Ranma ½ no me pertenece.
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Fantasy Fiction Estudios
presenta
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Legado
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La joven se detuvo frente a la puerta del antiguo dojo, usaba el cabello corto y tenía los ojos grandes, de color canela. Inspiró y soltó el aire, nerviosa. Apretó las manos en puños y después las soltó. Levantó un brazo para golpear la puerta con los nudillos, pero cambió de idea.
La abrió.
Todo estaba silencioso. Anduvo por el corto camino empedrado que iba desde la puerta de entrada hasta la parte de atrás de la casa, se detuvo brevemente en el recodo, pero volvió a andar.
—¿Ho-Hola? —llamó.
No hubo respuesta. El sol le dio directamente en los ojos cuando dobló para llegar al jardín y tuvo que alzar la mano para cubrirse de la luz. En el estanque saltó un pez, que chapoteó, internándose de nuevo en sus frías aguas. La chica siguió andando hasta detenerse a la sombra de uno de los árboles. Bajó la mano y divisó a un anciano encorvado, que usaba un gi de entrenamiento de color gris oscuro, sentado en el entarimado del pasillo exterior.
—¿Hola? —repitió la joven—. Este es el dojo Tendo, ¿verdad?
El anciano no respondió. Con los ojos cerrados, alzó su taza de té con las dos manos y bebió. Entonces, la joven probó hablar más fuerte.
—¡Disculpe!... ¡¿Es este el dojo Tendo?!
—No estoy sordo, niña —dijo el viejo sin abrir los ojos.
La joven vaciló, entreabriendo los labios.
—Sí, este es el dojo Tendo. ¿Qué quieres, niña? —preguntó el viejo. Bebió otro poco de té y siguió sentado, muy quieto, casi como si estuviera dormido.
—Busco a Ranma Saotome…
—Yo soy Ranma Saotome —dijo el anciano.
La joven apretó los labios y dio un paso al frente.
—Quiero que me entrenes… ¡en el estilo de combate libre! —pidió con todas sus fuerzas.
Los pájaros trinaron, volando lejos del árbol junto a ella y el pez saltó de nuevo en el estanque. El sol brilló en el borde de la taza cuando el viejo la bajó para dejarla a su lado en el piso.
—No —respondió.
La chica contuvo el aliento y disimuló cuanto pudo el malestar que le provocó la negativa. Tragó saliva y lo intentó de nuevo.
—Hace tiempo que practico artes marciales y aprendo rápido —indicó—. No seré un estorbo, y puedo…
—No —la interrumpió el viejo con tranquilidad.
—¡Pero yo…!
—¡No! —repitió el anciano con más fuerza. Su rostro permanecía imperturbable y sus ojos continuaban cerrados, como si no quisiera ni siquiera molestarse en abrirlos.
—¿Por qué? —preguntó la jovencita, dejando caer los hombros.
—No acepto alumnos.
Ella no se movió. Pétalos de cerezo rodaron a sus pies y pintaron de rosa el camino empedrado.
—Hace mucho tiempo que te estoy buscando, Ranma Saotome, porque deseo aprender del mejor artista marcial de todo Japón —dijo.
El viejo sonrió. ¿Había logrado picar su vanidad?
—Lo siento, niña. No es nada personal.
—¿Y si…? ¿Y si te demuestro lo buena que soy? —propuso ella—. ¿Me aceptarías entonces?
El anciano suspiró pesadamente.
—Solo para que me dejes disfrutar de mi tarde en paz —dijo—, te haré una prueba.
La mujer contuvo la exclamación de triunfo que quiso escapar de sus labios. Realizó una profunda reverencia.
—Si logras golpearme, te aceptaré como alumna.
—¿Cómo?... ¿Ahora?
—Cuanto antes te vayas, antes podré beber mi té en silencio —indicó el viejo.
—Muy bien —aceptó la chica.
—Adelante —dijo el anciano, todavía sentado en el suelo.
—¿No piensas… levantarte?
—No —respondió el viejo.
