Capítulo 27
¿A dónde se fue la ciudad de las flores?
Corría el invierno de 1788, y a medida que pasaban los días la situación de los ciudadanos franceses se volvía cada vez más difícil.
Bajo un viejo puente, un acordeón acompañaba un triste poema que expresaba el sentir de todo un pueblo, y era recitado por un hombre que había perdido no solo una de sus piernas, sino también uno de sus ojos a causa de su miseria:
¿Por qué las aguas del Sena se han vuelto tan turbias?
¿A dónde se fue París, la ciudad de las flores?
Ahora nuestros hermanos pelean por un pedazo de pan...
¿A dónde se llevó el Sena a la gente que le cantaba a las rosas y le susurraba al amor?
El caos político y la crisis financiera de la familia real llevaban a cobrar nuevos impuestos, pero el descontento del pueblo - para ese momento - ya había alcanzado su límite. Aún así, la dinastía que gobernaba Francia intentaba aferrarse a su autoridad.
- Si quiere imponer un nuevo impuesto para reducir la deuda de 420 millones de libras deberá convocar a los Estados Generales; no sólo a clérigos y nobles del Primer y Segundo Estado, también los representantes del pueblo o Tercer Estado deben ser convocados. Su Majestad, no hay otra forma de solucionar la crisis financiera de la Familia Real; solamente así el Clero, los nobles y el pueblo aceptarán ese nuevo impuesto. - le dijo uno de los representantes del parlamento al rey de Francia en una reunión donde participaba también la alta aristocracia. - Por favor, ¡tome una decisión como rey!
Habían pasado meses sin que la monarquía y el parlamento lleguen a un acuerdo sobre la instauración de los Estados Generales, y la presión hacia Luis XVI era cada vez más fuerte, no sólo por parte de los que estaban a favor de convocar a los ciudadanos del Tercer Estado en las decisiones que antes solo le competían al Primer y Segundo Estado y a la Familia Real, sino también de los que no apoyaban esa medida, temiendo que el poder de la monarquía - y por tanto sus intereses particulares - se vean mellados.
- ¡Espere un momento! - dijo uno de los miembros de la nobleza más privilegiada que se encontraba presente en la reunión. - ¿Está diciendo que los plebeyos deben participar en la política?
- ¡Eso nunca! - dijo otro aristócrata. - ¡No lo permita Su Majestad! ¡Los comunes ya se están acostumbrando a hacer lo que se les da la gana! ¡Su autoridad no debe degradarse más, Majestad! - insistió.
Sin embargo, el parlamento no veía otra salida.
- Ha llegado el momento Su Majestad: ¡Después de más de 100 años debe convocar nuevamente a los Estados Generales! - insistía otro de los representantes del parlamento francés, y luego de escucharlo decir eso, el primo del rey, el Duque Felipe de Orleans, empezó a aplaudir en señal de apoyo, y con él otros miembros de la nobleza que estaban de acuerdo con la moción, sin embargo Luis XVI aún no se decidía.
El duque de Orleans - quien siempre había deseado convertirse en rey de Francia - no tenía reparos en mostrarse del lado del parlamento. Incluso había llegado a oídos de los monarcas que su residencia se había convertido en el lugar favorito de los que abiertamente se decían antimonarquistas, y que incluso su nueva amante, una hermosa e inteligente plebeya llamada Marie Christine, se había hecho conocida por ser la perfecta anfitriona de aquel palacio en los que todos los que se manifestaban en contra del régimen monárquico eran muy bien recibidos.
Mientras tanto, en las calles de París, las marchas pidiendo la instauración de los Estados Generales cobraban cada vez más fuerza.
...
- Parece que en cualquier momento el rey convocará a los Estados Generales. - comentó Lasalle, el cual jugaba a las cartas junto con otros miembros del regimiento que Oscar comandaba.
- Sí... Sólo es cuestión de tiempo para que ceda ante el parlamento. - le respondió Natham, otro de los guardias de la Compañía B.
Luego de escucharlos, André se levantó de su camarote y salió de la habitación, sin notar que de uno de los libros que sostenía había caído un sobre y había volado hasta posarse debajo de su cama.
Era una carta de su prima Camille, la cual había llegado hacía un par de semanas a la Mansión Jarjayes conteniendo información muy importante para él, sin embargo, para su infortunio, André no se enteraría de lo que ella quería transmitirle hasta mucho tiempo después.
