(Recién finalizada la batalla contra Cobra)
(Taken - Marina Kaye)
—Mierda —había murmurado una estresada Colette bajo la máscara de Shé Nuwang mientras depositaba el cuerpo de Cobra sobre aquella azotea bañada por la tormenta—, mierda —sollozó horrorizada mientras se percataba de que el corazón de su enamorado latía cada vez más despacio—. Mierda —musitó una última vez rompiendo en llanto, creyendo que sería la segunda vez en su vida que vería morir a alguien a quien amaba entre sus brazos sin poder hacer más.
El recuerdo de Jeanette la golpeó de lleno, la sangre de su niña de ojos grandes cubriendo su piel, la desesperación de sentir que la vida se le escapaba de las manos mientras la joven morena de cabello rizado perdía su luz.
No podría soportarlo, no otra vez, no podía ver morir también a su Louis.
Pero no tenía ni idea de qué hacer.
—M-manzana —musitó el muchacho llamando la atención de Colette.
La chica alzó los ojos hacia su enamorado, ni siquiera se dio cuenta de en qué momento se hizo un ovillo enterrando el rostro entre las rodillas, llorando como una niña pequeña.
Deshizo su abrazo y se arrastró hasta el cuerpo de Louis, arrancándole la máscara y despejando su rostro mientras los chorros de agua los bañaban, helándoles la sangre. La serpiente acercó el oído hasta la boca de su amante, esperando escuchar de nuevo aquella palabra, y percatándose en la cercanía que no había exhalación ya.
Muerto…
Por un instante, la desesperación se apoderó de ella, quiso gritar, quiso correr, quiso lanzarse por el borde del edificio mientras las volutas verdes diamantinas se alzaban por el aire, disolviendo la transformación de Louis…
Y entonces recordó que ella también era una portadora.
Manzana…
—Como la manzana de Dr. Strange —musitó Colette comprendiendo al fin.
Por supuesto. Habían pasado entrenando aquello toda la tarde, al igual que su padre había entrenado para pelear contra Cobra.
Colette había hecho una manzana pudrirse hasta no dejar nada, para luego regenerarla hasta su punto más fresco. Y luego había ensayado con otras cosas, subiendo el nivel de dificultad.
—Soy la reina de las serpientes —se dijo a sí misma, tomando su lira y arrodillándose junto al cuerpo de Louis—, ¡yo soy la puta reina de las serpientes!
Lanzó la lira lejos de ella en un arrebato de desesperación antes de posar ambas manos sobre el cuerpo de Cobra, asintiendo para sí misma.
—Yo soy la reina de las serpientes…
Soltó aire un par de veces y luego se concentró.
I'd rather die in the moment Than let you keep what you find And this is not nearly over What you have stolen is mine
Su voz salió proyectada con fuerza y fiereza, aquel canto como un reclamo emergió desde lo más profundo de su ser, cargado con la rabia de sentir que Oliver, que Louis la estaba traicionando al morirse así, que había sido increíblemente cruel al pedirle que fuera su salvación. Y junto con su voz, sintió la magia de Sass fluyendo a través de su cuerpo.
Woe is this intensity
The burning fire, that freezes me
Your cold lies, they sicken me
Por supuesto, ella era la reina de las serpientes, por supuesto, ella podía salvarle la vida con su música y su canto, así como había sacado a Panthère de su trance en la casa de las muñecas, así como había logrado pudrir la manzana.
Your evil breed it haunting me — Sus palabras fueron un reclamo por supuesto, le gritó aquella frase como si lo culpara del dolor que sentía en ese momento, y entonces se percató de que las heridas remitían.
El muchacho tomó una bocanada de aire, desesperado, antes de comenzar a retorcerse del dolor a la par que la voz de Colette se volvía más aguda.
