Se suponía que Adrien era inteligente, pensaba Felix. Muchos creían que Gabriel Agreste era un genio, y Felix era la prueba viviente de que los Graham de Vanily no se quedaban atrás en cuestión de inteligencia. Así que, según las leyes de la genética, Adrien debía ser un cerebrito, como el resto de su familia.
Y sin embargo allí estaba, dándose el lote con esa chica de coletitas en la azotea de Le Grand Paris, donde cualquier enemigo podría verlos. ¿Acaso no se daba cuenta de lo peligroso que era que se descubriera que Chat Noir estaba involucrado románticamente con una civil? Estaba claro que Adrien no había heredado el coeficiente intelectual de ninguno de sus padres.
En ese momento Felix observaba cómo Chat Noir se enrollaba con Marinette Dupain-Cheng desde una azotea contigua. Las sombras y la distancia lo escondían, pero no escondían a su primo, que se estaba divirtiendo de lo lindo a la vista de cualquiera .
¡Oh, por favor, que estaban sobre un hotel! ¿No podrían haber ocupado alguna habitación vacía?
Como fuese, Félix no había acudido hasta Le Grand Paris para ver a su primo echarse novia. Había acudido para asegurarse de que su tío atendía a la reunión con Gerard Kanes, a la que todo el que fuera alguien en París había sido invitado.
Según las pesquisas de Félix, era un evento importante, así que había tenido la esperanza de que Gabriel hiciera una excepción en su regla de no salir de la mansión. Por suerte, sus deseos se habían cumplido: Gabriel Agreste había entrado en el hotel y aún no había salido… dejando la mansión Agreste vacía, desprotegida y lista para ser saqueada.
Sin más dilación, Félix giró sobre sus talones y puso rumbo a la casa. Dejó atrás a Chat Noir y a Dupain-Cheng, que ni siquiera se percataron de su presencia. Con suerte, esa chica entretendría a su primo lo suficiente como para que tampoco él se entrometiera en sus planes.
El trayecto se le hizo bastante corto, gracias a los poderes de Duusu. Felix había conseguido el miraculous del pavo real hacía tan solo un mes, pero ya podía planear sobre los tejados de París como un experto. Un pequeño salto era suficiente como para elevarlo dos pisos, y luego solo tenía que dejarse caer y dejar que el aire lo tomara entre sus brazos.
Durante esos segundos en suspensión, antes de que la gravedad hiciera efecto, Felix se permitía vaciar la mente. Se permitía apagar todas esas voces ensordecedoras que lo abrumaban, que le recordaban lo importante que era romper la maldición de los Graham de Vanily y así evitar que su madre sufriera el mismo destino que su tía.
No era fácil. Había veces en las que el peso de tanta responsabilidad apenas lo dejaba respirar, había sido así desde aquella fatídica noche cuatro meses atrás en la que Felix había sido guiado hasta el diario de Emilie.
Sin embargo, la situación no era la misma que hacía cuatro meses. Hacía cuatro meses, Felix había concluido por su cuenta que aquella era una misión de la que debía encargarse solo. Su madre Amelie ya había hecho las paces con la muerte y ni siquiera quería salvarse. El juicio de su tío Gabriel estaba nublado por el dolor. A Bridgette no pensaba meterla en algo tan peligroso. Y sobre Adrien… Adrien era un cobarde, un corderito a quien su propio padre tenía atado con una correa.
Por lo tanto, Felix no tenía nadie a quien acudir. O por lo menos eso había asumido hasta que, tres semanas atrás, había averiguado la identidad de Chat Noir y su mundo se había vuelto patas arriba. Todos los supuestos que habían determinado sus acciones hasta el momento habían caído como fichas de un dominó. Entre ellas, la creencia de que Adrien no era más que un niño y un cobarde que no resistiría la verdad.
De golpe, Felix sí tenía alguien a quien acudir. Es más, alguien cuyo honor y sentido de la justicia lo llevarían a salvar a Amelie aunque no fuera parte de su familia. ¡El maldito portador del miraculous del gato, ni más ni menos!
Y aun así, Felix no estaba seguro de que acudir a Adrien fuese la mejor idea. No porque no confiara en él ni porque dudara de sus capacidades, sino porque a Felix no le gustaba depender de nadie.
