta se rodeaba de una vertiginosa espiral de agua, producida al condensar la humedad ambiental. Así, asestó sin piedad un golpe descendente capaz de partir roca sólida. Para su sorpresa, su ataque fue detenido por una fuerza invisible justo cuando acababa de superar la protección que era el Agua Lodosa de Salma. Acto seguido, todo ese líquido fue rápidamente absorbido por la piel de la salamandra, restaurándose así buena parte de su vitalidad, como demostraba su expresión serena.
—Aléjate y Afilagarras —fue la reacción de Obsidian ante su error, a pesar del cual se mantenía bastante tranquilo.
—¡No lo dejes! ¡Disparo Lodo! —ordenó Danot, queriendo presionar mucho más a su oponente, tan afanosamente que no reparó en la confiada expresión de éste.
Valiéndose de la nimia distancia entre ambos, Salma expelió un grueso chorro de lodo que golpeó al escorpión en el tórax y lo empujó varios metros, dañándole de modo apreciable.
—¡Rayo de Hielo a las patas! —siguió decidido, sin querer darle oportunidad de recuperarse.
Incansable, Salma liberó en sucesión dicho ataque, tan rápidamente como le fue posible, pero esto no bastó para alcanzar al escurridizo escorpión. Al no recibir nuevas órdenes, éste volvió a frotar entre sí sus pinzas para ganar en poco tiempo un masivo incremento de fuerza física y precisión. Creyó que con eso bastaría para derrotar a su irritante antagonista; no podía soportar aquella expresión tan carente de preocupación o miedo hacia su presencia.
Su gran oportunidad llegó cuando Salma se detuvo súbitamente y empezó a toser, para sorpresa de Danot. Éste dirigió rápidamente la mirada hacia Obsidian, quien no se molestó en ocultar su satisfacción ante el éxito de su estrategia previa. Fue entonces que el chico entendió lo ocurrido: el Agua Lodosa había disuelto las toxinas de la Cola Veneno, y el posterior uso de la Acua Cola causó que Salma absorbiese toda esa agua envenenada, que si bien al principio restauró su vitalidad, fue mermándola poco a poco. No pudo evitar preguntarse qué habría ocurrido si Salma hubiese tenido una habilidad distinta a Absorbe Agua, pero supuso que Obsidian ya había previsto tal posibilidad.
—Acábala con Tajo Umbrío —indicó, impasible; esperaba que tal demostración de fuerza dejase vulnerable a su oponente durante el resto del combate.
Incapaz de contenerse más, Drapion se lanzó en pos de la afligida anfibia mientras sus pinzas se llenaban de un siniestro brillo negro. Tal era su impaciencia que no dudó en hacerlo a toda velocidad… demasiada, pensó Obsidian poco antes de verle resbalar estrepitosamente. Fue recién entonces que se percató de que el suelo entre Danot y él estaba cubierto por una capa de hielo que había propiciado el tropiezo del confiado escorpión, quien se dirigía sin control hacia su oponente. En menos de un parpadeo, se había convertido en la presa de ésta.
—¡Terremoto! —ordenó inmediatamente Danot, devolviendo a Obsidian la mirada de satisfacción que éste le había dedicado previamente.
A pesar de sentir cómo el veneno le quemaba las entrañas, Salma acopió lo que le quedaba de fuerza para dar un fuerte pisotón y generar un potente sismo que dañó de forma considerable a Drapion. Al borde de la inconsciencia, éste intentó reincorporarse y contraatacar, pero un rápido chorro de lodo directo a la cara acabó por debilitarlo. Sin inmutarse, Obsidian lo regresó a su Poké Ball.
Ruby no pudo evitar sobresaltarse al ver a Drapion ser arrastrado hasta los pies de su superior. «No seas tonta, él no perderá», se dijo a sí misma con tono reprensivo; esa noción fue reforzada al verle coger una Poké Ball negra y amarilla en la parte superior, una Ultra Ball. El chico había resultado más hábil de lo que pensaba en un principio, por lo que Obsidian había decidido emplear su mejor baza. Bastó un elegante movimiento de muñeca para que esa esfera aterrizase y se abriese en el único hueco en medio de la capa de hielo entre ambos Entrenadores. Una figura cuadrúpeda tomó forma delante de Danot y Salma, una que se les hacía muy familiar: cuerpo esbelto, patas delgadas y musculosas, fuertes mandíbulas y gruesos cuernos que se curvaban hasta casi alcanzar su espalda. El Houndoom les dirigió una mirada amenazante y seria, sabiendo que si su compañero lo había escogido era porque esos dos le estaban dando problemas. Sonrió, divertido, agradecido por la confianza que Obsidian siempre depositaba en él, en las buenas y, sobre todo, en las malas.