I'd rather die in the moment
Than let you keep what you find
And this is not nearly over
What you have stolen is mine
Gritos desesperados que reflejaban el dolor de las heridas siendo sanadas. Porque nadie les contó que curar una herida tomaba más tiempo que hacerse una, porque nadie les contó que curarse un hueso era más doloroso y más tardado que rompérselo, porque nunca se les ocurrió que estaban acelerando el proceso de semanas a segundos para que los músculos desgarrados volvieran a soldar y fortalecerse.
I broke my rules and let you in
And turned out on my soul
Cobra dejó de gritar, dejó de retorcerse, permaneció tendido y jadeando mientras los últimos versos eran cantados por su reina de las serpientes, sabiendo que aquella joven extraordinaria lo había traído de entre los muertos, que dedicaría cada segundo de su existencia a darle una vida mejor.
No reprochó cuando la joven se sentó a horcajadas sobre sus caderas, no la detuvo cuando comenzó a besarlo, desesperada. No le negó las caricias cuando sintió que cambiaban de lugar y ahora era él quien la apresaba contra el suelo húmedo. No se negó a su deseo demandante cuando ella al fin perdió la transformación para comenzar una batalla contra la camiseta de Louis en aquel tejado, ignorando el frío helado de la lluvia sin cuartel.
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94.-Alta de hospital
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Irradiaba sensualidad al caminar.
Paseaba su mirada por todos los presentes en la comisaría, miradas lascivas y sonrisas coquetas mientras se relamía los labios, y aquel gesto podría haber cautivado a todos los presentes, de no ser por la lengua bífida y las pupilas como rendijas que siguieron a su gesto, una amenaza latente para cualquiera que osara acercarse sin su permiso.
Maunier apenas se había dejado caer en su escritorio cuando la serpiente irrumpió en el lugar, arrastrando las miradas de todos los presentes.
Armas de fuego, los seguros siendo retirados, los cañones apuntándole a la portadora en las áreas de piel expuesta mientras ella emitía una risa siseante y levantaba las manos en señal de rendición.
—Ya se derramó mucha sangre esta noche, ¿no lo creen, caballerosss? —Y tras una breve ojeada y percatarse de que una policía más se sumaba a sus amenazas, añadió: —Dama.
—Shé Nuwang —exclamó Maunier poniéndose de pie con dificultad, pero guardando la compostura, ya demasiado acostumbrado a los portadores oscuros—, ¿a qué debemos el placer de tu visita?
Los oficiales bajaron las armas al ver al detective levantar las manos, haciendo un movimiento suave con el que indicaba que todo estaba bien.
—"Sólo hay un rey de las serpientes, y ese no soy yo"—espetó lanzando algo a las manos de Maunier, consiguiendo que todas las armas volvieran a apuntarle—, fueron las palabras del antiguo portador. París tiene un nuevo Cobra Rey.
Maunier, confundido, llevó la mirada hacia la caja de madera en sus manos y asintió una vez, volviendo a llamar a la calma con aquel gesto.
—¿Cómo sabes que se la haré llegar?
—¡Por favor, Travis —exclamó hastiada la portadora—, ambos sabemos que lo harás! Lo ansías, ansías ver a ese niño libre y poderoso, más poderoso que cualquiera de sus enemigos. Además, esa caja no le servirá a tu adorada defensora de París.
—Eso no puedes saberlo.
—¿No? Muy bien, deja a tu niño bonito a merced de su destino. No es mi sangre la que corre.
No añadió mucho más. Se dio la vuelta y desapareció con el siguiente rayo, corriendo para encontrar a su enamorado.
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Cuando Colette y Oliver llegaron al hospital (empapados de pies a cabeza por la tormenta), se encontraron con una imagen que les partió el alma.
Marinette estaba sentada en el suelo, recargada en la pared, con las manos fuertemente apretadas en torno al anillo de Luka. Tenía el cabello alborotado a su alrededor, húmedo todavía por lo poco que le tocó de la tormenta viendo pelear a Luka contra su niño. Oliver se adelantó en dirección de su madre y se agachó a su lado, acariciando su hombro para llamar su atención.