La chica frunció el ceño y se lo quedó mirando. Una abeja cruzó junto a su oreja y la apartó de un manotazo. Vestía unos jeans y una sudadera, no era la ropa adecuada para luchar, pero adoptó una postura de combate. Flexionó las piernas, adelantando el pie derecho; dobló los brazos. Tomó aire.
Y soltó un grito de batalla:
—¡KYAAAAA!
Se lanzó hacia el anciano, estirando el puño. Pero el viejo se movió un par de centímetros hacia el lado opuesto, esquivándola, balanceando el torso sin ponerse de pie, sin mover apenas los músculos.
La joven abrió la boca asombrada, pero no perdió tiempo y atacó de nuevo, con el otro puño. Y el viejo se movió otra vez, esquivándola de nuevo. El cabello canoso lo usaba atado en una delgada trenza, que se deslizó por su hombro, agitándose detrás de él cuando se movía. La chica se dio cuenta de que el hombre no era tan viejo como había pensado al principio, debido a su postura doblada. Tenía la piel bronceada y curtida por el sol, y el cabello gris, pero el cuerpo era recio y los músculos firmes. Era mayor, pero no tanto.
La joven continuó atacando, pero el hombre volvía a esquivarla una y otra vez, sin abrir los ojos, meciéndose a izquierda y derecha, adelante o atrás. Era casi como si pudiera leer sus movimientos antes de que los realizara.
Ella probó otra táctica. Adelantó el puño como si quisiera golpear, pero se detuvo en el último instante y dio una patada alta. Su flequillo corto se agitó.
El hombre abrió los ojos, levantando apenas una de sus piernas dobladas, bajando un brazo para rechazar la pierna de la joven cuando lo golpeara. Pero frunció el ceño al encontrarse sus ojos azules con los marrones. Despegó los labios, perdió el equilibrio y cayó hacia atrás, estupefacto y avergonzado.
La chica dio un salto para caer sobre él, adelantando la rodilla. El hombre giró en el instante en que ella le rozaba la mejilla con su puño. Movió el cuerpo y la rodilla de la joven cayó, rompiendo el entarimado y levantando astillas de madera.
Él rodó en el suelo y se puso de pie. Era alto y tenía el rostro ensombrecido.
—¡Lo hice! —exclamó ella triunfal, incorporándose y sacudiéndose las astillas de la ropa—. ¡Te di un golpe!
—Apenas me rozaste —la corrigió él.
—Si no te hubieras movido, yo…
—Ah, pero lo hice —recalcó Ranma Saotome irguiendo la espalda—. No puedes esperar que tus oponentes se queden quietos para recibir tus golpes.
—¿Significa que no me aceptas como alumna?
—Exactamente.
—¡Pero diste tu palabra! —se quejó la chica.
Él tensó la mandíbula con aquella frase, apretando los dientes, y le sostuvo la mirada. Ella se sonrojó, bajando los ojos.
—No debí haber venido —dijo después.
Ranma soltó un suspiro, arreglándose el gi. Señaló una de las esquinas del jardín, donde se amontonaban al menos doscientos ladrillos de cemento.
—Pártelos —le ordenó con dureza.
—¿Qué?
—¿No querías que te entrenara? Haz lo que te digo. ¡Rompe los ladrillos!
—Pero… ¿Todos?
—¿Acaso no puedes? —inquirió él alzando una ceja, pero la chica frunció el ceño, determinada.
—¡Claro que puedo!
La joven corrió hasta la esquina del jardín, apiló tres ladrillos y los rompió con el puño, haciéndolos pedazos.
—¡IAAAA!
Ranma la observó durante un largo momento, y después entró a la casa a servirse otra taza de té.
—¡IAAAA!
La tarde pasó y el cielo empezó a teñirse de naranja. Después llegaron las primeras estrellas y Ranma encendió la luz de la sala.
—¡IAAAA!
La joven no se dio cuenta de que hacía rato que estaba sola en el jardín, hasta que partió el último de los ladrillos y cayó de rodillas sobre el césped, respirando agitada. Alzó la mano derecha y la descubrió inflamada y roja, llena de cortadas y sangre seca y también fresca. El dolor le vino de golpe con la conciencia.