...
- Adelante. - dijo Óscar, luego de escuchar que alguien tocaba a su puerta, y André ingresó a su despacho . - ¡Ah! Eres tú André... - le dijo ella con una sonrisa al verlo, aunque lucía cansada.
- Oscar, los soldados ya comentan su preocupación con respecto a la falta de acuerdos entre el parlamento y la monarquía. - le comentó él. - Al parecer todo lo que sucede al interior de esas reuniones ya está en boca de todo París.
- Es increíble lo rápido que se ha filtrado una información tan delicada... - le respondió ella, y se levantó de su silla para dirigirse hacia la ventana. - André, sospecho que se acercan tiempos difíciles. - le dijo preocupada, y él asintió con la cabeza.
Y luego de permanecer en silencio unos segundos, André volvió a tomar la palabra.
- Oscar, me gustaría volver a visitar la residencia del Duque de Orleans para investigar que pretende. Su repentino interés por estar de parte del pueblo me parece bastante sospechoso. - le dijo él, pero de inmediato Oscar volteó a mirarlo.
- De ninguna manera André. - le respondió ella. - Recuerda que el Caballero Negro utilizaba ese lugar como escondite, y sabe perfectamente quien eres tú. Si te presentas en ese lugar correrías un grave peligro.
- ¿Piensas que aún después de que lo dejaste ir sería capaz de hacernos daño? - le preguntó él.
- No lo sé... - le respondió ella, pensativa. - Si piensa que nuestra intención es ir en contra de los intereses del pueblo creo que sí sería capaz de hacer algo en contra nuestra... Pero realmente no lo sé...
Luego de escucharla, André se mantuvo en silencio. No creía que el hombre que lo dejó ciego de uno de sus ojos sea capaz de intentar hacer algo en contra de Óscar o de él, sin embargo había una posibilidad de que eso ocurra, y no quería cargar a la mujer que amaba con más problemas de los que ya tenía.
- André, enviaré a toda la Compañía B de vacaciones del 16 de Diciembre al 1ero de Enero del próximo año. - le comentó Oscar, tomando por sorpresa al nieto de Marion. - Pronto Su Majestad tendrá que ceder ante el Parlamento y convocar a los Estados Generales, y cuando eso ocurra nos espera mucho trabajo. - le dijo.
- Tienes razón Oscar. - le respondió él luego de unos instantes de reflexión. - Una vez que se establezcan los Estados Generales tendremos que permanecer trabajando hasta que todo termine, y como están las cosas eso podría prolongarse hasta finales del año próximo.
- Así es... - le dijo ella. - Por eso prefiero que nuestra compañía descanse ahora, para que regresen con la energía suficiente para soportar todo lo que viene.
Y luego de decir esto, la hija de Regnier se distrajo unos segundos con sus propios pensamientos.
- ¿Y tú? - le preguntó André, aunque de antemano sabía lo que le respondería.
- ¿Yo? - le respondió ella y sonrió - Quizá me tome unos días también, pero no me puedo ausentar por tanto tiempo.
- Entonces yo me quedaré contigo. - le dijo él decidido.
- Pero André... Tú también debes estar agotado... Necesitas descansar. - le dijo dulcemente la heredera de los Jarjayes.
- No me subestimes Óscar. Soy más fuerte de lo que parezco. - le dijo él riendo para tratar de relajarla. - Me quedaré contigo y los días que tomes libres yo también los tomaré.
Y luego de hacer una breve pausa, continuó.
- Me prometiste que iríamos juntos a Arrás... Y no creas que lo he olvidado. - le dijo, y por un instante ambos se miraron con tanto amor que si hubiese habido algún testigo éste no hubiera dudado ni por un segundo de que ellos se amaban.
Y en ese instante, llevada por un impulso, Oscar se dirigió nuevamente a él.
- André, necesito decirte algo... - le dijo.
- ¿Que cosa? - le preguntó él intrigado, y por un momento se desconectó de su emoción inicial y la miró con seriedad.
- Yo... - empezó a decir la heredera de los Jarjayes, pero luego titubeó y no fue capaz de continuar.
Aunque por un momento una súbita valentía había aflorado en ella, esta fue contenida por su profundo miedo a perder al hombre que amaba, y sin dejar de mirarlo se quedó congelada.
