Ranma ½ no me pertenece.
Cristales de Alta Tierra tampoco.
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Fantasy Fiction Estudios
presenta
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El imperio del corazón
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Akane Tendo —sucesora al trono imperial de Nerima y heredera, por parte de su madre Kimiko Tendo, de un pequeño condado en una isla al sur del continente— era infeliz.
Se detuvo ante la alta ventana del salón de prácticas, al este del palacio, y observó la tormenta que se había descargado sobre los amplios jardines imperiales. Las margaritas estaban deshojadas por la fuerte lluvia, igual que sus sueños. Las rosas rojas y las amarillas, y también sus favoritas, las blancas, habían sucumbido ante el temporal, tal y como se esperaba que ella hiciera ante su padre, el emperador. ¿Y qué podía agregar sobre las hortensias, sino que estaban dobladas, inclinadas ante la voluntad del clima de la misma forma en que los súbditos se inclinaban cerca del trono, y ella estaba obligada a hacerlo ante los designios de la corona? Allí, plasmado ante sus ojos, estaba el cuadro de su futuro, porque había sido entregada, ¡regalada!, igual que una mercancía de intercambio, al príncipe petimetre de un reino menor. Y, así como las flores, que luchaban en vano contra la fuerza de la naturaleza, ella había luchado intentando cambiar su destino, pero había encontrado un muro alto e infranqueable.
Jamás vio a su padre tan decidido, nunca de tan buen humor como cuando, esa misma mañana, le había anunciado las buenas nuevas de su desgracia. ¡Oh, cuánto había luchado contra ello! Cuán agitados fueron sus reclamos, y con cuánta fuerza le había señalado a su padre que obligarla a contraer matrimonio con un desconocido era el peor de los tormentos imaginables. Nada cambiaron sus gritos, sus reclamos o, al final, sus lágrimas. Soun Tendo se mantuvo imperturbable, citando las sabias recomendaciones de sus consejeros, y los crecientes roces entre las distintas regiones que conformaban el imperio, algunas anexadas luego de sangrientas batallas, y que hablaban con voz cada vez más fuerte de la independencia. Oh, independencia. Qué palabra bella e inútil, porque igual que a sus adversarios, el emperador quería mantener a su hija bajo su mano poderosa, utilizándola como una herramienta para sus fines, sin importarle su felicidad.
Akane se tomó las manos detrás de la espalda y suspiró profundamente, inclinando el rostro. Hasta su adolescencia, había tenido una vida alegre y vivaz. Con dos hermanas mayores, jamás tuvo que apegarse a las estrictas normas que regían la vida de una sucesora al trono. Había jugado al aire libre y subido a los árboles, raspándose las rodillas; había leído cualquier libro que llegaba a sus manos, sin que nadie la vigilara o se lo prohibiera y había hecho, en una palabra, todo lo que había querido. Mientras tanto, su hermana Kasumi tenía que aprender sobre el protocolo y las buenas costumbres, saber coser y bordar y qué ropa llevar para no ofender a un emisario de otras tierras.
Cuando a Kasumi se la llevaron las fiebres de la peste que había asolado al imperio una década atrás, todo aquel deber recayó en su otra hermana, Nabiki, a la que le interesaban mucho más las intrigas de la corte, y a la que era fácil comprar con dinero. Akane siguió viviendo una existencia libre y tranquila, pero todo cambió cuando Nabiki también los dejó, a causa de un accidente del carruaje en el que viajaba, que todavía se rumoreaba que había sido un atentado de los detractores del emperador.
Todo cambió para Akane en aquel momento, y al dolor de perder a sus dos hermanas se sumó el peso del deber. Asumió sus nuevas tareas con valentía, pero sin poner el corazón en algo para lo que no había nacido. Su preparación fue ardua, pues tuvo que aprender en poco tiempo lo que sus hermanas habían perfeccionado toda una vida, y estaba demasiado mayor, como decían sus tutores, para doblegar su brío a lo que se esperaba en la corte. Sin embargo, hizo lo que debía y con el tiempo había aceptado sus deberes, por el bien de su pueblo.
Pero ahora, con su matrimonio obligado había venido la última desgracia que buscaba sepultar su espíritu.
Apoyó la frente contra el frío cristal de la ventana y observó las pequeñas gotas que se deslizaban por la superficie, dejando atrás un poco de su propio ser. Cada pequeña cosa le recordaba su suerte y su terrible destino. Si fuera distinta, se hubiera plegado a las exigencias de su padre y habría aceptado que era la voluntad de Kamisama que uniera su destino al de un desconocido. ¿Pero cómo podía? No cuando su espíritu no se conformaba con nada más que hacer su voluntad, y su corazón ya tenía dueño. No cuando amaba a…
—… Su instructor de esgrima.
