15

SAKURA

—¿M e estás escuchando, Saku?

Deslizo mi atención desde mi asaltado batido de vainilla en el que he estado metiendo y sacando la pajita hacia Utakata, que me mira con el ceño fruncido.

Ha venido a recogerme antes y hemos estado sentados en una cafetería hablando. Bueno, él ha terminado haciendo toda la charla mientras yo estaba pensando en otras cosas.

¿Cómo qué estaba haciendo Madara con Mei toda la tarde?

Por horas.

Solo.

Ni siquiera se fue en su auto.

Lógicamente, no debería estar tan afectada, porque no tengo ningún control sobre él, ¿verdad? Excepto que tal vez sí. Después de todo, hay un certificado de matrimonio que dice que está casado conmigo, y debería ser evidente que no se va con una mujer que no sea yo.

Sólo está en el papel. El matrimonio no es real.

—¿Todavía estás inquieta por lo de tu padre? —Utakata lo intenta de nuevo.

Es todo un caballero. Como el mejor de todos los tiempos, y además está buenísimo, con su chaqueta de cuero, su pelo medio largo y sus labios carnosos que son buenos para besar.

Pero no creo que los besos deban sentirse bien. Tiene que haber una cualidad estremecedora en ellos. Tal vez algo como el sentimiento que ahora está tomando asilo en mi pecho.

Se supone que debe doler. Para desgarrar a alguien de adentro hacia afuera y hacerlo sangrar.

Pero, ¿acaso ser herido y despedazado es lo correcto?

Tal vez Madara tenga razón. Tal vez lo que debería elegir es la seguridad. Porque ¿quién quiere ser destrozado sin esperanzas de volver a recomponerse?

Yo, al parecer, porque cuanto más tiempo miro a Utakata, más segura estoy de que no es él quien me dará lo que deseo.

—No se trata de papá. —Miro fijamente mi batido, siguiendo el remolino de mi pajita antes de levantar la vista hacia él—. Lo siento, Utakata.

—¿Por qué?

—Por ilusionarte. Te prometo que no era mi intención, pero...

—No te gusto tanto, ¿eh?

Hago una mueca de dolor.

—Está bien, aunque mi orgullo está un poco herido. Ahora, creo que Ino tiene razón y que me has utilizado por la Harley.

—Si te sirve de consuelo, creo que eres perfecto.

—¿No tan perfecto para ti?

—Sí, supongo. Si no estuviera loca, te habría elegido a ti.

—Es porque estás un poco loca que me gustas, Saku. La gente que no aprecia eso de ti no te merece.

—¿No lo hacen?

—No y tienes que apartarlos de tu vida.

—¿Pero y si no puedo? ¿Y si ya se han hecho un hueco ahí dentro y es imposible encontrarlos, y mucho menos sacarlos?

Se relaja en su asiento, cruzando un tobillo sobre el otro, y toma un sorbo de su café helado. Su bebida favorita es similar a su personalidad: fresca, deliciosa y definitivamente relajante.

—Supongo que eso significa que estás muy metida.

—No, no. Se supone que debes decirme que debo encontrar una manera de alejarlos, incluso si salgo herida en el proceso.

Inclina la cabeza hacia un lado.

—¿Por qué tienes que salir herida en el proceso? Si alguien debería sufrir, son ellos.

—No me gusta eso, herir a la gente, quiero decir. Me siento horrible haciéndotelo a ti.

—No te preocupes por mí. Sólo seré tu práctica, nena. Ahora, dime, ¿quién es el imbécil?

—Tú... no lo conoces.

Claro que sí.

Todo el mundo en el país conoce a los Uchiha y su poder. Además, Utakata estudia pre-derecho, así que está más que al tanto de U&S.

Pero soy una cobarde, ¿bien? No quiero que me juzgue por estar tan desesperada y estúpidamente enamorada del mejor amigo de papá. Normalmente no me importaría, pero Utakata es especial. Le gusta mi rareza, y la gente como él es de cuidado. No quiero que salga corriendo porque me moleste que alguien mucho mayor que yo salga con alguien más adecuado. Alguien cercano a su edad y que trabaja con él.

Sorbo la mitad del batido sin la pajita para calmar el ardor de mi garganta.

—Quienquiera que sea, es un imbécil que no merece tu tiempo.

