3
Podía escuchar como el reloj seguía marchando entre segundos en el silencio sepulcral. Louis permanecía de pie en la sala de estar, esperando con impaciencia. De vez en cuando le lanzaba miradas a Legosi, quien se encontraba sentado en un sillón leyendo sin leer, sólo teniendo el viejo libro en manos mientras sus ojos se mantenían quietos en las hojas. Le era imposible saber los enigmas de su mente, pero le pareció que estaría tan nervioso como él.
Notó un ardor agudo en la uña de su pulgar, y el familiar sabor ferroso le llenó la boca. Cuando bajó la mirada a su dedo vio que se había mordido la uña hasta dejarla en carne viva. Nunca había tenido aquella manía, pero desde que todo el asunto del embarazo comenzó, adquirió muchas nuevas costumbres. Esa era una de ellas.
Había acordado para ese día una cita privada con el médico de la familia, algo que siguió posponiendo hasta que le fue imposible ignorar el hecho de que tenía un montón de células en su vientre, esperando a convertirse en un bebé. Una tarde finalmente hizo acopio de todo su valor y le pidió a Wissam que agendara la consulta.
La espera fue larga, muy larga. Entre dudas y desvelos, las madrugadas se volvían tan eternas que parecía que nunca despuntaría el alba de nuevo. Se agitaba inquieto de un lado a otro hasta que despertaba a Legosi, y sólo entonces podía hablar para distraerse un momento, pocos minutos antes de que el lobo volviese a caer rendido al sueño.
Y cuando el día finalmente llegó, deseó haber tenido más tiempo.
Louis no estaba seguro de que un médico privado fuera lo más prudente cuando la compañía que heredó de su padre estaba en la cuerda floja, ni siquiera podía asegurar que las arcas de la familia durarían lo suficiente para proveer a un hijo con la misma dignidad con la que él fue criado. Pero aún así siguió adelante y pidió sus servicios. No estaba dispuesto a permitir que cualquiera atendiera su caso, sobre todo, que se esparciera el secreto y la historia terminara en los medios. Suficiente tenía encima como para añadir otro problema.
Un empleado de servidumbre lo hizo saltar con brusquedad. Legosi se levantó enseguida, casi corriendo a su lado. El joven anunció la presencia de la visita esperada, y Louis lo hizo pasar de inmediato. Afuera en la ventana, la luz del mediodía llegaba fuerte desde un cielo furiosamente azul, y sintió su vista periférica cegada por varios segundos.
Una vieja cabra montés de pelaje negro se presentó bajo el umbral de la sala.
—Doctor —saludó Louis casi con cariño—. Por favor, pase. Lo estábamos esperando.
—Espero no haber llegado muy tarde.
—Para nada. Que bueno que pudo venir. —Dijo, despidiendo al sirviente con un gesto.
—¿Cómo no hacerlo? —respondió cuando el chico se había retirado— La joven que llamó me puso al tanto de todos los detalles, con la mayor confidencialidad posible, claro —añadió, con una sonrisa en el rostro— También estoy informado de que planean conservarlo.
—Si, así es... —asintió Louis, nervioso.
—Pues, muchas felicidades, joven Louis. Seguro que su señor padre habría estado muy contento —dijo estrechando la mano del ciervo.
«No me apostaría la vida en ello —pensó Louis.»
Entonces recordó la presencia del lobo, y lo tomó del brazo para atraerlo a la conversación. Sin importar los años, su pareja solía rehuir el trato social.
—Le presento a Legosi, mi esposo.
—Ah, es un gusto conocerlo al fin. Soy el doctor Tymet, amigo y confidente de la familia. —se dirigió a Legosi, con la misma formalidad, y de igual manera estrecharon sus manos en un saludo cordial—. Oí muchas cosas de usted hace un par de años. Bueno, fue imposible no hacerlo, estuvo en boca de todos. El joven lobo gris que desposó al presidente ejecutivo del conglomerado de cuernos.
El lobo se removió incómodo.
—Si, esa fue una temporada difícil para nosotros—convino Legosi.
—Lo imagino, seguro que los periodistas estuvieron encima suyo por mucho tiempo, infortunando sus tardes. Pero no podemos culparlos, es su trabajo.
