MI BELLO… ¿SIRENA? Parte 10
Nadie se le había acercado, para buena suerte de todos, pues no sabía como podría responder si intentaban tocarlo y no quería terminar encarcelado en ese lugar; y sobretodo no quería imaginar como podría terminar el incauto que se atreviera a querer iniciar algo con él en esos momentos.
Aunque la realidad es que nadie era tan suicida, ni tenía tanta valentía como para intentar acercarse al alto y fuerte Lobo Blanco, su reputación era temida en todos esos lares, y más con ese carácter que estaba mostrando en esos momentos. También tenía reputación de ser un gran amante, pero ahora mismo la que tenían más en cuenta los parroquianos de esa taberna era su reputación de fiero e imbatible guerrero, agresivo y formidable luchador. Los pocos que habían mostrado ciertas agallas, o también podríamos llamarle estupidez, con una intención por acercarse, habían terminado huyendo ante su fría mirada rojiza que gritaba un claro mensaje:
"No te acerques a mi sino quieres ser el blanco de mi ira".
El aura que le recorría también era una clara señal de su mal humor y del cabreo monumental que llevaba encima, encorvado encima de su vaso, músculos abultados y tensos. Toda él gritaba peligro.
"Maldita sea… Al único que quiero tocándome es a Izuna… Es al único que quiero desnudo. Estar entre sus blancos muslos…".
Bebió un nuevo vaso de ese alcohol barato y dejó el vaso con contundencia contra la mesa. No se rompió por poco… Ya hubiera sido el tercero que rompía si llega a suceder. Echó una tosca mirada a su alrededor y gruñó, había un gran cerco a su alrededor libre de cuerpos, todos queriendo alejarse lo más posible de su furia.
"Malditos cobardes. Izuna estaría aquí plantándome cara e ignorando mi mal genio… ¿Izuna dónde estás? Eres al único al que quiero hacer mío esta noche… Y todas las noches de mi maldita vida. Bueno, nuestra vida… Porque ya no te dejaré separarte de mi nunca."
El alcohol empezaba a afectar al alto albino, sabía que para encontrarse con Izuna solo tenía que marcharse de ese lugar y subir al Telemeo de nuevo… Pero a la vez estaba mosqueado con la sirena por su desconfianza en él.
Una nueva botella fue llevada por el tabernero, que huyó ante la amenazante mirada del Senju. La descorchó y, en vez de servírsela en el maltrecho y agrietado vaso, bebió directamente de la botella.
"¿Tanto le cuesta creer en lo que le he dicho todo este tiempo?"
Vale, no era el más emotivo de los hombres… Pero le amaba y creía que se lo había demostrado lo suficiente.
"Es una sirena… Recuérdalo."
Le dijo una vocecita, aun lo suficientemente lúcida, en su cabeza.
Y era cierto, las costumbres y cultura de Izuna eran distintas… Y él no se había parado a conocerlas lo suficiente. Izuna le había dicho que le estaba cortejando, se le escapó cuando se emborrachó… En cambio él no había cortejado a la sirena. ¿Y si por eso dudaba de él?
"¡Claro! Tengo que ir y decírselo… ¡O llevarle algo!"
Pero primero… Le dio otro largo sorbo al fuerte alcohol hasta terminarse el contenido, ya no sintió el ardor en la garganta de los primeros tragos. Necesitaba la desinhibición que le proporcionaba la bebida para lo que tenía pensado hacer y decir. Izuna quería pruebas… ¡Las tendría!
Se levantó presuroso tirando el taburete donde había estado sentado en el proceso. Le costó iniciar la marcha… El alcohol corriendo por su sangre no ayudaba a su equilibrio. Dejó un par de monedas de oro encima de la mesa, esas botellas de ron barato no valían todo lo que había pagado, pero así compensaba los vasos y botellas rotas y el mal ambiente que había creado; además tampoco tenía ganas de esperar a que fueran esos gallinas que trabajaban en esa taberna a cobrarle. Tenía que encontrar a Izuna y, tenía que llevarle algo… ¿Pero qué? Giró alrededor, sintiéndose algo mareado por la velocidad con la que se movió. Había bebido demasiado sin haber cenado nada y encima lo había hecho en tiempo record por el cabreo que cargaba. Parpadeó, enfocando con cierto esfuerzo, encontrando una maceta con unas flores plantadas, no es que fueran muy bonitas ni que estuvieran muy bien cuidadas, pero era lo único que veía más o menos aceptable. Caminó presuroso hacía donde las flores esas. Un chico se levantó de su silla pensando que por fin el Lobo Blanco quería su compañía y le sonrió mientras le miraba coqueto.
–Aparta.– Masculló con un gruñido Tobirama hacía ese joven que se interponía, y que encima parecía querer algo con él, pero es que él no deseaba ser tocado por nadie que no fuera su amada sirena.