Akane se sobresaltó y se volvió de inmediato. Cerca de la puerta estaba Sayuri, su sirvienta personal, haciendo una reverencia. La jovencita se enderezó y la miró cohibida, sonrojándose.
—Lo siento, mi señora. ¿No me escuchó entrar?
—Estaba… Estaba distraída —respondió.
Sayuri bajó los ojos, inclinando la cabeza, y Akane se preguntó si entendería cuánto le sufría por la última orden del emperador. En ese instante deseó ser una mujer común y corriente, como Sayuri, que era dueña de su destino y sus decisiones, muy al contrario de ella, que debía actuar siempre para proteger al imperio.
—Mi señora, ha llegado su instructor de esgrima —repitió la sirvienta—. ¿Desea comenzar con la clase?
Antes de responder, Akane se pasó una mano por el pelo para arreglar cualquier cabello que hubiera escapado del recogido alrededor de la cabeza.
—Sí, hazlo pasar —ordenó—. Hoy entrenaremos dentro del palacio.
Los segundos que pasaron se hicieron eternos, hasta que vio aparecer a Ranma Saotome. Su corazón se aceleró como cada vez al hacer contacto con sus ojos azules. Según su costumbre, él vestía con su uniforme de esgrimista imperial y llevaba la máscara bajo un brazo y el florete en la otra mano. El cabello, perfectamente peinado en una trenza, tenía gotitas de lluvia sobre la coronilla. También había humedad sobre los hombros de la chaqueta de su uniforme. Al entrar, hizo una corta reverencia y se quedó quieto.
Akane le sostuvo la mirada y se pasó la lengua por los labios.
—Creí que hoy no tendríamos clase —dijo ella.
Él se tomó su tiempo para responder, con mucha seriedad.
—¿Entonces por qué te pusiste la ropa de práctica?
Akane entreabrió los labios, pero no supo qué decir, y se sonrojó con fuerza, bajando los ojos. Ranma tenía razón, se había cambiado y usaba su uniforme de esgrima hecho a medida, con los colores del imperio y un bordado en el pecho con su nombre.
—Debía estar preparada, por si acaso —respondió. En seguida cambió de tema—: Hoy no podremos entrenar en el jardín a causa de la lluvia, creí que eso te molestaría.
—No —respondió él—. Hoy necesito entrecruzar espadas, no importa dónde. ¿Me acompañas, Alteza?
Akane se preguntó si intentaba decirle algo, o era solo ella la que veía una segunda intención detrás de sus palabras. Era una tonta romántica, y había albergado esperanzas de qué él le correspondiera durante tanto tiempo que cada mirada y cada roce le parecía intencional, cada palabra envuelta en un nuevo significado, que pasara desapercibido a oídos indiscretos.
Pero, en realidad, él no la amaba.
—Comencemos —dijo Akane, acallando su voz interior que quería gritar.
Se puso la máscara y relajó los hombros, serenando también su corazón. Había conocido a Ranma Saotome cuando asumió sus compromisos como princesa imperial, en el momento en que se decidió que su afición por el ejercicio, tan poco femenina, debía canalizarse de una manera útil. Él tenía apenas unos pocos años más que ella, pero fue elegido como su instructor por su pericia, y porque era el más leal de los súbditos y había jurado guardar el secreto de que la princesa se entrenaba en un arte de hombres. Al principio, Akane lo había odiado. Durante las horas que duraba su práctica, Ranma la trataba como a uno de sus compañeros hombres, sin tener deferencia por su título o su rango. Además, la llamaba usando muchos motes, algunos despectivos, que Akane había tolerado solamente cuando se dio cuenta de que esa era su forma de ser y, a pesar de todo era el mejor esgrimista de todo el imperio y un buen tutor. Pronto, su actitud cambió, y pudo ver el corazón generoso de Ranma, su preocupación cuando ella se hacía la herida más mínima, su energía inagotable y su templanza, que lo hacía repetir una y otra vez el movimiento más tonto para que Akane pudiera copiarlo.
No pudo evitar enamorarse. ¿Y cómo no hacerlo, cuando veía un brillo distinto en sus ojos azules cuando la miraba a ella, o sentía que sus palabras y gestos eran parte de un juego, casi íntimo, que tenían cuando se reunían, dos veces por semana, a practicar en el jardín del imperio?