- Óscar... - le dijo André, percibiendo que algo le pasaba, pero justo en ese instante alguien tocó a la puerta de manera repentina, y la que en el pasado fuera la comandante de la Guardia Real regresó de vuelta a su escritorio.
- Adelante. - dijo Óscar, y el coronel Dagout ingresó al despacho.
- Buenas tardes Comandante. Acaba de llegar un mensaje para usted desde el Palacio de Versalles.- le comentó el segundo al mando de la Guardia Francesa.
Intrigada, Óscar tomó el sobre y lo abrió, ante la mirada expectante de André y del coronel.
- Es un mensaje de parte de Su Majestad. Quiere tener una audiencia conmigo hoy mismo. - comentó Óscar . - Coronel Dagout, por favor hágase cargo de la compañía. Debo atender al llamado de la reina.
- Por supuesto Comandante. - le respondió el coronel, y luego de hacer un gesto de despedida militar se retiró.
- Que extraño... ¿Que querrá Lady Antoinette? - preguntó el nieto de Marion.
- No lo sé André... Estoy tan sorprendida como tú... - respondió ella. - No he visto a Lady Antoinette desde que dejé la Guardia Real... - le dijo Óscar.
Y al escuchar esa última frase el rostro de André cambió de la curiosidad a la melancolía, al recordar por un instante las razones por las que la mujer que amaba había abandonado su cargo en la Guardia Real, y ella, dándose cuenta de ello de inmediato, se acercó a él y tomó sus dos manos entre las suyas
- André, por favor acompáñame al palacio. - le dijo Óscar con voz serena, y poniendo en esa petición todo su corazón.
Él la miró sorprendido y volvió a conectarse con su presente. Volvió a perderse en su mirada, esa mirada llena de amor, mientras sentía la suave piel de las manos de su amada rozar su piel con la misma suavidad que si fueran los pétalos de una rosa.
- Si vienes conmigo no tendrás que regresar al cuartel, podemos quedarnos en casa. - le dijo ella con una sonrisa, y él también sonrió.
- Está bien Óscar. - le respondió él.
La amaba, y era incapaz de negarse a una petición suya, mucho menos si la petición venía acompañada de su dulce voz, esa dulce voz que había capturado su alma desde hacía mucho tiempo.
...
Había pasado aproximadamente media hora desde que Óscar recibió el mensaje de la reina, y ya se encontraba frente a ella. Su Majestad lucía hermosa como siempre, pero a diferencia de tiempos pasados se veía preocupada, y es que desde que sucedió el escándalo del collar ya nada volvió a ser igual para ella.
- Gracias por atender a mi llamado Óscar. - le dijo María Antonieta a quien había sido en el pasado la Comandante de la Guardia Real. - Supongo que te parecerá extraño que te haya hecho llamar. Discúlpame si te distraje de tus ocupaciones.
- Estoy para servirle, Su Majestad - le dijo Oscar muy formalmente, y María Antonieta bajó la mirada con melancolía.
- Cada vez son menos las personas en las que puedo confiar, y tú eres una de ellas, por eso a pesar de que ya no trabajas para la Guardia Real me atreví a llamarte para conversar contigo. - le dijo, y luego de una breve pausa continuó. - Óscar... Ya debes saber que el parlamento insiste en convocar a los Estados Generales.
- Así es Su Majestad. Es una noticia que para estos momentos ya es de conocimiento de casi todos los ciudadanos de París. - le dijo ella.
- Eso temía. - le respondió la reina. - Habíamos tratado de manejar la información de manera que no se filtre al pueblo, pero parece que no podemos confiar en todos los que nos rodean.
Y en ese momento, como si pudiera leer sus pensamientos, María Antonieta mencionó algo que Óscar sabía desde hacía ya mucho tiempo.
- El Conde Gerodelle nos confirmó que el Duque de Orleans colabora abiertamente con quienes se dicen antimonarquistas, sin embargo cuando mi esposo y yo lo enfrentamos lo negó todo. Nos dijo que ha abierto su casa a quien quiera entrar, pero nos aseguró que los intelectuales y artistas que acuden a su residencia no tienen interés alguno en la política de nuestro país. - le comentó la esposa de Luis XVI.