—Sí, es un maldito imbécil.

—Un hijo de puta.

—Un frío bastardo sin sentimientos.

—Sácatelo de encima, Saku.

—Y... y nunca se ha parado a preguntarme cosas, ya sabes, aunque lo he aprendido todo de él. Cree que soy una niña, porque le gusta recordarme que soy joven. Le gusta sacar el tema de la edad porque no puedo luchar contra ello. Así que es el mayor imbécil que ha existido y a veces lo odio. Ojalá pudiera odiarlo todo el tiempo.

Utakata sonríe un poco.

—Tomará práctica, pero lo conseguirás.

Suspiro, sintiéndome un poco aliviada después de mi arrebato.

—Gracias por escucharme a pesar de haber sido una perra contigo.

—Nunca fuiste una perra, Saku. Diste suficientes señales para alejarme, pero quise permanecer cerca. Es mi elección y aún la mantengo.

—¿Todavía quieres que seamos amigos?

—Por supuesto. Además, te quedas conmigo para el verano.

—¿Qué?

—Me han aceptado para unas prácticas en U&S.

—¡Oh Dios mío, Utakata! ¿Por qué no me lo dijiste?

—Acabo de hacerlo. —Sonríe de esa forma tan encantadora y desenfadada y me alegro mucho por ello. Me alegro de no haberle herido hasta el punto de quitarle su hermosa sonrisa.

—Estoy muy contenta de que podamos pasar tiempo juntos.

—Pensé que estarías a favor de deshacerte de mí.

—¡Claro que no! Podemos ser amigos, ¿verdad?

Hace chocar su café helado contra mi bebida.

—Seguro.

Caemos en una conversación fácil, que no es nada nuevo. Utakata y yo siempre nos hemos llevado bien, y por eso me invitó a salir, diciendo que quería pasar al siguiente nivel. Obviamente, eso no funcionó, así que estoy agradecida de que podamos seguir teniendo una relación amistosa.

Hablamos de la universidad y de los exámenes y de dónde están haciendo las prácticas nuestros compañeros. Me cuenta el proceso de entrevistas en U&S y lo duro que fue, pero que pasó porque les impresionó y es un genio.

Es genial saber que no seré una cara solitaria en medio de todos los internos hostiles. Con Utakata cerca, tendré un verano más tolerable.

Vamos a comprar unos cuantos trajes, ya que no puede aparecer simplemente con su chaqueta de cuero, aunque es un look matador. Luego termino comprando algunas cosas para mí. Pierdo la noción del tiempo en todas las compras que hacemos, pero no me importa.

Estar ocupada es agradable. Soy de las que no deberían tener demasiado tiempo libre, porque lo gastaría en pensar demasiado hasta volverme loca.

Cuando Utakata me deja en casa, ya es tarde. Me tomo unos instantes para bajarme la falda lápiz por los muslos. He tenido que subirla para poder ir detrás de él y he utilizado las bolsas para taparme. Por lo visto, las faldas lápiz y las Harleys no son las mejores amigas.

Mi cabello es enemigo del casco, también, porque se atasca dentro de él. Por tercera vez hoy.

—Estúpido cabello —gimo mientras lucho por desenredarlo sin arrancarlo de raíz.

Utakata se ríe y se baja de la moto para encargarse de la tarea. Es más amable que yo y consigue quitarme el casco sin tirarme del pelo.

—Se supone que debes ser paciente, Saku.

—¿No es esa otra palabra para decir aburrido?

Sacude la cabeza mientras me alisa el cabello.

—Gracias, Utakata. Por todo.

Me rodea con sus brazos.

—Te tengo.

Le devuelvo el abrazo.

—Ahora siento que te estoy utilizando.

—Yo soy el que te está utilizando para que me des un trabajo permanente cuando seas dueña de U&S.

Le devuelvo el empujón, riendo.

—Serán afortunados de tenerte.

—Te haré mantener la palabra. —Me alborota el pelo antes de subirse a su moto. El sonido del motor resonó en el aire cuando se marchó, y yo me quedé allí, despidiéndome, hasta que desapareció de la vista.

Luego voy de puntillas a la entrada porque papá me va a dar por culo por llegar tarde y en motocicleta.

Mis hombros se encogen cuando abro la puerta principal.