Danot no pudo ver sin extrañeza al can, preguntándose por qué su oponente no había elegido a su Crawdaunt u otro Pokémon con menos desventaja; sin embargo, la enorme confianza que demostraba le hizo pensar que debía ser su as o tener algún ataque efectivo para esa situación. En cualquier caso, estaba a punto de descubrirlo.
—Acábala ya —sentenció Obsidian, mucho más serio de lo que se había mostrado hasta entonces.
A pesar de sentir que sus Pokémon y él se habían desempeñado estupendamente, Danot se estremeció al oír tal orden, la cual le hizo temer que Obsidian hubiese estado jugando con él, dejándole creer que tenía oportunidad de ganar. Intentó tranquilizarse buscando algo que le dijese lo contrario, y lo halló en la calma que Salma le transmitía, con lo que pudo recuperar parte de su confianza. Sólo debían derrotar a ese Houndoom para poder irse, siempre y cuando su oponente cumpliese con su parte del trato; de no ser el caso, ya encontrarían el modo de huir. Sin embargo, el corazón se le heló y toda esa confianza pareció desvanecerse cuando creyó oír el llamado de la muerte, capaz de asustar incluso a la normalmente despreocupada salamandra.
Ese aterrador aullido precedió a una intensa aura ígnea que rodeó por completo al Houndoom de Obsidian, confiriéndole un tono ligeramente rojizo. Incapaz de identificar tal ataque, fue su gran curiosidad por éste la que le permitió sobreponerse lo suficiente como para reaccionar.
—¡Agua Lodosa! —indicó en el acto, repitiéndose a sí mismo que ya tendría tiempo de investigar todo sobre ello después de ganar; no podía darse el lujo de distraerse en ese momento.
A pesar de la fuerte quemazón interior, Salma saltó hacia adelante y utilizó todo su poder en generar una cortina de agua turbia en torno a sí misma, desplegándola aprisa hacia sus alrededores. Sin embargo, cuando ésta se encontraba ya a un metro del can, éste liberó una columna ígnea que fue engrosándose con cada centímetro avanzado. Así, el diámetro del Sofoco superó por mucho la altura de su contrario y lo evaporó por completo antes de seguir su curso hacia Salma, abrasándola, ante la pasmada mirada de Danot.
Tras segundos que parecieron eternos, Houndoom cesó por fin su ataque y bajó la cabeza, jadeando levemente. Esto no le impidió esbozar una media sonrisa al ver a su víctima tendida cuán larga era sobre el suelo ya desnudo de hielo, inconsciente y con su usualmente húmeda piel muy reseca, como dejaba ver el escaso contraste entre la piel morada y la larga aleta azul que la recorría hasta llegar a la punta de su cola. Como si esto no hubiese sido prueba suficiente del poder de tal ataque, la temperatura ambiental había ascendido al punto de hacer algo incómodas las prendas de abrigo de los presentes.
—Regresa Salma… gracias… —expresó un apesadumbrado Danot, sin terminar de recuperarse de aquel dantesco espectáculo.
Teniéndole contra las cuerdas, Obsidian le dedicó toda su atención, preguntándose qué haría a continuación. Si realmente había quebrado su confianza, sólo le quedaba esperar su rendición o derrota, dudando que tuviese la voluntad para intentar escapar. En caso contrario, y si realmente podía fiarse de la información de la que disponía, no sería demasiado difícil someterlo.
Danot se dio un momento para respirar hondamente e intentar recuperar la calma. Le costó, pero por fin fue capaz de hacerlo al darse cuenta de que Obsidian no se había anticipado a todas sus decisiones durante el combate. Esto no le garantizaba que fuese a ganar, pero le daba esperanzas de tener una oportunidad, por lo que se aprestó a sopesar con cuidado sus opciones. Por un lado, Mizuho tenía ventaja de tipo y defensas decentes, mientras que Hellga era más ágil y contundente ofensivamente; no obstante, teniendo en cuenta lo ocurrido con Salma, se decantó por la segunda. Así, juntando cada ápice de su determinación, liberó a Hellga en el lugar que había ocupado su compañera. Fue justo entonces cuando Rock y Jade llegaron finalmente a la bóveda, sorprendiéndose ambos al ver al Houndoom de su superior, pero mucho más al ver que Ruby no estaba participando en la paliza que se imaginaban que tendría lugar ahí.