- Su Majestad, si el Conde Gerodelle lo ha confirmado no tengo ninguna duda de la veracidad de la información. - respondió la hija de Regnier de Jarjayes, muy segura del trabajo de su ex subordinado, y María Antonieta la miró en silencio.
- Oscar, le he pedido a Su Majestad que no ceda ante el parlamento... - dijo la reina, y Óscar la miró fijamente y sin decir una palabra. - Pienso que la monarquía debe mantenerse firme en estos momentos...
Y después de unos segundos, claramente angustiada, su voz se tornó dubitativa.
- He consultado este asunto con mi círculo más cercano y están de acuerdo conmigo, sin embargo siempre he respetado tu punto de vista Óscar, y me gustaría saber tu opinión acerca de todo esto.
Reflexiva, Óscar se tomó unos segundos antes de responderle. Sabía perfectamente a quienes se refería la reina cuando hablaba de su círculo más cercano, y lamentablemente ninguno de ellos pensaba realmente en ella; únicamente pensaban en proteger sus propios intereses.
- Su Majestad... Bajo el riesgo de parecerle impertinente pienso que no hay manera de evitar que se instituyan los Estados Generales. - mencionó Óscar, y María Antonieta se paralizó ante sus palabras.
Y luego de unos segundos de silencio, la ex comandante de la Guardia Real continuó.
- Lady Antoinette... Un aumento de los impuestos para afrontar la deuda contraída afectaría directamente a las familias francesas, que con esfuerzos tratan de pasar el día... - le dijo Óscar muy sinceramente y tratando de que la reina entre en razón. - El parlamento no cederá, y en el remoto caso que lo hiciera esto enojaría tanto a los ciudadanos que se desatarían revueltas en toda Francia... - comentó la heredera de los Jaryajes.
Y la reina, muy afectada por sus palabras, se sentó en uno de los sillones sosteniendo su frente con una de sus manos.
- Su Majestad... le diré lo que pienso honestamente. Para mí sólo existen dos formas de abordar esta situación: la primera es establecer los Estados Generales cediendo ante la presión del parlamento y del pueblo, en cuyo caso la corona se vería debilitada, y la segunda forma es establecer los Estados Generales siendo conscientes de que es el mejor camino para lograr sacar al país de la situación en la que se encuentra, manteniendo el liderazgo que se espera de los monarcas de la nación. - le dijo Oscar.
Y luego de algunos segundos de silencio reflexivo, la reina se dirigió nuevamente a ella.
- Oscar, te agradezco profundamente que me hayas dicho lo que en verdad piensas... Ten por seguro que tomaré muy en cuenta tus palabras. - le dijo.
- Majestad, estoy segura que tomará la mejor decisión en pro del bienestar de su pueblo. - le dijo Óscar, deseando con todo su corazón que sus palabras sean ciertas.
...
Habían pasado algunos minutos desde que Óscar salió del salón donde se entrevistó con la reina, y pensativa iba caminando por el salón de los espejos rumbo a los jardines del palacio, donde André la esperaba para regresar a la Mansión.
La reunión con Su Majestad la había dejado desconcertada, sobre todo porque María Antonieta le mencionó que sus principales allegados le habían aconsejado no llegar a un acuerdo con el parlamento, y ella no pudo evitar sentirse frustrada por no poder evitar que gente sin escrúpulos permanezca tan cerca de los monarcas e influya tanto en sus decisiones.
- Oscar... - escuchó de pronto la heredera de los Jarjayes, y saliendo de sus pensamientos dirigió su mirada hacia el lugar desde donde provenía aquella voz conocida.
Era Hans Axel Von Fersen. No lo había visto desde que la rescató del ataque que sufrió en Saint Antoine, aquel día en el que se dio cuenta de que André era el hombre al que ella en realidad amaba.
- Fersen... - respondió ella, sorprendida de verlo nuevamente.
- Viniste a entrevistarte con la reina, ¿cierto Óscar? - le dijo. - Me alegra que finalmente te haya llamado... Me había comentado que lo haría...
- Así es... - le dijo Oscar, aunque no se sentía muy cómoda teniendo esa conversación con él, por lo que prefirió cortarla lo antes posible. - Fue un gusto verte Fersen, pero por ahora debo retirarme. - le dijo de la manera más amable que pudo, y avanzó unos pasos hacia la salida.