Su amor, sin embargo, era imposible, Akane lo supo desde el principio. Pero no pudo evitar imaginar un futuro juntos, donde no importaran los rangos o los títulos, y solo fueran un hombre y una mujer, forjando una vida juntos. Ansiaba que él le dijera alguna palabra que alentara sus ensoñaciones más fantasiosas, pero ninguna palabra llegó. Al contrario, ahora toda esperanza se había esfumado, porque ella estaba prometida con otro hombre. Y esa sería la última clase que tendrían juntos, porque nada justificaría que llevara un esgrimista con ella a otras tierras, no estando casada y teniendo a su disposición todo el ejército de su futuro esposo. Y, aunque pudiera, Akane jamás se entregaría a un amor ilícito.
Esta era la última práctica, la última vez que estarían juntos. Y, aunque deseaba decirle muchas cosas, y jurarle que su corazón siempre le pertenecería, su orgullo y el miedo a ser rechazada, le sellaban los labios como si fueran tumbas.
—Espera —dijo él, deteniéndola cuando Akane iba a tomar su florete.
Ella lo observó a través de la máscara. Ranma se acercó a entregarle un sable, pesado y brillante, que era lo que llevaba en la mano y ella había confundido con su herramienta de práctica habitual.
—Hoy quiero que sea en serio —murmuró él.
Akane sopesó el sable, asombrada. Siempre había deseado entrenar con armas más reales, pero se lo prohibieron, con la justificación de que la princesa imperial no podía hacer algo que la pusiera en peligro. No la última heredera que tenían. Aunque esto último no lo habían dicho, Akane sabía que lo pensaban.
—Después de todo, es nuestra última clase. ¿Cierto, Akane? —agregó Ranma.
Ella apretó los labios. Él se había enterado. ¿Y cómo no hacerlo, si la noticia ya debía estar en la boca de toda la corte, todo el ejército y la capital, y pronto se extendería a todo el imperio? Y, a pesar de todo, Ranma no había dicho nada, solo que quería tener un encuentro real. Casi como una despedida.
Akane ahogó un súbito sollozo y asintió. Ocupando su lugar frente a él.
Se saludaron en una corta reverencia y se pusieron en guardia. Akane atacó primero, adelantándose. Siempre lo hacía, desde el comienzo; y Ranma la había tildado de impaciente y tonta. Oh, qué lejanos le parecían aquellos momentos, una vida atrás, cuando su espíritu rebelde no aceptaba restringirse a las exigencias del palacio. Ahora, todo había cambiado, la terrible noticia de su boda la había desestabilizado, poniéndole el último calvo al ataúd que era su rango.
Los sables entrechocaron y se enzarzaron en una batalla. Akane movía los pies, dos pasos hacia adelante, atacando; dos pasos hacia atrás, defendiéndose de las arremetidas de él. Akane estiró el brazo con más fuerza y las hojas temblaron, sacando chispas.
—Eres una bruta —indicó Ranma—. ¡No pongas tanta fuerza en el codo!
Akane apretó los dientes. Los dos se mantuvieron en guardia un instante, recuperando el aliento, y volvieron al ataque. Akane desvió el arma de Ranma con fuerza y él dio un elegante paso atrás. Pero en seguida respondió, exigiéndole velocidad para repeler sus ataques.
—¡Ahora estás dudando! —se quejó él—. Toma una decisión.
Akane dio un grito de guerra al lanzarse hacia adelante, empujando la espada de Ranma con la suya, girando después para golpear por el otro lado. Él se sorprendió por el movimiento, pero consiguió repelerla. Se movieron por el suelo del salón de práctica, en un círculo casi perfecto. Pronto las chaquetas se les pegaron al cuerpo por el sudor, y el calor se les juntó debajo de las máscaras. Ranma fue el primero en quitársela, lanzándola al suelo. Movió la cabeza para que la trenza le resbalara por el hombro.
Akane lo imitó, con un movimiento grácil. Respiró hondamente, pero no relajó la postura, preparada para atacar.
—Así me gusta más —dijo Ranma—, puedo ver tus ojos de chocolate.
Ella se distrajo un momento por el comentario y su mano dudó en la empuñadura del sable.
—¿Q-Qué… dijis…?
—¡No te distraigas, tonta!
Ranma aprovechó la abertura. Adelantó el sable hasta que la punta cortó uno de los hilos del bordado de la chaqueta de Akane. Ella abrió la boca horrorizada, pero después levantó una pierna para golpear a Ranma en el brazo. El soltó el sable, sorprendido por el ataque, y Akane se alejó.
—Eso es trampa, Su Alteza —dijo Ranma, con una inflexión de mal humor.
—Es culpa tuya, por enseñarme el movimiento.