Habían pasado tres años desde que se hizo público su matrimonio interespecie, y seguían resintiendo los estragos de la prensa. Las miradas torvas se terminaron suavizando, sus nombres se desvanecían poco a poco de las notas sensacionalistas y listas negras. Pero en los negocios no existía el perdón, sobre todo el de aquellos incapaces de concebir la idea de dos machos de diferente especie juntos como pareja. Las relaciones públicas cada vez le eran más complicadas. Aún podía jactarse de contar con un gremio de fieles socios, sin embargo también había visto flaquear la lealtad de unos cuantos.
«Tiempos negros». ¿De qué servían aquellos pensamientos sombríos? Frente a él, existía un desafío mucho más grande. Levantó la mirada, tratando de enfocarse en la realidad, ya tendría tiempo para mortificarse en la medianoche.
—¿Puedo ofrecerle algo de beber? Recuerdo que en días como estos nunca podía decirle "no" a un té helado.
—Educado como siempre —halagó el doctor, con la misma dulzura como si le hablara a un niño—. Normalmente no se lo negaría, pero hay temas más apremiantes que quisiera discutir con ustedes, si no es muy descortés de mi parte.
Desganado, el cérvido asintió con la cabeza, era lo único que podía hacer últimamente. Aceptar, o negar. Se preguntó si se vería tan asustado como cuando era un infante.
Sin poder decir ni una palabra más, Louis le mostró el camino al despacho.
La gran residencia era parte de su herencia familiar. Fue construida para ser tan excéntrica cómo solitaria. Con largos pasillos, además de eternas habitaciones, la soledad parecía ahogar su belleza con frialdad y melancolía. Legosi y Louis ocupaban una parte de la casa, el resto solo acumulaba polvo, esperando que algún invitado llenara su vacío.
También le entregaron la llave del estudio de su padre, pero cuando puso un pie ahí dentro supo inmediatamente que jamás podría acostumbrarse a la extraña sensación que lo invadía nada más entrar. Se sentía incapaz de ajustarse a la inmensa y opulenta cárcel. Lo intentó por meses, ignorando el despiadado recuerdo de su padre que le destrozaba el corazón. Una tarde, le comentó a uno de sus empleados que aquel era un trono simbólico que no podía llenar, no aún. Le intentaron apartar la idea, pero de nada sirvió. En su necedad, Louis había mandado a construir un despacho nuevo.
A diferencia de la imponente estancia de Oguma, con sus grandes ventanales y vistas a los rojos cielos del atardecer, su despacho emanaba una intimidad familiar. La única ventana daba a uno de los jardines traseros de la residencia, aunque en aquella ubicación solo podía verse el follaje de altos árboles. Paneles de roble, vigas entrecruzadas, muebles de madera labrada llenos de libros y conmemoraciones, un par de sillones de cuero negro. Era su espacio, el lugar en donde, al igual que su padre, se encerraba por horas a trabajar. En el centro había un escritorio de madera rojiza y barnizada. Le cedió la silla de dirección a la cabra, pues él era el doctor y ellos los pacientes que ansiaban calmar sus nervios.
—Sé que quieren mantener este asunto como algo privado —comenzó Tymet, una vez que se sentó—, pero entiendan que no soy tocólogo. No puedo encargarme de esto yo solo.
—¿Qué quiere decir? —Cuestionó Louis, intentando no sonar tan conmocionado.
—Que sería prudente contratar en su servicio a un especialista, alguien que me apoye en los detalles.
—¿O-Otro doctor? No, no creo que sea posible.
—No tiene que resolverlo hoy, pero piénselo mejor. Por ahora puedo hacer un chequeo de rutina, y explicarles los aspectos generales.
Louis asintió, aunque la calma no llegó. Tuvo el impulso de seguir mordiendo sus uñas, pero se contuvo.
—Hasta dónde tenía entendido, su casa no tenía la estirpe de fertilidad —continuó el médico.
«Otra vez eso. Casi las mismas palabras».
—Que usted recuerde, ¿algún pariente varón cercano es fértil?