Sí. Papá ya no está aquí. Creo que sigo negando todo esto, porque todos los días me despierto pensando que lo encontraré en la cocina o que estará golpeando mi puerta, diciéndome que llego tarde a clase.

En mi mente, mi padre sigue aquí. Volverá, porque eso es lo que hacen los padres. Se quedan.

No se van como las madres.

Mi padre no me abandonará como lo hizo ella.

—¿Qué hora es?

Salto, dejando que las bolsas caigan de mis dedos y golpeen el suelo con un sonoro golpe.

El vestíbulo está oscuro, aparte de las luces del jardín que se cuelan por las ventanas. Pero parte de ella está camuflada por una figura alta y ancha que está de pie, bloqueando las suaves tonalidades, masacrando y convirtiéndolas en una sombra.

No puedo ver sus rasgos con claridad, pero puedo sentir la dureza en ellos. Está suspendida en el aire y dispara dagas imaginarias a mi pecho.

—Pregunté qué hora es, Sakura.

Mi columna vertebral se endereza ante el frío filo de su voz y la contundente autoridad que hay ahí. Siempre ha sido firme, severo, pero es la primera vez que suena tan enfadado, y eso me empuja a hablar.

—Eh, las once, creo.

—¿Crees? ¿Es esa la mejor respuesta que se te ocurre después de desaparecer, no contestar al teléfono y volver montada en una puta moto?

—¿Me has llamado? —Meto la mano en mi bolsa que está en medio de todos los artículos de la compra y rebusco en ella hasta encontrar mi teléfono.

Efectivamente, hay tres llamadas perdidas de Madara.

—Estaba en modo silencioso —digo despacio, y parece una excusa poco convincente.

—¿Qué he dicho de contestar al teléfono?

—Estaba trabajando y me olvidé de volver a encenderlo...

—Responde a la maldita pregunta, Sakura.

La fuerza de su ira choca directamente con la mía, arrastrándola en toda su caótica gloria.

¿Sabes qué? Que se joda.

No puede hablarme así después de haber sido él quien me hizo daño. ¿Y qué si quería olvidarme de él durante unas horas saliendo con un amigo? ¿Por qué intenta hacerme sentir culpable por eso?

Levanto la barbilla.

—No puedes decirme lo que tengo que hacer, ¿bien? Puedo elegir no contestar al teléfono y salir en motocicleta y volver tarde y tú no tienes nada que decir al respecto. No eres mi padre, Madara.

El silencio que se produce entre nosotros es ensordecedor y eso hace que sea híper consciente del sonido de mi propia respiración, de las pulsaciones en mi cuello y del estruendo en mi pecho.

La pausa se alarga tanto que no creo que termine nunca. O tal vez sólo estoy imaginando cosas y sólo han pasado unos segundos.

Madara avanza hacia mí a grandes zancadas, el sonido de sus pasos es seguro y fuerte y casi puedo oírlos pisar algo dentro de mí. No me doy cuenta de que estoy retrocediendo hasta que mis zapatillas patinan en el suelo, porque, joder, ¿cómo puedo estar tan aterrorizada y excitada al mismo tiempo?

Creo que la parte del miedo gana, porque las sombras en su cara se multiplican con cada segundo que pasa.

Chillo cuando mi espalda choca contra algo. No es más que una pared, pero estoy tan agitada que aspiro aire por las fosas nasales, lo que me hace respirar su aroma picante y amaderado.

Está cerca.

Tan cerca que tengo que mirar fijamente sus castigados ojos oscuros.

—¿Qué estás haciendo? —No pretendo tartamudear ni hablar con una voz tan airosa, de verdad que no, pero me ha robado algo.

Porque es un ladrón. Todo lo que hace es robarme cosas.

Primero, mi respeto.

Entonces mis sueños de niña.

Y ahora, viene por mi cuerpo.

—A partir de ahora, voy a opinar.

—En... ¿qué?

—El toque de queda. Contestar tu maldito teléfono. No subirse a la parte trasera de la motocicleta de un maldito niño.

—Tú... no puedes. No eres mi padre.

—No, pero soy tu esposo.

—En papel, ¿recuerdas? Sin tocar, ¿recuerdas? Todo terminará cuando tenga veintiún años. ¿Te acuerdas de todo eso? Porque yo sí. Y este matrimonio no significa nada.