—¡No importa! —se quejó él—. Si esto fuera un combate de verdad, ya habrías muerto.
—Pero no lo es.
—Cada combate lo es. Si no lo entendiste todavía, no te enseñé bien. ¡En guardia!
Akane hizo lo que le ordenaba. Por primera vez, Ranma atacó primero. Hizo entrechocar los sables, la presionó con cada embiste, obligándola a retroceder hasta la pared.
—Estás distraída —se quejó.
—Sí —confesó ella.
Ranma dio un paso atrás, para que ella volviera a tener espacio. Se movieron lentamente, chocando los sables.
—Quiero decirte algo —murmuró Akane.
—¡Este no es momento de hablar!
—Quiero hacerlo…
—Silencio.
—¡No!
De nuevo, había arrinconado a Akane hasta la pared. Pero ella lo empujó, usando las dos manos para darle fuerza al sable. Ranma trastabilló y Akane escapó por la abertura.
—Está bien —accedió él—, habla si quieres. Cuando termines, podremos continuar con esto como es debido.
—Yo… —Akane respiró agitada. Tenía la frente sudada y algunos mechones se habían escapado de su recogido y le caían frente a cada oreja—. Estoy comprometida… Pronto me casaré con Picolet Chardin.
Ranma apretó los labios y endureció la mirada.
—Muy bien —respondió—. Si has terminado, podemos volver a la práctica. Todavía nos queda media hora.
Los labios de Akane temblaron, pero se controló. El fin de sus esperanzas tuvieron el sonido del acero chocando entre sí, el aroma de la lluvia y el ruido de las botas en el piso de mármol del salón de práctica. Como siempre lo supuso, a él no le importaba, no sentía nada por ella. Y todo lo que había imaginado que veía era eso, imaginaciones de una joven demasiado soñadora.
Actuó como un autómata recibiendo con el sable cada ataque del arma de Ranma. Su boca se movió sola cuando preguntó, dolida:
—¿Y no te importa?
Ranma sonrió apenas de costado, sin detenerse.
—¿Por qué me iba a importar —dijo— algo que nunca va a pasar?
—… ¿Qué?
Akane dejó caer los brazos. Ranma atacó de frente. Pero se desvió en el último momento para tomarla por sorpresa, bajando el sable. De pronto, estaba frente a ella, inclinándose sobre su rostro.
Y la besó en los labios.
Fue un instante, húmedo, de aroma a lluvia, pero duró eternamente en el alma de Akane que, como las flores después de la tormenta, se elevó de nuevo, llena de esperanza y amor, alzándose directamente a recibir el calor del sol, que era Ranma.
Él se apartó casi en seguida. Fue tan breve y ligero que, por un instante, Akane tuvo miedo de haberlo imaginado. Pero ahí estaba la sonrisa arrogante de él que ya conocía tan bien, su frente alzada y sus ojos brillantes.
—¿Era eso lo que tanto te preocupaba, princesa? —preguntó divertido—. ¡Qué boba eres!
—¡Yo…!
Akane quiso defenderse, pero ninguna palabra salió de sus labios.
—Eres… eres un…
—¿Hombre apuesto? —sugirió Ranma—. ¿Encantador? ¿El mejor esgrimista imperial?...
—¡Idiota! —terminó Akane—. ¡En guardia!
Alzó el sable de nuevo y atacó. Ranma la esperó con los pies bien plantados y una amplia sonrisa en los labios y se dio cuenta de que, a pesar de la ferocidad del ataque, ella también sonreía.
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FIN
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EXTRA
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Era el día de la esperada boda de la princesa imperial y el palacio entero estaba adornado con flores y rosas blancas, las favoritas de la princesa. Los curiosos se apelotonaban en los alrededores del palacio, y solo los más madrugadores habían encontrado un puesto en los jardines para ver a los novios cuando salieran a saludar. Pero los más previsores habían logrado obtener un puesto dentro de la servidumbre extra que se contrató para tan importante día, y tendrían el privilegio de ver de cerca al emperador y a su hija.
Los invitados estaban reunidos en la gran sala del trono, pulida y abrillantada para la ocasión, en la que habían colocado una larga alfombra roja por la que caminaría la novia rumbo a los brazos de su futuro marido. A la derecha del trono estaba Picolet Chardin, con su uniforme de gala del ejército y las botas lustrosas. El cabello rubio lo tenía engominado y peinado hacia un lado, y su expresión era solemne, aunque no podía ocultar el placer que le proporcionaba convertirse en el yerno del emperador y hacerse con el trono de Nerima. Los ojos le brillaban imaginando el futuro perfecto que estaba a punto de hacer realidad.