El joven se apartó tan rápido que tropezó con sus propios pies y terminó en el regazo de otro marinero, que enseguida empezó a manosearlo. Genmaru estaba agradecido con su fúrico capitán; gracias a su estado tan cabreado y a rechazar a todos los que podrían haber estado interesados en él, ahora tenía a dos jóvenes en su regazo… Perfecto para un trío.
–Pero mira lo que me ha traído el destino…– Mientras inclinaba el rosto del joven y le besaba, a la vez que manoseaba los pechos a la joven que ya estaba desde antes en su regazo.– Gracias, señor.
Pero Tobirama no estaba atento a su alrededor, su objetivo era esa maceta que había captado y cuando la consiguió, salió del local con ella en brazos. Sus pasos eran rígidos y acelerados, pero también algo tambaleantes por el ron ingerido. No deseaba estar ni un jodido segundo más en esa isla… Quería hallar a Izuna, regalarle esas flores, cargárselo al hombro y llevarlo a su camarote para venerarlo y colmarlo de amor. Le demostraría la intensidad de sus emociones hacía él y de esa forma la sirena ya no dudaría de nuevo… Pobre de él que tras eso lo hiciera, porque entonces le daría unos buenos azotes en ese firme y apetecible trasero para luego volverle a amar con fogosidad y entrega.
–Capitán…– Una voz suave y una cara que reconocía se interpuso en su camino. ¿Por qué usaba esa voz melosa con él?
–Largo Akimerama, estoy ocupado. Ves a divertirte junto a los demás…– Intentó pasarlo, pero el chico se le volvió a cruzar. Soltó un gruñido molesto y le miró achicando los ojos.
–Pero señor Tobirama, no se puede ir… Aun queda mucha noche por delante.
–No quiero perder más tiempo en este lugar, tengo que ir por Izuna.
–¿La sirena?– Dijo despectivo ignorando la mala mirada del albino.– No le merece mi capitán, seguro que ha dudado de usted y de sus motivos para bajar a la isla. No confía en usted… Es lamentable.
¿Un momento? Miró con molestia a su marinero.
–¿Qué has dicho?– ¿Cómo Akimerama sabía eso si todos le estaban esperando en el muelle cuando Izuna le dijo esas palabras?– Tú…
Separó las piernas para tener mayor estabilidad y encaró a su hombre, sintiendo el calor burbujeante del cabreo recorrerle como fuego.
–Él es un monstruo, usted mismo lo dijo… Le oí decírselo al señor Tsunadeon, mi capitán… Esa criatura les ha embrujado con sus malas artes o lo que sea…– El fuerte agarre en su cuello no le permitió seguir hablando, soltó un quejido ahogado.
–No te atrevas a decir más, maldito. Tú eres el que no vale nada y nunca, jamás, me fijaría en una mierda como tu.
–Yo me preocupo por usted… Le amo de verdad.– Su voz sonó estrangulada. Intentó agarrar esa mano que apretaba su cuello para que Tobirama dejara de presionar tanto.
–No tienes honor, Akimerama. Actuando a escondidas y creando estas situaciones…– Le soltó de forma despectiva.– No vales la pena.
–Yo nunca dudaría de usted… Solo deme una oportunidad de demostrarle cuanto le amo.– Rogó desde el suelo, donde había caído al soltarle el albino.
–Lo que harás es desaparecer de mi vista. Mañana enviaré a Koichi con tu parte del botín para que te lo entregue. No te quiero entre mi tripulación.
–¡NO!– No quería perder a su amado capitán. Se levantó y en un acto desesperado se lanzó a intentar besarlo. Pero Tobirama, todo y su estado, consiguió ser más veloz y le golpeó haciendo que cayera.– Coff, coff… Le amo señor Tobirama… Por favor. Izuna es un monstruo, yo solo quiero lo mejor para usted.
Tobirama gruñó realmente cabreado, dispuesto a darle su merecido a ese mequetrefe idiota. Le había hecho caer la maceta haciendo que se agrietara.
Koichi que había salido a tomar un poco el aire, pues el local se sentía algo enviciado, observó la escena y se acercó deteniendo a su capitán, levantando a Akimerama y sujetándolo para que dejara de hacer y decir estupideces.
–Discúlpele capitán, no se siente bien. Es joven y tonto. También ha bebido demasiado.– Notó al joven removerse y le tapó la boca con más ahínco.– Cierra la boca niño, estás cavando tu propia tumba si sigues por ese camino.– Le susurró en el oído al joven.
–Ya le he dicho lo que hay, Koichi. Lo que ha hecho y dicho es imperdonable para mi.
–Lo entiendo mi señor. Yo me ocuparé de él y si hace falta le lavaré la boca con jabón para que deje de soltar mierda.
El Lobo Blanco le dedicó una última malhumorada y furiosa mirada a Akimerama, antes de agacharse a recoger las flores que no estaban en su mejor momento, y retirarse hacía el Telemeo. Sabía que Koichi se ocuparía de la situación.
…..