—Durante toda mi vida solo fuimos mi padre y yo. Jamás conocí a otro familiar —se apresuró Louis— Supongo que habrá alguno lejano... alguien de la línea secundaria...
—Es poco probable que las líneas secundarias tengan esta capacidad, suele ser condición única para los primogénitos. Pero nada está escrito en la naturaleza. —cortó con sus especulaciones. Por la forma en la que entrecerraba sus diminutos y separados ojos, el ciervo entendió que ni siquiera él lo podía explicar—. Si tan solo su padre estuviera aquí, podría ayudarnos a responder tantas preguntas.
«Si, si tan solo. Tal vez se animara a confesarle que me sacó de algún agujero del mercado negro. —pensó con amargura— Debí tener madre y padre, como todo el mundo, pero no los conocí, ni siquiera de nombre. Parece que a él tampoco le importó mucho cuando y de quién nací»
—Antes de comenzar... —dijo el doctor, dubitativo— Quiero preguntarle algo personal, si me lo permite.
—Se lo permito, pero si no me gusta la pregunta no espere una respuesta.
—Por supuesto —carraspeó—. ¿Por qué no me llamó antes, cuando se enteró del embarazo?
«Porque tenía miedo —quiso responder—. Porque no quería que usted ni nadie se enterara de esto. Porque no quiero que nadie, ni por un segundo, dude de mi poderío y autoridad.» En su lugar, le respondió con una sonrisa afilada.
—Por favor, empecemos con esto.
Los minutos pasaron en eternas explicaciones sobre su biología y los largos procesos de gestación. No se sentía tan ignorante desde hacía años. Para Louis fue tan incómodo como volver a las primeras clases de su educación, cuando descubrió cómo funcionaba su cuerpo y el de los demás. Al parecer había estudiado el libro equivocado por años.
Lo siguiente que discutieron fue la fragilidad de su caso. Los embarazos masculinos eran en su mayoría complicados, y gracias a décadas de estudio podían ser tratados con eficiencia. Pero pocos habían resultado en un bebé híbrido, y las investigaciones en torno a estos se podían contar con los dedos. Los riesgos que existían eran altísimos y debían empezar con los análisis cuánto antes para descartar afecciones genéticas, o enfermedades.
Cuando escuchó sus palabras, la pesada nube negra que pendía sobre Louis se hizo más densa; solo podía sentir los problemas apilandose a su alrededor, ver con impotencia cómo sus esperanzas de tener un poco de paz se ahogaban.
Exámenes, pruebas, medicamentos, todo eso exigía algo que él no tenía: tiempo. Le sería imposible equilibrar las horas de trabajo con su vida personal, tendría que descuidar uno de los dos y no estaba listo para tomar esa decisión. ¿Pero qué otra opción tenía? El doctor insistía en la importancia de registrar continuamente el avance del embarazo y daba hincapié en lo difícil que podrían ser los siguientes meses.
Y un pequeño rincón de su cabeza se estaba preguntando a cuánto llegarían los costos. Tendría que discutir con Wissam sobre el asunto.
En su pesimismo ni siquiera se dio cuenta de que Legosi sostuvo su mano con ternura todo el tiempo, pero cuando lo hizo no pudo darle más que una rápida mueca. El carnívoro era de los que creían que el amor podía calmar todas las tormentas de la vida, tristemente, no era el antídoto que Louis buscaba en esos momentos.
—Saldré unos momentos, para hacer unas llamadas —comentó la cabra cuando por fin terminó de aclararle la situación a la pareja—. Considero que hay que hacer una ecografía cuánto antes, para conocer el estado del feto y descartar cualquier anomalía. Llamaré a un par de técnicos para traer el equipo necesario, además de sonografistas. No se preocupen, todos ellos son de mi confianza.
—Adelante, doctor.
Pero en lugar de retirarse, Tymet miró en silencio sus manos, ansioso. Parecía que se debatía entre hablar o callar, hasta que levantó la vista. Y no le gustó la mirada paternal que le dió
—Un embarazo de alto riesgo como este... va a tener muchos altibajos, Louis —dijo, sonando inseguro—. No pretendo entender los problemas que enfrentan, pero les ruego que intenten mantenerse positivos en lo posible. No se estresen en exceso, y tengan fe. Haré todo lo que esté en mis manos para que este bebé nazca saludable.