La novia se retrasaba y hubo cuchicheos y toses disimuladas a medida que pasaban los minutos. Soun Tendo, el emperador, se mantenía con la espalda recta, esperando, con la corona de relucientes esmeraldas en la cabeza. Pero se inclinaba de vez en cuando hacia su consejero, Gosunkugi, que le susurraba en el oído para mantenerlo calmado. De pronto, se escucharon los violines que indicaban el comienzo de la ceremonia y el bigote del emperador se agitó, emocionado. Todos giraron el rostro hacia las puertas dobles, que se abrieron para dejar pasar a la novia.
El vestido era de la seda más cara, suave y blanquísima, acompañado por un velo muy tupido, que le llegaba casi hasta el pecho y se extendía a su espalda tan largo como la cola del vestido, que ocupaba casi toda la sala del trono. La pobre novia estaba tan nerviosa que su cuerpo se agitaba, convulsionado como el de una avecilla bajo la lluvia helada del invierno. De alguna manera, consiguió llegar hasta el trono, donde se oficiaría la ceremonia, aunque tropezó un par de veces con la alfombra y estuvo a punto de derrumbarse, lo que hizo que los invitados contuvieran el aliento.
Al llegar frente a Picolet Chardin, la novia agachó la cabeza sumisamente, lo que agradó al novio.
—Descubre el rostro de tu futura esposa —ordenó el emperador, con potente voz.
—Bien sûr —respondió Chardin.
Alzó el velo con un rápido movimiento, impaciente, y por la sorpresa abrió una boca enorme que le llegó hasta las rodillas.
—¿Qué significa esto? —tronó Soun Tendo.
Sayuri, vestida de novia, tembló de pies a cabeza y se echó al suelo a suplicar clemencia.
—Perdóneme, Su Majestad Imperial, ¡se lo ruego! —lloriqueó—. ¡Perdóneme la vida! Su Alteza, mi señora, me obligó.
—¡¿Dónde está mi hija?! —inquirió Soun a viva voz.
—No lo sé… Oh, Su Majestad Imperial, no lo sé —murmuró Sayuri, moqueando.
—¡Búsquenla! —ordenó Soun a los guardias esgrimistas—. ¡Ahora, búsquenla! Aunque tengan que hacerlo en todo el imperio.
Pero ya era tarde.
La princesa imperial había escapado hacía horas rumbo a su nueva vida junto a Ranma Saotome, el hombre que robó su corazón.
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Nota de autora: ¡Atención! Antes de que dejen de leer y se vayan, tienen que saber que nuestra querida Rowen hizo una ilustración maravillosa de la saga de Ranma mago (a la que le estamos pensando un título mejor XD). Por favor, vayan a sus redes a verla, la encuentran en Twitter como RowenStar y en Instagram como rowenstar(punto)art, ya saben que Fanfiction borra las direcciones así que la escribo así. De paso, también síganla, porque hace unos dibujos hermosos que les van a encantar. ¿Y qué más podemos decir? Con Noham estamos super agradecidos y muy emocionados de ver hecho realidad lo que imaginamos, seguimos mirando el dibujo sin poder creerlo. Ojalá Fanfiction dejara poner emojis o algo, porque llenaría esta pantalla de corazones. ¡Gracias, gracias, mil gracias, querida Rowen!
(Suspiro de satisfacción mirando la imagen otra vez) ¡Ejem!
Ahora sí, la nota normal de siempre a continuación:
Cuando Noham me dio hoy la palabra «imperio» me imaginé dos cosas. Primero, un imperio maligno que esclaviza a la gente (gracias, Noham, por hablarme tanto sobre Final Fantasy XD). Segundo, a la princesa imperial y al ladrón que la secuestra, los protagonistas de la novela de Noham. Y, como quería hacer algo más romántico, ¡me inspiré en lo segundo!
Me gustó mucho hacer algo distinto de lo que escribo siempre y poner a una Akane muy enamorada de Ranma desde el comienzo. El final era diferente, con una escena más, pero Ranma y Akane estaban muy OoC con respecto al comienzo de la historia, así que lo borré y decidí dejar el beso y la escena extra más graciosa. Además, siento que es lindo que se imaginen cómo se escaparon juntos, qué hicieron y adónde fueron. Espero que les haya gustado.
Y gracias a todos los que me leen y me dejan un comentario siempre, quisiera responderle a cada uno, pero el tiempo siempre apremia, pero los leo todos y me hacen muy feliz. Saludos especiales a: Gatopicaro, Sol, Rowen, Lelek, Psicggg, Rash, Diluanma, Arianne, Juany y Noham.
Nos leemos.