Izuna había estado volando bien alto, moviendo sus alas con gran ferocidad de la molestia que cargaba encima. No le gustaba pelear con Tobirama, le amaba. Pero los humanos eran tan… Tan cambiantes, tan poco firmes en sus emociones y en su sentir.
"Tobirama no es así…"
Le dijo una vocecita en su cabeza y eso solo le hizo sentir afectado… ¿Y si se había equivocado? ¿Tobirama realmente bajaba a la isla a buscar esa diversión que él no le daba? ¿Y si eso era producto de su desconfianza hacía los sentimientos de un ser humano? No… ¿A quien quería engañar? Esa desconfianza era por su miedo… Una sirena cuando se entregaba era de por vida, lo hacía cuando realmente amaba a alguien y eso le aterraba. Y si se entregaba a Tobirama, amándole totalmente y sin reparos, y el humano no sentía lo mismo o le dañaba… Su corazón quedaría destrozado… Podría llegar a morir de pena.
"Pero su amado Senju no era así…"
Se recordó.
"Mierda… He sido un tonto y he dejado que las palabras de ese avivaran mi miedo."
Quería volver al Telemeo… ¡No! Quería buscar a Tobirama y decirle que se había comportado injustamente con él, que entendía que para los humanos era distinto su forma de hacer y que se había dejado dominar por sus temores… Y quería entregarse a él. ¡Si, eso era lo que quería! Quería amar y dejarse amar por Tobirama. Ser uno con el alto albino. Sonrió habiendo despejado su mente y plegando las alas se lanzó en un pronunciado picado. Desplegó sus alas y las batió con brío, estando a unos metros de la cubierta del Telemeo. Aterrizando justo en el momento que Tobirama Senju subía corriendo algo descoordinado, se había de reconocer, por la rampa que unía el barco al muelle.
–Izuna…– Musitó el Senju al ver a su amada sirena allí.
–Tobirama…
Se quedaron mirando, con cariño, con anhelo, con amor hacía el otro en su mirada.
–¡Lo siento!– Dijeron ambos a la vez.
Se acercaron presurosos, pero el albino se detuvo y le mostró las flores algo mustias a la sirena, con las raíces cubiertas de tierra nada quedaba de la maceta donde habían estado plantadas.
–Yo… Quería darte algo, pero es lo único que he encontrado.
–¿Unas flores?– Estaba extrañado.– ¿Es una costumbre humana?
–Es algo que dan los hombres humanos a sus mujeres. – La cara de la sirena era de humor mientras le levantaba una ceja divertido ante el comentario. Tobirama se dio cuenta en ese entonces de lo mal que había sonado eso.– Yo… Esto no se me da muy bien. No estoy acostumbrado a cortejar a la persona que amo.– Respiró calmadamente.– Quería demostrarte que te amo, tu me has estado cortejando y yo no he hecho lo mismo contigo, entonces había pensado que quizás por esto estabas dudando de mis sentimientos… Pero yo… Aunque soy pésimo con las palabras, te amo Izuna. Y quería demostrártelo… Aunque estas flores dan asco.
¿Tobirama quería cortejarlo? ¿Por eso ese regalo? Observó alterado como el Senju, tras decir que eso no era un regalo adecuado y mejor deshacerse de ellas, se giraba para tirar esas pobres flores que vivieron tiempos mejores al mar. Se adelantó los pocos pasos que les separaban y le detuvo, quitándole la planta de las manos con una suave y emocionada sonrisa en sus labios.
–Es perfecta…– Mientras se miraba las flores con cariño.– Porque tu me la has dado. Yo también te amo muchísimo Tobirama Senju.
Y estirando su cuello, buscó los labios de su compañero que no tardaron en buscar los de su sirena. Y notando el fuerte sabor del alcohol en ese beso que compartieron. Beso que se fue tornando más apasionado y brusco por parte del Senju. Izuna notaba el calor que desprendía y si, notaba esa dureza que se presionaba contra su estomago.
–Izuna… Izuna, te necesito… Por favor.– Pidió el capitán sin dejar de besarle casi. Había esperado tanto, amaba tanto a su sirena, le deseaba con toda el alma. Y en un arranque de lujuria le agarró la mano al azabache y la llevó a su necesitado miembro.– Mira lo que me has causado, lo que llevas causándome desde que te vi… Tienes que hacerte responsable.
–Yo también te deseo, Tobirama.
El albino se lo miró al escuchar que Izuna también quería hacer eso con él y una gran sonrisa torcida empezó a formarse en sus labios. Volvió a besar al pelinegro y le abrazó con fuerza, levantándolo del suelo. Izuna, adoptando su estado humano, le rodeo las caderas con las piernas. Y de esta guisa fue avanzando a trompicones tanteando paredes y puertas, también golpeándose ambos contra los marcos… Por suerte uno era fuerte y amaba al humano y el otro estaba tan cachondo que nada le quitaría la excitación, o eso pensaban…
Una vez en sus aposentos privados, cerró la puerta de una patada y acorraló a Izuna contra una pared, sin dejar de besarlo por cualquier parte que quedara a su alcance. La sirena respondía muy bien a sus avances, dejándose llevar con algo de torpeza e inseguridad, pero mostrándose predispuesto a proseguir y a disfrutar de lo que le hacía su amado capitán.