Louis apretó los labios para contener la sonrisa cruel que amenazó con dibujarse en su rostro. ¿Cómo se atrevía? Si pensaba que falsas palabras de ánimo como esas funcionaban en él, era porque no lo conocía bien. Lo que cargaba en su interior no era algo que pudiera sanar con una actitud positiva, y estuvo a punto de hacérselo saber.
«Sólo trata de ser amable —se dijo un segundo después—. Cuando me ve, tal vez sigue viendo al cervatillo que era, el que necesitaba que le dijeran que todo iba a estar bien.» Pero aunque trató de corresponderle con palabras endulzadas, la cortesía se había esfumado y quedó mudo. Afortunadamente Legosi respondió por él.
—Lo haremos, doctor —aseguró el lobo, dando un firme apretón a la mano de Louis—. Se lo agradecemos.
Cuando finalmente salió del despacho, Louis soltó un suspiro lleno de frustración. El consuelo y el apoyo siempre le causaba aversión. Se convenció a sí mismo desde muy joven que el mundo solo ofrecía un aprecio hipócrita que lo haría débil si tomaba demasiado. Se aferró tanto a esa idea que al crecer se volvió cauteloso a las palabras amables. Incluso a aquellas que venían de personas que apreciaba.
—No sabía que tenían un médico privado —comentó Legosi, casual. Y su voz lo trajo a la realidad nuevamente.
—¿Eh? Ah, si, claro. —«¿Es lo primero que vas a decirme después de todo esto?»— Ha estado con la familia desde mucho antes de que yo llegara.
—Parece que te aprecia
—Si, tal vez. Solía atenderme los resfriados de niño, era el único que me trataba como lo que era: un cervatillo. Era bueno conmigo. Tan bueno que enfurecía a mi padre, pues creía que me subestimaba.
«No solo me heredó sus riquezas, al parecer también me heredó su paranoia —comprendió.»
—Y parece que se convertirá en el médico de nuestro cachorro.
Apenas terminó de decir "cachorro" cuando llegó a sus oídos el tenue sonido de la cola de Legosi oscilando con inocencia canina. El pelaje chocaba contra el cuero de la silla, haciendo su movimiento perceptible.
—¿Qué te pasa ahora?
—Estoy emocionado —confesó Legosi, sin disimulo— ¿No lo oíste? Podremos ver al bebé.
Sus ojos brillaron al igual que los primeros albores de un día lluvioso. Grises como la neblina, pero llenos de promesas. Parecía no importarle el hecho de que la sociedad estaba a punto de aplastarlos nuevamente bajo su monstruosa presión. Podía jurar que en esos momentos para Legosi no existía nada más que Louis y su hijo nonato.
—Eres un idiota. Un gran idiota. —quiso reír, pero en su lugar se puso a llorar.
—.—.—
Las vísperas del crepúsculo se asomaban por las ventanas, y borraba lentamente su destello naranja de las paredes. Pronto llegaría la noche y Louis podría meditar por horas toda su vida, como lo hacía desde que se convirtió en adulto.
Hacía poco que el equipo médico se había retirado, dejando atrás solo la huella bulliciosa de su presencia. Se fueron con la promesa de que llamarían al cabo de unas semanas, y le ofrecieron un sobre manila con varias copias de la misma lectura de espectro negro.
Habían vuelto a la sala de estar para descansar, y no existía nada que Louis deseara más en ese instante que un cigarro, pero ahora tenía prohibido fumar y Legosi era especialmente inflexible en el tema. Esperaba no caer en alguna especie de abstinencia. Al menos podía tomar café, y este le relaja el antojo de tabaco lo suficiente como para soportarlo. Por ahora.
En cuanto se vació la mansión, Louis hizo llamar a Wissam con urgencia. Tenían cosas muy importantes que discutir, pero la alpaca estaba siendo distraída por su torpe lobo, que había insistido en enseñarle las ecografías, mientras le contaba con detalle lo dicho por el doctor. Miraban cada hoja con atención, para su molestia, aunque era exactamente la misma imagen en todas ellas.