—Subcomandante Ruby —le saludó Jade, siguiendo el protocolo; ésta asintió, pero no dijo más, observando a Hellga con detenimiento—; ¿qué está pasando? —se atrevió a preguntar con tono suave, casi sumiso.
—¿No es obvio? El comandante quiere divertirse un poco antes de acabar con él —intervino Rock al tronarse los nudillos, siendo ésta la respuesta que más convenía a sus propios intereses.
—No te hagas la idea equivocada; se trata de una apuesta —le cortó severamente Ruby—. Si el comandante gana, el chico se unirá a nosotros; y, en el improbable caso contrario, dejaremos que se vaya —sentenció enfáticamente, sin intención de permitir cuestionamientos hacia el criterio de su superior.
Rock estuvo a punto de replicar por ese inesperado cambio de planes, pero por una vez fue capaz de contenerse, temeroso de otro castigo. A pesar de que ninguna opción le resultaba conveniente, supuso que lo más probable y aprovechable era una victoria de Obsidian, por lo que decidió disfrutar del espectáculo en lugar de discutir con Ruby.
Para Hellga, encontrarse con un congénere solía ser una experiencia agradable, ya que disfrutaba compartir experiencias sobre sus compañeros, pero éste, más grande y musculoso que ella, no tenía ninguna intención amistosa. Su lenguaje corporal y sus gruñidos expresaban completa fidelidad hacia Obsidian, pero también su disposición a acabar con sus enemigos, sin importar la manera… y en ese momento, sus enemigos eran ella y Danot. Gruñó ferozmente. No iba a dejar que ninguno de ellos le tocase un solo cabello, incluso si tenía que arriesgar su propia vida o terminar con la de ellos.
—Interesante elección —comentó Obsidian al observar esa interacción, admirado por el valor de su contrincante.
No era para menos, pues muchos Entrenadores solían rehuir de los combates entre Pokémon de la misma especie, al sentirse presionados a demostrar que los suyos eran mejores, aunque sus compañeros no diesen tanta importancia a esto. Otros, más soberbios, buscaban activamente este tipo de retos al creer en la superioridad absoluta de sus habilidades y Pokémon, lo cual resultaba en una experiencia desagradable para quienes se tomaban estas batallas con una actitud mucho más sana.
—Entonces, acabemos con esta batalla —dijo Obsidian con una sonrisa arrogante, confiando en que su experiencia y la de su Houndoom les diesen la victoria.
—¡Colmillo Rayo! —mandó Danot tras asentir, tomando la iniciativa.
—Aullido —ordenó el Rocket en el acto, queriendo confirmar algo importante antes de emplear sus mejores ataques.
Hellga se lanzó en pos de su oponente, con sus mandíbulas llenas de electricidad. Inafectada por ese Aullido, no dejó de correr a pesar de verle pisotear repetidamente el suelo y abalanzarse sobre ella cubierto de una tenue capa Ígnea que fue engrosándose a cada paso que daba. La colisión entre ambos fue estrepitosa… o lo habría sido si el Houndoom macho no hubiese sido detenido por una fuerza invisible que absorbió todo el fuego que le rodeaba. Aprovechando su cercanía, Hellga intentó asestarle una fuerte mordida en el cuello que éste evitó por los pelos, respondiendo en el acto con un golpe de su cola rígida y brillando de color metálico en el lado izquierdo, dañándole un poco.
—Espero que el Houndoom del comandante destroce a esa odiosa perra —espetó Jade, todavía enojada por lo ocurrido en la primera cámara.
—¡Ja ja, ni lo dudes! ¡Esa inútil no tiene nada qué hacer contra el Houndoom del comandante! ¡Basta con ver la diferencia de tamaño para saber quién ganará! —afirmó categóricamente Rock, creyendo saber del tema.
—El resultado de este tipo de batallas se decide por la habilidad de Entrenadores y Pokémon, no por el tamaño —pensó Ruby, perpleja ante tamaña falta de perspectiva; le habría corregido de no ser porque le creía incapaz de comprender la situación real.
—Ahora imagina que no gane —comentó una maliciosa Jade, mientras observaba cómo Hellga eludía por muy poco las Colas Férreas y Colmillos Rayos de su oponente.
—No perderá… no puede perder... —contestó Rock, cada vez menos seguro de ello; su codicia le iba empujando cada vez a actuar en contra de los deseos de Obsidian, a pesar de su temor por otro castigo económico.