La portadora se removió incómoda un momento antes de abrir lentamente los ojos, desorientada y agotada.
—Ma…
La voz de Oliver fue un susurro apenas audible por encima de los pasos de las enfermeras en el pasillo aledaño, apenas más fuerte que el viento que se colaba por la ventilación, pero Marinette escuchó fuerte y claro, levantándose con movimientos atropellados y la ayuda de su pequeño.
Los brazos de Oliver cobijaron el cuerpo de Marinette, constantemente diminuta cuando algún Couffaine la abrazaba, anhelando desaparecer hasta obtener buenas noticias.
—Colette —llamó Erik acercándose a pasos cautelosos.
La chica giró sobre sus pies en un movimiento tímido, preguntándose en qué tenor la recibiría su amigo luego de estar ausente en la masacre de Luka Couffane, pero la sonrisa apenada, la disculpa implícita en la mirada del muchacho, le hizo bajar la guardia y acercarse a recibir las malas noticias.
No pudo articular palabra, el médico encargado del caso de Luka salió con su bata de quirófano y, quitándose el cubrebocas y el gorro, sonrió para Marinette con gesto afable, consiguiendo que a la chica le fallaran las rodillas y tuviera que asirse de Oliver a fin de mantenerse en pie.
—Está fuera de peligro —fueron las primeras palabras que dijo el cirujano, ensanchando su sonrisa y provocando que las ojeras y las bolsas debajo de sus ojos se pronunciaran, delatando el cansancio tras la hazaña de mantener a Luka con vida. Sin embargo, cuando su expresión se tornó sombría, Marinette comprendió que aquella buena noticia sólo serviría para mantenerle tranquila mientras le decían el verdadero diagnóstico—. Le hemos puesto placas en las dos costillas rotas, la lesión que tenía del lado izquierdo no era nueva, hay evidencias de que el hueso apenas comenzaba a sanar cuando se le volvió a fracturar. Existía amenaza de perforación de pulmón, pero eso ha quedado listo.
Erik pasó saliva, sintiendo náuseas de pensar en que aquello era su culpa.
Colette le acarició la espalda, tratando de infundir un poco de valor a través de ese gesto.
—Ciertamente había más daño interno del que creíamos, hemos drenado algunos coágulos que podrían ser peligrosos para su salud, le administramos anticoagulantes y perdió algo de sangre, pero no deberían preocuparse por ello.
Fue turno de Oliver para sentirse miserable.
—Su cuerpo está muy magullado, pero estable dentro de lo que cabe. Tiene un par de desgarres, pero sanarán en dos o tres días. Es joven. Puede lograrlo. En menos de un mes su hombro estará como nuevo y ni siquiera tendrá dolores de cabeza. Ahora. Sé que no es de mi incumbencia… pero esta operación dejará cicatrices visibles sobre sus tatuajes, sus lesiones son por una pelea, y una mala. No debería meterse en más problemas, porque de ser así…
—Luka no se estaba metiendo en problemas —gruñó Colette por lo bajo, apretando los puños con tanta fuerza que se abrió la piel de las palmas—, peleó contra un portador oscuro, estaba poniendo a salvo París. Gracias a Luka no volveremos a saber más de Cobra… —Y perdió el control. Su voz se convirtió en un grito, Erik tuvo que detenerla para que no avanzara hacia el médico, y la chica forcejeó un poco mientras las palabras seguían emergiendo de su boca—. ¡Lo que Luka hizo esta noche fue sacar de las calles a una amenaza de París, sin miraculous, sin poderes, sin magia ni trucos! Lo que él hizo fue tomar en sus manos la seguridad de este lugar para que la gente como usted, estirada y pusilánime, pueda seguir con su vida miserable y carente de sentido. ¿Cree que no lo sé? ¿Cree que no notamos cómo nos miran los que son como ustedes? ¡Pues míreme! Juzgue, siga haciéndose ideas apresuradas, siga pensando que sabe todo de nosotros, váyase a casa a dormir tranquilo mientras nosotros cuidamos su trasero. No me importa, ¡no nos importa!, que hablen o piensen que hacemos esto por deporte —puntualizó al final, dejando de resistirse contra Erik, soltándose de un manotazo y mirando al doctor sin percatarse de que había aceptado por fin su rol como heroína de París—, nosotros nos haremos cargo de que puedan dormir bien.
