Apéndice del Round 003 — Una noche muy larga

Afueras de Pueblo Chouji, miércoles 4 de Octubre, Año 100 AW, 11:13 PM

Obsidian sonrió con suficiencia, pero poco pudo hacer para esconder su cansancio. Le había costado horrores doblegar al equipo de Yanagi, como reconoció para sí mismo al guardar a sus derrotados Crawdaunt y Honchkrow. A pesar del cansancio, sus otros Pokémon tenían rodeado al Líder y a su lastimado pero aún feroz Mamoswine, quien no pensaba dejarles acercarse a su Entrenador; no era una situación en la que pudiese darse el lujo de descuidarse o perder. A pesar de ello, Yanagi se mantenía tranquilo, con una sonrisa que parecía desafiar la suficiencia con la que su oponente intentaba quebrar su espíritu de lucha.

—¡Vamos! ¿Por qué no nos das el golpe final? —preguntó provocadoramente el Líder, sabiéndose en peligro, pero también en una posición relativamente ventajosa para su objetivo en ese lugar.

—¿Golpe final? Si lo único que he hecho ha sido defenderme —adujo Obsidian, al fingir ignorancia; sospechaba del motivo por el que su interlocutor le había atacado, pero sin pruebas para incriminarlo, poco más podría hacer—. Sólo estoy esperando a que se vaya y me deje en paz, mi buen señor —añadió afablemente, queriendo evitar ensuciarse las manos con una acción irreversible que seguramente llamaría demasiado la atención.

—¿Y dejar que un Rocket haga de las suyas en mi pueblo? ¡No me tomes por un idiota, mocoso insolente! —replicó severamente Yanagi, jugándose la vida con esas palabras; hasta el momento, sus acciones podrían haber pasado por un malentendido, pero acababa de abandonar su fachada.

Obsidian le dirigió una mirada sombría. Si aún no había huido era porque corría el riesgo de ser seguido y de que el Líder obtuviese las pruebas que requería para poner en evidencia al Equipo Rocket. Eliminarlo tampoco era una opción, al ser un personaje público bastante conocido, pero un accidente… cualquiera podía tener un accidente, incluso el más experimentado de los Entrenadores.

—Patrón de ataque alfa —ordenó súbitamente Obsidian, viéndose sin otra opción; a pesar de ello, se cuidó de no desvelar mucho más, por si acaso.

Houndoom, Drapion y Cacturne flanquearon a sus presas, pero el mamut no tardó en escudar a su Entrenador, quien estaba de espaldas al río en las afueras del pueblo. Éste había considerado guardar a Mamoswine y lanzarse al agua, pero con la oscuridad reinante esto era una opción demasiado arriesgada, y nada le decía que su oponente estuviese solo. Después de todo, los Rockets siempre iban como mínimo en pares.

El can siniestro se dispuso a azotar al mamut con su cola endurecida y brillando de color metálico, mientras Drapion se acercaba con sus pinzas teñidas de energía negra. Cacturne se mantuvo a una distancia segura, esperando el momento adecuado para cumplir con su propia labor; viéndose en esa situación, Mamoswine desplegó un fuerte Terremoto que remeció sus alrededores, evitando por poco los ataques de sus tozudos oponentes, instante que el cactus aprovechó para lanzarle varios hilos de energía que empezaron a drenar la suya apenas hicieron contacto con él. Teniéndole vulnerable, los otros dos Pokémon se dispusieron a dejarlo fuera de combate, pero golpearon el aire, pues Yanagi había tardado poco en guardar a su Pokémon, a pesar de saber que podría estar condenándose con ello.

—Houndoom, Finta —ordenó Obsidian, queriendo evitar un daño significativo que hiciese sospechar de que Yanagi no había sufrido un accidente.

Yanagi no cerró los ojos. Había vivido muchos años a plenitud y no se arrepentía de nada… Shima y Kuro, su aprendiz, sabrían entender lo ocurrido, a pesar no haberles podido decir adiós. Asumió su destino con valentía, cosa que su antagonista entendió e incluso respetó. Sin embargo, ninguno de ellos se esperaba la columna de agua a presión que Houndoom esquivó por los pelos y el puntiagudo carámbano que Cacturne tuvo que romper con un Puño Drenaje para no ser ensartado por el mismo. Una figura rápida y esbelta no tardó en aparecer desde la ribera y situarse delante de Yanagi, junto a un confiado Sneasel, mientras un feroz cocodrilo bípedo de gruesas escamas azules les cubría las espaldas.

—¡Maestro, huya rápido! —le instó el chico de largo cabello negro, quien lo llevaba buscando desde que vio a Shima sola en el festival.

Yanagi lo vio con una mezcla de severidad y agradecimiento. Le había insistido en reiteradas ocasiones que lo último que debía hacer era encarar abiertamente al Equipo Rocket, y siempre había encontrado ira contenida en su mirada a pesar de aceptar sus órdenes, pero en esa ocasión era distinto. Su aprendiz no tenía ninguna intención de luchar sin que fuese necesario; sólo quería sacarlo de ahí lo antes posible.