Los jadeos y la respiración acelerada, junto al sonido húmedo de sus besos era lo que se escuchaba en esa habitación. Tobirama, necesitado y urgido, aprisionó con mayor fuerza el cuerpo de Izuna contra la pared, mientras mecía su cadera simulando estocadas contra el trasero del joven azabache. Dejando una de sus manos libres fue a bajarse sus pantalones, lo justo para que su miembro se liberara de la ropa. Oh, si… Así era mucho mejor estimularse contra su amado. Pero necesitaba más, estaba tan caliente. Ese sería un polvo apasionado, rudo, rápido… Tampoco creía que pudiera soportar mucho más. Tanteó la cintura de Izuna, buscando bajarle los pantalones y lo consiguió… O más bien los rasgo en sus prisas y brusquedad. La risita de Izuna fue contagiosa y se encontró riendo cómplice con su amado.
–Oh… Izuna… Te deseo tanto… Te voy a hacer disfrutar tanto.– Le gruñó en el oído antes de mordisquearle el lóbulo.
Tanteó con su cadera, usando sus dedos para localizar la entrada del azabache y al sentir la humedad movió su cadera para posicionar su erecto y necesitado pene en esa entrada. Presionó con brío, notando la reticencia de ese agujero por abrirse a él y parpadeo extrañado, sobretodo al notar la tensión que de pronto atenazaba a Izuna.
Apartó su rostro del cuello del azabache y le miró, notando sus cejas fruncidas y sus ojos apretados. ¿Pero…? ¿Qué…? Y como si fuera atravesado por una iluminación, algo de conciencia se abrió paso por su lujuria. Izuna era virgen, era la primera vez que se entregaba y él… Él casi actúa como un bruto en su desinhibición y su éxtasis lujurioso; por haber hecho las paces con su amado, haber arreglado ese pequeño malentendido, por saber que Izuna le deseaba tanto como él y que ambos deseaban unirse. Respiró pausado, intentando calmar su frenesí. Y le besó con amor, un beso para sosegarles a ambos, para calmar, o intentarlo, el rápido latir de sus corazones. Izuna abrió los ojos en ese momento al notar el cambio de actitud.
–Vamos a la cama– Le susurró Tobirama contra los labios. Su respiración seguía acelerada, pero había conseguido refrenar sus "ánimos" para no asustar ni hacerle daño a Izuna. Quería que tuviera una perfecta primera vez.– Vamos a hacerlo bien.
Más adelante ya habría tiempo para dejarse llevar por la necesidad, el instinto y la lujuria.
Se sentía nervioso, algo asustado, aunque también excitado y con ganas de proseguir, es solo que… Tobirama estaba yendo muy rápido y él se sentía cada vez más turbado y perdido, tenso. Todo estaba sucediendo de forma muy acelerada, le hacía sentir atemorizado, aunque lo deseaba. Era contradictorio. Jadeo de nuevo por sentir la dureza del humano contra su trasero de forma constante, bombeando en la zona y de pronto se detuvo, apenas unos segundos, se extrañó. Sus ojos se abrieron al máximo al escuchar como el tejido de sus pantalones cedía y enseguida su culo siendo manoseado piel con piel por su amado… ¿Y eso otro que sentía frotándose por los alrededores? ¡Era el miembro de Tobirama! Su respiración se detuvo por apenas milisegundos. ¡Si que lo era! Él se sabía húmedo, ¿Quién no lo estaría en esa situación tan excitante y con el hombre que amaba? ¿Y la voz de Tobirama en sus oídos? Le causaba estragos, su vello se erizó. Esa voz era tan profunda, tan gutural, tan estimulante, tan prometedora, tan magnética y atrayente. Pero la presión de algo grande abriéndole le tensó, intentó que no le sucediera pero tenía algo de miedo por mucho que desease eso. Todos sus músculos se pusieron en tensión… Tobirama estaba yendo muy rápido. Y el dolor de esa cosa de su amado empezando a entrar en su lubricada pero tensa entrada era demasiado. Cerró los ojos y se mordió los labios, no quería detenerle… Pero a la vez quería que lo hiciera, que el albino se detuviera. Y sucedió, Tobirama le habló de nuevo y le besó sin esa urgencia anterior. Le miró y le sonrió con suavidad, su amado había entendido su desasosiego.
Lentamente está vez, Tobirama guió a su amado hacía su camastro… O todo lo lentamente que su estado le permitía.
"Despacio… Despacio…"
Izuna se detuvo de pronto y le levantó una ceja interrogándose que le sucedía ahora. Intentaba ser paciente, pero no quería engañarse, le estaba costando horrores y el pelinegro de pronto se negaba a moverse.