—El comandante Obsidian no perderá, así que cállense y asuman sus posiciones, que no les he dado permiso para descansar —les regañó Ruby, encontrando molesta esa falta de fe—; espero que el chico sea mejor subordinado que ustedes —dijo para sí misma, mientras dejaba ver una sonrisa que sorprendió mucho a los soldados Rocket, acostumbrados a su semblante eternamente serio.
Mientras tanto, los Houndoom intercambiaban dentelladas llenas de electricidad o energía siniestra sin éxito, al ser ambos muy ágiles. Las expresiones de sus respectivos Entrenadores, no obstante, eran muy distintas: Danot se sentía presionado tras haber notado la presencia de los otros dos Rockets, en tanto Obsidian se mantenía tranquilo a pesar de esa aparente igualdad de habilidad y velocidad… por lo que creyó que ya era hora de atacar en serio.
—Aullido y Finta —ordenó, sabiéndose dueño de la situación.
—¡No lo dejes! ¡Mofa y Colmillo Rayo! —indicó Danot, dando inicio a su estrategia de restringir todavía más los ataques del otro Houndoom.
Anticipándose a tal intención, el Houndoom Rocket aulló fieramente justo antes de que Hellga empezase a ladrar provocadoramente y con los ojos llenos de un siniestro fulgor negro. Con los músculos mucho más abultados que antes, el can se concentró en su oponente mientras ésta se acercaba con las mandíbulas llenas de electricidad. En el instante menos esperado, pareció desvanecerse en el aire para reaparecer después por su flanco derecho y golpearle en el torso con un rápido cabezazo.
A pesar del fuerte golpe, Hellga se reincorporó enseguida y esbozó una confiada sonrisa, dando a entender que podía aguantar mucho más. No era un comportamiento usual en ella pero, dadas las circunstancias y la táctica que creía que Danot iba a usar, debía provocarlo lo más posible, aun si estaba bajo el efecto de la Mofa. A pesar de su considerable orgullo, el Houndoom macho contuvo su deseo de lanzarse en pos de ella, aguardando las instrucciones de su humano.
—¡Colmillo Rayo! —ordenó Obsidian, confiando en que los aumentos de fuerza de su Pokémon bastasen para doblegar a su semejante.
—Hellga, deja que vaya a ti —indicó prestamente Danot, para gran sorpresa de los Rockets.
Viendo su sospecha confirmada, Hellga apretó con fuerza sus patas contra el suelo y esperó a su oponente, sin moverse ni mostrarse intimidada. Obsidian sabía que ese par planeaba algo, pero no lograba dilucidar el qué, a pesar de su mayor experiencia. «No es que importe mucho», pensó al decidir arriesgarse a descubrirlo, ya que había entrenado a su Pokémon para dar siempre al menos un golpe con su Cola Férrea si sus contrincantes eludían alguno de sus ataques de corto alcance, quitándoles el intervalo necesario para contraatacar (como Hellga y Danot habían comprobado al principio de esa ronda). Fue muy tarde cuando se dio cuenta de la razón real.
El Houndoom Rocket saltó con las fauces abiertas, listo para lacerar la garganta de su víctima, pues no era más que esto: otra de las tantas víctimas que había tomado y pensaba seguir tomando en su afán de seguir la senda que Obsidian recorría. Ninguno de ellos la disfrutaba, pero no podía ni quería dejarle solo. Él no lo hizo, aun cuando los mejores médicos del Equipo Rocket aseguraban que no volvería a luchar nunca más en su vida… ¡aún recordaba sus caras de asombro al verlo hacer trizas a un Golem meses después!
Para su sorpresa y la de Obsidian, Hellga se quedó quieta aun cuando los colmillos electrificados del primero hicieron contacto con su garganta, y finalmente entendió la razón cuando se vio paralizado por una fuerza invisible. Poco después, sintió cómo ésta le lanzaba en la dirección contraria, más fuertemente que la presión que había ejercido con su ataque. Bastante dañado, aterrizó bruscamente a varios metros de su oponente, quien tampoco había salido ilesa de ello: sus músculos habían quedado entumecidos tras recibir ese feroz Colmillo Rayo.
—Ingenioso, pero dudo que tu Pokémon pueda repetirlo en ese estado —comentó ufanamente Obsidian, mientras su can se levantaba—. Finta —ordenó prestamente, al saber ya a qué se enfrentaba.
—¡Contraataque! —mandó rápidamente Danot, consciente de que Hellga no podría esquivar aquello.