—Dijeron que era pronto para saber el sexo del bebé —estaba diciendo Legosi—, pero que en un mes más podremos verlo.
—Es un niño —afirmó la muchacha.
—Sea lo que sea, no podemos esperar a que nazca.
Los ojos del lobo volvieron a brillar cuando miró a Louis con amor. Este le correspondió con una sonrisa cansada. Por primera vez en semanas, moría de sueño.
«Al menos uno de los dos lo espera con ansias.»
En sus adentros, Louis también quería emocionarse con el embarazo, contar los días impaciente, y todo lo que se suponía que debía hacer un padre. Pero no lo lograba, no todavía. Y temía con toda su alma no poder hacerlo nunca, no ser capaz de amar al cachorro, que al nacer viera todo menos a su futuro heredero. Pero esas dudas solo se las confiaba a las tazas de café vacías en medio de la madrugada, que no tenían lengua con que repetirlas en voz alta.
—¡Es un niño! —Aseguró Wissam, apasionada—. Estoy segura.
—No hay forma de saberlo, Wissam —masculló Louis, adormecido.
—Mi madre dió a luz a siete hijos, de los cuales cinco son varones. Y las ecografías lucían justo como estas.
Tan segura de sí misma, comenzó a delinear las figuras y explicando argumentos tan supersticiosos que eran infames.
«¿Realmente le ve alguna forma a esas manchas borrosas —se cuestionó al verla tan confiada, y que ya comenzaba a convencer a Legosi—, o solo está inventado tonterías al azar?»
—Wissam. Te llamé por una razón importante, no para discutir mitos sobre embarazos —empezó Louis, y cortó el jaleo como un cuchillo—. Necesitamos discutir el control de daños.
—¿Control de daños? No les hemos dado motivos para disculparnos, señor.
—No, claro que no. Pero no todos nuestros contribuyentes serán tan comprensivos con este asunto. Cuánto antes lo hagamos mejor, antes de que la noticia les llegue por otros medios.
—Pero esto... ¿Cómo se disculpa uno por un embarazo?
—¿Qué? ¿De qué hablan? —Legosi parecía más que sorprendido. Una genuina incredulidad se le reflejaba en el rostro.
—Tiene que haber alguna manera. Tal vez si lo ocultamos hasta que... —Frunció el ceño, irritado. Estaba bastante cansado para esto, pero lo que tenía que hacerse debía hacerse—. Para eso te llamé, para que me ayudes a pensar.
—¿Cómo? No es muy práctico ocultar un embarazo, señor, por obvias razones...
—¿Quieres ocultarlo?
—¡Ya lo sé! —Dijo ahora con brusquedad, ignorando por completo al lobo que parecía desesperado—. No me vuelvas a preguntar cómo. Si logramos engañarlos por un tiempo...
Buscó la respuesta en las paredes, pues para él era una cuestión de vida o muerte. Se preguntó cómo había manejado la situación su padre, cuando lo trajo a casa, y lo presentó como su sangre y el futuro del conglomerado de cuernos. ¿Fue todo tan complicado como lo estaba siendo para él? Nunca lo supo. Se levantó del sillón para caminar compulsivamente por la habitación, y su cuerpo lo resintió de inmediato. El estrés se acumulaba en su cuello y hombros.
Y de repente tuvo a Legosi frente a él, impidiéndole el paso. Rostro molesto, tan alto como una montaña. Sus ojos grises sin el ardor que siempre los iluminaba.
—¿Por qué?
No supo a qué se refería hasta unos segundos, y le pareció increíble que le preguntara.
—No tengo que explicarte el motivo, Legosi —dijo, en una voz sin matices—. Cargo con un maldito legado del tamaño de un imperio ejecutivo.
—¿Tu legado? —No parecía contento con esa respuesta—. ¿Qué tiene que ver el conglomerado con esto?
—No lo sé ¿Tal vez, todo? No podemos dejar que esto se salga de nuestras manos, no otra vez. Aún no he limpiado mi nombre del último escándalo, y fue hace años.
—¿Entonces, tu orgullo es más importante que nuestra familia?
—Eres mejor que esto —repuso con gran fastidio—. Lo entiendes mejor que nadie, eres mi esposo.