–Las flores…– Le hizo notar las flores que continuaban en la mano de la sirena, algo más maltrechas que antes, y mira que eso era difícil, por todo lo que había sufrido las pobres.
Rodó los ojos.
–Izuna… Me está costando contenerme y tu me sales con las dichosas flores. ¡Me vas a matar sirena!– Mientras le mostraba su congestionado y enrojecido miembro que continuaba al aire, pues ninguno de los dos se había subido los pantalones.
El azabache enrojeció y abrió sus ojos al ver el hinchado, turgente y rojo miembro levantándose orgulloso mientras alguna gotita caía de su punta. No es que no hubiera visto el pene del Senju en ese largo tiempo que llevaban intimando, pero nunca lo había visto a ese nivel, el pene de Tobirama parecía a punto de estallar, de eyacular en cualquier momento. Alargó la mano y el albino retrocedió medio paso.
–¡No, Izuna! Si me tocas… Si me tocas no podremos hacer nada… Estoy cerca y me tengo que concentrar para no… Y sabes. –Tener que reconocer que un hombre tan capaz de mantener un fuerte dominio de si mismo estaba a punto de llegar sin apenas haber hecho nada, solo por unas palabras, unos besos y unos roces… Era un fuerte golpe para su orgullo. Suerte que era a su amado a quien tenía delante.
–Entonces no te contengas… O sea, solo necesito que no sea tan… Tan como allí contra la pared. Pero tampoco quiero que lo pases mal Tobirama, quiero que disfrutes como yo.– Mientras dejaba las flores en la mesa y las observaba como si fueran lo más interesante del mundo, no se atrevía a mirar al Senju tras esas palabras mientras notaba como un poco de su lubricante goteaba en sus abductores y los bíceps femorales. Apretó sus músculos anales para contener esa humedad creciente.
Tobirama le observó asombrado y una corriente de deseo y lujuria le recorrió, se tuvo que sujetar el miembro y taponar la uretra para no correrse ahí mismo, su control en esos momentos no era el mejor. Y es que además de estar enamorado de ese azabache, estaba caliente como el infierno, estaba deseándolo desde hace tanto tiempo, estaba alcoholizado y ver esa porción de piel de la intimidad de la sirena por haberle rasgado los pantalones no ayudaba en nada.
–Mierda Izuna… Tu no sabes lo que causas en mi.– Eso sería otro duro golpe a su orgullo masculino. Siempre, siempre, siempre, había cumplido con sus amantes por muy beodo que estuviera… Y con Izuna no se veía capaz de llegar a darle una buena experiencia sin correrse en cuanto intentara algo, o el azabache le rozara.
Izuna se habría preocupado, pero veía y sentía la excitación del Senju, como respiraba acelerado, como apretaba su intimidad para controlarse, como le devoraba con la mirada.
–Creo que vamos muy vestidos para que me puedas mostrar lo que te causo.– Le dijo con una sonrisita traviesa antes de quitarse la camisa por la cabeza y darse la vuelta para empezar a deslizar sus maltrechos pantalones por sus piernas, dándole así una vista de su muy lubricada entrada y de cómo ese mismo lubricante escapaba de su ano deslizándose por sus piernas.
–¡Joder! ¡Maldita sirena traviesa…! ¡Te voy a castigar, Izuna!– A la mierda todo, su Izuna le había dado permiso y le tentaba tanto con esa visión que le ofrecía. Ese trasero perfectamente prieto sería suyo… Para siempre.
Se arrancó la camisa y se bajó los pantalones con urgencia por sus piernas, pero al querer dar un paso para agarrarse a esas caderas y frotar su dura erección contra esos glúteos, trastabilló un poco.
–Malditos zapatos.– Gruñó con frustración, pues los zapatos impedían que se deshiciera de los pantalones y en su estado donde tenía el equilibrio afectado no se veía capaz de avanzar con las prendas liadas en los tobillos. Se agachó para deshacerse del calzado y los pantalones.
¡PLOC! ¡PAM!
Izuna se irguió y se giró alarmado al escuchar tremendos golpes. Y vio a Tobirama cual largo era caído en el suelo, inconsciente y como su cabello en la parte posterior se teñía un poco de rojo.
–¡TOBIRAMA!– Se abalanzó hacía su amado, preocupado, tanto que cualquier rasgo de excitación anterior fue olvidado.
El azabache comprobó que la sangre era producto de un pequeño corte en el cuero cabelludo del hombre, causado al golpearse éste la cabeza contra el borde de la mesa al levantarse apresurado tras quitarse zapatos y pantalones. Preocupado se levantó… Tenía que ir a por Tsunadeon. Aunque se detuvo al recordar que su amigo también había bajado del Telemeo y, conociéndolo, seguro estaría bien bebido y teniendo sexo con alguien. Tendría que prescindir de su ayuda, volvió a hincarse al lado de su amado y, obligándose a estar más calmado, revisó la herida. Había visto actuar a su amigo rubio con las heridas en el barco y él mismo estaba acostumbrado a tratar heridas cuando vivía en la colonia.