Apretando los dientes con fuerza, Hellga ignoró los intensos calambres y punzadas que le afligían para no desplomarse. Su congénere, teniéndola indefensa, se lanzó a la carrera prestamente y, como una exhalación, desapareció de su campo visual para reaparecer por la derecha, luego por la izquierda y finalmente por delante, dañándole moderadamente con cada golpe. Sin embargo, la parálisis impidió cualquier reacción por parte de Hellga, quien impotente sentía cómo su vitalidad decrecía gradualmente con los precisos ataques de su contrincante.
Danot apretó los puños y empezó a animar a Hellga a toda voz mientras intentaba hallar una manera de ayudarle, deseando con todo su ser poder hacer algo más. Nunca supo si fue su deseo, la suerte o ambos, pero su Pokémon dejó escapar un gran gruñido mientras superaba por apenas un instante la parálisis y, para sorpresa de su confiado contrincante, detener de golpe su Finta antes de lanzarle violentamente en dirección opuesta, tras lo cual cayó pesadamente al suelo, jadeando de cansancio y dolor. Sin embargo, no se podía permitir desfallecer en ese momento, por lo que se reincorporó lentamente, respirando con dificultad y con sus patas temblando por el gran esfuerzo que ello le suponía. Tenía la vista nublada, tanto que le costó ver que su antagonista ya se había levantado, esperando la orden para darle el golpe final. Para su sorpresa y la de Danot, lo único que escucharon de Obsidian fue una serie de sonoros aplausos.
—Has luchado mejor de lo que esperaba, ¿pero no crees que ya es suficiente? —inquirió Obsidian, sabiendo que Hellga no podría resistir otro ataque así, en un intento "suave" de someterle—; ríndete ahora y no lastimaré más a tu Pokémon —ofreció sinceramente, si bien con un marcado dejo de superioridad.
—¿Hellga? —preguntó Danot, aparentemente ignorando a su contrincante; obtuvo como respuesta un débil pero decidido ladrido—. Ya la has escuchado —le dijo con aire desafiante, a pesar de lo adverso de la situación.
—Como desees —contestó Obsidian, nada impresionado ante tal demostración—; Golpe Bajo —ordenó seguidamente, anticipándose a la necesidad de su rival de atacar directamente para ganar.
—¡Hellga, ya sabes qué hacer! —exclamó éste con determinación, tan dispuesto como su Pokémon a poner todo de sí en ese último y decisivo ataque.
El Houndoom de Obsidian se agazapó de inmediato, fijando todos sus sentidos en su congénere, buscando la más mínima intención de atacarle directamente. Y se lanzó sobre ella apenas la detectó, rodeándose de una intensa aura oscura. A pesar del dolor, su contendiente también comenzó a avanzar, más lentamente pero igual de decidida, mientras diminutas chispas rojizas recorrían su ahora desaliñado pelaje.
Al ver esto, Jade contuvo el aliento. Rock apretó los puños, expectante, y profirió un eufórico grito al ver que el otro perro se movía más rápido y con más fuerza. Ruby se extrañó al notar la tranquilidad del chico, preguntándose qué clase de ataque le daba tal confianza en su Pokémon, pese a su lamentable estado. Obsidian se mantuvo serio, incluso cuando todo parecía desarrollarse a su favor. Y fue entonces cuando un intenso brillo rojizo envolvió completamente a Hellga, cuando faltaban casi dos metros para la colisión. Danot sonrió ampliamente. La victoria estaba a su alcance.
Por primera vez en la batalla, el Houndoom Rocket tuvo miedo. Miedo de una rival que, a pesar de haberle dado alguna sorpresa, había dominado a sus anchas hasta ese momento. A pesar de ello, siguió avanzando raudamente para hacerle sentir todo su poder, incluso si salía lastimado en el proceso. Podría soportar mejor una herida o un hueso roto que defraudar la confianza de Obsidian. Se lo debía y no pensaba fallarle.
El choque frontal entre ambos perros fue brutal, pero ninguno de los presentes osó apartar la mirada. Cabezas en contacto, ambos pugnaron con violencia, impulsados por sus sentimientos hacia sus respectivos compañeros. El deseo de proteger a toda costa contra el deseo de seguir fielmente el camino de su Entrenador. Lealtad contra lealtad, tan similares a pesar de sus muy diferentes circunstancias que, por sí mismas, parecían incapaces de decidir el resultado del enfrentamiento.
Finalmente, fue la ventaja de tipo la que se impuso. Incapaz de resistir mucho más, el can Rocket se vio arrollado por la demoledora fuerza de la Inversión de Hellga. Así, con los cuernos prácticamente empotrados en su torso, ésta le arrastró varios metros hasta que ambos terminaron impactándose contra el muro de roca próximo a Obsidian. Los demás Rockets observaban la escena con incredulidad.