Quizás había sido mala idea venir. Aunque se había arrepentido muchas veces mientras avanzaba por las callecitas de Nerima buscando la dirección, ahora el sentimiento era más hondo que nunca.
Percibió su cuerpo alto e imponente a su lado.
—La cena está lista —dijo Ranma.
Ella asintió con la cabeza y lo siguió. No sabía que tenía tanta hambre hasta que vio los deliciosos platillos puestos sobre la mesa baja de la sala. Había dos humeantes cuencos de arroz, verduras salteadas, carne, pescado y encurtidos. En el suelo, del lado donde se sentaba Ranma, pudo ver una botella de sake y un vaso pequeño.
Ella lo miró.
—Tienes que comer —le ordenó Ranma—. Estás demasiado delgada.
La chica no supo qué decir y solo asintió.
—Espera —dijo Ranma después.
De un rincón, sacó un botiquín de primeros auxilios, que abrió sobre el piso. Con delicadeza y precisión, le limpió las heridas de la mano y se la vendó, mientras la joven guardaba un profundo silencio. Después comieron. Al terminar, Ranma apartó los platos y abrió la botella de sake, sirviéndose un poco.
Observó a la chica atentamente mientras bebía. Repasó su rostro y su cabello corto, deteniéndose en los ojos marrones, del color del chocolate. La joven se ajustó las vendas con la otra mano.
—Te pareces mucho… —empezó a decir él, pero agitó la cabeza y se quedó callado.
Ella lo observó. De nuevo se había sentado como encogido, encorvado casi como un anciano.
—¿A quién? —quiso saber ella.
—Nadie. No importa.
La joven pareció decepcionada por su respuesta y bajó los ojos.
—¿Quién eres? —quiso saber él—. ¿Por qué me buscabas?
Ella se mordió los labios.
—Ya te lo dije, para que me enseñaras.
—¿Pero por qué yo?
—Eres el mejor, ¿o no? —dijo ella.
Ranma agitó la cabeza.
—Tal vez, antes… Ahora, hay jóvenes mucho mejores.
—No en el estilo de la escuela Saotome-Tendo —respondió ella.
Ranma alzó la cabeza y dejó el vaso sobre la mesa con un ruido sordo.
—¿Qué dijiste?... ¿Quién eres? —repitió con fuerza, irguiendo la espalda.
Ella sacudió la cabeza.
—¿No te diste cuenta todavía? —murmuró—. Mi nombre es Ranko Saotome. Soy tu hija.
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FIN
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Nota de autora: Hoy Noham me dio la palabra «futuro» y este es el resultado. En realidad, tenía otra idea, pero era más larga, un poco difícil de trabajar y la dejé de lado. Podría retomarla más tarde para hacer un one-shot, o tomar elementos de ella para usarlos en otro corto, con otro tema y otra palabra. No lo sé, pero está la opción.
Y ahora, en un capítulo de «cosas que le pasan al ficker y que a nadie le importan»: la ropa. Siempre tengo problemas para describir la ropa que usan los personajes, no porque no me imagine las prendas en detalle, sino por las palabras para nombrarlas. Cuando escribo trato de usar un lenguaje más estándar, para que cualquier persona que hable español pueda entender la historia en general (aunque es cierto que a veces uso palabras de mi país a propósito). Pero con la ropa no lo puedo hacer, porque el 99% de la gente no va a entender lo que digo si uso los nombres que se usan en Uruguay, y el 1% restante va a entender otra cosa. Por eso suelo usar el general «vestido» o «blusa», y hasta cambio la ropa que usan los personajes para que se adapten a esas descripciones. En este caso, la ropa que usa la hija de Ranma no es exactamente así, ¡en mi país ni siquiera existe la palabra «sudadera»!, pero es lo mejor que pude hacer XD. Sepan disculpar.
Como siempre, agradezco mucho todo el apoyo que nos dan a Noham y a mí todos los días. Y especialmente agradezco a: Diluanma, Gatopicaro, Psicggg, Vero, Juany, Saritanimelove y Noham por dejar un comentario.
¡Oh! Y, por cierto, sí era Rumiko la mujer que aparecía al final en la historia de ayer.
Nos leemos.