El corte era alarmante por la sangre tiñendo el cabello blanco de su amado, pero si lo observaba mejor era un pequeño corte producto del golpe con el canto de la mesa. Con mucho tacto empezó a lavar la zona con agua fría y a presionar con suavidad consiguiendo que la hemorragia se detuviera bastante. Lo vendó. Con cuidado levantó a Tobirama del suelo y lo subió a la cama, dándole la vuelta. Al Senju también le sangraba la nariz y tenía una magulladura en el mentón, producto de golpearse contra el suelo al caer. Puso un pequeño paño en la nariz para taponarla y limpio la magulladura. El resto de su cuerpo estaba bien, aunque con ciertas rojeces en algunas partes por haber caído, el pene era una de ellas, un pene que ahora se mostraba flácido. Sonrió travieso al pensar que el golpetazo había eliminado la excitación y el ambiente cargado de lujuria. Le pasó una toalla fresca por el cuerpo para limpiarle de ciertos "restos" y lo tapó. Puso las flores en un jarrón o algo que contuviera sus raíces y evitara que murieran y, al terminar, fue a la cama para tumbarse junto a su amado al que abrazó. Había sido un día largo e "interesante".
(…)
Despertó quejándose entre dientes, le dolía la cabeza y no, no era por haber pillado un cogorza monumental, a eso se había acostumbrado con los años… Era por otra cosa. Llevó una mano a su cabeza y sintió el vendaje. Además había algo taponando uno de los conductos de su nariz, así que dejó de toquetear la zona adolorida y, vendada en su cabeza, y fue a quitarse la pequeña telita que estaba en su nariz y se la miró con asco al ver la sangre. Lo tiró lejos de su vista. Observó el peso que se apoyaba en su pecho y descubrió la lacia y rebelde melena de su sirena, también notó que ambos estaban desnudos. Frunció el ceño confundido sin recordar si habían intimado tal como querían hacer o no… Pequeños retazos llegaban a su mente. Había estado muy cachondo y dispuesto, Izuna también, pero… Se había golpeado contra la mesa. Gimió con molestia… Eso era doloroso, no un dolor físico, que también; era doloroso para su orgullo masculino. Recuerda el dolor del golpe al querer incorporarse y luego… Oscuridad. Representa que esa había de ser una gran noche, por vez primera iban a unirse con su amado azabache y él, terminaba así. En vez de darle placer a su sirena, le había dado trabajo en curarle, llevarle a la cama y… ¡Que ridículo! Se tapó el rostro con ambas manos.
–¿Estás bien Tobirama?– La voz preocupada y la caricia en su hombro le hicieron abrir los dedos y mirarle entre ellos.
–Dime que no llamaste a Tsunadeon para curarme.– Eso le convertiría en la burla, sería la comidilla de todos los marineros.
–Me ocupé yo.– Le preocupaba su amado.– Pero Tsuna tendría que revisarte.
–NO.– Le negó moviéndose rápido para sujetarle las mejillas. Moverse rápido era doloroso y no pudo evitar la mueca, pero más doloroso sería que se enteraran. Bastante tenía con haber decepcionado a Izuna.– Estoy bien.
–Pero Tobirama…
–Estoy bien, Izu.– Le besó y al separarse le dedicó una sonrisa compungida.– Lo siento.
Izuna levantó una ceja sin comprender.
–Lo he estropeado… Íbamos a tener nuestra primera noche, iba a proporcionarte tu primera vez y… ¡Que desastre!
–No te preocupes… Puede ser en otro momento, cuando te sientas bien. Tu me has esperado todo este tiempo, me has tenido paciencia y solo has avanzado hasta donde yo era capaz de aceptar.
Tobirama volvió a besar al joven que amaba, Izuna era al único que quería en su vida… Lo tenía tan claro.
–¿Pero ahora si lo aceptarías, verdad? ¿Ahora si quieres que lleguemos hasta el final?– Satisfecho vio asentir a Izuna con un leve sonrojo espolvoreando sus mejillas. Y volvió a unir sus labios mientras se recostaba de nuevo en la cama e instaba a la sirena a tumbarse encima de su cuerpo, con algo de reticencia de parte del azabache, que pudo vencer a base de besos y caricias largas por esa firme piel del pelinegro.
–Tobirama… No te fuerces, no quiero que te hagas daño sin…
Pero sus palabras murieron por un nuevo y fogoso beso dado por el albino, mientras recorría ese cuerpo con sus manos. Lentamente y sin prisa, bajando por su espalda y al llegar a sus glúteos se los apretó y amasó. Jadeó dentro del nuevo fogoso y húmedo beso que compartían. Los dedos inquietos del Senju masajeaban ese trasero en dirección a un objetivo, esa entrada donde enterraría su largo y grueso pene.