—¡Hellga! —le llamó Danot, temiendo que se hubiese lastimado gravemente en su empeño por protegerle.
—¡Houndoom! —Obsidian hizo lo propio, más preocupado por su propio Pokémon que por el resultado de la contienda.
La atención de los presentes se centró en los dos Pokémon empotrados en la pared de roca, inmóviles como ésta y sin dar señales de haber escuchado el llamado de sus Entrenadores. Nadie se atrevió a decir más, esperando a ver qué ocurría.
Finalmente, el tenso silencio en la bóveda fue roto por el leve sonido del cuerpo de uno de los perros al deslizarse por la pared de roca y acabar tendido en suelo, fuera de combate. Con la cabeza muy adolorida por el duro golpe, agudas punzadas en todo el cuerpo y una pronunciada cojera al andar, Hellga se separó de su noqueado congénere y regresó a duras penas con su Entrenador, sólo para caer a sus pies, extenuada pero satisfecha por haber podido protegerle, incluso a ese costo.
—Gracias amiga… de verdad, gracias —expresó sentidamente Danot, arrodillado a su lado y acariciándole la cabeza con cariño, sin prestar atención a los Rockets.
Imperturbable ante la derrota, Obsidian devolvió a Houndoom a su Ultra Ball tras agradecer su esfuerzo en pensamientos. Luego, dirigió la mirada hacia sus subalternos, quienes aún no asimilaban que hubiese sido vencido por un Entrenador cualquiera.
—¡Nos marchamos, ya! —exclamó súbitamente, para sacarles de su estupor.
Sin perder más tiempo, Ruby guardó a Dustox y Drifblim y se apresuró en dejar la bóveda, al igual que Jade y Rock; éste último levantó a regañadientes la lámpara y la llevó hasta la salida, donde esperó a Obsidian. Sabía que si no hacía algo, se quedaría sin ningún beneficio, por lo que debía actuar antes de que fuese demasiado tarde.
—Como prometí, te dejaremos en paz por esta vez —expresó Obsidian, tranquilo y serio; le molestaba haber perdido pero, a la vez, le alegraba no haberse equivocado en cuanto a sus expectativas sobre Danot—; sin embargo, será mejor que no interfieras de nuevo con el Equipo Rocket, porque podrías no volver a tener tanta suerte como hoy —advirtió con semblante sombrío, queriendo dejarle claro que lo ocurrido había sido una excepción.
—¡Señor, con el debido respeto, no puede dejarlo así! —intervino Rock, procurando ser lo más diplomático posible (¡un gran logro, dado su carácter conflictivo!)
—¿Y eso por qué, Rock? ¿Qué puede ser lo suficientemente importante como para incumplir con mi palabra? —preguntó Obsidian con tono condescendiente.
El aludido se vio en un gran aprieto. Sabía que su superior desconfiaba de él y que si no hilaba fino, no ganaría nada de esa situación. Se dio un momento para pensar una respuesta adecuada, el cual se le hizo eterno. Danot sólo podía observar la escena con inquietud, sintiéndose levemente aliviado ante la disposición de Obsidian de cumplir lo acordado. A pesar de esto último, se mantuvo alerta, mientras cogía una Poké Ball del lado izquierdo de su cinturón.
—Porque no obt… —Rock carraspeó levemente, queriendo disimular lo que podría haber sido un error fatal—; porque el equipo no obtendrá ningún beneficio si no nos quedamos con los Pokémon del chico —argumentó finalmente, si bien sus ojos dejaban ver un claro brillo de avaricia.
—Porque eso sería traicionar al equipo —contestó Obsidian, con tranquilidad, a lo que su subordinado afirmó con vehemencia, creyendo que había logrado lo que quería—; si esa hubiera sido tu respuesta, podría haberlo considerado; veo que aún no has aprendido nada de tu error —añadió con mirada fría, sabiendo de sobra sus intenciones reales, tras lo cual le dio la espalda y se dispuso a dejar el lugar.
Rock, quien había pasado por una montaña rusa de emociones desde su llegada a la bóveda, no pudo más con ello. Lleno de frustración y desesperación ante la pérdida de su ansiado premio, se aprestó a abalanzarse sobre Danot para tomar sus Pokémon por la fuerza. Sin embargo, antes de que éste pudiese reaccionar, una figura conocida se cernió por detrás del soldado Rocket y le derribó de un certero golpe de tenaza en la espalda.