El trabajo en equipo no era uno de sus puntos fuertes. Los Graham de Vanily eran, y siempre serían, lobos solitarios.
Así que, si de verdad pensaba aliarse con su primo, tenía que asegurarse de que estaría el bando ganador.
Por eso corría hacia la mansión Agreste en una noche en la que sabía que iba a estar vacía.
Gabriel había mejorado su sistema de seguridad, fue en lo que reparó Felix una vez llegó a su destino. Había más cámaras y más sensores alrededor de la mansión, pero no los suficientes como para que Felix no pudiera hackearlos. Ya había previsto una mejora así, así que había traído las herramientas necesarias para superar las defensas de su tío.
Los Agreste tenían dinero, pero los Graham de Vanily tenían más.
Colarse en el despacho de Gabriel fue fácil. Lo complicado sería encontrar los miraculous entre las muchas estancias secretas y otros escondites que su tío hubiera instalado.
Por supuesto, el primer lugar en el que miró Felix fue en la caja fuerte tras el cuadro de Emilie.
Qué sorpresa. Estaba vacía.
Su siguiente destino era el sótano donde Gabriel guardaba el cuerpo de la tía Emilie, pero como Felix no tenía prisa alguna, decidió inspeccionar el despacho antes, por si las moscas. Buscó detrás de las estatuas de mármol que decoraban la sala e incluso las escaneó para averiguar si escondían algo dentro. Si lo hacían, su monóculo —una versión mejorada del anterior— fue incapaz de encontrarlo.
Solo cuando Felix se dio por satisfecho y determinó que no había nada de interés en el despacho, caminó hasta el cuadro de Emilie y se situó sobre la plataforma oculta que bajaba hasta el sótano.
Sin embargo, frunció el ceño cuando su monóculo le indicó que Gabriel no había cambiado la combinación que hacía funcionar el ascensor.
Vaya, su tío se había vuelto demasiado confiado después de obtener todos los miraculous. O eso o se estaba haciendo viejo.
A Felix le dio mala espina. Muy mala espina. Por desgracia, que Gabriel abandonara la mansión por una noche era una oportunidad que no podía desaprovechar, así que, pese a que tenía una mala corazonada, Felix no tenía tiempo que perder. Presionó la combinación en el cuadro y dejó que el suelo lo succionase.
El ascensor bajó y bajó soltando no más que un silbido. Durante un momento, la oscuridad lo envolvió, pero luego el magnífico jardín que Gabriel escondía en el subsuelo se abrió ante él. Fue entonces cuando un fugaz pero horrible recuerdo apareció en su memoria. La imagen de una cápsula y del cuerpo inánime que yacía dentro. Una cápsula que se hacía más y más grande a medida que el ascensor llegaba a su destino.
Aquel era un lugar de la casa al que a Felix no le apetecía nada regresar. La primera vez que había estado allí —y esto era algo que aún lo avergonzaba—, había huido despavorido al toparse con lo que creyó que era el cadáver de su tía. Después había comprendido que, si su tío conservaba su cuerpo y estaba empeñado en conseguir los miraculous del gato y de la mariquita, era porque Emilie aún no estaba muerta. (El Deseo no podía devolver a nadie a la vida, no del todo.)
Haciendo acopio de coraje, Felix se enderezó, cruzó los brazos tras la espalda y esperó pacientemente a que el ascensor acabara el descenso. La visión de su tía a lo lejos aún le resultaba bastante perturbadora, y si él había salido despavorido nada más verla, no quería ni imaginar lo que haría Adrien cuando la descubriera.
Soltó un suspiro. Si su plan tenía éxito —o mejor dicho, si fracasaba—, entonces la conversación que tendría con su primo sería larga, dura y probablemente llena de lágrimas. Era otra cosa que Felix no estaba deseando hacer.
En esto pensaba cuando, de repente, el ascensor se detuvo en seco, en medio del descenso.
Felix miró a su alrededor confundido. Se había quedado suspendido a tres metros sobre la plataforma metálica del jardín, pero lo suficientemente lejos del despacho como para que el agujero que daba a él no fuese más que un puntito en la distancia.