Tiene un tic en la mandíbula. Es pequeño y apenas perceptible, pero lo noto porque lo noto todo en él. Es mi único súper poder.

—No significa nada, ¿eh? —Escribe las palabras, hablando despacio, pero es francamente amenazante.

—Sí, nada.

—¿Es por eso que te subiste la falda y te subiste a la parte trasera de una motocicleta con un niño? ¿Porque no significa nada?

—Utakata no es un niño, ¿bien? Y puede conducir esa Harley como nadie. Así es como se llama, por cierto, una Harley, no una moto normal.

—¿Y por qué te has subido a esa moto tan poco normal?

Cruzo los brazos sobre el pecho.

—No es asunto tuyo.

—Cuida tu maldito tono. No te pongas a la defensiva conmigo o te prometo que acabará mal para ti, no para mí. Así que deja la actitud y tus malditos brazos.

No quiero, de verdad que no, pero mis brazos parecen tener mente propia y caen sin fuerzas a mis lados.

—No veo por qué debería importarte quién me lleva o con quién paso el tiempo.

—¿Es tu novio?

La pregunta me pilla desprevenida, o el tono lo hace. Es tranquilo, pero con un trasfondo profundo y nefasto que me hace enroscar los dedos de los pies en mis zapatillas blancas.

—¿Y si lo es? —Pretendo despreocupación.

—Responde a la pregunta. ¿Lo es?

—¿No se me permite tener uno? Tengo veinte años, sabes, y eso significa que tengo enamoramientos, novios e impulsos. Significa que salgo y monto en moto y hago lo que me da la gana.

—¿Qué tipo de impulsos?

—¿Qué?

—Has dicho que tienes enamoramientos, novios e impulsos. ¿Qué son los impulsos?

Mierda. Por supuesto que se centraría en esa parte de mi vómito de palabras. Debería retroceder, hacer como si no significara nada, pero me siento muy valiente. Tengo ganas de ser extra mala.

Tal vez me duela más después, pero no me importa. El dolor vale la pena a veces.

—Impulsos sexuales —susurro con una voz jadeante que me sorprende.

Por lo visto, a Madara también le sorprende, o tal vez a mis palabras, porque está tan tenso que creo que va a explotar o algo así.

Incluso su voz es tan rígida como el resto de él.

—¿Impulsos sexuales como cuáles?

—Ya sabes.

—No lo sé. Dime, Sakura, ¿cuáles son los impulsos sexuales para los que necesitas al chico de la moto no normal?

—Besos, para empezar.

—Besos.

—Sí, con lengua y manoseo.

—¿Y?

Puedo sentir el fuego extendiéndose por todo mi cuello y mis orejas, pero no me detengo. No puedo.

—Entonces usa los dedos.

—¿Cómo?

—¿Qué?

—¿Cómo lo haría? ¿Sus dedos estarían dentro de ti, llenándote?

Mierda. Ahora lo estoy. Llena, quiero decir, y sólo se necesitaron sus palabras. Ya no son realmente palabras. Han ganado una dimensión y ahora viven dentro de mí, tocándome, haciéndome toda llena de él.

—Sí... y también se sienten muy bien.

—Lo hacen, ¿eh?

Todo en mí se aprieta: mi pecho, mi estómago y mi coño. Me aprieta mucho, como si intentara mantener sus dedos allí.

—¿Qué tan bueno? —La rigidez de su voz y su postura no desaparecen. Parece que está a punto de hacer algo. Qué, no tengo ni idea.

—Muy.

—Descríbelo.

—Yo... no puedo.

—¿Por qué no?

—Porque sólo puedo sentirlo. Y eso sólo ocurre en el momento. —Este momento, aparentemente, porque estoy tan caliente e inquieta, que sólo necesitaría tocarme durante unos segundos para obtener mi tan necesitado alivio.

—Muéstrame entonces.

Mi cabeza se levanta tan rápido que golpea la pared. Pero no siento el dolor, porque sus palabras siguen dando vueltas en mi cabeza.

—¿Qué acabas de decir?

No consigo ver su cara ni concentrarme en su reacción, porque mis pies se rinden y el mundo se vuelve del revés. No, no son mis pies ni el mundo. Es él cuando me levanta y me echa por encima del hombro.

—Me vas a mostrar todos esos impulsos sexuales. Ahora.