- ¿Ya le confesaste que lo amas? - le dijo Hans de repente - y sin ningún reparo - aprovechando que se encontraban solos en ese enorme salón, y Óscar, que ya se había alejado un par de metros, volteó dirigiendo nuevamente su mirada hacia él; no se esperaba que le hiciera una pregunta como esa.
Y dándose cuenta de que lo que le había dicho le había resultado impertinente a quien en el pasado había sido su mejor amiga, Fersen le dijo:
- Por favor Óscar, no me mires así.
Y con una sonrisa, continuó.
- Si me atrevo a hacerte una pregunta tan personal es únicamente porque me interesa la felicidad de ambos. - mencionó él.
Sin embargo, aunque Óscar sabía que las palabras del conde eran sinceras, Fersen era la última persona con la que quería hablar sobre ese tema, ya que él era la razón por la que no se atrevía a confesarle su amor a André, y es que Óscar pensaba que podría ser muy difícil para él superar los sentimientos que tuvo ella hacia Fersen en el pasado.
- Es complicado... - le dijo la heredera de los Jarjayes al conde después de unos segundos, aunque sin negar sus palabras.
- ¿Por qué Óscar? ¿Acaso es por su diferencia de clases sociales? - insistió él.
- No Fersen... Tú sabes mejor que nadie que yo no veo las cosas de esa manera, y mucho menos con él. - le dijo ella de inmediato, pero manteniéndose seria. - Ahora, si me disculpas, debo retirarme. - comentó la hija de Regnier, intentando terminar de una vez por todas con esa incómoda conversación, y volvió a caminar hacia la salida.
- Hace un tiempo le ofrecí hacerse cargo de la administración de algunas de mis propiedades en Suecia. - le dijo Fersen, y Oscar volvió a dirigir su mirada hacia él, aunque esta vez lucía sorprendida, pero también enojada por esa confesión.
- ¿Qué? - respondió ella.
- Tal como lo escuchas... - le dijo Hans, y la miró fijamente.
Y sin dejarse intimidar por su mirada, el conde continuó:
- Pero veo que él prefirió enlistarse en el ejército que tú diriges en lugar de aceptar la vida que yo le ofrecí. - comentó él, tratando de que Óscar se de cuenta que André había permanecido a su lado por amor, sin saber que a la hija de Regnier le dolía profundamente no haber apreciado cada uno de los sacrificios del hombre que amaba.
Y dándose cuenta de que sus palabras le habían afectado, Fersen volvió a dirigirse a ella.
- Óscar, sé que yo soy el menos indicado para darte un consejo, pero la vida es muy fugaz... y mientras tengamos el privilegio de tenerla debemos vivir intensamente. - le dijo. - En la guerra de América vi morir a mucha gente... demasiada gente... Y estoy absolutamente seguro de que todos ellos hubiesen querido tener la oportunidad que ahora tienes tú de ser feliz.
Y luego de decir esto - dándose cuenta de que Óscar no le diría nada más ya que sólo lo miraba en silencio - Fersen se inclinó ante ella haciendo un gesto de despedida.
- Me alegró verte nuevamente querida amiga. - le dijo con una sonrisa y se alejó de Óscar, yendo en la dirección contraria a los jardines.
Mientras tanto, ella se quedó ahí, reflexionando sobre sus palabras; Fersen tenía razón, pero Óscar aún no era consciente de ello.
A pesar de haber estado al borde de la muerte en más de una ocasión, ella nunca reflexionó realmente sobre ese concepto; vivía de acuerdo a sus convicciones, enfrentando con valor los obstáculos que había tenido que atravesar en la vida, pero siempre con la convicción de que aún le quedaba mucho tiempo por delante.
Sin embargo, mucho antes de lo que se imaginaba tendría que enfrentar una nueva realidad que la pondría cara a cara con su destino, una realidad que le recordaría las palabras que aquel día le había dicho el hombre del que se había enamorado en el pasado, un pasado que ahora veía muy lejano:
"La vida es muy fugaz... y mientras tengamos el privilegio de tenerla debemos vivir intensamente..."
...
Habían pasado varias semanas desde que la reina mandó llamar a Óscar al palacio de Versalles. Era 14 de Diciembre y el frío del invierno ya se había apoderado por completo de las calles de París.