—Gracias, Crawdaunt; ahora coge a esa basura y llévala fuera —le pidió Obsidian, tras lo cual cogió la lámpara halógena que aún iluminaba el lugar y empezó a caminar.
Atónito ante tamaña demostración de autoridad, Danot vio cómo la langosta cogía a Rock del tobillo y le arrastraba sin mucha delicadeza hasta la salida, siguiendo a su Entrenador. De alguna manera, sintió que quizá sería mejor que todos ellos se alejasen antes de marcharse, por si acaso.
La ira era lo único que había evitado que Rock cayese inconsciente, pero sabía que esto no le daría tiempo suficiente para encargarse de los dos culpables de su fracaso. Además, enfrentar abiertamente a Obsidian podría dar a este un magnífico pretexto para eliminarlo, por lo que sólo le quedaba lastimar su maldito orgullo. Así, cogió con dificultad una Poké Ball de la que liberó a su fiero Graveler, justo cuando atravesaba la salida. Al ver esto, Danot reaccionó de inmediato e hizo lo mismo con la que tenía en la mano.
—Explosión —ordenó, casi murmuró Rock con sus últimas fuerzas, esbozando una retorcida sonrisa justo antes de caer inconsciente.
Sin cuestionar tal orden, el Pokémon rocoso acopió casi toda su energía interna en la superficie de su cuerpo, rodeándose de un intenso brillo dorado. Sonrió con maldad justo antes de liberarla de golpe, produciendo un estallido que sólo Danot vio venir.
Un gran estruendo se dejó sentir en las montañas al norte de Fusube. Todos los Rockets habían sido empujados violentamente a varios metros de la salida del Camino de Hielo, quedando cubiertos de pequeñas piedras y polvo gris. Obsidian fue el primero en reincorporarse, a pesar de que sus oídos aún retumbaban y la cabeza le dolía lo que no estaba escrito. Cuando por fin recuperó el equilibrio, se aprestó a verificar el estado de sus subordinados y Pokémon, empezando por Ruby, quien reaccionó en el acto al oír su voz. Crawdaunt y Jade también reaccionaron rápidamente, para su tranquilidad. Tras cerciorarse del estado de Rock, averiguaría qué había pasado y, si era posible, hallaría al culpable de ello. Se aproximó a su subordinado y le llamó a toda voz, pero al no obtener respuesta, le zarandeó también, con el mismo resultado. Preocupado, se dispuso a tomarle el pulso, pero al cogerle de la muñeca, vio que éste aún sujetaba con fuerza una Poké Ball. Su desconcierto se tornó en ira al girar la mirada hacia la entrada de la bóveda, en ese momento bloqueada por toneladas de roca y fango, de los cuales sobresalía un brazo rocoso que reconoció enseguida. Tomó la Poké Ball y comprobó que se trataba del Pokémon de Rock al ser capaz de guardarle en ésta, mientras Ruby y Jade observaban la escena con expresiones muy distintas.
—Ruby, prepara el helicóptero —indicó a su incrédula subalterna, quien asintió de inmediato; había entendido la ocurrido enseguida y sabía que Obsidian estaba furioso, pero aún no podía creer que Rock se hubiese atrevido a semejante cosa.
—Rock, eres un idiota —pensó agriamente Jade, habiendo sabido desde el inicio que el aludido había sido el responsable; de los presentes, era quien le conocía mejor.
—¡Crawdaunt, Jade! —les llamó Obsidian con tono de voz grave y mirada sombría; la segunda temió por su compañero al ver a la langosta acercarse con las pinzas en alto, como si supiese algo que ella no—. Crawdaunt, lleva a esta basura al helicóptero y asegúrate de que Jade lo deje bien atado —ordenó severamente, sospechando también de ella.
Jade entendió el mensaje y siguió a Crawdaunt, quien volvió a arrastrar con poco cuidado al inconsciente Rock. Por más que le pesase, no iba a arriesgarse a recibir un castigo por la idiotez de éste, pues aún necesitaba al Equipo Rocket para conseguir lo que quería. Fuese cual fuese el destino final de su compañero, no era problema suyo.
Mientras tanto, Obsidian se había girado hacia la bloqueada salida del Camino de Hielo, preguntándose qué había ocurrido con Danot, si acaso estaba herido o si podría salir de ahí antes de que fuese demasiado tarde. No podía hacer por él más de lo que ya había hecho sin traicionar al Equipo Rocket, por lo que dio media vuelta y, a paso lento, se dirigió hacia el vehículo que le esperaba.