Colette respiró profundo, harta de ser catalogada por sus tatuajes o sus perforaciones, por su música, por sus gustos y por su estilo de vida, y se cruzó de brazos en ese gesto de berrinche que parecía encantar a la gente a su alrededor.
Para sorpresa de todos, el médico sonrió dulcemente y asintió bajando la mirada, divertido.
—Estoy seguro —murmuró pensando en su equipo de especialistas, enfermeros y colegas apostados tras la puerta, quienes habían querido que el cirujano en jefe de aquella hazaña médica, investigara qué había pasado con Luka Couffaine— de que el discurso llegó a los oídos correctos. Puede estar tranquila, jovencita. Sé que es un buen hombre. Y respecto a los que tienen dudas —añadió alzando un poco la voz, casi visualizando a su jefa de enfermeros retorcerse ante el regaño—, bueno, para todos sale el sol. Fue un honor llevar la cirugía de este héroe.
El médico se dio la vuelta con toda la intención de retirarse, agotado tras la cirugía.
—¡Yo… —trató de iniciar Colette, pasmada por su propia actitud—!
—Tú eres idéntica a mi hija —remató el médico con una sonrisa tan dulce, que Colette rompió en llanto dejándole ir, justo antes de que las puertas se abrieran revelando la camilla de Luka, listo para ser trasladado.
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"Hola, Luka" nunca fue pronunciado con tanta pena como cuando el rector del conservatorio, un hombre de pinta británica y acento marcado llamado Marcel Leroy, llegó a la habitación del guitarrista, asido a su sombrero y encogiéndose en su sitio.
El médico que había llevado la operación del muchacho mostraba las radiografías de las costillas de Luka al paciente y a su esposa cuando aquel hombre irrumpió en la habitación.
—Lo lamento, puedo volver en otro momento si…
—Descuida, ya estábamos terminando —concedió Luka con una sonrisa afable mientras el médico retiraba las radiografías y entregaba las carpetas a Marinette—, así que, venga. Estoy listo para las malas noticias. Esas abundan por estos días —ironizó al final mientras Marinette se sentaba a su lado.
La incomodidad era palpable en la voz de Marcel, no tardaron un segundo en adivinar que no quería tener esa conversación con Luka, y que, encima, no quería darle las malas noticias cuando recién iba saliendo del peligro.
—Me imagino que… que al menos sospechas… que yo…
—Venga ya, a lo que viniste —cortó Luka con melancolía—, ya se estaban tardando. Lo de la otra noche sólo fue la excusa que el consejo necesitaba.
—Pero eso no hace que sea justo —se quejó el hombre sentándose en el sillón de visitantes y derrumbándose ahí, agobiado, pero sintiendo que se quitaba parte del peso al percatarse de que Luka parecía más que sólo advertido de su encomienda.
—Perdón —llamó Marinette con voz melodiosa, haciendo que ambos hombres levantaran la mirada hacia ella—, es que no entiendo de qué hablan.
El pobre Marcel suspiró profundamente, asintiendo abatido antes de mirar a Luka con una sonrisa de disculpa y comenzar a explicar.
—Señora —inició a modo de saludo—, nos presentaron hace un par de meses, cuando Luka comenzó a dar clases.
—Lo recuerdo, de hecho usted me cayó bastante mejor que muchos de los presentes.