En las barracas, los soldados de la Compañía B ya habían culminado sus responsabilidades de ese día, y entusiasmados se preparaban para ausentarse durante las siguientes dos semanas, ya que saldrían de vacaciones.
André se encontraba al lado de ellos, pero tal como se lo había ofrecido a Óscar él sólo saldría de vacaciones durante la última semana de Diciembre, periodo en el cual ella también tomaría una semana libre.
- ¿Saben si la comandante ya se retiró? - preguntó Armand.
- Sí... Estuvo por aquí hace algunos minutos para despedirse de nosotros. - respondió Lasalle.
- Espero que no haya notado mi ausencia. Me distraje conversando con un miembro de la Compañía A. - mencionó el soldado, algo preocupado.
- No te preocupes, no fue una despedida formal. - mencionó Luigi, otro de los guardias franceses.
- Así es. Además no fuiste el único ausente. - agregó Lasalle. - Jean tampoco estuvo; el Coronel Dagout lo llamó al patio para darle unas indicaciones antes de irse. - le dijo.
Y de repente, cuando el soldado apenas terminaba de pronunciar esas palabras, Jean atravesó la puerta, la cerró, y se apoyó sobre ella, pálido como un papel; casi parecía que acababa de ver a un fantasma.
- Jean, ¿estás bien? - le preguntó André notando que algo le pasaba, y todos sus compañeros voltearon a verlo, sin embargo el soldado no respondía.
- Oye Jean... ¿es que acaso no escuchaste la pregunta de André? - le dijo Armand tratando de llamar su atención, pero Jean seguía absorto, y sus compañeros empezaron a preocuparse.
- Amigos, creo que soy hombre muerto... Por favor, llévenme flores amarillas cuando vayan a visitar mi sepultura... Ese color me pone contento... - dijo Jean de pronto, y avanzó unos pasos, aunque tambaleante.
Lasalle y Armand se apresuraron a sostenerlo, y lo ayudaron a sentarse mientras que todos los presentes empezaron a rodearlo para que les diga que era lo que había pasado.
- ¡Habla de una vez por todas Jean!, ¿Que fue lo que ocurrió? - le preguntó Didier bruscamente, y es que Jean seguía sin volver completamente a la realidad.
Y después de algunos segundos, ante la expectativa de todos los miembros de la Compañía B, el soldado comenzó a hilar sus primeras palabras.
- ¿Recuerdan que hace varias semanas les conté que había conocido a una dama muy hermosa mientras Lasalle y yo vigilábamos las inmediaciones del mercado del centro de París? - les preguntó.
- ¡Como olvidarlo!... Si durante semanas estuviste como mosca, pegado a la ventana, esperando que esa mujer venga a verte en los días de visita. - le dijo Armand.
- ¡No me lo recuerdes! - mencionó Lasalle. - Aquel día sólo rogaba porque al coronel Dagout no se le ocurra pasar por ahí. ¿Se imaginan si nos encontraba distraídos de nuestras labores de vigilancia por estar pendientes de una mujer?... ¡Y yo no hice nada!, pero eso no le hubiese importado al coronel. . - comentó el soldado, trayendo a su memoria los momentos que vivió al lado de su compañero.
Y luego de respirar hondo, Jean les dijo:
- Amigos... Estoy casi seguro de que aquella mujer era la comandante.
- ¿La comandante? - preguntó Didier. - ¿Nuestra comandante?
Y luego de mirarse entre todos con un rostro de gran confusión, los guardias se echaron a reír.
- ¡No se rían! ¡Esto es serio! - gritaba Jean, pero sus compañeros no podían parar de hacerlo.
- ¡Pero que dices hombre! - le dijo Didier, tomándose el estómago y adolorido por tanto reír.
- Estás tan obsesionado con esa mujer que ya llegaste a extremos inauditos. - le dijo Armand tratando de calmarse.
Por su parte, Jean estaba dispuesto a todo para que lo escuchen.
- Lasalle, ¡tú estuviste ahí conmigo!... - le dijo tomándolo de los brazos, mientras que sus compañeros buscaban dónde sentarse ya que se habían agotado luego de tantas carcajadas.
Y luego de unos segundos, Lasalle respondió.
- Yo estuve ahí... Sí... Muy atento viendo como esa mujer te ignoraba. - dijo riendo.