Tobirama fue moviendo sus dedos, a la vez que no dejaba de devorar con su boca la de Izuna. Sus cuerpos friccionando, buscando estimular los puntos clave. Movió su cadera encontrando el bajo vientre de Izuna, volvió a mover su cadera buscando un ritmo que les resultara placentero a ambos, y supo que lo encontró cuando Izuna, tentativamente, movió su propia cadera a su encuentro. Ahora fue su turno de jadear contra la boca de su amado. Sus dedos traviesos, de mientras, fueron avanzando hasta hallar la entrada de Izuna, frotó la piel fruncida y presionó esa zona. La sirena respondía rápido a sus estímulos y esta vez no fue diferente, notando el lubricante que el azabache exudaba por la excitación y los estímulos. Coló el dedo índice de cada mano en esa entrada, empezando a prepararlo. Sabía que eso le gustaba a Izuna, no era nada que no hubieran empezado a hacer antes, solo que esta vez no se quedaría solo en masturbación.
–Tobi-rama.– Gimió la sirena. Adoraba la voz del azabache, era tan melodiosa, grave y profunda, tan sensual, y cuando estaba lleno de deseo y lujuria, se volvía tan erótica.
Movió su cadera con mayor intensidad, su pene ya erecto frotándose contra el de Izuna.
–Oh… ¿Te gusta?– Jadeo contra la piel del cuello del pelinegro.
–S-si… Si, me gusta…
–¿Quieres que siga o nos quedamos aquí?– No haría nada que Izuna no deseara hacer.
–Sigue… Sigue Tobirama, lo quiero.– Buscó sus labios y le besó desesperado, deseoso. Sus caderas saltaron y se tensó, quería más que eso… Aumentó la fricción entre sus miembros sin dejar de buscar contacto entre su lengua y la del albino.
Oh, dioses… Iban a proseguir. Izuna lo deseaba igual que él. En un arranque de pasión intercambió posiciones, dejando al menor entre él y el colchón. Pero se detuvo a mirarle, no quería asustar a su amada sirena. Aunque los ojos velados de deseo de Izuna y como estiró sus brazos para sujetarle la nuca y volver a unir sus cuerpos y bocas, le calmó… No había sido demasiado brusco con el pelinegro, éste toleraba y aceptaba gustoso su comportamiento apasionado. Volviendo a unir sus bocas, se posicionó correctamente encima del más bajo. Sintió en su pene la humedad producida por la sirena y presionó en ese ano queriendo enterrarse, estaba deseoso de ser uno, pero por suerte se quedó quieto y volvió a mirar a Izuna sin separar sus cuerpos.
–Quiero entrar, Izu.– Pidió zalamero mientras paseaba sus labios por la boca y mejillas de Izuna. Dejó un beso en su mandíbula y otro más en un moflete y otro en la comisura de su boca.– ¿Me dejas ser uno contigo, sirena?
Por toda respuesta el azabache se abrió más de piernas y le rodeó la cintura con ellas, presionando y consiguiendo que ese grueso miembro presionara algo más su entrada, haciendo que penetrara unos centímetros. Gimió y cerró los ojos, a la vez que aguantaba la respiración. Tenía que relajarse, él también deseaba eso se recordó. Soltó el aire retenido y unió su boca con el humano al sentir esos labios volver a besarle. Pero aunque el miembro de Tobirama estaba apretando para entrar, e incluso había empezado a entrar la punta en su interior, no avanzaba más. Abrió los ojos y los trabó a los rojos de su amado. Este le sonrió con suavidad.
–Eso es… Mírame Izuna, soy yo quien se une a ti. Mírame y no dejes de mirar, mi sirena.– El azabache le asintió y levantando un poco la cabeza pidió un beso.
Sus bocas permanecieron unidas en un apasionado beso mientras de a poco el Senju iba introduciéndose en la mojada y acogedora cavidad de Izuna. El azabache lo acogía tan bien, la entrada fue tan paulatina y suave que no hubo quejas ni gestos de dolor.
Sentía a Tobirama dentro, totalmente en su interior y aunque era una sensación extraña el sentirse tan abierto, no fue doloroso, ni molesto. Se sintió natural y correcto, Tobirama era el adecuado, lo sentía en todo su cuerpo.
–Tobirama… Muévete… Muévete, por favor.– Gimió necesitado de sentir más, mientras él mismo iniciaba un suave movimiento de cadera que le hacía gemir. Eso era… Era una sensación increíblemente gozosa.