Presionó los botones del ascensor para ordenarlo que continuara bajando, pero no ocurrió nada. Luego, manteniendo la calma, agarró ambos paneles de la puerta de cristal e hizo fuerza para abrirlos. Opusieron una resistencia admirable, pero los mecanismos de seguridad de Gabriel no eran rivales para la fuerza de un miraculous.
Las puertas estaban comenzando a ceder cuando, de improviso, el suelo del ascensor se abrió y Felix cayó al vacío.
El chico ni siquiera gritó. Las alturas y la sensación de ingravidez que precedían a la caída ya le eran tan familiares como respirar, después de haber estado entrenando con el miraculous del pavo real durante tantas semanas. Se limitó a extender los brazos —alas— y dejar que la tela de la chaqueta hiciese de paracaídas.
Aterrizó sobre la pasarela metálica como una pluma: suavemente y con gracia.
Sin embargo, antes de que pudiese reparar en la presencia de Natalie a sus espaldas, la mujer disparó su dardo tranquilizante y Felix perdió el conocimiento.
Lo primero que sintió Felix cuando recuperó la consciencia fueron dos grilletes aferrándole las muñecas. Abrió los ojos de golpe, pero lo que fuera que le hubiese inyectado Natalie seguía en su sistema, haciendo sus párpados pesados.
Le costó dos intentos más lograr abrir los ojos del todo, y luego tardó un rato considerable en ponerse de pie. Sus piernas temblaban como las de un cervatillo recién nacido; los Agreste debían de haber comprado el mejor anestésico del mercado.
Durante todo ese tiempo, Natalie lo observó fijamente desde una silla metálica que había colocado en frente de él. Sobre sus rodillas estaba el rifle que había usado para dejarlo inconsciente, y en su mano derecha un teléfono al que echaba vistazos fugaces, como esperando la respuesta a algún mensaje.
Sin embargo, no llevaba puesto su traje de siempre ni su peinado impecable habitual. En cambio, parecía que Felix la había sorprendido a punto de irse a la cama: llevaba una bata blanca, nada por debajo, y su cabello le caía sobre los hombros como una cascada de ónice.
En cuanto Felix se habituó a la penumbra —estaban en alguna sala escondida, sin ventanas y con paredes de metal—, percibió algunos detalles más: bajo los ojos de Natalie se apreciaban círculos negros que parecían tan profundos como un pozo, y sus pómulos estaban tan marcados que le daban aire de calavera. Además, la fina bata dejaba entrever su delgadez; sus huesos se apreciaban cada vez que hacía el más mínimo movimiento.
Natalie parecía un cadáver viviente.
Felix se estaba tomando un momento para evaluar cómo de lejos había llegado su enfermedad cuando la mujer habló:
—¿No crees que el aparatito del pecho es excesivo?
Entonces Felix bajó la vista hacia su propio torso y se dio cuenta de que alguien le había tratado de quitar el frac, sin resultado. Bajo la solapa del traje se adivinaba un cacho de carne, justo sobre el corazón, y en ese cacho de carne estaba clavada una araña metálica.
Bajo la araña se encontraba el miraculous del pavo real, protegido de robo por ese pequeño aparatito que Feliz se había clavado en su propio pecho, en su propia piel. Era imposible de sacar sin cirugía, o sin saber la combinación que lo abría.
Algunos lo habrían considerado excesivo, pero Felix no se iba a arriesgar a perder a Duusu aunque tuviese que clavarse ocho clavos en el pecho.
—Al contrario que tu jefe, a mí no me sobran miraculous —respondió.
Natalie frunció los labios y posó una mano sobre el rifle. ¿Por qué no dejaba de encontrarse con hombres que tomaban las medidas más drásticas para conseguir sus objetivos? ¿O acaso era cosa de familia?
—Supongo que has venido aquí para remediar eso —dijo, su expresión impasible—. ¿De verdad pensabas que serías capaz de infiltrarte en la mansión y robar los miraculous? —Era una pregunta genuina. ¿Tanto los subestimaba Felix? ¿Acaso la tregua que Gabriel se había visto obligado a dar a París había sido interpretada como una muestra de debilidad?