—¡Tú también eres mejor que esto! —Exclamó—. Claro que entiendo. Entiendo lo importante que es para ti conservar tu imagen, pero si tanto te ibas a avergonzar de mí, ¿por qué aceptaste casarte conmigo?
—¡Porque te amo!
—¿No puedes... amarnos más?
—Vamos a tenerlo, ¿qué más quieres?
—¡Que te sientas feliz, que te importe!
—¡Me importa!
—No es cierto.
—¡Claro que sí!
—¡No! No estás siendo tú. No has sido tú todos estos días. Creí que era por el trabajo, pero incluso en nuestra intimidad parece que nada de esto te importa. Ignoras todo lo que hago para animarte, todo lo que digo.
Legosi se calló un momento, solo para tomar al ciervo por los hombros. Sus manos siempre fueron duras y pesadas, con largas garras que hacían temblar a los herbívoros, pero para Louis solo tenían calidez y amor.
—Me dijiste que querías tenerlo. Si me hubieras dicho lo contrario... Sabes que jamás te habría obligado a conservarlo.
—Lo quiero —confesó al fin en un suspiro—. Pero estoy aterrado.
—Yo también, hoy más que nunca. Oíste todo lo que dijo el doctor, Louis. Podemos perderlo. Puedo perderte.
—No quiero que se acabe todo —siguió, bajando la mirada con vergüenza. Siempre le había costado expresar sus verdaderos pensamientos, pero esta vez las palabras pesaban mucho más—. Y me refiero a todo. El trabajo de la familia, la herencia, tú y yo... ¿Qué haremos con el cachorro si nos quedamos sin la empresa? Sabes bien que en ningún lugar admiten familias interespecie ¿Viviremos en el condominio oculto? ¿Viviremos con tu abuelo? ¿Luego qué? El cachorro se queda sin nada. No puedo permitirlo.
—Louis, nada de eso pasara—
—¿Señor? —Una tímida voz femenina interrumpió la discusión.
Wissam seguía ahí, encogida en un rincón del sofá.
—Mierda, Wissam. Lo siento —se disculpó Louis, pasando una mano por sus ojos, tratando de eliminar cualquier rastro de lágrimas que pudo formarse en su arrebató—, no debimos hacer esto frente a ti.
—Ah, yo... Podemos llamar a Tris para que cancele todas sus citas en los siguientes meses. Él es muy elocuente, sabrá calmar el enojo de los otros empresarios.
—Si, si. Claro. Como sea —murmuró, apartándose del agarre del lobo. Todo se había vuelto demasiado incómodo—. Aunque estaría más tranquilo si lo hicieras tú misma. Confío más en ti que en... ¿Tris? Ni siquiera sé quién es...
—Puedo buscar a alguien que sea más de su gusto —asintió la camélida—, pero no puedo hacerlo yo. Estaré ocupada preparando su discurso y convocando una conferencia de prensa.
—¿Una conferencia? ¿Para qué? Lo que menos necesito ahora es—
—Es para que anuncie un retiro temporal de la empresa —interrumpió Wissam—, admito que puede parecer muy repentino pero usted mismo lo dijo, cuanto antes mejor. Estará fuera casi un año en el extranjero, ampliando negocios para el conglomerado. Mientras, dejará un delegado cuidadosamente seleccionado de una lista de excepcionales candidatos. Al menos eso le diremos a sus socios. Usted seguirá manejando las negociaciones en la comodidad de su mansión mientras el mundo cree que está en algún otro país que escogeremos luego.
—Muy bien. Y cuando regrese de esta inesperada cruzada con un bebé en brazos, ¿qué sigue?
La chica no respondió. Miró a Louis, luego a Legosi que seguía a su lado, y luego de vuelta a Louis. Ninguno de los dos pareció captar la idea.
—Diremos que usted adoptó al cachorro.
Se hizo silencio en la sala, y por un segundo hubo una calma reconciliadora. Nada, salvo la canción del viento a través de las ramas que chocaban contra la ventana.
—Será mejor que te vayas, se está haciendo muy tarde —dijo Louis, finalmente—. Dile al chófer que te lleve a casa.