El Senju estaba estupefacto, lo que estaba viendo era tan excitante. El cuerpo de Izuna le había acogido entero, sin quejas, sin dolor, sin molestias… Y él era grande, tan grande que nadie había podido acogerle entero de buenas a primeras, siempre había necesitado darles una buena estimulación y esperar a moverse hasta que se acostumbraban, luego a medida que su cuerpo se iba adaptando y relajando por el placer que les causaba es que podía empezar a ser algo más rudo y a intentar hacer una penetración profunda. Pero Izuna le había acogido a la primera, había chocado su cadera contra la de la sirena, permitiéndole esa profundidad de penetración sin poder creérselo y cuando estaba esperando a tener permiso para moverse, Izuna pedía por él y empezaba a moverse para hallar el placer y proporcionárselo a él a su vez. Le miró apoyándose en sus brazos, sin perder detalle de la belleza y sensualidad de la sirena, de cómo movía sus caderas de forma rítmica y sinuosa, con cierta inocencia y torpeza a la vez. Era tan excitante, una visión sublime con la que tuvo que cerrar los ojos, sino se hubiera corrido ahí mismo. Sintió una mano que le acariciaba la mejilla con suavidad.
–¿Estás bien, Tobirama? ¿Te duele algo? ¿He hecho algo mal? ¿Quieres que nos detengamos?– El Senju no solo no se movía, sino que había cerrado sus ojos mientras respiraba algo agitado. Le vio negar sin abrir los ojos.– ¿No a qué, Tobirama?
Se detuvo preocupado por el humano.
–No te detengas, Izu… Por favor.– Le rogó… ¿¡Él rogando!? Si, y no le importaba si era a Izuna.
Sonrió al ver como le miraba, con esos ojos rojos velados de pasión, entrega, lujuria, deseo, cariño. Volvió a iniciar el movimiento de caderas anterior, ese que le hacía jadear y gemir, tanto a él como al Senju.
Tobirama destensó los brazos jadeando. Eso le encantaba. Izuna era tan caliente por dentro, estaba tan húmedo y tan apretado, y a todo eso le tenía que sumar que estaba haciendo el amor con la "persona" a la que amaba, por primera vez amaba al joven con el que se estaba acostando y nunca, nunca había sentido nada tan placentero como eso. Se apoyó totalmente en su pareja, sabía que la sirena era fuerte y eso no le molestaría, y abrazándole le besó el cuello para luego unir sus bocas de nuevo. Sin dejar de besarse inició sus movimientos pélvicos, uniéndose a ese apasionado baile que había iniciado el azabache, moviéndose de forma coordinada. Los gemidos de ambos muriendo en la boca del otro. Hasta que estando cerca del orgasmo se movió con más brusquedad y rudeza, Izuna separó sus bocas y gimió en alto.
–¿Te gusta?– Le jadeó contra el cuello.
–S-si… No pares… No pares… Tobi… Aaaah.
Parecía que había golpeado alguna zona que le causaba un gran placer al menor, la memorizó y se afanó en golpear en ese punto una y otra vez, causando gemidos y gritos de placer en Izuna y que sus manos arañaran su espalda sin poder contenerse. Y maravillado observó como su amado azabache llegaba a su culminación. Su cuerpo recorrido por fuertes espasmos, la cabeza inclinada hacía atrás mientras intentaba respirar entre jadeos, sus bellos músculos tensos, un grito con su nombre dicho de forma ahogada. Tan ensimismado estaba que casi se olvida de su propio placer cuando le sobrevino; su pene era estrujado de forma rítmica por las paredes internas de la sirena, ordeñándole. Dio un par de embestidas más de forma totalmente incontrolada y gimió con las mandíbulas apretadas mientras se vaciaba en ese interior. Sabía que podía embarazar a Izuna al eyacular en él, pero no le podía importar menos. Si sucedía, no le diría que no a formar una hermosa familia con el que se había erigido como dueño de su corazón. Le daría a Izuna todo lo que deseara y si eso es lo que quería, eso tendría su amada sirena.
Bajó la cabeza y le besó a la vez que les giraba para dejarle arriba de su cuerpo. Acarició su espalda notando el sudor que le recorría hasta llegar a los glúteos y presionarlos, aun estaba con su pene dentro del azabache. Izuna inició un suave vaivén mientras se besaban y él no se quejó de que su amado quisiera iniciar un nuevo encuentro sexual.
El sonido de la puerta siendo abierta, les hizo detenerse y mirar en esa dirección algo alarmados, sobretodo Izuna que abrió sus ojos mirando a su rubio amigo ahí parado tras entrar.
–Tobirama no encuentro a Izu…– La imagen que tenía delante le dejó con la boca abierta. Su primo desnudo con Izuna encima, también desnudo, y éste con el pene de Tobirama totalmente enterrado en su entrada.– Oh… Oh… Vale. Siento interrumpir… Tomaros vuestro tiempo.
Pero Tsunadeon seguía allí, mirándoles de forma descarada y sonriendo cual depravado.
–¡SAL IDIOTA!
–Ah… Si, disculpadme.– Salió y cerró detrás suyo.– Chupa limones afortunado.
Y ahora él volvía a sentirse excitado tras ver esa imagen. Gruñó. ¿Aun encontraría a ese muchacho con el que había follado por la noche dispuesto a complacerlo de nuevo?