Con el cabello revuelto por el giro de las aspas, Obsidian subió al sujetarse de la baranda y dejó la lámpara apagada a un lado tras comprobar que Rock estaba atado de manos y pies. Dirigió una última mirada hacia el derrumbe antes de cerrar la puerta y situarse en el asiento del copiloto, deseando que de alguna manera pudiese volver a enfrentar a Danot, mientras el helicóptero alzaba el vuelo.
La situación no era distinta dentro de la bóveda: la salida estaba bloqueada por una gran pila de rocas y tierra que había llegado a varios metros dentro de la misma; entre los escombros más lejanos asomaba apenas un brillo esmeralda, el cual se reveló como una semiesfera de energía cuando éstos cayeron por su propio peso. Dicha Protección no tardó en desvanecerse, habiendo cumplido ya su cometido de escudar a Danot y a la tortuga de piel azul que le acompañaba del estallido y posterior derrumbe de la salida.
—Gracias, Mizuho; eso estuvo demasiado cerca —agradeció Danot al acariciarle una de sus peludas orejas blancas.
—Tortol, tortol —contestó la Wartortle, moviendo contentamente su cola afelpada.
Agotado, Danot se dejó caer sentado sobre el duro suelo, usando como respaldo la espalda de su Pokémon, un caparazón de sólidas placas marrones, y agradeciendo el entrenamiento de guardaespaldas que su padre y Yamen habían dado a ésta, Tsurugi y Hellga. Se quedó en esa posición por poco más de media hora, tiempo en el que la aún agradable temperatura ambiental comenzó a volver a su nivel habitual. Sabiendo que era su señal para marcharse, se reincorporó poco a poco, aún adolorido en los hombros y rodillas, e indicó a Mizuho despejar las rocas que les rodeaban tras sacar una linterna de su mochila, pues había dejado caer la otra cuando Ruby le emboscó. Ésta afirmó sus patas contra el suelo y expelió una retahíla de esferas de agua tan grandes como su cabeza y lo suficientemente fuertes para pulverizar o arrastrar los peñascos hasta el muro más cercano. Con eso hecho, se alejaron unos metros de la salida y la observaron con detenimiento.
—Mizuho, Hidropulso en sucesión —pidió Danot al apuntar a la base del derrumbe, queriendo comprobar si ese ataque bastaría para despejar el camino.
Tras asentir seriamente, la tortuga se irguió y desplegó una andanada de esferas de agua hacia la base de la pila de escombros, haciéndola volar en pedazos. Para su mala suerte, lo único que logró fue que ésta se viniese abajo súbitamente, tapando de nuevo el acceso y dando un buen susto a ambos.
Había quedado claro que no podrían salir por ahí, pero tampoco podían volver por donde habían llegado. Con expresión seria y los brazos cruzados, Danot intentó hallar una solución a ese predicamento. Sabiendo que no podía hacer más por el momento, Mizuho se acercó a uno de los muros que había recibido su primer ataque de agua para sentarse a descansar. Para su sorpresa, cuando apoyó uno de sus brazos sobre esa superficie, ésta se derrumbó como un castillo de naipes.
—¿Qué es esto? —se preguntó Danot, tras situarse junto a su Pokémon.
Apuntó la linterna hacia el agujero, pudiendo ver lo que parecía ser un estrecho pasadizo natural ascendente orientado hacia el sudoeste (si es que la salida realmente lo estaba hacia el sur). No estaba totalmente seguro de ello, pero era, además de la ayuda de Mizuho (y quizá Tsurugi), con lo único que podía contar en ese momento.
—¿Crees que sea seguro? —le preguntó mientras se rascaba la sien, indeciso; solía hacerlo cada vez que debía tomar una decisión importante fuera de una batalla.
No recibió una respuesta inmediata. La tortuga tenía los ojos cerrados y las orejas bien abiertas, intentando captar hasta el más mínimo ruido procedente del agujero que tenía delante. Una mueca de extrañeza apareció en su rostro al detectar un sonido que se le antojó familiar, aunque muy débil. Abrió los ojos y apuntó hacia el pasadizo con las tres garras romas en las que terminaban sus cortos brazos.
—Entonces vamos. Será mejor que quedarnos a morir de frío aquí —dijo Danot con el buen humor que aún le quedaba, para combatir el temor de estar dirigiéndose hacia un callejón sin salida.
Sin saber qué aguardaba tras esa misteriosa oscuridad, ambos avanzaron por el estrecho pasadizo, esperando que éste les llevase fuera de su helada prisión. Lo que Danot ignoraba en ese momento es que esa elección tendría consecuencias de enorme importancia para su vida… en más de un sentido.