—Señor—
—Gracias por tu cooperación, Wissam. No hagas nada hasta que te llame.
Sin más, su asistente se despidió con cortesía de ambos, aunque la vio titubear antes de partir.
Louis se derrumbó en el sofá, más cansado de lo que había estado jamás en su vida. Subió las piernas y quedó recostado en los mullidos cojines del mueble. No tenía fuerzas para ir a la cama, así que decidió que iba a dormir ahí mismo.
Alcanzó una copia del ultrasonido. No la había visto con atención, ni siquiera cuando la sonografista le explicó con detalle lo que veía. Era tan solo una mancha negra en medio de un montón de sombras. Cuántos problemas podía traerle algo tan diminuto.
Legosi se sentó también, en el sillón. Ninguno de los dos dijo palabra durante un largo, largo rato. La hoja resbaló de sus dedos y permanecieron vacíos. Todavía le ardían las mordeduras que se había hecho en las uñas.
—O... podríamos decir la verdad —empezó Legosi. Inseguro, como si tanteara un terreno minado.
—No, no podríamos.
—¿Por qué no?
—No me hagas esto de nuevo, por favor.
—Cuándo decidiste que era tiempo de anunciar nuestro matrimonio, todo tu equipo trató de convencerte de lo contrario —le recordó, con voz suave. El tono con el que le susurraba amores durante las noches frías—. Los medios enloquecieron, escribieron miles de artículos, hicieron miles de encuestas, cientos de reporteros nos asaltaban en las calles.
—Cómo olvidarlo. En esos artículos estaba la peor cara de la sociedad.
—Perdiste muchos socios. Pero ganaste a otros —hizo una pausa, y pareció pensarlo bien antes de continuar—. Louis, ¿realmente es tan malo que tengamos un hijo?
—Se darán cuenta de que soy el único —dijo, susurrando. Por el sueño, tristeza o dolor, no lo sabía. Solo no tenía fuerzas para alzar la voz—... El único ciervo macho de la familia que tiene la capacidad de parir. Y eso es imposible. Es un gen que solo se transmite por sangre, y nunca se salta generaciones. Nunca.
—Louis...
—Le mentí al doctor, claro que conozco la historia de la familia. Mi padre me hizo estudiarla, incluídos los árboles genealógicos —sonrió débil ante el recuerdo. En ocasiones, Oguma se dedicaba personalmente a explicarle su estirpe y la importancia del legado, era de los pocos recuerdos que tenía de él. Louis sentía un amor y odio por esos momentos—. No es que fuera difícil, tenían una sangre muy débil. Incluso las hembras no parían más de dos cervatillos, y casi siempre moría uno al paso de los años. No es sorpresa que mi padre no pudo procrear a un heredero real. En cualquier caso... No hay un solo rastro de la bendición de la fertilidad.
»—Si decimos la verdad no les tomará mucho tiempo descubrirlo todo —lo tomó de la mano—, que fui comprado. Sacado del mercado negro. Y si por milagro logramos sobrevivir a ese escándalo, el conglomerado no tardaría en convertirse en un nido de usurpadores. Negarían mis derechos y destruirían todos mis esfuerzos por mantener los negocios a mi nombre.
«Tiempos negros. Mentiras negras.»
—No me hace feliz mentir de esta manera, Legosi. Es como si estuviera negando a este cachorro.
—Claro que no —le aseguró el cánido, con una voz tan comprensiva que Louis sintió que no la merecía—. Seguirá siendo nuestra sangre aunque todo el mundo piense lo contrario —soltó un largo suspiro antes de continuar, ansioso e intranquilo—. Creo que está muy claro lo que debemos hacer.
Louis lo miró, esperando su solución. Su corazón se encogió ante el pensamiento de que su esposo le insistiera con la honestidad, pero tenía esperanzas de que no fuera así. Él entendía. Debía entender.
—Tienes que llamar a Wissam a primera hora de la mañana, y... empezar con toda esta campaña.
—Gracias... —Sintió la palabra incluso antes de decirla, y cuando se escapó de sus labios una sola lágrima salada corrió por su rostro.
Besó el dorso de su mano, y siguió haciéndolo aun cuando Legosi le pidió que parara.