Marcel soltó una risita por los nervios, asintiendo y sintiéndose reconfortado automáticamente. ¿Era posible sentir tanta paz sólo de escuchar un puñado de palabras? Pero Marinette había pronunciado aquella frase con aires familiares, con cierto grado de cariño y de respeto, y parecían contener magia en sí mismas: el efecto Marinette del que Luka presumía tanto.
—Bueno, también le presentamos al consejo de integridad del Conservatorio.
—Sí —espetó la joven con media sonrisa—, de esos, ni uno solo me gustó.
—Pues tiene buen ojo —aduló apuntándola con el sombrero y haciéndola reír al darse cuenta de que estaba recuperando el ánimo con el que le había conocido—, porque esa bola de bemoles son lo peor que tenemos ahí.
—Bemoles —repitió por lo bajo Marinette, confundida.
—Varios de ellos estaban buscando sacarme de la nómina —explicó Luka con una sonrisa ligera, acariciando la rodilla de su esposa y reconfortando al invitado con su tranquilidad ante el asunto—, algo de que un punk descarriado no debería estar enseñando música en el conservatorio…
—Pero todos sabían que es porque tienes mayor talento y dedicación que ellos.
—¿Sabes que Martin se molestó conmigo porque mi grupo de composición tres aprobó su examen?
—¿Qué? —Espetó Marcel incrédulo de las palabras que acababa de pronunciar Luka—. ¿Aprobaron el examen de Claude Martin?
—¡Por supuesto! —Respondió emocionado el guitarrista, moviéndose en la cama y haciendo a Marinette componer una mueca de preocupación—. Y todavía el muy imbécil quiere…
Pero su oración terminó en un gruñido de dolor, disparado por el movimiento de su hombro y la falta de sedante en su sistema.
Marinette rápidamente se levantó para acomodar la férula y las almohadas de su esposo, obligándolo a recostarse un poco y palmeando su pecho con dulzura para llamar a la calma.
El muchacho tuvo que permanecer unos minutos quieto, refunfuñando gracias a las descargas de dolor que recorrían su pecho y hasta el ombligo, sintiendo que veía destellos por el esfuerzo.
—Pues con razón estaba tan contento cuando nos dio el veredicto.
—Ya condéname —suplicó desde su puesto mientras Marinette reclinaba la cama hasta dejarlo recostado.
—Están pidiendo tu renuncia por violación al código de ética.
Silencio.
Ambos hombres guardaron silencio mientras Marinette volvía a su sitio, asimilando aquella oración.
Luka sabía que tarde o temprano ocurriría algo así, desde el torneo y las pruebas, desde su aparición en las noticias montado en ese Mustang Cobra, desde lo de Melek Taus y Félix en la comisaría, estaba esperando que pidieran aquello. Sin embargo, dolió.
Luka profirió un suspiro pesado mientras aquello caía profundo en su alma. Se lo había ganado.
—Lo haré —anunció ganándose una mirada de admiración por parte de Marinette y una de indignación de Marcel.
—¿Por qué?
Luka sonrió ante el cuestionamiento del rector, sabiendo que no le dejarían fácil retirarse de aquella contienda.
—Porque… todavía tengo asuntos que resolver de mi lado de la ciudad. Y mientras no ponga en orden ese pedacito de mi vida, el comité de ética no me va a dejar vivir en paz. Pero no voy a renunciar mañana —remató ensanchando la sonrisa—. Quiero que presenten el siguiente parcial, quiero dejarlos preparados para poner todos los exámenes de Martin en ridículo, y que sean capaces de pensar por sí mismos antes de irme. ¿Pueden concederme eso —remató mientras enderezaba la cabeza, ganándose otra descarga de dolor—?
—Sí —prometió Marcel con una sonrisa radiante mientras se levantaba y acercaba hacia la cama, dando una palmadita a la rodilla del muchacho—, se puede hacer.
—Bien.
—Luka Couffaine —llamó la jefa de enfermeras entrando a la habitación con su tablita de anotaciones en una mano— estamos listos para darte de alta.