- ¡Pues ahora imagina a la Comandante con un sencillo vestido marrón, como el que usaría cualquier plebeya! ¡Uno con pliegues y flores blancas en las mangas! - le dijo exaltado, y al escucharlo André abrió los ojos sorprendido y su corazón se paralizó; aquel vestido que describía su compañero tenía las mismas características de aquel vestido que le compró a Óscar en el pueblo de Dreux, cuando iban camino a Normandía, ya mucho tiempo atrás.
El nieto de Marion recordaba muy bien aquel día. Don Bertino, uno de los cocheros de la familia, hizo una parada en aquel pueblo para que los caballos descansen sin saber que en aquel lugar odiaban a los nobles, y luego de almorzar con el estrés de ser atacados, André le compró a Óscar ese vestido para que se haga pasar por una plebeya en lo que les quedaba de camino, ya que temía que fuera descubierta y atacada por los pobladores.
Aquel día, Óscar se vistió en el carruaje con aquel vestido color marrón, mientras su cochero salía de ese pueblo a toda prisa.
- Recuerdo muy bien a esa mujer... - le respondía Lasalle a su compañero mientras tanto. - ¡Pero como se te ocurre que podría tratarse de la comandante!
- ¿No era rubia? - preguntó Jean.
- Si lo era... - respondió Lasalle.
- ¿No era alta y delgada, y tenía los ojos color zafiro? - preguntó nuevamente Jean.
- Sí, es verdad... Pero no creo que sea la única mujer en el mundo con esas características, aunque si debo admitir que tenía un porte particular. - respondió Lasalle.
- ¿¡Y no te pareció extraño que lo que más le preocupara fuera ocultar su rostro de nosotros!? - insistió Jean.
- Quizás era tímida. - respondió Lasalle, sin darle la mayor importancia al tema.
- Jean... Pero ¿por qué estás tan seguro de que se trataba de ella? - le preguntó André a su compañero, tratando de disimular que él también empezaba a sospechar que sí se trataba de Óscar.
- Porque cuando estaba en el patio con el Coronel Dagout vino a recogerla su cochero casi hasta la entrada del cuartel... ¡y estoy seguro de que ese cochero era el mismo que recogió a esa señorita aquel día!... - le respondió Jean, tratando de que le crea. - ¡Y no sólo eso!... Como me quedé paralizado al verlo, ella me preguntó si me pasaba algo pero me miró diferente... Como diciéndome con la mirada que ni se me ocurra decir una palabra.. - le respondió a André, y todos - a excepción de ambos - empezaron a reír.
- ¿Y cuando fue que conociste a esa mujer? - le preguntó André.
- Los primeros días de Octubre... - le respondió Jean, y André se sorprendió aún más.
En aquel instante, el nieto de Marion recordó que el día que los miembros del servicio de la mansión celebraron su cumpleaños su abuela le comentó que fue Óscar la que consiguió el ingrediente que le hacía falta para preparar su platillo favorito, y también le comentó que ese ingrediente sólo era vendido en el mercado de París.
Aquel día André supo de inmediato que era imposible que Oscar le haya pedido a uno de sus compañeros que se adentre en ese lugar para conseguir el ingrediente tal como Marion afirmó delante de todos, él sabía que ella tendría que haber ideado otra forma de conseguirlo. Sin embargo, a pesar de que los detalles y las fechas encajaban a la perfección, André seguía sin poder creer que ella se hubiese atrevido a tanto.
- No puede ser... - murmuró aturdido.
- Tú si me crees ¿verdad André? - le preguntó Jean con rostro suplicante, y cansado de las burlas de sus compañeros. Sin embargo, André sólo le sonrió amablemente.
- Jean... En caso de que tuvieras razón... ¿crees que ella hubiese pasado por alto que la abordes de esa manera en las calles de París, y en plena guardia? - le dijo André, tratando de tranquilizarlo.
- Bueno... Eso es cierto... - le respondió Jean más calmado.
- No te preocupes más... - le dijo André, pero era él quien no podía sacar de su mente la historia de su compañero.
Y mientras el resto de los guardias reales reía burlándose de la historia de Jean, André lucía pensativo, tratando de encontrarle alguna lógica a las razones por las que su más cercana amiga podría haber hecho algo como eso.
...
Fin del capítulo