Obsidian no tardó en recobrar su compostura, mientras analizaba al recién llegado. Su excepcional sigilo y el lugar donde estaban le hicieron pensar de inmediato en el clan Iga de Chouji… quizá el exterminio que sus predecesores ejecutaron no fue tan completo como habían creído; fuese como fuese, tenía dos problemas de qué ocuparse en ese momento. Sin embargo, antes de que pudiese decir o hacer algo más, el terreno en torno al chico y su maestro empezó a resquebrajarse y soltar nubes de vapor, como si estuviese hirviendo, a lo que siguieron columnas de energía geotérmica que golpearon a los Pokémon siniestros y por poco no acertaron al comandante Rocket. Entre la confusión, pudo atisbar la mirada decidida y amenazante de los intensos ojos plateados del chico, una que se le hizo muy familiar, justo antes de que éste y Yanagi se subiesen en los lomos de un Rhydon y Feraligatr y saltasen al río, para dirigirse de vuelta al pueblo. Sabiéndose burlado, Obsidian simplemente hizo volver a sus Pokémon tras agradecer su excelente trabajo y esperó, tras lo cual Ruby hizo acto de presencia.

—¿Hice bien en dejarlos escapar? —preguntó humildemente la pelirroja, habiendo observado todo lo ocurrido desde una posición lo suficientemente oculta para no ser avistada y cercana para actuar en caso de que fuese necesario.

—Sí, no tienen nada con qué ponernos en evidencia; además, ya habremos dejado el pueblo antes de que se recuperen —respondió, muy seguro; a pesar de no agradarle dejar cabos sueltos, lo ocurrido era la segunda mejor opción que tenían, dado el caso.

Ruby asintió y se dispuso a volver al pueblo con su superior. Éste había tenido la precaución de guiar a Yanagi en dirección contraria de donde tenían escondido el helicóptero negro con el que habían llegado a Chouji, una prueba que sí les habría puesto en un gran predicamento. Volverían a su alojamiento y se reunirían en el punto acordado con Jade y Rock para revisar los planes que tenían en la zona antes de llevar a cabo el siguiente, si es que la información de éstos era realmente fiable.

Casi una hora después de su oportuno escape, Yanagi y su aprendiz habían vuelto finalmente al Gimnasio. El chico dejó a su maestro en el sofá de la sala de estar y llevó de inmediato sus Pokémon a la máquina restauradora, esperando que sólo necesitasen aquello y algo de descanso. Si no, siempre podrían cerrar el Gimnasio por unos cuantos días hasta que todos ellos se recuperasen del todo.

—Maestro… —dijo finamente el chico, queriendo disculparse con él; había roto la única regla que Yanagi le había impuesto desde que le contó todo sobre su turbulento pasado y lo ocurrido con su familia biológica.

El Líder lo observó muy seriamente. No era enojo ni decepción, sino preocupación y agradecimiento, a pesar de que el chico le había desobedecido. Después de todo, era el hijo que la vida le había traído a pesar de su dedicación a su vida como Entrenador y luego como Líder de Gimnasio. Pero sabía que en ese momento debía instarle a partir, por su propia seguridad.

—Sabía que este día llegaría, pero habría preferido que no fuese tan pronto —dijo Yanagi, sintiendo por primera vez el peso de los años en sus hombros, al verse incapaz de seguir protegiendo efectivamente al muchacho.

Éste no dijo nada. Era consciente de lo que había hecho y por qué, pero no había marcha atrás, y ambos lo entendían. Su oponente, sin duda un Rocket, no dudaría en divulgar su presencia en Chouji, con lo que toda la organización buscaría completar su exterminio del clan Iga.

—¿A dónde debería ir, entonces? —preguntó, sintiéndose como al principio de su tiempo junto a Yanagi.

—Kalos está lo suficientemente lejos de la influencia de los Rockets como para que den contigo rápidamente; además, tengo un conocido ahí que te alojará y te ayudará a completar tu entrenamiento. Me gustaría asegurarte que para cuando hayas acabado, ya nos habremos deshecho de los Rockets, pero quizá también necesitemos tu fuerza para ello, Kuro… no, mi apreciado Ginji —explicó, algo lloroso; entendía el deseo de justicia de éste, pero no estaba listo para tal tarea, ni siquiera dentro de un grupo bien organizado.

El chico sintió que el corazón se le encogía. Hacía mucho que Yanagi no le llamaba por su nombre real; ambos habían acordado que adoptase el nombre falso de "Kuro" y se tiñese el cabello de negro para evitar que algún posible espía Rocket supiese lo más mínimo de su existencia.

—¿Y usted, maestro? —replicó, dubitativo; deseaba más que nada poner un alto a los Rockets, pero entendía que no estaba listo, y tampoco quería dejar desprotegida a su familia actual.

—No te preocupes por mí; a menos que esto llegue al nivel de una guerra total, no se atreverán a ponerme un dedo encima a plena luz del día. Además, dudo que lleguen a ese punto, porque perderían el anonimato que les permite operar como hasta ahora —explicó Yanagi, bastante seguro de ello; le habría gustado estarlo totalmente, pero no quería dar motivos a su aprendiz para no marcharse lo antes posible.

Ginji asistió, por más que no quisiese marcharse del que había sido su hogar por tantos años; a pesar de la incerteza que sentía al respecto, decidió aceptar las palabras de Yanagi sin dudar de ellas. Sabía que era lo mejor para ambos a largo plazo, por lo que, tras una respetuosa reverencia, fue a preparar sus cosas para partir a la brevedad posible. Iba a a ser una noche muy larga…