—Puede —contestó Felix. Le dio un tirón a los grilletes que lo apresaban, pero estaban forjados con un metal resistente, seguramente para contener a Ladybug y a Chat Noir.
No pudo evitar sonreír ante la ironía. Gabriel había construido un calabozo para su propio hijo.
—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó Natalie. Otra pregunta genuina.
—La ironía de la vida. La crueldad del mundo —suspiró Felix. Luego alzó la cabeza hacia Natalie, clavando sus ojos verdes en los azules de ella—. ¿Acaso no te parece gracioso que, tratando de recuperar a una de las mujeres más importantes de su vida, mi tío vaya a perder a otra?
Natalie ni siquiera se inmutó. Ni parpadeó ni movió los labios. Se limitó a tomar una gran bocanada de aire —no para calmar los nervios ni nada de eso, sino porque lo necesitaba— y luego preguntó:
—¿A qué has venido, Felix? ¿Por qué quieres robar los miraculous cuando tú fuiste quien se los entregó a Gabriel?
Felix cambió el peso de un pie a otro, indeciso. ¿Debería mostrar sus cartas ahora o esperar un poco más?
—Primero, ¿por qué has asumido que he venido a robar los miraculous? —Alzó la barbilla como ofendido—. ¿No has pensado que tal vez solo quería presentar mis respetos a mi tía?
La forma en la que Natalie alzó una ceja dejó bien claro que tenía calado a Felix y que no se iba a creer excusas baratas.
«En fin», pensó Felix, «nunca creí de verdad que el Plan A fuera a funcionar.»
—No quiero todos los miraculous… —confesó al final, aunque con la boca pequeña—. Solo algunos, y estoy dispuesto a hacer un trato.
—¿Por qué? —preguntó Natalie de inmediato.
«Porque quiero saber quién es el bando ganador. Y cuando lo averigüe, me uniré a él», pensó Felix, pero por supuesto, eso no fue lo que le dijo a Natalie.
—Quiero vencer a Chat Noir y a Ladybug.
Esa vez Natalie no fue capaz de ocultar su reacción; la confusión brilló en sus ojos.
—¿Por qué? —volvió a preguntar.
Antes de contestar, Felix tomó aire. Se le daba bien mentir, se recordó. No tenía por qué estar nervioso, pero lo estaba. Si no convencía a Natalie de por lo menos dejarlo ir, ella y Gabriel encontrarían un modo de arrancarle el miraculous del pavo real del pecho, y entonces sería el final del camino.
—No tienes ni idea de lo intrincada que es la historia entre los Graham de Vanily y los miraculous —comenzó. Se aseguró de rechinar los dientes al hablar, evocando la rabia de generaciones—. No tienes ni idea de la injusticia que sufrimos ni la vergüenza que tuvimos que pasar cuando nos echaron de la Orden de los Guardianes. —Cada palabra era como un escupitajo contra la Orden y contra sus paladines: Ladybug y Chat Noir.
Natalie, sentada a un par de metros de distancia, no entendía nada de nada, pero lo dejó hablar sin interrupciones.
—¿Por qué crees que le di los miraculous a Gabriel? Porque pensé que él sería capaz de llevar a cabo la venganza que tantos de mis antepasados se pasaron años buscando.
Felix hizo una pausa cuando Natalie ladeó la cabeza. La historia era demasiado vaga, Natalie estaba comenzando a dudar de sus palabras.
«Acepto el reto», pensó Felix.
—Si no me crees —dijo—, comprueba el contenido del USB que tenía escondido en la chaqueta. Estoy seguro de que ya lo habrás encontrado.
—Está cifrado —contestó Natalie de inmediato. Por supuesto que ya había intentado examinar su contenido.
Felix esbozó una sonrisa de hiena.
—La contraseña es 12345.
Siento el retraso y que el cap sea tan corto. La uni me está matando. Seguramente mañana publique otras 1k palabras que debería haber incluido en este cap pero decidí no incluir. No quería dejaros más tiempo esperando.
PD: la semana pasada no publiqué por exámenes. Cuando no publico un cap o me retraso, normalmente solo aviso en wattpad, no en fanfiction o AO3.
